A medio paso de toda la desgracia,
irrumpe la pérdida de todo.
La pérdida que se vuelve silencio;
en pocas ocasiones alarido.
Carmen Galán Benítez
Amnesia 68,[1] es una novela breve pero contundente. Una vez más, como lo hiciera en su primera novela Tierra Marchita (Tierra Adentro, 2001), Carmen Galán Benítez me sorprende por su narrativa aguda que hace resonar el silencio cómplice que una gran parte de la sociedad mexicana ha preferido guardar no para no saber, sino para sobrevivir ante un miedo que nos carcome los huesos; consecuencia -hoy sabemos ponerle nombre- de la vorágine necropolítica (Mbembe) como sistema organizativo de la sociedad en las actuales condiciones del capitalismo y de la violencia estructural (Bourdieu) que se nos ha metido en el cuerpo y nos colma de temores.
Si en Tierra Marchita Galán Benítez logra plantear la hipótesis de que los asesinatos de mujeres trabajadoras en las maquilas de Ciudad Juárez obedecían a una trama perversa donde estaban coludidas las autoridades, el crimen organizado y el silencio social, en Amnesia 68 la autora nos invita a recordar no sólo lo que ya hemos olvidado en la banalización de su recuerdo en cada aniversario que desde hace cincuenta años hemos venido “conmemorando”, sino que nos subraya con insistencia el poder que la memoria individualmente colectivizada tiene para recordar lo que no debemos olvidar: el 68 mexicano como fisura en el tiempo de un relato histórico hecho a modo de la conveniencia y las huellas de dolor y trauma que perviven en las personas que participaron de cerca de ese furor estudiantil que persiguió la idea de un cambio social pero que fue rápidamente reprimido por el Estado en lo que fue su culminación: la matanza estudiantil del 2 de octubre en Tlatelolco. Y como la agudeza narrativa de Galán Benítez lo sabe, introduce los personajes de don Luis y/o Patricia, necesariamente típicos, que prefieren adoptar el discurso oficial que sataniza al movimiento estudiantil para con ello, no asumir responsabilidad alguna, pero sobre todo, para mostrar los distintos registros que la historia oficial impuso y contrarrestarla con esa memoria colectiva que no ha olvidado el 2 de octubre.
Para mí, que nací unos días antes de esa fecha, el “2 de octubre, no se olvida” apenas hizo eco una vez que ingresé a la prepa 5, de la UNAM, y en donde era parte de la piel estudiantil que debíamos ponernos para ser “pumas”. Antes de eso, el 2 de octubre permaneció, de manera nebulosa, en las conversaciones de una familia de clase media que se sintió tan alejada de ese hecho y se dedicó a sobrevivir sus propias tragedias e inclemencias cotidianas. Como sea, mi distancia sobre el 2 de octubre, fecha donde arranca Amnesia 68, es una distancia compartida por muchas generaciones que aprendieron, además, a relacionar el 68 con la fantasía de las olimpiadas celebradas en México e inauguradas diez días después de la masacre estudiantil.
En ese sentido, Amnesia 68 se me revela como un testimonio que da cuenta de un silencio del que una gran parte de la sociedad mexicana ha compartido sobre el 2 de octubre del 68 y que a cincuenta años hoy sí que dentro de la línea del tiempo, pero sobre todo de la memoria histórica, la distancia es real. Sin duda, me parece que esta preocupación atraviesa el relato de Galán Benítez y trasciende, sin duda, los bordes de lo propiamente narrado. A saber, el punto nodal de la historia contada en Amnesia 68 se ubica en un lapso de tiempo bien específico: la tarde del 2 de octubre y la mañana del día siguiente, a través de la voz de Helena, quien narra la participación de María, su madre, en el mitin en la plaza de las tres culturas y el fatídico desenlace y su huida de la masacre. Para ese entonces, Helena era una niña de casi dos años, que una vez adulta, cincuenta años después, se encuentra envuelta en un dolor, herencia de su madre, y una memoria fisurada que no recuerda bien a bien de dónde viene ese dolor tan punzante que Helena trata de entender para saber por qué ese dolor que siente no se queda sólo en ella sino que traspasa los muros de su historia personal y anida en, por ejemplo, la gente en situación de calle que ella está documentando con su cámara. Sin duda, las pistas que Galán Benítez va dándonos en el relato, nos conducen a esos vestigios de una memoria resquebrajada por el miedo, un miedo que nace en el silencio y lo reproduce hundiéndonos en la desazón, la desesperanza y el querer saber dónde comenzó la pesadilla que la tiene atrapada no sólo a ella, sino a un país entero.
Helena, la voz que narra, se superpone como la conciencia del “yo” a través del uso de las cursivas que marcan su presencia en el relato y crean, en el lector, la ilusión de que se está teniendo acceso a los pensamientos del personaje central. Desde las primeras páginas sabemos que Helena es la voz de la memoria que irrumpe en la narración para evocar y organizar la historia de su madre y conforme van pasando las páginas, sabemos, además, que su voz es la conciencia que está reflexionando todo el tiempo sobre la amnesia colectiva a través de sus recuerdos y la propia memoria que va insertándose, de distintas maneras, en los epígrafes y referencias musicales. Amnesia 68 podría encajar, me parece, en esas narrativas con visos autobiográficos que indagan sobre la memoria y en donde la auto referencialidad se vislumbra más allá de le mera estrategia narrativa ya que, en este caso, lo importante es justamente los alcances que la memoria individual ocupa como voz de una época y de un país.
Para el historiador francés Maurice Halbwakcs,[2] en la memoria -como recuerdo de un pasado- existe una doble tensión: por una parte, el relato histórico que aglutina una versión macro-oficial que se erige como un todo y el recuerdo de lo vivido por los individuos dentro de una colectividad que se debate con ese todo. Esta última, para él, es la memoria que nos salva como individuos históricos y sociales que tenemos la capacidad de contrarrestar el discurso oficial sobre los hechos que conforman la llamada Historia (en mayúsculas) y que nos estructuran dentro del Estado, de la Nación y la Historia Única. Y justo, como testimonio de una memoria colectiva es que el relato de Galán Benítez me parece provocador pues en lo narrado más de un lector se verá implicado no por la trama, sino por la amnesia compartida en torno al 2 de octubre de 1968 tal y como da cuenta y cito:
“Y aquella noche, al salir de la ensangrentada Plaza de las tres culturas, María pensó que el mundo estaría conmocionado. Y no, el mundo seguía como era, ni siquiera la panadería había cerrado y las muchachas con las niñas compraban conchas, orejas, bísquets y cocoles; las señoras no dejaron de pasear a sus perros para salir un rato del infierno familiar; el trolebús no dejó de circular, y después de ver el noticiero se reafirmaría la calma”.[3]
Hay cierto desasosiego en la mirada que Amnesia 68 ofrece sobre la realidad, sin embargo, hay en el fondo una provocación vital: rompamos la amnesia, la inercia y el silencio; rompamos el cerco del miedo y recordemos porque lo único que tenemos para resistir toda omisión es la memoria que tiende los puentes entre ese pasado que nadie quiere recordar y este presente que lo recuerda.
Sin duda, Amnesia 68 es un alarido contra el silencio implacable de la indiferencia.
[1] Galán Benitez, Carmen, Amnesia 68, Samsara y El año del mar editores, México. 2018,
[2] Halbwakcs, Maurice, La memoria colectiva, Universidad de Zaragoza, España, 1996.
[3] Galán Benitez, Carmen, Amnesia 68, Ed., cit., p. 38.