Circulo en el mercado con mi Leica, miro, registro, detengo el tiempo, olvido los nombres, me quedo con los rostros, con los ojos perplejos de luz, con las manos que acomodan los objetos, las frutas, las verduras, los quesos. Detrás de sus gestos están los recuerdos, los días pasados, los sueños… la cámara capta sólo el velo que los envuelve, no puede, como tampoco Dios, penetrar en lo mas hondo, aguarda una señal, abre el obturador observa ¡dispara!
La cámara como Dios, espera de sus fieles una muestra de fe. Como Dios, es muda y sin embargo habla; es sorda y escucha el susurro de las luces y las sombras. No está todo dicho, sin ella las cosas suceden como si nada. Con ella los días grises desaparecen entre el blanco y el negro que acentúa los hechos como los acordes de la música e incluso acompaña la mirada del espectador. El lente baila, la foto mueve los recuerdos, penetra en las historias, detiene los detalles. La imagen es memoria pero también promesa.
La historia dice que el declive de la religión coincide con la aparición de la fotografía[1].
Dios nunca ha sido fotografiado. Dicen que Dios es todo, que anima todas las cosas, Pero el cuarto obscuro revela una verdad oculta, asintótica al Dios intolerante que amenaza con velar al hombre desde una obscuridad impenetrable, (menos reveladora) y misteriosa.
Notas
[1] Berger John, 1978, citado en Susan Sontang, Sobre la fotografía, Alfaguara, Madrid, 2006, p. 123.