Marcus Steinweg / Trad. Maria Konta
- En “Sobre la certeza” de 1949-1951, Wittgenstein demostró que no hay fundamento razonable para no confiar en lo que es sin fundamento.[1] El juego del lenguaje y la forma de vivir en que se basa nuestra evidencia social y científica son sin fundamento. Ellos mismos no pueden basarse en la razón. Llegan al abismo sin fundamento. Y, por lo tanto, los seres humanos no tienen otra opción sino de confiar en esta certeza dudosa que es la indubitabilidad misma. La indubitabilidad es dudosa. Es una especie de evidencia problemática. Como un velo invisible se ha extendido sobre el abismo del caos y de la falta del nombre. Uno podría decir que emerge con el caos desde que es tan discreta y tan eficiente. “Cuando filosofamos”, escribe Wittgenstein, “uno tiene que descender en el viejo caos y sentirse bien allí”. Al filosofar, el sujeto humano toca el caos, el no-fundamento. Mantiene un contacto al menos problemático con él. Sentirse bien en el caos no puede significar otra cosa sino integrar la dimensión extraña, inconmensurable e inviable que él representa dentro de la forma de vivir de uno. Sentirse bien en el caos es equivalente a habitar una región inhabitable o, asimilarse a lo que es más inquietante. Esa es la determinación de la filosofía que Deleuze y Guattari dan cuando dicen que “siempre se trata de superar el caos con una coordenada que lo atraviesa. Uno dice cuánta valentía y espíritu elevado (la valentía solo puede existir como espíritu elevado), se requiere descender hasta el caos sin fundamento para erigir un plano de evidencia sobre esto, porque es un asunto de reconocer el poder del caos minimizando su poder destructivo para el sujeto.
- El caos es la falta del fundamento o el abismo. Es la dimensión que siempre precede al logos, a la razón, al lenguaje y a la comunicación. El logos se refiere a este abismo. Lo apunta. El abismo del logos no puede ser pensado como fundamento. El logos se desliza sobre su propia falta de fundamento. Desde el principio se mantiene por encima del espacio de la discreción absoluta. El logos se constituye como un idioma primario. Es el nombre del nacimiento del sentido del no-sentido. El sujeto es lo que mantiene contacto con el no-sentido a través del logos y la locura inherente en él, sin perderse en este contacto con el poder puro del caos. La peculiaridad del contacto del sujeto con el abismo caótico, que siempre significa re-contacto, la reanudación de una intimidad original o, más precisamente, pre-original, reside en esta auto-transgresión hiperbólica y auto-superación en la que el sujeto se constituye como el sujeto de esta transgresión, de una cierta auto-trascendencia. El ser humano como sujeto, dice Zizek citando a Schelling, “es la única criatura que está (de nuevo) directamente en contacto con el abismo primordial”.
- El caos es también el nombre de la infinitud que la muerte es como destrucción absoluta. Tocar el caos significa dar espacio a esta destrucción en el pensamiento y la vida de uno. El sujeto finito es solo un sujeto en la medida en que se extiende en la dimensión de la infinitud. Es la vida relacionada primordialmente con la muerte. Sobresale en el espacio de la infinitud. Debido a que este es el caso, se trata de dar a la dimensión extraña, que la muerte es el estado de algo auto-evidente, de tomar la no-evidencia de la muerte como evidencia para afirmarse como un sujeto finito, porque es esta finitud que vive y soporta la infinitud que la muerte es. No es el sujeto que es infinito, sino la muerte. Pero esta infinitud solo existe para un sujeto finito. El sujeto que toca el caos regresa del caos como si regresara de la “tierra de los muertos”. Se mueve a lo largo del límite que separa la esfera de la vida del no-mundo de la muerte— entre el lenguaje y el silencio, la finitud y la infinitud, el conocimiento y la verdad, la vida y la muerte.
