Resumen
Se ha entablado una discusión en torno a la gestión del actual mandatario mexicano que se vincula con la función y el lugar que tiene la filosofía, así como otros saberes “científicos”, en la vida política y social. La finalidad de este trabajo aspira a una crítica de la acumulación de saberes, como mercancías, en oposición a la orthodoxa, noción retomada por Lacan, para dar cuenta de las condiciones socio-materiales que permiten la sobrevaloración de los saberes llamados “expertos” en una fracción de la población denominada “clase media”, en la que muchos, que están dentro de los ámbitos antes mencionados, pertenecen. ¿Qué función juega la mercancía y, en estricto sentido, el Mercado para la caída de la autoridad simbólica en lo político?
Palabras clave: orthodoxa, saberes-mercancía, capital, mercado, fetichismo, objeto a.
Abstract
A discussion has begun regarding the management of the current Mexican president that is linked to the function and place that philosophy has, as well as other “scientific” knowledge, in political and social life. The purpose of this work aims at a critique of the accumulation of knowledge, such as merchandise, as opposed to orthodoxa, a notion taken up by Lacan, to account for the socio-material conditions that allow the overvaluation of knowledge called “experts” in a fraction of the population called “middle class”, in which many, who are within the aforementioned areas, belong. What role does the merchandise and, strictly speaking, the Market play for the fall of symbolic authority in politics?
Keywords: orthodoxa, knowledge-merchandise, capital, market, fetishism, object a.
Pues si consideramos los derechos del hombre bajo la óptica de la filosofía, vemos aparecer lo que por lo demás todo el mundo sabe ahora de su verdad. Se reducen a la libertad de desear en vano.
Buen pan como unas hostias, pero ocasión de reconocer en ello nuestra libertad espontánea de hace un rato, y de confirmar que es ciertamente la libertad de morir.
Jacques Lacan
El primer gran error es creer que la política puede ser hecha una vez que se tiene un conjunto de tesis para la explicación de la “realidad objetiva”. Como si en algún saber estuviera la clave para hacer política.
Y, ¿qué entienden por “hacer política”? Si hacer política es saber gobernar, entonces para saber gobernar no se necesita haber pasado por todos los pensadores que hayan cuestionado algo en torno a la política. Ni la demanda de análisis demográficos, ni la saturación de reflexiones críticas sobre ciertos procesos sociales y políticos, ni la puesta en práctica de principios morales como metas efectivas para la configuración del espacio público —como la instauración de formas de vida justas, igualitarias (equitativas) y libertarias— podrán dotar al sujeto de un saber para mantener ligado el cuerpo político. El saber del político es más bien un no-saber, una orthodoxa. El político sólo desea saber, saber qué está diciendo el espíritu de una época, en aras de sostener el colectivo como un pueblo, es decir, en dirección a un punto o meta específica.
Ni los “expertos”, ni los analistas, ni los intelectuales, ni los especialistas tienen ese deseo, y esto se revela por su torpeza para escuchar su momento histórico. Esta torpeza se manifiesta en la intensidad con que se martirizan los sujetos en nuestros tiempos, no importa lo que se haga o lo que muestren los datos. El grito ensordecedor y angustiante de un malestar que insiste sobre las personas y que se expresa en su desmedida propensión a estar siempre activo, a estar siempre haciendo algo, no sólo es infranqueable para los “especialistas” o “expertos” o profesionistas o académicos, sino que ellos son parte de esa estática de la pantalla una vez que las fantasías en las que se sitúan comienzan a resquebrajarse.
La mercantilización del saber como suplantación de la orthodoxa
Partimos de lo que Lacan llama orthodoxa,[1] perteneciente al psicoanalista y al buen político, cuestión por la cual el sujeto puede establecerse en una relación de amor con los anteriores personajes, en una transferencia incitada por la escucha, que promueven estos dos tipos de personajes, escucha que no tiene nada que ver con la compasión y sí mucho con la confrontación a la que se verá empujado el hablante con su deseo. Es por ello que la ciudadanía, aquellos que se creen representados por las instituciones que sólo están para el Mercado —incluyendo sus organizaciones de la sociedad civil u O. N. G.—, este régimen de profesionistas, todos dotados de un talento —¿Y que es un talento si no un saber?— que los distingue, pero que a su vez los iguala, es reacia frente a la aparición del buen político, o sea frente al deseo de saber.
