Revista de filosofía

Una breve reflexión sobre el humanismo ateo en Henri de Lubac

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Una breve reflexión sobre el humanismo ateo en Henri de Lubac

Resumen

En el presente trabajo me he propuesto reflexionar, bajo el pensamiento del teólogo y filósofo Henri de Lubac, el fenómeno del humanismo ateo que surge en los siglos XIX y XX, que tiene como figuras relevantes a Nietzsche y a Comte, y que pretende superar el nihilismo que azotaba (y sigue azotando) Europa. Para ello, se plantea un nuevo “humanismo” o un nuevo hombre que tomará las riendas de su propio destino sin necesidad de algún fundamento trascendente o teológico, debido a que esa realidad teológica había mermado la grandeza del hombre y lo había despojado de toda posibilidad de aventura. Sin embargo, estos pensadores saben que no deben dejar vacíos los altares y que había que poner un nuevo “dios”; este nuevo dios es el hombre mismo.

Palabras clave: humanismo, ateísmo, nihilismo, dios, teológico, Henri de Lubac.

 

Abstract

In this work I have proposed to reflect, under the thought of the theologian and philosopher Henri de Lubac, the phenomenon of atheistic humanism that arises in the nineteenth and twentieth century and has as relevant figures Nietzsche and Comte, atheistic humanism that aims to overcome the nihilism that whipped (and still whips) Europe. Because of this, is stablished a new “humanism” or a new man who will take control of his own destiny without needing any transcendent or theological foundation, because theological reality had diminished the man of his greatness and had stripped him of all possibility of adventure. However, these thinkers know that they should not leave the altars empty, and it was necessary to put a new “god”, and this new god is man himself. Atheistic humanism is the religion of man who becomes God of himself.

Keywords: humanism, atheism, nihilism, god, theologic, Henri de Lubac.

MIGUEL ÁNGEL, CAPILLA SIXTINA [Fragmento] (1508-1512)

 

Tenemos que levantar el acta de un acto nuevo que no carece de importancia. Se lo intenta camuflar mediante mil subterfugios. Me parece que es más oportuno clamarlo a los cuatro vientos. No, ciertamente como un grito de triunfo, sino como la expresión de una preocupación profundamente sentida: el proyecto ateo de los tiempos modernos ha fracasado. El ateísmo es incapaz de responder por la legitimidad del hombre.

Remi Brague, Lo propio del Hombre

 

El humanismo del que hablamos en el presente trabajo debe entenderse como aquel concepto que da una idea sobre lo que es o debe ser un hombre. En los siglos XIX y XX surge un humanismo ateo que buscará hacer frente al nihilismo que azotaba Europa. La lucha del humanismo ateo se presenta como una lucha por el hombre. El hacer al hombre el amo y señor de su destino y del mundo. El humanismo ateo partirá de un antagonismo entre Dios y el hombre. Es decir, hará una lucha contra el cristianismo.

Para el jesuita Henri de Lubac esta lucha no solamente es falsa, sino perjudicial para el hombre, porque al romper la relación con Dios el hombre no sólo pierde toda dignidad, sino que termina por difuminarse y perderse en el absurdo del sin sentido que hay tras la —muy de moda— “muerte de Dios”.

 

El humanismo ateo contra el cristianismo: El lugar del combate

Lubac no explicó cómo surge el nihilismo de manera histórica, sino que se limitó a describir el humanismo ateo que pretendió dar una respuesta ante el fenómeno del nihilismo.

El ateísmo que Lubac observó no es un ateísmo crítico, sino uno que propone una nueva forma de vida y en una propuesta de humanismo: En la religión del hombre vuelto Dios.

Este humanismo termina por invertir la afirmación fundamental del cristianismo, en donde Dios se ha hecho hombre, y para el nuevo humanismo emergente es el hombre el que se ha vuelto Dios.[1] El humanismo parte de un antagonismo entre Dios y el hombre, contrario a la propuesta que da el cristianismo donde Dios y el hombre pueden comulgar sin problema alguno.

En el humanismo, declara Lubac, Dios impide el pleno desarrollo del hombre, porque la figura teológica no sólo lo limita, sino que lo pervierte y lo aleja de sus metas más altas, por lo que Dios es una figura que debería desaparecer totalmente de la consciencia humana, para que así el hombre pueda realmente llegar a su plenitud; mientras que para el cristianismo el hombre obtiene su dignidad, su fortalecimiento y su sentido de la vida en la comunión entre Dios y el hombre.[2]

