Sobre el individuo y el problema de la globalización
Resumen
El siguiente trabajo apunta a armonizar dos visiones que en principio parecen distantes, pero que resultan fundamentales para entender un fenómeno de nuestra era: el individuo y su relación con la cascada de información que implica la vida en globalización. Para este propósito, el texto explora la visión de Edgar Allan Poe, en su obra La caída de la casa Usher, y lo pone en relación con el libro ¿Cuánta globalización podemos soportar?, del filósofo contemporáneo, Rüdiger Safranski. Ambos escritores develan el actual estado de nuestra era. Las visiones que proponemos expresan que la vida en globalización podría llevarnos a una catástrofe, y supone una reducción del espacio habitable del individuo, algo que podría someterlo hasta borrarlo por completo.
Palabras clave: Globalización, individuo, información, libertad, Poe
Abstract
This essay aims to harmonize two visions that seems distant, but that in-depth review points to a fundamental problem for our time: the individual and his relationship with the overlord of information that comes with living in globalization. For this purpose, the text explores the vision of Edgar Allan Poe in his story The fall of the house of Usher and puts it in relation with the book How much globalization can we bear? by the contemporary philosopher, Rüdiger Safranski. Both writers revel the current state of our time. Visions reviewed here reported that life in globalization can lead to catastrophe and cause a reduction of living space that will eventually wipe us out as individuals.
Keywords: Globalization, individual, information, freedom, Poe
…al acercarse la sombra de la noche, me encontré a la vista de la melancólica Casa Usher.[1]
Edgar Allan Poe
En el año de 1839 Edgar Allan Poe publica La caída de la casa Usher en una pequeña revista literaria. En ese entonces Poe es un hombre gris, entregado al vicio y a la oscuridad. Su vida transcurre entre cantinas y excesos; balbucea por las calles, fracasa en todo lo que emprende, es, en verdad, un poeta maldito. En sus momentos de lucidez escribe relatos que le proporcionarían cierto prestigio, pero que en general lo harían parecer aún más oscuro ante sus contemporáneos. Muere en el olvido afectado de un grave padecimiento cerebral luego de una noche de excesos. Los relatos de Edgar Allan Poe exploran el terror, ese impulso desolador que surge de lo oscuro. Su obra deja entrever que esta fuerza es superior la conciencia, y nos sugiere que detrás de cada puerta que se abre aparece el horror en su forma más pura. Desde la perspectiva de Poe, el horror se vehicula a través de los sentidos.
En sus cuentos, el oído se agudiza para percibir el miedo, el ojo entrevé en la tiniebla para detectar la muerte, el olfato despierta para aspirar el olor del misterio, las manos encuentran las formas de la desolación en todo lo que tocan. Según Poe, si los sentidos se abren es sólo para enfrentarse al terror. Entiende al hombre de su tiempo como un ser desprotegido y condenado a experimentar los horrores de la existencia, mismos que parten de un principio de maldad que yace y se afirma en lo oscuro, desde donde se despliegan lentamente hasta trastornar nuestra relación con el exterior. Los protagonistas de sus cuentos son observadores e inteligentes, dueños de una notable capacidad deductiva. Sus personajes sugieren que si los sentidos se abren es sólo para terminar experimentando a un final de histeria y enfermedad.
Esto convierte a Poe en lo que Nietzsche definiría como un hombre póstumo: “A los hombres póstumos, —como yo, por ejemplo— se les entiende peor que a los hijos de su tiempo, pero se les oye mejor. Dicho con más rigor: no se nos comprende nunca; y en eso radica nuestra autoridad”.[2] Poe, el incompresible para sus contemporáneos, tiene la autoridad de hablar de y desde lo oscuro. Esta cualidad lo convierte un profeta, un tipo de profeta muy particular: el profeta de la hiperestimulación de los sentidos. Igual que la mayoría de los visionarios, muere en soledad mientras un grito de locura quema sus entrañas. Es, en efecto, un hombre póstumo.
Rüdiger Safranski nace casi un siglo después de la publicación de La caída de la casa Usher. Desde joven es un reconocido personaje en el ámbito del pensamiento actual. Rápidamente obtiene notoriedad en el campo de la filosofía. Destaca como filósofo y también como biógrafo de grandes filósofos. Escribe brillantemente y sus libros son estudiados en universidades y congresos. Desde el año 2001 es miembro de la Academia Alemana de la Lengua y Poesía; conduce además programas de Filosofía en distintos medios audiovisuales junto al filósofo Peter Sloterdijk. Los destinos de Poe y de Safranski no podían ser más distintos: uno vivió y murió en el nebuloso olvido, el otro es actualmente uno de los pensadores más reconocidos de Europa. Poe le canta a la oscuridad, Safranski busca esclarecer el pensamiento del hombre. ¿En qué punto se encuentran las ideas de estos dos hombres? ¿dónde se toca y se entrecruza el pensamiento de dos seres de distintas épocas y con visiones en apariencia tan distantes?
Casi ciento cincuenta años después de la publicación de La caída de la casa Usher, Rüdiger Safranski publica su libro ¿Cuánta globalización podemos soportar? (Ed. Tusquets, Barcelona, España, 2004). En este libro, el filósofo alemán se plantea la globalización como problema, y encamina sus investigaciones hacia la pregunta por el individuo en un mundo en donde la incontrolable marea de información reduce nuestro espacio vital. Desde el punto de vista del filósofo, el individuo corre el peligro de caer devastado ante la magnitud del problema que le plantea nuestro presente. En La caída de la casa de Usher, escrito, como mencioné, más de un siglo antes, está ya presente el fenómeno y el diagnóstico que describe Safranski en su libro. Esto es una muestra de cuan clarividente y profética es la obra de Poe, que parece describir nuestro tiempo desde su tiempo, con la misma precisión que el acertado diagnóstico del filósofo. La caída de la casa Usher puede entenderse, desde mi punto de vista, como una premonición del hombre en globalización, y, asimismo, puede interpretarse como una visión privilegiada de un fenómeno que padecemos hoy día. Desde el inicio del relato, Poe muestra vivamente la turbación que se produce en un hombre expuesto a una súbita hipersensibilización de los sentidos. Las primeras frases nos dirigen directamente al centro del problema: “Un día de otoño triste, oscuro y silencioso, cuando las nubes colgaban bajas y pesadas en el cielo, crucé solo a caballo una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al acercarse la sombra de la noche, me encontré a la vista de la melancólica Casa Usher. No sé cómo fue, pero, a la primera mirada que eché al edificio, un sentimiento de insoportable tristeza invadió mi espíritu. Digo insoportable, porque no lo aliviaba ninguno de esos sentimientos semiagradables, por ser poéticos, con los que recibe el espíritu incluso las más adustas imágenes naturales de lo desolado o lo terrible.”[3] En esta escena, descrita con el delicioso y sombrío estilo de Poe, asistimos a una primera revelación: las imágenes son presentadas como “insoportables”. La escena explora melancólicamente en el instante dado y explica que los símbolos se precipitan como una marea ante el protagonista. Nos queda la impresión de que la primera mirada has sido devastadora.
