Revista de filosofía

Coronavirus: ¿La Gran Histeria del Siglo XXI?

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Antes de entrar de lleno a este tema quiero dejar claras algunas cosas que nos permitirán comprender ante qué fenómeno estamos.

 

Primera premisa: Cómo funciona la gran mayoría de los medios digitales:

La gran mayoría de los medios digitales no tiene un cuerpo de periodistas formales. Es decir, lo que esos medios hacen es replicar las noticias, darles un giro y, con ello, lo que hacen es darles nuevos ángulos. 

La mayoría de los medios digitales tienen un objetivo claro: Conseguir la atención del usuario; igual tienen un incentivo: captar toda su curiosidad, sus expectativas, sus sueños, sus deseos, en suma, todo su potencial.

Entre más usuarios entren al sitio, más posibilidades de mostrar la publicidad que están manejando, y entre más publicidad mostrada, más clicks captarán, y entre más clicks a la publicidad, más dinero es el que se genera.

Esto es un bucle de retroalimentación perverso incentivado por una economía que premia la ley del menor esfuerzo traducido en un “click”, en contra una economía que premia el esfuerzo del trabajo periodístico.

 

Segunda premisa: La novedad.

De todos sabido que las cosas novedosas atrapan nuestra atención. Nos pueden causar intriga y curiosidad por saber de qué se trata. De esto ya ha hablado la filosofía. En realidad, cuando pensamos en la novedad o las novedades, es porque ella está guiada, y anticipada, sujeta a la curiosidad. Curioseamos todo aquello que tiene que ver con una “disposición a ver”.  Ya lo dice Martin Jay en la primera frase de su libro Ojos abatidos, “Basta con echar una rápida ojeada al lenguaje que empleamos habitualmente para demostrar la ubicuidad de las metáforas visuales”. Nada tan obvio como la primacía de la vista en el mundo occidental, de la prelación que tiene la visión como forma de percibir el mundo. De ahí que “si busca lo nuevo, es sólo para saltar nuevamente de eso nuevo a otra cosa nueva”, es abandonarse al mundo, dejarse poseer por él. Ese exceso de curiosidad es lo que José Gaos, en su traducción de Ser y tiempo llamó “afán de novedades”. El afán de novedades implica no contemplar mesuradamente, sino descuidarse con todo lo que atropella la mirada. Todos queremos lo nuevo, hay una suerte de esquizofrenia curiosa por todo, y nuestra atención no se detiene en nada. Hay en ello una inquietud y una excitación constante por lo nuevo que comparece. 

 

Tercera premisa: Sesgo de negatividad

Este sesgo nos dice que las cosas que son negativas tienen mayor peso en los estados y procesos psicológicos de las personas que aquellas cosas neutrales o positivas. 

 

Cuarta premisa: El miedo, lo desconocido y la muerte 

Estos son temas que atrapan la atención y generan mucho interés en las personas y son parte de la razón por la que los periódicos amarillistas, y las fake news pueden vivir. 

 

Quinta premisa: Los términos (en promedio) más buscados en Google, según la herramienta Ahrefs, son los siguientes:

  1. Facebook con 151,500,000 búsquedas mensuales.
  2. YouTube con 142,200,000 búsquedas mensuales.
  3. Amazon con 87,440,000 búsquedas mensuales.
  4. Gmail con 71,240,000 búsquedas mensuales.
  5. Google con 63,840,000 búsquedas mensuales.

 

Ahora, dicho esto, entremos de lleno:

  1. El coronavirus ha atrapado muchísimo la atención de las personas. De hecho, esto lo podemos medir a través de Google Trends, una herramienta desarrollada por Google que permite saber el volumen de búsqueda de un término a lo largo del tiempo y compararlo con otros términos.

 

Esta gráfica nos muestra el crecimiento del Coronavirus a partir de enero 2020 en comparación con los términos MÁS buscados en Internet.

A partir del 26 de febrero, las búsquedas de Coronavirus fueron mayores que las del término más popular (Facebook).

Cuál es el problema que se puede observar:  Internet nos hizo una mala jugada. 

Entre más noticias había sobre el coronavirus los medios se dieron cuenta de que esto les generaba mayor cantidad de audiencia, y por ende, mayor cantidad de dinero. Por lo que se creó un bucle de retroalimentación perverso.