¿En qué consiste esta orthodoxa? En un saber político, pero que no se enmarca dentro del saber o el conjunto de los mismos. Por ello, es factible afirmar el hecho de la orthodoxa como un deseo de saber, que capacita al sujeto que sitúa en él como hombre de gobierno, aquel que ejercerá la práctica política como ordenanza o sostenimiento de la ligazón del cuerpo político. “Los practicantes excelentes, eminentes, que no son demagogos, Temístocles, Pericles, actúan en el grado más elevado de la acción, el gobierno político, en función de una ortodoxia, que sólo se define por lo siguiente: lo verdadero que hay en ella no es aprehensible por un saber ligado”.[2]
La orthodoxa no es más que la “opinión verdadera”,[3] anterior a toda configuración de un saber o episteme. El buen político, esto es el que “sabe” gobernar, se ejerce en tal orthodoxa, a saber: está “[…] en el corazón de ese concreto de la historia donde se entabla un diálogo”.[4] Así pues, el buen político encuentra la “palabra” indicada en la que el conjunto de sujetos se ubicará como su lugar de reconocimiento, después de haber sido desconocidos o tenidos por meras herramientas explotables en un sistema de valores.
Ahora bien, la explosión de saberes en que consiste la Modernidad, su ansia de cientificidad, llega a permear ámbitos que difícilmente en la Antigüedad se podían entender de ese modo. Saberes para dar solución, saberes, en consecuencia, técnicos que buscan incidir en el desorden político y social las sociedades capitalistas. Pero estos saberes se disponen como mercancías para la venta y consumo de su nicho de Mercado, puestos en presentación dentro de diferentes espacios, ya no obligadamente contenido dentro de los aparatos escolares, sino también en empresas, plataformas virtuales de entretenimiento, think tanks, etc.
COMPOSICIÓN DE LOS PRINCIPIOS DE GESTALT
Es sólo por la experiencia histórica, y por la experiencia de la palabra que hace de ella el psicoanálisis, que presenciamos que toda mercancía con esto, todo saber que se ofrece a los consumidores está revestida de un conjunto de imágenes que escenifican una situación de solvencia para el sujeto con miras a dar presencia a la mirada del Otro. Esta solvencia tiene que estar en relación primordial con un sujeto desvalido, que no se puede bastar a sí mismo para resolverse en el mundo. Figura de anticipado y sobredimensionado poderío que conoceremos como el Yo-ideal de la experiencia analítica, en el que se formaliza y asienta el Yo en su función simbólica:
Lo que he llamado el estadio del espejo tiene el interés de manifestar el dinamismo afectivo por el que el sujeto se identifica primordialmente con la Gestalt visual de su propio cuerpo: es, con relación a la incoordinación todavía muy profunda de su propia motricidad, unidad ideal, imago salvadora; es valorizada con toda la desolación original, ligada a la discordancia intraorgánica y relacional de la cría de hombre.[5]
De modo que el Mercado influye sobre regresivamente a los sujetos, para remontarse a un estadio de identificación narcisista, es decir, las mercancías están hechas para la consagración del Yo [moi] en su función imaginaria y la fijación del Yo [je] a aquel. Ya Lacan confirmaba lo que la experiencia analítica le presentó a Freud: es en el Yo, que se revela como imagen hacia la cual se identifica el sujeto, su destino enajenante, fuente de las resistencias.[6]
Aquellos que buscarán acceder a estos saberes mercantilizados, sector malamente conocido como clase media por la incidencia del liberalismo hasta en la estructuración subjetiva, que se atribuye la condición de educada, informada y afortunada, es el nicho dentro del cual el sujeto se volcará sobre sí para aprender a situarse en esa mirada que le dote de un lugar en la experiencia del deseo del Otro. No es arbitrario o casual, que el sector de los conferencistas, de los que atiborran las columnas de opinión y de los acaparadores de becas para “investigación” científica, provenga de las tribus que se adjudican la medianía como virtud. O sea, que las crías de hombre de estos pequeños nichos de mercado denominados familias se inclinarán o, mejor dicho, se retorcerán hacia aquello que les dote de un saber, siempre bajo la excusa de una valoración moral que tenga efectos de utilidad. Así llegarán a formar parte de lo que Nietzsche llamó tendencia al “maquinismo”, que tiene como destino inevitable la administración colectiva de la tierra.[7] El empequeñecimiento del hombre se encuadra dentro de este mecanismo de cómputo, máquina de mayor peligro que cualquier arma de destrucción masiva como decía Lacan en el seminario hasta el momento tratado.
