Revista de filosofía

Percepción, relación e intención en Simondon

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FOTOGRAFÍA DE CHEMA MADOZ 

FOTOGRAFÍA DE CHEMA MADOZ

La perception est du domaine du préindividuel, qui s’aligne sur une détermination du sujet comme investissement de son corps et sa motricité.

Merleau Ponty

Resumen

El ensayo pretende mostrar el valor central que tiene la percepción dentro del pensamiento de Gilbert Simondon. Centra la atención en las operaciones necesarias para que ocurra la operación de transducción en la zona impersonal del individuo. Se hace un breve recorrido por los puntos de anclaje en su filosofía para poder articular las características físicas y emotivas de las individuaciones en los dominios del viviente. Resalta la relación como el medio ambiente de toda operación material y espiritual.

Palabras clave: transducción, metaestabilidad, individuación, progresión, discontinuidad, percepción.

 

Abstract

This paper shows a central value of perception within Gilbert Simondon’s philosophy. It focuses on the operations required for the transduction operation to succeed within impersonal area. This paper also summarizes key points of his philosophy in order to articulate physical and emotional characteristics of individuation in its living domains. It also points out the relation with environment of material and spiritual operation.

 Keywords: transduction, metastability, individuation, progression, discontinuity, perception.

 

Si vemos los fenómenos por encima de la percepción, sostendremos que siempre hay contenidos y sustancias que se aíslan de sus formas como si existieran dos mundos separados para los cuales solamente una experiencia trascendental podría ligar. Pero si experimentamos la percepción, descubrimos que el espacio es una dimensión del medio en donde lo exterior y lo interior se relacionan conforme a “un simple cambio de magnitud”.

“La relación tiene valor de ser”, de este modo es la relación que relaciona el núcleo fundamental del pensamiento de Simondon. Hay entonces, una génesis temporal y una topografía de la estructura. Para nuestro autor, la tarea propia de la filosofía de la percepción, consiste en analizar la relación que se va gestando tanto en la forma como en el contenido. A esta operación se le llama ontogénesis. Su propuesta es captar “la percepción en sí misma” y junto con a ello un modo nuevo de pensar la relación entre pensamiento y ser. Para lograrlo, no sólo basta acudir al abc de los filósofos que ya reflexionaron al respecto, porque la diferencia en Simondon reside en que la operación de la percepción es de naturaleza preindividual gracias a la cual la acción va haciendo un camino que es a la vez mundo y sujeto.

FOTOGRAFÍA DE ANDRÉ KERTÉSZ

FOTOGRAFÍA DE ANDRÉ KERTÉSZ

Al decir esto, sin duda estamos convocando no a un orden de cosas, sino a otra dimensión, porque basta recordar que en el campo del pensamiento simondoniano las palabras con mayor presencia son: energía, movimiento, potencial, resonancia. Así pues, muy lejos ya de una crítica a la razón, estamos en la apertura de la zona impersonal que hay en nosotros, donde los modos de comprensión escapan al sujeto trascendental en tanto que es desde la emoción que se individualiza de manera progresiva. Es una idea sin duda arriesgada, motivada por la comprensión del sujeto libre de nociones sustancialistas. Esta motivación a su vez tiene como base, la percepción del tiempo, la chispa de emoción que anima el afecto y que permite acudir de manera dinámica a esa región cargada de potencial, a la cual nombra transindividual. Su particularidad reside en la capacidad de ingresar a la magnitud de la génesis de la duración y con ello a la valencia de una realidad aún no individuada, pero que, no obstante, gracias a la relación que abre un nuevo espacio, deviene individual. Veremos cómo todo esto para Simondon, se trata de lo espiritual. 

FOTOGRAFÍA DE OLEG OPRISCO

FOTOGRAFÍA DE OLEG OPRISCO

Una de las principales propuestas de Simondon es el nuevo modo de pensar “la relación entre pensamiento y ser”, haciendo funcionar un desacelerador de partículas que muestra desde el comportamiento del cristal cómo las zonas: biológicas, psicológicas, motrices dependen de la metaestabilidad para poder dejar una fase y pasar a otra, para desfasarse. Cada vez que se desdobla una magnitud en otra se dice que se individúa. Cada vez en la que el individuo entra en relación y opera un cambio de estructura y un pasaje de un orden a otro se individualiza.

