Revista de filosofía

Individualismo y pandemia: consecuencias y riesgos globales

5.6K

FOTOGRAFIA TOMADA POR VIRIDIANA CANALES

 

Resumen

El artículo expone posibles problemas que la pandemia por COVID-19 supondrían para un capitalismo financiero y global, que afecta las formas de individualización producto de la desinstitucionalización de las sociedades. Desde categorías de las ciencias sociales se analiza la trama de individualismo que en el tiempo presente ordena al capitalismo global y que incide en las formas que adquiere la pandemia como también los modos de su desarrollo y en las distintas maneras de acción e intervención de los Estados. Se agrega una categoría para la reflexión que define un nuevo tipo de individuo contactless, y de modo hipotético se concluye que la diseminación de un virus en la vida social contemporánea se debe a la carencia de contacto.

Palabras clave: COVID-19, pandemia, individualización, individuo contactless, globalización, cuidado.

 

Abstract

The article exposes possible problems that the COVID-19 pandemic poses for financial and global capitalism, which affects the forms of individualization resulting from the deinstitutionalization of societies. From categories of the social sciences the perspective of individualism that in the present time orders global capitalism and that affects the forms that the pandemic acquires as well as the modes of its development and the different ways of action and intervention of the States is analyzed. A category for reflection is added that defines a new type of contactless individual, and hypothetically it is concluded that the spread of a virus in contemporary social life is due to the lack of contact.

Key-words: COVID-19, pandemic, individualization, contactless individual, globalization, care.

 

La globalización nunca fue un fenómeno estrictamente económico, sino principalmente político y social. En el mundo global la composición del poder se determinó por los principios de flujo y circulación, y ese es el carácter fundamental de lo que se nombra como globalización.

Una pandemia de las características de la acaecida por el COVID-19, debe analizarse y pensarse dentro del circuito global de circulación de capitales, dinero, intereses, personas, mercancías, etc., y, bajo el contexto de ese análisis, conducirnos a reflexionar acerca de si la pandemia no es anterior a su acreditación como tal por la OMS.

Se vive en un capitalismo que produce virus política y socialmente, y no me refiero con esto a que pueda atribuirse semejante carácter a la circulación del capital o algo similar, ni siquiera a potenciales teorías conspirativas sobre el origen. El virus, en el pleno sentido biológico y médico, se constituye y esparce o disemina dentro de las condiciones de la sociedad capitalista global. Por esto, es necesario reflexionar sobre esta singular pandemia posmoderna dentro de las condiciones del capitalismo financiero, porque la producción y expansión de la misma está determinada y condicionada por decisiones geopolíticas y económicas.

La inversión de la curva en países de Asia (especialmente China, lugar de supuesto origen del virus), como su acentuación y prolongamiento en Europa y Estados Unidos, se inscribe precisamente en los modelos y medios de flujos y circulación de capital y en las decisiones gubernamentales sobre tales flujos. La pandemia, entonces, es una producción político-económica, y esto significa que el virus, cualquier virus, enferma y mata cuerpos biológicos, ataca sistemas orgánicos, sin embargo, los medios de intervención sobre los cuerpos, sobre las vidas, e incluso sobre el propio virus con el objeto de alcanzar una potencial inmunización, son siempre políticos, sociales y económicos.

 

Individualización y pérdida de lo común

El capitalismo financiero instituyó formaciones sociales ya no sustentadas en la comunidad y el lazo social fundado en la solidaridad común (algo propio de la antigua sociedad industrial constituida de acuerdo a la regulación social que implicaba el salario y las garantías sociales y derechos laborales), sino en la individualización. Los individuos de las sociedades posmodernas no motivan sus acciones orientadas en intereses y objetivos comunes, sino en la valoración estrictamente individual de la conducta con el fin de obtener un saldo favorable y beneficioso para sí. Un ejemplo es que el consumo se ha constituido en un valor de organización de la sociedad, pero persigue la orientación de la acción como ejercicio individual. Esto conforma una sociedad de restricción de contacto, y que de acuerdo a una categoría del sociólogo alemán Ulrich Beck puede denominarse como “sociedades del riesgo”.[1]

El individuo expuesto a la incertidumbre y a la reflexión constante que definiera aquel sociólogo, puede también comprenderse a partir del pasaje que analizó Touraine, también desde los años ochenta del siglo XX en adelante, de los “actores sociales” a los “actores morales”.[2] Estos últimos son precisamente los que guían sus acciones por intereses personales y prescindiendo de cualquier valoración sobre el lazo común con otro.

