Resumen
Este escrito versa sobre el análisis y la crítica que hace san Agustín de la mentira desde sus textos filosóficos de juventud hasta su tratado Sobre la mentira y Contra la mentira, del 395 y el 420, respectivamente. El propósito es profundizar en el pensamiento del Obispo de Hipona para explorar los acercamientos, los deslindes, la definición y la clasificación que hace de la mentira. Con esto se intenta apuntalar la contribución en el mundo Antiguo que hace el padre de la Iglesia y la vigencia que aún tienen sus reflexiones con pensadores recientes, pero de orígenes distintos.
Palabras clave: definición, mentira, intención, engaño, san Agustín.
Abstract
This writing is about the analysis and criticism that St. Augustine makes of the lie from his youth philosophical texts to his treatise On Lying and Against Lying, from 395 to 420, respectively. The purpose is to deepen the thought of the Bishop of Hippo to explore the approaches, the demarcations, the definition and the classification he makes of the lie. This is intended to underpin the contribution in the Old World that makes the father of the Church and the validity that still have their reflections with recent thinkers, but of different origins.
Keywords: Definition, Lyng, Intention, Deception, Saint Augustine.
Introducción
Intencionalmente quiero hablar de la mentira, aunque sea cosa difícil. Jaques Derrida, en su Historia de la mentira: prolegómenos, advierte, quizás más para él, de las dificultades de intentar llevar a cabo una historia de la mentira sin mentir, en la medida en que es difícil decidir, quizás saber, de qué será dicha historia, del concepto o del acto. Yo, por mi parte, intentaré, más bien, exponer lo qué es la mentira, su concepto, y así comprender este fenómeno —de diario— moral (y por eso antropológico) del habla y de la lengua a partir de la obra del Obispo de Hipona, quien, ya en funciones, tuvo que vérselas con la mentira, como todos, puedo decir sin dudarlo.
Es cierto, sin embargo, que volviendo la mirada a la historia de la filosofía, en el Hipías menor, Platón trató el asunto. En ninguno otro diálogo la discusión es llevada al absurdo moral siguiendo un orden lógico como lo es en éste. En ninguno otro se percibe con tanta claridad la falta de una salida adecuada al problema. La argumentación de Sócrates, su desenfrenado afán de hacer preguntas, lleva a Hipías a aceptar que sólo el experto (o el bueno, que para el caso es lo mismo) es técnicamente capaz de hacer bien como de hacer mal sin error y a voluntad, lo que no ocurre con el inexperto, incapaz de cometer un error voluntariamente. La discusión se da después de una exposición de Hipías sobre la diferencia entre Ulises y Aquiles. A éste, dice el sofista, le fue dada por Homero la gracia de la veracidad, mientras que el otro fue hecho mentiroso y astuto. A Sócrates el asunto no le parece claro y da comienzo a sus cuestionamientos. Comienza preguntando si el astuto es mentiroso y si hay una diferencia entre el hombre veraz y el hombre mentiroso, a lo que Hipías responde afirmativamente. El argumento da comienzo: los mentirosos son capaces, sobre todo de engañar, y lo son porque son astutos y son astutos porque son inteligentes en la medida en que conocen; por lo tanto los mentirosos son capaces y hábiles de engañar en aquello que conocen. El ignorante, en consecuencia, no podría siquiera engañar, pues nada sabe, y si se equivoca, lo hace sin darse cuenta. El más sabio sería capaz de decir verdad como de decir mentira, por lo tanto el veraz y el mentiroso son lo mismo, Aquiles y Ulises son de la misma ralea. Platón, pues, llega a dos conclusiones: en primer lugar, que mentir requiere de la intención de hacerlo, ya que no se miente sin quererlo; pero, y en segundo lugar, que para mentir hace falta saber aquello sobre lo cual se mentirá.[1] Esto último nos pone de manifiesto que la mentira requiere de la intención de ocultar la verdad.
