Revista de filosofía

El viaje y el rechazo. M. Duras y M. Blanchot, dos escritores de la subversión

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Resumen

En el presente texto se aborda la cuestión literaria a partir de la noción de “viaje”. Desde la obra de Marguerite Duras atisbamos una concepción de la escritura que se imbrica en figuras de paso, paisajes desérticos, personajes desarraigados y anónimos que, en una incesante migración, impiden toda definición e identificación de sus personas y el constreñimiento a unas formas retóricas (en el lenguaje) y sociales. Es este desplazamiento o errancia la desavenencia que realiza el lenguaje literario. Es en el marco de la guerra de Argel y mayo de 1968, cuando Duras se vinculará al pensamiento de M. Blanchot. Este último, había acuñado la noción de “rechazo” como un derecho político. Pronto esta noción se volvería no solo la insignia del comité de estudiantes, sino que rápidamente permearía la producción literaria de Duras y otros. Nosotros, en este texto, ligamos el rechazo y el viaje, como la potencia que arruina el lenguaje en sus sedimentaciones y que haciendo salir al lenguaje de sus límites, vuelve a la literatura un gesto político por antonomasia. La literatura, a partir de estos autores, será tratada como el lenguaje errante que, sin descanso, desbarata toda normalización impostada por el poder.

Palabras clave: viaje, rechazo, subversión, escritura, ruina, comunidad.

 

Abstract

This text takes on board the “literary question” facing the concept of “travel” (voyage). Marguerite Duras’ work gives us the clue of a writing conception involved on “pass” (pas) figures, desert landscapes, unrooted and anonymous characters that in a constant migration block every opportunity of definition and identification (clôture) of their persons and the restrictions of rhetoric and social forms. This displacement or wandering is the disruption the language works. Algerian war and May of 1968 are the frame of all the plexus of notions that Duras’ and Blanchot’s thought spread out. Those events bind them together. M. Blanchot had coined the notion of “Rejection” (Refus) as the political right. Soon, this notion turned into the emblem of the STUDENTS COMMITTEE at the University and, besides, quickly it spreads and sheds to the literary work of Duras and others. We, in this text, tie the “rejection” and the “travel”, as the power (puissance) that ruins the language in its foundations, and spreading out the languages of its boundaries, turns literature into the political gesture. Literature will be treated like the wandering language that, with no rest, ruins every normalization of power.

Keywords: journey, reject, subversion, writing, ruin, community.

Tomemos una proposición: la escritura tiene por único imperativo el viaje, el esparcimiento de las arenas, el tormento del paso. Viajar, pasar. Pasar-Viajar. Michel Foucault, en su conferencia dictada en la Universidad de Saint-Louis en Bruselas en 1964, titulada «Lenguaje y Literatura», nos propone pensar en la literatura vinculada necesariamente al gesto de repetir (gesto a la vez emplazado en el corazón mismo del lenguaje). Así pues, la literatura sería el lenguaje que hace retornar el lenguaje y que, en semejante retorno, se impide al lenguaje, primero, su sosiego, y segundo, su realización como obra del lenguaje. La literatura es el lenguaje que se impide ser lenguaje, un lenguaje que rechaza al lenguaje, y de esta forma, un lenguaje infinito, sin comienzo ni fin. Desamparado entre la ausencia de comienzo y su infatigable ilimitación. Edmond Jabès, en un libro del desamparo, El libro de la hospitalidad, escribe: “El vacío carece de comienzos”[1]. El lenguaje literario se desplaza no hacia aquello que colmaría el lenguaje y lo justificaría en su identidad, sino hacia la ausencia misma del lenguaje, en el despoblamiento de toda identidad. Y en vez de rellenar un vacío, entre el objeto nombrado y el signo que lo nombra, lo ahonda, lo cava aún más profundo, y afluye en torno a ese vacío. Por lo que él mismo no es ya nada o nada más que este arduo desplazamiento. Viaje, trayecto, errancia.