Es importante para este tiempo una urgente reflexión sociológica, pero que no venga a gestar la alarma ni tampoco a revelar un universo de verdades sobre las condiciones reales de la vida en el presente y en el futuro próximo, esto es, que no venga a dictar el diagnóstico esencial que nos posicionara frente al mundo nuevo, como ante una evidencia de carácter científico irrefutable.

Es necesario, en cambio, una sociología que ejerza su reflexión sobre la fundación del problema mismo, es decir, que postule los interrogantes que no obtienen respuestas concretas, sino que promueven reflexiones locales y singulares sobre la in-determinación y desfondamiento de esa representación de mundo, aparentemente incuestionable, que asumíamos hace nada más que unos pocos días. Un pensamiento, entonces, del breve tiempo; un pensamiento sociológico acerca de la cuestión.

En este sentido, un problema académico frecuente, es de lectura y de comprensión: los académicos a veces no saben leer (un libro, una época) por encerrarse en fórmulas lógicas de lectura y argumentación, y esto es un problema de la institución. Esa lógica conlleva a que relaciones del tipo palabra-cosa, sujeto-objeto, sistema-actor, cuestionadas epistemológicamente, permanezcan, sin embargo, en una referencia del concepto o categoría a su definición formal, por lo cual no sería posible ningún concepto ni ninguna teoría para explicar hechos por fuera de lo que indicaron en su formulación originaria. Por supuesto, no funciona así el pensamiento.

Retomando al sociólogo alemán Beck, él publica “La sociedad del riesgo” en 1986, cuando recientemente había ocurrido el accidente de Chernobil en la actual Ucrania. Más de 30 años pasaron de un libro que posibilita comprender algunos rasgos del presente. La idea de “sociedades del riesgo” que formuló el pensador, principalmente dialoga con el presente porque refiere a la cuestión del individuo y a su incertidumbre. El peligro es global no porque se tenga algún saber sobre el mismo, sino porque estamos ante éste, y esto es algo fenomenal para el análisis y comprensión de esta pandemia. En las primeras páginas de ese libro originario de 1986 y que todavía nos interpela hoy, el autor escribía:

“¿Habríamos dejado de vivir (de respirar, de comer, de vivir) por orden del gobierno? ¿Qué pasa con la población de todo un continente que está contaminada de manera irreparable en grados diversos (de acuerdo con variables ‘fatalistas’ como el aire y el clima, la distancia respecto del lugar del accidente, etc)? ¿Se puede tener en cuarentena a grupos enteros de países? ¿Estalla el caos en el interior? (…) Esas preguntas ponen en claro una implicación objetiva en la que el diagnóstico del peligro coincide con el conocimiento de que se está ineluctablemente a merced del mismo”.[3]

La pregunta de Beck es elocuentemente actual: “¿se puede tener en cuarentena a grupos enteros de países?” Las sociedades individualizadas son además heterogéneas y profundamente diversas, lo que significa que no se constituyen sobre el régimen de un núcleo esencial de costumbres y normas. En estas sociedades lo normativo no funda, sino que desfondada toda ley se erige inmanentemente entre las mismas prácticas individuales. A esto nos referimos anteriormente cuando se argumentó que el individuo consigna sus conductas por motivaciones e intereses personales.

Entonces, no se trata de formar conclusiones sobre la pérdida del lazo social, sino de interrogar su constitución flexible y abierta, porosa, y de ese modo, más que de una descomposición intervenir teóricamente sobre la problemática de una composición anómica e impropia de la relación social.[4] Esto indica que no hay relación social, no porque no sea posible o no exista, sino porque su condición constitutiva es la falta, el despojo y el desamparo. Entonces, no debe entenderse una condición desnormativizada del lazo social, sino explicar que las acciones individuales, en el curso de sus prácticas gestan las capacidades normativas dinámicas y siempre cambiantes de ese lazo. Ese es el carácter impropio que antes mencionamos.

