TOMADA DE BÍO BÍO CHILE
Resumen
En el presente artículo veremos, desde la perspectiva de Paul B. Preciado, el tránsito que recorren los cuerpos en esta fase del capitalismo que el filósofo transfeminista denominó farmacopornográfico o era tóxico-porno. En este sentido el rol de los dispositivos de intensificación del deseo y del placer ocupan un rol preponderante a la hora de establecer nuevos roles y relaciones basadas en las reterritorialización de los órganos y las subjetividades. Tomaremos como excusa la reciente aparición del libro “Un apartamento en Urano” para repensar algunos de los conceptos fundamentales de la de Burgos y poner en tensión las categorías añejas, violentas y segregatorias que pugnan por salir nuevamente envalentonadas, en todas las latitudes.
Palabras clave: Paul B. Preciado, Donna Haraway, teoria queer, cyborgs, dispositivos dildo, capitalismo fármaco-pornográfico.
Abstract
In this article, we will see, from the perspective of Paul B. Preciado, the transit that the bodies travel in this phase of capitalism that the transfeminist philosopher called pharmacopornographic or was toxic-porn. In this sense, the role of the desire and pleasure intensification devices occupy a preponderant role in establishing new roles and relationships based on the reterritorialization of organs and subjectivities. We will take as an excuse the recent appearance of the book “An apartment in Uranus” to rethink some of the fundamental concepts of that of Burgos and to stress the old, violent and segregating categories that struggle to emerge again emboldened, in all latitudes.
Keywords: Paul B. Preciado, Donna Haraway, queer theory, cyborgs, dildo devices, drug-pornographic capitalism
No se puede hacer política sin entusiasmo
Cuando Paul B. Preciado escribió/compiló “Un apartamento en Urano” a principios de 2019, lo pensó como una sucesión infinita de sus propios artículos, intervenciones, opúsculos y confrontaciones. Activismos, profundos desencuentros, prácticas sexuales, exhibicionismo, rumores. Piedrazos, vidrios rotos y corridas.
Estos artículos, en su mayoría son columnas de 5000 caracteres publicadas en el periódico francés Liberation, fundado a principios de los años setentas del siglo XX por el filósofo Jean Paul Sartre bajo el evidente influjo de mayo del 68.
Preciado es un intelectual faro, su obra es su personaje y su persona un permanente devenir en esto y aquello, una historia de transición y transiciones gobernadas por Apolo y Dionisio: Orden arquitectónico y Excesos orgiásticos, que se evidencian en prolíferas intervenciones en el mundo, intervenciones éticas y estéticas, porque son transformadoras, que precisan de una rigurosa lectura. Virginie Despentes (quien mejor que ella, que vive y se reconoce en todas aquellas palabras, según su propia confesión) prologa su último texto, que nos servirá de guía y disparador para el presente trabajo sin perjuicio de echar mano, necesariamente, a otras tantas reveladoras y rebeladoras publicaciones de la de Burgos que desafían la lógica de lo instituido con la fuerza de los vientos.
No nos gusta, “[…] volviste a recibir amenazas de muerte, fuiste a la comisaría. Recuerdo cómo le explicaste a la policía lo que eran las micropolíticas queer. Eso es lo que tú sabes hacer: contarles a los demás historias que eran incapaces de imaginarse y convencerlos de que es razonable querer que lo inimaginable suceda”,[1] dice la autora de la “Teoría King Kong”, en el prólogo del apartamento, quien también escribe: “[…] eres la persona con la que he pasado más tiempo en mi vida y ese afecto, extraño y familiar al mismo tiempo, sigue siendo un enigma para mí, como un sentimiento a medio camino entre el placer y el dolor, o más bien ambos a la vez”.[2]
Preciado y su narrativa estético-política son una hoja de ruta ineludible para dinamitar estereotipos, aprender nuevas lenguas y nuevos modos de habitar el espacio. Una literatura de la resistencia contra compartimentos estancos, “[…] necesitamos inventar nuevas metodologías de producción del conocimiento y una nueva imaginación política capaz de confrontar la lógica de la guerra, la razón heterocolonial y la hegemonía del mercado como lugar de producción del valor y de la verdad”,[3] queremos una ciudadanía total definida por la posibilidad de compartir técnicas, códigos, fluidos, agua, saberes… afirma.
En el ensayo que proponemos a continuación buscaremos recorrer uno de los múltiples caminos posibles sabiendo que al final no saldremos ilesos. Pero no sin antes romper algunos vidrios, provocar algunas corridas y hacer temblar las estructuras, todas las estructuras. Preciado nos obliga a disputar los sentidos, a crear nuevos centros, estrategias, coartadas, a sospechar porque, si
[…] ellos dicen representación. Nosotros decimos experimentación. Dicen identidad. Decimos multitud. Dicen lengua nacional. Decimos traducción multicódigo. Dicen domesticar la periferia. Decimos mestizar el centro. Dicen deuda. Decimos cooperación sexual e interdependencia somática. Dicen desahucio. Decimos habitemos lo común. Dicen capital humano. Decimos alianza multiespecies. Dicen diagnóstico clínico. Decimos capacitación colectiva. Dicen disforia, trastorno, síndrome, incongruencia, deficiencia, minusvalía. Decimos disidencia corporal.
