Resumen
Derivado de un estudio histórico-sociológico, en este trabajo se explora la forma en que instituciones como el Estado y la familia, en relación con algunas prácticas sexuales de los varones, como los raptos de mujeres, regularon, moldearon y construyeron las sexualidades masculinas en una ciudad del noreste de México durante la posrevolución, a la vez que se muestra la forma en que la sexualidad de los varones se traslapaba con otros aspectos de la hombría, tal era el caso del honor, el poder y la autoridad.
Palabras clave: sexualidades masculinas, raptos, honor, autoridad, poder, mujeres.
Abstract
Derived from a historical-sociological study, this article explores the way institutions such as the State and the family in relation with some sexual practices of men, like the abduction of women, regulated, shaped and built male sexualities in a city of the Mexican north-east in post-revolution, while evidencing the way in which the sexuality of men was related with other aspects of manhood, such was the case of the honor, power and authority.
Keywords: male sexualities, abductions, honor, authority, power, women.
El 27 de noviembre de 1937, un semanario local[1] sorprendió a los habitantes de Ciudad Victoria[2] con una nota titulada: “La policía capturó a los tortolitos enamorados y de seguro el juez civil los unirá en matrimonio”.[3] Para las personas de esa época los raptos de mujeres representaban un aspecto de la vida cotidiana[4], sin embargo, dichas prácticas permiten captar cómo las sexualidades masculinas eran configuradas a partir de instituciones como el Estado y la familia. Por ejemplo, la policía capturaba a las parejas de novios y los jueces civiles que los unían en matrimonio representan el modo en que el Estado administraba la vida familiar ejerciendo un poder sobre los cuerpos de hombres y mujeres. En ese sentido, los discursos en torno a los raptos de mujeres permiten ver cuáles eran las prescripciones culturales en torno a la sexualidad de los varones y cómo las mismas eran condicionadas y reguladas desde el plano institucional y constituían lo que Weeks denominó regulaciones sexuales.[5]
Tales regulaciones sexuales, funcionaban a partir de lo que Foucault llamó: el dispositivo de la sexualidad,[6] planteando que el poder actúa sobre el sexo, apoyándose en las instituciones, determinando la prohibición y la censura, lo lícito y lo ilícito respecto a la sexualidad; al mismo tiempo, tal dispositivo puede entenderse desde Foucault como una especie de panóptico, es decir, un dispositivo que lleva a la interiorización de la normalización y del castigo[7]. En ese sentido, los raptos eran la consecuencia de que los padres de familia vigilaran constantemente a sus hijas impidiéndoles que tuvieran novio y, por otro lado, porque al ser raptadas se quebrantaba una norma y como resultado se obtenía un castigo. Es decir, las parejas de novios eran unidas en matrimonio como una forma de restituir el incumplimiento o la transgresión a la norma.
Desde esta perspectiva es posible explorar el modo en que el poder se ejerce, ya que nos permite captar cómo funciona en la medida en que sus prácticas se replican. El policía, el padre de familia e incluso los mismos novios, forman parte de un dispositivo donde el poder no lo tiene nadie como lo han supuesto las teorías clásicas del poder. Contrario a tales teorías vale decir que el poder no se deposita en ningún lado. El incumplimiento a la norma, por ejemplo, se traducía en un cuestionamiento a figuras de poder y masculinidad, como el padre de la familia de la novia, de modo que un rapto también ponía en entredicho el honor familiar y, por tanto, también un entramado de relaciones de poder, el Estado, la policía, los padres, etc.