Pero mi interés está en el análisis y la crítica que hace san Agustín a la mentira. Como decía, tuvo que vérselas con ella antes y durante el ejercicio de sus funciones como obispo. En cierta ocasión, al comentar el versículo del Salmo “No hice comercio”, señala y acusa a los traficantes (cristianos) de engañar con los precios de sus mercancías y tomar a Dios como testigo, lo cual hacía que la gente dijera que así eran los cristianos. También intentó desmitificar las ficciones de los espectáculos, que más que afirmar la voluntad con su lujo de pacotilla, la aniquila con su juego falaz de mentiras. Asimismo, como puede leerse en sus Confesiones,[2] criticará a los astrólogos, a quienes muchos cristianos han comprado sus mentiras,[3] incluido él mismo en su juventud. Ahora bien, en varios momentos de su vida y de su obra dedicará una atención clara a la mentira. Los tratados en los que el obispo de Hipona se hace cargo del tema son Sobre la mentira del año 395 y Contra la mentira del 420. Sin embargo se puede rastrear ya, en algunas obras de su juventud, algunas consideraciones acerca del tema. Dichas obras son los Soliloquios, del 386, Del Maestro, del 389, y De la utilidad de creer, del 392.
El propósito, entonces, es profundizar en el pensamiento del Obispo de Hipona para explorar los acercamientos, los deslindes, la definición y la clasificación que hace de la mentira. Con esto se espera hacer notar que su análisis y su crítica van más allá de las conclusiones de Platón y que aún son vigentes, pues, entre otras cosas, filósofos contemporáneos como Hannah Arendt y Jacques Derrida se orientan, en sus reflexiones, por el autor de la Ciudad de Dios. El trabajo está dividido en dos partes y un balance. Antes de entrar en las obras dedicadas específicamente al asunto, se revisarán los textos u obras filosóficas o de juventud, que adelantan la comprensión de sus posteriores opiniones al respecto.
La mentira en las obras filosóficas
San Agustín en los Soliloquios dice:
“[…] lo falso o se finge lo que no es o tiende absolutamente a ser y no es. Pero el primer género de lo falso se llama más bien lo falaz o mentiroso. El falaz tiene deseo de engañar, y eso supone ánimo, y se verifica en parte con la razón, en parte con la naturaleza (hombre y zorra). […] Mendaces son los que mienten y difieren de los falaces, porque todo el que es falaz quiere engañar, pero no todos los que mienten pretenden engañar, pues las farsas y las comedias y muchos poemas contienen mentiras o ficciones imaginadas para deleite, no para engaño, y así también las chanzas están entreveradas de mentiras. […] el falaz todo lo dispone para el logro de su fin, que es producir engaño. Mas los que hacen esto sin ánimo de engañar, fingiendo alguna cosa, o son simplemente mendaces o ni siquiera merecen este nombre, pero tampoco dicen la verdad. […] ¿No te parece que la imagen del espejo quiere como ser lo que tú eres, y es falsa, porque no lo consigue?”[4]
En su afán por entender lo que diferencia lo falso de lo verdadero, san Agustín no atina a apuntar si la relación entre ambos es de semejanza o de desemejanza o de otra cosa; pues si se considera lo primero cabría pensar que todo es falso, ya que todos los objetos se vinculan de alguna manera siempre. Vinculación que es la misma en todos. Si se escoge, empero, la segunda opción, todas las cosas podrían decirse falsas, pues no habría ninguna a partir de la cual se pudiese comparar, no habría ninguna verdadera. Otra salida sería decir que lo verdadero es lo que es, no obstante esto nos incitaría a aceptar que nada falso hay. Hasta aquí, según lo dicho y cómo fue dicho, se nos revela que la distinción buscada ha caído en el ámbito ontológico. San Agustín se da muy bien cuenta de ello y da paso a considerar lo falso, lo falaz y lo mentiroso desde otro orden. Además san Agustín pone a un mismo nivel lo falaz del hombre, que es un animal racional, y lo falaz de la zorra, que es un animal irracional o natural. Si eso es así, no podemos no pensar que entre uno y otro animal no hay una distinción, de tal forma que ambos sean racionales o ambos sean irracionales. El aspecto moral pudiese librarnos de este problema. Como puede verse, también, la influencia neoplatónica es muy fuerte aún en este texto agustiniano; la copia de la copia es falsa o por lo menos mendaz por querer parecerse a lo real; pero mucho más mendaz o falaz será la copia de la copia de la copia, sea una pintura o el reflejo de un espejo. En fin, de lo citado, para avanzar en la comprensión de la mentira en el orden que el santo africano siguió, puede extraerse que 1) el hombre falaz o mentiroso no dice la verdad porque quiere engañar, con todo y que sabe la verdad; 2) mientras que el hombre mendaz es el hombre ignorante que miente, o mejor dicho, que no dice la verdad por ignorancia, porque no la sabe; y 3) la verdad se ve oculta o por el engaño o por la ignorancia.
