HEATH LEDGER
Resumen
La filosofía y el arte pretenden no ocuparse de trivialidades, y mucho menos ser consideradas como tales. Sin embargo, si se presta atención a lo que la palabra trivial todavía puede decirnos, así como a una somera revisión de lo que ha significado en la historia de la filosofía y el arte, resulta que no solamente la trivialidad no designa algo sin importancia, o mejor dicho, que la falta de importancia, de sustancialidad, merece toda nuestra atención. En realidad, la trivialidad designa un estado de cosas que bien puede reportar, y lo ha hecho antes, una posible salida, un espectro nuevo de posibilidades.
Palabras clave: insustancial, insignificante, trívium, retórica, bufón, sofistas.
Abstract
Trivial is commonly used to designate what is unimportant and does not deserve the slightest consideration and attention. Philosophy and art pretend not to deal with trivialities, much less be considered as such. However, if attention is paid to what the trivial word can still tell us, as well as to a brief review of what it has meant in the history of philosophy and art, it turns out that not only triviality does not designate something unimportant, or rather, that the lack of importance, of substantiality, deserves our full attention. In reality, triviality designates a state of affairs that may well report, and has done so before, a possible exit, a new spectrum of possibilities.
Keywords: insubstantial, insignificant, trivium, rhetoric, buffoon, sophists.
Trivial, generalmente, es entendido como sinónimo de baladí, fútil, nimio, banal, pueril, insustancial, insignificante, y aún más palabras por el estilo. Es lo que carece de importancia, a lo que no vale la pena prestar la más mínima atención. Lo no artístico, lo no serio, lo no filosófico. Independientemente de cómo vino a significar esto, las dos últimas entradas de la primera definición —insustancial e insignificante— describen problemas de un espectro mucho más amplio de lo que podría parecer. Aquello que no tiene sustancia —o que posee la cualidad de disolverla— al igual que aquello que se resiste o borra todo significado, describen de manera perfecta situaciones que han atravesado, al menos, una buena parte de la filosofía del siglo pasado. El nihilismo niezstcheano, al mismo tiempo que se convirtió en bandera del anticristo, proponía, en el mejor de los casos, una fundamentación ontológica desde el abismo. El vacío, para Nieztsche, es el único “fundamento” real de los valores esenciales de occidente, como belleza o verdad. En este sentido, todo valor es insustancial, una oportunidad para crear un nuevo valor, al mismo tiempo que una inversión (Umwertung), una insustancialización, de todos los valores. “Un fantasma recorre Europa: el nihilismo”, advierte Nietzsche premonitoriamente.[1] El cual implica, al menos parcialmente, considerar lo que de insustancial, paradójicamente, tienen nuestras instituciones, así como los valores sobre las cuales las edificamos. Por su parte, de mano de la crítica de Wittgenstein, entre otros, la noción misma de significado sufrió ineludibles reveses. La lógica misma —único de los pocos inviolables bastiones detrás de los cuales cualquier filosofía encontraba resguardo— también fue sacudida, obligada a replantearse sus alcances. En el mejor de los casos, en el lenguaje, dirá Wittgenstein, es mejor hablar de juegos, de usos particulares de palabras que funcionan en un ambiente determinado. Poco importa si tienen o no un significado. Significado es uso,[2] y el uso es siempre múltiple, indefinido. Insignificante, por lo tanto, designa, a todo lenguaje, que designa todo y nada a la vez. Pero lo insustancial y lo insignificante —sinónimos de lo trivial— no son problemas exclusivos de la filosofía, sino que pueden —y quizá deben— aplicarse también al mundo del arte. ¿No es casi un lugar común, casi una parodia ya, decir que el arte se ha vuelto insustancial e insignificante, esto es, trivial?
Aunque la crítica puede avanzar de una forma muy similar a la filosofía, en el arte, me parece, es posible entender lo trivial de otras maneras, apreciar y rescatar, por decirlo así, el saldo positivo de lo trivial. El trívium, junto al quadrivium, está en el corazón de lo que todavía entendemos por bellas artes. Jaeger, por ejemplo, afirma:
En unión a la gramática, y de la dialéctica, la retórica se convirtió en el fundamento de la formación formal del mundo occidental. Constituyeron juntas, desde los últimos tiempos de la Antigüedad, el llamado trívium, que juntamente con el quadrivium, constituían las siete artes liberales que sobrevivieron en esta forma escolar a todo el esplendor del arte y la cultura griegos.[3]
TOMADA DE BLOGSPOT
En lo que respecta al trívium, Jaeger enfatiza la relevancia que jugó la retórica para su composición y trascendencia. A decir de Jaeger, la retórica es la aportación más importante que hizo el movimiento sofista a la historia de la civilización occidental. Fuertemente criticados por la filosofía, ignorados por la historia de las ideas, los sofistas representaron —y posiblemente representan— un movimiento que no sólo rivalizó con Platón, sino que caló con igual o mayor incidencia que la filosofía en los siglos por venir. Si la fuerza de la filosofía radicaba en su riguroso uso de la dialéctica y en su compromiso con la verdad; la sofística, por su parte, apostó por un uso del lenguaje mucho más libre, donde todas las licencias tenían cabida si podían convencer a un oponente. El hecho de que la retórica remate la pirámide del trívium es harto significativo, como si la gramática y la dialéctica no estuvieran realmente completas, no se bastaran a sí mismas, y tuvieran, a su vez, que recurrir a toda clase de tretas y artimañas, para lograr su cometido, esto es, convencer, llegar a la siguiente generación, prolongarse en el tiempo. En la última comedia de Aristófanes, por ejemplo, se puede leer una terrorífica sentencia: “No me convencerás aunque me convenzas”.[4] De poco, muy poco, sirve una cultura que no se transmite. Pero para lograr esto, por decirlo así, la cultura —el arte y la filosofía en este caso— tienen que incluir elementos política, e intelectualmente, cuestionables. El arte y la filosofía tienen que liberarse de las estrechas, pero poderosas, cadenas de la lógica y la dialéctica, tomar riesgos, ensayar pensamientos, sofismas, paralogismos, hipótesis, falacias, ejercitarse en la mentira, para abrir camino. El arte sería siempre el mismo arte —anhelo que quizá todavía algunos alberguen— si no estuviera abierto a posicionamientos ilógicos, sofísticos, extravagantes, chocarreros. ¿Es posible pensar al arte, precisamente hoy, al margen de todo lo que de una u otra forma ha sido visto en su momento como una vil payasada? ¿Qué nos quedaría del arte si le amputásemos su cualidad de, en cada caso, no seguir una regla, doblarla, ridiculizarla o romperla?