Procuremos pensar la escritura vinculada a los excesos de la llanura, la calamidad, sobre todo la orfandad, la inminencia de la muerte o la vida precarizada hasta la inmediatez. Una suerte de pobreza desolada. La vida inerme o vuelta pura inmediatez. No hay escritura sin viaje, pero esta migración sólo se hace a condición de la vida irresuelta, de la vida incierta, la vida vuelta precaria, en un trayecto que ya no busca más, que vaga y deambula fuera de toda morada sin un objetivo que motive su búsqueda, y, por si fuera poco, tampoco entraña esperanzas de volver. Sin punto de partida ni puerto de llegada. Sin embargo, tales son los espejismos en el desierto que entre más se camina menos se avanza, el punto anterior de la partida nos reencuentra, dando ineluctablemente la impresión fatídica de inmovilidad, y no hago sino andar en círculos. Entonces, cuando creo haber avanzado todo esto, no he hecho sino estar de vuelta, y avanzo otro tanto para estar otra vez de vuelta. Son esos los prestigios de las arenas bajo cuyas imágenes el viajero se pierde a sí mismo y pierde cualquier otro consuelo que le brinde un asidero.

HIROSHI SUGIMOTO, “NORTH ATLANTIC OCEAN”

HIROSHI SUGIMOTO, “NORTH ATLANTIC OCEAN”

No hay viaje que no trace una línea para realizarse. Nuestra propuesta es que, con Duras, el viaje, la escritura como migración infinita, es un desperfecto, por lo que, además, nunca se realiza. Línea sin lineamiento: desalineada. Un precipicio. La definimos como un hoyo en la cadena, una mancha blanca en la blancura de la hoja, un «colador» en la memoria, una inconsistencia que no se eslabona, un impasse que interrumpe los flujos, que usurpa el continuum de los flujos (tanto en la economía del deseo como la economía del mercado). En pocas palabras, un callejón sin salida. Y si la escritura durasiana traza una línea de viaje, ésta es quebradiza, fragmentaria, rupta, y por si no fuera ya demasiado, a su paso también emborronada. En una de sus novelas más tardías, Emily L. (1987) dice de la misma Emily, mujer inglesa de un viejo marinero que vive con las anclas levadas y en altamar, así:

“―Uno se pregunta si la irrealidad de su presencia procede del vacío que acompaña el viaje, del único defecto de esta perfección, el viaje”.[2]

Lo desconcertante es que el viaje no cuenta ni con punto de partida ni de llegada, y ése es tal vez el mayor de sus defectos. Un defecto que, irremediablemente, abre un hueco insalvable en lo que, en principio, trata de decirse, y, en segundo lugar, en el sentido mismo de viajar, pues, ¿qué sentido tiene viajar si no es para arribar a buen puerto?, ¿qué sentido tiene emprender un viaje que no lleve a ningún lado, o más aun, que devuelva una y otra vez, sin lugar a descanso, al mismo punto de donde se parte? Pero, si se retuercen más las vías y los caminos se bifurcan, ¿qué sentido tiene un viaje que, moviéndose sólo en círculos, encuentra que siendo el punto de llegada el mismo que el de partida, el punto de partida siempre es absolutamente otro que sí mismo? Un viaje, pues, que no reporta réditos, ni satisfacciones. Precisamente es este el vacío, abierto como está, que emborrona desde su interior el viaje mismo.

En El vicecónsul (1966), una mujer abatida por el dolor y la miseria material, el abandono y la marginación social, viaja desde Laos hasta la India. La lisura del desierto se encargará de erosionar en ella el habla y su memoria. Y, de esta forma, caminar es en ella una manera de borrar, avanzar, una manera de arruinar. Recorre, en su viaje, por una y otra ruta, inamoviblemente ignota, los viaductos del pensamiento durasiano. De un relato a otro, viaja, en una trasfusión eterna. Porque viajar, como hace ella, la mujer-mendiga-loca, es justamente la obra de la escritura durasiana. Dicho de otra manera, la única obra de escritura es el viaje. Este viaje que erosiona, que carcome, que desbarata, que arruina. Y lo que sin preámbulo se arruina es el lenguaje, pudriendo toda obra posible. Al igual que en ella, el lenguaje queda llanamente desterrado de su cuerpo (¿o debiéramos decir: enterrado en su cuerpo?), y es sólo su cuerpo, en la ausencia del soplo (¡del espíritu!), el que se expresa. Así pues, la literatura para Duras, (tanto como para Blanchot), comprenderá una paradoja suprema, siendo ese lenguaje que se distancia del lenguaje, y que, tendiendo a hacer desaparecer el lenguaje, a borrarlo, lo hace palpitar en un cuerpo, a volverlo cuerpo, lenguaje del cuerpo, lenguaje como cuerpo. La ruina entonces, para nuestros escritores, no es nunca lo que aniquila, lo que mata o lo que termina con algo.

