Revista de filosofía

El poder como sacrificio. La organización política de los huicholes

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Resumen 

Esta investigación tiene por objetivo demostrar que, en la cultura de los huicholes, el poder político supone una acción sacrificial por parte de los dignatarios que son elegidos para ejercerlo. Dicha elección depende de los dioses, quienes comunican a los ancianos, por medio de los sueños, la identidad de los predestinados a formar parte del grupo de gobernantes que regirán el orden social durante el periodo de un año.

Palabras clave: sacrificio, huicholes, política, orden social, dioses, sueños.

 

Abstract 

This research aims to demonstrate that, in the culture of the Huicholes, political power involves a sacrificial action on the part of the dignitaries who are elected to exercise it. This choice depends on the gods, who communicate to the elders, through dreams, the identity of the predestined to be part of the group of rulers who will govern the social order during the period of one year.

Keywords: sacrifice, huicholes, politics, social order, gods, dreams.

 

Para que exista el sol en el universo de los huicholes, surgió la necesidad, en el tiempo originario, de un sacrificio. Según la tradición, el sol nació cuando un niño fue arrojado al fuego y para que exista un orden social, en el tiempo actual, se precisa igualmente de un sacrificio. La aparición de la luz solar en la oscuridad primigenia y la posibilidad de una sociedad regida por leyes,[1] en la historia presente, están relacionadas en tanto que ambas cosas son precedidas por una acción sacrificial.

El niño condenado a la hoguera no aceptó su destino. La mitología entiende que ejercía transformaciones horribles para asustar a sus captores y para defenderse. Usurpó la figura de la serpiente, del león, de aterradores animales nocturnos. Y al final, sus desesperadas metamorfosis, aunque espantosas, resultaron inútiles. Fue arrojado al seno de Tatewarí, el dios del fuego. Desde ese entonces, el cielo infinito se ve habitado por una divinidad luminosa. El fin de la eterna oscuridad, de la noche abismal, había llegado.[2] En su caso, el mandatario huichol, encargado de velar por el orden social, suele mostrar parecida animadversión ante su destino. Con frecuencia tiene que ser obligado a ejercer el poder de la misma manera en que el niño-sol fue forzado a precipitarse en las llamas. La comprensión de este suceso supone realizar algunas precisiones históricas en relación con los antiguos nativos nayaritas, con el fin de plasmar unos antecedentes que permitan el entendimiento de la situación actual de los huicholes en lo que respecta a su organización política. En la cual acaece esta caída inevitable, en cierto modo sacrificial, en el poder encargado de custodiar la legalidad en la vida pública. En este sentido, es importante señalar que las fuentes documentales no certifican la existencia de los huicholes hasta mediados del siglo XVII. El informe del Padre Arias y Saavedra, redactado en 1673, los sitúa como una de las muchas naciones que habitaban las montañas de Nayarit, las cuales estaban organizadas en “[…] rancherías de gentiles y apostatas, no en forma de pueblos sino de ranchos y laborcillas, en cuyos naturales se reconoce cortedad de ánimo y docilidad”.[3]

Estas naciones, según el misionero aludido, vivían bajo el maligno influjo del demonio. En su opinión, el culto al sol, a las piedras y a distintas plantas, que practicaban estos pueblos, era propio de gentes abandonadas al vicio y la idolatría. El citado informe juzga, además, que los pobladores nayaritas vivían sin gobierno alguno, ya que obedecían únicamente a un caudillo llamado Nayarit. Una vez muerto, le divinizaron rindiendo culto a su esqueleto y en cierto paraje de la sierra le edificaron un templo; en su interior pusieron sus huesos en una silla y le ofrendaron flechas, flores, jícaras, etc. Los nayaritas aseguraban que por medio de esos huesos el Nayarit les aconsejaba sobre la manera en que debían proceder en su vida cotidiana y en los asuntos de sus guerras. De igual modo, equiparaban a este esqueleto con Pilzintli, el dios niño, el sol, padre todopoderoso deseoso de víctimas sacrificiales. Al respecto, refiere Arias y Saavedra:

Es voz muy válida en algunos que estos indios tienen Rey y Señor natural a quien tributan y obedecen, lo cual no concuerda con su estilo y modo de hablar pues sólo reconocen al Nayarit, el cual há muchos años murió y no han reconocido por Señor a ninguno de sus sucesores los que tengo arriba referidos y se reconoce no haber entre ellos quien castigue los homicidios, hurtos, adulterios y demás delitos, pues por sus mismas manos toman la venganza de sus injurias, pues si dan la muerte a algunos, sus parientes son sus jueces y verdugos del delincuente y el que a su mujer coge en adulterio quita la vida a entrambos. Preguntándoles si tienen Señor o tlactoane responden que sí, pero como ellos llaman con este término a cualquier hombre de caudal, o canas, o puesto, es equívoco entre ellos, pues cuando les preguntan quién es dicen que el Nayaryt y así lo es cierto que no le reconocen como a Rey sino como a oráculo de quien toman parecer en sus guerras y en sus futuros contingentes; juntándose muchas rancherías (en la luna de Marzo) en la de Tzacaymuta Casa del Nayaryt a el cual le hacen muchos bailes y fiestas que ellos llaman mitotes que en su sentir de ellos quiere decir bailes y fiestas de donde resulten guerras o muertes o así después de esto tratan de la guerra para ofrecer la sangre en sacrificios que como le conocen bebedor de humana sangre le llaman algunos Nayarit que en sentir de ellos quiere decir Pilzintli, tapao, Zucaty, Huaymony, que explicado en nuestro idioma es su propio sentido: ‘Hijo de Dios que está en el cielo y en el sol que conduce ejércitos y matador’.[4]

