Humanismo divergente
Es difícil caracterizar al mundo contemporáneo, pues ha quedado claro que la actualidad se resiste a ser definida bajo un único sentido. Lo que se aprecia, no sin dificultades, es la confluencia de múltiples posibilidades, el despliegue de sentidos diversos, convergencias y divergencias simultáneas.
Ante un mundo donde la pluralidad se ostenta como el despliegue efectivo del habitar del ser humano, resulta claro que dar cuenta de este ser no es una tarea simple. De hecho, históricamente, diversas áreas del conocimiento han intentado encontrar aquello que lo defina, y han postulado diversos fundamentos que tratan de resolver el enigma de la presencia de este ente que se comprende en medio de un mundo, que se sabe vinculado con los otros y que tiene claro que su existencia se halla acotada por la finitud. Sin embargo, a pesar de los titánicos esfuerzos por comprender lo que sea el humano, siempre queda un residuo inaprehensible, una sombra tras la claridad, un misterio tras la comprensión de dicho ser.
Lo anterior ha sido motivado por las asombrosas capacidades que lo humano comporta. Se trata del ser que posee lenguaje, que simbólicamente puede recrear y modificar el plano natural, es un ser político, con conciencia religiosa y, además, con capacidad de crear obras por deleite contemplativo (es decir, capaz de hacer arte). Ya Pico della Mirandola enfatizaba las cualidades sorprendentes del ser humano, y consideraba que la posibilidad de modificar su propio ser constituye su dignidad. No obstante, ese mismo ente ha sido el artífice de las más terribles atrocidades, ha devastado el planeta en su beneficio, instaurado regímenes de terror, ha violentado a sus semejantes prefiriendo la consecución de ideales que después se han mostrado erróneos, ha consolidado su vida a la manutención de sistemas políticos y económicos que lo fuerzan a enajenarse, ha creado fanatismos. Este ser, que en su momento fue concebido de muchas maneras, en realidad, no acaba de mostrarse a cabalidad y, además, continuamente revela facetas nuevas que son imprevisibles.
El llamado humanismo fue el nombre que se le dio al conjunto de expresiones y estudios que intentaron explicar y exponer las sublimes virtudes del homo sapiens. Así, se consideró que las artes (plásticas, literarias y la música), la filosofía e, incluso, la ciencia, podrían considerarse como las máximas expresiones de lo humano. Sin embargo, con el paso de los siglos, la ciencia comenzó a despuntar por sus capacidades transformadoras y empezó a ser cultivada con vehemencia por los resultados aprovechables que se obtenían de su desarrollo. Ya para el siglo XVIII se comenzó a creer que tales avances científicos conducirían al ser humano hacia su perfeccionamiento y bienestar. Obnubilada por tales ambiciones, la humanidad asumió que los conocimientos científicos irían realizando el ideal de bienestar y perfección soñado, mas para el siglo XIX comenzaba a notarse que dicha ambición, no sólo no se alcanzaba, sino que se había condenado a los individuos a soportar sistemas artificiales que conferían poca libertad, daban menos espacio para la creatividad y condenaban las actividades no científicas, a las cuales se les dio el nombre de humanidades para distinguirlas de la actividad propiamente productiva: la ciencia.
Este breve recorrido histórico permite ver que, desde finales del siglo XIX, hasta el presente, las humanidades han sido relegadas al plano de lo improductivo o al de lo que adorna, si acaso, la vida de los individuos. Tal postura sobre las humanidades ha propiciado que literatos, poetas, artistas plásticos, músicos, cineastas, filósofos, historiadores, filólogos y, en suma, cuantos cultivan los múltiples conocimiento de las humanidades, intenten justificar la valía de tales campos del saber para procurar incidir en el mundo contemporáneo. En lo general, el ámbito en el que se había logrado mantener a las humanidades era el educativo. No obstante, en los días que corren, los cambios en dicho ámbito han generado que se procure fomentar las capacidades tecnológicas y competitivas, en aras de mantener y optimizar al mundo contemporáneo. Por tanto, parece que las humanidades no necesariamente tienen garantizado su lugar en las nuevas formas educativas.
Pese a todo, los humanistas no dejan de contar con la creatividad: saben apropiarse de resquicios insospechados en el mare magnum del presente, se incorporan al mundo tecnológico, despliegan nuevas formas de lo artístico, proponen narrativas novedosas mediante la literatura, el cine o el teatro, experimentan diversos modos de lo sonoro, investigan críticamente el pasado, ejercen la reflexión filosófica sobre el presente, imprimen nuevas formas poéticas en medio del ruido. Los humanistas han sabido asumir el vértigo del presente, y lejos de ir desapareciendo, parecen saber apropiarse de los márgenes y los intersticios, para habitarlos de modos creativos, innovadores y divergentes.
Como testimonio de esta divergencia humanística el presente número especial de la revista Reflexiones marginales (la cual, dicho sea de paso, es ejemplo claro de este habitar los márgenes divergentemente de los humanistas) ofrece un puñado de artículos donde jóvenes humanistas exponen aproximaciones diversas sobre temas que se viven en la actualidad (educación, tecnología, comedia, cine, lenguaje). Así, los textos reunidos navegan pensando sobre el sentido de la educación en el presente, la influencia de la tecnología en la formación de los individuos, la presencia de lo políticamente correcto en formas de la comedia contemporánea, las improntas narrativas en el cine nacional y extranjero y las complejidades de las identidades culturales en los procesos de traducción actuales. Todos los textos, aunque realizados por jóvenes académicos, intentan pensar mucho más allá de la academia, ponderando la libertad de pensamiento para apropiarse de los resquicios del mundo actual y mostrar que las humanidades, hoy por hoy, no transitan por un sendero definido, sino que se arriesgan a habitar la divergencia.
Carlos Vargas
Editor invitado