Ya en el año 1958, M. Blanchot participaría con una colaboración titulada «El rechazo», impactando sobremanera en los escritores e intelectuales que se sumaron a la empresa bajo la consigna de luchar contra un gobierno espurio que reprimía lo que se calificó como una insurrección sediciosa por parte de los argelinos. En 1960, con el título de «Declaración sobre el derecho de insumisión en la guerra de Argelia», texto anónimo, en el que figuraban 121 firmas, entre las que se acompañaban las de Maurice Blanchot, Marguerite Duras, André Breton, Robert Antelme, Simone de Beauvoir, Alain Resnais, Alain Robbe-Grillet, Jean Pierre Vernant, Jean-Paul Sartre, André Masson, Louis-René des Forêts, Michel Leiris, Claude Lanzmann, Maurice Nadeau… entre otros. Será en esta «Declaración» donde por vez primera aparezcan vinculados los nombres de Blanchot y de Duras. Documento en que se había refinado y reelaborado lo que ya en «El rechazo», dos años antes, Blanchot explicitaba como el derecho político par excellence: RECHAZAR; “el rechazo es absoluto, categórico”; “la amistad de ese NO certero, inquebrantable, riguroso, que les mantiene unidos y solidarios” a los hombres que se ligan sólo por esta fuerza; que si bien disgregados y abatidos por la dominación del poder, por la potencia del rechazo, que constituye la afirmación radical del NO, se ligan y se vuelven COMUNES.[3] Y, sucintamente, a partir de aquí, las nociones esbozadas en este contexto de abuso de poder, de profunda ira, de pugna por la libertad, en resumen: de rebelión, serán las que sin duda ninguna bordarán tanto la obra blanchotiana asimismo como la durasiana. Esto quiere decir, por un lado, que inextricablemente las dos obras de los dos escritores se ligaron, desde muy pronto, en un contexto plenamente político de sublevación y resistencia, y, por otro lado, quiere decir que son obras que se ocupan, pese a la aparente disparidad de sus temas de concernencias literarias (filosóficas) que son categóricamente y siempre, políticas. Veamos un poco más a detalle.

¿Qué entendía Maurice Blanchot por “rechazo”, que rápidamente reverberó como una verdadera “máquina de guerra”? Porque disuelve, el rechazo es una fuerza que nunca deja intacto ni lo que rechaza ni a aquél a quien rechaza. Esto deriva un efecto fulminante. El rechazo es una potencia de “lo anónimo”. Ni se reserva un nombre propio ni se apodera de la acción que rechaza a la manera de un medio, antes bien, el rechazo es la radicalidad que incendia la obra misma del rechazo. A la segura, Blanchot está pensando en una radicalidad que no se reconcilia, que no se subsume y por lo tanto no culmina en ningún final feliz; que no se amansa, que no apaga el fuego incendiario del rechazo: el rechazo incesante. De ahí la anonimia, el anonimato de esta potencia. «No soy yo», cuando rechazo. El rechazo no me deja, me impide ser yo, afirmarme y confirmarme el poder de mi yo (que es por definición congregativo, integrativo), pues el rechazo niega y no integra lo que está separado, sino que es la afirmación misma de la ruptura, de lo inconciliable, de lo inasimilable (“un refus qui affirme”). El rechazo no es lo que pongo a mi disposición o a mi capricho, “[…] pues el poder de rechazar no se realiza a partir de nosotros mismos, ni en nuestro solo nombre, sino a partir de un comienzo muy pobre que pertenece en primer lugar a quienes no pueden hablar”.[4] Cuando rechazo no entronizo mi yo personal, yo, que por lo demás, es hablante y ejerce su poder de hablar al tiempo que se afirma y se asegura en su individualidad. Lejos de cualquier seguridad, el rechazo parte, no del poder de hablar, sino del vacío irresarcible de no poder hablar o, más aun, cuando hablar ha dejado de ser un poder.