Fray Antonio Tello nos ofrece, en el capitulo VIII del segundo volumen de su Crónica Miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco, una descripción, que le fue comunicada por un indio de nación cora, en la que se añaden algunos detalles del culto al esqueleto de Nayarit. Según esta descripción, los fieles decapitaban cinco doncellas cada mes en su honor. Estos sacrificios eran realizados encima de una gran piedra situada frente al templo en cuyo interior los nayaritas manifestaban su devoción ofrendando los primeros frutos de las cosechas, así como gran variedad de flechas, piedras preciosas llamadas chalchihuites y lienzos bellamente labrados al esqueleto, el cual yacía sentado en una silla que seguramente era parecida a la que usan hoy los mara’akate huicholes. En su caso, a las jóvenes decapitadas:

[…] le sacaban el corazón y luego las colgaban por fuera del templo o ermita para que allí se secasen, guardándolas para la fiesta que hacían en general, en la cual cocían los corazones. Y moliéndolos y deshaciéndoles en la sangre de muchas doncellas y mancebos que aquel día se sacrificaban, se los daban a beber revueltos en atole a las madres de dichas doncellas para que con ellos viviesen mucho en agradecimiento de que habían dado a sus hijas para que se sacrificasen, y lo mismo hacían con los padres de dichas doncellas.[5]

En relación con la apariencia del esqueleto de Nayarit, se lee en el libro Apostólicos afanes de la Compañía de Jesús, escrito por el padre jesuita José de Ortega en 1754, lo siguiente:

Fue tan abultado que como se reconocía en lo desmedido de su calavera, parecía según proporción simétrica de siete cuartas su estatura. Ceñía su frente una cinta de plata: en la cintura tenía otra de tres dedos de ancho del mismo metal, en la muñeca del brazo izquierdo un brazalete, que nombran manijera, como el que usan los indios que manejan arco y flechas, para reparar el azote que da la cuerda al disparar.[6]

Se sabe que para 1722, fecha en que por fin fue posible la reducción de las naciones que habitaban las montañas de Nayarit, el esqueleto fue llevado a la capital de la Nueva España como muestra de las impuras adoraciones de que era objeto. Al final, lo quemaron en una plaza pública.[7]

De lo anterior se deduce, en principio, que la única obediencia que reconocían los antiguos nayaritas era la del sol Pilzintli[8] o de la osamenta que lo representaba. En efecto, Arias y Saavedra refieren que estos individuos vivían dispersos en pequeñas poblaciones o rancherías, las cuales carecían de un sistema de leyes que sustentara una forma de gobierno que rigiera sus vidas. En realidad, cabe suponer que la única autoridad, fuera del orden religioso, estaba fundamentada en la fuerza, es decir, en la sumisión momentánea a caudillos que se distinguían por su destreza en la guerra. El propio Nayarit debió ser un gran guerrero, un hombre que sobresalía en el manejo del arco y la flecha, como se deduce de su complexión física y de los objetos que le adornaban. Un guerrero que finalmente fue divinizado y equiparado con el sol. Respecto de la forma en que los nayaritas se hacían justicia, dice el mismo José de Ortega:

Eran tan frecuentes en el Nayar las embriagueces que no había día que, o todos o los más no gastaran en beber, juntándose de las rancherías en los parajes que para esto estaban destinados. En estas juntas tomaban satisfacción de sus agravios, valiéndose de los alfanjes cortos, que continuamente traían, o colgados de la muñeca del brazo, o envainados en la cinta; porque aunque son diestrísimos en manejar el arco, flechas y honda; pero como pide este género de armas más despierta la advertencia para asegurar el tiro, se valían de los alfanjes para vengarse de las afrentas que habían recibido; porque aunque en su entero juicio las hacía olvidar, depuestas las iras, la familiaridad con que se trataban aun los mayores enemigos, luego que el vino comenzaba a perturbar las cabezas, lo primero que se les ofrecía, era el agravio, remitiendo al alfanje el despique y pregonando los más sangrientos estragos, como hazañas dignas de aplaudirse; y en verdad las celebraban todos, menos los parientes del muerto o herido que para continuo recuerdo de la injuria, mojaban un lienzo en la sangre que vertían las heridas para que sólo la borrarse la venganza, quitándole la vida al agresor o a cualquiera de los suyos, sin que la inocencia les excusara los rigores de tan injustas leyes.[9]

El franciscano José Arlegui, en su Crónica de la provincia de N.S.P.S. Francisco de Zacatecas, escrita en 1736, profundiza en esta situación en la que la justicia se hallaba sometida a la venganza y la determinación de imponerse por la propia fuerza. Dice que los habitantes del Norte y del Occidente de México, entre los que se encontraban los antiguos nayaritas, conformaban distintas naciones que solían tener entre sí sangrientas guerras. Su enemistad era tanta que no vacilaban en descuartizar al enemigo que caía en su poder, sin distinguir edad ni sexo, pues a todos mataban por igual, al extremo de hacer en los cuerpos de las víctimas espantosas atrocidades, como sacarles las entrañas para comerlas, así como beber su sangre en sus propias calaveras. Creían estos pobladores que comer al enemigo los hacía más poderosos. Acostumbraban, antes de salir a pelear, consumir peyote en sus fiestas, las cuales consistían en bailar toda la noche alrededor del fuego, con estridente gritería y embriaguez. Tenían el hábito de pintarse en el cuerpo y la cara formas de diversos animales, de los cuales pensaban adquirir sus virtudes. Llevaban plumas en la cabeza y el rostro pintado de distintos colores en sus disputas. De su forma de gobierne, escribe:

Así como los brutos viven sin ley porque carecen de razón, así los bárbaros indios que moran en esta retirada provincia viven como brutos, porque son de rudísimos entendimientos, reinando solamente la tiranía sin miedo del castigo que les espera. Gobiérnense por capitanes, y estos son los que tienen más valor entre ellos, de suerte que en cada ranchería dan alguna obediencia al que conocen más valiente, pero tan poca, que siempre que pueden les quitan alevosamente la vida, por sacudir el yugo aún de aquella leve obediencia.[10]

La organización política de los actuales huicholes es mucho menos rudimentaria que la de los antiguos habitantes adoradores de Pilzintli y del esqueleto que le representaba. En efecto, la evangelización y el contacto con el mundo mestizo han dejado profundas huellas en su cultura. No obstante, su sistema de gobierno sigue siendo tradicional o local, sin interceder con las leyes nacionales.

