La lectura de este libro, El exilio como síntoma, literatura y fuentes, de Rossana Cassigoli, me ha sacudido. Pienso que mi cercanía a refugiados de tantos países, me debería haber sensibilizado a esta experiencia. No obstante, como alguna vez dijo María Zambrano, esta es una experiencia de la que sólo puede hablar el propio exiliado. No le faltaba razón.
Creo que nunca me había enfrentado a una memoria del exilio, a una escritura del exilio, a una experiencia del exilio. Esta condición de exiliado es tan lejana al mexicano, a mí en particular, que cuando leí el texto me asombró de mi distancia, de eso que muchos nombran como el desplazamiento de una historia, de un linaje, de una lengua, en suma, de una vida. He de confesar que mi acercamiento a esta experiencia sólo se dio por algunos de mis maestros más queridos, todos ellos refugiados de la guerra civil española del 39: Eduardo Nicol, Adolfo Sánchez Vázquez, Ramón Xirau, José Gaos, y otros a quienes sólo vi de soslayo pero que pronto estuve al tanto de algunos de sus avatares.
No sé por qué el tema del exilio fue algo que se mantuvo en estado de latencia. Recuerdo el concepto de “transterrado”, que les diera Gaos a todos los refugiados españoles. Recuerdo algunas conversaciones con Nicol que habló de cómo había perdido la tierra natal, la lengua, la familia y tantas cosas que sólo pasan en el alma.
Luego vinieron los refugiados chilenos y los argentinos, perseguidos de las dictaduras, una pléyade de seres que también fueron en alguna medida mis maestros, mis amigos, pero nunca escuché sus historias, quizá por un cierto pudor de ambas partes. Nosotros, los mexicanos, o yo en particular, tácitamente las sabíamos, las deducíamos a través de una suerte de pequeños susurros, apenas audibles, tímidas anécdotas temerosas, aún con la persecución y el desgarro encima. Tuvo que pasar mucho tiempo para que esos susurros se convirtieran en un grito desesperado y que éste se convirtiera en testimonio, en letra escrita, en autobiografía, por esa experiencia letal de lo que, en el libro de Rossana Cassigoli, se llama “[…] la pérdida de un lugar simbólico que existe de manera encarnada, natural, habitual”.[1]
Hoy, al leer este libro, El exilio como síntoma, literatura y fuentes, me doy cuenta de que ningún exilio es igual. Que solo pensar en el exilio como una categoría ya es inadecuado o, en el peor de los casos, una cuestión que intenta soslayar el drama mismo encerrándolo en un término que no acaba de aclararse. Por muy cercano que esté la pérdida de la tierra natal, la familia, los amigos, la situación social y la lengua, cada experiencia se vuelve un caso especial de dolor inextinguible, de vivencias que atraviesan no sólo la vida de quienes lo han experimentado, sino que marcan a varias generaciones y de una suerte de vida cruzada por el vértigo del sufrimiento. Quizá por ello, la autora puede preguntarse “¿Cómo podríamos traducir o transmutar la experiencia emocional, en acción reflexionada?”[2] Y agrega Cassigoli, “El propósito de este libro es sencillo en sus intenciones y acotado en sus funciones de acopio testimonial”.[3]
Claro que Rossana introduce las referencias familiares, experiencias dramáticas, trágicas, desastrosas, si comprendemos que en esa familia aconteció como herida ontológica un primer exilio cuyo “punto de inicio […] se remonta a 1930, cuando la sombra de los campos de exterminio comenzó a expandirse con macabras reciprocidades entre Hungría y Austria”.[4] La madre de Rossana era húngara. A este exilio, años después, sobrevino un segundo en 1973 a raíz del golpe de Estado en Chile, que, como se ha escrito de ese país, “[…] la gran esperanza que fue derrocada con un golpe”.
Si un exilio es un acontecimiento que se tiene que acotar como un hueco que nunca se colma, que se trata vanamente de taponear, ¿qué decir de un segundo exilio en el lapso de una vida? Más aún, ¿qué expresión podríamos utilizar para poder delimitar, concretar, aclarar una experiencia cuyo estigma está signado por un pasado familiar constituido por el exilio, es decir, el galut, esa expulsión que se inició desde el llamado “exilio babilónico” y que recuerda un tiempo de tribulación y nostalgia por la patria perdida, como una condena histórica, inaudita que se ha recreado infinitamente? Me parece que este libro que hoy presentamos intenta ser como la representación simbólica de todos los exilios, pues aspira a colmar ese vacío que deja esta experiencia, a velar de alguna forma las sombras desoladoras de un evento que, en Rossana Cassigoli, ha sido terreno fértil para convertir a la escritura en el centro del exilio mismo. Es cierto, como señala Rossana, que “el conjunto de estos textos intenta aportar reflexiones útiles” para debatir lo que ella denomina “régimen ético de la autobiografía”.[5]
Hay una eticidad en esta forma de hablar de sí misma, de su propia experiencia, de su camino de desarraigamiento, del refugio, de la vuelta, o de ese retorno imposible. Hay unos límites que ella pone a la autobiografía, demarcaciones que se sienten en la tensión de la misma escritura, en ese espacio que, como Mallarmé, sólo encuentra sentido la escritura. No es sólo una autobiografía, sino el análisis de regímenes, dispositivos y prácticas que hacen posible el exilio mismo. Por ello su escritura se desborda. Jean Amerý no hace mucho, en un texto admirable, nos habló de la llamada “fenomenológica del exilio”. En ese trabajo escribió que, tras el tormento de haber vivido bajo la fuerza brutal de los campos de concentración, no puede haber nada más atroz como el desarraigo.[6] El desarraigo es como la sensación del vacío existencial y vital, más aún, es sentir que se habita en el no-lugar.