Es menester, en este punto, ligar, aquel relato de Marguerite Duras, El vicecónsul. En él, el hombre que una vez detentó el puesto diplomático de vicecónsul de Francia en la India, un día como cualquiera, cargó un revolver y disparó contra las montañas de leprosos que se congregaban en los jardines a orillas del Ganges. Dice Duras que se le escuchaba gritar muy de mañana, enloquecido, gritaba palabras inconexas y sin sentido, y disparaba contra los moribundos en las condiciones paupérrimas de la India. La violencia radical de esos gritos y de esos disparos sinsentido (pues, ¿desde cuándo tiene sentido exterminar a los muertos?, ¿desde cuándo resuena un sentido en silenciar a los que no hablan?), son la ira, irreductible a una explicación causal, la ira que rechaza, que impugna “lo invivible”, “lo insoportable”[5]; rechazo del que el vicecónsul no podría adueñarse porque, en él, ya no se pertenece. La potencia del rechazo lo ha llevado fuera de sí mismo, llevando el rechazo no al rango de mera queja, protesta o desacuerdo, sino al rango de volver sensible, volver corporal, orgánica, la afirmación de no querer el orden dominante [6].

Ahora bien, en El vicecónsul mismo, se ha dicho ya, la mujer-mendiga-loca es esa que ha perdido el habla y que, en su viaje infinito, sus contornos se han vuelto permeables, su identidad, vaga y traspasable, su verdad, anónima y errática, y ésta es la potencia de su rechazo. La extenuación de su cuerpo, que la vuelve equiparable a la ausencia propia de un muerto, manifiesta en su imposibilidad de hablar, el cisma del rechazo, del NO radical, es decir, el NO que impedirá que un poder la normalice, la acoja en el seno social, reintegrándola y desapareciendo su diferencia inasimilable, insubsumible, indigerible. Declara Duras de estos personajes irredimibles que son unos “[…] desahuciados de la sociedad […] es un distanciamiento […] Les ha sucedido algo que los sacó de allí [de la sociedad]” [7]. Expulsados de la sociedad por su rechazo, es por su rechazo que les es imposible volver a la sociedad. Quedándoles únicamente un resto de vida o la vida como resto, es decir, el viaje, el errar, su estar fuera.

Estas palabras hay que tomárselas al pie de la letra: la literatura es un gesto de rechazo radical. Más bien, habría que decir que es su potencia. El que escribe rechaza un estado de cosas, una realidad, unas definiciones, una ley; rechaza igualmente su yo que habla, y que se agencia una identidad mediante el habla. En otras palabras, la literatura es un lenguaje que rechaza el lenguaje y que, desde su ruina, no cesa de hablar, sólo que habla ya como lenguaje arruinado, lenguaje destruido, lenguaje ilimitado. Escribir contra el lenguaje, decía Duras sobre Bataille en un texto de 1958, es no escribir en absoluto[8]. Atentar contra el lenguaje mediante la escritura es sacar a la literatura del juego del lenguaje. La ruptura que conlleva el rechazo lo expulsa de sus límites.