Si bien la sexualidad de los varones era regulada desde un dispositivo que incluye instituciones, cuerpos, edificios son construcciones sociales, y, por ello, varían de una cultura a otra, se transforman con el tiempo y surgen como resultado de las relaciones de poder entre hombres y mujeres y entre hombres con otros hombres[8] o, como señala Rotundo,[9] quien sostiene que las masculinidades son construcciones históricas, sociales y culturales, son un conjunto de símbolos y significados que determinan qué significa ser hombre en diferentes contextos.[10] Aunado a esto, también partiré del concepto de sexualidad de Szasz, quien la define como:
“Ciertos comportamientos, prácticas y hábitos que involucran al cuerpo, pero también designa relaciones sociales, moralidades, discursos y significados que las sociedades y sus instituciones construyen en torno a los deseos eróticos y los comportamientos sexuales, pero al mismo tiempo estas relaciones son especificas histórica y culturalmente, es decir, lo que es sexual en una cultura no lo es en otra”[11]
Entonces, a lo largo de este trabajo exploro cómo la cultura y las instituciones prevalecientes, encarnadas en figuras de poder y autoridad como los policías, jueces y padres de familia, configuraron las sexualidades masculinas en una ciudad del noreste de México durante la posrevolución al intentar regular algunos despliegues sexuales de los hombres, como los raptos de mujeres,
Para lograr dicho cometido me baso en los resultados de un trabajo de corte histórico-sociológico, donde Balvanera[12] indagó la construcción de las sexualidades masculinas en Ciudad Victoria durante la posrevolución. Dicho trabajo se realizó a partir de la revisión de documentos históricos, tales como semanarios, diarios, libros de cronistas, relatos, memorias y testimonios de personas que vivieron durante las décadas de los años veinte y finales de los años treinta. En resumen, dicha investigación constituyó una historia etnográfica de las sexualidades masculinas en Ciudad Victoria durante la posrevolución, al modo de Robert Darnton (2002), ello en tanto que su finalidad fue captar los significados culturales a partir de los documentos históricos.[13]
La vigilancia de la sexualidad: la policía, los padres y los «tortolitos»
Durante los años veinte y treinta en Ciudad Victoria la sexualidad era regulada, a partir de una vigilancia constante, por figuras de poder y autoridad como los policías, quienes figuraban entre los representantes del orden moral y social de la época. Como señala uno de los cronistas locales, Covián Martínez:
“Posiblemente la época más romántica de nuestra ciudad fue la de los años 20’s era una ciudad pequeña de unos 25 mil habitantes más o menos. Eran los tiempos en que los serenos es decir los gendarmes de punto o veladores, que a lo largo de la avenida Hidalgo, que algunas personas llamaban aún ‘Calle Real’ pasaban la noche a la luz de un farol de petróleo. Los enamorados llevaban serenatas retando a la autoridad paternal y a los policías. Floreció entonces el tipo bravucón, insolente, atrevido, pero simpático, que se enfrentaba con los genízaros que trataban de impedir aquellas mañanitas”[14]
La descripción que Covián hace de los años 20’s en Ciudad Victoria evoca a un paisaje simbólico en donde es posible captar varios elementos que regulaban y a la vez configuraban las sexualidades masculinas. Primero, se pone a la luz que los policías y los padres de familia dado que eran la encarnación del poder y la autoridad, impedían a otros varones jóvenes desplegar su sexualidad, vigilando y restringiendo prácticas culturales como llevar serenatas o mañanitas.[15]
En el fondo, dichas restricciones tenían como finalidad no sólo impedir la serenata en el momento, sino también interrumpir un proceso de cortejo entre una pareja joven que posiblemente en un plazo más largo podría terminar en una relación conyugal. Segundo, en la misma descripción se pone de manifiesto la forma en que las sexualidades masculinas eran definidas a partir de las relaciones de poder entre varones, por ejemplo, cuando se habla de que los enamorados retaban a la autoridad cuando llevaban serenatas.
Tal descripción pone a la luz que tanto los policías como los padres de familia eran los protectores de las normas culturales de la época; no obstante, dicha autoridad era cuestionada por los varones jóvenes al retarlos, lo que significaba comenzar una acción que fuera capaz de burlar la vigilancia y la prohibición. Sin embargo, dichas situaciones reconfiguraban las masculinidades de los actores que se involucraban en tales escenarios sociales, pues como se menciona en la descripción, había hombres que eran tratados de bravucones, cosa que se asocia con el reconocimiento valentía y, para ese contexto, con la hombría.
La vigilancia como una forma de regular los despliegues sexuales de los varones, tiene como telón de fondo las relaciones de poder entre hombres. Por un lado, los padres de familia y los policías, protectores y guardianes de la norma, y, por otro, los varones jóvenes que, al practicar su sexualidad, quebrantaban un tipo de legalidad cultural.
