Tengo 24 años. Estudié filosofía. Pertenezco a la generación nini no porque ni estudie, ni trabaje, sino porque no sé bien qué voy a hacer cuando termine la tesis, la maestría y todo aquello que prolongue mi status de estudiante. Pertenezco a la generación donde estudiar ya no fue suficiente para tener un trabajo relativamente bien pagado y estar jubilada a los 50 años. Soy parte del freelance y el godinato: el mundo millennial. Vivo en la época de la uberización del mundo, donde hasta la pornografía ha sufrido su decadencia gracias a la casi desaparición del CD, la formación de los monopolios y el internet. Vivo en el mundo de Netflix, Youtube, WhatsApp, Spotify y Youporn; donde puedes hacer videollamadas, ser stalker y hacer sexting. Vivo en un mundo donde a los 8 años me fue posible encontrar en Google el porno gratis que funcionó en mi vida como clases de educación sexual. Vivo en el mundo de los celulares, donde los bebés hacen berrinche cuando les quitas el teléfono, donde es posible encontrar cargadores y conexión en el metro, donde me da más güeva hablar con mi mamá que dar likes en Facebook, donde te sientes raro cuando no traes tu smartphone. Vivo en los tiempos donde estudiar filosofía muchas veces me ha parecido obsoleto para enfrentar el mundo de las selfies y el postureo. Vivo en el mundo donde, a pesar de todo, la filosofía me ha parecido el atisbo de un lugar en el que no me piense sola, aun cuando esta era hipertecnologizada prometa romper barreras temporales y espaciales para estar con el otro. Vivo en el mundo del FOMO; el mundo de la incapacidad emocional, donde es normal estar deprimido, ir al psiquiatra, tomar pastillas y pasar horas enteras en alguna red social. Vivo en el mundo donde los videos con frases aspiracionales son reproducidos más de 2 millones veces. Vivo en el mundo donde viajar es una de las cosas que casi deben hacerse porque vivir como vivieron nuestros papás ya no es suficiente. Vivo en el mundo de las cosas rápidas: McDonald’s, Tinder, Bien Tasty. Vivo en los tiempos donde están de moda las relaciones abiertas y coger para distraerse de uno mismo. Soy parte del mundo donde, seriamente, deseé que existiera un programa como el de Her: que me amara como soy, que no le pusiera filtros a mi apariencia, que aprendiera de mí, que me escuchara a la hora que fuera, que estuviera hecho a mi imagen y semejanza para no tener que pelear por algún malentendido, para que siempre me dijera lo que quiero escuchar. Vivo en el mundo donde la relación entre amor y tecnología, a veces, parece algo que ya se encuentra fuera del alcance de nuestras manos. Así que, en este mundo, en estos tiempos, espero que puedan disfrutar de este dossier especial. Quizá, paradójicamente, encuentren algo en la pantalla que les toqué una parte del corazón que aún está lejos de ser tocada por el mundo de los celulares.
Saraí Santos