Paul B., no es una identidad fija: renunció a toda filiación, a toda dirección y por eso el apartamento es en Urano, fuera de la Tierra y con la adaptabilidad camaleónica para ir de una lengua a otra, de un libro a otro, de una ciudad a otra, de un género a otro: las transiciones son su hogar.
Aclaraciones terminológicas. Rupturas
Placer, poder, circulación de saberes, nuevas metodologías de producción de conocimiento y la disputa por nuevas posiciones de enunciación coexisten en tensa calma (a veces no). Luchan, resisten, se repliegan y vuelven a la batalla contra la embestida de los valores y tradiciones heteronormados, añejos y violentos. En cada foco del planeta crece la resistencia de una y otra cosmovisión (si se nos permite el uso casi irresponsable del término) por un lado queremos sexualizar los espacios, liberar las fronteras, derribar los protocolos, hacer estallar las categorías, irrumpir en la escena, salir de los armarios, politizar el culo. Mientras que, por otro lado y al mismo tiempo, se van construyendo muros, hordas de inmigrantes ilegales desbordan las fronteras de Europa, de América Central rumbo al Norte, en Medio Oriente y en el Cono Sur, de ese lado se proponen anular las conquistas, volver a la clínica decimonónica y a sus categorías segregatorias, a la moral victoriana, al Higienismo. Estamos ante una lucha de sentidos y en ella nos jugamos el futuro: yo no soy un hombre, soy un campo de batalla, parafraseando al loco de Turín.
Nos apoyaremos en la teoría queer y buscaremos uno de los caminos posibles para comprender parte del tablero en el que somos actores y en él, poder establecer con lucidez los replanteos teóricos del cuerpo, de la sexualidad, del deseo, el poder, los vínculos y las experiencias políticas. Hablar de lo queer es hablar de un cuerpo en tránsito, experimental, poderoso y desmembrado, único y diluible a la vez, más allá de los laberintos de la individuación liberal pero solo posible luego de un fuerte proceso re-identitario.
Queer es un artefacto transformado hoy en un “chic cultural” dijo nuestra intelectual de referencia en un opúsculo publicado en 2012, por lo que quizá convenga recordar que detrás de cada palabra hay una historia como detrás de cada historia hay una batalla por fijarlas a determinadas acepciones. De esta manera vemos que hablar de queer (quier o cuier y tantos otros derivados propios de las geografías) requiere algunas aclaraciones semánticas. El término fue apropiado por una parte de los movimientos sexuales disidentes de los años ochentas del siglo pasado, el adjetivo que apuntó a la convergencia de todas las combinaciones de género imaginables y articulables respecto de la heterosexualidad blanca de clase media. En este sentido, queer es más que la sumatoria de gays y lesbianas pues incluye a éstos y a muchas otras figuras identitarias sexuales y genéricas construidas y deconstruidas: bi, trans, intersex, etc., como señala Preciado en su Manifiesto Contrasexual (2002), el movimiento queer no es la invención de una nueva sexualidad sino la renuncia, recusación o ruptura a una sexualidad institucionalizada, [hetero] normada. Entonces dejó de ser un adjetivo (des)calificativo para ser una identidad disruptiva. Esta teoría emerge en sintonía con el feminismo radical, lésbico, negro, anticolonialista:
En el marco del contrato contra-sexual, los cuerpos se reconocen a sí mismos no como hombres o mujeres, sino como cuerpos parlantes, y reconocen a los otros como cuerpos parlantes. Se reconocen a sí mismos la posibilidad de acceder a todas las prácticas significantes, así como a todas las posiciones de enunciación en tanto sujetos, que la historia ha determinado como masculinas, femeninas o perversas. Por consiguiente, renuncian no solo a una identidad sexual cerrada y determinada naturalmente sino también a los beneficios que podrían obtener de una naturalización de los efectos sociales, económicos y jurídicos de sus prácticas significantes.[4]
Pornotopia. Todos somos cyborgs
La sexualidad es como las lenguas dijo el filósofo en una entrevista periodística, no hay dos sexos sino una multiplicidad de configuraciones genéticas, hormonales, cromosómicas, genitales, sexuales y sensuales. No hay verdad de género, de lo masculino y de lo femenino fuera de un conjunto de ficciones culturales-normativas. El autor, desde su feminismo trans, propone una revisión de las prácticas corporales ahora liberadas de las normalizaciones binarias.