Otra situación donde se percibe cómo la vigilancia de la sexualidad entramaba relaciones de poder entre hombres, son los bailes. Hernández,[16] por ejemplo, en un trabajo de historia antropológica recoge testimonios de hombres y mujeres que vivieron en Tamaulipas durante la década de los treinta. En las narrativas de estas personas se menciona que durante los bailes las mujeres eran acompañadas por algún tío, hermano o el padre, con quienes debían bailar las primeras piezas para posteriormente ser invitadas a bailar por cualquier otro varón, no obstante, los acompañantes, como las observaban contantemente, podían ejercer su autoridad y restringir que las mujeres bailaran con algún pretendiente, argumentado que tenía la fama de mujeriego o de violento.
En los relatos de estas personas, los varones eran los que tenían mayor libertad al momento de desplegar su sexualidad, dado que podían invitar a bailar a cualquier mujer. Las mujeres, en cambio, sólo podían bailar con quien lo permitiera su acompañante. De la misma manera que las serenatas, los bailes representaban una situación donde los hombres podían iniciar el cortejo a una mujer, aunque con la diferencia de que un baile eran una especie de pretexto cultural para incentivar la convivencia social y juvenil, permitiendo tocar y explorar los cuerpos. En ambos casos la sexualidad de hombres y mujeres era vigilada y regulada por figuras de poder y autoridad masculinas que no sólo encarnaban dichos términos, sino que también los ejercían, ya fueran como en el primer caso (policías y padres de familia) o en el segundo (los acompañantes tíos, hermanos o los padres de las jóvenes).
Burlar la vigilancia: Las cartas de amor y las estrategias para los raptos
Como mencioné en el párrafo anterior, la sexualidad era vigilada constantemente desde el poder y la autoridad, sin embargo, esta vigilancia no era total, más bien se trataba de una serie de estrategias desplegadas desde dos partes: por un lado los padres de familia y policías que legitimaban normas sociales y culturales al regular la sexualidad; por otro lado, las parejas de novios que quebrantaban dicha normatividad al practicar su sexualidad y ponían en tela de juicio los valores culturales de la época. Esto pone de manifiesto el conocido planteamiento foucaultiano que establece que donde hay poder hay resistencia.
Con base en lo anterior, en este apartado mostraré cuáles eran las estrategias que hombres y mujeres jóvenes desarrollaban entre sí para burlar la vigilancia y practicar su sexualidad, o, dicho de otro modo, expondré las resistencias que desataban a la hora de que su sexualidad intentaba ser regulada. Tales estrategias de resistencia ante las regulaciones de la sexualidad comenzaban a tejerse en situaciones y espacios en donde la mirada de la autoridad, ya fueran padres de familia, policías, etc., no fuera tan meticulosa. Por ejemplo, en una nota del semanario El Gallito, publicada el 21 de octubre de 1928, aparece lo siguiente: “¿Quién cree usted que sea una nenita que en el cine le estaba diciendo a su novio que estaba lista para emprender el vuelo?”.[17] La descripción es ilustrativa en dos sentidos: primero, porque muestra la forma en que las parejas de novios podían encontrar la manera de escapar de sus casas. Segundo, porque el discurso pone a la luz la manera en que las parejas de jóvenes recurrían a ciertos espacios, como el cine, en donde había menos vigilancia de los despliegues sexuales, tomando en cuenta que el ambiente de éste, en este caso la poca luz, permitía que, al menos por un momento, los novios dejaran de ser visibles para los ojos de los vigilantes.
Otra nota es ilustrativa en el mismo sentido: “¿Quién será una nena morenita que desde el balcón de la escuela le envía besos a su novio que no sale del jardín Hidalgo?”.[18] Aunque la descripción sugiere que la joven al estar en la escuela podía estar siendo vigilada por algún maestro, esto no es así para el novio quién al encontrarse “solo” en la plaza pública podía disponer de un margen mayor de movimiento, lo que permitía algunos despliegues de sexualidad como mandar besos y que, al mismo tiempo, constituían un mensaje simbólico a partir del uso del cuerpo.
