Resumen
Este texto realiza una breve interpretación sobre el emblema alquímico “Blanquead a Latona y romped los libros” de Michael Maier en La fuga de Atalanta. Como todo emblema, parte de una experiencia única e introspectiva pero que, con el ejemplo de este comentario, quiere mostrar las posibilidades infinitas de interpretación que se exploran en el enfrentamiento simbólico de la alquimia. Para evidenciar esto, se utilizan la albedo, rubedo y nigredo, términos que describen el proceso alquímico.
Palabras clave: alquimia, emblema, experiencia, mitología, Michael Maier, La fuga de Atalanta.
Abstract
This text is a brief interpretation of the Alchemic Emblem “Blanquead a Latona y romped los libros” by Michael Maier in Atalanta fugiens. As in every Emblem, it emanates from a unique and thoughtful experience but that, with this comment, wants to display the infinite possibilities of interpretation explored in the symbolic confrontation of Alchemy and, to highlight this, albedo, rubedo and nigredo are used to depict the Alchemic process.
Keywords: alchemy, emblem, experience, mitology, Michael Maier, Atalanta fugiens.
El lenguaje de la alquimia se expresa a través de símbolos, sentencias y significados ocultos que deben ser experimentados e interpretados desde la profundidad del alma y, de la misma forma, desde el mundo sensible. Ya que sólo desde la armonía entre estos dos medios podrán revelarse los mensajes ocultos de la naturaleza y atisbar aquello que nos sobrepasa.
Resulta complicado imaginar el instante en el que el macrocosmos se unifica con el microcosmos humano para revelar el sentido del todo o, por lo menos, el sentido de nuestra existencia. Creemos que no podemos siquiera imaginar la compleja totalidad del universo y, por ende, mucho menos conocerlo y comprenderlo. Sin embargo, sí podemos emprender el camino que nos llevara al conocimiento de una pequeña parte de la totalidad. La alquimia fue la doctrina que propuso un camino o, mejor dicho, sugirió la idea de que es posible emprender un camino que permita por medio de la naturaleza, conocer las propiedades divinas y las manifestaciones celestiales, puesto que los dioses se proyectan en las cosas de este mundo.
A pesar de que este camino sea intrincado, largo, complejo y debilitante, es el medio para conocer y comprender una pequeña parte del macrocosmos, asimismo en tal camino conocemos nuestra alma. Ya que, por medio de este acto introspectivo de conocimiento de uno mismo, será posible conocer esa parte de nosotros que es divina e inmortal que, al recordar su origen, nos da los medios necesarios para atisbar aquello inteligible que suponemos como origen: la divinidad.
Retomando esta acción necesaria de introspección, nuestra alma se proyecta forzosamente en los símbolos que la alquimia pone ante los sentidos, por tal razón, ha llamado mi atención el emblema XI de La fuga de Atalanta de Michael Maier,[1] cuando dice “blanquead a Latona y romped los libros”, resalta en un primer momento la palabra blanquead, surgiendo de esta forma la pregunta ¿por qué blanquear a Latona? Y, en todo caso ¿quién es Latona?
En la mitología romana, Latona es hija del titán Ceos. Y “[…] distinguida por los favores de Júpiter”,[2] queda embarazada. Juno, esposa del dios, al enterarse de la infidelidad de su esposo descarga su furia contra Latona condenándola a ser perseguida sin tregua por la serpiente Pitón. Mientras Latona huye de Juno y, debido a su condición, Neptuno se apiada de ella con un golpe de su tridente hizo surgir la isla Delos, en donde dio a luz a los hijos de Júpiter. Primero nació Diana (porque la Luna y la blancura aparecen en primer lugar, según los alquimistas), ésta ayudó a su madre en el parto para que naciera Apolo, su gemelo.
Cuando Maier dice “[…] hay que buscar e identificar a Latona; aunque proceda de un lugar despreciable, debe ser elevada a un lugar más digno”,[3] es quizá por su intrincada historia que le han quedado manchas negras en la cara, pues lo que hizo Juno fue señalarla de manera tal que nadie en la Tierra le diera asilo. Latona procede de un lugar despreciable, en tanto que se la persigue y se la señala por mandato divino, por lo tanto, es necesario emprender la obra de blanqueamiento. Pero ¿por qué purificar a Latona? Latona es un símbolo importante en la alquimia al ser madre de la Luna y el Sol, hijos de Júpiter y descendientes de Saturno.
