Cuando se conoce lo dulce de la libertad, jamás se olvida, y se lucha incansablemente por nunca dejarla de percibir, porque ella es la esencia del hombre; porque solamente el hombre se realiza plenamente cuando se es libre y en este movimiento, miles hemos sido libres ¡Verdaderamente libres!
Eduardo Valle, El Búho
Resumen
El presente artículo es una reflexión en torno a la tercera y última gran marcha del movimiento estudiantil de 1968 en México, conocida como “La marcha del silencio”. Describo sus antecedentes, causas, lo que significó, el alcance y sus consecuencias dentro del movimiento y para nuestra historia nacional.
Palabras clave: marcha, silencio, México, 1968, estudiantes, movimiento estudiantil.
Abstract
This article is a reflection on the third and last great march of the 1968 student movement in Mexico, known as “The March of Silence”. I describe its background, causes, what it meant, the scope and its consequences within the movement and for our national history.
Keywords: march, silence, Mexico, 1968, students, student movement.
De todo el movimiento estudiantil de 1968 en México, el punto culminante —de aquellas jornadas de movilización social— se encuentra en la marcha del silencio, como manifestación climática. Las calles céntricas de la Ciudad de México, aquel 13 de septiembre, atestiguaron el triunfo simbólico de la imaginación frente al poder, pues lo puso en jaque, lo acorraló, aunque también lo obligó a mostrar el lado más cruento y perverso de su rostro.
En esa misma marcha se pronunciará el discurso más emblemático del movimiento, el que mostró la esencia del 68. Las palabras pronunciadas por Eduardo Valle, El Búho, emanan de una sola idea: ejercer, vivir en y por la libertad.
Es también la manifestación que más se recuerda por su gesta colorida, originalidad, convocatoria masiva, la solidaridad del rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), aunque igual ha sido poco discutida desde su dimensión de legitimidad política, dicho de otra manera, desde la disputa de la legitimidad política frente al régimen autoritario.
Antecedentes y marcha
El 1 de septiembre de 1968, como cada año, el presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, presentaba su cuarto informe de gobierno, en el que pronunció algunas palabras amenazantes contra el movimiento estudiantil de aquel año. Una dura advertencia que el Consejo Nacional de Huelga (CNH) no podía ignorar. “Hemos sido tolerantes, hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite […] no quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario; lo que sea nuestro deber hacer, lo haremos, hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos.”[1]
A la par de esa amenaza camuflada de advertencia, los medios de comunicación en radio, televisión y la prensa habían aumentado su campaña de desprestigio contra los estudiantes movilizados, es decir, se empezaba a preparar el terreno de la represión brutal, del magnicidio. Hasta el día de hoy no se sabe exactamente cuando se planeó, pero su implementación sí, y es a partir del informe de gobierno, ya que la represión policiaca era común en esos días; los famosos levantones, detenciones, golpes, torturas, sobre todo desde la década de los cuarenta, pero realizar una masacre contra jóvenes, eso era otra cosa.
Los primeros incidentes que detonaron el movimiento se dieron desde el 22 de julio, cuando estudiantes de la preparatoria Isaac Ochoterena (escuela incorporada a la Universidad Nacional) se enfrentaron con los de las vocacionales 2 y 5 del Politécnico Nacional, producto de una riña deportiva, aunque es el 26 de julio el inicio del movimiento. Para el día del informe, se contaba ya con un mes de agitaciones, mientras que la fecha de inauguración de los Juegos Olímpicos se acercaba aún más, programada para el 12 de octubre.
Vino entonces la discusión en eternas asambleas del CNH con más de 12 horas de debate interno, sobre qué hacer ante esa amenaza gubernamental y el ataque de los medios de comunicación. No fue sencillo llegar a un acuerdo, pues había fracciones radicales que creían que marchar en silencio dejaba fuera las consignas así como el contenido político del movimiento, otros creían que era imposible lograrlo, dado el ímpetu de las marchas anteriores, y había también, un sector que veía en el silencio un acto claudicante. Después de una semana, con cuatro asambleas, se logró el acuerdo.