Al leer el párrafo uno percibe que el espíritu del viajero no se encuentra listo a recibir los estímulos que caen sobre él. El escritor tiene el acierto de representar puntualmente la atmósfera en la que se instala la escena. La casa le parece imponente y lúgubre, todo está impregnado de acabamiento. La mansión misma presenta una estampa mortecina. Las ventanas de la casa le parecen “ojos vacíos” y los árboles a su alrededor son descritos como “agotados por una fuerte depresión de ánimo”[4]. Nuestro protagonista se ve repentinamente sometido a una intensa precipitación de estímulos que lo arrollan, y que, a todas luces, no está preparado para recibir. O, para decirlo con términos actuales, el protagonista se ve expuesto repentinamente a una sobrecarga de información. En un principio el autor atribuye esta incomodidad a la configuración específica de los elementos de la escena: “…yo no podía luchar con los sombríos pensamientos que se agolpaban en mi mente mientras reflexionaba. Me vi obligado a recurrir a la conclusión insatisfactoria de que mientras hay, fuera de toda duda, combinaciones de simples objetos naturales que tienen el poder de afectarnos de esta forma, el análisis de semejante poder se encuentra entre las consideraciones que están más allá de nuestro alcance. Era posible, pensé, que una simple disposición distinta de los elementos de la escena, de los pormenores del cuadro, fuera suficiente para modificar o quizá anular su poder de impresión dolorosa.”[5] Sin embargo, no es solamente la disposición de los elementos de la escena lo que genera la extrema incomodidad del protagonista. Poco a poco iremos descubriendo que es la sobrecarga de estímulos y la potencia de estos lo que engendra la inquietud y la futura histeria de los personajes del relato.
En este segmento de la narración apreciamos nítidamente el carácter premonitorio en el espíritu de este cuento, cuyo tema sugiere, como lo hemos mencionando, la fragilidad del individuo ante a una desmesurada aparición de estímulos. Éstas mismas preocupaciones aparecen en las páginas de ¿Cuánta globalización podemos soportar?
Safranski se propone realizar un diagnóstico de nuestra sociedad en relación con la cantidad de información que emana de la vida en globalización. En el capítulo denominado: “El individuo y su sistema inmunológico”, Safranski muestra una latente preocupación por la salud espiritual del individuo. Su interés es hacernos reflexionar sobre lo que representa vivir en la atmósfera global. El filósofo se da a la tarea de describir este fenómeno y plantea un recorrido filosófico-histórico por el tema de la configuración propia del individuo en occidente hasta llegar a nuestro tiempo; para posteriormente llevarnos a analizar la sobrecarga de información que padecemos hoy día, misma que genera un estado de incomodidad, inoperancia e histeria. A Safranski le preocupa el individuo, y atinadamente lo define como aquel que se da límites y contornos; que además se configura en libertad, y desde ahí tiene la posibilidad de crearse y recrearse. “Todo individuo produce una nueva figura en particular, a través de la que se enriquece el concepto de humanidad. Semejante individuo se apoya en la libertad como presupuesto, pero deja indeterminado el para qué de la libertad”. La libertad es creadora, y el individuo quiere conservar las condiciones para que siga siéndolo.”[6] Estos dos ejes son la línea conductora del capítulo. Safranski plantea que el individuo, para ser considerado como tal, debe darse una forma y un contorno que operen efectivamente como barrera protectora. La autenticidad y eficiencia de este fenómeno depende de la libertad con la que el individuo logre configurarse. Pero, ¿de qué manera amenaza la gran sobrecarga de información que se deriva del mundo que padece los efectos de la globalización, a estos dos pilares de la configuración del individuo? ¿desgasta esta sobrecarga tanto los límites del individuo, como a la libertad del mismo? Veámoslo ahora en la premonición de Poe y exploremos esto a la luz de Safranski.
En una parte particularmente importante del relato, Poe introduce a un personaje fascinante y terrible a un tiempo: el inestable Roderick Usher. Roderick es el dueño de la mansión Usher. Según el relato, Usher es un hombre que procede de una familia notable y prominente que le ha procurado una alta educación. Roderick Usher y Poe habían sido compañeros de juventud. Sabemos que Roderick tiene a su disposición múltiples recursos y que vive una vida misteriosamente oscura en el recogimiento; rara vez abandona su casa y casi nunca se aleja de las inmediaciones de la mansión. Poe nos informa que su visita responde a una carta en la cual Usher explica a su amigo que desea verle ya que le aqueja una extraña enfermedad. Poe, movido por la compasión y la curiosidad accede a visitarlo.
La descripción de Usher, como es común en la narrativa de Poe, es sumamente perturbadora: “¡Posiblemente ningún hombre había cambiado tan terriblemente en tan poco tiempo como Roderick Usher! A duras penas pude admitir la identidad del cadavérico ser que tenía ante mí con la del compañero de juventud.”[7] “[…] Y ahora la simple exageración del carácter predominante de estas facciones y de su expresión habitual revelaban un cambio tan grande, que llegué a dudar de la persona con la que estaba hablando. Y la palidez espectral de la piel, el brillo milagroso de los ojos destacó sobre todo lo demás, e incluso me aterraron.” “El fino cabello, además, había crecido descuidadamente y, como en su desordenada textura de telaraña flotaba en lugar de caer a los lados de la cara, me era imposible, incluso haciendo un esfuerzo, relacionar su enmarañada apariencia con una idea de simple humanidad.” [8] Usher se encuentra visiblemente deteriorado. Ha cambiado. Poe difícilmente lo reconoce, lo compara con un cadáver, es decir con aquello sin vida que ha roto sus relaciones con el exterior. Sus facciones están maltratadas, su presencia es aterradora, su imagen es la de un hombre fantasmal y descuidado. Usher es la representación de un hombre acabado, de un hombre sometido y devastado por una fuerza superior. Es obvio que padece una enfermedad, que algo le destruye.