No tienen leyes escritas y poseen un gabinete de mandatarios que es elegido por los kawiterutsixi, ancianos que conservan la tradición en su memoria.[11] Se distinguen por su conocimiento de la religión, por saber las cosas que sucedieron en el principio del tiempo. Ahora bien, la diferencia entre el kawiteru y el mara’akame (o chamán) es que el primero tiene la facultad de comunicarse con los dioses a través de los sueños, mientras que el segundo lo hace por medio de la palabra hablada.[12] Entre los huicholes lo visto en sueños es con frecuencia considerado algo real. Si a una persona se le muere una vaca, o su sembradío de maíz es atacado por una plaga, o si cae presa de una enfermedad y sueña que alguien le ha embrujado para que esas desgracias le sucedan, entonces eso basta para saber la causa de dichos perjuicios. No pasará tiempo en buscar venganza, ya sea en una riña en alguna borrachera o por medio de los poderes de un mara’akame que contrarreste el embrujo. Soñar también hace posible ver el futuro. Suele suceder que una persona cae de una mula u otra regresa imprevistamente a su casa después de un periodo de ausencia y entonces alguien cercano dice: “Anoche soñé que eso te pasaría; ya sabía que regresarías porque lo he soñado”.

Los mandatarios huicholes son elegidos a través de los sueños de los kawiterutsixi. Se cree que de esa manera los dioses, entre ellos el sol, comunican los nombres de las personas que deberán gobernar. Otto Klinenberg comentó, en el año 1933, sobre esta cuestión:

Los oficiales son elegidos de una manera muy original. La decisión está en las manos, o más bien en los sueños de un anciano conocido como el kawitero. El día de Corpus Christi, cada uno de los oficiales le da al kawitero una botella de licor, y le dice que sueñe quiénes deben sucederlos. En octubre vuelven a reunirse, le preguntan el resultado de sus sueños y él nombra los nuevos oficiales. Algunas veces sucede que el primer hombre que aparece en sus sueños no es aceptable para la gente (en el sueño), así que el kawitero ejerce una especie de veto y sueña otra vez. Nunca se objeta su decisión.[13]

Los sueños son una manera a través de la cual los dioses hacen saber sus designios a los hombres. Los kawiterutsixi deben ser asumidos, por tanto, como medios de comunicación entre ambos universos, el divino y el humano. Esa es la razón de que gocen de grandes prerrogativas, pues son el poder tras el poder. Llegado este punto es claro que en la sociedad de los huicholes existe el predomino de una gerontocracia con matices teocráticos. Y más: en el territorio huichol hay cinco pueblos que sobresalen en importancia: Tuxpan de Bolaños, San Sebastián, Santa Catarina, San Andrés Cohamiata y Guadalupe Ocotán. Estas localidades fungen como grandes centros políticos y religiosos que, durante gran parte del año, no están muy habitados. La mayoría de los huicholes se reúne en estos lugares únicamente en las grandes festividades religiosas y políticas. En el tiempo restante permanecen en sus pequeñas rancherías en las que tienen sus sembradíos llamados coamiles. En ellos cultivan principalmente maíz y calabazas, alimentos indispensables para su subsistencia. Los sembradíos están ubicados en las laderas de los cerros; ahí, en los barrancos, el agricultor perfora la tierra con un palo llamado coa y deposita los granos de maíz que, con la complacencia de los dioses, se convertirán en grandes milpas. En esos pequeños ranchos familiares los huicholes tienen también sus vacas, sus perros y, en general, sus escasas pertenencias.

El común de las rancherías tiene un delegado en el Consejo de Ancianos. De esta manera todas las comunidades dispersas en la sierra se ven representadas en los asuntos políticos. Cada uno de los cinco grandes pueblos mencionados anteriormente cuenta con su Consejo de Ancianos que se encarga de elegir las autoridades correspondientes que gobiernan en su distrito, el cual está conformado por los ranchos donde los huicholes tienen sus coamiles. En resumen, hay cinco distritos sujetos a cinco grandes centros políticos y religiosos en los que mandan cinco Consejos de Ancianos.