- Obviamente se trata del sujeto entrando en un intercambio con el caos y afirmando una especie de intimidad osmótica o caosmótica. Un sujeto (el sujeto del conocimiento y de la certeza), existe solo como el operador de una caosmosis. Para ser un sujeto, el sujeto debe hacer contacto con el no-fundamento caótico. Continuamente se rinde ante lo impensable de lo que es monstruoso: la autoentrega que es al mismo tiempo una aperturidad y una resistencia. Es una aperturidad en la medida que el sujeto no rechaza el caos. Otorga al caos la entrada en su pensamiento. Da al caos la posibilidad de estimular sus reservas de conocimiento para cambiarles el nombre, reordenarlos y reclasificarlos. El sujeto es resistente a esta turbulencia porque no solo amenaza sus reservas cognitivas, su conocimiento familiar, sino localiza el sujeto mismo, su existencia. El sujeto se resiste al caótico giro para evitar que lo arranquen de una vez por todas en la noche del no-conocimiento y del silencio. Se abre a la dimensión monstruosa solo para regresar de ella. Se ha convertido en una figura fantasmal que ha sobrevivido a sí misma, a su propia muerte.
- Ahora, uno tiene que entender que el sujeto caosmótico tiene relación con el caos en su monstruosidad de una manera práctica, ya que la relación del sujeto con el caos no es algo posterior. El sujeto como tal pertenece al caos. Es un sujeto primordialmente sobreviviente. Para el sujeto que toca primordialmente el caos, el caos tiene su propia evidencia. Debido a que este es el caso, el sujeto busca el contacto con el no-fundamento caótico una y otra vez, a pesar de todos los encubrimientos, los defectos y las neutralizaciones de las opiniones y los fantasmas, como si fuera un asunto de cultivar una especie de vecindad absoluta. El caos tiene el estatus de un afuera radical, pero comparte con el sujeto el único territorio que es el mundo de la inmanencia, el mundo sin un afuera, es decir, sin exterior. Stanley Cavell ha hablado de la “rareza de lo cotidiano”. Esa es la extrañeza de lo indudable y de lo conocido, del lenguaje compartido, de la evidencia de vecindad. Hay algo que amenaza y en realidad sacude al sujeto más que cualquier cosa externa y ajena a él. Aparece en el orden de lo que es bien sabido como algo desconocido, inconcebible y fuera de lugar. Al igual que Odradek de Kafka, no deja de perturbar a su alcalde. Como una mascota sin nombre (el nombre de Odradek no está nada asegurado), de lo que no se sabe si es un animal, aflige el sujeto en su más íntimo interior de sus certezas y hábitos. No le da descanso al sujeto, uno quiere decir. Mientras haya un sujeto, será afligido y agitado por esta falta de nombre. Algo, un no-ser siempre está haciendo maldad allí. No hay razón para no decir que este no-ser es el ser humano en sí mismo.
- En todas partes de la filosofía uno encuentra éste elemento no-mortal que es el sujeto como tal, porque la filosofía no es otra cosa sino la práctica de esta sobrevivencia, de una aventura resistente y una resistencia aventurada. Filosofar significa asumir la identidad de un sujeto sin subjetividad (y eso significa también sin identidad). Significa resistir la indolencia cómoda de asegurar la propia identidad en modelos culturales, sociales, políticos y otros. La filosofía es resistencia a través de la aperturidad. Y lo que el sujeto filosófico experimenta como el objeto de su aperturidad tiene el carácter de algo indecible, de silencio y de cierre. Por eso el sujeto debe pasar siempre por esta doble experiencia. Experimenta lo que no puede ser experimentado y toca lo que no puede ser tocado. Solo abriéndose, el cierre se muestra frente a él, y solo la experiencia de cierre da sentido y espacio a esta aperturidad.
- El arte y la filosofía existen solo como autoprecipitación, como movimiento ciego, violento e incalculable. El arte y la filosofía son exageraciones exactas. Y “la exageración y la precisión son quizás tan poco incompatibles como la exageración y la justicia” (A.G. Düttmann). El sujeto de esta nueva precisión es un sujeto sin subjetividad. Se experimenta a sí mismo como un sujeto del océano y como un sujeto del desierto. El desierto, el océano, es la zona hiperbórea de la perpetuidad. Cada horizonte se pierde aquí. El sujeto oceánico del desierto es el sujeto de una destitución primordial de barreras. Experimenta la infinitud como el límite propio. Está limitado por una especie de infinitud.