Más allá de que los novios aprovecharan los espacios y los “descuidos” de los vigilantes, también desarrollaban estrategias más refinadas como el envío de cartas. Así lo constata la siguiente nota: “¿Quién se imagina usted que sea una nena que trae en las medias un archivo de cartas amorosas?”.[19] Lo anterior sugiere que durante esos años no sólo se enviaban cartas, sino que había una relación física, de contacto entre la carta y el propio cuerpo, que incentivaba el imaginario erótico de la época; aunque la acción también podía ser propia de un tipo de seducción masculina, por ejemplo:
“¿Indague usted quien es una nenita primorosa que de la oficina de correos todos los días recoge más de media docena de cartitas amorosas y desde ese momento es suspiro y suspiro, con peligro de desmayarse? Cómo le hará esta nena para conseguirse tanto encandilado, que las demás chamacas ya quisieran conseguirse uno”.[20]
Si bien las cartas eran una forma de eludir la vigilancia y establecer comunicación entre las parejas de novios, también representaban un despliegue sexual por parte de los varones al ser utilizadas como instrumento de seducción y de cortejo.
El 5 de febrero de 1938 en un semanario local apareció publicada una carta escrita de un hombre para una mujer, lo que da pistas para entender su escritura y envío como parte de la cultura erótica, sexual y de cortejo en la época, a la vez que muestra el tipo de contenido y el estilo con el que se escribían:
“Como no admirar de tus ojos esa expresión sublime, esa dulzura exquisita de tu lánguido mirar; el arcano de tus ansias de eterna soñadora se revela cuando cubres con tus parpados la negrura de tus ojos; de tus ojos la negrura semeja la espera en la hora nocturnal; en tus círculos morados se adivinan no olvidan los momentos de ilusión noches insomnes de ansia deliciosa hay en tus ojos de mirada graciosa, y al contemplar tus ojos comprendí los encantos que tu vida encierra; al adivinarlos mi espíritu se inunda de inefable alegría y mi alma […] y triste y admiradora de todo lo que es bello, de todo aquello que tiene algo de sublime; y mi alma de poeta que recorre el sendero, donde otros ven espinas yo veo rosas, donde otros para ahogar su tristeza buscan la embriaguez, yo me embriago en el aliento exquisito de tu boca y dejo que mi alma loca se abrace en el deseo de besar tus ojos cuya belleza es envidia de Olímpica diosa… Déjame besar tus ojos que mi alma adora ¡oh Musa inspiradora de todos mis poemas… Déjame entonar mi canto a tus ojos bellos que tienen destellos de infinita inspiración…! ¡Qué bello contraste el de tus ojos con tus labios rojos de magnifica tentación! Háblame con tus ojos cuéntame tus ansias bien sabes tú que tus ojos tienen ese lenguaje sublime que conmueve al alma […]”.[21]
Aunque la carta fue escrita por uno de los articulistas del semanario, se trata de un hombre que pertenecía al contexto, lo cual da una de idea de los elementos que constituían dichas cartas. Desde mi perspectiva, la carta está atravesada por tres ejes que se encuentran traslapados: la práctica de la sexualidad al momento de hablar de besos, el erotismo al mencionar el deseo y el cuerpo como depositario de los otros dos.
Si bien estos tres ejes pueden deshebrarse, en la carta se presentan mezclados como una forma de posesión de la mujer por el hombre, de modo que al mismo tiempo que se edulcora la feminidad, también se está exaltando la virilidad. Dicho en otros términos se trata de un deseo de posesión masculina. Por otro lado, al tratarse de una forma de evadir la vigilancia, el envío de cartas estaba ligado a prácticas que aseguraban que la misma fuera recibida, así lo ejemplifica Hernández al hablar del tema:
“Tanto hombres como mujeres construían códigos discretos para la entrega-recepción de las cartas de amor sin que los padres se dieran cuenta. Por ejemplo, un silbido, determinado ruido en la calle, o aventar una piedra eran formas de expresar que estaban presentes y que habían depositado una carta. Sin embargo, en muchas ocasiones los padres se daban cuenta y, aparte de castigar a las hijas, reclamaban al pretendiente o a los padres de éste”.[22]
Como muestra la cita, las cartas de amor no sólo representaban una forma de comunicación entre parejas de novios ya establecidas (aun cuando fuera en la clandestinidad), sino también una forma de seducción y de cortejo. La consecuencia de que esta estrategia fallara daba pie a que los padres ejercieran su poder y autoridad castigando a sus hijos o reclamando al varón que las pretendía. En ese sentido, la seducción y el cortejo por medio de cartas de amor representan una primera estrategia en contra de las regulaciones de la sexualidad, que más tarde desembocaría en el extremo al pasar de una carta a un rapto.