Una pandemia en sociedades individualizadas se funda también en perspectiva de esta flexibilidad. No estamos frente a una pandemia que nuclea a la sociedad de acuerdo a valores comunes, sino que globalmente asistimos al complejo de incertidumbres individuales sobre la circulación de un virus, y que definen a un nuevo tipo de individuo, el sujeto inmunizado por el riesgo anómico del contagio, un tipo de individuo inmune a la asistencia de otro, el individualismo formalizado. Propongo llamar a este nuevo tipo de individuo, el individuo contactless.

FOTOGRAFIA TOMADA POR SAULO LAIZA VEGA

 

Globalización, pandemia e individuo contactless 

En la globalización, la incertidumbre y los riesgos son el principio desde donde se sustenta el lazo social. Las seguridades ontológicas e institucionales (familia, trabajo, educación, democracia, solidaridad, etc.) que protegían la vida común de los individuos, cedieron a los relativismos de la vida contemporánea que ya no tiene condiciones estables para regular la subjetividad mediante una figura primaria de lazo social. La consecuencia es un creciente individualismo que observa en el otro, el extraño, un potencial peligro permanente, intensificando procesos de discriminación y segregación.

Los riesgos globales significa vivir en la incertidumbre del peligro constante y la catástrofe inminente, y en este aspecto el coronavirus (COVID-19) -y más allá de sus peculiaridades médicas y biológicas-, en un sentido social y político, es la experimentación del desarraigo de lo común, de la pérdida de lazo social estable. La invención de un virus en el sentido sociológico del término, es decir, la invención de una manera más de constituir subjetividades ajenas al compromiso con la otredad y, contrariamente, reforzadas en el repliegue sobre sí, en el encierro para no contaminarse.

El sociólogo Zygmunt Bauman en su libro “Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global”[5] titula uno de los capítulos con la pregunta “¿Son peligrosos los extraños?”, y lo realiza con el objeto de advertir acerca de una acelerada formación histórica que prescinde de los otros y de lo común como universo de convivencia. También Touraine, Beck, Dubet y varios pensadores de la sociología contemporánea, indicaron cómo la desinstitucionalización promovía una individualización que arroja a los individuos a la incertidumbre sobre todo porvenir inmediato. Pero lo radical en el contexto de una pandemia y de la formulación viral de esta época es el llamado a vivir a partir de la ausencia de cualquier otro, de producir lo individual como regulación moral exclusiva. Ese es el discurso que funda, sostiene y delimita las verdades del presente.

No se trata, en esta argumentación, de desatender condiciones de emergencia sanitaria, ni de subestimar los reales peligros de contagio que muestra el COVID-19, pero es importante analizar las consecuencias sociales para la vida siempre en consonancia con aquella pregunta que citábamos de Beck. El aislamiento por cuarentenas preventivas y obligatorias, o el cierre de fronteras que regulan los distintos países, ordenan las premisas de modalidades de vidas definidas por su personalización y desafección o desvinculación.

Entonces, una cuestión fundamental para revisar desde la sociología es la confusión entre individualismo y colectividad. Actualmente y frente a la pandemia se señalan como individualistas prácticas que tienen relación con la modalidad colectiva de vincularse, al menos en los últimos cincuenta años. La exigencia es equívoca pero además desubjetivizante. Como venimos exponiendo, la globalización conformó individuos desprendidos de las exigencias normativas del lazo social y estimuló la permanente configuración autobiográfica, y no atender a esto es promover una desubjetivización que solo genera o subraya un mayor individualismo.

Por tanto, es también una posición individualista exigir ahora la colectivización del excluido (ese es el sentido de una frase utilizada en este último tiempo, “romantizar la cuarentena es un privilegio de clase”). Esta posición individualista de quienes (con buenas intenciones) aseguran defender el bien común, principalmente llama la atención por su acrítica reflexión unidimesional sobre la crisis global a la que asistimos. La pretensión de detener todo el proceso de producción económica en nombre de salvaguardar vidas, ni siquiera se interroga por la problemática central que es vivir en sociedades capitalistas globales, y atender a que la profunda recesión que será consecuencia de esta crisis sanitaria probablemente provoque muchas más muertes que el COVID-19, pero que no serán televisadas en directo.