Este emblema me hizo relacionar a Latona con la botella en la que es encerrado Mercurius, es decir, funge como artificio pues, aunque ella misma sea materia impura, sólo en ella se encuentran las condiciones de posibilidad del blanqueamiento de la conciencia. Sin embargo, ella no es en sí misma parte del proceso interno del alquimista que busca la permutación del alma, sino que es un algo externo (que alguien puso en la raíz del árbol),[4] en el que se vierten los opuestos: lo consciente y lo inconsciente para que convulsionen y surja un tercero que será una nueva conciencia.
El proceso de blanqueamiento podemos comprenderlo a partir de los tres procesos más conocidos en la alquimia: albedo, rubedo y nigredo. El proceso de purificación comienza siempre con la materia caótica (prima materia), es decir, la nigredo. La nigredo se relaciona con la inconsciencia, es el estado más puro de la animalidad, de los instintos desenfrenados, lo informe, aquello que aún no es, pero podría llegar a ser: lo desconocido. Podemos traer esta materia oscura a la actualidad como los problemas que nos atraviesan y que desconocemos pero que operan dentro de nosotros psicológicamente y que llegan a un punto en el que se manifiestan anímicamente.
Después de esta prima materia, lo que prosigue es la albedo; ésta podemos entenderla como un momento de reconocimiento, se ha reconocido cierto malestar psicológico e intuimos en dónde se encuentra el problema o qué es lo que está operando dentro de nosotros que nos hace daño. Este reconocimiento implica que estamos abstrayendo el problema de una totalidad que en principio parecía caótica y desconocida. La albedo es la luz que de pronto nace de la oscuridad, es la introspección, lo inconsciente, es decir una consciencia que de pronto se reconoce a sí misma, pero que sigue en proceso de purificación, apenas comienza a percibirse a sí misma pero también comienza a percibir lo otro: el mundo. La albedo se simboliza con la figura mitológica de Diana, es decir, la Luna.
Por último, nos adentramos en la rubedo, se le asocia con el sí-mismo y se opone totalmente al ego del “yo”, ya que en este punto del proceso alquímico se han integrado los opuestos anteriores: lo negro y lo blanco, la oscuridad y las tinieblas, estos opuestos que operaban dentro del alma alcanza la armonía en este punto. De esta manera emerge un ego piadoso que pone atención a todas las necesidades del alma, ya que logra la conjunción entre el yo (microcosmos) y el universo (macrocosmos, divinidad). La rubedo se simboliza con la figura mitológica de Apolo, es decir el Sol.
Retomando lo mencionado anteriormente, blanquear a Latona significa que la obra del alquimista comienza con la purificación del artificio y prosigue con el blanqueamiento de la conciencia para alcanza la transmutación del alma. Es decir, que este emblema sugiere que debe purificarse cada uno de los elementos involucrados en la obra. Por tal razón, Latona al ser el artificio, esa botella puesta en las raíces del árbol tiene que ser purificada de igual manera porque contiene dentro de sí a los contrarios: la obscuridad que hace posible la luz, Diana y Apolo, lo inconsciente y lo consiente. Sólo emprendiendo el proceso de purificación, se puede lograr la unificación de los contrarios, a partir de la cual, será posible una nueva conciencia.
En este punto quisiera esclarecer lo que mencionaba acerca de que Latona no es parte del proceso interno del alquimista, sino que es un artificio. Lo que aquí ocurre es algo muy curioso, pues la nigredo se asocia con el dios Saturno, dios de la oscuridad profunda, se dice de él que es la prima materia, pero no lo encontramos explícitamente en el emblema que aquí exponemos. En su lugar, encontramos a Latona. Pero Latona sólo es el contenedor en el cual se vierten los opuestos; no tenemos la prima materia, pero tenemos los otros dos momentos de la transmutación: Diana y Apolo, albedo y rubedo. Una explicación a esto podría ser que Latona, por su condición de fugitiva, de desterrada, tiene características similares a las de Saturno, exiliado en el Tártaro, y por ello se le asemeja.