A partir del 8 de marzo, el coronavirus comienza a volverse exponencial y el 16 de marzo alcanza su máximo histórico. 

En ese punto, el volumen de búsquedas en Facebook se triplicó:

¿Y qué sucedía en ese momento en el mundo?

El alcalde Bill de Blasio daba un mensaje a los neoyorkinos de cerrar los bares y restaurantes para detener la propagación del coronavirus. Otras ciudades entraban en contingencia y cerraban sus puertas, desde California a Massachusetts. 

El Dr. Anthony Fauci advertía que cientos de miles de estadounidenses morirían a menos que todos se unieran a enfrentar la pandemia. 

El día anterior, Joe Biden y Bernie Sanders habían tenido su debate presidencial y hablaban de enfrentar al virus usando a los militares.

Igual, el Covid-19 había infectado a 1,600 personas (confirmadas) en Estados Unidos. Más de 30 millones de estudiantes habían regresado a sus hogares y las escuelas se encontraban cerradas. 

Fue también durante este periodo en que las acciones de la bolsa de valores de New York comenzaron a caer tras la revelación de que China estaba teniendo un colapso económico sin precedentes.  

Europa se convertía en el epicentro de la pandemia. Alemania y Holanda cerraban sus fronteras con Francia, Suiza, Austria, Dinamarca y Luxemburgo. El euro y la Comunidad Europea de pronto se vieron en riesgo de resquebrajamiento y todos los gobiernos empezaron a cuidar lo propio olvidándose de sus vecinos, o más bien, teniéndolos en cuenta para crear sus precauciones.

Holanda, mientras tanto, ordenó cerrar las escuelas, bares, restaurantes y cafés. 

En España entraban en cierre total y la esposa del primer ministro había dado positivo del Coronavirus.

Reino Unido comenzaba a sentir la presión para adoptar medidas más estrictas, al tiempo que el primer ministro era internado de gravedad por el Covid-19.

Pero ¿cómo es que todas nuestras premisas entran en acción?

Estoy persuadido de que todo se inicia con el efecto de retroalimentación:

Al atrapar la atención de la gente por encima de cualquier noticia vista antes en el mundo, esta situación creaba más noticias, por lo que más gente dirigía su atención en búsqueda de más y mejores noticias. Para ello se daban dos componentes: primero, era una novedad que se alimentaba con las narrativas de las pandemias en la historia y de cómo el Covid-19 representaba lo totalmente nuevo. Al mismo tiempo, al ser lo totalmente nuevo o diferente, esa diferencia trajo aparejada la expectativa de nuestra fragilidad enquistada en nuestro propio ser. El miedo hizo su aparición y este, sin duda, fue el detonante para exacerbar a las redes con sus múltiples noticias, y con esa avidez para saciar ese afán de novedad.

Las redes, los motores de búsqueda, todo el aparato digital de pronto no tuvo otra motivación mayor que la económica, por lo que el Covid-19 se hizo exponencial o viralizó la noticia como un poliedro, colaborando a crear uno de los mayores climas de terror que hayamos vivido. La abundancia de noticias, la saturación de opiniones, esta necesidad de explicar cómo, por qué y para qué del coronavirus, todos nos sentimos en riesgo, los humanos estábamos afectados. Y dado que todos somos persuasibles cuando nos enfrentamos al miedo y la novedad, muchísimos entramos en pánico. 

El pánico también tiene la cualidad de ser altamente contagiable, e incluso aquellos que se resistieron (líderes políticos que se vieron obligados a cerrar fronteras y adoptar contingencias estrictas) podrían ser afectados por su círculo cercano, el cual, a su vez, podría ser contagiado por sus amigos y conocidos.

Aquellos líderes que no cerraron rápidamente las fronteras e implementaron medidas para detener al virus, fueron atacados por los medios como irresponsables (caso de Suecia, por ejemplo). En pocas palabras, nuestro miedo irracional nos llevó a detener la economía.

¿El efecto? El efecto aún está por verse. 

Todavía no sabemos la magnitud del problema y los daños que ocasionó. No sabemos con certeza si esto salvó más vidas de las que se perdieron o se perderán a causa del impacto económico.

Lo que sí podemos saber es que nunca la humanidad había visto que una noticia alcanzara estos niveles de audiencia y de proliferación

La máquina que creamos para conectarnos, terminó creando una infodemia.