Esta forma de circulación de los sujetos en este momento histórico, que tiene como efecto suyo su abaratamiento o reducción de valor, es en lo que consiste la elaboración teórica de Marx dentro de El capital. Quien haya pensado que su obra tiene como intención suya la resolución de ciertos problemas económicos se enfrentará con la inevitable impresión de verse confundido ante el enmarañado único argumento de Marx —no hay que olvidar que el movimiento dialéctico de su “método” consiste en un jaloneo de los conceptos por los conceptos mismos, es decir, por su necesidad inmanente que los empuja a su trastorno y desarrollo— a saber: cómo el sujeto circula dentro del mercado hasta consumirse a sí.
En cambio, en la circulación D – M – D funcionan ambos, la mercancía y el dinero, sólo como diferentes modos de existencia del valor mismo: […]. El valor pasa constantemente de una forma a la otra, sin perderse en ese movimiento, convirtiéndose así en un sujeto automático. […] sujeto de un proceso en el cual, […], en cuanto plusvalor se desprende de sí mismo como valor originario, se autovaloriza.[8]
La transformación del dinero en capital es el proceso que da cuenta del carácter subjetivo del capital frente al sujeto como trabajo vivo. En pocas palabras, el sujeto está puesto como capital y, por ende, extrañado de sí mismo, enajenado. Tanto el capitalista como el trabajador, independientemente de las múltiples ramificaciones que se han desprendido en la actualidad, son simplemente exteriorizaciones del capital, títeres del mismo.
Por ello, el capital puede exteriorizarse en no sólo múltiples formas, sino también en un mecanismo que se mueve por sí mismo y a través de procesos que se efectúan de modo independiente, dando la apariencia de un autómata. Cabría entonces traer un ejemplo de la literatura del cyberpunk, género tan idóneo, como representante, del declinar del sujeto. Para ilustrar esto por intermedio de la máquina reveladora de mensajes divinos del trastornado pero enigmático y hechizante escritor Philip K. Dick: “VALIS: Perturbación del campo de la realidad por el que se crea un vórtice negentrópico autocontrolado y espontáneo que tiende progresivamente a subsumir e incorporar su medio para transformarlo en estructuras de información. Se caracteriza por contar con una cuasi conciencia, finalidad, inteligencia, desarrollo y coherencia armilar”.[9]
Una máquina está hecha con palabras, dice Lacan en su Seminario II, ya que “[…] un reloj está hecho de palabras”.[10] El capital no sería más que esa máquina simbólica, que se expresa en el torrente infernal de números que presentan los valores de acciones y demás instrumentos financieros, que tiene la capacidad de atraer todo lo que se cruza, registrándolo en la contabilidad de las empresas como activos y poniéndolo en funcionamiento como un medio de producción de más valores o mercancías. Las máquinas que conoció Marx ya son máquinas, en cierto sentido, de carácter informático.
Así que las mercancías son lo que nos permiten desenvolvernos en el Mercado, que no sería otra cosa más que algo que se estructura como un lenguaje, haciendo préstamo de la famosa definición del inconsciente que Lacan supo formular. Las mercancías, si hacemos recurso de un ejemplo para sentar que el Mercado es expresión de lo inconsciente —idea que no se trabajará a profundidad en este artículo—, son las ratas {Ratten} que se erigen, formalmente, en las monedas de cambio, en las cuentas {Raten}, con las cuales el sujeto se permite circular en tal entramado, siendo el capital su síntoma.[11] Por lo tanto, habría que hacer una corrección de lo dicho en el párrafo anterior: el Mercado es la máquina simbólica y el Capital es el síntoma del sujeto que circula en tal universo simbólico de mercancías.
FERDINAND VAN KESSEL, “LA DANZA DE LAS RATAS” (1690)
El trabajo, atributo social del sujeto, se desvanece o “gelatiniza” de tal manera que permite no sólo el desplazamiento y condensación de las mercancías, sino también la formación del capital como síntoma suyo. Marx ya intuía ese “ombligo del sueño” para el Mercado, que permite su expansión constante. En esta forma de circulación dentro del Mercado el sujeto está para la producción de un excedente o plusvalor por medio de “su” trabajo abstracto, que da como resultado el Capital. La contradicción que se expresa entre el valor del trabajo objetivado en forma dineraria para la adquisición de fuerza de trabajo y la fuerza de trabajo puesta en movimiento, el sujeto mismo en tanto trabajo vivo, es la contradicción inmanente de la producción capitalista,[12] por la cual se engendra un plusvalor. El sujeto puesto ahí se enajena y consume más y más.