La hoja de ruta que se traza en el testo yonqui allá por el 2008, comienza en la sala de un departamento, narrando la sentida aparición sin vida del cuerpo de un amigo, una analogía perfecta con la experimentación que está por atravesar ella: “[…] te han dejado a solas con tu cuerpo, el tiempo suficiente para abandonar toda esta miseria en calma”, luego Beatriz a las 20:35 horas del 6 de octubre de 2006, enciende todas las luces, posiciona la cámara en el trípode, inspecciona el marco (la imagen es lisa y el cuadro simétrico. El sofá de cuero negro dibuja una línea horizontal).
Presiona play. Entra en el cuadro, se desnuda casi por completo como para una operación quirúrgica (solo se deja una camiseta de tirantes negra), rapa su caballera en un claro gesto de renuncia a su identidad biopoliticamente asignada mujer, improvisa un bigote y mediante una elocuente, impactante y excitante video-penetración que incluye practicas masturbatorias vaginales y anales con dildos negros y realistas de distintos tamaños (25*6, 26*6 y 14*2), (auto)administración de fármacos (una dosis de 50 miligramos de testosterona en gel) y confesiones existenciales a modo de réquiem, se remonta desde la intimidad de su sala en un pequeño departamento hacia lo que llama la historia de la tecno-sexualidad. Como un signo de nuestra era, sube los videos a una página web de cuerpos en tránsito, cuerpos transgéneros que comparten anónimamente experiencias, técnicas y saberes de manera semiclandestina.
Durante la travesía, explica con detalle minucioso el proceso de naturalización de las ficciones y normas sexo-genéricas, influenciadas y determinadas por poderes fácticos tales como: las instituciones religiosas, el Estado y sus corporaciones médicas, legislativas, psiquiátricas, carcelarias, farmacológicas y laborales entrelazadas a través de los causes formales al mismo tiempo que con discursos y prácticas coercitivas, desde donde emerge la categoría crítica de capitalismo-fármaco-pornográfico en el que la máquina no es una cosa que deba ser animada, trabajada y dominada sino que la máquina, como dice Donna Haraway, somos nosotros y nuestros procesos. En la actualidad el cuerpo individual funciona como una extensión de las tecnologías globales de comunicación, el cuerpo del siglo XXI es una plataforma tecnoviva, el resultado de una implosión irreversible de sujeto y objeto, de natural y artificial. Las imágenes, los programas informáticos, los virus, los usuarios, los fármacos y los animales de laboratorio en los que son probados, los embriones congelados, las células madre, no presentan en la economía global actual un estatus en tanto vivos o muertos según definiciones canónicas sino más bien con relación a la capacidad de ser integrados o no a la tecnovida donde emerge el cyborg: ni organismo ni maquinaria: tecnocuerpo que confunde las fronteras de la imaginación y de lo material.
El cyborg es una criatura en un mundo post genérico. No tiene relaciones con la bisexualidad, ni con la simbiosis preedípica, ni con el trabajo no alienado u otras seducciones propias de la totalidad orgánica, mediante una apropiación final de todos los poderes de las partes en favor de una unidad mayor […] se sitúa decididamente del lado de la parcialidad, de la ironía, de la intimidad y de la perversidad. Es opositivo, utópico y en ninguna manera inocente.[5]
En los años que siguieron al fordismo, durante la crisis energética en Europa y con ellos la caída en las cadenas de montaje, se buscaron nuevos sectores para dar curso a la economía global. Se hablará de las industrias bioquímicas, electrónicas, informáticas o de la comunicación como los nuevos soportes del capitalismo. A partir de este período la gestión política y técnica del cuerpo, del sexo y de la sexualidad cobrarán un papel preponderante, lo que nos lleva a pensar que es filosóficamente pertinente realizar un análisis sexopolítico de la economía mundial. Desde ésta perspectiva, durante la segunda posguerra se gesta un nuevo tipo de capitalismo y régimen gubernamental pero ¿cómo el sexo y la sexualidad llegaron a convertirse en el centro de la actividad política y económica?
Durante el período de la Guerra Fría, Estados Unidos invierte más dólares en investigación científica sobre el sexo y la sexualidad que ningún otro país a lo largo de la historia. La mutación del capitalismo a la que vamos a asistir se caracteriza no solo por la transformación del sexo en objeto de gestión política de la vida sino porque esta gestión se llevará a cabo a través de nuevas dinámicas de tecnocapitalismo avanzado.[6]
En esta nueva era, el sexo y la sexualidad se convirtieron en el centro de la actividad política y económica que condujo a la sustitución de la noción de biopolítica por la noción de sexopolítica, asociada a estrategias y dispositivos de disciplinamiento de las identidades y de las prácticas sexuales. El sexo es una tecnología de dominación heterosocial y, además, afirma Preciado, que el capitalismo fármaco-pornográfico se ha seguido utilizando para gestionar el cuerpo social, representaciones en las que domina la diferencia, la heterosexualidad como orientación fundamental, la equivalencia y equidistancia entre [masculinidad y erección] y entre [femenino y penetrado] ya que la proletarización global del sexo priva de reflexión, multiplica las formas de opresión y sumisión. La división sexual no desaparece, sino que se transforma e intercambia. Así la división sexual del trabajo no depende de una cualidad natural o biológica sino de la especialización técnica y de la posición de enunciación que cada cuerpo ocupa, es decir que hablamos de una división sexual del trabajo como una programación político-somática.