Rapto y fuga: Los rituales institucionales y el honor familiar
Como mostré en los dos apartados anteriores, las prohibiciones, la vigilancia y las regulaciones sexuales incentivaban a una serie de estrategias por parte de las parejas de novios, quienes intentaban eludir la mirada de distintas figuras de autoridad. No obstante, dicha censura de las prácticas sexuales daba pie a un proceso ritual en el cual se involucraban tanto las figuras de autoridad como las parejas de novios, las primeras intentaban proteger su honor y prestigio y las segundas ponían en entre dicho ambas cosas al escapar de su hogar.
De esta manera, los raptos de mujeres representan un proceso ritual en el que se entreveran personas e instituciones, ya fuera la familia o el Estado. La primera, al establecer una vigilancia constante sobre sus hijas a partir de normas familiares y la segunda, cuando los novios escapaban y eran perseguidos por la policía. Con base en lo anterior, en este apartado haré un tipo de disección del proceso de rapto, el cual —a mi ver— se compone de cuatro episodios básicos: el primero lo constituye las estrategias que se desarrollaban por parte de los novios previamente al rapto, es decir “la planeación” del rapto” (como en el caso del envío de cartas de amor); el segundo episodio consistiría en “el momento” del rapto, sacar a la novia del hogar; el tercer episodio es la persecución por parte de la policía y el cuarto episodio la captura y el matrimonio forzado.
Estos cuatro episodios están divididos por dos grandes momentos, el primero consistiría en “planear el rapto” y el segundo consistiría en todo el desarrollo posterior a la huida del hogar. Cada momento implica una resistencia frente a la autoridad, el honor y el prestigio familiar, la siguiente nota da en ejemplo de cómo se desarrollaban dichas situaciones:
“La policía capturó a los tortolitos enamorados y de seguro el juez civil los unirá en matrimonio.
Uno de los familiares de la simpática jovencita que emprendió el vuelo con su novio, se presentó ante la inspección general de la policía quejándose en contra de un joven de nombre Francisco Tovara quien señala como autor de la Srita. Beda Baez. La policía desde luego se puso en actividad para localizar a los enamorados a quienes más tarde se encontró por las calles de la ciudad, por lo que fueron conducidos a las oficinas de la policía y después llevados ante el C. Juez del registro civil para que por la vía legal contraiga matrimonio con la agraciada personita, de Beda”.[23]
En esta nota lo primero que aparece a la luz, es la acción que articula a dos instituciones, la familia y el Estado, cuando uno de los familiares recurre a los servicios judiciales para que éstas iniciaran la persecución. A su vez, la narrativa describe la función del Estado como protector de las prescripciones y normas familiares de la época, esto porque en el fondo la acción de recurrir al juez para que se persiguiera a los novios fugitivos obedecía al inicio de un proceso ritual con el cual se buscaba “salvar” la reputación de las hijas, a la vez que el honor y el prestigio familiar. Por otro lado, la descripción es ilustrativa al mostrar la función que las instituciones tenían como reguladoras de la sexualidad, por ejemplo, en otra publicación del semanario “El Gallito” aparecía el siguiente encabezado: “Cuatro bellas jovencitas fueron raptadas por sus novios”[24], seguido del artículo:
“Los tortolitos fueron localizados por la policía logrando que algunos se casarán
Apenas se dejó sentir la onda de cálida y no han dejado de registrarse, diariamente numerosos raptos en la Ciudad, en virtud de los tiernos juramentos que se hacen los tortolitos enamorados. Casi siempre por estos meses, los enamorados, en parejas felices abandonan sus hogares no pudiendo resistir la influencia del calor por lo que la población ya se manifiesta algo indiferente con la desaparición de tantos novios que iban a establecer sus nidos a lugares ocultos; más en esta ocasión por ser varios lo enamorados que abandonaron sus hogares paternos, la sociedad se encuentra un poco alarmada. Durante la semana que hoy finaliza se han presentado querellas ante las autoridades tanto judiciales como municipales de haberse cometido cuatro raptos sin tomar en cuenta los registrados en la misma semana y que no han tomado nota las autoridades, pues se cree que son en mayor número, dada la fiebre de tortolitos que cuanto antes quieren formar su nido […]”
En un primer momento, la nota hace una analogía entre el calor y el deseo sexual, a la vez que se le señala como la razón principal por la que las parejas de novios escapan de sus hogares; además, se muestra la frecuencia con la que ocurrían raptos de mujeres en la época.[25] En el fondo, la narrativa señala cómo las instituciones se reafirmaban como protectoras del honor familiar al regular la sexualidad. Por ejemplo, cuando en la nota se le exige que tomen cartas en el asunto las autoridades judiciales y municipales.