Es importante resaltar que Poe pondera negativamente el estado de salud de Usher, lo describe como disminuido, explicando con esto que su individualidad se ha ido degenerando al grado de caer en el aterrador estado de un espectro. Usher se ha diluido hasta casi desaparecer, descripción que se ajusta a la definición de fantasma según el magnífico James Joyce: “¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres.”[9] Esto es lo que realmente intimida al narrador, el desvanecimiento de la imagen y la persona de Usher, la pérdida de lo humano en su amigo, la disgregación de la fuerza vital que dota al hombre del impulso de actuar; ese halo indefinible que nos hacer accionar en la vida, que dirige nuestra voluntad y nos conecta con el mundo. Esto es lo que Usher ha perdido y lo ha situado en la terrible condición de lo fantasmal, de lo inoperante. Poe, como buen observador, hace un examen de la situación emocional de su amigo: “En el comportamiento de mi amigo me impresionó encontrar incoherencia, inconsistencia, y pronto descubrí que era motivado por una serie de débiles e inútiles esfuerzos por sobreponerse a una habitual ansiedad, a una excesiva agitación nerviosa.”[10]
Sin embargo, ¿cuál es la causa de este estado de agitación nerviosa que gradualmente va borrando Usher y lo sumerge en el miedo y en el descontrol? ¿Qué es lo que ocurre dentro de él que no lo deja operar, que lo desvincula y por ende deteriora su relación con el mundo? Naturalmente hay algo en el sistema inmunológico de Usher que no logra contener el avance de una enfermedad. Hay algo superior a sus fuerzas que lo tiene en semejante estado de postración y desasosiego. El mismo Poe nos da la respuesta un poco más adelante: “Así me habló del objeto de mi visita, de su sincero deseo de verme y del consuelo que esperaba recibir. Abordó con bastantes detalles la naturaleza de su enfermedad. Era, dijo, un mal constitucional y familiar, para el cual desesperaba de encontrar remedio; una simple afección nerviosa, añadió inmediatamente, que sin duda pasaría pronto. Se manifestaba en una multitud de sensaciones anormales. Algunas de éstas, cuando las detalló, me interesaron y me confundieron, aunque quizás influyeran los términos que empleó y el estilo general de su relato. Sufría él mucho de una agudeza morbosa de los sentidos; […] los olores de todas las flores le resultaban opresivos; hasta la luz más débil torturaba sus ojos; y sólo pocos sonidos peculiares, y éstos de instrumentos de cuerda, no le inspiraban horror. Vi que era un esclavo sometido a una suerte anormal de terror.”[11]
«Moriré dijo, tengo que morir de esta deplorable locura. Así, así y no de otra manera me perderé. Temo los acontecimientos del futuro, y no por sí mismos, sino por sus resultados. Tiemblo cuando pienso en un incidente, incluso el más trivial, que puede actuar sobre esta intolerable agitación. No aborrezco el peligro, a no ser por su efecto absoluto: el terror. En este desaliento, en este lamentable estado, siento que más tarde o más temprano llegará el momento en que tenga que abandonar vida y razón a la vez, en alguna lucha con el siniestro fantasma: el miedo» [12]
Roderick Usher sufre de una enfermedad extrañísima. Poe la define como “Agudeza morbosa de los sentidos” es decir, se manifiesta en él una sensibilidad en su grado más alto, una hipersensibilidad. Nuestro personaje siente que el mundo se precipita sobre él; los sonidos, los rumores, las voces de la gente, el estruendo de la lluvia, la risa de los borrachos, el paso de los viajeros en las sendas ruinosas del bosque, el cabalgar lejano de los jinetes. Todo llega a él con una fuerza ciega e insoportable. Usher esta consciente de su mal, sabe que cualquier incidente, por más mínimo que sea, llegará hasta su ámbito y tendrá el poder de afectar su estado, de influir en su ahora. La sobrecarga de estímulos es superior a su capacidad para recibirlos y darles salida; se siente sofocado, asfixiado por una gran ola de sensaciones que recibe del mundo exterior, agitado espiritualmente y, en última instancia, devastado. Usher se encuentra sometido a un notorio estado de pánico y nerviosismo crónico que lo reducen y reducen su capacidad de habitar su aquí y su ahora. Roderick Usher se encuentra sobre estimulado, el mundo le llega en una estampida contra la cual no tiene defensa.
Poe nos pronuncia desde el siglo XIX en una suerte de presagio de la histeria colectiva que experimentamos hoy día. Su clarividencia es admirable. La profecía inconsciente del escritor y poeta Edgar Allan Poe se corresponde con precisión al diagnóstico del filósofo Rüdiger Safranski. No es casual, ambos hablan del mismo hombre, Poe desde la intuición poética, Safranski desde la conciencia de sus diagnósticos. Ambos describen a un tipo de hombre que se ve acosado por una cantidad arrolladora de estímulos que deterioran gradualmente su sistema inmunológico.
Safranski inscribe su pensamiento en esta línea. Su preocupación latente es la conformación del individuo en relación con los efectos de la globalización. El filósofo parte de la idea de que para ser individuo “Hay que darse una forma y un contorno, o sea, hay que trazar unos límites“[13]. Para Safranski la individualidad es un bien que se debe defender conscientemente: “La individualidad garantiza que la diversidad humana además de ser un hecho efectivo es también un bien, una riqueza que debe conquistarse. No sólo se supone que haya individuos, se exige además que haya individualidad”[14]. Según su exposición, el individuo se constituye de límites que fijan un contorno, estos límites son fundamentales para que la individualidad opere en el mundo desde la voluntad y la conciencia de sí mismo. Estos presupuestos se formulan desde la libertad indestructible de ser y de actuar, esa libertad manifiesta y activa que le da al individuo la posibilidad de hacerse y rehacerse de acuerdo a sus deseos, que es desde donde se enriquecerá el concepto de humanidad: “[…] el individuo, para llegar a ser él mismo un todo, y no uno en el todo en el cual se pueda disolver, necesita de una fuerza para lograr una delimitación propia.”[15] ¿A dónde nos dirige Safranski con esta exposición de juego de límites, fuerzas y contornos? La respuesta del filósofo es contundente: el individuo debe limitarse, configurarse y operar en libertad para poder hacer algo de sí mismo, es decir, para procurarse un proyecto de auto realización; en otras palabras, para crear y tener derecho a crearse y recrearse. La función de los límites y los contornos, según Safranski, es la de la delimitación propia del hombre. Los límites deben establecerse para que actúen como protección, como barreras inmunizantes contra los impulsos avasalladores que atentan contra la configuración creadora y constitutiva del hombre. La intensidad y la cantidad desmesurada de estímulos y la falta de filtros o barreras para contenerlos ponen en peligro la constitución elemental del individuo y hoy día amenazan su conformación propia, merced de los mecanismos en los que se sustenta la globalización. [16]