Del Maestro es el siguiente libro en el que san Agustín trata el tema, pero apenas rozándolo, pues no es el asunto propio del libro. La discusión entre san Agustín y Adeodato versa sobre el maestro interior, sobre las cosas y sobre las palabras como signos de las cosas y el conflicto entre el aprender y el enseñar. En el capítulo trece, titulado “La palabra no puede manifestar lo que nosotros tenemos en el espíritu”, el Obispo de Hipona hace ver la dificultad para poner de manifiesto el pensamiento y los sentimientos mediante la palabra (es decir, hablando). Con todo y que con las palabras expresamos lo que pensamos y lo que sentimos, no alcanzan a expresar en su totalidad lo que sucede en el fuero interno. A esto se suman los que mienten y engañan, los cuales no sólo no abren su alma en la medida de lo posible, sino que hasta la encubren. Los veraces serían aquellos que hacen todo lo posible por mostrar su alma con la palabra, lo cual lograrían si no hubiese mentirosos. Es decir, si no fuese posible hacer ambas cosas, decir verdad y decir mentira, o si se supiera qué sucede en el interior del que habla, no habría mentira. Asimismo, los que mienten piensan en las cosas de las que hablan, por más que no se sepa si lo que dicen es verdad; además, está en su ánimo la intención de decirlo así, a menos que estén repitiendo palabras como cuando se repite una canción memorizada o que ignoren el significado de las palabras usadas.[5]
Como puede verse, a lo dicho ya sobre la mentira y el mentir, este diálogo, agrega al encubrimiento u ocultación de la verdad, la falta de apertura (apertura de alma, se entiende). Proporciona también la definición del hombre veraz: aquél que hace todo lo posible por mostrar su alma, decir verdad con la palabra, puesto que la verdad está en nuestro interior.
El último texto por exponer, antes de los grandes tratados, es De la utilidad de creer. Con todo y que el propósito de esta obra apunta a la utilidad, y eventualmente, a la necesidad de creer, Agustín no deja pasar la oportunidad de distinguir entre el mentiroso y el que cree la mentira de aquél, a quien se identifica con el hereje. El filósofo y teólogo africano dice en esta cata a Honorato que el “Hereje es el que, movido por ventajas temporales, sobre todo por ansias de honores y de mando, elabora doctrinas nuevas y falsas o les presta asentimiento; en cambio, quien cree a hombres de este linaje, se engaña bajo una apariencia de verdad y de piedad”.[6] Como puede notarse, en unas cuantas líneas se ponen en evidencia algunas dificultades con respecto a la mentira que no sería nada ocioso decirlas. La definición del hereje, en un primer momento, se parece a la que hacía, y que líneas arriba se apuntaba, en los Soliloquios sobre el hombre falaz, como aquél que acomoda todo para su beneficio. No obstante, en un segundo momento, se identifica al hereje con el que asiente la mentira. Cabe preguntar, ¿asiente sabiendo que no es verdad lo que asiente o asiente aceptando como verdad lo que se le presenta? La segunda opción parece más viable, pero no es posible deshacerse de la primera. Ahora, el que cree, si se engaña bajo apariencia de verdad y piedad, ¿no es que asiente sin saber o acepta sin cuestionar? Siendo esto así, queda que el que asiente sabe que la nueva doctrina es falsa y que atenta contra la verdad, lo que lleva a cuestionar de nuevo: ¿cuáles son los motivos para dicho asentimiento, a sabiendas de la falsedad? La respuesta, quizás, ya había sido anunciada: por los honores y el mando; los mismos que el hereje inventor buscaba.
