Una fenomenología hermenéutica del Cántico Espiritual B, de San Juan de la Cruz de Lucero González Suárez
El camino de la filosofía comienza con la experiencia fáctica de la vida.
Martin Heidegger
La obra de Lucero Gónzalez Suárez, es una notable muestra del modo en que las más profundas preguntas existenciales pueden orientar el quehacer filosófico. La autora nos convoca a la reflexión no como un mero ejercicio académico, sino como un compromiso vital que se mantiene en todo momento.
La obra establece un diálogo crítico con los principales exegetas de la poesía mística de San Juan de la Cruz (SJC, en adelante). No se limita a la revisión de esta última, sino que, como se indica en la introducción, “[…] aspira a subsanar una carencia: hasta dónde sé no hay ningún estudio fenomenológico que, sin dejar de lado la dimensión teológica de la doctrina de SJC, haya logrado dilucidar el origen, la esencia, estructura y sentido último del proceso místico, a través de la interpretación puntual de un testimonio vital como el Cántico Espiritual B”.[1]
El libro constituye una meditación filosófica en todo sentido, pues “la filosofía que aquí desarrollo es ontología regional por su objeto (el amor-ágape como esencia del misticismo y de lo divino); fenomenología, por su método; hermenéutica, porque aquello a lo que se dirige la pregunta por el ser del amor místico es una construcción textual”.[2] Es una obra actual, que recupera algunos aspectos de la ontología heideggeriana; aplica el método fenomenológico para dar cuenta de la experiencia mística; interpreta un texto poético-místico y, al hacerlo, muestra el modo en que la palabra se pone al servicio de la experiencia.
En el primer capítulo “Apuntes para una fenomenología hermenéutica de la experiencia mística”, la autora muestra su concepción de la filosofía. Ella, al igual que Heidegger, piensa que:
“[…] filosofar es dirigir la mirada hacia los fenómenos para hacerlos comprensibles […] Es por ello que la investigación del fenómeno místico-religioso supone la reflexión acerca de los rasgos específicos de éste; de la disposición existencial que supone el encuentro con lo divino; de lo sagrado, como un ámbito de sentido autónomo; de las mediaciones a través de las cuales se manifiesta lo divino (hierofanías y misteriofanías)”.[3]
De esa concepción del quehacer filosófico se desprende la necesidad de dedicar el primer capítulo a una presentación metodológica, que permite comprender la importancia y actualidad de la fenomenología hermenéutica “de innegables raíces heideggerianas”.[4] La fenomenología permite una aproximación esencial a lo que aparece. La fenomenología hermenéutica permite comprender la experiencia mística a partir de los testimonios escritos.
El método aplicado para el análisis de la poesía mística de SJC se construye en diálogo con la ontología fundamental de Heidegger, para quien “[…] ontología y fenomenología no son dos distintas disciplinas pertenecientes a la filosofía. Estos dos nombres caracterizan a la filosofía misma por su objeto y por su método”.[5] En la obra, no se trata de asumir la ontología heideggeriana de manera acrítica, sino de retomar aquellos aspectos relevantes para una fenomenología de la mística
Aunque el trabajo se sitúa en el centro de la filosofía de la religión, sería más adecuado inscribirlo en el interior de la fenomenología de la religión y de la mística. No se trata de una reflexión sobre la existencia de Dios; es un texto que nos interpela a todos, independientemente de nuestras creencias religiosas e incluso a pesar de ellas. Por eso se dice que “[…] la existencia de Dios y de los dioses es un prejuicio que la investigación fenomenológica pone entre paréntesis, a fin de conservar su neutralidad; que no juega papel alguno en la descripción esencial de la experiencia y del proceso místicos. A la fenomenología de la religión y de la mística no les concierne ocuparse con la pregunta por la existencia de Dios”.[6]