Las muertes además se acompañarán de una crisis fenomenal de desempleo, con la inevitable desarticulación en altísimo grado del deteriorado lazo social y la ya disminuida solidaridad común. Enfrentaremos una individualización de la vida más profunda que la que muchos analistas sociales durante años se encargaron de negar por considerarlo charlatanería posmoderna. Por eso, no se trata de no valorar y fomentar la respuesta que se ha dado desde los Estados-nación a la crisis sanitaria, sino de comprender, al mismo tiempo, que desde hace medio siglo tales Estados articulan sus decisiones en un orden financiero global, y que la crisis de ese sistema puede arrasarlo todo. La unidimensionalidad analítica, que no refiere a las condiciones sistémicas de la vida capitalista, es decir, que la vida social solo existe en tanto producción y acumulación (más allá de la desigualdad en la distribución) de riqueza, es también una evidencia del individualismo de las sociedades contemporáneas. Las consecuencias de la recesión económica global que pronto viviremos exigirán que los análisis se concentren en revisar críticamente las condiciones de producción de nuestras formas de socialidad. Como escribió Olivier Mongin en “El miedo al vacío”:

“Entre la utopía del individuo y la de una historia sin peso, celebramos en ambos casos la fuerza y el movimiento del vacío. Mientras el cuerpo se vacía de su carne, la historia tritura las últimas escorias capaces de perturbar la paz pública. Las pasiones públicas y las privadas se han divorciado, pero entre el largo río tranquilo y el cuerpo desértico, entre estas dos formas elementales se manifiesta una misma voluntad utópica. Tiene por ambición liberar a los cuerpos y a las mentes del sufrimiento y del mal, pero también de la violencia y de los conflictos de la historia”.[6]

FOTOGRAFIA TOMADA POR IVAN RUBIN

Reservarnos ante el vacío las preguntas que median las nuevas condiciones de vida social y política es una actividad necesaria para los debates que nos involucren a reflexionar en un futuro cercano. Concretamente, las preguntas e inquietudes de una época enseñan los modelos retóricos que configuran las interpretaciones que la hacen posible. Las vidas de la globalización se conducen por la profundización del desinterés sobre lo público, sobre la política como acontecimiento de orden público y sobre lo civil como actitud ética ante lo público; y, de este modo, cada vez más la organización social se sostiene en la exclusión de cualquier individuo de la vida política de una población, en la ausencia de cada sujeto de su relación social, en la puesta en suspenso del lazo.

Asistimos a la emergencia de una nueva etapa de la vida global, que es la producción de individuos aislados: la robotización y la digitalización del mundo, la comunicación medial y global, producen prácticas donde se promueve que cualquier conducta, cualquier cosa (consumir, trabajar, conocerse) puede realizarse desde el aislamiento, sin contacto con el otro, con lo extraño. Es el radical comienzo de una vida social y política afirmada en la ausencia de la alteridad. La producción de individuos contactless.

 

Cuidado y control individual

En tiempos de pandemia y ante la información confusa y masiva puede ocurrir que se confunda cuidado con mantener distancia, separarse del otro. En el mismo sentido que se argumentó precedentemente, la obligación civil de encerrarse funda una nueva moral en donde se acusa (¿cuida?) al otro del ejercicio de prácticas que hasta hace algunos pocos días se consideraban de elemental libertad: caminar por la calle, por ejemplo. En tales condiciones, el cuidado, que fuera en otros momentos representado como una estructura fundamental de comprensión entre el ser y la experiencia, es decir, que fuera aquello donde el ser se encuentra en su verdad, colige ahora en una precisa formación de control individualizante. 

Entonces, surge una cuestión que no corresponde eludir en la reflexión de una sociología del presente: ¿cómo cuidarnos del cuidado? Se pregona ahora el cuidado al contacto (con el VIH ocurrió algo semejante durante la emergencia de la epidemia a mediados de los años ochenta del siglo pasado), un cuidado que se sustenta en el hecho de que prescinde de alguna otra vida, un cuidado que valora y esencializa lo ajeno y extraño como virtud de lo no tocado, un cuidado sin vínculo. Lo que Paul Preciado, en sus intervenciones sobre estas cuestiones, propuso llamar una “desmaterialización del deseo”, donde ya no hay otredades que pongan en riesgo nuestro modelo moral (tampoco nuestra piel).[7]

El cuidado se convierte, de esta manera, en una moral individual de ese nuevo tipo de individuo contactless, pero que además se erige como el indicador racional de las conductas viables. En estas condiciones, toda acción restringe su libertad ante la mirada aleccionadora de un otro que informa la regla, de tal modo que todas las personas se perciben observadas sin necesidad del control estatal. Así, el individuo contactless no es en ningún caso un reflejo de la crisis del capitalismo, sino, más precisamente, el cumplimiento de su anhelo: que el cuidado prescinda del lazo social, o, sencillamente, del contacto con el otro.