Safranski describe lo que Poe sueña. Roderick Usher es el hombre presa de los impulsos avasalladores que han penetrado en su mundo y han llegado ya a deshacer sus contornos. Usher representa la premonición del peligro que detecta Safranski. En nuestro personaje, el individuo es afectado por una enloquecida marea que llegan hasta su ámbito más intimo, en el cual no existe una barrera o límite que lo proteja de la embestida fatal de las sensaciones. No es que los estímulos que llegan al individuo sean especialmente furiosos o dañinos, pueden serlo, sin embargo no es la cualidad sino la cantidad de estos lo que atenta contra el espacio vital. La similitud de Usher con nuestra sociedad es asombrosa. Más adelante en el texto, el análisis de Safranski parece corresponderse fielmente con el sueño de Poe. Safranski explica que: “Hay un ámbito al alcance de nuestros sentidos, un ámbito de acción confiado a la responsabilidad del individuo, un círculo de sentidos y un círculo de acción, simplificando al máximo la acción podríamos decir que a los estímulos ha de dárseles salida, la acción es la respuesta correspondiente a un estímulo. Por eso el círculo de sentidos, en el que recibimos estímulos, y el círculo de acción, en el que le damos salida, están coordinados entre sí.“[17]
Estamos naturalmente dispuestos para recibir estímulos. El estímulo regula y matiza nuestras acciones. Nuestros sentidos son las puertas de la percepción, el vehículo en donde viajan los contenidos de la realidad, que al entrar en contacto con nosotros nos informan de la configuración del mundo y nos permiten decidir. Safranski explica que: “ante la cantidad de estímulos a los que el hombre está expuesto se deben desarrollar filtros que nos permitan determinar cuáles estímulos son a los que no se puede reaccionar de forma adecuada o cuales a los que no es necesario reaccionar”.[18] Usher es el hombre sin filtros, el que reacciona ante todo, un hombre cuyo sistema inmunológico ha sido superado por la estampida irrefrenable de información que rompe en él. En Usher ya no se presenta la coordinación entre entrada y salida de estímulos que plantea Safranski. La estampida lo asedia y lo agobia, lo reducen y lo mortifica, lo destruye. Usher es el primer hombre en la historia que teme a la muerte por sobrecarga de información. Su problema es grave. Sus sentidos se encuentran demasiado abiertos, su sistema inmunológico no tiene la capacidad para contener el exceso de actividad que se le presenta. Todo le llega al mismo tiempo. Su nula capacidad para contener el embate de información le ha provocado un estado de histeria. Las palabras que expresa son reveladoras, teme que cualquier asunto, el más trivial, provoque en él una intolerable agitación. Estas características describen con precisión a nuestro tiempo.
Nuestro época produce seres disminuidos que han sucumbido ante el ataque de las nuevas invasiones bárbaras virtuales. La sociedad de hoy se encuentra atacada en todos los frentes por un sinfín de símbolos que, desde todos los confines de la tierra, desembocan en nuestra intimidad. Igual que Usher, somos golpeados hacia adentro. La cantidad de información es tal que no tenemos capacidad de asimilarla, de manera que las palabras de Poe adquieren un tono profético y terrible: nos describen. El fenómeno Usher no se explicaría en nuestro tiempo sin la condescendencia propia del individuo al mantener una apertura consciente a los efectos de la globalización. Estamos conectados con la globalización por iniciativa propia. El fenómeno de la globalización es envolvente y sutil a un tiempo, entra como un virus. Corremos el peligro latente de ser arrastrados inmisericordemente en un alud de noticias e información que nos hostiga y nos nubla.
Esto nos lleva a la pregunta que nos enfrenta directamente a nuestro problema: ¿Cuáles son los efectos nocivos que se generan a raíz de la globalización? Poe y Safranski indagan en el tema, nos ponen frente a él y nos revelan a individuos y sociedades carentes de fuerza, minados por su mal, y a punto de caer en una crisis de dimensiones babilónicas. Safranski remarca que el individuo, para ser tal “[…] es necesaria la fuerza para lograr una delimitación propia, para una delimitación que en cierto modo actúe de protección inmunizante contra los impulsos avasalladores y los horizontes que deshacen los límites”.[19] La debilidad impide al individuo delimitarse. Al hombre de hoy le es casi imposible establecer barreras; la sobrecarga de información lo derriba, atenta contra su capacidad creadora y lo deja a expensas de un mundo sobre informado que lo atenaza y lo enferma. Esta falta de fuerza supone el gran peligro, el verdadero gran peligro. La debilidad genera un desvanecimiento, un abandono de sí ante el infinito número de imágenes y sensaciones que acabarán por borrar al hombre mismo y difuminar su individualidad, ahí mismo en su propio espacio vital, a donde todo llega, donde todo un mundo se impacta. La exposición continua a la globalización amenaza con destruir nuestra individualidad, con acabar con nuestra capacidad creadora y con provocarnos un coma profundo que nos escinda para siempre del instante.
Otro ejemplo del efecto de los medios de comunicación nocivos y las redes sociales como tiranía del espíritu, lo podemos encontrar en la novela “1984” de George Orwell. En la narración aparece un rasgo premonitorio y alarmante sobre el problema de la penetración de las redes sociales en nuestra intimidad. Siguiendo el hilo de nuestras reflexiones, en la literatura se devela poéticamente lo que la filosofía descubre desde el concepto, ambas se hermanan en la inquietud de los terrores que nos circundan. En su novela, Orwell plantea un mundo invadido, en donde los individuos son reducidos en su humanidad por una central que atrapa y manipula todos los aspectos de la realidad con el fin de ejercer un poder incontestable. Los medios de comunicación son el largo brazo del poder que interviene vigilante en la vida de los ciudadanos hasta desnudarlos espiritualmente, prohibiéndoles cualquier tipo de autonomía. En el punto culmínate del relato, Winston, el protagonista, ha sido capturado, su verdugo, O´Biren, comité central, brazo ejecutor del poder que mueve al “Gran Hermano” (el panóptico de vigilancia universal y una premonición de la omnipresencia de las redes sociales actuales) dice unas palabras reveladoras, agudas y lacerantes a un tiempo:
“—Levántate de ahí —dijo O’Brien.
Las ataduras se habían soltado por sí mismas. Winston se puso en pie con gran dificultad.
—Eres el último hombre, —dijo O’Brien— Eres el guardián del espíritu humano. Ahora te verás como realmente eres.
Winston se soltó el pedazo de cuerda que le sostenía el “mono”. Había perdido hacía tiempo la cremallera. No podía recordar si había llegado a desnudarse del todo desde que lo detuvieron. Debajo del “mono” tenía unos andrajos amarillentos que apenas podían reconocerse como restos de ropa interior. Al caérsele todo aquello al suelo, vio que había un espejo de lunas en el fondo. Se acercó a él y se detuvo seco, se le había escapado un grito involuntario.