El capítulo II, “La mística de San Juan de la Cruz: respuesta amorosa al llamado universal de Dios”, constituye una postura sobre la experiencia mística que, en principio, puede parecer paradójica: la experiencia mística es universal y, por tanto, está abierta a todo ser humano que tenga la disposición a recorrer el arduo camino descrito por SJC. La posición de SJC a favor de la universalidad de la mística constituye una crítica a la tradición, representada por la obra de San Agustín, toda vez que para el obispo de Hipona la predestinación es la condición del encuentro con lo divino. “Defender la predestinación implica negar la universalidad del misticismo”.[7] La propuesta aquí es que la unión mística únicamente se concreta a partir del amor-ágape, entendido como “entrega incondicional y donación libre de sí; es ofrenda existencial. En la ofrenda de sí, la exigencia se transfigura por su contacto intuitivo con la otredad. Para entregarse a lo totalmente Otro, el espiritual debe vaciarse de todo apetito, independientemente de sí el objeto de éste es natural o sobrenatural”.[8]
El capítulo III, “Hacia una fenomenología del Cántico Espiritual B. Principios hermenéuticos”, pone en el centro de la reflexión filosófica al lenguaje, la palabra y el habla. Se trata de pensar el modo en que la palabra poética se transforma en un cántico místico, al ser resonancia de alguna manifestación de lo divino. La idea es reflexionar sobre la poesía mística y reconocer lo inefable del nombrar poético, que pone en palabras una experiencia y, al hacerlo, da cuenta de ella.
SAN JUAN DE LA CRUZ
Luego de los tres capítulos “preparatorios” llegamos al cuarto, “Fenomenología hermenéutica de Cántico Espiritual B”, que constituye la parte nuclear de la obra. Se trata de una interpretación plena de las 40 canciones que componen el poema místico. El recorrido por esas páginas permite comprender el tránsito del deseo de Dios a su encuentro. La belleza la poesía de SJC se transforma en una interpretación y descripción de la experiencia mística.
El amor místico parte de la iniciativa del Amado, que produce sobre la amada una herida de amor, que permite iniciar el itinerario de la búsqueda del Dios que se esconde. Es decir, el complejo tránsito por la “noche oscura”. Como señala la autora, “[…] el origen del proceso místico es el enamoramiento. Sólo al término de las purgaciones pasivas, el amor-eros se transforma en amor-ágape”.[9]
El recorrido por las canciones permite comprender no sólo que la vía mística se encuentra abierta para todo aquel que tenga la disposición voluntaria de hacerlo; sino, sobre todo, que la vida mística no promueve el egoísmo ni el individualismo, sino que constituye un llamado para que los hombres se encuentren en comunión unos con otros y ante todo con lo divino.
El místico es destinatario del amor divino, porque dicho amor yace en él, por eso “[…] el amor-ágape es vocación y respuesta; al llamado universal a recibir el don de la vida eterna y acogida del mismo”.[10] Pero SJC, no se dirige exclusivamente a los místicos, sino a todos aquellos dispuestos al camino de la renuncia para el encuentro con el Amado. El libro no sólo constituye una notable interpretación del Cántico Espiritual, sino que hace compresible la experiencia mística, como un camino de renuncia de la religión y de los placeres mundanos para poder consumar la unión con el Amado. Una última palabra, como dice SJC: “el fin de todo amor […] es recibir y no dar.”
Bibliografía
- González Suárez, Lucero, ¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido? Una fenomenología hermenéutica del Cántico Espiritual B, de San Juan de la Cruz, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, 2017.
Notas
[1] González, ¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con un gemido? Una fenomenología hermenéutica del Cántico Espiritual B, de San Juan de la Cruz, ed. cit., pp. 18-19.
[2] Ibídem, p. 19.
[3] Ibídem, p. 23.
[4] Ídem.
[5] Ibídem, p. 38.
[6] Ibídem, p. 43.
[7] Ibídem, p. 65.
[8] Ibídem, p. 51.
[9] Ibídem, p. 128.
[10] Ibídem, p. 254.