Fue convocada a las 4 pm en el Museo Nacional de Antropología e Historia rumbo al Zócalo. Raúl Álvarez Garín narra en su libro La estela de Tlatelolco que “En los primeros momentos, la asistencia parecía escasa. Pero en cuanto se empezó a avanzar se fueron incorporando miles de compañeros hasta constituir una columna impresionante […] Mucha gente la observó llorando, porque de una manera tranquila y plena de dignidad se hacía sentir la decisión de miles de estudiantes de no dejarse intimidar por las palabras amenazantes del presidente.”[2]
Eran casi las 5 pm y la asistencia era ínfima, no en balde, pues la del silencio, fue la marcha que el gobierno mexicano intentó persuadir con todo su empeño, tras una campaña con los padres de familia, en todos los medios de comunicación, con volantes anónimos que aventaban en helicópteros y dejaban debajo de las puertas. El Senado de la República se había pronunciado en apoyo total al Presidente. También se sabe que intentaron presionar al rector Javier Barros Sierra, a los directores de las escuelas de la UNAM y del Politécnico. Lo que parecía una convocatoria fallida, se convirtió en un suceso histórico sin precedentes. Con una hora de retraso, pero con el ánimo fuerte, empezó la tercera y última gran movilización de 1968.
La frase que encierra el ánimo, el sentido y la profundidad de la marcha es la que apareció en el desplegado firmado por el CNH, donde se convocaba al pueblo en general para acudir a la cita: “Ha llegado el día en que nuestro silencio será más elocuente que las palabras que ayer acallaron las bayonetas”.[3] Las imágenes de aquellos pasos —que retumbaban en las calles, según recuerdan quienes lo vivieron— han quedado grabadas en nuestra historia, en nuestro imaginario colectivo. Permanecen intactas después de medio siglo. En cámara lenta, entrelazados, amordazados, con la “v” de la victoria.
Los emblemas de esa marcha fueron principalmente figuras de nuestra historia nacional como Zapata, Villa, Morelos, para callar el rumor de que sólo eran jóvenes manipulados por intereses extranjeros; en silencio para desmentir que únicamente buscaban hacer disturbios; compactos, para demostrar que estaban bien organizados; con un volante que repartían a los curiosos para justificar su lucha, con los seis puntos de su pliego petitorio que en esencia era combatir el autoritarismo gubernamental. En el mitin del Zócalo, el Búho pronunció su célebre discurso:
“Estamos viendo una luz negada por muchos años, hay que cuidar que esta luz deslumbrándonos no nos ciegue. Porque si eso sucede, perderemos el paso, y este momento será el instante que nuestro enemigo aproveche para volver a amordazarnos y a poner cadenas. Pero algo no podrá lograr, las vendas quemadas no serán colocadas en nuestros ojos de nueva cuenta, porque algo importante hemos ganado; hemos ganado la conciencia de la acción, ahora discutimos cómo romper las cadenas, no si se pueden romper […] en estas condiciones, el Consejo Nacional de Huelga, tenía que resolver varios problemas con una acción principal, demostrar que estamos unidos, que nuestra conciencia de lucha no ha sido mellada […] demostrar intransigencia en los principios y flexibilidad en los métodos. Nuestro poder radica en la justicia de nuestras demandas […] somos consientes de que el poder gubernamental puede destruirnos usando sus tanques y soldados, pueden masacrar a los estudiantes y el pueblo, pero nunca, nunca podrán doblegarnos, nunca podrán convencernos de que vivir amordazados y de rodillas es el camino de nuestro pueblo”.[4]
Al término de la marcha hubo disturbios en el Museo de Antropología, destrucción de coches y otros desmanes, con la intención de responsabilizar a los estudiantes; sin embargo, la atención se centró en la imponente marcha y sus demandas. Las cifras de los manifestantes van desde 250 mil hasta 500 mil.
Consecuencias
El golpe había sido asestado, esa acción colectiva había desnudado al gobierno, lo había acorralado, dejado sin argumentos, sin poder detener la energía liberada, el hambre de libertad, ya sólo le quedaba un camino, desde su lógica autoritaria, reprimir, violentar para no volver a ser sorprendido como en las primeras seis semanas del movimiento, por eso el ejército toma Ciudad Universitaria el 18 de septiembre y el Casco de Santo Tomas (del Politécnico) el día 23, después de una épica resistencia estudiantil.