—Anda, —dijo O’Brien— colócate entre las tres lunas. Así te verás también de lado.
Winston estaba aterrado. Una especie de esqueleto muy encorvado y de un color grisáceo andaba hacia él. La imagen era horrible. Se acercó más al espejo. La cabeza de aquella criatura tan extraña aparecía deformada, ya que avanzaba con casi todo el cuerpo doblado. Era una cabeza de presidiario con un a frente abultada y un cráneo totalmente calvo, una nariz retorcida y los pómulos magullados, con unos ojos feroces y con la cara de Winston, pero a éste le pareció que había cambiado más por fuera que por dentro”.[20]
Orwell nos planta ante un mundo colonizado por la omnipresencia de un poder asfixiante que somete la humanidad del individuo, que viaja y se hace operativo a través de medios de comunicación, sumamente parecidos a las redes sociales actuales. Esto se impacta en el individuo, paralizándolo y dejándolo en un estado de languidez y enfermedad sin posibilidad de defensa. Orwell y Poe se tocan en el tiempo, su poética abre el misterio, ambos develan a un ser acabado, sin rasgo de autonomía, enfermo y sometido. La capacidad de auto gestionarse ha quedado borrada por completo. El personaje de O´Brien se sirve de los medios para sofocar espiritualmente a sus detractores, al mismo tiempo, no hay nada que quede fuera del panóptico del Gran Hermano, delimitando significativamente el espacio de acción de la población. Esta tiranía distópica por medios de comunicación se manifiesta sensiblemente en las sociedades de hoy, se corporaliza en cada uno de nosotros cuando las redes sociales dictaminan nuestra relación con la experiencia del mundo, más aún, la diseñan provocando una dependencia extrema que nos transforma en siervos del acontecer virtual.
La mirada de ambos escritores investiga en la tiniebla, su fuerza poética ilumina y denuncia simultáneamente. Los dos escritores describen individuos presos de una fuerza superior que los mina hasta dejarlos con mínimas cuotas de vitalidad, la suficiente para ser individuos, pero sin la necesaria para defender su individualidad. El mercado y el poder necesitan individuos carentes de fuerza suficiente generar su propia individualidad, este juego perverso se instala y viaja en los medios de comunicación hasta generar un estado de postración intelectual ideal para la manipulación de la voluntad; a la postre, esto deviene en el coma existencial que al final padecen tanto Usher como Winston y que ya se presiente en nuestras sociedades y sus síntomas cada vez más notorios. Este estado de abulia social se muestra y se patentiza en los atentados contra la libertad, en la obcecación de la conciencia, la represión, la incapacidad para la tolerancia que padecemos en el nuevo orden mundial, en la prostitución de la justicia y en la solidificación de los poderes en detrimento de los derechos civiles. Aunado a esto, el poder y la voracidad del mercado reducen significativamente la experiencia auténtica y determina la conciencia del individuo. Esta devastación espiritual la padecemos diariamente. Usher y Winston son nuestros espejos, nuestros dobles.
Poe vislumbra ya el peligro del coma existencial en Roderick Usher. Su personaje muestra rasgos sumamente perturbadores. El narrador observa detenidamente a Usher, lo analiza y, al penetrar en la realidad que se despliega ante sus ojos, encuentra visos aterradores y misteriosos que describen la enfermedad que ha ido destruyendo espiritual y físicamente a su amigo: “Y así, mientras una intimidad cada vez más estrecha me introducía sin reservas en lo más recóndito de su alma, iba adquiriendo con amargura la inutilidad de todo intento por alegrar un espíritu, cuya oscuridad, como una cualidad positiva, inherente, se derramaba sobre todos los objetos del universo físico y moral en una incesante irradiación de melancolía.”[21] Usher es un hombre débil, no le es posible cuidar de sí mismo; la cantidad de estímulos es tal que su espacio vital ha sido invadido, y su individualidad amenazada gravemente. La descripción que Poe hace de su amigo es terrorífica; describe a Usher como un hombre lleno de oscuridades, cuyo espíritu está débil y enfermo. Justo como al hombre globalizado de hoy, un mundo lo ha arrasado. El hombre de nuestro tiempo es el hombre reducido, enfermo e indefenso; no puede actuar contra la marea de estruendos y rumores que lo diluye. Una diferencia aparece entre Usher y nosotros: Usher asume su mal; nosotros, hoy día, ni siquiera sabemos que estamos enfermos. Usher se multiplica por millones. Ante esto, Safranski expresa en una frase particularmente reveladora de su discurso: “Se olvida que no sólo nuestro cuerpo requiere una protección inmunológica, sino también nuestro espíritu. No podemos permitir que todo entre en nosotros; ha de entrar sólo en la medida en que podamos apropiarnos de ello. Pero la lógica del mundo enlazado comunicativamente está dirigida contra la protección inmunológica de la cultura. En el mundo de la información estamos perdidos sin un sistema eficiente de filtros. Y sólo podemos propiciarlo si sabemos qué queremos y qué necesitamos.”[22]
El mundo en globalización demanda nuestra atención, el individuo necesita activar filtros que lo protejan del entramado comunicativo que le propone la cultura de la información desproporcionada. Ante esto, el filósofo Safranski propone que para recuperar la salud espiritual debemos marcar una distancia frente a los efectos nocivos de la vida en globalización. Este magma cultural hiper informado, carente de discernimiento y que arroja información salvajemente durante día y noche, ha logrado situar al individuo, quien no atina a defenderse del populoso mal que le aqueja. El filósofo describe este fenómeno como un diluvio de información. Este diluvio de símbolos nos ahoga, nos somete y daña nuestra relación con el instante. La apertura descomunal de sentidos que padece Usher ha provocado en él un mal mayor.