Llegado este punto, es necesario explicar la conformación del gabinete de mandatarios huicholes que cada año es designado por el Consejo de Ancianos para custodiar la legalidad social. Lo forman un Gobernador o Tatuwani, un Gobernador suplente, un Juez auxiliar, un Comisario, un Capitán de guardia, un Sargento mayor de topiles y un grupo de topiles o policías. El Gobernador o Tatúan es el cargo principal. Preside las asambleas, manda a los topiles para que apresen a los delincuentes, se ocupa de las quejas en general, así como de problemas relacionados con la distribución de la tierra, la cual es comunal. De igual forma decide si se acepta a los extranjeros en las fiestas y se ocupa de representar a su localidad ante las autoridades mestizas. En suma, permanece al tanto de los problemas de la comunidad. El Gobernador suplente, por su parte, queda al frente del mando en el caso de que el gobernador principal muera o se ausente, por motivos de trabajo o de salud, apartándose de sus deberes políticos. La función del Juez auxiliar consiste en deliberar la culpabilidad de aquellos que son acusados de cometer ciertas infracciones (robos, violaciones, trifulcas en borracheras) así como en ordenar los castigos correspondientes. Es un juez de paz y no de letras. A su vez, se encarga de consignar a las autoridades mestizas a los culpables de faltas de mayor gravedad, por ejemplo, a los homicidas. Por su parte, el Comisario se ocupa de la vigilancia del pueblo, de impedir que suceda algo que violente la legalidad. No juzga, pero se encarga de remitir a la autoridad correspondiente a los que deben ser juzgados. Es un custodio del orden social. Tiene bajo su mando al Capitán de guardia, quien se encarga de cobrar las multas en caso de que alguien haya cometido un acto ilícito[14]. Finalmente, los topiles o policías se ocupan de los arrestos y de la vigilancia en general. Se distinguen por llevar un bastón en el que atan una cuerda que utilizan para sujetar a quien incurre en alguna falta. Su líder es el Sargento de topiles o, lo que es lo mismo, el que dirige el cuerpo de policía. Este puesto es el más bajo en la escala política.

Cabe señalar que el periodo de mando del gabinete huichol es de un año. Sus integrantes, de los cuales se ha descrito brevemente el papel que desempeñan al interior de su sociedad, no gozan de ninguna remuneración. Su labor es un servicio gratuito que les ha sido encomendado por los dioses, a través de los sueños de los kawiterutsixi. Esa es la razón de que estos funcionarios, por lo general, sean pobres o caigan en una situación de pobreza.

El modo de subsistencia de los huicholes depende fundamentalmente del cultivo de maíz. A su vez, existen otras alternativas de gran importancia económica para estos indígenas. Las más importantes son la venta de sus objetos artesanales fuera de la sierra, así como emplearse como mano de obra barata en los pueblos y ciudades cercanos a su territorio. Otra opción es convertirse en músico, en mariachero.[15] El desempeño de un puesto político obstaculiza estas actividades, por ello es una pesada carga para quien se ve destinado a ejercerlo. En tales circunstancias, se entiende que los dignatarios electos, en ocasiones, rehúsen los cargos que les han sido encomendados. Pero, después de todo, no pueden negarse al designio de los dioses. Se envía a los topiles o policías salientes a buscarlos donde se encuentren para que asuman sus responsabilidades, de la misma manera en que se obligó, en el tiempo mítico, al niño antes mencionado a sacrificarse en el fuego para que naciera el sol. Se les busca incluso por días en lo más recóndito de la sierra. Suele suceder que llegan a traerlos maniatados. Esto explica que los cargos políticos, entre los huicholes, sean una especie de penitencia, de sacrificio, en tanto que la posibilidad de un orden social, presidido por un cuerpo de magistrados, supone una caída forzada en el poder, el cual les es otorgado en forma de unas varas, que en la mentalidad local son sagradas. Sobre estas varas, Zingg escribe:

En las ceremonias que acompañan a la toma de posesión de los nuevos funcionarios, realmente se les rinde culto a los bastones. No sólo se les ofrecen incienso y velas, sino que además las mujeres se arrodillan delante de ellos y se santiguan exactamente igual que delante de los santos. Estos bastones son símbolos colectivos por excelencia y son de suma importancia para mantener el orden durante las orgías de alcohol y refriegas con que culminan todas las ceremonias. Puesto que en estas ceremonias comunales se reúnen muchísimos más indios que en las individuales, es sólo apelando a la santidad y autoridad de los bastones que puede mantenerse siquiera el más remoto parecido de orden social necesario para impedir crímenes y violaciones. Por lo tanto, hay cierto motivo para que las mujeres recen y se persignen delante de estos bastones.[16]

En Santa Catarina la entrega de varas es celebrada el 12 de enero.[17] El acto comienza en un pequeño xiriki (templo) situado en la cima de un cerro que es considerado un kakauyari, es decir, un dios.[18] En ese lugar los funcionarios entrantes pasan toda una noche sin dormir; con ello quedan revestidos de un aura sagrada. Por la mañana descienden a la orilla del pueblo en el que hay otro xiriki dedicado a Tatata, quien es simultáneamente Cristo y el sol.[19] Fuera de este templo un toro es sacrificado frente a un crucifijo en el que la figura de Cristo ha sido formada con flores, hojas de maíz, jícaras, listones y morrales, implementos todos de distintos colores. Llama la atención que la Cruz está repleta de monedas que le han sido adheridas. Y es que hay una estrecha relación entre el Cristo-sol y la creación del dinero. Es importante señalar que el crucifijo es honrado con velas, jícaras, recipientes que contienen la sangre del animal sacrificado, así como con pequeños morteros en los que se quema copal.

En la parte lateral izquierda del patio en que ha sido degollado el toro están los mandatarios salientes y entrantes, alineados de frente al lugar del sacrificio. En los otros lados del recinto se aprecian gran número de huicholes, unos sentados en el suelo y otros de píe contemplando los diversos actos religiosos que efectúan los mara’akate en la parte central, los cuales consisten en rezar en silencio y en levantar sus flechas emplumadas (muwieri) en dirección a los cuatro puntos cardinales en los que se cree habitan los dioses.[20] Precisamente en este lugar están las varas, las cuales miden aproximadamente un metro de largo y dos centímetros de ancho. Tienen una apariencia rojiza, la propia del palo extraído del tronco del árbol brasil del que son hechas.[21] Están envueltas cuidadosamente en una tela, encima de una mesa de madera de forma rectangular; las acompañan dos pequeñas estatuas de santos. Probablemente, una de ellas es la de Santa Catarina. El ambiente general es de una gran solemnidad ritual.

