Resumen
Las reflexiones se aproximan a la experiencia de la maternidad ante el ejercicio del poder de los discursos. En este sentido, se interrogan las relaciones discursivas entre la producción de las subjetividades femeninas contemporáneas y la función de la maternidad. Ya que en el marco de la cultura contemporánea las exigencias generadas del cuerpo femenino ponen en entredicho la experiencia de la maternidad.
Palabras clave: maternidad, feminidad, poder, experiencia, subjetividades femeninas
Abstract
The reflections approach the experience of motherhood before the exercise of the power of discourses. In this sense, the discursive relations between the production of contemporary feminine subjectivities and the function of motherhood are questioned. Because of in the framework of contemporary culture the demands generated from the female body puts in between the experience of motherhood.
Keywords: motherhood, femininity, power, experience, female subjectivities
Tras la maternidad, hay una mujer
La maternidad se ha organizado a través de una suerte de naturaleza femenina. Las expresiones coloquiales así lo refieren. Así mismo, la producción de la subjetividad femenina se encuentra en un debate sobre las expectativas que las nuevas feminidades contraponen con la maternidad. Si bien, los discursos de los últimos años tienen como centro preferencial el cuerpo de mujer, los dispositivos actuales endurecen las consignas por las cuales una mujer ha de advenir femenina y, la maternidad, puede quedar embargada ante tales escrituras y mandatos. Más aún, las elaboraciones teóricas sobre el género, la feminización del cuerpo, la experiencia transgénero, los problemas biopolíticos, sobre la natalidad, la sexualidad, no han reflexionado aún las nuevas maternidades, si es que se pueden expresar así. Más aún, cuando la maternidad se encuentra atravesada por una espectralidad plagada de expectativas morales, religiosas, políticas y económicas, que elaboran una imagen embargada de la mujer que la hace posible.
En este sentido, las reflexiones se orientarán con una afirmación que puede parecer una obviedad: tras la maternidad se encuentra una mujer. No es la mujer de los distintos “ismos” que la ubican como objeto de reivindicación y estudio, sino la mujer que hace su historia en el pliegue del tiempo compartido, que busca nuevas escrituras de sentido ante el maremágnum de preceptos, disposiciones y exigencias ante las cuales sus prácticas cotidianas resisten, a veces con dificultad, otras con desesperanza, unas más con mucha tenacidad, pero las más de las ocasiones con una intensidad que interroga y cuestiona la validez de los discursos y las múltiples y diversas figuras del poder.
La posibilidad de ser mujer-madre la abordaré desde algunas consideraciones teóricas y clínicas del psicoanálisis, donde el concepto de fantasma se encuentra en el centro ausente de la subjetividad y acompaña la puesta en escena de la experiencia singular de vida, donde la comunidad es el escenario donde representa la producción fantasmática. En ese resto que ocupa la posición del fantasma en la construcción de la subjetividad ¿qué papel juega la maternidad en la construcción de la subjetividad —femenina— en el siglo XXI? ¿La maternidad podría operar como un fantasma?
Las diversas experiencias de vida cotidiana se encuentran organizadas por la efectividad de los discursos sociales, éstos organizan y dictan el uso y ocupación de los cuerpos en los espacios públicos, privados e íntimos. Discursos que aspiran anular la potencia del apropiarse del cuerpo, su anhelo es manipular la libertad de una decisión —y escisión— de un porvenir otro en el proyecto de la feminidad. Por ello, el itinerario está plagado de fantasmas, un recorrido espectral donde el horizonte se encuentra repleto de páramos. Si bien, los fantasmas habitan en su asedio, al estar en un lugar sin ocuparlo, “aprender a vivir con los fantasmas, en la entrevista, la compañía o el aprendizaje, en el comercio sin comercio con y de los fantasmas”[1] así, éstos nunca están presentes como tal; así, éstos no existan; así no sean; el espectro no re simplemente a lo visible-invisible que yo puedo ver, es alguien, acaso algo, que me mira sin reciprocidad posible, que condiciona o determina la experiencia de “lo femenino”, si acaso existiese.