Ese régimen ético queda establecido, porque no es un código, ni reglas específicas, sino una eticidad constitutiva, ontológica, la que se ha construido en ese lugar de la escritura, pero, por lo mismo, el texto va mucho más allá de lo que se quiere, porque ese régimen se desborda, toca aristas que quizá la autora jamás pensó. Esto sucede cuando uno escribe una obra: lo dicho se traslada a otros espacios que no estaban calculados, acaricia fronteras que uno ni siquiera había imaginado, es algo más de lo que uno acota, de lo que uno quiere expresar, quizá porque la pregunta es: ¿cómo se acota ese corte que deja truncas para siempre partes del ser? En este libro, pareciera que con la palabra “exilio” lo que se experimenta es la huida de las palabras, su fuga, lo no-dicho. Ese espacio pegadizo y necio que quiere silenciarse para no volver a experimentar en carne viva el instante en el que nace la palabra exilio como la marca de Caín, porque desde entonces los exiliados son “los sin tierra”, o los parias, como bien ha escrito Rossana Cassigoli en su impecable texto.
Cuando pronunciamos este vocablo pareciera que todas las palabras se flexibilizaran, y entonces ellas nos muestran su poder, la fuerza de la que gozan cuando se escribe y saltan por encima de nosotros mismos, de esa intencionalidad que queda trascendida desde el momento mismo en el que se inscriben en el texto. Las palabras aquí gozan de una cierta impunidad, porque ellas se hacen performativas, mucho más cuando del mal se trata. Por eso, aunque la escritora quiere acotar su experiencia, marcar los límites de ese núcleo del no-saber, del no-lugar del exiliado, no puede impedir que el lenguaje mismo vaya delimitando los espacios del sollozo y del sufrimiento pues esto, vuelvo a repetir, no es una autobiografía, porque en este escrito se emplaza la pluralidad, la memoria, la biografía, se cuestiona la alteridad y se pregunta por la posibilidad del retorno, se piensa en lo imprescriptible o en la ética del perdón. Entramos de lleno entonces al exilio como forma de ser y estar en el mundo, como una conformación desgarrada, una subjetividad hollada, como un cuestionamiento a la ordenación del Estado-Nación, al discernimiento problemático que se agencia entre hombre y ciudadano, entre nacimiento y nacionalidad… como ha dicho Agamben.
“El que los refugiados —dice este pensador— (cuyo número nunca ha dejado de crecer durante nuestro siglo, hasta incluir hoy día a una parte no despreciable de la humanidad) representen, en el ordenamiento de la Nación-Estado moderna, un elemento tan inquietante, es debido sobre todo a que, al romperse la continuidad entre hombre y ciudadano, entre nacimiento y nacionalidad, ellos ponen en crisis la ficción originaria de la soberanía moderna. Al desvelar la diferencia entre nacimiento y nación, por un momento el refugiado hace que aparezca en la escena política aquella vida desnuda que constituye su premisa secreta”.[7]
El exiliado es un concepto límite. Por ello, el exiliado no debe considerarse como una figura política marginal, sino como la imagen de la vida inmediata y originaria ante el Estado soberano.[8] En este libro el exilio, y me parece que esta es la enorme virtud del texto, se torna un concepto filosófico-político radical que “[…] al romper la espesa trama de la tradición política todavía hoy dominante, podría replantear la política de occidente”.[9]
Todas las ciencias, análisis o prácticas a las que atañe la proscripción encuentran su lugar en este cambio histórico de los procedimientos de individualización, de subjetivación. El momento en el que se pasó de los mecanismos histórico-rituales de formación de la individualidad a los mecanismos o dispositivos que se adoptaron para poder ejercer el exilio como forma de aniquilamiento, este momento en el que las ciencias del hombre se hicieron posibles es aquél en el que fueron puestas en funcionamiento una nueva tecnología del poder y otra anatomía política del cuerpo.