- La infinitud no es lo (teológico) eterno. Es lo ilimitado de lo real. Lo real, sin embargo, no es lo factual. Lo factual es solo lo real delimitado, su limitación. Lo real en sí es ilimitado. Aquí, el sujeto hiperbóreo del desierto se mueve, rueda, decide sin encontrar un hogar. Heidegger llama al espacio hiperbóreo del desierto extraño. La zona del aire misterioso como la esfera de no estar en casa es el abismo.
- El sujeto de la rareza es el sujeto de la verdad. Acelera más allá del espacio de la certeza y de sus verdades fácticas. Es el sujeto que toca la verdad. La verdad es el concepto para el límite absoluto: lo absoluto. En el pensamiento de Lacan, este límite se llama lo real. Lo real no es la realidad. Significa su (propia) imposibilidad, su inconsistencia. El sujeto de la filosofía arriesga el contacto con el límite, la frontera. Como sujeto finito toca el infinito. Lo toca rozando contra el límite, su imposible más allá. El más allá no es otra cosa sino éste límite.
- Blanchot llama a lo imposible más allá del afuera (le dehors). El sujeto que toca el límite trasciende y transgrede su estado de realidad, su identidad objetiva y factual para atravesar, en contacto con el afuera, la experiencia (en sí misma no imposible) de lo imposible. La experiencia es la experiencia del dolor, del límite, y significa pérdida. El arte y la filosofía existen solo como la experiencia de la pérdida del yo, como extravagancia y entrega radical al afuera. El sujeto de la extravagancia se afirma como el sujeto de su dolor. El dolor abre al sujeto a su verdad. La verdad del sujeto es la libertad absoluta. No es el sujeto que es absoluto, sino su verdad. La verdad no puede ser fundamentada. La filosofía no fundamenta la verdad, y tampoco está basada en la verdad. Y la filosofía no tiene nada que ver con el establecer, el fundamentar, o el saber.
- La filosofía empieza con la experiencia del límite de lo que puede ser fundamentado y conocido. Sin embargo, no es, bajo ninguna circunstancia, ni misticismo y tampoco oscurantismo. La filosofía rechaza lo esotérico de los hechos y también el oscurantismo de lo ideal. El dolor abre el sujeto al límite tanto de la iluminación como del oscurecimiento del conocimiento. En el dolor, la conciencia se rompe como la identidad de la autoconciencia. El dolor conduce al sujeto a la verdad. La verdad es el nombre de lo inconmensurable. La verdad marca un límite infinito. La verdad no es otra cosa sino el conflicto entre la aperturidad y el cierre. Heidegger la llama la lucha primigenia entre la lethe y la aletheia. Esta es la palabra para la composibilidad, la monstruosa simultaneidad o controversia del mundo y de la tierra, el esclarecimiento y la ocultación.
- La verdad no se funda en la filosofía y en el arte. La verdad solo puede ser afirmada. La verdad no puede ser fundada. La verdad sucede cuando el sujeto se aleja del orden simbólico, de su integridad sociocultural y de la fantasmagoría de lo imaginario. La verdad existe en el momento en que la filosofía y el arte (aparte de otras formas de afirmación como las ciencias), tocan lo imposible (virtualidad pura o caos) arriesgando una transgresión del horizonte sin cabeza. La filosofía y el arte tienen que afirmar este tocar, que en sí mismo es un tocar de la verdad. Realizan este movimiento y lo defienden. La filosofía y el arte son formas de realización de verdades que no pre-existen. No se trata de encontrar, descubrir o descifrar verdades. Se trata de inventarlas, de producir verdad. “La ‘verdad’ nunca existe ‘en sí’ o ‘de sí’, por lo que podría ser descifrada, sino que surge a través del conflicto’”, dice Heidegger.