El pensamiento viene de un fondo transductivo; siguiendo el pretexto de la percepción del tiempo que ya anoté, pensemos cómo lo hace: la progresión de una ola, para Simondon, es una imagen que muestra no sólo el discurrir del tiempo en cuanto a génesis de la duración; sino que también muestra la dimensión del kairós, “aquella noción muy antigua, a la vez ética y metafísica, que corresponde al único momento favorable para que una acción coincida con las condiciones del medio”.[1] La emoción de la ola es el instante espiritual y la posibilidad de acontecer, requiere de una operación transindividualidad.

Así como a la ola, a los helechos, a la obra de arte, y a todo ser físico, Simondon le concede un lugar genético. Cada uno de estos son modalidades de lo viviente, con su propia carga energética: la ola, lo azul, el helecho, el animal, el niño, en los dominios del ser que ocupan, tienen capacidad real de transformación energética. (Hablamos de “viviente” porque —para Simondon— lo psicogenético prueba que hay más problemas psíquicos que un individuo psíquico).

“Nada se opone teóricamente a que haya una posibilidad de intercambios y alternancias entre un sistema biológico y uno psíquico”, dice Simondon. Debido a esto, la física y la química son elementales dentro de esta filosofía. La primera lo es porque, desde la electromagnética, se sostiene la importancia del campo con la que el fenómeno de transducción se puede comprender, es el medio que permite entrar-en-relación al electrón y sus trayectorias, el fotón y sus dobles sombras.

La segunda lo es por la complejidad combinatoria de las valencias en los elementos de la tabla de Méndeliev y que deja ver la conversión de las estructuras endógenas de un elemento, es decir, desde su dimensión infra molecular hasta la macromolecular. Así pues, con estas muy breves explicaciones acerca del marco referencial con el cual Simondon desarrolló su tesis concibiendo al individuo como un centro metaestable de energía potencial. Intentaré describir la riqueza de su filosofía de la percepción, en el ámbito de lo espiritual como intención: “Todo lo que crece, todo lo que se desarrolla y se propaga implica dimensión del porvenir; en este sentido, no es sólo el sujeto, sino el mundo, con los seres que encierra, el que contiene porvenir perceptible bajo la forma concreta de un inicio de desarrollo”.[2] Con las líneas anteriores podemos apreciar la sensibilidad de Simondon. Una sensibilidad que ve con lupa el tamiz del tiempo y que supone de su relación con el espacio, una asimetría (no dialécticamente resolutiva) entre la energía temporal que desprende la vida y las figuraciones que con esa energía dimensionarían el espacio configurándose en imágenes perceptivas.

Este será el lugar que ocupa la naturaleza afectiva en Simondon y que celebra la percepción como un “viaje a la intimidad de la materia” según Jacques Roux”.[3] Estos procesos se unifican en la resonancia interna. Por resonancia interna, se entiende “el rapport entre el individuo y la energía potencial.” El escenario de la resonancia es lo metaestable. Ya que no es un nuevo individuo el que se crea, sino como ya dije antes, un nuevo dominio del ser que se prepara. Son las magnitudes, las que sacan los sistemas de información y orientan una sensación. La descripción técnica que acabo de hacer permite observar la importancia de lo preindividual como zona impersonal, sólo así se puede entender la espiritualidad en Simondon, eso y aquella sabiduría no-humanista a la que convoca. 

JOSEPH CORNELL, “Planet Set, Tête Etoilée, Giuditta Pasta” (1950)

JOSEPH CORNELL, “Planet Set, Tête Etoilée, Giuditta Pasta” (1950)

Para ser más precisa, las operaciones a las que se dedica la filosofía simondiana están “a la luz de las nociones de forma e información”, desde la materia-masa, hasta la metafísica genética del psiquismo. Mismo que se estructura en el dominio de las intensidades que es la capa afectivo-emotiva del individuo. La resonancia, se hace por la relación con los códigos genéticos (por ejemplo, en esa duración de la génesis de la ola) y por la característica propia de lo preindividual a ser la incoactividad.

La resonancia, logrará que en ese sistema se mantenga la metaestabilidad, es decir, su carácter siempre preindividual. Ahora bien, tratándose del campo psíquico, que resulta de una individuación de lo viviente, así como lo somático, las operaciones que atraviesan a los individuos para el proceso de cambio atienden a la intensidad con la que el cuerpo se ve afectado por otro cuerpo, extrayendo su efecto expresivo.