A continuación, los funcionarios que han cumplido con su periodo de mandato ofrecen, con enorme sacrificio, un banquete a los asistentes. Hay un bullicio lento salpicado de risas ocasionales y de riñas de perros que compiten por las sobras.

Terminada la comida todos los huicholes, incluidos los mandatarios entrantes y los salientes, así como los kawiterutsixi y los mara’akate, forman un círculo alrededor de la mesa donde se encuentran las varas. Realizan una reverencia final a los bastones de mando y recogen todas las ofrendas, las estatuas de los santos, así como el Cristo-sol y se dirigen, con Tatata al frente, hacia la Casa Real, un edificio rectangular de aproximadamente nueve metros de largo y cinco de ancho. El techo es de paja, a dos aguas. Los cimientos son de piedra y lodo. El piso es de tierra y las paredes de adobe. En su interior hay una división horizontal. De un lado está la cárcel, la cual es oscura y fría. En ese lugar se encuentra el cepo, instrumento en el que los delincuentes tienen que pagar sus faltas. Un agujero en la pared deja filtrar un insignificante haz de luz en este lugar, el cual es, simplemente, deprimente. En ese mismo lado, frente a la pesada puerta de madera de la cárcel hay un pequeño adoratorio que no puedo describir ya que se me permitió verlo tan sólo un segundo. No obstante, en el vecino pueblo de San Sebastián pude verificar que la configuración de la Casa Real es la misma que en Santa Catarina. Ahí también hay un adoratorio frente a la puerta de la cárcel. Es una especie de altar adosado a la pared en el que hay una cruz de madera, un pequeño ídolo y una gran mazorca de maíz, ambos labrados en piedra. También es posible observar una cavidad en forma de plato en la que se deposita la sangre de los animales sacrificados como signo de veneración. Al verla es imposible no pensar en la casa del Nayarit o Pilzintli, en la que había, según puede constatarse en las crónicas históricas, un pósito en que se depositaba la sangre de los seres humanos que le eran sacrificados.

En el otro lado de la Casa Real de Santa Catarina se levanta una especie de podium en el que se sientan los dignatarios entrantes. Pesados maderos lo conforman. Encima del podium, incrustada en la pared que separa las dos partes, hay una cornamenta de venado, representación del dios Kauyumari. En el piso, en las partes laterales, hay dos fogatas sagradas que representan a Tatewarí, el dios del fuego. Exactamente en el centro, justo a los pies de los gobernantes, se aprecia otro orificio en la tierra en el que se deposita la sangre de los animales sacrificados.

El momento de ofrecer otro toro a los dioses ha llegado. Son aproximadamente las cuatro de la tarde. Un sol implacable cae verticalmente sobre el pueblo. Entre varios huicholes maniatan al animal fuera de la Casa Real y lo introducen, arrastrándolo, en dicho recinto. Se trata de acuchillarle el cuello y que la sangre caiga en el orificio en la tierra antes mencionado. Una mujer se encarga de la ejecución mientras diversas manos sujetan la cabeza y los cuernos de la víctima, la cual ofrece una resistencia insignificante. Todos quieren sangre. El lugar está lleno de gentes que se precipitan sobre la sangre. La untan en sus ropas, en las velas que hay alrededor del toro, en la cornamenta de venado. Entretanto, los kawiterutsixi rezan y hablan con los futuros gobernadores, espectadores privilegiados de esta inmolación sagrada.

Finalizada esta ceremonia, los asistentes se dirigen a la iglesia, un gran edificio de cantera, de forma rectangular. En su interior hay tres altares: uno en el fondo, dos en la parte media, incrustados cada uno en su respectiva pared. En el altar del fondo es donde fue depositado Tatata, junto con los santos que estaban en la mesa en la que las varas eran reverenciadas. En los otros hay cuadros de la Virgen de Guadalupe, así como pesados discos de piedra en cuyas caras hay labradas figuras de serpiente. Los tres altares están adornados con diversas ofrendas: jícaras, velas encendidas, botellas de coca-cola que contienen tejuino, sangre de toro y de venado. También es posible apreciar dos cajas a manera de alcancía, para que los fieles depositen su limosna. No es todo: en el centro de la iglesia, a ras del suelo, hay otro orificio en el que se puede ver una piedra circular que probablemente guarda relación con el fuego. Tiene sus ofrendas correspondientes.

En realidad, no pude registrar ninguna liturgia especial en el interior de la iglesia. Los huicholes tan sólo se dirigieron desde la Casa Real, donde se había acabado de sacrificar al toro, hasta los altares que acabo de describir. Ahí estuvieron parados y en desorden veinte o treinta minutos, dedicándose únicamente a hablar entre ellos y a hacerse bromas. Algunos se ocupaban en tomar cerveza o en fumar. No obstante, antes de abandonar la iglesia todos se aspergearon religiosamente agua en la cabeza de la pila bautismal, la cual debió de ser llevada ahí con mucho trabajo por algún misionero.

A continuación, la calle principal del pueblo quedó convertida en escenario de detonaciones de cohetes, de gente lanzando dulces al aíre y de niños debatiéndose en el suelo para conseguirlos. También de perros buscando dádivas. En medio de ese desorden, el maestro de primaria huichol José Santos Torres Hernández, originario de Santa Catarina, refiere: “Ahora vamos a descansar un poquito. Pero más al rato, en la noche, tenemos que velar las varas hasta la salida del sol. Ahí con ellas van a estar todos, los kawiterutsixi, los que salen y entran, todos. Tenemos que lavar las varas con agua bendita. Tenemos que rezarles. Así que no vamos a dormir”.[22]

Lo dicho por este profesor se cumple literalmente. Al día siguiente, por la mañana, en la Casa Real, se procede a la entrega de los bastones de mando. Se precisa de otra ceremonia para la ocasión. En ella los kawiterutsixi exponen las varas, antes de entregarlas a sus destinatarios, a los cuatro puntos cardinales, porque ahí se cree que viven los dioses. Entretanto, los nuevos mandatarios permanecen sentados en el podium, bajo la cornamenta del dios venado Kauyumari. Cuando los kawiterutsixi entregan las varas les dicen a los integrantes del nuevo gabinete que cumplan con su deber, pues para eso fueron elegidos. Estos corresponden con un discurso muy emotivo, pronunciado por el gobernador, en el que se comprometen a cumplir con la tarea que les ha sido encomendada.