Poe y Safranski nos han hecho sentir la fuerza del problema. Safranski advierte que ante tal saturación somos incapaces de actuar, de reaccionar, además no contamos con un sistema de defensa adecuado. El filósofo detecta otro problema y se pregunta sobre los efectos profundos de este fenómeno en el interior del hombre: “Estos estímulos habrán dejado huella en algún lugar de nuestro ser, unas huellas que, si no son purgadas, se almacenan en un nuevo ámbito del inconsciente, en un foco de inquietudes, libre y siempre dispuesto a la excitación.”[23] “En verdad son las imágenes las que se precipitan sobre ellos. El consumidor de los medios de comunicación experimenta el mundo global como escenario de sus estímulos. Estímulos que de suyo son ocasionales, se disponen de forma duradera y buscan ocasiones siempre nuevas. La globalización, que a través de los medios golpea hacia dentro, favorece la histeria latente y los estados de pánico.”[24]
Safranski ha dado en el clavo, nos ha puesto frente a nosotros mismos; su análisis de los efectos de la globalización es una crítica punzante a la sociedad del exceso de conocimiento, entregada a los vicios de las nuevas tecnologías. La globalización y los problemas que surgen de ella, vehiculados por los medios de comunicación y por las nuevas tecnologías, desencadenan reacciones sumamente nocivas que aún no aprendemos a controlar ni tenemos la capacidad de combatir. Estas reacciones producen desasosiego que luego degenera en histeria y estados de pánico. Safranski aduce que la globalización surte efecto a través de los medios y “galopea hacia adentro,”[25] es decir a nuestro espíritu, ahí donde está contenido el saber y el hacer, convirtiéndose en un virus que afecta directamente el eje de nuestra voluntad. Según Safranski, el sistema inmunológico del individuo no es capaz de soportar el embate de la globalización, lo que nos coloca en un estado de indefensión y abatimiento, de enfermedad y de perturbación. Este mismo estado de indefensión y descontrol aparece en la parte final del cuento de Poe. Hacia el final de la narración se nos describe el terrible desenlace de Roderick Usher. La enfermedad de Usher se ha agudizado, su enigmático mal mina cada vez más su penosa existencia. Usher es un hombre sin posibilidad de salvación. Las fuerzas que lo circundan lo sitian y lo atacan, son de una potencia inconmensurable. En este punto Safranski y Poe se acercan decididamente hasta casi tocarse. Safranski, al explicar al hombre que vive en globalización, parece hablar de los sufrimientos que padece el protagonista del cuento de Poe. Poe al narrar las desgracias de su amigo parecer hablar de nuestro tiempo. Ambos hacen una exposición de esas fuerzas que destruyen hacia dentro. Poe desde la profundidad poética de su narrativa, Safranski en la reflexión punzante de su diagnóstico.
Un acontecimiento fatal agrava la situación de Usher: La muerte de su hermana lo sume aún más en el descontrol y la decadencia: “Y entonces, transcurridos unos días de amarga pena, se produjo un notable cambio en las características del trastorno mental de mi amigo. Su porte normal había desaparecido. Descuidaba u olvidaba sus ocupaciones comunes. Vagaba de habitación en habitación con pasos apresurados, desiguales y sin rumbo. La palidez de su rostro había adquirido, si esto era posible, un color aún más espectral, pero había desaparecido por completo la luminosidad de sus ojos.”[26]
Usher se encuentra en franco deterioro, su enfermedad y la pena por la pérdida de su hermana lo han sumido en una amarga tristeza, sus trastornos han aumentado; se presiente un trágico final. Poe empieza a notar que su amigo entra en una fase de inquietud sumamente desconcertante: pasea por los pasillos de la casa a todas horas, su semblante muestra notables signos de corrupción, sus gestos denotan principios de locura. Poe entiende que la enfermedad de su amigo se ha hecho evidente al punto de hacerse reconocible la locura y la histeria. Su padecimiento lo ha reducido por completo: “Había dado así unas pocas vueltas, cuando un suave paso en la escalera adyacente me llamó la atención. Pronto reconocí que era el paso de Usher. Un instante después llamó con un toque suave a mi puerta y entró con una lámpara. Su semblante, como de costumbre, tenía una palidez cadavérica, pero, además, había en sus ojos una especie de loca alegría, una histeria evidentemente reprimida en toda su actitud.”
Es de destacar que tanto Safranski como Poe describan un hombre afectado de hipersensibilidad con locura, histeria y principios de pánico. Esta parece ser una condición propia de aquel que se expone a una aparición desmesurada de estímulos. Usher se vuelve un ser incapaz de vivir su vida, la agudeza de sentidos que padece y la potencia de los estímulos que recibe han provocado un estado insoportable que le causa un descontrol emocional y un deterioro tanto físico como espiritual. Si bien, es evidente que Usher no sufre los efectos de la globalización, el relato puede interpretarse como una premonición de los efectos de la misma. La histeria y el estado de pánico es provocada por las mismas causas que la histeria y el pánico que experimentamos hoy. Poe sueña lo que Safranski describe. No es casual, ambos hablan de un mismo fenómeno afectando a un individuo.
La última parte del cuento, donde se describe la primera muerte de la historia debido a lo que podría llamarse una hipersensibilidad morbosa de sus sentidos o, como mencionamos antes, sobrecarga de información, es especialmente reveladora. La escena ocurre así: Usher ha estado especialmente inquieto desde la muerte de su hermana, quien fue enterrada en el panteón familiar en la misma mansión. Desde entonces su enfermedad se ha acentuando. Poe nota esto en el errático comportamiento de su amigo. Una noche de tormenta, Poe escucha a Usher deambular por los pasillos más inquieto que otras veces. Ambos se reúnen en una habitación. Usher se encuentra sumamente desconcertado, y con visos de aproximarse a un estado de pánico. Poe intenta tranquilizarlo, y decide leer una novela de aventuras que tiene a la mano. La ansiedad de ambos va en aumento. Usher empieza a decir cosas aparentemente incoherentes, como si se sintiera amenazado.
Extrañamente los sonidos que están presentes en las escenas que se describen en la novela parecen tener eco en la realidad, parecen hacerse reales. Poe al principio no se da por enterado y continua leyendo; de pronto, la intensidad de los sonidos aumenta, la realidad y la fantasía parecen estar celebrando una danza macabra. En este momento Usher cae en pánico, todo lo que ha operando en él lo llega a un punto de no retorno. Poe nos explica lo que su amigo ha estado padeciendo: “Incapaz de dominar mis nervios, me puse en pie de un salto, pero el movimiento de balanceo rítmico de Usher no se interrumpió. Corrí apresuradamente hasta el sillón en el que estaba sentado. Sus ojos miraban fijamente hacia delante y dominaba su persona una rigidez pétrea. Pero, cuando posé mi mano sobre su hombro, un fuerte estremecimiento recorrió su cuerpo; una sonrisa infeliz temblaba en sus labios; y vi que hablaba con un murmullo bajo, rápido e incoherente, como si no advirtiera mi presencia.” “Inclinándome sobre él, muy cerca, bebí, por fin, el horrible significado de sus palabras. ¿No lo oyes? Sí, yo lo oigo y lo he oído. Mucho… mucho…, mucho tiempo…, muchos minutos, muchas horas, muchos días lo he oído, pero no me atrevía… ¡Oh, ten lástima de mí, miserable, desventurado! ¡No me atrevía…, no me atrevía a hablar! ¡La hemos encerrado viva en la tumba! ¿No dije que mis sentidos son agudos? Ahora te digo que oí sus primeros débiles movimientos en el ataúd hueco. Los oí… hace muchos, muchos días… pero no me atrevía… ¡no me atrevía a hablar!”[27]
La escena describe nuestro tiempo. Poe describe casi con exactitud al último hombre, al hombre globalizado. Ese que, como explica Safranski, sufre los efectos de la potencia de la globalización: “La globalización entendida como ese movimiento que ha ganado anchura y que se ha desecho en sus fronteras. Y lo que ciertamente ha quedado es el sentimiento de crisis que impera en la sociedad y en el individuo”.[28] Usher es el hombre en crisis, el hombre que lo todo lo escucha, aquel al que todo le llega, ese ser quebrantado que perdió el espacio vital indispensable para poder constituirse como individuo, ese hombre ínfimo que no tiene espacio para operar, abatido por una incontenible cascada de símbolos, reducido a la mínima expresión, derrotado y enfermo, un hombre errático que es víctima de una fuerza superior.