El cuerpo es un canal material de intensidad. Simondon declara que “el universo interior es emotivo tanto como el universo exterior es perceptivo”. Lo que esta declaración tan sucinta sugiere en el pensamiento de Simondon, es un intercambio de códigos afectivos que conectan interior y exterior: el psiquismo y lo colectivo, tiempo y espacio, y cuya resonancia interna es “la marca del devenir”. El valor ontológico de esta relación es la transducción.

La percepción, entonces, no es sólo el encuentro de los objetos aislados en el mundo sensible sino el descubrimiento de un sentido más elevado, del sentido del universo, del lenguaje del destino”.[4] ¿Por qué dice esto? Porque lo que se reconfigura es la relación emotiva. La afectividad pensada como la pseudo-metafísica que lejos de conectar voluntades (puesto que estamos en el campo de la dynamis) conecta campos intensivos, formas de información, campos de zonas impersonales. La intención habita como la segregación del devenir, en ese sentido “es marca del intercambio afectivo entre lo preindividual y lo individual” que Simondon llama ‘crisis en el individuo’. Se inventa una forma gracias a la actividad de la potencia en discontinuidad.

Estas discontinuidades permiten la metaestabilidad, el equilibrio múltiple y, con éste, el reconocimiento de las muchas dimensiones de la simetría radial de un cuerpo. Lo metaestable es “estar virtualmente en cualquier punto”.[5] Pero sabemos bien que un cuerpo ocupa un sólo lugar en el espacio. La física de Simondon, pariente de la electromagnética, piensa el despliegue de fuerza y energía de lo molecular. Un cuerpo entonces es un canal transductivo.

Simondon y algunos de sus lectores ponen de ejemplo de un futbolista: el futbolista no es el sujeto del juego sino un canal material para la catálisis del acontecimiento afectante: el contacto del jugador con el balón. La potencia del juego es un canal para la transformación de un movimiento físico en otro modelo energético. Lo que verdaderamente está en juego es el movimiento de los actos intensionales que surgen de esa potencia en acto.

Asimismo, heredero del legado de Merleau Ponty, Simondon sabe que un cuerpo es un punto nodal de expresión. De ahora en adelante, pensemos el cuerpo como la orientación que adquiere respecto a las modulaciones, algo así como la cualidad de lo intensional. Simondon sostiene que “la realidad no ha explicitado todas las etapas posibles de la operación en el sistema físico de la individuación y que queda aún en lo real físicamente individuado una disponibilidad para una individuación vital”.

En conclusión, lo más relevante es que Simondon sostiene que es la afectividad que orienta al viviente en su cuerpo. Hasta podría decirlo de nuevo: es la afectividad quien orienta al viviente en su cuerpo. Pensemos en un viviente cuya motricidad está a penas desarrollándose, alguien que no puede orientar su cuerpo según el esquema corpóreo, puesto que aún no se apropia de ese dominio de su ser, pero que se orienta en el territorio-cuerpo, gracias a la imagen. En ese estado es un haz de tendencias motrices y así podrá integrar la experiencia afectiva en una acción emotiva: relacional.

FOTOGRAFÍA DE ANDRÉ KERTÉSZ

FOTOGRAFÍA DE ANDRÉ KERTÉSZ

La imagen es la agrupación de motivos que capta un viviente en cuanto captura su pregnancia. Dichas tendencias motrices atraviesan el leib sein mientras que en un tiempo previo absorbieron información del medio. En una muy aguda descripción de las operaciones, esta fase y su temporalidad permiten una anticipación del encuentro con el objeto: “[…] el viviente comprende en sí mismo mediación entre dos órdenes de magnitud”[6] y por ello es virtualmente la relación que relaciona.

Por otro lado, Simondon dice que la transducción es “también” intuición. Si seguimos su tesis, materia, forma y energía, son magnitudes que preexisten como potencial incoactivo del viviente.[7] De donde la transducción se distingue entre los atributos ya mencionados arriba porque no va a buscar información para resolver las crisis a otro lugar: extrae la estructura resolutoria de las tensiones mismas del dominio.[8]

Ahora bien, anoté que Simondon menciona “la intuición también”, pero lo que antecede a esta inclusión en el enunciado es: “la transducción no es solamente marcha del espíritu; es también intuición.” Agamben retoma a Simondon quien comprende la espiritualidad como: “[…] la conciencia del hecho de que el ser individuado no lo está del todo”.[9]

Pese a la agonía del individuo por el no-todo, la permanente individualización del viviente permite inventar formas. Esta invención psicogenética logra configurar aquella zona oscura (la realidad impersonal) llena de imágenes. En el sentido más gestual de Simondon, esto es el espíritu.