De este modo, el Estado representaba una institución que intentaba moldear la cultura sexual en esos años y al mismo tiempo legitimaba sus funciones y el ejercicio de poder sobre las personas. Por otro lado, tanto la familia como el Estado, al materializarse en figuras masculinas como los policías o padres de familia, podían pasar de ser vigilantes a perseguidores-castigadores.
De alguna manera, la persecución policíaca significaba una forma de restituir las normas quebrantadas por los novios, a la luz de los discursos institucionales que concebían a ciertas prácticas sexuales como una forma de rechazo a leyes culturales de la época. Tal legalidad le atribuía una importancia significativa a la virginidad femenina, de modo que el hecho de que un varón raptara a una mujer podía representar que la pareja llegara a consumar una relación sexual. Si se tiene en cuenta que un rapto era una oportunidad para que las parejas pudieran desplegar su sexualidad hasta llegar al coito, entonces dicha práctica podía traer consigo el nacimiento de un bebé, materializándose el deshonor y el desprestigio tanto de la familia como del padre, al mismo tiempo que se demostraría la ineficiencia de las instituciones. Sin embargo, el fin último de que se atrapara a los novios fugitivos, para posteriormente unirlos en matrimonio, yacía en que en la virginidad de la novia se depositaba la honra de la familia, por lo que la reputación de las hijas debía ser protegida hasta las últimas consecuencias.
Lo anterior se hace evidente al analizar las categorías culturales de la época con las que se designaba a las prácticas sexuales. En las notas, por ejemplo, aparece la distinción entre las palabras rapto y fuga. Si bien en algunas notas se menciona que las parejas de novios han escapado del hogar, siempre se menciona que fue un rapto y no una fuga, lo cual tiene sentido si se analiza la connotación que tienen ambas palabras. Estos matices aluden a situaciones distintas, fuga hace referencia al escape de algún sitio de manera voluntaria, en cambio rapto se refiere a sacar a alguien de algún sitio en contra de su voluntad o sin saber que está siendo llevada a otro lugar. Aunque las dos palabras se refieren a acciones desarrolladas fuera de las normas, para el caso de Ciudad Victoria, el uso de la segunda era más conveniente, tomando en cuenta que lo que estaba en juego era la autoridad, el honor de la familia y la solidez de las instituciones.
En este sentido, las palabras ocultarían algunas situaciones, como la violación de la norma y el cuestionamiento del honor familiar. Partiendo de esta idea, si se utilizara la palabra fuga, de entrada, se abriría un tipo de sospecha que haría a la mujer cómplice, en tanto que fuga alude también a algo que es planeado y premeditado. Al tomar la orientación de algo planeado, se pondría en duda la función de las instituciones como reguladoras de la sexualidad y del orden moral, por haber permitido un comportamiento de este tipo o haber descuidado sus funciones como vigilantes, de manera que la persecución policiaca carecería de una justificación legítima.
