En su novela El hombre de la torre,[1] Pablo Lazo Briones pone en juego un puente entre la creación literaria y un trasfondo filosófico que da qué pensar. Son muchas las cosas que podrían comentarse. La densidad del escrito y el gran bagaje de artificios que lo han hecho posible dan para mucho. Pero en este pequeño texto quisiera solo concentrarme en algunos aspectos que considero relevantes.
En el momento en que llegué al último signo de puntuación del libro (que no es un punto final, sino el típico gancho con que graficamos las interrogaciones) me advino el recuerdo de aquella célebre frase shakespeareana del Macbteh: “La vida es un cuento lleno de furia y ruido contado por un loco, y que al final no significa nada”.[2] Solo que, claro, en el caso de esta novela no se trata de un flujo narrativo secretado por algún proceso mental o metabólico, sino de todo un tour de force, que a nada que empiece uno a ponderar trae a presencia un híbrido de La vida es sueño, de Calderón, con Las mil y una noches.
La narración es el fruto de una maniobra prodigiosa, en virtud de la cual se despliega la historia de alguien al que ya se le ha fundido el cerebro y a duras penas da unos últimos coletazos, en una torre literalmente de mierda y de podre, mientras la sociedad avanza con denuedo hacia la aniquilación del infeliz en estado de pútrido tumor físico-social. Supongo que algo habrán tenido que ver una memoria y una imaginación notoriamente poderosas, así como cierto hígado, ciertos jugos gástricos, no menos portentosos, como para resistir la náusea provocada por el manejo sostenido de tanta materia en degradación.
Ya puesto en plan apolíneo, diría que la novela logra dar cuenta muy bien de graves extremos de la existencia humana, en la límpida trama de una estructura cristalina. Todo ello, solo apuntando por el momento a aspectos como la pertinencia y actualidad del asunto y de la diégesis lacerante que dan sustancia a sus páginas: la extrema división entre un “Dentro” de la Casa en el que se cuenta la historia de una familia perdida en su endogamia y en sus secretos incestos, y un “Afuera” como mundo que no pertenece a las reglas y la validación de ellos, los habitantes de Casa. “Dentro y Fuera” son metáforas que hacen posible la denuncia de nuestras xenofobias, de nuestros odios al que es extraño, de nuestros temores y violencias con que nos aislamos.
Para regresar a la cita de Shakespeare, retomando la última frase sobre la nula significación de ese cuento contado por un loco, habría que indicar que al final de lo narrado en esta novela ese “no significa nada” puede invertirse en su contrario para reflejar el mundo colmado de obsesiones de la vida en Casa. Lo narrado es un cuento necesario que para los personajes lo significa todo. La narración se desarrolla en el intersticio entre una vida que es sueño y la fantasía de una epopeya enloquecida que solo se pone la (auto)destrucción como meta. Esta novela, construida con la argamasa del terror y la denuncia, vuelve una y otra vez sobre sus propios escenarios en el centro derruido de la ciudad de México, en la colonia Roma y el viejísimo caserón donde ocurren los hechos: este es un mundo construido como totalidad cerrada, aunque alienado y que en su extremo es reflejo de otro mundo podrido (¡el nuestro!).
El macbethiano “no significa nada”, creo que tiene sentido en su contexto original y también después, en otras obras cuyo sentido comparte el estrépito y el temblor provocado por lo contado. Esto quiere decir que se le puede agregar incluso al caso de los agonistas de la novela de Pablo Lazo, pues la condición de significación o relevancia de algo viene dada por las interpretaciones del caso y alguien puede interpretar el ruido furioso de la frase como algo significativo o como una nada, algo vacuo y sin entidad real. El pendular entre el vacío de significación y la plenitud de significación se juega en la palabra cotidiana en esta novela, Palabra (con resonancias fanáticas) que lo es todo para los tres habitantes de Casa.
La conjunción entre Calderón y Las mil y una noches la veo como un acierto a la vez estructural y de contenido ontológico. El carácter raigalmente ilusorio de las presencias del mundo, asumido desde los extremos de locura y la descomposición moral absoluta del narrador, permitiría en principio la elaboración de una novela interminable, una novela-río que fluye en una corriente de problemas filosóficos sobre la interioridad y la exterioridad, sobre los límites del Mundo cuando la razón y la locura pierden sus bridas y todos los demás resultan ser los enemigos de los que han levantado su sentido como algo propio, solo propio.
En el caso de Las mil y una noches, esa manera de organizar la narración puede dar pie a una relación sin fin de situaciones y sucesos. Lo mismo cabe para esta novela, solo que en función de presencias y situaciones extremas, brutalmente reñidas con el orden del sentido. Si la novela termina donde termina, es por decisión del autor: porque determina que hasta ahí llega, pero podría haber seguido ad infinitum.
Notas
[1] Pablo Lazo Briones, El hombre de la torre, ed. Grijalbo-Penguin Random House, México, 2018
[2] Shakespeare. Macbeth, Acto V, escena V.