Construcción de las subjetividades
Partamos de lo que el imaginario social mantiene vigente como un fenómeno de amplia extensión en casi todos los tiempos y culturas; se desea que el primer hijo sea varón, y recurramos a la organización del mundo “en masculino”, es decir la organización patriarcal que implica que el mundo es de y para hombres incluida la reproducción humana. Son únicamente los hombres los que deben ser reproducidos, ellos son los verdaderos existentes. Las mujeres, por su parte, son vistas como un medio necesario para que se cumpla el fin. Este hecho nos permite entender que la mujer, en tanto que madre, ha tenido que aprender la lengua patriarcal —la cultura— de ese modo serán las expresiones y comunicaciones dentro de aquella.
Entonces a través de la lengua materna que las niñas y niños internalizan los primeros estereotipos subjetivadores acerca de su sexo; y esto se materializa en las diferencias en el vocabulario, los diminutivos, entonación, con ellos hablarles y hablar de ellos se encuadra en términos femeninos y masculinos; por tanto nos encontramos con las descripciones que se dirigen a las niñas de manera general suenan como “bonitas, graciosas, menuditas o delicadas” y los niños “grandes, fuertes o voluntariosos”. Desde el nacimiento los estímulos verbales actúan como clasificadores de normatividades, que preparan el camino para las futuras funciones; es decir, regirán las subjetividades de quienes advendrán sujetos de la cultura, atravesado por los avatares del lenguaje.
Pasemos ahora a los cambios físicos de la pubertad: de manera general, ambos sexos advendrán en cambios drásticos, talla, peso, vello; sin embargo la niña como una característica extra, la menarquia, el hecho de la aparición de la sangre, del lugar que culturalmente ya tiene connotaciones de secreto, recibe la confirmación de su género: “ya eres toda una mujer”. Dicha frase acompaña un conjunto de eventos que se designan exclusivos, propios del género femenino: embarazo y maternidad. La experiencia con su menarquia en la pubertad, es uno de los eventos fundamentales dentro de la vida sexual femenina: abandono de la infancia y transición a la vida adulta. Un pliegue temporal donde el desquiciamiento se anuda en el cuerpo, la condensación que trastoca simbolizaciones de sentido contrapuesto adviene en un cuerpo joven con la capacidad de maternidad.[2] Ese acontecimiento en la vida de una niña, se mantiene en toda su vida fértil con una espectralidad que se desea y se teme. Con todo ello puede intuirse que sí ser mujer es convertirse en la presa del hombre, entonces la biología está al servicio del depredador, y del símbolo de la fertilidad pasará a la fecundidad por obligación.[3]
La maternidad como un aspecto privilegiado para hablar de feminidad
Venir al mundo —nacer— parece no ser suficiente para ocupar un lugar en el entramado social. No basta el cuerpo para estar en el mundo.[4] La fecundidad como función natural, diferente de la “cultura” de donde se asegura el varón, es decir lo natural que se expresa en las diferencias con el cuerpo femenino, consideración que permite controlarla, utilizarla, retocarla y explotarla;[5] es decir que por las funciones fisiológicas de la mujer, entiéndase por ellas, el ciclo menstrual, gestación, parto y lactancia; la colocan más cerca de la naturaleza, y anterior a la cultura. Aquello que la mujer puede tener diferente o demás en lo biológico, no la acerca a la naturaleza, sino que la aleja de ella. Si dar vida ha sido juzgado patriarcalmente inferior a arriesgar la vida es porque a las mujeres se les impidió desarrollar su conducta intencional sobre la posibilidad de su naturaleza; transliterándose a que es el deseo de paternidad tiene un privilegio de carácter cultural. Entonces, que el rango social se inviste del ser hombre al ser padre. Y en este apartado es importante citar el crimen de Medea, donde podemos entender que el crimen no reside en el asesinato de sus hijos, sino el desposeer a Jasón de la paternidad, su distintivo de ser social.
