¿Por qué conmemorar el 1968, 50 años después? ¿Cómo preguntarnos por un legado que suponemos presente y en el futuro pero que, como todo suceso, está limitado por la frágil memoria de las generaciones, por sus gustos e intereses, por la moda? Sobre este tema hay quienes escriben desde el testimonio, para ellos 1968 y la década de los 60 no son escenas en blanco y negro o fotografías resguardadas en los archivos, sino momentos llenos de olores y sabores, de instantes vividos que aun llenan el cuerpo de adrenalina y que refieren a un mundo con otras reglas, en el que el futuro parecía promisorio y la revolución una utopía alcanzable. Escriben, por otra parte, quienes cincuenta años después, en un futuro que si no apocalíptico al menos sí desencantado, quieren entender el optimismo, la entereza, la fuerza de quienes en el año de 1968 salieron a las calles con el afán de transformar la realidad, construir de nuevo la humanidad, recuperar y defender la alegría, pensar y hacer algo distinto. Un consenso reúne a ambas generaciones de autores: que advierten que en 1968 hay algo que pide ser pensado, revisitado, traído al presente para entender el propio presente, quiénes somos, dónde estamos. ¿Pero quiénes somos? ¿Dónde estamos? ¿Es que el mundo realmente se transformó en 1968?
Rollos de película, panfletos, documentos clasificados, fotografías ocultas, lienzos, objetos olvidados en los desvanes siguen esperando ser encontrados, incluidos en la gran narración del siglo XX y del pasado humano, en cuyo desciframiento mantenemos la convicción de que nos ayude a entender por qué vivimos en un mundo que al mismo tiempo que permitió la liberación femenina y la revolución sexual se dejó llevar por un consumismo exacerbado y por la devastación ecológica, en la que no ha parado la carrera armamentística ni se ha erradicado la desigualdad. Tal vez queremos creer como creyeron en el 68 que otra política, otra articulación social era posible, buscamos razones para la esperanza.
Rogelio Laguna
Editor Invitado