Esa zona, a diferencia de lo que sostiene el psicoanálisis, no se acumula en el inconsciente esperando advenir en un síntoma. Si bien Freud dijo que “no es cómodo elaborar sentimientos en el crisol de la ciencia”, Simondon lo hace con entusiasmo: cada caso de individuación es singular, el desfase discontinuo y progresivo de la relación que ha de sostener e inventar entre lo pre-individual y la parte constituida, descubren “[…] la operación misma que une a las dos semicadenas entre sí al instituir un sistema energético, un estado que evoluciona y que debe existir efectivamente para que un objeto aparezca con su haecceidad”.[10] 

Uno de los eslabones de la cadena es la soledad. El carácter necesario de la soledad permite dejar de hablar a los hombres y hablar al sol, como reclamaba Nietzsche. Así pues, desde ese lugar del desfasarse consigo mismo, el individuo deviene en gesto relacional. Lo que me gustaría hacer notar es que Simondon nunca habla del lenguaje.

De nuevo Agamben dice: “La intimidad con una zona de no-conocimiento es una práctica mística cotidiana”.[11] Esa mística desde el pensamiento de la relación que abre la filosofía de la percepción, no sólo permite evidenciar por qué los niños muy pequeños pueden reconocer los animales que ven por primera vez sin recurrir a una analogía exterior a sus cuerpos. O de cómo la mirada, alojada en los ojos, “[…] que es el signo del intercambio de la intención entre dos vivientes”, hace “sostener juntos dos términos en la distancia unificadora de un Y”.[12]

La propuesta es renovar la intención de ese viaje a la intimidad de la materia que nos sostiene en el mundo de la percepción como relación espiritual.

 

Bibliografía

  1. Agamben, Giorgo, Profanaciones, AH, Buenos Aires, 2005
  2. Chabot, Pascal et al., Simondon, J. Vrin, Paris, 2002
  3. Combes, Muriel, Simondon, Una filosofía de lo transindividual, Cactus, Buenos Aires, 2017.
  4. Dittmar, Nicolas, Phénomenologie et individuation : la vie du corps, Éditions Dittmar, Paris, 2015.
  5. Simondon, Gilbert, La individuación a la luz de las nociones de forma y de información, Cactus, Buenos Aires, 2015
  6. _______, Curso sobre la percepción, Cactus, Buenos Aires, 2012
  7. _______, Imaginación e invención, Cactus, Buenos Aires, 2013.

 

Notas

[1] Simondon, Curso sobre la percepción, ed. cit., p. 278.
[2] Ibid., p. 290.
[3] Jacques Roux, « Saisir l’être en son milieu. Voyage en allagmatique simondonienne », en Chabot et al., Simondon, ed. cit., p. 121.
[4] Simondon, Curso sobre la percepción, p. 44.
[5] Lo que revelan las discontinuidades son estas aparentes y grandes incompatibilidades que de hecho nos permiten ver la distracción que sufren en un camino (clinamen) y que fundan las expresiones de la ontología en un orden lógico alejándose del proceso orgánico tales como la incompatibilidad entre libertad y voluntad. Simondon ora en sentido otro al de Kant.
[6] Combes, Simondon, Una filosofía de lo transindividual, ed. cit., p. 50.
[7] Simondon, La individuación a la luz de las nociones de forma y de información, ed. cit., p. 15.
[8] Estoy dejando de lado lo referido a lo físico. Para Simondon existe lo físico y lo viviente en términos totalmente alejados de cualquier existencialismo. Para Simondon el devenir no es un acto del viviente si no el viviente una individualización del devenir.
[9] Simondon, La individuación a la luz de las nociones de forma y de información, p. 23. Así mismo Deleuze ha dicho algo que puede abreviar esto: la intuición misma es el corazón de la materia […] lo que todo esto sugiere es un vitalismo interno a las formas, pensadas como imágenes, como cuerpo de imágenes.
[10] Ibid., p. 37.
[11] Agamben, Profanaciones, ed. cit., p. 11.
[12] Combes, op. cit., p. 57.