Rossana Cassigoli sabe perfectamente que:
“El exilio puede manifestarse de muchas maneras, desde la huida física mediante el viaje o la desaparición de los espacios cotidianos; el abandono del pensamiento compartido, a través del silencio y la soledad ante disputas incoherentes con las creencias de uno mismo, o el retiro del compromiso afectivo, escondiéndose tras la máscara de la mentira emocional. El mero hecho de vivir y sentir nuestro entorno nos hace víctimas potenciales del asalto del exilio como expulsión, como emigración o como metáfora. Todos ellos formas del exilio. Y todas ellas, en menor o mayor medida, posibles de ser vividas”.[10]
Me parece que aquí Cassigoli recoge la tesis de Agamben, en la que argumenta que es después de la Primera Guerra Mundial que la condición de exiliado y el refugiado se convierte en sintomática de la crisis de las categorías fundamentales de la Nación-Estado.
Quizá ya deberíamos preguntarnos: ¿dónde sucede el exilio?, ¿quién habla en la escritura del dolor, de ese exilio infinito? La misma Cassigoli ha escrito con enorme lucidez: “[…] el exilio se trata, justamente, del quiebre de la existencia, la interrupción de la biografía y el ocaso de la vida familiar por la vía de la aniquilación de los vínculos”. Pero va más lejos, porque si bien se narra la historia familiar, ésta nos habla del exilio como síntoma. A este proceso habría que agregar los análisis de las tecnologías de separación, de despersonalización, de la introspección domiciliaria al arrinconamiento; de la disolución de la genealogía, así como de las fracturas biográficas.
¿Cómo se asimila el extranjero en su condición de otro, de su extranjería, de sus raíces a otras raíces, de sus códigos de la lengua a otros códigos?, ¿cómo es que ese refugiado puede, en un mundo que no es el suyo, vivir sin las leyes de la hospitalidad?, ¿cómo extender la confianza del suelo nutricio a otro suelo que a cada momento le hace recordar su condición de extranjero, de otro?
Tarea infinita la de adaptarse, la se asimilarse, la de camuflajear su condición de extranjería; al tiempo que tiene que poner, en una suerte de espacio otro, toda su biografía traumática, su desarraigo, su quebranto, la vida dividida porque el retorno resulta otro evento de no menor cuantía existencial:
“[…] el retorno, para muchos, no llegó a cubrir esas expectativas y se vieron obligados a re pensar su situación de exiliados, no ya como fruto de unas circunstancias, sino como condición permanente, y por tanto la re-emigración. Este nuevo retorno al destino del exilio fue el inicio de la necesidad de re significar, no sólo su condición, sino también la de los espacios de representación que les sirvieron de base en los exilios. Nuevas circunstancias migratorias, las migraciones económicas, con nuevas necesidades y nuevos contextos obligaron a resituarse y resituar los espacios donde ya los referentes trasnacionales no eran la red de exilios sino el país de origen”.[11]
Finalmente pienso que este trabajo acucioso de Rossana Cassigoli puede servir para comprender nuestro pasado en común, pero también para comprender los nuevos exilios, esos que ahora han desplazado a cientos de millones de personas por el mundo. Un trabajo como éste tiene la virtud de dar herramientas de interpretación, valiosísimos instrumentos para poder acercarnos a esa condición de paria que ahora consiguen todos los que claman por un asilo, por un lugar, por un espacio dónde vivir a pesar de las condiciones éticas y materiales que tienen que arrostrar para poder sobrevivir. No le faltó razón a Deleuze cuando dijo: “Vislumbro un mundo en que todos seremos exiliados”.
Bibliografía
- Alonso, C.S., “El exilio hecho escritura Aprender en la errancia”, Universitat Autònoma de Barcelona, en http://www.raco.cat/index.php/enrahonar/article/viewFile/31983/31817 visto por última vez el 4 de noviembre 2016.
- Agamben, Giorgio, Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida, Pre-Textos, Valencia, 2006.
- _____, Política del exiliado, trad. Dante Bernadi, Archipiélago. Cuadernos de la crítica de la cultura, Barcelona, 1996.
- Améry, Jean, Más allá de la culpa y la expiación, Pre-Textos, Valencia, 2001.
- Cassigoli, Rossana, El exilio como síntoma, literatura y fuentes, UNAM/Ediciones Metales Pesados, Santiago de Chile, 2016.
- Coraza de los Santos, Enrique, “Los exilios ¿un estado permanente? Exilio, retorno y re emigración en una relación trasnacional permanente”, en http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cemi-uh/20150911013548/2-46-86-1-SM.pdf visto por última vez el 6 de noviembre de 2016.
Notas
[1] Cassigoli, El exilio como síntoma, literatura y fuentes, ed. cit., p. 55.
[2] Ibid., p. 12.
[3] Ibid., p. 14.
[4] Ibid., p. 32.
[5] Ibid., p. 15.
[6] Cfr. Amery, Más allá de la culpa y la expiación.
[7] Agamben, Política del exiliado, ed. cit., p. 9.
[8] Agamben, Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, ed. cit., pp. 41-43.
[9] Idem.
[10] Cfr. C. S. Alonso, El exilio hecho escritura Aprender en la errancia.
[11] Cfr. Coraza de los Santos, Los exilios ¿un estado permanente? Exilio, retorno y re emigración en una relación trasnacional permanente.