Los cyborgs son los hijos ilegítimos del militarismo y del capitalismo patriarcal, por no mencionar el socialismo de estado, afirma Haraway; en la década de 1950 con la producción de las primeras hormonas sintéticas, cuando el capitalismo intuye las ventajas de trabajar con un cuerpo sexualmente plástico que puede transformarse intencionalmente en femenino, masculino, ser reactivo a cualquier estimulo de índole sexual poseedor al mismo tiempo de fuerza orgásmica, de medios de producción de placer y posible comprador de fuerza orgásmica exterior, entonces, la heterosexualidad pasó a ser un programa político-sexual que no deja de perder valor al verse desplazado por las representaciones LGBTTTIQ++ y es ahí donde la disidencia puede encontrar grietas y empoderar su posición, no solo como representación de otros modos de existencia posibles sino también como vanguardia y acción de denuncia contra las estructuras institucionales: normalizadoras por definición y usualmente violentas y segregatorias.
Tecnosexualidad y arquitectura disciplinaria
El apartado hace referencia a un homónimo que aparece en Testo Yonqui (2008) vectores que Preciado retoma en su Pornotopía (2010), partiendo desde la idea foucaultiana que las sociedades europeas de finales del siglo XVIII pasaron de ser una “sociedad soberana” a una “sociedad disciplinaria”, una idea fundada en el desplazamiento hacia un poder que calcula técnicamente la vida en términos de población, una tecnología política con arquitectura disciplinaria (prisión, cuartel, escuela, fabrica, hospital, entendidas como estructuras análogas y a las que podemos hoy sumar las redes sociales). Textos científicos, tablas estadísticas, recomendaciones de uso, manuales de instrucción, calendarización de la reproducción bajo la fachada de planificación familiar, esterilización programada, categorización de las conductas, psiquiatrización de los placeres y una larga lista de etcéteras. “El sexo entra a formar parte de los cálculos del poder, de modo que el discurso sobre la masculinidad y la feminidad y las técnicas de normalización de las identidades sexuales se transforman en agentes de control”,[7] en 1868 se codifican las identidades sexuales en normales y perversas donde estas últimas se vuelven objeto de persecución jurídica para lo que se sancionan leyes de criminalización. Ser hombre o mujer se resuelve mediante ecuaciones, coeficientes y planillas. Se controla la masturbación y el orgasmo, la vestimenta, el decoro, forjando subjetividades dependientes y obedientes a un panóptico estatal, fabril y de mercado.
En la división sexual del trabajo se clasifica cada órgano según su ubicación y función de producción y reproducción de masculinidad y feminidad mediante observaciones rigurosas de medidas y rendimientos estandarizados, se construyen los estereotipos de género que gobernaran hasta nuestros días. Según Preciado, esta sexualidad decimonónica implica una territorialización precisa de la boca, la vagina, la mano, el pene, el ano (que es el primer órgano privatizado del régimen sexual-industrial), construyendo así en el horizonte de sentido del capitalismo, ya no una sexualidad sino más bien un régimen político como dijimos precedentemente.
Guerra fría, carrera espacial y emplazamiento del dildo
El período que va desde la Primera Guerra Mundial (1914) hasta el final de la Guerra Fría (1969); que a decir del historiador Eric Hobsbawm debe entenderse como un mismo conflicto de tres capítulos, constituye también un momento sin precedentes de visibilidad de la mujer en el espacio público, así como la emergencia de formas de homosexualidad politizada en lugares insospechados como el ejército de los Estados Unidos. El macartismo despliega recursos ilimitados para la lucha contra el comunismo y la homosexualidad, exaltando los valores de la familia tradicional con epicentro en el hombre proveedor y la mujer ama de casa.
En este período van a desarrollarse tablillas de sujeción de miembros mutilados en el campo de batalla, lo que dará origen a los primeros prototipos de dildos y prótesis masturbatorias. Se pone en marcha la utilización clínica de hormonas (progesterona y estrógenos) provenientes del suero de yegua y más tarde aparecerán en el mercado las hormonas sintéticas. A partir de 1946 se comercializará la primera píldora anticonceptiva a base de estrógenos sintéticos. En 1947 la metadona se utilizará como analgésico y tiempo después se convertirá en el sustituto de la heroína en los tratamientos contra las adicciones y pasará a ser una droga en sí misma con su consecuente mercado ilegal.