MARGUERITE DURAS Y MAURICE CLAVEL (CA. 1970)

MARGUERITE DURAS Y MAURICE CLAVEL (CA. 1970)

Aproximadamente por aquella fecha en que estalla la guerra de insurrección argelina, Marguerite Duras se había empleado en publicaciones periódicas en las que manifiestamente reflexionaba sobre las diferentes marginaciones y exclusiones de la sociedad, como los prisioneros, los asesinos, la vida de las reclusas en conventos, los internos de psiquiátricos, el racismo, condenados a muerte, desclasados como las mujeres de servicio, todos aquellos de los que ella dirá, «no tienen habla». Y de esta forma la escritura, como práctica política del rechazo, sería irrenunciablemente la expresión de éstos a quienes se ha privado del habla, “[…] los sin-palabras, los no-escritores, esos precisamente a los que el discurso no alcanza”,[9] y que, al estar fuera del discurso, su mera (in)existencia marginal es ya la potencia sin rendición del rechazo.

Rechazar, encuentra Duras, es constitutivo de escribir, porque deshace toda habla que ordena y que manda, para desordenar y hablar desde la ruina del habla. La escritura es la voz de los que no hablan, la voz de los que tienen denegada y deslegitimada su voz, la voz de los que tienen una voz opacada por las normas (normalizada, ecualizada) y sofocada por las convenciones. La escritura es esa voz no que suplanta la falla (la exclusión social, por ejemplo) y la normaliza con un elemento de su complacencia, sino que habla desde la falla. Aquí, la falla es la que habla. Solo hay escritura porque la falla se pone a hablar, pero se pone a hablar hacia la falla, lo que hace que la escritura no nos devuelva sino hacia la falla. La literatura es el viajar del lenguaje que estropea su movimiento y se falla como lenguaje.

MARGUERITE DURAS

MARGUERITE DURAS

Incitados por los acontecimientos políticos deleznables de mayo de 1968, nuevamente los nombres de Duras y Blanchot se hallarán involucrados en lo que se llamó COMITÉ DE ACCIÓN ESTUDIANTES-ESCRITORES. Junto a otros como los hermanos Antelme, D. Mascolo, M. Leiris, y más… reunidos para publicar octavillas colectivas y platicar planes de acción. Cito una iniciativa de trabajo que, para la publicación de una revista, Blanchot propone: “El anonimato no está solo destinado a levantar el derecho de propiedad del autor sobre lo que escribe, ni siquiera a despersonalizarlo liberándolo de sí mismo (su historia, su persona, la sospecha que se asocia a su particularidad), sino a constituir una palabra colectiva o plural, un comunismo de la escritura”[10]. Es en el anonimato que el rechazo encuentra su significación más pura e inagotable, ya que él mismo es lo inagotable. No solo destruye, sino que, en la destrucción como obra suya, constituye un lenguaje de lo singular, esto es, de lo que está separado y ha de permanecer separado, un lenguaje no de subordinaciones a una Unidad o a una Identidad o a una Verdad (que es por definición el lenguaje del saber y del poder). Conversando sobre La mujer del Ganges, Gautier le comentará lo siguiente a Marguerite, acerca de los locos incendiarios de la novela y de la potencia del anonimato que los atraviesa:

“Esa es la fuerza del grupo, de la locura del grupo, la fuerza de sus muertes en el interior de sus vidas […] la fuerza de quienes encienden las luces, sus manos son negras [quemadas], están frente a él que ha creído seguir siendo un individuo [el viajero] que quiso recobrar su pasado. Anonadado, devorado por la fuerza colectiva, anónima, terrible, ignorante de sí misma”.[11]

Por la fuerza devoradora del anonimato, un individuo no puede simplemente proseguir en la quietud rígida de individuo y seguir portando cómodamente un nombre; su individualidad está trastocada, su nombre, duplicado en otros. Traspasado por otros. Y por lo tanto deviene viajero en el devenir del viaje, errante. La fuerza anónima del rechazo se opone fulminantemente a esa quietud que instaura la identidad, a su estatismo consagrado; es más bien colectiva porque abre, fisura, rasga la identidad, y lo suficientemente anónima como para que ni siquiera ella se reduzca a sí y se agote en ella misma. La potencia del rechazo es fuerza de diferenciación, devenir exaltado que subvierte los límites, sean los del saber e indisociablemente los del poder.