Ahora bien, al observar el principio de donde parte el ateísmo contemporáneo —que es el antagonismo que existe entre el hombre y Dios—, Lubac señalaría que no estamos ante un problema teórico, racional ni doctrinal que amerite una reflexión desde la razón humana, sino que el problema repercute en la totalidad del ser humano, en su actitud y decisión de cómo llevar la vida: es decir, nos encontramos ante un problema de índole espiritual. Por esto, la lucha que se lleva a cabo entre el cristianismo y el nuevo humanismo ateo no se lleva a campos de batalla de orden intelectual o argumentativa, sino que su lucha es en el plano espiritual. La batalla que se libra es por la seducción del espíritu humano en las propuestas para llevar al hombre a la auténtica plenitud de vida y de realización.[3] En esta necesidad se proyecta Dietrich Kerler, al decir: “Incluso si se pudiera probar matemáticamente la existencia de Dios, no quiero que exista, porque me limita en mi grandeza”.[4]

En palabras de Lubac: “Cada época tiene sus herejías. Unas veces las batallas se libran en los fundamentos históricos de nuestra creencia […], otras veces se dan en el terreno de la metafísica. Sin embargo, la lucha de nuestra época no es un problema de orden histórico, metafísico o político. Es un problema espiritual. Es el problema del hombre total”.[5]

 

Humanismo ateo: El hombre hecho Dios.

Lubac comienza señalando que, en la época moderna, se da un giro inesperado en cuanto a la comprensión que se tiene de la religión cristiana. El moderno, señala Lubac, ya no veía en el cristianismo la liberación que el antiguo sí sentía al escuchar el mensaje del evangelio, sino que le resulta banal y, por una extraña falta de memoria que el hombre europeo padece, no alcanza a recordar cómo repercutía hondamente en el alma del antiguo: “Estas verdades elementales de nuestra fe nos parecen hoy banales, y aun nos olvidamos demasiado frecuentemente de su realidad. Nos cuesta la revolución que provocaron en el alma antigua. Al primer anuncio que se recibió de esto, la humanidad quedo sobrecogida por la esperanza. La humanidad se sentía liberada”.[6]

Sin embargo, en la modernidad el hombre dejará de ver el acontecimiento cristiano como liberación y lo asociará con un yugo pesado. El Dios que había dado a los hombres su grandeza, ahora es visto como un antagonista y como adversario de su dignidad. El hombre moderno, por una extraña razón, ha dejado de conmoverse ante el misterio cristiano. Con este contexto, surge el humanismo ateo que busca dar una respuesta al hombre ante el acontecimiento del nihilismo en el hombre moderno se ha sumergido. El nuevo ateísmo que surge es uno positivo.

El ateísmo contemporáneo, que tiene como núcleo a Feuerbach, Nietzsche y Comte, busca dar al hombre una posibilidad o un nuevo horizonte para realizarse a sí mismo libremente, sin un impedimento de orden metafísico y trascendente. Se hace contrincante del Dios cristiano.

LUDWIG FEUERBACH

Este humanismo tendrá por núcleo el principio antropológico que ya Feuberbach propuso en su obra La esencia del cristianismo: “Dios no es más que un mito en el que se expresan las aspiraciones de la conciencia humana: el que no tiene deseos no tiene dios”.[7] El hombre, por lo tanto, debe proponerse a sí mismo como aquél que da fundamento a toda la realidad y, para ello, debe erigirse a sí mismo como Dios. Con Nietzsche, que toma las ideas de Feuerbach, comienza el proyecto del superhombre creador de su destino, proyecto que establece como punto de arranque el acontecimiento del nihilismo que azotaba al hombre europeo. Nietzsche con esto pretende el retorno del mito.[8] Comte, por otro lado, pretende superar al cristianismo con una nueva etapa humana que será dominada totalmente por el saber científico y será una religión donde ya no se dé culto a Dios, sino a la humanidad entera. Esa nueva religión y etapa será el positivismo.

Ahora bien, dentro del humanismo ateo hay diversas propuestas y dentro de esas propuestas existen divergencias. Comte y Nietzsche representan dos de esas diferentes propuestas que surgen dentro del humanismo ateo, pues mientras uno opta por la voluntad de poder, el otro lo hace por la comprensión científica como única posibilidad de plenitud para el hombre. Existe una confrontación sobre el nuevo núcleo que debe fundamentar a la humanidad emergente: para Nietzsche es el individuo y su voluntad de poder lo que debe proponerse como nuevo horizonte, para Comte, no es el individuo, sino la sociedad.[9] En Nietzsche, además, encontramos una repulsión total al cristianismo, mientras que en Comte no se trata de repulsión, sino de superación, a la que llama “etapa teológica”. Comte, a diferencia de Nietzsche, da las gracias al cristianismo (catolicismo) por llevar a la humanidad a un estado que supera la etapa del totemismo, pero se tendrá que superar.[10] Sin embargo, a pesar de sus distintas propuestas, ambos son conscientes que al destronar a Dios y quitarlo de la conciencia humana se debe poner algo en su lugar.

