Siguiendo con la línea del número anterior, el presente busca abundar sobre uno de los puntos ciegos de la reflexión contemporánea: la biopolítica. Foucault recordaba, en consonancia con ese concepto, que en el siglo XIX el médico había destituido al sacerdote (que hablaba de la salvación) pues el galeno encarnaba un nuevo ideal: la salud.[1] Nietzsche, que leía entre líneas el abstruso espíritu de su tiempo, logró insertarse en esa reflexión; pero invirtiendo (como siempre) el fondo del problema. Él, frente a la naciente inquietud por la salud, promovería la gran Salud, la que viene del movimiento y la vitalidad.
Recordemos brevemente que Nietzsche era un hombre enfermo, aquejado de continuos dolores de cabeza, insomnio, vómitos, casi ciego; defraudado de la ciencia, se vuelve su propio médico, es así que, en ese estado de profundas dolencias y pesares, encuentra su verdadera profesión: médico de la cultura.
¿Médico de la cultura? ¿acaso la cultura, y nosotros que la conformamos, estamos enfermos? La respuesta de Nietzsche es afirmativa, él, postrado, dolorido, resistiendo todos estos dolores encuentra la verdadera salud, encuentra; como el crucificado, como el Quijote (según cuenta El Manco de Lepanto), la clarividencia y la fuerza. Es entonces cuando sale de su boca aquella frase poderosa y tan poco comprendida: lo que no me mata me hace más fuerte[2]. Declara con ello al mundo que él, el hombre bien constituido, puede convertir la voluntad en salud. Dicho esto, lanza una reflexión intempestiva; lapidaría, un reto para la humanidad: salir de la enfermedad por medio del vitalismo de los valores. Pero Nietzsche no nos deja solos, nos lega una intuición como guía, esta consiste en percatarse que la enfermedad es un punto de vista sobre la salud; y que la salud es un punto de vista sobre la enfermedad, que no es la enfermedad algo externo sino la condición de la vitalidad. En resumen: aun dentro de la enfermedad puede haber salud, una Gran Salud, contrariamente, dentro de los individuos sanos, puede haber una terrible enfermedad. Tal enfermedad, de hecho, es notoria se ve en el cuerpo, en su debilidad, que es la misma debilidad de sus valores.
A la luz de lo anterior, qué decir de una biopolítica como una mirada sobre la vida, qué decir de ella cuando esta aleja de la vista a los individuos agonizantes; de la finitud que nos recuerdan; del límite de la política que representan, qué de las medicalizaciones contra la “infelicidad” del alma; contra los individuos con “déficit de atención”, qué de las dietas que suponen un ejercicio de la voluntad contra sí mismo; en aras de una estética de la existencia basada en la jovenitud[3], qué de las disposiciones arquitectónicas que gestionan el tiempo de vida y de consumo. Dicho esto, desde el punto de vista nietzscheano ¿Acaso la biopolítica no es una enfermedad de la cultura? Los artículos que componen este dossier ya constituyen una respuesta a esta cuestión.
Bibliografía
- Foucault, Michel, Un peligro que seduce, Cuatro, Madrid, 2011.
- Tiqqun, Primeros materiales para una teoría de la jovencita (http://tiqqunim.blogspot.mx/2013/11/primeros-materiales-para-una-teoria-de.html) consultado el 30/03/2018.
Notas
[1] Michel Foucault, Un peligro que seduce, p.37.
[2] Tal frase se encuentra en Ecce Homo: ¿Por qué soy tan sabio?, parágrafo 2.
[3] Jovenitud es un concepto desarrollado por el Tiqqun en Primeros materiales para una teoría de la jovencita. Al respecto véase: http://tiqqunim.blogspot.mx/2013/11/primeros-materiales-para-una-teoria-de.html [Última vez visto: 30/03/2018].