En este entramado simbólico, las mercancías no solamente son productos elaborados a través de la manufactura o de la industria. Aquí las mercancías pueden ser los productos más abstractos o virtuales que podamos imaginar. Los servicios comerciales, las apps de los dispositivos electrónicos, los perfiles de Instagram y de Facebook, así como los datos que aportamos por medio de las cookies, pueden ser productos fácilmente comercializables y generadores de plusvalor, en la medida en que son registrables como mercancías, ya que la mercancía, en cuanto tal, es “la sombra de un gran nombre”, como diría Marx en torno al dinero.[13] En consecuencia, el cúmulo de saberes que se producen es asimilable como conjunto de mercancías. La universidad se instaura como un mercado del saber, donde fluctúan y circulan valores.
En función de esto último es como los adscritos a las academias, institutos, think tanks y “talleres de ideas” son fuerza de trabajo productora de valores, independientemente de que el saber que se produzca tenga como contenido suyo una idea de radical subversión respecto al orden político actual. Si nada detuvo al Mercado en su operación exitosa al integrar al movimiento hippie y al punk como nichos de mercado para todo aquel que se busque comprar la imagen de contestatario y rebelde, ¿qué lo haría ser diferente con respecto a la lucha feminista, de género, indigenista o multiculturalista, ahora que Hollywood reproduce hasta el hartazgo la bandera de los derechos civiles en sus refritos de temporada? Y, por otro lado, ¿no es la misma estructura publicitaria que utilizan los movimientos identitarios nacionalistas que brotan en el mundo desarrollado occidental? El izquierdista —recuperando la noción atacada por Lenin en La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo— no es, por lo tanto, la tendencia antitética al neoliberalismo, sino que es la respuesta imaginaria ante un malestar que corroe al sujeto en las postrimerías de la modernidad. Por lo tanto, es una cara de la misma moneda de aquellos que acusa de ultraxenófobos y fascistas.
Pero sin desviarnos del asunto, habría que vislumbrar el mecanismo clave para que la mercancía se constituya en la añagaza que aprehende al sujeto. ¿Qué es lo que dota a la mercancía, en otras palabras, de su carácter fetichista? Marx ya intuía que es por medio del lenguaje, es decir, por la forma misma de la mercancía que a ésta se le adhieren poderes hechizantes sobre los sujetos, que hace que se le pongan de manifiesto sus relaciones sociales como relaciones entre mercancías.[14]
Fetichismo y mercancía
Pero, ¿en qué consiste el fetichismo? Freud señala que el fetichismo es el proceso por el cual el sujeto se desmiente con respecto a la castración de la madre, suplantando a ésta misma con algún objeto que, aparentemente, tendría el atributo específico que permitiría al niño acceder al goce sexual, si se quiere, a la unidad: el falo. “[…] el fetiche es un sustituto de pene […] que ha tenido gran significatividad en la primera infancia, pero se perdió más tarde. […] el fetiche está destinado a preservarlo de su sepultamiento {Untergang} […] el fetiche es el sustituto del falo de la mujer (de la madre) en que el varoncito ha creído y al que no quiere renunciar”.[15]
El dar cuenta de la falta de la madre, le permite comprenderse al pequeño varón con algo que lo diferencia respecto a la mujer (madre). Este pequeño sujeto concluirá que su objeto de deseo, la madre, no tiene el mismo valor que el que anteriormente tenía, pero, además, se pone en riesgo su propia posesión.[16] El sujeto, por lo tanto, desmentirá tal conclusión invistiendo a un objeto de la experiencia como el poseedor de ese valor que alguna vez la madre tenía. Por lo tanto, este objeto-fetiche despertará en el sujeto el deseo hacia el mismo, por tener las atribuciones de la madre no castrada.
La figuración que hacen los sujetos de sus relaciones de intercambio, en la que están contenidos los productos (parciales) de su trabajo que se objetivan en la mercancía, permite a los mismos investir como fetiche al que cumple la función de equivalente, esto es, la función simbólica. Y en la aparición del Mercado, como tal, sólo es posible por la irrupción de una mercancía que es equivalente de cualquier otra: por la irrupción de la mercancía general, que devendrá en dinero. Es el dinero aquello que tiene, simbólicamente, la capacidad de transformarse o convertirse en cualquier mercancía, por ser únicamente valor.