Ante estas observaciones nos encontramos frente a una propuesta que no discute ni pretende hacer una autentica empresa filosófica, sino que plantea la creación de nuevos ídolos que buscan dar un nuevo “dios” al hombre, y ese dios no es más que el hombre mismo: “Homo, Homini Deus”.[11] Traer el cielo a la tierra, éste es el anhelo que buscan darle al hombre en el humanismo ateo.

 

El drama del humanismo ateo

¿Por qué Lubac denomina a este fenómeno como “Drama del humanismo ateo”? Porque la criatura, que es el hombre, se desvanece sin su creador. Cuando el hombre se deshace de Dios, toda realidad se difumina: “Espíritu, razón, libertad, verdad, fraternidad, justicia: las grandes cosas sin las cuales no hay humanidad verdadera y que ya el paganismo antiguo entrevió y que el cristianismo fundamento, se hacen muy pronto irreales, en cuanto no aparecen como rayos emanados de Dios, en cuanto o los nutre la fe en el Dios viviente con su savia”.[12]

¿Cuáles fueron los frutos del humanismo ateo? El nuevo humanismo ocasionó el nacimiento de un neopaganismo que llegó a ser fundador de nuevos dioses que dominan al hombre. El hombre que pretendía ser demiurgo de su destino ha llegado a subyugarse ante sus propios ídolos. No es ya el hombre dueño del mito que inventó, sino que ahora el mito se ha transformado en dueño del hombre. Y con esto no se tendría que sospechar que quienes pretendieron erradicar el cristianismo con una bandera contra la religión para establecer un reino donde el hombre es “la medida de todas las cosas”, han terminado por instaurar una religión con ídolos que exigen mucha sangre.[13]

Como ejemplo, Lubac mencionará al nacionalsocialismo alemán, que tenía un origen neopagano y, por tanto, mítico. Estos mitos modernos son creados a causa del anhelo del hombre por auto-fundamentarse a sí mismo mediante de caracteres históricos, anhelo que hizo emerger la nueva religión de razas en Alemania. En su obra, George Bensoussan señalará que el nazismo suplantará la religiosidad por la idea de etnicidad: “La idea religiosa ha perdido mucho de su importancia; y son las guerras de razas lo que ocupa el sitio de la religión […]. Este análisis anula todo libre albedrio, y también libera a cada cual de su responsabilidad personal frente al mal”.[14] También Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe en El mito nazi nos recuerdan que este humanismo que pretende suplantar al cristianismo deja de lado la visión universalista cristiana para volver a los “pueblos” y a las “naciones puras”. Esto ocasionará, señalaran los filósofos franceses, unas catastróficas guerras de ideologías que en el fondo no son más que guerras de religiones.[15]

El humanismo ateo, como culmen del proyecto moderno, no es más que un retorno al mito. Un intento prometeico de recuperar el sentido, que se había nublado en el mundo del hombre, en un inmanentismo que encuentra su identidad en la raza, en la sangre, en la tierra, etc. El cristiano —y el judío— estorban porque son los hombres sin tierra y sin sangre, son los hombres universales que no poseen identidad propia.

El filósofo mexicano Juan Carlos Moreno Romo, hace hincapié en cómo el cristianismo ha permitido al ser humano superar al mito —siguiendo a Rene Girard— y le ha permitido poder ver más allá de sus propias “tierras” y “sangre”: “La filosofía, esto es visible ya en Heráclito, y en Jenófanes de Colofón, y en Sócrates desde luego, la filosofía nace como una crítica a la religión, y de los mitos tradicionales, pero como una crítica que afecta a unos cuantos. La verdadera ruptura con la religión la opera el cristianismo, que los antiguos veían como una especie de ateísmo y que en nuestros propios días Marciel Gauchet lo define como la ‘La religión de la salida de las religiones’, mientras que Jean-Luc Nancy sostiene que es algo —el cristianismo—que viene y deconstruye todo lo anterior.”[16] (Antes que Foucault y mucho más efectivo que el martillo de Nietzsche).

El cientificismo que surge a finales del siglo XIX e inicios del XX es hijo del positivismo comtiano y no es más que otro mito: el del “eterno progreso”, donde la ciencia es la que proporcionará a la humanidad la plenitud de vida. Nacido de la ciencia, el imperio tecnológico del hombre aumenta cada día más el poder sobre la naturaleza y, por consiguiente, sobre sí mismo. El hombre llega a sentirse como el demiurgo de su propia historia.[17] Así, toda idea de misterio y de trascendencia queda reducida a una mera superstición que debe dejarse de lado para poder continuar con el proyecto de manipulación tecnológica sobre la naturaleza. En palabras de Lubac: “Mediante la expulsión de todas las ‘abstracciones metafísicas’, así como todas ‘las ficciones teológicas’, proclama y afirma al mismo tiempo ‘el irrevocable fin del reino de Dios’ y el comienzo del reino del hombre”.[18]