Durante los primeros años de la década de los cincuentas el lifting facial y otras intervenciones pasarán a formar parte de la cultura de masas, incluso, el artista plástico Andy Warhol hará de su operación facial un happening y en 1953 el soldado norteamericano George W. Jorgensen se transformará en Chiristine y ese mismo año, Hugh Hefner creará el imperio Playboy con la foto de Marylin Monroe en la portada del primer número, de esta manera la década de 1950 fue la antesala de una verdadera revolución cultural y
[…] se inicia así durante los años sesenta una operación mediático-inmobiliaria sin precedentes: Playboy construye un archipiélago de clubes nocturnos y hoteles diseminados a lo largo de los enclaves urbanos de América y Europa, llenando después las páginas de las revistas con reportajes que permiten observar el interior habitado de esos singulares espacios. Este doble proceso de construcción y mediatización alcanza su momento más álgido con la mudanza desde la Mansión de Chicago a Los Ángeles y con la restauración de la Mansión Playboy West en 1971.[8]
La del conejo no es simplemente una revista de contenidos más o menos eróticos, sino que forma parte del imaginario arquitectónico de la segunda mitad del XX.
Playboy es la mansión y sus fiestas, es la gruta tropical y el salón de juegos subterráneos desde el que los invitados pueden observar a las Bunnies bañándose desnudas en la piscina a través de un muro acristalado, es la cama redonda en la que Hefner juguetea con sus conejitas. Playboy es el ático de soltero, es el avión privado, es el club y sus habitaciones secretas, es el jardín transformado en zoológico, es el castillo secreto y el oasis urbano… Playboy iba a convertirse en la primera pornotopía de la era de la comunicación de masas.[9]
Transformar al hombre heterosexual americano en un playboy suponía inventar un topos erótico alternativo a la casa familiar suburbana, “[…] la palabra «playboy» excede la referencia literal a la publicación en papel para indicar una mutación de la cultura americana propiciada por un conjunto de prácticas de consumo visual. Playboy había supuesto no sólo la transformación del porno en cultura popular de masas […]” una revolución ya no óptica, sino política sexual que modificaría no solo la forma de ver, sino también los modos de segmentar y habitar el espacio. Los afectos y formas de producción de placer.
Del otro lado del meridiano que divide las aguas de la posguerra, en 1958, en Rusia se practicaría la primer faloplastía (construcción de un pene a partir de un injerto de piel y músculos del brazo) como parte de un proceso de cambio de sexo de mujer a hombre. Y en los primeros años de la década de los sesenta comienza la comercialización de antidepresores. Vemos como la escalada armamentística y especial tuvo su correlato en el cuerpo individual, concreto y en la construcción de nuevas subjetividades, hasta ahora solo imaginable por la literatura de ficción.
Artefactos y dispositivos de intensificación del placer
La teoría queer propone un cuerpo con tantos órganos como capacidades de reterritorialización parcial pueda promover. Considerando al cuerpo desorganizado y fragmentado como superficie, terreno de desplazamiento y de emplazamiento del dildo, espacio de reproducción de imágenes y placeres. El cuerpo queer es materia propicia para la contrasexualidad, es decir, como soporte del uso y significación desnormativizadas de sus partes sexuadas y generizadas, partes intervenidas por una exuberancia de dispositivos.
La matriz comercial que pone a andar los dispositivos vinculados a la producción de placer como mercancía es la pornografía; imbricada, obviamente, con las nuevas tecnologías de la comunicación, los nuevos hábitos de consumo, los desarrollos de fármacos y la cambiante noción de abyección. La pornografía forma parte de un régimen más amplio (capitalista, global, mediatizado) de producción de subjetividades a través de la gestión técnica de imágenes, sonidos y texturas, que intervienen en la creación de disposiciones de deseo estandarizadas. En la noción de Preciado la industria farmacéutica y la audiovisual del sexo son los pilares sobre los que se apoya el capitalismo contemporáneo, vivimos en una era toxico-porno donde el biocapitalismo farmacopornográfico no produce cosas, sino que produce ideas móviles, órganos vivos, símbolos, deseos, reacciones químicas y estados del alma.
La industria pornográfica es hoy el gran motor impulsor de la economía informática: existen más de un millón y medio de webs accesibles desde cualquier punto del planeta [asumimos una multiplicación exponencial del número de sites considerando que el texto de Preciado fue escrito en 2008]. Si bien es cierto que los dominios de los portales porno siguen estando en su mayoría bajo el dominio de multinacionales (Playboy, Hustler, Hotvideo, Dursel, etc.) el mercado emergente del porno en Internet surge de los portales amateurs […] a la fecha cualquier usuario que posea un cuerpo, un ordenador, una cámara de video o webcam, una conexión a Internet y una cuenta bancaria puede crear su propia página porno y acceder al mercado de la industria del sexo.[10]
Preciado intenta explicar lo que podríamos denominar una biopolítica de la representación pornográfica partiendo de las siguientes preguntas: ¿Cuándo aparece la pornografía como discurso y saber sobre el cuerpo? ¿Cuál es la relación que existe entre porno y producción de subjetividades? ¿Cómo funciona la pornografía dentro de los mecanismos políticos de normalización del cuerpo y de la mirada en la ciudad moderna?
