(Burdeos, 26 de julio de 1940) filósofo francés, considerado uno de los pensadores más influyentes de la Francia contemporánea; profesor emérito de filosofía en la Universidad Marc Bloch de Estrasburgo y colaborador de las Universidades de Berkeley y Berlín.
Sobre la prodigiosa expansión de las imágenes a través de lo que uno llama “redes sociales”, los efectos de esta proliferación, especialmente cuando ella está vinculada a lo que todavía uno llama “las guerras…
Las generaciones[1] no siempre se suceden como lo hacen en los relatos bíblicos, y no siempre se limitan a la fórmula: “X engendró a Y quien engendró a Z”
Existió “la escuela de Carlomagno”, “el liceo de Napoleón”, “la escuela de Jules Ferry”. Cada vez, las topologías del saber y del sentido organizan las instituciones, sus espacios, sus edificios, sus disciplinas y el estatuto de los alumnos. ¿Y ahora?
Ya sea intencional o no, los malentendidos sobre la différance de Derrida se han acumulado; “ni una palabra ni un concepto” como diría él, se trataba más bien de una noción a la cual concedió un estatus que uno podría llamar trascendental. A veces, uno ve una variación agradable sobre la simple diferencia y, a veces —debido al verbo “diferir”—, una simple y absurda suspensión hasta más tarde.
La señora Prokhoris publicó en Libération (el 17 de noviembre) un artículo más que severo sobre mi persona: francamente infame. Para ella, me falta la dignidad que corresponde a un filósofo. Lo que es molesto es que esta cruel juez me atribuye frases que ella ha malinterpretado. Dislexia voluntaria o no, eso no me concierne. Pero para discutir, uno al menos debe leer.
En una columna publicada por Le Monde el 27 de octubre, la señora Kellerer escribe que afirmo sin pruebas el desprecio que Heidegger mostró al nazismo al menos desde 1939. Esta dama no quiere o no puede leer.