Sin embargo, ante el proyecto del positivismo que, al arrebatarle al hombre su búsqueda de trascendencia y de sentido de la vida, va impulsado por la concepción del misterio, reduce al hombre a un mero animal que sirve a la techne. El hombre, por tanto, ha quedado reducido a un servidor de la técnica científica y ha perdido toda dimensión trascendente que le da dignidad y fundamento a su ser. En palabras de Lubac: “Sin Dios la verdad misma es un ídolo; la misma justicia lo es también […] ¿Volveremos a la barbarie, a una barbarie indudablemente muy diferente a la antigua, pero más atroz, barbarie técnica y centralizada, barbarie reflexivamente inhumana?”[19]

 

¿Y que nos queda ahora?

Lastimosamente, al contrario de lo que pensaba Nietzsche, este olvido de Dios no trajo al hombre un nacimiento de la tragedia que lo llevara a tomarse la tarea de sí mismo en serio, sino que existe indiferencia, pues —siendo honestos— sin Dios… ¿cómo pensar de manera trágica la vida? Lo que tenemos hoy no es la aventura del hombre para superar el nihilismo, sino la indiferencia por el desierto, una indiferencia por el sentido. Es decir, una indiferencia por la vida. El humanismo ateo ha ocasionado, y hay que preocuparnos mucho, una desintegración del hombre que el cristianismo se había encargado de fundamentar. Para Lubac, el humanismo ateo termina transformándose en antihumano por el simple hecho de ser anticristiano. Citando a Berdiav: “Donde no hay Dios no hay hombre”.[20]

Volviendo con Henri de Lubac: “No es verdad que el hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo cierto es que sin Dios no puede, a fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano. Por lo demás, la fe en Dios, esta fe que nos inculca el cristianismo es una trascendencia siempre presente y siempre exigente, no tiene por finalidad el instalarnos cómodamente en nuestra existencia terrestre para adormecernos en ella, aunque muy febril seria nuestro sueño. Al contrario, haciendo irrupción en un mundo que tiende a cerrarse, Dios le da, sin duda, una armonía superior, pero que no debe alcanzarse más que el precio de una serie de luchas y rupturas, tan larga como la duración misma de la vida”.[21]

Para terminar, creo pertinente lanzar una pregunta al aire, no sin cierta pena y con una sonrisa agria: ¿no estamos en la época del fracaso del ateísmo? ¿No estamos ante el fracaso del proyecto del hombre que pretende ser Dios del hombre? ¿En verdad el hombre puede dar sentido a su vida sin Dios?

 

Bibliografía

  1. Bardiev, Una nueva Edad Media, Apolo, Barcelona, 1932.
  2. Bensoussan, Georges, La Europa genocida, Anthropos, México, 2015.
  3. Feuerbach, Ludwing, La esencia del cristianismo, Editorial Encuentro, Madrid.
  4. Lacoue-Labarthe, Philippe y Jean-Luc Nancy, El mito nazi, Anthropos, Querétaro.
  5. Lubac, Henri de, Ateísmo y sentido de la vida, Centro de Estudios Universitarios, Madrid, 1968.
  6. _____, El drama del humanismo ateo, Editorial Encuentro, Madrid, 2009.
  7. Moreno Romo, Juan Carlos, ¿Ciencia contra religión?, Anthropos, Querétaro, 2017.

 

Notas

[1] Lubac, El drama del humanismo ateo, Encuentro, Madrid, España, 2008.
[2] Lubac, op. cit., p. 20.
[3] Ibid., p. 107.
[4] Ibid., p. 63
[5] Ibid., p. 108.
[6] Ibid., p. 27.
[7] Lubac, op. cit., p. 33.
[8] Ibid., p. 82.
[9] Lubac, Ateísmo y sentido de la vida, Centro de Estudios Universitarios, Madrid, España, 1968.
[10] Ibid., pp. 30-31.
[11] Feuerbach, La esencia del cristianismo, Editorial Encuentro, Madrid, España.
[12] Lubac, op.cit., p. 67.
[13] Moreno Romo, El fin de la ciudad: ¿Ciencia contra religión?, Anthropos, Querétaro, 2017.
[14] Bensoussan, La Europa genocida, Anthropos, México, 2015.
[15] Lacoue-Labarthe y Nancy, El mito nazi, Anthropos, Querétaro.
[16] Moreno Romo, op.cit., p. 62.
[17] Lubac, op. cit., p. 48.
[18] Ibid., p. 153.
[19] Lubac, op. cit., p. 69.
[20] Bardiev, Una nueva Edad Media, Apolo, Barcelona, 1932.
[21] Ibid., p. 20.