En la actualidad la mujer se encuentra entramada en una compleja red de normas y mandatos sociales que siguen sin modificarse; como su libertad sexual que excluye de la protección social frente al aborto, embarazo y maternidad, lo cual se evidencia con restricciones si los hechos mencionados resultan no ser productivos para la sociedad. Más aún, si se llega a ser madre sólo ella deberá de ocuparse de las funciones de la crianza ya que, si no lo hace, contravendrá a los saberes teóricos y postulados de los discursos organizadores de subjetividades, la medicina y psicología por mencionar algunos. Y, sin embargo, atreverse a eludir la maternidad, aunque signifique romper con estructuras rígidas e inamovibles, resulta en una modificación de las característica del ser-mujer en la sociedad actual, hecho al que los colectivos organizadores de los saberes se resisten, entre ellos la medicina y de las generaciones familiares que le anteceden; aceptar la maternidad no es un hecho casual que aparece repentinamente en la vida de la mujer, sino que es el fruto de la sugerencia, imposición y la ignorancia a la que los mismos profesionales, sujetos supuesto saber de las instituciones de salud, la orientan. Mientras que del lado familiar como un constructo que se gesta desde la infancia, no solo por las expectativas social-familiares, sino por la naturalización de los juegos, que genera un concepto de su rol social, es decir la imposición de la maternidad de la cual se está aún lejos de poder evaluar sus alcances y significados.
Sin olvidar la posición mediática, que difunde una imagen idealizada y distorsionada de la maternidad, que muestra gestantes estilizadas, hermosas y felices, rodeadas de confort y atenciones, imágenes que engloban una idealización no sólo de la figura femenina percibida por el patriarcado, sino de la familia misma. Dicho de otro modo, la sociedad de consumo impone la maternidad a la mujer, imposición que se realiza bajo el estímulo de la publicidad asociada a determinados productos o personajes idealizados. Es evidente que la sociedad exige a la mujer que sea madre, y no sólo eso, sino que debe serlo por las vías legales aceptadas: en el contexto de una familia constituida legalmente, ya que de otra manera será condenada, excluida, rechazada y se convierte en la victima de la misma estructura que la impulso a realizar lo que se le recrimina; y si no concibe suele ser considerada como una mujer frustrada. Ante semejante bombardeo que obtura la posibilidad de una feminidad otra ¿Una mujer que rechaza todas las posibilidades de la posición maternal, rechaza su feminidad?
El concepto de lo femenino y sus posibles problemáticas Lo femenino puede concebirse como un intento de resignificar, acerca de la experiencia del ser mujer, al convivir con el fantasma de los mandatos de maternidad; al ser la maternidad un ausente, que discute con el reconocimiento y aceptación de las mismas mujeres que coronan el acto de ser madre como el que consuma esta forma de “ser”. Desarrollar el entre, una fisura en el cuerpo del edificio, o incluso como una differance, fisura en la cual se disemine el control del estado sobre el cuerpo femenino, y con ello provocar una forma descentrada en los estatutos de los otros saberes y volverse hacia ella misma.
Recordemos las problemáticas más frecuentes: el discurso religioso acusa, que la mujer es el ser responsable de haber introducido el pecado en el mundo; los racionalistas indican que se carece de capacidad de raciocinio, y los científicos evolucionistas que el físico es inferior; con ello se equivale a decir que el acto de libertad del uso del cuerpo y las decisiones de las mujeres, es tan peligrosa para los hombres como la alfabetización del proletariado[6].