“La industria del sexo no es únicamente el mercado más rentable de Internet, sino que es el modelo de rentabilidad máxima del mercado cibernético en su conjunto, venta directa del producto en tiempo real produciendo la satisfacción del consumidor (…) las verdaderas materias primas del capitalismo actual son la excitación, la erección, la eyaculación, el placer y el sentimiento de autocomplacencia (…) el verdadero motor del capitalismo actual es el control farmacopornográfico de la subjetividad”.
Es decir una lógica masturbatoria de excitación-frustración.[11] Ya en su “Pornotopía”, mediante el análisis de lo que supuso la irrupción de la estética Playboy para la arquitectura, la división sexual del trabajo, la reorganización política del binomio público/privado y la apertura de una nueva versión del sueño americano, queda claro que la pornografía es una forma de producción cultural a la que concierne el debate sobre la construcción de los límites de lo socialmente visible y lo placenteramente experimentable del sexo. Debate que repara en las relaciones con la historia del arte, las estrategias biopolíticas de control del cuerpo y de producción de placer a través de aparatos de intensificación de la mirada. Son éstas las categorías que nos ayudarán a comprender por qué la pornografía se ha convertido, a partir de los años setentas y ochentas del siglo pasado, en un espacio crucial de análisis, crítica y reapropiación para las micropolíticas de género, sexo, raza y clase.
A partir de mediados de la década de los ochentas, los trabajos antipornográficos de Andrea Dworkin y Catherine Mackinnon, en los que el porno es definido como un lenguaje patriarcal, sexista y productor de violencia contra las mujeres, eclipsaron los argumentos del llamado feminismo pro-sexo que veía en la representación disidente de la sexualidad una posibilidad de empoderamiento para las mujeres y las minorías sexuales. De este modo, el lenguaje pornográfico y su perspectiva de circulación se fueron instalando como un afuera cultural que se oponía a la crítica, a contrapelo de las preocupaciones teórico-políticas de los años sesenta y setentas por los escritos libertinos del siglo XVII y XVIII. En muchos espacios sociales, académicos y políticos, la pornografía no estaba considerada aún como un objeto de estudio filosófico: ligada la mayoría de las veces con la prostitución, era tomada por desperdicio cultural con grado cero de representación, un código cerrado, soez y repetitivo cuyo único fin era la masturbación acrítica por lo que, y según este razonamiento, el porno no merecía hermenéutica alguna. Desde sus inicios, la industria del placer ha cosechado defensores y detractores y, por su carácter controversial, el debate ha quedado generalmente limitado a la posibilidad de su existencia o no, sin avanzar más allá, siendo cooptado por discursos morales, religiosos y sus respectivas influencias políticas.
Sin embargo, desde mediados de los años ochenta comienzan a emerger nuevos actores como William Kendrik, Linda Williams, Richard Dyer, Thomas Waugh, que van a extender sus investigaciones sobre las relaciones entre cuerpo, mirada y placer junto a la representación pornográfica. Estos estudios abrirán la puerta a una alternativa, que en el siglo XXI emergerá como “estudios sobre el porno”, realizando profusos análisis críticos, históricos y políticos, los cuales asumirán la tarea de deconstrucción de un permanente exilio hacia el escenario público actual. Siguiendo la línea de aquellos estudios, desde la teoría queer se ha considerado siempre que los dispositivos destinados al placer, que emergen como material, encuadre, accesorio y eje del porno, son objetos de la cultura, en tanto se asumen como modos de producción, distribución y consumo de placer.
Hacia fines del siglo XIX, la fotografía y el cine irrumpieron como aparatos técnicos de intensificación de la mirada. En este nuevo campo semántico por donde se segmentaban, diferenciaban y sancionaban las prácticas y discursos, aparecieron las denominadas “películas para solteros” (stag films) —inicialmente mudas y de corta duración—, que funcionaban como prótesis masturbatorias en las que aparecían cuerpos desnudos, contacto físico y actividad genital en el contexto del burdel o club nocturno. El consumo era masculino y colectivo, el presunto cuerpo del deseo era un gran ausente (“de estar presente sería un estorbo”, reconoció el propio Hugh Hefner) en un ritual cargado de una fuerte significación homoerótica.
Las tecnologías de reproducción audiovisual fueron desplazándose unas a otras, generando distintos nichos de audiencia y consumo. La televisión desplazó a la radio, pero enfocada a un espectador pasivo, silencioso y conservador, y, esencialmente, miembro de una familia americana tipo. La revolución de la TV en la década de 1950 se hizo de espaldas al submundo de la pornografía, que comenzaba a sofisticarse en revistas —desde las pensadas para el “incentivo” de las tropas en la Segunda Guerra Mundial hasta la insigne Playboy— y films.