En Destruir, dice., relato de 1969, (y profundamente influido, esta vez, por mayo de 1968), sobrevendrá un condensado de figuras que para Duras son entendidas como de un alto valor subversivo. Dos judíos (lo que significa extranjeros sempiternos), uno de ellos escritor; dos mujeres, una de ellas enferma, la otra loca. Duras no está indagando el lugar de la mujer, la locura, el escritor o el judío en la sociedad, sino su potencia de rechazo, fuera de la actividad simbólica, que desafía los modelos de representación y el orden social coherente. Duras entiende pues estas figuras, en tanto figuras del rechazo, como figuras transgresivas que tienen como potencia la destrucción, sin que ellas en sí mismas tengan una definición definitiva: más bien deben entenderse como umbrales, membranas fronterizas y diáfanas, que se prestan a la transminación, a la perfusión voluptuosa, a la vaguedad, en una palabra, al viaje de la errancia. Los rostros se traslapan; un hombre ama a una mujer a través de otra mujer; todos estos viven la historia de una pasión que no viven, sino que un escritor, entre ellos, la escribe. Una mujer en un tono delirante, oracular, pronuncia la palabra “destruir”, y con ello los rostros ya no responden a un nombre autorreferencialmente, su yo se ha multiplicado, bifurcado, sumiéndolos a todos en una indeterminación y una indefinición que los arroja fuera de sí mismos, de sus historias propias, de sus pasiones propias. Y es entonces que destruidos viven mezclados en la pasión que no es nunca agenciable como propia, sino de otro. Y, en una palabra, frente al discurso que se pretende ininterrumpido (el discurso del saber, ¿absoluto?), estas figuras de la destrucción son figuras de la interrupción y de la contaminación. El viaje es la pasión que se contamina.

MARGUERITE DURAS

MARGUERITE DURAS

En la pasión nunca estoy conforme al principio de reposo e igualdad conmigo mismo que supone la identidad. En la pasión soy yaciente: no me enderezo según la elevación de mi cabeza y el conjunto de representaciones que supone ser un ser erguido. La pasión, como la enfermedad, trastoca el cuerpo y al arruinarlo, el lenguaje no se sostiene inmune. Al contrario, el lenguaje desiste de ese comportamiento seguro y amurallado por sus límites autodeterminados. En la pasión, el lenguaje pierde su residencia; y su ruina no es que muera y descanse sumergido en el silencio, es más bien que habla, habla todavía; arruinado, habla sin límites. Deberíamos decir que, para Duras, la pasión es esta potencia del desastre, la potencia de la destrucción sin destrucción. Pérdida radical de asideros[12] en la que los referentes que funcionaban para estabilizar las significaciones a partir de un cuerpo integrado, erguido y delimitado, se arruinan. Y la pasión, pues, es esa extra-vagancia, esa errancia del lenguaje en tanto potencia corporal. Ya no un lenguaje ajeno al cuerpo, aséptico del cuerpo, despreciador del cuerpo. Sino un lenguaje rastrero, desencajado como la materialidad del cuerpo, viajero como él. Que no frecuenta más el relato de su mansedumbre.

MAURICE BLANCHOT

MAURICE BLANCHOT

Viajero es el que no consiente a ninguna clase de constancia, el que no puede sino entregarse a una memoria transitoria para no sucumbir, el que aprueba el instante y nada más, la sensibilidad afectada por la ráfaga del instante, por lo tanto, el que no puede morar aquí o allá de una vez por todas, el fugitivo sin cárcel, el recluso en la planicie sin fronteras, el que, transido por la travesía es atravesado por otros cuerpos, traspasado por otros pensamientos. Entonces es un cuerpo sin contenido y sin continente. Un derramarse sin tegua. ¿Cómo podría ocluírsele o cercenársele mediante la acción de normas o leyes? Se le restringe, en efecto, bajo variadas versiones de coerción y adiestramiento. Aun cuando a ojos vistas, la legalidad hoy opere no bajo el signo de la espada, sino bajo otro yugo inmoderadamente inaudito: la permisibilidad. Las formas de legalidad son, antes que nada, franquicias del lenguaje: se hablan. Esto Foucault nos los tradujo puntualmente. ¿Cómo podría hablarse un lenguaje que lo suprimiera [al cuerpo], que lo negara hasta anularlo? En efecto, es el lenguaje más versátil y asequible al habla: el lenguaje negador y silenciador del cuerpo.