13. Tal verdad, en la medida en que es el producto de un sujeto asertivo en conflicto, por lo tanto no es relativa en el sentido más claro de la palabra. La filosofía y el arte afirman la verdad, el arte afirma la verdad al afirmar la forma, evadiendo el relativismo de las verdades fácticas y el régimen de la verdad y la seguridad argumentativa a la que los hechos están subordinados. La filosofía y el arte no afirman ningún hecho. Son verdades que corrompen el orden de los hechos. El lugar de la verdad no se puede encontrar en el universo de los hechos. Ese es el utopismo de la verdad, que es como tal, desquiciado, en otro lugar, que revienta el registro de los hechos, que insiste en otro lugar que no está registrado en este registro y en la topología que representa. La verdad es el nombre del colapso de los sistemas de la verdad, de las instituciones de la verdad, y de los archivos de la verdad. La verdad es un exceso. Transgrede el conocimiento desnudo. Marca el punto de la extrema inquietud. El tocar con la verdad que el deseo de la verdad en el arte y en la filosofía logra es el tocar inquieto de lo intocable. La filosofía y el arte sólo existen como este exceso.
- La dimensión de la verdad es la dimensión de lo que no es ni familiar y tampoco monstruoso. Que la verdad existe significa que el conocimiento y sus certezas son limitados. La verdad es el nombre de esta limitación. La verdad se refiere a la dimensión sin fundamento y sin nombre que es la rareza. La certeza solo puede existir en la forma de esta forma funcional de vivir que trae el sujeto humano cerca al caos monstruoso sin sacrificarlo a la autoridad de lo que es indecible. Por lo tanto, se puede decir de la forma de vivir del sujeto que sea lógica porque el logos mantiene contacto con el abismo sin fundamento sobre el cual se mantiene. Hay tales cosas como el conocimiento, la certeza y la lógica, pero ellas mismas se confían a lo que es incognoscible, incierto e ilógico. La filosofía nunca fue ninguna otra cosa sino el intento de mediar lo que es problemático: la razón con la no-razón, la finitud con la infinitud, el ser con el devenir, lo ordinario con lo monstruoso, lo decible con lo indecible. Esa es la dialéctica del movimiento del pensamiento occidental en la cual lo que no puede ser mediado intenta encontrar una mediación sin llegar a alguna solución válida.
- La trascendencia es la esencia de un sujeto sin esencia. El sujeto es el sujeto extático de una auto-transgresión primordial y superación propia. Es el sujeto de esta desnudez y pobreza ontológica, de no ser ninguna otra cosa sino el sujeto del vacío, de la indeterminación y de la falta de esencia. Este sujeto aparece en el pensamiento del siglo XX como el sujeto de la falta de vivienda (Heidegger), como el sujeto del afuera (Blanchot), como el sujeto de la libertad, es decir, de la nada (Sartre), como el sujeto de la falta ontológica (Lacan), como el sujeto del caos (Deleuze / Guattari), como el sujeto de la de-subjetivación y autocuidado, como el sujeto del otro (Levinas), como el sujeto de la différance (Derrida) y como el sujeto del acontecimiento de la verdad (Badiou). Es un sujeto cuya subjetividad parece igualar la dimensión de lo no subjetivo, de la nada, un sujeto sin subjetividad. Ser sujeto significa haberse transgredido hacia el afuera, hacia una otredad e imposibilidad para afirmarse como sujeto de la transgresión.
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La trascendencia se refiere a la subjetividad, al ser no-sustancial del sujeto. Hay algo que se asemeja a un sujeto como el sujeto de una constante auto-transgresión y auto-superación. El sujeto se tacha como sujeto. El sujeto es lo que se afirma como el lugar de éste tachado, de éste devenir; la inquietud de un sujeto sin subjetividad. “Si uno elige para el sujeto que somos nosotros mismos el término ‘sujeto’,” dice Heidegger, “entonces sostiene que la trascendencia designa la esencia del sujeto, que es la estructura básica de la subjetividad. El sujeto jamás existe antes como un ‘sujeto’ con el fin, entonces, en el caso de que no haya objetos presentes, también de trascender, sino más bien ser un sujeto significa ser un ser en y como trascendencia”.