 

Individualismo y crisis en el capitalismo global 

Entonces, un punto determinante de la exposición que avanzamos en este artículo concierne a la propuesta de retomar consideraciones fundamentales de la sociología contemporánea, atendiendo principalmente a la indicación que la misma realizó en referencia a cuestiones problemáticas sobre los procesos de globalización y que son de utilidad para estos tiempos que ahora irrumpen.

Si se piensa sociológicamente la emergencia del capitalismo financiero, que puede situarse en la “crisis del petróleo” del año 1973, distintas crisis y epidemias conformaron los valores de riesgo de la globalización y las lógicas de exclusión y concentración de la riqueza. Algunas para mencionar en virtud de este análisis: en 1987 la crisis de Wall street en conjunto con la epidemia del SIDA, tuvo entre sus consecuencias las crisis de deuda de los Estados de América Latina y la consolidación de los procesos neoliberales (comenzados en las dictaduras) en el continente; en la crisis financiera mundial de 2008 y 2009 conjuntamente a la epidemia de gripe A, la consagración de la individualización por desinstitucionalización de la vida ordenó una profundización de la concentración de la riqueza global.[8] Esta pandemia y la crisis de recesión económica global, lejos del optimismo vagabundo de algunos cientistas sociales que se esfuerzan por fantasear un porvenir de cooperación y solidaridad, originará una expansión inusitada de la exclusión social y la definitiva concentración de las fuerzas económicas en manos únicas, además de un rearmado geopolítico global.

Pero, junto a ello, tendrá también como consecuencia la consolidación del individualismo y de las sociedades individualizadas, a partir de aquel nuevo tipo de individuo que hemos formalizado antes, y que alojará, sin instituciones y sin Estado, no solo la regulación de su propia vida, sino -preocupantemente- también la del control denunciante de un otro al que no se contacta, del que se permanece siempre desafectado. El individuo contactless, es, en definitiva, un individuo que nada tiene que lo relacione con el otro y que, a la vez, promueve una moral propia como figura universal.

En su libro “El fin de las sociedades”, el sociólogo francés Alain Touraine, entiende a partir de esa categoría de “fin de las sociedades”, la conformación de una “situación postsocial” que abre espacio a una doble transformación: por una parte, la propia de un capitalismo financiero, que destruye las instituciones sociales y que origina la figura de un sujeto emprendedor y fundado en sí mismo; y de otra parte, la idea de que no hay un modelo único de vida, lo que deriva en una crisis del fundamento occidental de la vida. Pero lo fundamental es que esta doble transformación propia del capitalismo global, organiza un modelo de economía mundial despolitizado y desocializado.[9]

La imagen de universo común que se conforma en semejantes condiciones, es la de una economía global que está por fuera de cualquier regulación del orden político y que no es reconocible por un orden de tipo social. El capital financiero circula en un flujo permanente y nadie puede saber de qué se trata o en qué parte se encuentra. El fin de las sociedades es, entonces, la conclusión de una manera de articular las relaciones entre el cuerpo del individuo (fuerza de trabajo) y la producción (capital). El capital financiero, al contrario, muestra que puede prescindir de la fuerza de trabajo y en ese evidente sentido es un capital descorporeizado y su inmaterialidad se constituye en valor. El sujeto creador y emprendedor se revela así como la anulación del vínculo que lo erigía en portador de una mercancía esencial para la lógica del capital en su etapa industrial.

Si la fuerza de trabajo como uso del cuerpo del trabajador restituía condiciones de formación de la vida social, un complejo sistema de sustituciones provino a partir de la alteración del modelo de acumulación y el pasaje de la producción rígida y a gran escala, a los flujos de la producción flexible de la etapa financiera del capital: ahora el individuo debe producir sus propias condiciones de trabajo, diseñar, crear, emprender su relación con un capital que le resulta además ajeno e ilocalizable, sin cuerpo, es decir, sin otro. Las llamadas “economías de plataforma” son un buen ejemplo de esta cuestión.