Este desencuentro es lo que atiza la exigencia para Duras y Blanchot, el de un cuerpo desechado, esterilizado, ausentado por el lenguaje. Todo aquello que lo denigraba y lo condenaba es retomado por sus plumas: el pathos, el deseo. Aquella sensibilidad que afecta al cuerpo, (que antes que nada lo recibe como «afecto», es decir, contaminable), pero nunca para restituirlo al lenguaje y repararle su justo derecho, sino para mantener la ruptura permanente (“révolution permanente”), su heterogeneidad disyunta. No es un lenguaje de la restitución. La literatura no simplemente reúne la voz de los que no hablan dándoles unidad y por tanto organización, partido, nación, Estado y propiedad. La literatura es la voz disgregada, cuerpo esparcido y reaparecido como ausente, que encuentra en la disidencia, en el rechazo la única comunidad. La literatura será el retorno del lenguaje reaparecido ineludiblemente como cuerpo. Que retorna, que se repite, es esa la rebelión de la literatura, su gesto de rechazo, el rechazo como gesto, la gestualidad del cuerpo. Y que asedia en lugar de habitarlos, sus propios lugares. Cuerpo ataviado de cuerpo, como el pelo negro teñido de negro de La mujer del Ganges, que solo sabe decir: ¡de nuevo, de nuevo! La literatura, pues, por vicio de su gesto reiterativo emula al cuerpo, el afán de su automatismo por repetirse a sí mismo, por postergarse y ser venidero. Un errante, un vagabundo, un viajero.

 

Bibliografía

  1. Blanchot, Maurice, El espacio literario, Barcelona, Paidós, 1992.
  2. _______, El paso (no)más allá, Barcelona, Paidós, 1994.
  3. _______, Escritos Políticos (1958-1993), Madrid, Ediciones Acuarela & Antonio Machado, 2010.
  4. _______, La amistad, Madrid, Trotta, 2007.
  5. _______, La comunidad inconfesable, Madrid, Arena Libros, 2002.
  6. _______, La conversación infinita, Madrid, Arena Libros, 2008.
  7. _______, La escritura del desastre, Madrid, Trotta, 2015.
  8. Duras, Marguerite, Destruir, dice, Barcelona, Tusquets, 1991.
  9. _______, El arrebato de Lol. V. Stein, México, Tusquets, 2013.
  10. _______, El vicecónsul/ El arrebato de Lol. V. Stein, Barcelona, RBA, 1993.
  11. _______, Emily L., Barcelona, Tusquets, 1988.
  12. _______, Escribir, México, Tusquets, 1996.
  13. _______, India Song/La música, Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2010.
  14. _______, Nathalie Granger/La mujer del Ganges, Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2013.
  15. _______, Outside, Barcelona, Plaza & Janés, 1993.
  16. Duras, Marguerite y Gauthier, Xavière, Las conversadoras, Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2005.
  17. Foucault, Michel, «Lenguaje y Literatura» en De lenguaje y literatura, Barcelona, Paidós, 1996.
  18. Jabès, Edmond, El libro de la hospitalidad, Madrid, Trotta, 2004.

 

Notas

[1] Jabès, El libro de la hospitalidad, ed. cit., p. 77.
[2] Duras, Emily L., ed. cit., p. 83.
[3] Blanchot, Escritos Políticos (1958-1993), ed. cit., p. 39.
[4] Ibid., p. 40. El subrayado es nuestro.
[5] Cfr. Duras y Gauthier, Las conversadoras, ed. cit., p. 146-153.
[6] Ibid., 164 y 181.
[7] Ibid., 47 y 52.
[8] Cfr. Duras, Outside, ed. cit., p. 30.
[9] Blanchot, op. cit., p. 140.
[10] Ibid., p. 139.
[11] Duras y Gauthier, op. cit., pp. 192-193. El subrayado es nuestro.
[12] Cfr. Blanchot, La conversación infinita, ed. cit., p. 58.