17. El sujeto no puede instalarse en lo real, en la verdad. Es el sujeto de una inquietud no compartida, una aceleración hiperbólica, un nerviosismo atómico, el sujeto de la soledad esencial o hiperboreana. El mundo real es el mundo inhabitable, el mundo de la verdad que el sujeto atraviesa sin pertenecer a él. Lo real nombra el abismo puro de su subjetividad. Esta es la nada pre-ontológica a la que el sujeto permanece relacionado con su terreno abisal, el no-terreno de su indeterminación ontológica y su falta de enfoque irreductible, el agujero de la libertad, como dice Sartre. El sujeto de lo real es el sujeto de esta insondabilidad e indeterminación. Es el sujeto de la pobreza ontológica, sujeto sin una identidad constitutiva, trascendente o teleológica reguladora.
- Los sujetos reales estarán sujetos a una verdad diferente de la verdad de la certeza. Esta otra verdad es otro nombre para la limitación inmanente de la esfera de la certeza. La verdad es lo que se contrapone a cualquier punto en el tiempo, a la certeza y a cualquier forma de conocimiento y no-conocimiento en el nombre de otra ilustración, como dice Nietzsche a menudo, de otra filosofía u otro pensamiento que piense diferente. El sujeto de la certeza es el sujeto de la realidad de los hechos. La certeza es necesariamente la certeza de los hechos. La verdad es lo que interrumpe la posibilidad de la certeza, es decir, de tranquilizarse en el universo de los hechos al creer en los hechos. Los sujetos de esta interrupción son “sujetos inconmensurables” de la inconmensurabilidad, “sujetos sin sujeto y sin inter-subjetividad”, singularidades de la incertidumbre hiperborea solitaria, cuya verdad está asociada con hacer verdad compartida; es decir, la certeza del sujeto, imposible, sujeto-singularidades sin subjetividad.
- El mundo hiperboreano es el mundo de la verdad en la medida que por verdad entendemos la zona de la inconmensurabilidad, de la lucha contra el conflicto entre la luz y la oscuridad, el recuerdo y el olvido, la aperturidad y el cierre, aletheia y lethe. El mundo de la verdad hiperbóreo es la esfera de este conflicto, el espacio de la diáfora, que como hipó-, inter e hiper-esfera limita con el universo de los hechos en todos los lados. La “diáfora” es la palabra griega para el conflicto o el conflicto primordial, como la traduce Heidegger. La “diáfora” esboza lo que es sin contorno, lo inconmensurable, el desorden primordial de los seres en su incontable diversidad. La verdad no es ni la verdad proposicional, ni se dobla, como la corrección (ortotes), a la ley de la contabilidad, al cálculo y a la estimación. La verdad como “diáfora” no significa otra cosa sino lo que evade el cálculo desde el principio, lo que hace que el cálculo sea imposible y lo califica como un hacer-imposible. El mundo de la verdad limita con el espacio de la calculabilidad y de los valores; lo abre a través de la limitación inscribiéndo en ese un límite infinito, una sobrecarga absoluta. El mundo de la verdad es el mundo de lo imposible. El sujeto hiperbóreo entra en este mundo con una cierta experiencia de pérdida. Arriesga toda su propiedad, todas sus capacidades. Se pierde a sí mismo, su ser, al tocar este afuera que destruye cualquier certeza de identidad.