Planteo que la persecución carecería de legitimidad, porque si la acción se señalara como «fuga», la mujer dejaría de tener el carácter de “propiedad familiar” y dejaría de ser “un objeto robado”. En este sentido, aunque habría un rechazo a los valores tradicionales, no habría delito que perseguir al haber salido de su hogar por voluntad propia, desaparecería por automático “el delito” a castigar y se anularía la posibilidad del matrimonio.
Incluso si se hablara de fuga, se daría por sentado que fue la novia quien quebrantó las normas familiares, lo que cuestionaría en un grado mayor el honor familiar, poniendo en entredicho la función del padre como figura que ejerce el poder y la autoridad. En cambio, al utilizar la palabra rapto, la acción toma matices de masculinidad, al atribuirse la responsabilidad al varón, es decir, sería él quien infringiera las normas al sacar a la novia de su hogar. No sería una fuga, sería un rapto.
Si se tiene en cuenta que el rapto era un tipo de robo, cabe la posibilidad de comprender por qué el proceso de un rapto finalizaba en la unión por parte de un juez civil. Al ser el varón quien quebrantó la norma y al hacerlo involucró a una mujer entonces había que enmendar la falta, por lo que el matrimonio era una forma de castigo y, al mismo tiempo, de restitución de cuestiones como el honor familiar.
Por otro lado, el proceso ritual de restituir el honor familiar podía ser una navaja de dos filos. Si un varón no era bien visto por una familia, éste, al raptar a la novia, podía legitimar su relación, ya que los padres estarían obligados a unirlos en matrimonio. En ese sentido, el matrimonio ofrecía la posibilidad de que las parejas de novios que habían escapado de sus hogares pudieran volver a la vida “normal”. A su vez, para el caso de los varones servía para reafirmar su virilidad, puesto que al casarse adquirían un estatus de responsabilidad y protección como jefes de familia, proveedores y maridos.
Para los hombres unirse en matrimonio con una mujer también significaba la legitimización por parte del Estado de una relación de dominación masculina, ya que las leyes de la unión civil especificaban cuáles eran las funciones tanto para hombres como para mujeres una vez que estuvieran casados.[26] Así, la legitimidad del matrimonio se acentuaba, aunque éste fuese resultado de un proceso de rapto.
Reflexiones finales
El análisis del proceso de rapto de mujeres en Ciudad Victoria durante la posrevolución deja entrever cómo algunos varones, al practicar su sexualidad, negociaron parte de su virilidad con instituciones como la familia y el Estado. Dicha negociación, por una parte, obedece a que durante la época las regulaciones institucionales de la sexualidad también intentaban moldear la cultura sexual local que señalaba como atributos masculinos que los hombres fueran respetuosos de las autoridades locales y regionales. Una práctica sexual, como un rapto, hacía evidente que algunos hombres no acataban tales discursos, lo que entramaba una relación entre esos varones y las instituciones que intentaban moldear un tipo de varón y que se servían de mecanismos de castigo para sancionar moral y culturalmente a quienes decidían no acatar esas prescripciones.
Finalmente, el proceso de rapto estaba constituido por personas e instituciones, a la vez que se entreveraba con las sexualidades masculinas, como el envío de cartas de amor, la huida del hogar y los matrimonios forzados. No obstante, dentro del proceso ritual, se involucraban personas e instituciones, por ejemplo, el Estado, que, al unir a las parejas en matrimonio, les daba a los varones un estatus social y la familia pasaba a ser una forma de reconocimiento como hombres protectores y responsables. Al mismo tiempo, los discursos institucionales podían legitimar o cuestionar la virilidad de los hombres a partir de su sexualidad, por lo que ésta estaba en una contante negociación tanto a nivel individual, como estructural.
Bibliografía
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Notas
[1] El semanario llevó por nombre “El Gallito” y circuló en la Ciudad en un periodo que va desde inicios de los años veinte a finales de los años treinta.
[2] Ciudad Victoria, capital de Tamaulipas es una ciudad del noreste de México situada a 320 kilómetros de los Estos Unidos de América.
[3] Semanario “El Gallito”, 27 de noviembre de 1937.
