Yo soy hija de crianza
Ana luce como una mujer avejentada, despeinada; su edad es impredecible y su cuerpo traduce la tragedia muda de la soledad. Deambula por la sala, y me dice que quiere pintar, como si buscara dejar una huella de su paso por la vida. Ana se había acercado a mí antes pidiéndome algo: café, dinero, un refresco, pero ahora me dice que quiere hablar y comienza con una frase contundente: