Nereida es una mujer grande que hace mucho me saluda y sonríe sin cruzar palabra conmigo; la recuerdo en la fila de pacientes que sale a terapia, y en la que va al comedor. Nereida vive aquí en el hospital psiquiátrico, ese “vivir aquí” es literal como si detrás de estos muros no existiera nada, como si poco a poco al pasar del tiempo éste se hubiera detenido y lo de fuera careciera de existencia, circunscribiendo aquí su único mundo.