No obstante, pareciera que Latona como artificio, no se limita a esta acepción. Por esta razón, me permitiré un poco de reflexión: cuando nos enfrentamos a un emblema, no se nos dan todos los elementos, pues no se trata de un manual explícito que nos explique paso por paso cómo realizar el proceso de transmutación del alma. Los sabios alquimistas pensaban que el conocimiento verdadero no lo podía alcanzar cualquiera, pues es un camino largo que requiere paciencia y una infinita introspección, sabían que estos símbolos debían servir como un detonador para que los seres humanos comenzarán a indagar sobre los secretos ocultos del mundo, de la naturaleza y, por lo tanto, de los dioses.
Por tal razón, cuando nos enfrentamos a estas imágenes no las vemos aisladas, sino que nos relacionamos con ellas a través de nuestras propias imágenes, quizá nosotros ponemos imágenes que se conciliarán con esas otras y sólo así es posible comenzar un proceso de reconocimiento que nos enfrentará con esto que habita dentro de nosotros, desde el microcosmos que, al verse reflejado fuera de sí, escudriña en ese otro que aparece externo: ese mundo con alma, ese macrocosmos que, después de tanto indagar en él, no nos aparece como irreconciliable.
Es pues, de esta manera, que aquella prima materia faltante en el emblema es la prima materia que tenemos que encontrar, aislar, extraer, desde el abismo en el que se esconde en nuestro ser individual, que se esconde en ese “yo” que desconoce lo que opera dentro de sí, pero que algunas veces se manifiesta como miedo, o como enfermedad, o como debilidad. Esos pequeños síntomas que se manifiestan corporal o psicológicamente son los que permiten indagar sobre esa materia oscura que tenemos dentro, sin olvidar que mis síntomas no tienen que ser precisamente los síntomas de otro ser humano.
Es por ello que la última parte del emblema que dice “romped los libros”, sugiere que el camino de purificación de la conciencia es individual y que cada ser humano, para conocerse a sí mismo y dominarse, debe crear su propio camino y no seguir el de los demás: “[…] la mayor parte de los libros están escritos, en efecto, de forma tan obscura que sólo sus propios autores los comprenden”.[5] La verdadera purificación consiste en luchar con la ambivalencia, aprender a dominarla para producir un estado de control que dé pie a una conciencia nueva: consciencia que volverá a caer en las tinieblas (Nigredo = Saturno) para alzar el vuelo y comenzar nuevamente el trabajo alquímico. Permutar y aceptar la existencia del otro (Albedo = Diana) para finalmente transformarse en la nueva conciencia (Rubedo = Apolo), aunque esto nos lleve nuevamente en el origen, a Saturno, la melancolía en la que nace el furor de emprender nuevamente el vuelo. Este es el principio y el final de la obra alquímica.
Por último, quisiera agregar que este proceso de caída y ascenso acontece porque no somos seres determinados de una sola forma, sino que siempre estamos cambiando, estamos deviniendo diferencia, y por tal devenir diferente nos adentramos a nuevos abismos, los cuales serán necesario sortear para conocer lo que somos y la multiplicidad de la que somos parte.
Bibliografía
- Genest, Emilio, Figuras y leyendas mitológicas, Editorial Juventud, Barcelona, 1961.
- Maier, Michael, La fuga de Atalanta, introducción de Joscelyin Godwin, traducción de María Tabuyo y Agustín López, Ediciones Atalanta, Girona, 2007.
Notas
[1] Michael Maier, La fuga de Atalanta, ed. cit., p. 125.
[2] Emilio Genest, Figuras y leyendas mitológicas, ed. cit., p. 95.
[3] Michael Maier, Op. cit., p. 127.
[4] Aquí hago alusión a una de las imágenes recurrentes de la alquimia en donde el alquimista se encuentra una botella debajo de un árbol, botella en la que se encuentra encerrado Mercurius.
[5] Michael Maier, Op. cit., p. 127.