Es esta condición histórica la que permite que en el discurso del Otro el sujeto sitúe o ubique al dinero como no sólo el objeto por el cual es conseguible cualquier mercancía, sustituto fálico dentro del Mercado, sino que se le dote como el objeto que omite toda castración, toda falta después de todo, con dinero “hasta baila el perro”. En otras palabras, el dinero se articula en el discurso del Otro tanto sustituto fálico como semblante del objeto a, soporte en el declinar del sujeto en su designación.[17]
Ahora bien, ¿qué podemos decir de manera aproximada en torno al objeto a? En el Proyecto de psicología, el manuscrito recuperado de Freud, podemos discernir este objeto como la neurona a, la cual se define como “la cosa del mundo” {das Ding}. De alguna manera, la neurona a es lo que remitiría a la Cosa materna, por la cual el sujeto se encontraba en unidad, disuelto en la masa “oceánica” en la que se disolvería como sujeto, en tanto que el sujeto del psicoanálisis es vacío o faltante. No obstante, la visión fisiológico-neuronal de Freud es improcedente empíricamente, pero sus cualidades de investidura y asociación son efectivas de lo simbólico y del régimen del significante.
ABRAHAM MENDOZA, “AUTORETRATO-FETICHISTA” (2006)
Pero, ¿entonces habría posibilidad de acceder al objeto de deseo último, por así decir? La cuestión es que la Cosa materna es lo imposible de simbolizar, debido a la escisión del sujeto con respecto a ésta por inserción del falo o del significante Amo. Lo que en realidad sea la Cosa materna no se sabe, sino que el objeto a es más la representación de la fisura o hendidura que se abre en el sujeto, en tanto que sujeto de lenguaje. En consecuencia, el seguimiento del objeto a por medio de un representante suyo es, para decirlo en términos claros, una tarea que conlleva su imposible.
El dinero constituido como representante del objeto a, por la condición histórica en la que se situó el sujeto y agregada en el discurso como el objeto que todo lo puede, es lo que no sólo permite esa circulación en el Mercado que más arriba habíamos mencionado, sino la formación del síntoma o del Capital. Y si el Capital tiene como condición esencial suya la creación de plusvalor, entonces el objeto a es lo que empuja al sujeto a dar ese exceso. Es esto mismo lo que permitirá a Lacan definir al plusvalor como una función isomórfica respecto al plus-de-goce. La función del objeto a es la del plus-de-goce y, en última instancia, del plusvalor,[18] si no, ¿por qué los sujetos de trabajo se atienen a los cambios de la producción que los empujan a dar más de sí? O, ¿por qué aspiran a adquirir mercancías, aunque estas se llamen “experiencias”, como viajes a Europa, aunque tengan que sacrificar horas de trabajo en manejar un idioma o en tener que darle más a sus patrones?
Sin embargo, el objeto a toma muchas caras, en la medida en que es lo que causa y moviliza el deseo del sujeto en el discurso del Otro. La apuesta de los agentes de Mercado, y sus principales ideólogos; los publicistas, es la de presentar cualquier mercancía como semblante de tal excremento o resto y de ningún modo la universidad se exenta de este afán publicitario al ofrecer a sus matriculados cursos (saberes) como si fuese una oferta de variedades en el supermercado. Desde los videos que presentan las compañías de producción musical mostrando a sus artistas revestidos de toda una fantasmagoría que “emocione” al sujeto, hasta los espectaculares de universidades que promocionan individuos exitosos profesionalmente y cosmopolitas en sus estancias en el extranjero.
Pero, recordemos, todo esto está inscrito en el Mercado y todo lo que se hace en él es objetivable como un valor de cambio, como una mercancía. De modo que el sujeto de trabajo también es materia de abaratamiento y, al mismo tiempo, de “especialización”. Finalmente, hasta la fuerza de trabajo tiene que hacerse más rentable invistiéndose de múltiples cualidades que lo diferencien respecto a las otras mercancías humanas.
