Traducción por Maria Konta
Los pueblos árabes nos están señalando que la resistencia y la rebelión están de nuevo presentes, y que la historia va más allá de la Historia.[1] Lo hacen, como tiene que ser, con todas las bondades y las desgracias de estos proyectos. Por lo menos han hecho surgir una señal irreversible y uno puede esperar algunos efectos sobre África y la odiosa perpetuación del drama de la antigua tierra de Canaán. En uno de los lugares donde menos se esperaba que esta rebelión tuviera lugar, un jefe de pandilla (oficialmente, de Estado) la aplastó, dispuesto a liquidar todo lo que fuera necesario de su supuesto pueblo.
Durante ese tiempo otros estados golpean con fuerza a sus propios rebeldes, a veces con la ayuda de un poderoso vecino árabe. Los insurgentes de Benghazi están pidiendo ayuda: esto no es simple, pues conlleva riesgos evidentes, tanto prácticos como políticos. Medir y enfrentar estas circunstancias es una responsabilidad política. ¿Es éste el momento para invocar confusamente a los riesgos colaterales y a la sospecha de intereses (más o menos) ocultos, a los principios de no injerencia y a la pesada culpa de un “Occidente” del que uno se pregunta si Libia misma, Arabia Saudita o Siria no forman parte, por no hablar de China y de Rusia?
A las bellas almas de la izquierda y las finas bocas de la estrategia de derecha se les da bien suspirar o protestar, ya sea en Europa o en los países árabes: hay que saber en qué mundo estamos. Simplemente no estamos más en el mundo del arrogante, confiado e imperialista Occidente. ¡Oh! No es que el pobre “Occidente” haya conseguido una conducta: simplemente está desapareciendo de la fusión donde se engendra otro mundo, sin levantarse ni ponerse el sol, un mundo donde hay día y noche por todas partes y al mismo tiempo, y donde uno debe reinventar el vivir juntos y el vivir, sin más.
Por lo tanto, sí, es necesario controlar lo más cerca posible los ataques destinados a bloquear al siniestro asesino de la gente, sí, debe ser golpeado, por supuesto, él y no el pueblo. Ya no podemos, con una mano, invocar la soberanía que, con la otra, vaciamos de sustancia y legitimidad a través de todas las interconexiones —las mejores como las peores— del mundo globalizado. Corresponde al pueblo en cuestión, y a todos los demás, incluidos nosotros, estar alerta para no recomenzar el juego de petróleo, finanzas y armas, que había instalado y mantenido a este títere en el poder, entre muchos otros. A los pueblos, sí: y es también a nosotros, pueblos de Europa o América, a quienes esto está dirigido.
Es delicado mantener el mismo rumbo. Pero lo que está en juego es lo que queremos vivir y cómo queremos vivirlo, con una agudeza a la que no estamos acostumbrados. Esto es lo que los pueblos árabes también significan para nosotros.
Notas
[1] El original en francés intitulado “Ce que les peuples arabes nous signifient” fue publicado en el periódico Liberation el 28 de marzo, 2011 (http://www.liberation.fr/planete/2011/03/28/ce-que-les-peuples-arabes-nous-signifient_724744). Su traducción al inglés por Gilbert Leung fue publicada en http://criticallegalthinking.com/2011/03/31/what-the-arab-peoples-signify-to-us/.
La respuesta del filósofo francés Alain Badiou al artículo de Nancy se puede consultar aquí: https://www.versobooks.com/blogs/463-an-open-letter-from-alain-badiou-to-jean-luc-nancy.