La presentación de estas obras de juventud ha puesto en marcha la comprensión de la mentira, tal como la analizó y criticó Aurelio Agustín, cosa que se buscaba en este trabajo. Es momento de dar paso a las obras que específicamente se dedicaron al asunto.
Los Tratados Sobre la mentira y Contra la mentira
Si bien ya se ha anunciado qué puede ser la mentira para san Agustín, los dos tratados mencionados permitirán decir, mucho antes de poder definirla de manera afirmativa y de clasificarla, qué no es. Después de pedir disculpas el autor de La Trinidad por la manera tan poco clara con la que aborda el tema en su De mendacio, afirma, como para dejarlo en claro desde el principio, que las bromas, las gracias, los chistes o las chanzas en manera alguna son mentiras. Así lo dice: “Exceptuemos, desde luego, las chanzas que nunca se han considerado como mentiras, pues tienen una clara significación en la manera de hablar y en la actitud del que chancea de no querer engañar, aunque no se digan cosas verdaderas”.[7] En el capítulo XI, ya en la segunda parte de este tratado, san Agustín, comienza con la clasificación de las mentiras apuntando la diferencia entre la mentira dañosa y la mentira jocosa. También aquí se distingue al mentiroso (mendax) del embustero (mentiens). El primero apetece de mentir y disfruta con la mentira, la calumnia, la injuria, el chisme, mientras que es segundo lo hace en ocasiones sin querer o para agradar en las conversaciones (“les gusta agradar con la salsa de la conversación”), pues no pudiendo encontrar cosas verdaderas, aunque lo quieran, terminan mintiendo o combinando verdades y falsedades cuando el atractivo empieza a escasearles.[8]
Además de estas están las figuras retóricas, los géneros literarios, el silencio y decir cosas falas sin intención de engañar. A continuación se hará una breve presentación de las razones que da el autor de las Confesiones para no considerar lo anterior como mentiras. En el texto Contra mendacio, lo que tampoco puede ser considerado, entonces, como mentira son las invenciones o fingimientos literarios. En primer lugar se abordan las figuras retóricas. Éstas, especialmente la metáfora, no se deben tomar como si significaran propiamente lo que dicen, sino que deben entenderse en un sentido traslaticio, figurado. “Con todo, esas metáforas –dice Agustín–, dicen cosas verdaderas y no falsas. Porque con su palabra o con su signo significan cosas verdaderas y no falsas. Sólo dirá que son mentiras quien juzga que dicen lo que materialmente dicen —y que en realidad es falso— y no lo que auténticamente significan, que es lo verdadero”.[9] Se dice una cosa, apuntando, señalando, la comprensión de otra. Si las figuras retóricas son una mentira, todos los tropos y figuras lo serían, sobretodo la metáfora que traspone de un vocablo su significado propio por otro figurado, y no se diga ya de la paradoja o la antífrasis.
En segundo lugar viene la narración literaria. Aunque se aluda principalmente a la parábola y a la fábula, no se puede sino pensar lo dicho por san Agustín de manera más amplia y, quizás, trasladarlo a los géneros literarios que se conocen ahora como el cuento y la novela, lo que no deja a un lado la poesía en sus distintas vertientes. Ni la parábola ni la fábula son mentiras porque, aunque cuenten cosas no sucedidas como sucedidas, lo hacen para significar cosas verdaderas por la semejanza que pudiese haber entre ellas. Como puede verse, en las fábulas se ponen palabras en seres irracionales o en cosas inanimadas con el objeto de atraer la atención para inculcar una verdad, que en este caso es de orden moral. La significación es fingida, pero la significación es auténtica. Basten como ejemplos de la más variada índole las fábulas de Esopo, las narraciones de Horacio y el libro de los Jueces. “¡Como si todo fingimiento fuera mentira, cuando en realidad se fingen tantas cosas para poder significar mediante ellas otras verdaderas!”,[10] dice san Agustín.
