Traducción de Maria Konta
A Κώστας Γαλάνης.
¿Por qué no deja uno de hablar de Heidegger y, en Francia, al parecer más que en otros lugares?[1] Además, ¿por qué esta discusión es generalmente tan confusa y tan simplista? Uno, de hecho, dedica su tiempo a denunciar implacablemente el nazismo del interesado, o bien, a exonerarlo en todo o en parte, sin jamás ir más allá de citas lanzadas con entusiasmo… Pero, en el fondo, ¿de qué quiere uno hablar?
La respuesta es bastante simple: uno quiere exorcizar —de una u otra manera, ya sea para abrumar o para purificar— un acontecimiento demasiado grande para que sea discutido por charlatanes. A saber, que en todas las erupciones fascistas (y en algunos aspectos todas las erupciones llamadas “totalitarias”) lo que se pone en juego es, de hecho, toda nuestra sociedad, nuestra civilización entera, nuestra cultura, nuestro humanismo y nuestro ideal-materialismo. No es de extrañar, entonces, que la filosofía se haya sacudido. Sin embargo, esto contraviene a los conformistas de lo políticamente correcto. Heidegger es peor que reprobable: es incorrecto.
Tomémonos la molestia de leer los Cuadernos negros, que fueron traducidos al francés bajo el título Aportes de la filosofía (traducción por lo demás formidable, se dijo bastante, como para proteger el texto original de fumar al lector francés). Uno se da cuenta de la virulencia con la que Heidegger abruma a los nazis y el nazismo, tanto como ataca al cristianismo, denuncia la cultura idealista, espiritualista e humanista junto con el creciente imperio de la razón tecnológica, productivista y mercantil. Con la adición, bastante vulgar, de una condena de los judíos como agentes del desastre occidental (antes de olvidarlo: con el debido respeto, me permito señalar que he consagrado un libro y que no he terminado de trabajarlo).
Todo lo que se puede leer, en cientos de páginas, como una condena del mundo moderno, hoy en día lo encontramos bajo miles de formas de crítica, de lamentaciones y desorden. Pero, al mismo tiempo, mantenemos más o menos la ilusión de que hemos derrotado los horribles totalitarismos —reputados de enajenados, patológicos, monstruosos—, mientras que sus causas y sus efectos no han dejado de prolongarse y, en suma, han prosperado hasta el punto de que, hoy en día, es claro que vivimos un fracaso sin precedentes y el comienzo de una mutación importante.
Lo que Kant ha comprendido tan bien al despedir a la metafísica, lo que Marx ha estigmatizado con tanta fuerza como el salvajismo de un “mundo sin espíritu”, lo que Nietzsche ha discernido como un nihilismo territorial… eso mismo, a su vez, es lo que Heidegger ha captado, en otro momento, bajo otra forma. Él lo ha convertido en la pregunta por el “ser” que ya no puede pensarse como tal. Nada místico o nebuloso en ella, como en sus predecesores. Él sólo lee. Las rarezas, claro, las debilidades, los fracasos (uno sabe las de Kant, de Marx, de Nietzsche) y, asimismo, (signo de los nuevos tiempos) una aberración política y una ignominia moral indiscutibles.
Es muy fácil que uno se salga con la suya arrojando apresuradamente estos libros al fuego: es nuestra historia entera de lo que se trata. No podemos acurrucarnos en lo políticamente correcto que pretende que nuestro mundo no es inmundo.
Escribo estas líneas en memoria de Werner Hamacher, ese poderoso filósofo que desgraciadamente falleció hace unos meses. Porque es en gran medida su pensamiento sobre Heidegger, como lo expresó sobre los Cuadernos negros, lo que reanudo y extiendo aquí.
Nota
[1] El original en francés intitulado “Heidegger incorrect” fue publicado en el periódico Liberation el 12 de octubre 2017, véase http://www.liberation.fr/debats/2017/10/12/heidegger-incorrect_1602695.