El cine separó sus aguas entre uno de corte convencional masivo, y otro denominado “X” evidenciando en su sello (como marca de pecado original) la semi-clandestinidad o el afuera cultural. Ahora bien, con la invención de nuevos dispositivos de reproducción, primero las videograbadoras y videocaseteras y, posteriormente, la realidad virtual a la que accedemos vía internet, el desplazamiento del consumo de la industria pornográfica – desde el espacio comunitario al privado– es absolutamente irrevocable, completando un ciclo que se inició en el prostíbulo y los clubes masculinos pasando a las salas de cine, luego a las cabinas individuales, hasta llegar a la intimidad del hogar. Esta radical metamorfosis desarma la críptica representación de guetos de dudosa reputación que tuvieron desde el comienzo las salas y clubes masculinos, privatizando el consumo y produciendo un salto exponencial en sus números de producción, distribución, acceso, venta y gratuidad. Se dejó de pensar en la pornografía como en una pedagogía del sexo para desvalidos, ancianos y solitarios onanistas, pasó a arrastrar a los dandis, a los padres de familia en sus ratos libres, a los púberes hasta llegar finalmente a mujeres, gays, lesbianas, trans que ya no sólo producen porno sino que lo consumen masivamente. La pornografía se ha ido transformando, conforme pasa el tiempo, en una industria de consumo mucho más expandida de lo que parece. También es cierto y debemos disentir con la perspectiva de Preciado que en sociedades profundamente machistas y conservadoras como es, hasta ahora la Argentina, el porno ha reproducido y enfatizado la cultura de la violación y es una dudosísima pedagogía del sexo y sobre los cuerpos sin perjuicio de su estatus de legítimo dispositivo de intensificación del placer.
Como parte de este desarrollo, la producción amateur de videos caseros se ha convertido en un boom, siendo incluso una técnica reiterada de estimulación de parejas, dándoles nuevos soportes al voyeurismo y al exhibicionismo, dando un nuevo giro y pasando ahora de la intimidad a la esfera pública. El sexo amateur capturado con la webcam, así como las aplicaciones pensadas para tener encuentros sexuales casuales, nos presentan un abanico inmenso de dispositivos destinados al agenciamiento del sexo que si bien están atravesados por la mercantilización del placer rebasan a ésta ampliamente posicionándose como motores y facilitadores de búsquedas, encuentros y relaciones en la solitaria liquidez de nuestro tiempo. Dichas tecnologías, junto con las páginas porno, han generado una nueva serie de definiciones y categorías con relación al gusto sobre los cuerpos sin órganos (propios y ajenos) que no tiene nada que envidiarle a la ciencia ficción. Al mismo tiempo, como parte de esta fragmentación especializada, las nuevas filmografías XXX dejan de lado para siempre el tradicional rodaje de la historia semi-guionada muy propia de los años 80 y 90, de trasfondo caricaturesco para pasar a contar escenas, distribuidas y comercializadas, aisladas entre sí.
Desde principios del 2000, el porno se ha diversificado. La lógica del mercado obligó a romper (literalmente) cada film en cuatro o cinco escenas breves —posiblemente teniendo en cuenta el tiempo orgásmico promedio—, que bien pueden reunirse bajo un mismo título o no, pero que siempre responden a “categorías” que refieren a prácticas sexuales explícitas y que pueden encontrarse en casi todos los sites: “anal” “bondage”, “trans”, “lesbian”, “gay”, “gangbang”, “hentai”, “ebony”, “latinas”, “big dick”, “for women”, “old/young”, “public disgrace”, “interracial”, “rough”, “BBW”, “POV”, “blowjob”, “bukkake”, “cosplay”, “feet”, “toys”, “gonzo”, “strapon”, “fuck machine”, “squirting”, “enemas”, entre tantas otras, vamos a destacar la nueva impronta de un porno feminista que viene marcando una senda alternativa y antipatriarcal, como el trabajo de Erika Lust.
Pareciera de crucial importancia para el tipo de consumo de estas categorías la perfecta tipificación de aquella práctica que se está por ver armando grupos de visualización altamente especializados. El siglo XXI también trajo consigo un nuevo modo de contar la sexualidad en versión fashionista. Locaciones minimalistas sirven de telón de fondo con la exultante voluptuosidad de la starlet como su único centro. Observamos el ascenso de mujeres fálicas, tatuadas, irreverentes, que reaccionan ante el modelo icónico de la rubia siliconada de los noventa y toman el control de la escena en la meca californiana. Mujeres como Sasha Grey (hoy devenida en escritora y Dj), Princess Donna, Bobbi Star, Bonnie Rotten o Christy Mack tomaron para sí la herencia de aquella radical Belladonna, chica punk de finales del siglo XX, hoy devenida en una de las directoras y productoras más codiciadas de la industria para adultos.