En otro orden, continuando con esta exposición, el silencio o el quedarse callado, ante una pregunta, en manera alguna es una mentira o mentir. “Mentir no es ocultar la verdad callando”, dice el pensador africano. No obstante, hay un asunto harto escabroso, pues, desde siempre, teniendo en cuenta el testimonio del Obispo de Hipona, se ha considerado que quien calla otorga, que quien guarda silencio, sea por no mentir, sea porque duda de si debe decirlo o no, está confirmando la sospecha del que ha hecho la pregunta. San Agustín, en De mendacio, pone como ejemplo un caso conocido por todos nosotros, un caso, si se quiere hipotético, pero de índole moral: un amigo es perseguido por un crimen que no cometió y nosotros lo ocultamos, qué hacer ante la pregunta de si sabemos dónde se encuentra, hecha por quien lo persigue. Si mentimos, tengamos en cuenta la posición del santo, nos estamos jugando la vida, la salvación de nuestra alma; pero si nos quedamos callados, será como decirle al perseguidor que lo sabemos o que nosotros lo escondemos. ¿Qué hacer en tal caso? La propuesta del hiponense es muy simple. A la pregunta se contestará: “No mentiré, pero tampoco diré dónde está”. Lo cual no puede no recordad a Immanuel Kant en su Crítica de la razón práctica cuando toca la mentira. Por más que se sepa y se tenga por cierto lo recién referido, del ámbito estético pasa este autor al ámbito moral, es decir va de la literatura a la vida, y este salto haría pertinente una revisión antropológica y psicológica de la mentira.
Por último, no todo el que dice cosa falsa miente, si es que cree u opina que es verdad lo que dice, advierte Agustín de Hipona, en su Contra mendacio, para que no se caiga en el error de considerar lo que no es por lo que es. Pero, ¿en qué se diferencian la creencia y la opinión? El que cree, siente a veces que ignora lo que cree, aunque no dude en modo alguno de ello, si es que lo cree firmemente. Mientras que el que opina, piensa saber lo que realmente ignora. Es decir, quien expresa lo que cree u opina interiormente, aunque sea ello un error, no miente.
De lo dicho, ¿qué consecuencias pueden extraerse? Se ha visto que desde las chanzas hasta las figuras retóricas, pasando por el silencio y la diferencia entre la creencia y la opinión, los conceptos de verdad y falsedad se han puesto en juego. No se olvide que para Aurelio Agustín, tenido por muchos como un buscador incansable de la verdad y como él mismo lo afirma en muchos de sus textos, sobre todo en los primeros, la verdad tiene primicia sobre todas las cosas en la medida en que ella y Dios son lo mismo, y todo lo que atente contra ella, atenta contra Dios. Por eso cualquier mentira debe ser rechazada sin más. No obstante, no siempre se miente diciendo algo falso por algo verdadero, sino que se llega a mentir diciendo la verdad. De nuevo, se hace manifiesto que la mentira implica cierta intención, y dicha intención es la de engañar. Sin embargo, como se decía con el texto De la utilidad de creer y con lo último que se decía sobre la creencia, cabe pensar en un engaño no consciente, encubierto de piedad, un auto-engaño, si se quiere; por lo que será menester agregar que el mentir, en tanto que acto, además de implicar la intención de engañar, implica la intención de dañar; ambas encubriendo la verdad o lo que sea que no se quiera decir. De esto puede entresacarse que el engaño y el perjuicio se ven precedidos, en cierta forma, por la envidia, ya que primero debe desearse lo de alguien más, luego envidiarlo y por último desear engañarlo y perjudicarlo para conseguir la satisfacción del primer deseo. Dicho lo anterior, lo que sigue es presentar la definición de mentira que hace san Agustín y la clasificación que propone.