Por otra parte, trivial también puede referirse a la división de un camino en tres, y al punto en donde concurren, esto es, la encrucijada. Todo lo que nace de este punto, del trivio, es en sentido estricto algo trivial. Decir que el arte está hoy en una encrucijada —pero en donde ahora se cruzan miles de caminos, voces, perspectivas y obras— no parece algo fuera de lugar. Además de que, precisamente de esas encrucijadas, es de donde comúnmente nos llega un auténtico torrente de inspiración, de ideas para ensayar, si bien no algo nuevo, al menos distinto. Lo trivial, en este caso, puede enlazar no sólo con el sofisma, sino también con el bufón. Dice Peter Berger:
En la civilización occidental, los orígenes del bufón se remontan a la antigüedad clásica, en particular al culto dionisíaco y su posterior adaptación romana […]. Sus raíces más próximas se encuentran en la Edad Media, concretamente en los diversos tipos de “población itinerante” (fahrendes Volk en alemán)[5] que llenó los caminos de Europa durante siglos. Eran un colectivo variopinto: peregrinos, predicadores, estudiosos, juglares, bandidos, pero también toda clase de animadores: músicos, malabaristas, acróbatas. El bufón medieval era una amalgama de todos ellos.[6]
Para el que investiga los orígenes de lo cómico, pero también para el historiador y teórico del arte, resulta en extremo sugerente que durante la Edad Media existía un continuo torrente de vida y creatividad vagabundeando por los caminos de Europa. No es el centro ni la periferia, sino precisamente ese trívium, esa encrucijada donde los caminos más dispares coinciden, donde las disciplinas se confunden, relajan u olvidan, en donde se gestan movimientos tan ricos y complejos como el Renacimiento, la comedia del arte, el vaudeville —voz de villa— que representan, al menos, canteras que de continuo nutren las venas del arte. Ya sea que desestanquen las tediosas e infértiles aguas de la rutina artística, o bien, que saturen las débiles venas de una práctica artística —y de un pensamiento sobre el arte— y las hagan expandirse hasta casi reventar, en un movimiento febril de sístole y diástole; en el trívium —tres vías, tres venas— es en donde se juega a cada momento el destino del arte. En efecto, hay caos. Pero a partir de ese caos todavía es posible que se configuren nuevas y desafiantes propuestas artísticas. Nada tan peligroso como expulsar lo trivial del ámbito artístico. En el peor de los casos, si el caos no reditúa en la configuración de una nueva corriente o de un caso ejemplar, nos queda más de una buena broma. Y no es poca cosa.
Bibliografía
- Aristófanes. Comedias III Lisistrata, Tesmoforiantes, Ranas, Asamblea De Las Mujeres.
- Berger, Peter, Risa redentora. la dimensión cómica de la existencia humana, Kairos, Barcelona, 1999.
- Jaeger, Werner, Paideia: los ideales de la cultura griega, Fondo de Cultura Económica, México, 2016.
- Nietzsche, Friedrich, La voluntad de poder, EDAF, Madrid, 2000.
- PLUTO, GREDOS, Madrid, 2007.
- Wittgenstein, Ludwig, Investigaciones filosóficas, UNAM, México, 2003.
Notas
[1] Y haciendo también eco —si no parodia— de las palabras del Manifiesto del Partido Comunista: “Un fantasma recorre Europa. El fantasma del comunismo”. Nietzsche, Friedrich, La voluntad de poder, ed. cit., p. 10.
[2] Witgenstein, Ludwig, Investigaciones filosóficas, ed. cit., §43, p. 61.
[3] Jaeger, Werner, Paideia: Los ideales de la cultura griega, ed. cit., p. 289.
[4] Aristófanes. Comedias III. Lisistrata, Tesmoforiantes, Ranas, Asamblea De Las Mujeres.
[5] Pueblo que viaja, que se desplaza. Pueblo en diáspora también podría ensayarse como una cercana traducción. Berger, Peter, Risa Redentora. La dimensión cómica de la existencia humana, ed. cit., p. 134.