[4] Afirmo que los raptos de mujeres eran algo cotidiano y que ocurría con frecuencia, porque en números de diferentes meses y años del semanario “El Gallito”, aparecían notas como la siguiente “Los raptos siempre están de moda” o “Los raptos están de moda en Ciudad Victoria”, a la vez que se menciona en distintas narrativas de hombres que vivieron en la época como por ejemplo en los libros de Sánchez Báez “Panegírico del vaquero mexicano” o de Bello López “Platícame algo de un vaquero”.
[5] Rodríguez y Keijzer, La noche se hizo para los hombres. Sexualidad en los procesos de cortejo entre jóvenes campesinos y campesinas, ed. cit.
[6] Foucault, La historia de la sexualidad: La voluntad del saber, ed. cit.
[7] Foucault, Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión, ed. cit.
[8] Kimmel, “El desarrollo (de género) el subdesarrollo (de género): la producción simultanea de masculinidades hegemónicas y dependientes en Europa y Estados Unidos”, ed. cit.
[9] Rotundo, Introduction: Toward a History of American Manhood. American Manhood. Transformations in Masculinity from the Revolution to the Modern Era, ed. cit.
[10] Gutmann, Mathew, (1998). “Traficando con hombres: La Antropología de la masculinidad”, ed. cit.
[11] Szasz y Lerner, Sexualidades en México. Algunas aproximaciones desde las ciencias sociales, ed. cit.
[12] Balvanera, Sexualidades masculinas en Ciudad Victoria en la posrevolución, ed. cit.
[13] Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, ed. cit.
[14] Martínez, Ciudad Victoria en 1922, ed. cit.
[15] En 1921 Tamaulipas contaba con una población total de 286,904 personas, de las cuales 147,695 eran varones y 139,209 eran mujeres (INEGI, 1996:96). Para el año de 1930 la población era de 344,039 personas, de las cuales 172,739 eran varones y 171,300 mujeres. Estos datos muestran que había una población distribuida equitativamente de modo que se puede inferir que algunos despliegues sexuales, como los procesos de cortejo, constituían una práctica cotidiana, partiendo de que el número de hombres y mujeres era aproximadamente similar (INEGI, 1996:100).
[16] Hernández-Hernández, Masculinidades en Tamaulipas. Una historia antropológica, ed. cit.
[17] Semanario “El Gallito”, 21 de octubre de 1928.
[18] Semanario “El Gallito”, 30 de septiembre de 1928.
[19] Semanario “El Gallito”, 23 de septiembre de 1928.
[20] Ídem.
[21] Semanario “El Gallito”, 5 de febrero de 1928
[22] Hernández-Hernández, op.cit., p. 82.
[23] Semanario “El Gallito”, 5 de febrero de 1938.
[24] Semanario “El Gallito”, 12 de marzo de 1938
[25] Otros autores como Antonella Faguetti, al realizar un estudio sobre masculinidades en una comunidad rural de Puebla, descubrió que los hombres hacían una analogía entre “la calor” y el semen, argumentando que la necesidad del coito o de la eyaculación se presenta como “la calor”.
[26] Hago esta deducción basándome en la “Epístola de Melchor Ocampo” reformada el 1º de enero de 1936 que era leída a las parejas al contraer matrimonio. Esta epístola, era una forma de legitimar la dominación masculina por parte del Estado. A continuación, cito un fragmento para ejemplificar este planteamiento: “Que el hombre, cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, debe dar y dará a la mujer protección, alimento y dirección, tratándola siempre como a la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo, y con la magnanimidad y benevolencia generosa, que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él y cuando por la sociedad se le ha confiado. Que la mujer, cuyas principales dotes sexuales son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura, debe dar y dará al marido, obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo, el uno y el otro se deben y tendrán respeto, deferencia, fidelidad, confianza y ternura, y ambos procurarán que lo que el uno se esperaba del otro al unirse con él, no vaya a desmentirse con la unión”. Esta epístola permite analizar la dimensión subjetiva de las prácticas sexuales de las personas, pero al mismo tiempo los discursos morales a un nivel estructural, sin embargo, como se capta en dicho pronunciamiento legal, existe un trasfondo que legitima la dominación masculina a partir del Estado, en este sentido, para los hombres que raptaban a una mujer, el Estado también podía fungir como protector de su honor, pero también reafirmar su virilidad a partir del matrimonio.