“Dirá mentira quien, teniendo una cosa en la mente, expresa otra distinta con palabras u otro signo cualquiera”,[11] dice en su De mendacio. Con ello se expresa que el mentiroso tiene corazón doble, y doble pensamiento; uno que sabe es verdad, pero calla, y otro que dice, pero es falso. “Mentir no es ocultar la verdad callando, sino expresar al hablar lo que sabemos que es falso”,[12] Sin embargo, como ya lo anunciaba, no todo el que dice verdad es fiel o veraz y todo el que dice algo falso es mentiroso; más bien hay que juzgar al fiel y al mentiroso por la intención de su mente, y no por la verdad o falsedad de las cosas. Esto se debe a que muchas veces se puede decir la verdad a sabiendas que no se creerá, de tal forma que no se le tomará como tal. Es así como se llega a lo ya repetido tantas veces y aplazado otras tantas: “el pecado del mentiroso está en el apetito e intuición (intención) de engañar”.[13] De lo anterior se desprende la definición de mentira que aporta el padre de la Iglesia: la mentira es la manifestación intencional contraria a lo que se piensa, encubriendo la verdad, desplazándola, ya sea con algo falso o con la misma verdad, con el propósito de engañar y/o de dañar.
Llegados a esta definición se puede continuar con la clasificación que de la mentira hace el Aurelio Agustín:
“La mentira capital y la primera que hay que evitar decididamente es la mentira en la doctrina religiosa. […]La segunda es la que daña injustamente a alguien, es decir, que perjudica a alguno, y no aprovecha a nadie. La tercera es la que favorece a alguno, pero perjudica a otro, aunque no sea en torpeza alguna corporal. La cuarta es la cometida por el puro apetito de mentir y engañar, que es la pura mentira a secas. La quinta es la que se comete por querer agradar en la conversación. La sexta es la que aprovecha a alguno, sin perjudicar a nadie. […]La séptima es la que, sin perjudicar a nadie, favorece a alguno, exceptuando el caso de que pregunte el juez. […] La octava es la que, sin perjudicar a nadie, aprovecha a alguien para evitar ser mancillado en el cuerpo”.[14]
Para el propósito de este trabajo se pondrá énfasis en las especies de la mentira, dos, tres y cuatro, porque enfatizan la intensión de engañar que se incluye en la definición aportada por san Agustín. Las tres especies de mentiras, pues, tienen en común el perjuicio o daño dirigido (no puede pensarse que la mentira a secas no daña a nadie), en algunos casos perjudicando sin beneficio ni siquiera del mentiroso, en otro beneficiando a uno y perjudicando a otro. Toda mentira o falso testimonio que atente contra cualquier otro es un chisme o murmuración, cuyo objetivo, si bien es el daño, cabe precisar que ese daño es con base en la deshonra y el descrédito; por lo que podría decirse que todo chisme es una infamia. El daño que busca el chisme es el de desacreditar frente a un grupo de personas a otra a la cual no se soporta o a la que se le tiene envidia. Si bien el chisme parece implicar algo falso que oculta algo verdadero, también significa aquello verdadero que desacredita a quien es objeto del chisme. Se está haciendo uso de la verdad de manera tergiversada para cambiar los ánimos de quien escucha y así perjudicar a quien se quiere.
Pensado lo anterior desde la teoría de René Girard sobre la envidia, el deseo, el mimetismo y el linchamiento primigenio, puede suponerse que lo que desemboca el linchamiento o la violencia de todos contra uno, es el chisme de uno cualquiera contra uno cualquiera. El ejemplo que utiliza el mismo Girard para ilustrar su tesis, sirve para ilustrar lo recién expuesto. El terrible milagro de Apolonio de Tiana consistió en concentrar la furia del pueblo contra un mendigo que se encontraba en el templo dedicado a Hércules. Es decir, Apolonio “les fue con el chisme”.[15]
Balance
Este fenómeno moral de la lengua que es la mentira, que en el orden de la exposición ha hecho escalas tácitas en la epistemología, la estética, la moral y la antropología, es tan natural que puede decirse que es consecuencia de que el ser humano tenga o sea lenguaje. Santiago, en su epístola, habla de los pecados de la lengua, instrumento tan pequeño, sí, pero capaz de arrasar, como el fuego, con bosques enteros. Con la boca se bendice y se maldice. He aquí el asunto. De una misma fuente brota agua dulce y agua amarga; la vid da higos y la higuera aceitunas. O dicho en los términos de este trabajo, con la misma lengua puede decirse verdad y mentira, de tal suerte que, como ya se había adelantado, no hay forma de distinguir al veraz del mentiroso, haciendo que se esté entre la plena confianza o el total escepticismo, cuando no se conoce al que se escucha. Cuando se le conoce, por más que la lengua exprese cualquier cosa, uno en el fuero interno sabe que el otro en el suyo está pensando diferente a lo que está diciendo.