Es este apocamiento o empequeñecimiento del sujeto lo que Nietzsche descubrió en el “último hombre”, sujeto de la decadencia de todo sentimiento de poder, lo que implica el rebajamiento de sus fuerzas.[19] No es, entonces, extraño asimilar tal decadencia con el signo de nuestros tiempos: la esterilización de todo lo que haga daño. Esto, vale decir, es el signo de la mediocridad del que tanto Nietzsche se preocupó si éste tipo se extendía al grado de ya no permitir que ningún “gran hombre” se desarrolle en tal suelo infértil, que ha sido devorado por estos últimos hombres (¿No es acaso la debacle ambiental un buen signo de ello?). Son estos hombres, por estar en el Mercado como equivalentes que, además, se presentan con múltiples particularidades que los diferencian unos de otros, por su goce autoerótico con su propia imagen, pero sin dejar de ser valores intercambiables cada vez más abaratados, los que no permiten ningún “enseñoramiento”, ninguna acumulación de fuerzas en un hombre y que todo lo buscan resolver por medio de lo científico y objetivo. Hombres que, en tanto meros valores, se igualan todos entre sí. Así pues, la orthodoxa es excluida, omitida.
Es así como llegamos a descubrir quiénes son los que promueven a los “expertos” o “especialistas” para la “gestión” de la política: el último hombre o el sujeto que declina en su designación como tal. La disminución del Estado, la reivindicación de las posturas autogestivas y autonomistas —conceptos de los que tanto uso hacen las empresas para sus empleados—, la demanda por la inclusión de minorías —que tanto gusta a Hollywood exponer o empresas como BBVA en su portal de internet—, su excusa ante la toma de postura por su insípida pluralidad y democracia, son sólo unos cuantos rasgos de ese sujeto que responde a su declinar por el objeto a, componente del fantasma que permite su ensimismamiento en las imágenes con las que se identifica, que tanto explota el Capital para acrecentar sus ventas. Un sujeto ensimismado, resueltamente narcisista, que muy poco o nada escucha de lo que tiene que decir otro sujeto. Explotados y disminuidos cada vez más por el Mercado, ya que ese es el espacio democrático en el cual nadie se sentirá con la arrogancia de figurar a la Ley, ya que ahí todo debe transgredirse: ese es el impulso del objeto a en el Mercado.
Bibliografía
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Notas
[1] Lacan, Jacques, El seminario de Jacques Lacan: libro 2: el yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, ed.cit., p. 29.
[2] Ibid. p. 31.
[3] Ibid. p. 32.
[4] Ibid. p. 38.
[5] Lacan, Jacques, Escritos I, La agresividad en psicoanálisis, ed. cit., p. 105.
[6] Freud, Sigmund, Obras completas, vol. XVIII, Más allá del principio de placer, ed. cit., p. 19.
[7] Nietzsche, Friedrich, La voluntad de poder, ed. cit., p. 577.
[8] Marx, Karl, El capital, tomo I, ed. cit., p. 188.
[9] Dick, Philip K, ed. cit.
[10] Braunstein, Néstor A., El inconsciente, la técnica y el discurso capitalista, ed. cit., p. 16.
[11] Freud, Sigmund, Obras completas, vol. X, A propósito de un caso de neurosis obsesiva, ed. cit., pp. 167-168.
[12] Marx, Karl, El capital, tomo I, ed.cit., p. 258.
[13] Marx, Karl, Contribución a la crítica de la economía política, ed. cit., p. 97.
[14] Ibid., pp. 88-89.
[15] Freud, Sigmund, Obras completas, vol. XXI, El fetichismo, ed. cit., pp. 147-148.
[16] El que el varoncito se llegue a situar como de mayor valía en este proceso no es producto de las convenciones sociales del “patriarcado” —el que ya Marx había visto su disolución por la entrada en vigor de la producción capitalista—, sino por la captación en el discurso del Otro del sujeto. La diferenciación sexual no es determinante del carácter, pero sí de su situarse en la experiencia del deseo del Otro. Así pues, la violencia “machista” a la que tanto se denuncia habría que darle otra lectura a partir de la declinación del Nombre-del-Padre o del “referente normativo” por la naturaleza misma del Mercado. Cfr. Robert Dany Dufour, El arte de reducir cabezas.
[17] Lacan, Jacques, Seminario 6: el deseo y su interpretación, ed. cit., p. 406.
[18] Lacan, Jacques, El Seminario de Jacques Lacan: libro 16: de un Otro al otro, ed. cit., p. 41.
[19] Nietzsche, Friedrich, Así habló Zaratustra, ed. cit., p. 26.