En consecuencia pensar lo femenino permite destacar su potencia deconstructiva, ya que la estrategia se inserta en el cuerpo de una palabra, para decirlo con Derrida, que es a través del cuerpo de un lenguaje que podemos dar cuenta de aquello que no está presente a sí mismo, es decir del cuerpo de una palabra que no pertenece al discurso, aquel discurso que ordena y legitima, de manera falogocéntrica. Martin Heidegger afirmó que el lenguaje es la casa donde habita el ser, y acerca de la femenino nos atañe la deconstrucción, en la medida en que aquel no se ajusta al discurso hegemónico, y sin embargo en su propio análisis habita en una suerte de pensamiento intempestivo que impide la apropiación de un mismo discurso falocéntrico: un posicionamiento otro que no enmarca, que no sea, que incluso se disemine; a través de las palabras que habitan el cuerpo femenino como espectros que moran como mandatos, actos que cercan identidades como márgenes regulados.
Por ello nuestras reflexiones tornan hacia a la deconstrucción desde las palabras que, como espectros, habitan en los cuerpos femeninos, y no sólo aprender a vivir con los fantasmas, así éstos nunca estén presentes como tal, así éstos no existan, así no sean; sino que la maternidad y su papel central en la construcción de subjetividades en tanto visible-invisible, que puedo ver como alguien que me mira sin reciprocidad posible, habitar el fantasma como lo que se disemina.
La maternidad irrumpe como un sistema que se autorregula para recibir un cuerpo externo, en la expresión de una hospitalidad radical, sin inmunidades xenófobas, ni tolerancias discursivas. La maternidad —en tanto experiencia— realiza un acontecimiento ético de manera radical al abrir lugar a la diferencia intempestiva, interruptora de sentidos, de proyectos de vida. Pues en la misma medida en que adviene una mayor diferencia, la maternidad más dispone una instancia que, constituye un lugar para la ajenidad, más aún, para la aceptación de otro que se presenta ajeno, extraño, en una indefensión inaudita. Tal vez sea eso la experiencia de la maternidad, aquella que da lugar a un sentido otro; por medio de la deconstrucción de lo femenino, no sin la presencia de la maternidad como un fantasma que en su encarnar las palabras en el cuerpo, la subjetividad femenina en el siglo XXI; como una apuesta singular emancipadora de los dispositivos que organizan los saberes y las identidades.
Bibliografía
- Anders, Günther, Hombres sin mundo: escritos sobre arte y literatura, Valencia, Pre-Textos, 2007.
- Beauvoir, Simone, El segundo sexo, Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
- Derrida, Jacques, El monolingüismo del otro o la prótesis del origen, Argentina, Manantial, 1997.
- ______________, El tiempo de una tesis: deconstrucción e implicaciones conceptuales, Barcelona, Proyecto A, 1997.
- ______________, Espectros de Marx, Madrid, Trotta, 1995.
- ______________, La escritura y la diferencia, Barcelona, Anthropos Edit. Del hombre, 1989.
- Dolto, Françoise, Sexualidad femenina: la libido genital y su destino femenino¸ Barcelona, Paidós, 1982.
- Federici, Silvia, Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Buenos Aires, Tinta Limón, 2011.
- Freud, Sigmund, “Sobre la sexualidad femenina” en Obras completas Tomo IV. Amorrortu, Argentina, 2012.
- _____________, “La feminidad” en: Obras completas Tomo XXII. Amorrortu, Argentina, 2012.
- Sau, Victoria, Ser mujer; el fin de una imagen tradicional, España, Icaria, 1993.
Notas
[1] Jacques Derrida, Espectros de Marx, p. 12.
[2] Simone Beauvoir, El segundo sexo, p. 24; Dolto, Françoise, Sexualidad femenina: la libido genital y su destino femenino¸ p. 17.
[3] Silvia Federici, Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria, pp. 163-175.
[4] Günther Anders, Hombres sin mundo: escritos sobre arte y literatura, 246 pp.
[5] Silvia Federici, Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria, ed., cit., p. 175.
[6] Mithu M. Sanyal, Vulva: la revelación del sexo invisible, pp. 16.