- Un tocar de la verdad siempre ocurre cuando el sujeto de este enfoque se ve obligado a acelerar más allá de su yo real, cuando se pierde en el contacto con lo no-contactable en el mar infinito de la indecidibilidad. Y, sin embargo, esta pérdida de sí mismo es todo menos negativa o arbitraria. El sujeto se pierde para constituirse como el sujeto de la auto-pérdida, de la inseguridad de la identidad. El sujeto de la pérdida de uno mismo es el sujeto hiperboreano de un tocar de la verdad que al mismo tiempo incluye la auto-constitución, la auto-invención y la auto-afirmación. Tocar el mundo de la verdad significa experimentar los límites y afirmar ésta experiencia de su propia limitación como la aperturidad a un otro yo. El “mundo de la verdad” es un nombre para el caos irreductible, la pura nada de la virtualidad pura y trascendental. Lo virtual no es ilusorio, y lo trascendental es más que una estructura desnuda. La dimensión trascendental es, como enfatiza Zizek siguiendo a Deleuze, el “campo potencial infinito de las virtualidades a partir del cual la realidad se actualiza a sí misma”. El mundo de la verdad es el mundo de las virtualidades trascendentales, el mundo pre-ontológico de los noumena puros que, en contraste con los fenómenos actualizados, deben considerarse “no solamente como apariencias” (como entidades ontológicas positivas), sino “como las cosas en sí”. El pensamiento de noumena, en la medida en que solo es pensable como intuición intelectual independiente de la receptividad de las formas de sensualidad, espacio y tiempo, es un pensamiento de lo impensable. Pensar lo impensable es lo que llamamos tocar la verdad; es hacer contacto con lo no-contactable, tocar lo intocable.
- El sujeto hiperboreano es el sujeto hiperbólico del amor a la verdad. Ama, afirma y defiende una verdad que desestabiliza su identidad objetiva (socio-política, cultural, etc.). Esto es lo que lo distingue del sujeto politizado de la opinión. Se niega la comodidad y la seguridad de una doxa en la afirmación amorosa de la verdad, porque la verdad que este sujeto defiende no es cierta. La certeza (certitudo) existe solo en el lado de doxa, del sentido común sensato y sus imágenes de sí mismo y del mundo que siempre son conservadores en sus valores. Lo que distingue la verdad de la certeza es que es como tal, desquiciada. El espacio de la verdad, de la diáfora, de la indecisión, del caos, es el espacio de una perturbación primordial e irreductible en la que el sujeto se encuentra admitido originariamente. De ser sujeto significa de ponerse en una relación explícita a esta verdad, que “es” igualmente no-verdad, igualmente lethe (ocultamiento) y aletheia (no ocultidad). Es este “igualmente”, esta extraordinaria simultaneidad e igualdad o “equiprimordialidad de la verdad y falsedad” la que mantiene al sujeto en suspenso desde el principio. El sujeto de esta monstruosa simultaneidad es el sujeto de la inquietud. Experimenta su ser como la arena de esta unificación cargada de conflicto de lo que no puede ser unificado, de la composibilidad, la compatibilidad de la muerte y de la vida, del principio y del fin, del origen y del horizonte.
- La afirmación y el amor a la verdad pasan cuando el sujeto asume la carga de esta composibilidad sin hacerse pasivo en relación a esta herencia ontológica. Es el drama de esta herencia, que los sujetos de opinión evaden privilegiando la certeza ante la verdad. Conceder a la certeza este privilegio ontológico significa permitir que el fantasma de algún tipo de armonía tome el lugar de este conflicto originario. La certeza siempre cooperará con una especie de oscurantismo de la auto-tranquilización. Hace una coalición con la tendencia cargada de ansiedad, sentimental o simplemente mistificador, un sujeto de opinión de un sujeto de opinión de hacer todo lo posible para sustituir la experiencia perturbadora de la indecidibilidad (de la verdad que es al mismo tiempo no-verdad), con algún tipo de idilio construído, con una metafísica de la auto-tranquilización.