Usher desemboca en la locura, en la histeria. Las voces del mundo se le vienen encima, no tiene defensa. Al escuchar los latidos del corazón de su hermana, enterrada viva según la narración de Poe, Usher se pone en contacto con fuerzas terribles que otrora le estuvieron vedadas. Estas fuerzas llegan ahora hasta su ámbito más intimo, tienen una capacidad destructiva que se impacta con una fuerza arrasadora, paralizándolo y dejándolo inoperante, presa de la histeria y de todos sonidos del mundo. La agudeza de los sentidos es la maldición de Usher. El hiper-contacto con el todo disolvente lleva su mundo al horror. Lo que padece nuestro personaje es eso mismo que Safranski analiza cuando apunta que el todo global “ahoga al individuo” [29]. En Usher está ya el germen del hombre expuesto a lo global. El personaje empieza a morir desde la apertura de sus sentidos. Las premoniciones de Poe se convierten así en las certezas de Rüdiger Safranski. En el último tramo de la narración, Poe huye de la mansión Usher. La escena es insoportable. La enfermedad de su amigo es devastadora, no hay posibilidad de salvación. En medio de la tormenta, la casa de Usher se derrumba con el cuerpo de su amigo dentro. La parálisis espiritual de Usher repercute sobre su mundo. Poe presintió al hombre de hoy. ¿Intuición, clarividencia, coincidencia? Lo cierto es que Poe presenta a un hombre sobre informado, sitiado de imágenes y estímulos. Ese hombre en crisis que somos hoy, se asoma ya en los ojos del infeliz Roderick Usher.
En las frases que hemos analizado del libro ¿Cuánta globalización podemos soportar? Safranski teme que el vértigo al que nos somete la globalización acabe por ahogarnos. Éste es el gran peligro que flota en el ambiente: un vértigo compuesto de un todo simultáneo que nos llega sin filtros y que podría acabar con las posibilidades de acción individual. El acopio, el tráfago de información y el torrente de imágenes incrementa la llegada de estímulos; esto provoca que quien se expone a este fenómeno ya no pueda reaccionar de manera adecuada y se vuelva frágil, con el grave peligro de que todo un mundo se precipite sobre él sepultándolo bajo una gran avalancha de información.
Hoy nos enfrentamos al des alejamiento de la lejanía, a una súbita relación con lo lejano para la que no estamos preparados y que a todas luces no podemos contener. Lo que antes parecía inalcanzable y distante, hoy aparece irremediablemente delante de nosotros, amenazando, afectando negativamente nuestro espacio vital, enfrentándonos súbitamente en una vorágine de información abrasiva y fatal. Estamos en la era del zoom existencial, del enfoque virtual, donde lo que antes estaba fuera de nuestro radio de acción hoy aparece magnificado e ineludible. Lo lejano se ha vuelto cercano. Somos, según Safranski, seres dispuestos a la preocupación y ahora debemos preocuparnos incluso por lo que no nos incumbe. La globalización arrasa, comprime al individuo hasta desaparecerlo. Esto supone algo insoportable, algo que debería despertar en nosotros la necesidad de no saber, de dejar pasar. En nuestro tiempo, la vida se ha vuelto una caja de resonancias móvil, de tal manera que la explosión de una bomba en Turquía, al provocar estados de pánico colectivo, cobra víctimas virtuales en Uruguay; aunado a esto, las historias personales de nuestros conocidos quedan expuestas en las llamadas “redes sociales”, lo provoca que la información de nuestro entorno cercano nos venga en cascada, atentando directamente contra nuestra búsqueda de serenidad. Por ejemplo, la red social “Facebook” lanza inmisericordemente una cantidad incalculable de noticias, no nos deja seleccionar lo que quisiéramos ver, lo pone frente a nosotros continuamente en una especie de obsesión por lo ajeno, en un afán de decirnos como es el mundo. Esto nos reduce, ataca nuestro espacio vital y golpea nuestra capacidad de discernir. Facebook es un domino nocivo sobre el instante, un atentado contra la conciencia, una forma de obcecar nuestra capacidad de asombro. Este afán obsesivo acabará por limitar nuestra capacidad de relacionarnos con el instante sin tener que someterlo al escrutinio de las redes sociales y luego dañará gravemente nuestra capacidad para seleccionar e interrogar el exterior. El alcance de todas las tragedias se impacta directamente en el individuo provocándole la muerte por sobre información. El mundo globalizado, y lo que sale de él a través de los medios de comunicación, que con su montaña de publicidad daña el instante y nos vuelca hacia el consumismo desmedido, se ha vuelto una caja de Pandora móvil, omnipresente y voraz, un mal mayor.
Al inicio de la narración, cuando Poe se encuentra con Usher, menciona algo que sin duda resume este ensayo: “¡Posiblemente ningún hombre había cambiado tan terriblemente en tan poco tiempo como Roderick Usher!”[30] En el entramado de la historia quizá nunca el hombre se modificó tan aprisa. La humanidad, gracias a las conquistas sociales que surgen en el siglo XIX y XX, contempla en el horizonte la posibilidad de hacer de sí mismo lo que mejor le parezca. Sin embargo, un gran obstáculo se levanta como un poderoso gigantesco. Un atisbo de verdad premonitoria se abre para quien sepa escuchar. El final de La caída de la casa Usher muestra a un hombre sometido y errático, en estado de parálisis; ese mismo peligro se planta frente a nosotros decididamente, está aquí. Vivimos día a día con el riesgo de convertirnos en Roderick Usher. Nuestra transformación en Usher, inicia desde el instante en que permitimos que penetre a nuestra intimidad una tempestad de imágenes y sonidos ineludibles provenientes de todos los confines de la tierra. El sueño de Poe y el diagnóstico de Safranski develan el estado actual del mundo. La serenidad se nos escapa.
