Revista de filosofía

La calle

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La calle

“Mi familia es de Huichapan, Veracruz que queda cerca de Nanchital. Recuerdo que de niña todo estaba bien, aunque pasaba mucha hambre, tenía dolores de cabeza y había muchos golpes”.

“Mi papá y mis cuatro hermanos me pegaban por todo. Tengo muchos hermanos y hermanas, pero no crecí con ellos, nomás viví con mi hermana mayor, y cuatro hermanos chiquitos”.

“Yo soy la menor y siempre decían que no hacía caso, que no hacía las cosas temprano, que no hacía las cosas bien, tal vez por eso me pegaban, y por eso aquí me dan las medicinas”.

“Mi mamá es una chaparrita morena de genio muy alto, ella y mi papá se conocieron en un autobús. Él la sacó de su casa a golpes y de ahí nunca han parado los trancazos. Recuerdo que los dos salían a trabajar y se perdían por días, semanas. Me dejaban sola con mi hermana que me pegaba, yo estaba chiquita y no me podía defender, estaba encerrada como aquí, pero en la secundaria me fue muy bien. Me fui a Reynosa porque yo quería estudiar. Fue mi otra mamá la que me mandó allá. Dicen que allá también me portaba mal y me metieron a un internado, pero no lo pudieron pagar”.

Adam Martinakis

Adam Martinakis

“¡Ah! no le dije que mi segunda madre es una señora que conocí en la calle y me aseguró que era mi verdadera madre, pero yo ya no se qué creer”.

“Yo con la prostitución les paso dinero a las dos, ¿es lo justo no? Siempre me limpio y ando aseada pero me dicen que soy cochina porque tengo un cernidor abajo de la vagina, que estoy podrida por dentro”.

“–Te mandé a estudiar no a que te estés acostando con los hombres –me dijo la que dice que es mi ‘verdadera mamá’ y me golpeó durísimo en la espalda, pero el negocio lo descubrí como descubrí a ella, en la calle y cuando le mandaba el dinero bien que lo agarraba.”

Adam Martinakis

Adam Martinakis

“¿Sabe? yo era prostituta para eventos y ese trabajo me gusta. Esa categoría me la gané yo. La época más feliz de mi vida ha sido en Monterrey cuando anduve en las fiestas, hice amigos, que me pagaban, me invitaban y podía bailar. ¿Sabe? Me gusta mucho el baile. La música disco, el borlote. Vivía con mi amiga, era libre”.

“Aquí también quise ser libre y me metí con un hombre, así nomás, sin conocerlo, sin hablar con él, ¿para qué? Es guapo y ya. Aquí no les gusta que me desnude, me dejan pintarme pero no puedo salir, no va a ser tan malo regresar a mi casa, así podré volver a trabajar ¿no cree? Porque como ellos dicen, ya estoy mejor”.

Mientras hablaba, la juventud de Liliana se escondía tras lo grotesco de su cara de niña pintada. El desear acompañar ese abandono que esta mujer-niña representaba me rebasaba ¿Qué podía hacer sino escucharla? Mi presencia era como un paliativo, un voto de confianza.

La mujer salió conmigo, me pidió un cigarro y recordé que semanas antes le había dado uno de regalo, un poco de placer para contrarrestar la tristeza que hizo lazo entre nosotras. Esta vez no traía nada estaba allí con ella en el patio del hospital para decirle que no estaba sola cuando sabía bien que lo estaba. ¡Qué impotencia!

–¿Ya habló con la trabajadora social? –le pregunté.

–Si, dice que me van a llevar a Huichapan con mis papás y ya vi que no es tan malo regresar, ya estoy mejor –su sonrisa es una mueca dirigida a sí misma.

–No ha salido a Rehabilitación –le dije.

–No, no me han sacado porque dicen que me porto mal, que soy “himper sexual” lo anotaron en una hoja.

–¿Y qué pasó? –me preguntó– ¿puso las fotos en el Facebook?

Semanas antes me había dado su correo, quería a través de éste circular por la red, deambular como lo hacía cuando los policías la llevaron al hospital psiquiátrico y cuando se ofrecía a los hombres en Monterrey, mostrarse, ser vista, ser elegida…

–¡Ya sé quien me va a ayudar! –dice de pronto–, el chavo de Monterrey que me ofreció dinero; dijo que me lo daría cuando yo se lo pidiera. ¡Póngame en el Facebook soy …@hotmail.com! –la mueca de risa no desapareció de sus labios rojos pero sus ojos extremadamente pintados, dejaron de mirarme.

Consigo un cigarro, y se lo fuma lentamente.

–Si, como le dije, ya estoy mejor, psicóloga, pero no me dejan salir porque me ha dado por desnudarme ¡quiero que me vean!, me gusta que me vean, eso lo supe hace poco, es un descubrimiento, psicóloga, lo descubrí en la calle, cuando andaba paseando, antes de venir aquí. Creo que lo mío es la calle.