Revista de filosofía

Fragmentos sobre el amor

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Marcus Steinweg / trad. Maria Konta

FRANCESCO HAYEZ, “EL BESO” (1867)

 

¿Amor fallido?

La “tragedia” del amor, su fracaso no describe su curso en el sentido de que su relación ha terminado “trágicamente” o “ha fallado”. Es el origen del movimiento del amor como un movimiento de distanciamiento mutuo del yo. Los sujetos del amor se afirman empezando a liberarse de ellos mismos, de sus identidades viejas, con el fin de entrar en una nueva alianza de amor y una nueva relación con el yo en la interacción de este distanciamiento del yo. Esto no los hace menos alegres, ligeros, o decisivos. El movimiento del amor es el movimiento común y unido de singularidades amorosas que están unidas por nada más que su voluntad de amar y la decisión de esta voluntad a favor del otro. Los amantes están unidos por ser desunidos. El carácter real del amor es esta desunión, este conflicto. El amor se basa en el conflicto, en la turbulencia, en el pólemos del amor. Es la “resistencia” (Heidegger) de las diferencias absolutas, de la diferencia irreducible: el evento de la propiciación de sí mismo como amor, como diáfora. El sujeto del amor sólo puede entenderse como el sujeto de este conflicto. Tiene que admitir al otro como una limitación radical del yo para poder disfrutar de la verdadera intensidad del amor, es decir, su extensión no-narcisista del yo en el otro. El sujeto amoroso es el sujeto del goce. Lo que disfruta nunca es en sí mismo. No disfruta de sí mismo y no disfruta del otro como una especie de mitad faltante. Los sujetos amorosos están separados. En contraposición a las mitades cortadas del ser humano esférico en el Simposio de Platón, se dividen originalmente. Nunca fueron uno. No se completan entre sí como lo exige una convención algo estúpida. La inquietud de los amantes es la pasión por lo que no es complementario. El sujeto del amor desea lo que lo sobrecarga en lugar de descansar en el horizonte de un origen compartido.

La comunidad de los amantes es la comunidad caótica del mundo que comúnmente tocan el caos, el abismo del amor. Los amantes se tocan intentando de tocarse donde se pierden. Tocar el caos significa hacer contacto con el pólemos del amor, cuya profundidad no tiene fundamento. Los sujetos del amor intercambian sus miradas y sus abrazos sobre el abismo de la falta de fundamento; se apaciguan mutuamente acordando la conciencia de una inseguridad compartida. Porque amar significa atravesar los peligros de una incertidumbre ontológica que impregna la existencia entera de los sujetos amorosos. La ausencia del ser querido es parte de la realidad del amor tanto como su presencia. El sujeto del amor, como dice Agamben, debe mantener al ser amado extraño “en su lejanía y en su distancia”; incluso en “la proximidad más cercana” a este ser un tipo de distancia trascendental, es decir, una distancia que permite el ser propio, la otredad, del otro. La distancia es tan parte del amor como la cercanía. Puesto que la cercanía del amor, como se expresa en la comunidad de los sujetos amorosos no es otra cosa sino la experiencia de la distancia que es parte de la experiencia de la otredad. Esta es la violencia del amor, la presión peculiar atestiguada en cada evento de amor. El elemento común del amor no es la armonía, la complementación, la economía. La armonía específica de los amantes es el conflicto que se desata en las hijas de Ares y Afrodita entre la guerra y el amor. Los amantes son sujetos furiosos. El cosmos del amor es demasiado múltiple para ser controlado u ordenado, o para ser melódico como un hermoso adorno. El universo de los amantes es tan antiguo como el universo mismo. Pero el universo, si queremos así nombrar la totalidad de ser en su incomprensibilidad, no es el cosmos. Es el caos de devenir y desvanecer, el espectáculo de una multiplicidad irreducible y por lo tanto insondable de movimientos y acontecimientos.

En este espectáculo, los sujetos amorosos se tocan como extraños, como si el sujeto metiera un dedo en el vacío. Donde está el otro, hay nada. El otro es la otredad absoluta, la intocabilidad misma. Sin embargo, el amor es diferente en todos los sentidos de la devoción a la nada en el nihilismo. Puesto que la nada del otro que el sujeto amoroso toca y acaricia es la “esencia” del otro. Es esta nada sin ser nula e inválida. De ser nada como el otro es significa ser todo: pura indeterminación como virtualidad completa. La esencia del amor radica en la insustancialidad de los amantes que, como singularidades absolutas, se tocan en lugares intocables.

 

El devenir-ave

Antígona fue concebida por Sófocles como un pájaro furioso. Al borde de la locura, tal vez incluso más allá del borde, ella deja escapar un grito penetrante. Su presencia hace temblar las llanuras. La presencia de Antígona sumerge el paisaje en una luz extraña. Gilles Deleuze y Félix Guattari asocian el sujeto del pensamiento, como el de la producción artística, con la transformación en un animal o un pájaro. Se trata de dejar la identidad fija del sujeto en el espacio de los hechos establecidos. El sujeto asume una identidad que naturalmente no le conviene. Sólo de esta manera puede extender su existencia a un afuera, que es el lugar de experiencias indeterminadas e impredecibles. Esto es lo que hace el arte: permite la experimentación, lo que lleva a experiencias inesperadas. De repente, el sujeto, ahora un pájaro, vuela sobre el terreno de los hechos. Asume una vista de pájaro, no para moverse, como Ícaro, hacia el sol mortal o para sumergirse en él, sino para intensificar el contacto con el territorio sobre el que ha volado con distancia. La transformación de ave del sujeto lo conduce hacia nuevas experiencias físicas, sociales y políticas. La voluntad de participar en estas experiencias conecta el arte y la filosofía. Ambos se preocupan por la alianza del pensamiento y de la experiencia o la alianza de la reflexión y del experimento.

 

Animal triste

El hombre está triste porque la felicidad tarda en llegar. Cuando llega, se abre un vacío. La tristeza de los animales surge de la comprensión de que están excluidos de este vacío.

 

Vacío

El vacío marca un agujero en la red de los hechos. Indica su ser-fracturado y su contingencia. Como tal, amenaza el determinismo y todos los fantasmas de la causalidad cerrada. No hay pensamiento que no sea también un pensamiento del vacío, cualquiera que sea el nombre que este pensamiento pueda atribuirle: nada o abismo, lo real o el caos, lo inconmensurable o la contingencia. El pensamiento progresivo se acerca al vacío en lugar de alejarse de él al comenzar a cerrar el agujero que representa con sustitutos.

EDVARD MUCH, “SEPARATION” (1896)

 

Romanticismo financiero 

Quizás la tarea del arte y del pensamiento de hoy radique en desgastarse en las fronteras de la economía, que un romanticismo hiperbólico de las finanzas nos hace olvidar fácilmente. Todo el mundo sabe que en ciertos momentos, el dios cristiano fue reemplazado por el artista-sujeto romántico, vanguardista y moderno. Hoy este sujeto ha sido declarado muerto. Pero como con Dios, su muerte está acompañada de agonías interminables. La parte que no se puede matar sobrevive en el sector creativo de una metafísica financiera que compra sus realidades con créditos o credos, por así decirlo.

 

Idiotez financiera

Tienes que ser un idiota para confiar en la evidencia cuya coherencia se basa en las promesas de los idiotas que confían en que los idiotas confiarán en ellos.