Al inicio de su libro, el filósofo alemán alude a una obra poco conocida de Eurípides sobre Prometeo: “Un tercer ejemplo es el de Prometeo, que según el mito griego trajo el fuego al hombre, y con ello hizo posible su escalada cultural. En menos conocida otra versión del mito que encontramos en Euripides. Éste nos brinda un relato según el cual los hombres se acurrucaban aletargados e inactivos en sus cuevas porque conocían la hora de su muerte. Sabían demasiado. Entonces vino Prometeo y les regaló el olvido. En adelante, sabían de cierto que habían de morir, pero ignoraban cuándo. Prometeo alivió sus vidas al arrancarles el saber excesivo y paralizante, y así floreció de nuevo entre ellos el espíritu del trabajo. Que Prometeo aguijoneó con el don del fuego.”[31]Prometeo, el gran benefactor de la humanidad, les regala el olvido, el necesario olvido con lo cual el hombre podrá defender su espacio vital, reconquistar la inmediatez del instante y lograr recomponer su mundo, habitarlo y habitarse a sí mismo. El olvido ha funcionado como un filtro, como una barrera de contención; sin esto, corremos el peligro inminente de transformarnos en un Roderick Usher. El exceso de saber nos reduce, nos lastima hacia adentro, y atenta contra nuestra capacidad creadora. La cultura del saber excesivo se vuelca contra el individuo. El hombre expuesto a la globalización se encuentra acorralado por un saber que lo paraliza.
En este tenor, el filósofo alemán Martin Heidegger, explica en su conferencia de 1956, “Serenidad”, que la relación del hombre con los avances técnicos puede devenir en una relación de servidumbre que acabe por sofocar y devastarlo; el filósofo, a quien Safranski se acerca en su libro, ve en esto un grave peligro: “Podemos decir «sí» al inevitable uso de los objetos técnicos y podemos a la vez decirles «no» en la medida en que rehusamos que nos requieran de modo tan exclusivo, que dobleguen, confundan y, finalmente, devasten nuestra esencia. Pero si decimos simultáneamente «sí» y «no» a los objetos técnicos, ¿no se convertirá nuestra relación con el mundo técnico en equívoca e insegura? Todo lo contrario. Nuestra relación con el mundo técnico se hace maravillosamente simple y apacible. Dejamos entrar a los objetos técnicos en nuestro mundo cotidiano y, al mismo tiempo, los mantenemos fuera, o sea, los dejamos descansar en sí mismos como cosas que no son algo absoluto, sino que dependen ellas mismas de algo superior.
Quisiera denominar esta actitud que dice simultáneamente «sí» y «no» al mundo técnico con una antigua palabra: la Serenidad (Gelassenheit) para con las cosas. Con esta actitud dejamos de ver las cosas tan sólo desde una perspectiva técnica. Ahora empezamos a ver claro y a notar que la fabricación y utilización de máquinas requiere de nosotros otra relación con las cosas que, de todos modos, no está desprovista de sentido (sinn-los). Así, por ejemplo, la agricultura y la agronomía se convierten en industria alimenticia motorizada. Es cierto que aquí – así como en otros ámbitos – se opera un profundo viraje en la relación del hombre con la naturaleza y el mundo. Pero el sentido que impera en este viraje es cosa que permanece oscura.”[32]
Heidegger, al igual que Safranski, denuncia que nuestra relación con la técnica y su hija, la globalización, puede llevarnos a la catástrofe, escindirnos de nuestra relación con el mundo y provocar una reducción de nuestro espacio vital que acabará por borrarnos como individuos. La preocupación central es la defensa del individuo y de su capacidad creativa. El problema de la sobrecarga de información ataca por todos los frentes. Heidegger explica que hay que dejarlos fuera y proteger nuestro espacio íntimo. Los elementos de la globalización, en este grado, son vistos como nocivos, como una amenaza que se impacta directamente en la intimidad del hombre. El remedio aparecerá al alcance cuando comprendamos que es necesario aprender a decir “no” y a decir “si” adecuadamente, como bien plantean los filósofos que exploramos en estas páginas; es urgente recuperar nuestro espacio vital para afirmar así nuestra individualidad. Es necesario olvidar, es necesario no saber o saber menos, cerrar la puerta a las voces que se agolpan sobre nosotros y sólo abrirlas cuando tengamos la serenidad para poder apropiarnos de nuestra libertad. De no hacerlo corremos el peligro de vivir el mal sueño de Edgar Allan Poe que ya se anuncia en la voz de Rüdiger Safranski.
Bibliografía
- Poe, Edgar Allan, Narraciones Extraordinarias, Porrúa, México, 1979.
- Safranski, Rüdiger, ¿Cuánta Globalización podemos soportar?, Tusquets, Barcelona, 2004.
- Nietzsche, Friederich, ¿Cómo se filosofa a Martillazos?, Grupo Editorial Tomo, México, 2004.
- Borges, Bioy Casares y Ocampo, Antología de la literatura fantástica, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1999.
- Orwell, George, 1984, Editores Mexicanos Unidos, México, 2008.
- Martin, Heidegger, Serenidad, Ediciones del Serbal, Barcelona, 2002.
Notas
1 Poe, Narraciones Extraordinarias, ed. cit., p. 39.
2 Nietzsche, ¿Cómo se filosofa a Martillazos?, ed. cit., p. 13.
3 Poe, op. cit., p. 39.
[4] Idem.
[5] Idem.
[6] Safranski, ¿Cuánta Globalización podemos soportar?, ed. cit., pp. 78-79.
[7] Poe, op. cit., p. 40.
[8] Idem.
[9] Borges, Bioy Casares y Ocampo, Antología de la literatura fantástica, ed. cit., p. 206.
[10] Poe, op. cit., p. 42.
[11] Idem.
[12] Idem.
[13] Safranski, op. cit., p. 77.
[14] Ibid., p. 95.
[15] Ibid., p. 79.
[16] Ibid., p. 80.
[17] Idem.
[18] Ibid., p. 95.
[19] Ibid., p. 79.
[20] Orwell, 1984, p. 263.
[21] Poe, op. cit., p. 43.
[22] Safranski, op. cit., p. 113.
[23] Ibid., p. 81.
[24] Ibid., p. 82.
[25] Idem.
[26] Poe, op. cit., p. 47.
[27] Idem.
[28] Safranski, op. cit., p. 102.
[29] Idem.
[30] Poe, op. cit., p. 39.
[31] Safranski, op. cit., p. 11.
[32] Heidegger, Serenidad, ed. cit., p. 27.