- La esencia del sujeto reside en su transgresión y superación de su esencia. Corresponde a su esencia interrumpiendo la lógica de la esencia. El sujeto es el sujeto catastrófico de una interrupción primordial. La “rareza” del sujeto humano, según Heidegger, reside en la circunstancia de que el ser humano “es una katastrophé, un darse la vuelta, que lo aleja de su propia esencia. El ser humano está, dentro de [la totalidad de] los seres, la única catástrofe”. La catástrofe, el dar la vuelta, el giro o la contra-oscilación, el giro en contra, o lo indecidible, como dice Derrida, o lo indistinguible (Deleuze) impiden, como nombres para la esencia del ser humano, la posibilidad de determinar su esencia. La esencia del sujeto parece estar ahí, sin ser su determinación de la esencia. El sujeto está separado de sí mismo (de su esencia, su ser, su subjetividad) por una distancia obviamente irreductible. La subjetividad no puede ser llevada de vuelta al sujeto. La circunstancia de que el ser humano como sujeto es el deinotaton, el ser más extraño, se refiere a esta diferencia ontológica. Se refiere al abismo entre el ser y los seres: physis, el acontecimiento de la apropiación, beyng, la diferencia que domina, la diáfora. El sujeto está desgarrado en este abismo. Es desgarrado por ello. Es el sujeto de un auto-distanciamiento radical. Es la distancia y este abismo lo que lo separa de su ser (la subjetividad), lo que lo hace casi nada o lo permite tocar la nada, el abismo de su esencia. La “subjetividad” del sujeto (sin subjetividad) es la nada.
- El arte como afirmación de la verdad a través de la afirmación de la forma solo es posible y necesaria en la dimensión de la no libertad real, que es el orden de los hechos, de las construcciones simbólicas e imaginarias. El arte existe solo en relación con aquello que irreduciblemente lo restringe, lo niega o lo pone en peligro como arte, es decir, como la afirmación de la libertad. La no-libertad objetiva es el elemento en el que el sujeto del arte se erige y se mantiene como el sujeto de la libertad. El formalismo de la libertad no puede reducirse al conflicto dialéctico entre el particularísmo y el universalísmo, la no-libertad objetiva y la libertad virtual, porque la afirmación de la forma por el arte suspende las dimensiones de la realidad y la idealidad en igual grado. El idealismo (de la libertad) y el realismo (de la no-libertad) son alternativas falsas, que en todos casos promueven el oscurantismo, es decir, la simplicidad, en lugar de generar la verdad.
- Tal vez haya arte y filosofía como una exageración, es decir, como el hiperbolísmo, como la auto-aceleración, como la ausencia de cabeza y el exceso ciego. Quizás este es el caso porque el sujeto humano es una exageración, un elemento hiperbólico. ¿Qué es el ser humano? ¿Qué es la filosofía? ¿Qué es el arte? ¿Qué significa afirmar una exageración, firmar por su ceguera, impotencia y sobrecarga como un sujeto de exageración? ¿Pueden el arte y la filosofía ser tales firmas de un sujeto que comienza a asumir la responsabilidad por su sobrecarga y su inocencia y ceguera? ¿Qué es la responsabilidad como exceso y por el exceso, por la exageración? ¿Qué es el sujeto que constituye su vida desde esta exagerada responsabilidad?
26. Tienes que pagar. Ese es el primer principio de la economía hiperbólica. Cuesta más de lo que puedes pagar. Siempre se paga muy poco en el arte y también en el pensamiento. Y sin embargo es necesario pagar más de lo necesario, más de lo que realmente puedes pagar. El sujeto del arte sobrevuela sus propias posibilidades. Entra en contacto con lo imposible.
27. En su Crítica de la razón pura de 1781/87, Kant pronunció una cierta prohibición de volar. Está dirigida contra la llamada metafísica dogmática pre-crítica de Leibniz, Wolff, Baumgarten, etc. La filosofía, dice Kant, no puede tratar a Dios o el alma inmortal como la visibilidad, o los fenómenos de la vida cotidiana. Dios y el alma, no son visibles. No están mediados por la sensualidad; es decir, por formas subjetivas de intuición. Sin embargo, según Kant, el pensar es pensar en conceptos, cuyo contenido viene dado por la sensualidad, por la capacidad de recibir. Un pensamiento que sobrevuela la sensualidad no está permitido porque está vacío.
- La afirmación filosófica se relaciona con esta falta de retención, con este vacío. Por lo tanto, puede llamarse una afirmación salvaje privada de sus derechos, ya que el sujeto de esta afirmación es en sí mismo vacío, es decir, un sujeto abismal del vacío, del espacio infinito del desierto.