En los textos explorados, hay un análisis y una crítica a la mentira que parte y apunta a una propuesta hermenéutica con tintes morales y antropológicos claros. La propuesta podría comparársele con la propuesta de Jesús para el pueblo con respecto a los fariseos o venir de ella. Cristo les dice: “Hagan lo que ellos dicen, mas no lo que ellos hacen”. San Agustín siguiendo esta línea propone ver, poner atención a, los actos de las personas y juzgar a partir de ellos. La incoherencia entre actos y dichos pondrá de relieve grandes enseñanzas. En el tratado Contra la mentira san Agustín se dirige a un sacerdote español para explicarle por qué es reprobable la mentira y por qué no deben imitar a los priscilianistas, secta española, que mienten para ganar adeptos. Es como aquél cuento infantil, “Pedro y el lobo”, en el que un niño engaña jugando a todos los del pueblo con la venida del lobo unas cuantas veces hasta que pierde total credibilidad y para cuando realmente aparece el tan temido animal, ya nadie le cree. Algo por el estilo le explica el hiponense al español. Si los católicos usan la mentira para combatirla, no podrán después defenderse del escepticismo, de la duda de todos aquellos a quienes se mintió. En la vida diaria no se tiene exención de esto. Además, no sólo es el hecho de mentir una vez, sino de mentir otras más para encubrir la primera mentira; y ésta requerirá otra hasta que toda esa construcción se derrumbe o hasta que tal sea su fuerza que perdura, ya sea porque muchos son los que la apoyan sin darse cuenta del engaño o porque el tiempo haya hecho que el error quedara oculto a los ojos de las siguientes generaciones.
Lo anterior parece ser lo que apunta Nietzsche en su texto “Cómo «el mundo verdadero» acabó convirtiéndose en una fábula”, o “Historia de un error”.[16] Con todo y que sabemos que error y mentira no son lo mismo, cabe pensar que ese error, el de la historia, el de la humanidad, no lo fue tanto; es decir, no se cometió por ignorancia, sino que sabiendo bien, se mintió y engañó. Se mintió y engañó sobre ese otro mundo eterno del cual éste es una copia borrosa, una sombra y a partir del cual se condena como moralmente mala la mentira. El recorrido que organiza Nietzsche comienza en Platón, pasa por el cristianismo y Kant, para desembocar en su Zaratustra.
Jacques Derrida, apoyándose en Hannah Arendt pone sobre la mesa una distinción de lo más interesante con respecto al concepto de mentira desarrollado en este trabajo. Derrida separa de un lado el concepto tradicional de mentira, el expuesto, y de otro, el concepto moderno que propone la filósofa alemana. Citando Derrida a Hannah Arendt dice que la diferencia entre la mentira tradicional y la moderna está en la diferencia entre esconder y destruir.[17] San Agustín en su definición de mentira señala que ésta esconde, oculta, la verdad detrás de las cortinas de la falsedad o de la verdad misma y de la intención de engañar, hasta que no se descubra, del que miente. Con la distinción, se quiere poner de manifiesto que si la mentira destruye, destruye no sólo la confianza del que descubre la treta, sino que destruye la verdad, la realidad. Pero si destruye lo hace construyendo, inventando otra cosa. Y de nuevo con el lenguaje. La distinción introducida por Arendt y rescatada por el filósofo argelino evidencia una relación entre el decir y el inventar, en el mal sentido de la palabra. Hay una relación etimológica entre mentir y mentar que puede llevar al exceso de inferir que todo lo dicho o mentado es una mentira, que el acto mismo de hacer uso de la palabra es ya mentir al que la escucha, por tanto hablar es engañar, dañar y, sustituyendo una realidad por otra, destruir. De ahí mi reserva inicial. Pero por este camino no hay salvación, a menos que asumamos el lenguaje en clave metafórica, como el mismo santo africano ya tenía en mente, con lo cual salvaguardaba de la mentira a las figuras retórica.