En síntesis, aquello que bien puede pensarse desde las premisas que aporta Touraine, es que la producción globalizada no condujo a ninguna formación de una sociedad mundial. Contrariamente, promovió individuos desprendidos de cualquier contacto con el otro, pero también con las modalidades vitales que reaseguraban un proceso conjunto de subjetivación: instituciones, capital, saberes comunes, o en otros términos, ética, economía, vida política.

Esa conformación moral y universal de lo que aquí se denominó individuo contactless, debe ser inscripta en un análisis sociológico de la pandemia por COVID-19. Esta pandemia, caracterizada además por la reglamentación de cuarentenas en los distintos países, está dada sin un lazo social estable y sin reglas comunes de vida entre las personas, y esa es la característica a resaltar y reponer en el análisis. En épocas anteriores a la globalización financiera y con instituciones resguardantes y regulativas del lazo común y de la solidaridad como premisa de funcionamiento de la vida social, una pandemia podía ser circunscripta a una controlada serie de eventos y de formas de organización gubernamental.

Pero lo ocurrido en el presente, con Estados y gobiernos que tardaron en reaccionar ante la velocidad de los contagios y acabaron con el desborde de sus sistemas de sanidad pública, con gobiernos indecisos y hasta esquivos ante las consecuencias sociales e individuales que el virus provocaba, y finalmente con sujetos que ya no están aptos para asumir como voluntad propia el mandamiento universal del cuidado común, es algo que se inscribe, precisamente, en este tipo de formaciones sociales que hemos descripto: la desinstitucionalización y el consecuente desplazamiento de la normatividad social a las prácticas individuales colisiona con la necesidad de ordenamiento que una crisis sanitaria global requiere. Por esto, la pandemia del siglo XXI es una invención de la globalización. Es una expansión del contagio a partir de individuos sin lazo común, es decir, sin salvaguardas institucionales que cohesionen y conformen de manera homogénea las acciones. La sociedad individualizada enseña así su verdadero carácter: los virus se esparcen porque los individuos carecen de contacto.

FOTOGRAFIA TOMADA POR FLOR HERNANDEZ

 

Virus y mundos virtuales

Las sociedades globales contemporáneas organizan sus índices y lógicas de riesgo a partir de la dimensión de las catástrofes. En su libro “Consecuencias de la modernidad”, Anthony Giddens evaluaba que el riesgo se sostenía en la inminencia de una catástrofe que nunca terminaba de llegar, pero es la catástrofe (ecológica, climática, viral, bacteriológica, etc.) lo que articula el carácter reflexivo de lo social.[10] Esta dimensión es propia de la globalización, y por eso se argumentó en este artículo que la pandemia por COVID-19 es parte de los procesos globales, que son políticos, sociales y económicos.

Es Jean Baudrillard quien definió correctamente esta situación y condición cuando se preocupó por el análisis de los “fenómenos extremos”:

“El orden secreto de la catástrofe es la afinidad de todos estos procesos entre sí y su homología con el conjunto del sistema. Así es el orden en el desorden (…) La ilusión de abolir los fenómenos extremos es total. Estos se harán cada vez más extremos a medida que nuestros sistemas se hagan más sofisticados. (…) La verdadera catástrofe, la catástrofe absoluta, sería la de la omnipresencia de todas las redes, la de la transparencia total de la información”.[11] 

La cuestión que se presenta es que la pandemia actual está acompañada por el carácter también viral de la información, y semejante exceso hace que resulte prácticamente imposible procesarla y ordenarla, dando lugar a un desorden del sistema. Esta viralización de información está en conjunto con un amplio repertorio de fakenews, que es el modo de introducir una afectación, un virus en las decisiones y medidas que los gobiernos asumen para enfrentar e informar los problemas que la pandemia provoca. Y por eso la verdadera catástrofe es la completa transparencia de la información que recibimos, porque cuando cualquier cosa puede ser verdadera, lo que se afecta es la comunidad de sentido a partir de la cual se procesan los conocimientos sobre fenómenos novedosos.