- En el arreglo deleuziano, el arte, la filosofía y la ciencia son maneras de tocar el caos. En los escritos de Badiou, el acuerdo se extiende a la política. En última instancia, incluso el amor, cada decision genuina es un tocar de la verdad. El sujeto de la decisión, sin embargo, es el sujeto como tal, el sujeto en general. La pregunta con respeto al tocar de la verdad debe extenderse a la pregunta sobre el sujeto. El sujeto como sujeto es un tocar de la verdad. Ser sujeto significa entrar en contacto con una verdad. Hay algo que se parece a un sujeto solo como un sujeto de la verdad. El sujeto no habla ni la verdad ni la no-verdad, ni es principalmente en la verdad, en la aperturidad del ser, como lo llama Heidegger. El sujeto es solo él que experimenta tanto el límite de la verdad de la aperturidad como la limitación de la verdad proposicional, es decir, en última instancia, la verdad del orden simbólico.
- La experiencia del límite y de la limitación (de la delimitación de lo actual como verdad factual), es un tocar de lo intocable. El sujeto no está tocado o suscitado por una verdad sino performa el tocar en el momento de la decisión a favor de una verdad que no pre-existe como tal. Prefigura y constituye el objeto o, más precisamente, el objetivo de su afirmación al identificarse con él. La identificación del sujeto con su verdad, es un acto de auto-obligación, de lealtad, como lo llama Badiou. La identificación con una verdad es una transgresión y una suspensión del orden de los hechos identificados e identificables porque hay solo verdadera identificación a través de una suspension con el principio de la identidad. El sujeto de la identificación toca lo imposible. Se fusiona con lo inasible. Va hacia lo anónimo. Se arroja hacia un futuro sin rostro. Se arroja a lo indeterminado. El sujeto de éste auto-arrojamiento es el sujeto Icariano del sol. Uno no podrá absolverlo desde un tipo de soberbia constitutiva o estructural. Gadamer habla de los “huídas Icarias de la filosofía especulativa”, que hacen del sujeto de la huída de Icarus que acelera por arriba y más allá de la determinación de los hechos y de logos paternal.
- El sujeto de la verdad es un sujeto de Icar que sobrevuela a sí mismo y a los hechos. En la huida de la verdad, él sobrevuela su no-verdad y la de las determinaciones reflexivas del mundo basadas en la identificación con lo que es externo. Se aleja de su estado factual para definir su yo como éste ceder el paso a sí mismo, como éste distanciamiento de sus componentes factuales constituídas de algo extraño. El sujeto de la verdad es un sujeto de definición. Las identificaciones son definiciones – afirmaciones peligrosas, afirmadas. Es el sujeto de las aserciones y de la autoafirmación. Afirma y da forma y se formatea a sí mismo en la aserción. Vive sus afirmaciones como un tocar de la verdad. Convierte estos contactos con la verdad en un estilo de vida. Y, sin embargo, éste estilo de vida, como Zizek enfatiza correctamente, es sobre todo un “exceso de vida”. El sujeto entra en contacto con lo que no puede vivir, con el límite de la vida misma. Solo al tocar éste límite, que incluye una especie de experiencia de la muerte, el sujeto vive una vida auténtica. “Así, cuando Hölderlin escribió que vivir significa defender una forma, ésta forma no es simplemente un estilo de vida, sino la forma de un exceso de vivir, la manera en la que éste exceso se inscribe violentamente en la textura de la vida”. Lo que se define en El ser y el tiempo de Heidegger como resolución… y lo que Foucault llamará más adelante subjetivización como desubjetivización, tiene estructuras ontológicas isomorfas. Ambos conceptos designan la auto-constitución del sujeto o del Dasein en el acto de superarse a sí mismo, en el acto de desprenderse de sí mismo al transgredirse a sí mismo, que es el acto de tocar el límite de la vida.
Notas
[1] Steinweg, Marcus, “Theses on Truth, Love, Subjectivity, Headlessness, Chaos, Philosophy and Art”, inédito. Agradezco a Evelyn Wences por la corrección de estilo.