La ceremonia de cambio de poderes en San Sebastián tiene, de alguna manera, la misma estructura que en Santa Catarina. No obstante, hay algunas variaciones. En la comida comunal que ofrecieron los funcionarios salientes, la que en Santa Catarina fue celebrada en el exterior del xiriki dedicado a Tatata, había en el centro del patio un palo incrustado en la tierra al que se le amarró con telas y listones de diferentes colores una cornamenta de venado adornada con flores. En una de sus astas colgaban tortillas de maíz. Del lado derecho, en el suelo, se apreciaban algunos manojos de plumas parecidas a las varas emplumadas que utilizan los mara’akate. En la mentalidad huichol, Kauyumari, el dios venado, es equiparable a estas varas.[23]

En realidad, el palo con la cornamenta y con los manojos de plumas era una especie de altar en el que se ofrendaron tortillas de maíz y caldo de venado. Las tortillas estaban encima de una piel de vaca; el caldo de venado, sin ningún aderezo y con una apariencia poco atrayente, fue servido en pequeños tecomates. También se sirvió tejuino. Todos los asistentes esperaron su turno para tomar parte en esta comida sagrada efectuada frente a la cornamenta de Kauyumari.

En un momento posterior a la comida pude constatar, en el interior de la iglesia,[24] la existencia de un altar con tres crucifijos y dos grandes cuadros de la Virgen de Guadalupe. También hay un plato de barro que al parecer suple a la cavidad en la que se deposita la sangre de los animales ofrendados en sacrificio. De igual manera, tampoco observé aquí ninguna liturgia especial. Sin embargo, durante casi una hora los huicholes permanecieron en el interior del templo cristiano bailando y emborrachándose acompañados de los acordes de los músicos locales. Por supuesto, no olvidaron encender velas a Tatata y a la Virgen de Guadalupe y persignarse devotamente ante sus imágenes. El ambiente era de mayor festividad que el registrado en la iglesia de Santa Catarina. Y si no fuera porque el emborracharse entre estos indígenas es una manera de ser religioso, aquel sitio podría ser asumido, por el no enterado, como un lugar de vicio y embriaguez. En suma, “un conventículo de idolatría”, en el lenguaje de los antiguos evangelizadores cristianos.

Una vez finalizado el baile en el interior del templo, toda la atención se concentró (otra variación) en construir una especie de “altar” en una pared exterior de la iglesia. Lo conformaban restos de las reses que habían sido sacrificadas, así como grandes barriles de tejuino, cajas de cerveza y cigarros. También cañas de azúcar, coca-colas y naranjas. Tras un largo momento de espera, los huicholes recogieron estas mercancías y se dirigieron en dirección de la Casa la Real, lugar donde por fin los kawiterutsixi entregarían las varas a los funcionarios entrantes. En realidad, quienes cargaron las cosas, incluidos los restos de las vacas descuartizadas, fueron las mujeres. Entretanto, grandes ollas de aluminio aguardaban en las hogueras. La carne de res y de venado se estaba preparando para ser consumida al final de la fiesta.

La entrega de los bastones de mando se llevó a cabo con gran solemnidad y en los mismos términos que en Santa Catarina. El final de la ceremonia fue el principio de una gran fiesta en la que el objetivo final era beber y comer lo más posible.

Expuesto lo anterior, es claro que la organización política de los huicholes es una imposición de origen externo a su cultura. También es cierto que estos indígenas la han recreado, transfigurándola con el orbe, extremadamente complejo, de sus símbolos religiosos. Y es que esa organización política, como se ha visto, está enteramente fusionada con la religión local. Prueba de ello son los sacrificios de reses, la equivalencia de Tatata con el sol, el carácter sagrado de las varas que representan el poder político, el hecho que los funcionarios sean elegidos por los dioses a través de los sueños de los kawiterutsixi, las cornamentas de venado de Kauyumari en la Casa Real y en las comidas ofrecidas por los mandatarios salientes, las reverencias de los mara’akate a los puntos cardinales al entregar los bastones de mando, las mujeres cargando vacas descuartizadas, etc. ¿Y qué decir de los castigos? El cepo, por ejemplo, es otra imposición, aunque, el huichol no lo concibe como un simple objeto de tortura, antes bien lo recrea con su imaginario religioso y lo convierte en algo animado, un ente vivo, mezcla de verdugo y de demonio. Al respecto, me decía un informante: “El cepo te castiga. Cuando estás en él, si eres culpable, te castiga. Cuando estás en la cárcel, encepado, aparecen leones, zorros, difuntos, y te mean. El cepo no es un dios, es como un diablo. Te quita todo. Te castiga. Te quita hasta el pensamiento, pues cuando estás atrapado en él, no sabes nada, no piensas”.[25]

Por las fuentes documentales sabemos que desde finales del siglo XVIII había otro castigo aparte del cepo, a saber, amarrar al delincuente en un poste o picota y azotarlo. Pero lo despiadado del castigo y la reprensión de los religiosos que evangelizaban a los huicholes, con la intención de rescatarles del influjo del demonio, provocaron que esa costumbre entrara en desuso. El palo de los azotes extrañamente siguió siendo reverenciado por mucho tiempo y no dudo que alguien haya pensado de este objeto de tortura cosas parecidas a las expresadas respecto del cepo.[26]

En síntesis, si se profundiza en la organización política de los huicholes tal y como está configurada en la actualidad o, lo que es lo mismo, si se intenta ir hacia el pasado, se encontrará lo siguiente: el culto solar al dios niño Pilzintli, la devoción del esqueleto de Nayarit, los sacrificios humanos, la equivalencia entre fuerza física y autoridad, la dispersión en el modo de habitar la tierra. En suma, todo ese mundo de los antiguos nayaritas esbozado en la parte inicial de este trabajo.