La viralización, entonces, no es simplemente un dato biológico sino propio de una comunidad política y en la globalización ello significa que lo que ocurre en cualquier parte también sucede encima de donde uno está situado. Esta es una impotencia de administración de lo viral, el virus (biológico o informático) circula porque no hay en las sociedades globales coordenadas de localización estables. Según lo expresó Bauman: “esta vivencia del poder sin territorio -la combinación, tan misteriosa como sobrecogedora, de lo etéreo con lo omnipotente, la ausencia de cuerpo físico y el poder de formar la realidad- queda registrada en el conocido elogio de la ‘nueva libertad’ corporizada en el ciberespacio sustentado en la electrónica”.[12]

Los gobiernos de Occidente en tal situación se proponen ejercicios de control, pero que no pueden cumplir ante los efectos dispersivos de una viralización. Porque así como hemos referido aquí a la desinstitucionalización y la individualización de la vida, lo que es notorio en este tiempo es que los Estados han cedido su capacidad de control racional de la sociedad, y puede afirmarse que se han encargado de desocializar. Las formas virtuales que se proponen para la actividad laboral en la pandemia son una muestra significativa de esto que se menciona: el teletrabajo, el consumo por internet y cualquier forma que limite el cuerpo vivo a la pantalla, no solamente relega lo sensorio, afectivo y emotivo de las prácticas sociales, sino que expone el efecto propio y contundente de lo viral. Los virus informáticos, las enfermedades virtuales son una pandemia todavía no registrada con seriedad por las voluntades políticas gubernamentales, pero que afectarán gravemente en tiempos venideros.

En estas circunstancias es que el individuo contactless se convierte él mismo en un dispositivo de control individualizante. Un individuo desprendido y desafectado de toda empatía con el otro, la conformación subjetiva de alguien sin contacto puede asumirse como facultado para denunciar en cualquiera una falta pero sin regulaciones estables y comunes, sino por indicación de su propia valoración moral. Y esto es virtualmente la creación de un nuevo virus, porque como dijimos algunos párrafos antes: hay diseminación viral porque en las sociedades globales del tiempo presente se carece de contacto.

 

Bibliografía:

  1. Baudrillard, Jean, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos, Barcelona, Anagrama, 1993.
  2. Bauman, Zygmunt, Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2012.
  3. Bauman, Zygmunt, La globalización. Consecuencias humanas, México, Fondo de Cultura Económica, 2017.
  4. Beck, Ulrich, La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Barcelona, Paidós, 2006.
  5. Giddens, Anthony, Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza, 1995.
  6. Mongin, Olivier, El miedo al vacío, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1993.
  7. Preciado, Paul B., “Una carta de amor en plena pandemia”, Página/12 (Suplemento Soy), Buenos Aires, 3 de abril de 2020. https://www.pagina12.com.ar/256540-paul-b-preciado-en-cuatentena-la-conjura-de-los-perdedores
  8. Touraine, Alain, Crítica de la modernidad, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000.
  9. Touraine, Alain, El fin de las sociedades, México, Fondo de Cultura Económica, 2016.

 

Notas

[1] Beck, Ulrich, La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Barcelona, Paidós, 2006.
[2] Cf. Touraine, Alain, Crítica de la modernidad, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000.
[3] Beck, Ulrich, op. cit. p. 12.
[4] Sobre lo impropio, la flexibilidad y la anomia del lazo social en la posmodernidad, se dan precisiones en mi libro Comunidad impropia. Estéticas posmodernas del lazo social, Buenos Aires, Letra viva, 2013.
[5] Bauman, Zygmunt, Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2012.
[6] Mongin, Olivier, El miedo al vacío, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 25.
[7] Preciado, Paul, “Una carta de amor en plena pandemia”, Página/12 (Suplemento Soy), Buenos Aires, 3 de abril de 2020. https://www.pagina12.com.ar/256540-paul-b-preciado-en-cuatentena-la-conjura-de-los-perdedores
[8] Touraine, Alain, El fin de las sociedades, México, Fondo de Cultura Económica, 2016.
[9] Touraine, Alain, El fin de las sociedades, op. cit.
[10] Giddens, Anthony, Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza, 1995.
[11] Baudrillard, Jean, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos, Barcelona, Anagrama, 1993, p. 75.
[12] Bauman, Zygmunt, La globalización. Consecuencias humanas, México, Fondo de Cultura Económica, 2017, p. 26.