Después del análisis y la crítica de la mentira que hace san Agustín y que han sido expuestos, se espera, también, que hayan quedado claras la contribución y la vigencia para el diálogo filosófico que el tratamiento de este tema hace el Obispo de Hipona.
Bibliografía
- Borges, Jorge Luis, “Los Kenningar”, Historia de la Eternidad, Alianza, Madrid, 2001.
- Derrida, Jacques, Historia de la mentira. Prolegómenos, Editorial Universitaria de la Facultad de Filosofía y Letras (Universidad de Buenos Aires), Buenos Aires, 2015.
- Girard, René, Veo a Satán caer como el relámpago, Anagrama, Barcelona, 2002.
- Hamman, A. G., La vida cotidiana en África del norte en tiempos de san Agustín. CETA, 1989.
- Nietzsche, Friedrich, “Cómo el «mundo verdadero» acabó convirtiéndose en una fábula”, Crepúsculo de los ídolos, Alianza, Madrid, 2002.
- Platón, “Hipías menor”, Diálogos, Gredos, Madrid, 2008.
- San Agustín, “Contra mendacio”, Obras XII, BAC, Madrid, 1973.
- _______, “De mendacio”, Obras XII, BAC, Madrid, 1973.
- _______, “De la utilidad de creer a Honorato”, Tratados, SEP, México, 1988.
- _______, “De magistro”, Tratados, SEP, México, 1988.
- _______, “Soliloquios”, Obras I, BAC, Madrid, 1994.
- _______, Confesiones, BAC, Madrid, 2001.
Notas
[1] Cfr. Platón, Hipías menor, 375-396.
[2] Cfr. San Agustín, Confesiones, 104-107.
[3] Cfr. Adabert G. Hamman, La vida cotidiana en África del norte en tiempos de san Agustín, pp. 20, 78, 97.
[4] San Agustín, Soliloquios, 393-394.
[5] San Agustín, De magistro, 186-188.
[6] San Agustín, De la utilidad de creer a Honorato, 194.
[7] San Agustín, De mendacio, 471.
[8] Cfr. San Agustín, De mendacio, 500-501.
[9] San Agustín, Contra mendacio, 580. Como nota: téngase en cuenta el ensayo de Borges titulado “Los Kenningar” en el que el argentino da noticia de todas las metáforas usadas en la poesía escandinava, metáforas fijas, trasmitidas de generación en generación, pero con un referente siempre real. Asimismo, en el ensayo sobre “la metáfora”, se expresa repetidamente por el literato sudamericano que sólo hay unas cuantas metáforas a los largo de la humanidad; las otras, las nuevas, no vale la pena considerarlas. Esas metáforas significan cosas verdaderas. También plantea Borges dos orígenes de la metáfora: el primero, que refiere a Aristóteles, dice que las metáforas aparecen por una intuición de analogía entre cosas; el segundo, implica una mera combinación de palabras como lo plantea Snorri y parece confirmarlo el I King. Cfr. Borges, Historia de la eternidad.
[10] San Agustín, Contra mendacio, 588-589.
[11] San Agustín, De mendacio, 472.
[12] San Agustín, Contra mendacio, 578.
[13] San Agustín, De mendacio, 473.
[14] Ibid., 510-511.
[15] Cfr. René Girard, Veo a Satán caer como el ralámpago, pp. 73-88.
[16] Cfr. Friedrich Nietzsche, “Cómo el «mundo verdadero» acabó convirtiéndose en una fábula”, pp. 57-58.
[17] Cfr. Jacques Derrida, Historia de la mentira. Prolegómenos.