La actual organización política de los huicholes no puede ser comprendida del todo sin ese mundo que los evangelizadores se empeñaron en suprimir, por creerlo reino del demonio. En ella el ejercicio de poder es un sacrificio, una imposición de los dioses soñada por los ancianos, aquellos que ostentan el saber. Y más: el poder político, metafóricamente hablando, es el fuego (el lugar del sacrificio) al que son precipitados los elegidos para ser dignatarios en la sociedad huichol. Se entiende que al final de su mandato experimenten una gran felicidad por haber cumplido el designio de sus divinidades. Lo manifiestan, casi siempre, con una gran borrachera.

 

Adenda

El venado se entrega a los cazadores, que lloran ante ese acto de generosidad. El niño se arroja a las llamas para convertirse en el sol. Tatei Niwetsika, nuestra madre el maíz, ofrece a sus hijos los elotes para prodigar comida. Los mandatarios huicholes se dan al ejercicio del poder político para hacer posible la legalidad social. En suma: sacrificarse para conceder la vida. He aquí uno de los secretos más importantes de la religión de los huicholes.

 

Bibliografía

  1. Arlegui, José, Crónica de la historia de N.S.P.S. Francisco de Zacatecas, Cumplido, México, 1851.
  2. Calvo, Thomas, Los Albores de un nuevo mundo, siglos XVI y XVII, Universidad de Guadalajara-CEMCA, México, 1990.
  3. Diguet, Leon, Por tierras occidentales. Entre sierras y barrancas, INI, México, 1992.
  4. Mota Padilla, Matías, de la, Historia de la conquista del reino de la Nueva Galicia, Talleres gráficos de Gallardo y Álvarez del Castillo, México, 1920.
  5. Ortega, José, de, Apostólicos afanes de la Compañía de Jesús, Luis Álvarez y Álvarez de la Cadena, México, 1944.
  6. Preuss, Konrad Theodor, Fiesta, literatura y magia en el Nayarit. Ensayos sobre coras, huicholes y mexicaneros, INI-CEMCA, México, 1988.
  1. Tello, Antonio, Crónica miscelánea de la Sancta provincia de Jalisco, Libro Segundo, Volumen I, Gobierno del Estado de Jalisco, Universidad de Guadalajara, INHA, México, 1968.
  1. AA., El peyote y los huicholes, Sep-setenta, México, 1972.
  2. Zingg, Robert M., La mitología de los huicholes, Tomo I, INI, México, 1968.

 