Es muy conocido lo que sucedió poco después en un mitin de Tlatelolco, el día dos de octubre. De un duro golpe traidor se detuvo al movimiento, pero el costo que pagó el Estado mexicano fue el inicio de su resquebrajamiento, que como pequeña fisura, aumentó la grieta hasta quebrar todo el régimen. Buena parte del discurso en su cuarto informe de gobierno, Díaz Ordaz lo dedicó a la legitimación del uso de la violencia por parte del Estado; sabía que en ello radicaba la justificación de la represión que ya había sido planeada desde las altas esferas del poder.
“Cuando el ejército mexicano interviene en labores de mantenimiento del orden interior, debe hacerse respetar y debe ser respetado, porque contiene las armas que la nación le confiere, porque lo hace cumpliendo funciones fundamentales, para las que fue creado […] ha demostrado ser un ejército, que se limita a mantener el orden sin excederse en las funciones constitucionales que tiene asignadas”.[5]
Los jóvenes de hace medio siglo salieron a las calles a disputar la política, a expropiar el espacio público secuestrado por una clase gobernante que trataba al pueblo como menor de edad. Había logrado controlar al sector campesino, obrero y popular, y hasta cierto punto, a los estudiantes, ya que cuando surge el Partido Nacional Revolucionario (PNR), las federaciones estudiantiles eran un contrapeso, pero en el transcurso de los años cuarenta fueron infiltradas y controladas, por eso, ya en los sesenta, federación de estudiantes era sinónimo de porros o grupos de choque, por lo que los estudiantes reinventaron formas de organización política, de donde surgen los comités de lucha de los sesenta.
El movimiento estudiantil de 1968 condensó el reclamo de muchos sectores que no habían podido encontrar un cauce. La ola libertaria mundial, llegó a las costas mexicanas con clamor de apertura política y democrática. Desde el inicio del movimiento los estudiantes marcaron el tempo político, el ritmo y la cadencia de la disputa social, con el factor sorpresa de su lado. A cada acto represivo o intento de control surgía una respuesta imaginativa y contundente, como la marcha del silencio, que, a mi parecer, es el momento cumbre del movimiento, el instante en que la imaginación derrota al poder.
Frente a la amenaza el silencio. Los estudiantes decidieron hacer mutis para ganar la narrativa, pues quien ostenta la razón no requiere gritar o amenazar para hacer valer su verdad. Los jóvenes revelaron la esquizofrenia nacional, ya que se vivía el milagro mexicano, con crecimiento económico, a cambio de libertades políticas.
En la ecuación entre el miedo y la esperanza, lo que se gana o se pierde es la política, pues ésta nos hace responsables y libres, responsables de nosotros mismos, del otro, del espacio compartido, del bien común, por lo tanto es también una carga, que únicamente se aligera cuando media la conciencia para soportar su peso. De ahí que, para volver a secuestrar la política, el régimen necesitaba restaurar el miedo que había sido vencido por el enamoramiento colectivo.
Nunca sabremos el desenlace del movimiento de haber existido el diálogo público. El régimen estaba impedido para que ello hubiese sido posible, dada su naturaleza autoritaria; sin embargo, el momento más oportuno para realizarlo, en definitiva, habría sido posterior a la marcha del silencio, pues la correlación de fuerzas se ubicaba en su punto más álgido en favor de los manifestantes.
Sólo dos meses duró el movimiento, pero como bien se dice, hay días, semanas, meses que condensan años, momentos que nunca te abandonan, y al igual que instantes únicos en la vida personal, son aquellos a los que uno abreva siempre para nunca dejar de aprender, como la apuesta de aquellos jóvenes por el silencio, que logró poblar el olvido de dignidad; imagen viva que perdura hasta hoy, después de medio siglo.
Bibliografía
- Álvarez Garín, Raúl, La estela de Tlatelolco, México, Grijalbo, 1998.
- Ramírez, Ramón, El movimiento estudiantil de México. Julio-diciembre de 1968, Méico, Era, 1969.
Documental
- El Grito, México 1968, (1968), Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Notas
[1] El Grito, ed. cit.
[2] Álvarez, La estela de Tlatelolco, ed. cit., p. 68.
[3] Ramírez, El movimiento estudiantil de México, ed. cit., p. 83.
[4] El Grito, ed. cit.
[5] Ibidem.