Notas

[1] Los huicholes no tienen leyes escritas. El estado de legalidad en el entramado social se fundamenta en la palabra de los ancianos. Sus acuerdos son la ley.
[2] “Uteanaka (la tierra) era la madre del sol. Antes, todos los animales eran personas, vivían en la oscuridad. Por todas partes estaba oscuro. Los animales tuvieron que meter al niño en el fuego para que saliera el sol. Salió por debajo de la tierra. Lo quemaron por Te’akata (cuevas sagradas situadas en el territorio huichol) y salió por Wirikuta. El sol fue por debajo y sus amigos animales por arriba, en el cielo, eran los que les gustaba el sol: el águila, la chuparrosa, el guajolote. A otros no les gustó el sol, y quisieron matarlo. “Jesuscristo”, el sol, bajó a la tierra entre los camaleones, las víboras coralillo, los cascabeles. A estos animales les gustaba más la oscuridad, eran enemigos del sol. El sol es un niño quemado en el fuego. Por eso tenemos que llevarle ofrendas. De primero el niño no quería entrar en el fuego, se convertía en animales peligrosos, en leones, en serpientes, para asustar a quienes querían quemarlo. Se llama Tayaupá, nuestro padre”. Agustín Valdés González, informante del pueblo de San Sebastián. Comunicación verbal.
[3] Cf. Thomas Calvo, Los Albores de un nuevo mundo, siglos XVI y XVII, ed. cit., p. 286.
[4] Ibid., p. 293.
[5] Fray Antonio Tello, Crónica miscelánea de la Sancta provincia de Jalisco, ed. cit., p. 42.
[6] José de Ortega, Apostólicos afanes de la Compañía de Jesús, ed. cit., p. 16.
[7] vid., Matías de la Mota Padilla, Historia de la conquista del reino de la Nueva Galicia, ed. cit., 1920, p. 527-529.
[8] Los antiguos pobladores de las montañas de Nayarit creían que Pilzintli era un dios que todo lo decidía y al cual rendían absoluta obediencia. En su imaginario religioso esta divinidad tenía forma de niño. Por su parte, los actuales huicholes creen que el sol es, también, un niño que, en el tiempo originario, fue arrojado al fuego. De esa manera quedó convertido en el sol.
Se sabe que para los antiguos aztecas el sol nace igualmente cuando un niño es entregado a las llamas.
[9] José de Ortega, óp. cit., p. 18.
[10] Fray José de Arlegui, Crónica de la historia de N.S.P.S. Francisco de Zacatecas, ed. cit., p. 142.
[11] Respecto de la figura del kawiteru (singular), Robert. M. Zingg ha escrito: “Los funcionarios más importantes de la comunidad huichol son los kawiteros, que pasaron inadvertidos para Lumholtz. Klinenberg menciona este cargo, pero creyó que solamente había un anciano en la comunidad que soñaba quiénes debían ser los nuevos funcionarios y cuya elección era definitiva, a menos que se levantaran muchas protestas, en cuyo caso volvía a consultar sus sueños. Tanto en Tuxpan como en San Sebastián, donde trabajó Klinenberg, hay varios kawiteros, que nombran a sus sucesores. Esta función y la elección de los funcionarios civiles y religiosos los convierten en hombres de gran importancia, puesto que, igual que en un estado o compañía modernos, en una comunidad primitiva gobiernan aquellos que eligen a los funcionarios.” Robert M. Zingg, La mitología de los huicholes, ed. cit., p. 110.
[12] En realidad, la única cosa que distingue a los kawiterutsixi es su capacidad de soñar con los dioses. Los mara’akate, por su parte, hablan con las divinidades directamente. Estos últimos son, además, cantadores y curanderos. Algunos son incluso equiparados con el sol.
[13] VV.AA., El peyote y los huicholes, ed. cit., p. 37. Como ya apuntó Zingg, hay que matizar la apreciación de Klinenberg, pues incluso en su tiempo (1933) había, entre los huicholes, varios kawiterutsixi (no nada más uno) que estaban encargados de soñar el nombre de los gobernantes.
[14] Mi informante de San Sebastián, Luciano Díaz Carrillo, explica otras características que atañen a este funcionario: “Se encarga de barrer la Casa Real y la oficina del gobernador. Es como el representante que está a cargo de pasar a los quejosos con las autoridades. Debe estar en la oficina del gobernador o en la Casa Real al pendiente de todo. Todos los asuntos se tratan primero con él; él sabe cuándo se debe pasar a los quejosos con los que mandan”. Comunicación verbal.
[15] Es muy común observar en las ciudades de Zacatecas, Tepic, Durango, Guadalajara… grupos musicales huicholes tocando en restaurantes o en la calle. Estas agrupaciones habitualmente se conforman de tres o cuatro integrantes. Uno de ellos, en algunos casos, es mujer. Los instrumentos que usan son la guitarra, el violín y el contrabajo.
[16] Robert M. Zingg, óp. cit., p. 108.
[17] La descripción de las fiestas del cambio de varas en Santa Catarina y en San Sebastián, expuesta a continuación, tiene como fundamento el trabajo etnográfico realizado por el autor en estos dos pueblos en el mes de enero del año 2007.
[18] “Los kakauyarixi eran como hielos. Pero cuando salió el sol se hicieron como piedras, como cerros grandes de piedras. Estaban vivos. Hay que darles flechas, jícaras, venados, chivos, borregos, vacas, gallinas, guajolotes, ‘jabalines’. Si no se les dan, entonces nos castigan, mandan enfermedades. Los kakauyarixi son Tatei Iuranaka, son la tierra”. Rosendo Ramírez Sánchez, originario de San Sebastián. Comunicación verbal.
[19] Mis informantes huicholes al hablar de Tatata y de “Jesuscristo” se refieren siempre al sol. Uno de ellos llegó a decirme que Cristo y los santos “…vinieron hace mucho tiempo de España. Pero eran víboras. Cuando estaban en España eran víboras. Cuando pasaron para acá ya se hicieron gente. Aquí se quedaron”. José Luis González Hernández, originario de San Sebastián. Comunicación verbal.
[20] También dirigen sus muvierite hacia una cornamenta de venado, que es cargada por varias personas en una cesta de palma, en señal de adoración. Dicha cornamenta aparece igualmente adornada con listones de colores y velas. Representa al dios Kauyumari.
[21] Los kawiterutsixi sueñan también el árbol de brasil del que se extraerán las varas; parece que Tatata Cristo designa el árbol del que deberán hacerse.
[22] José Santos Torres Hernández. Comunicación verbal.
[23] Kauyumari es un dios variable. Por un lado, es el peyote o, mejor dicho, el peyote son sus huellas; por otro es los muwierite o varas emplumadas. También es la cesta de palma que todo mara’akame posee cuyo nombre es Takwatsi. Kauyumari es el mensajero de los dioses: el mara’akame, en sus cantos, comienza siempre por invitarlo para que acuda a la fiesta de su rancho. Pero él se niega, pues siempre está borracho. Por eso muchos huicholes dicen que es un vago. No obstante, al final, si el mara’akame es convincente, acepta la invitación. Preuss lo equipara con la estrella de la mañana. Vid., Konrad Theodor Preuss, Fiesta, literatura y magia en el Nayarit. Ensayos sobre coras, huicholes y mexicaneros, ed. cit., p. 228.
[24] La iglesia de San Sebastián es más sencilla que la de Santa Catarina. No está construida de piedra, sino de adobe.
[25] Luciano Díaz Carrillo, originario de San Sebastián. Comunicación verbal.
[26] Leon Diguet conjeturó, hace más de cien años, que los castigos, entre los huicholes, antes de ser evangelizados, podrían ser los siguientes: 1) Precipitar al culpable de un delito en un precipicio. Si el cuerpo, en la caída, sufría grandes daños, entonces no se le daba sepultura, pues esto era indicio de que su falta no había sido perdonada por los dioses; por el contrario, si no sufría grandes daños, entonces el cuerpo era enterrado en una cueva dedicada a la diosa Takutsi Nakawé, la madre encargada del crecimiento vegetal. 2) Desterrar al culpable. 3) Torturarlo lentamente en el fuego y luego cocinarlo para comerlo. 4) Amarrar al culpable en un poste y flecharlo. 5) Vapulear al culpable a latigazos. Vid., Leon Diguet, Por tierras occidentales. Entre sierras y barrancas, ed. cit., pp. 130-131.