Además, frente a esta reafirmación del lugar heteronormativo de construcción de la sexualidad surgió el posporno, inventado en los ochenta por el fotógrafo erótico Wink Van Kempen quien expuso un conjunto de fotos de genitales que en vez apuntar a la excitación, invitaban a la parodia y a la crítica. En este sentido, el cine pospornográfico feminista, experimental lésbico, experimental queer, no busca representar la auténtica sexualidad de los cuerpos no-blancos, transexuales, intersex, transgénero, deformes y discapacitados (o simplemente queer) afirma Preciado en una entrevista para el sitio “Parole de queer”, sino que trata de producir contra-ficciones visuales capaces de poner en cuestión los modos dominantes de la norma y la desviación. La cuestión que subyace no es saber si una imagen es una representación verdadera o falsa de una determinada sexualidad, sino saber quién tiene acceso a la sala de montaje, a la representación estetizada de las prácticas y discursos, al conjunto de convenciones visuales y políticas de la mirada. La pregunta gira en torno a cómo desplazar los códigos visuales, que históricamente han servido para designar lo normal y lo abyecto, sin perder el efecto del estímulo erótico amplificado. Es a este ejercicio de crítica y reapropiación de las tecnologías, a lo que llamamos pospornografía. No es una estética sino el conjunto de representaciones experimentales que surgen de los movimientos de empoderamiento político-visual de las minorías sexuales.
Argentina, pionera del cine erótico
La primera película pornográfica se habría filmado en Argentina. Esta teoría (a la que adhieren varios de los principales historiadores del género) sostiene que nuestro país fue un centro neurálgico en la producción de films pornográficos durante las primeras décadas del siglo XX.
Esta producción no se limitó a películas de contenido sexual explícito sino que incluyó también films eróticos que trascendieron la clandestinidad de los circuitos prostibularios, alcanzando en ocasiones, los más selectos cines comerciales del país, afirma Andrea Cuarterolo Historiadora de la Universidad de Buenos Aires e Investigadora del Conicet, en su artículo: “Fantasías de nitrato. El cine pornográfico y erótico en la Argentina de principios del siglo XX”.
De acuerdo con Dave Thompson, autor de Black and White and Blue. Adult Cinema from the Victorian Age to the VCR (Blanco y negro y azul. Cine para adultos desde la época victoriana hasta la videograbadora), los orígenes del cine están innegablemente ligados a lo obsceno ya que fue concebido para “alentar el voyeurismo, el placer de mirar, un acto que ya de por sí parecía indecente”. Por su parte la investigadora Annette Michelson sostiene “que el cuerpo femenino es el verdadero lugar de invención del cinematógrafo” y que este medio “estuvo marcado desde sus mismos orígenes por la inscripción del deseo”. En efecto, desde los pioneros estudios de movimiento los sensuales desplazamientos de mujeres y hombres desnudos, pasando por el kinetoscopio (quinetoscopio o cinetoscopio) de Edison sobre cuyos visores se agolpaban los espectadores para espiar a la sugerente Fátima, bailar con el vientre descubierto, hasta el cine de Méliès y su escandaloso Après Le Bal (1897), donde su futura esposa se desnudaba para la cámara; el sexo y las novedosas imágenes en movimiento estuvieron íntimamente ligados.
Latinoamérica, no fue ninguna excepción, por el contrario, muchos de los principales historiadores del género coinciden en señalar a esta región como un centro neurálgico en la producción de films eróticos y pornográficos durante aquel período. Otros estudios afirman que la primera cámara Edison que llegó a Brasil en la década de 1890 fue utilizada para rodar films pornográficos aprovechando la ausencia de cualquier prohibición legal al respecto. México estuvo a la cabeza de la producción de este tipo de películas entre los años 1926 y 1929, cuando estos films adquirieron una cierta connotación política a partir de un enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado, grieta que sería alimentada una y otra vez aquí y allá en relación a la desnudez, la sexualidad y la delicada línea divisoria entre lo socialmente visible y lo despreciable (o despreciado).
En los últimos años, la Filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) rescató unas 30 cintas pornográficas filmadas entre 1930 y 1950 que se conservaron durante décadas en el sótano de un viejo cine del DF. También Cuba, que en este período fue una suerte de paraíso del pecado para la burguesía norteamericana, es señalada como un importante punto de producción. Sin embargo, la mayoría de los especialistas en el género sostienen que en el período temprano (entre 1904 y 1912) fue Argentina la que encabezó la producción de cine porno en la región.
Curt Moreck (historiador y cineasta alemán), escribió en su “Historia moral del cine” (1926) que Buenos Aires fue, en la primera década del siglo XX, el principal centro de producción de films pornográficos a nivel mundial. De acuerdo con el autor, el negocio estaba en manos de alemanes que filmaban estas películas para exportarlas no sólo a su tierra natal sino también a zonas tan alejadas como Rusia, Francia, los Balcanes, Sudáfrica o Inglaterra.
El Sartario o El Sartorio
La leyenda cuenta también que la película pornográfica más antigua que ha sobrevivido hasta nuestros días se habría filmado en la Argentina. Esta teoría, a la que se adhieren varios de los principales especialistas del género, sostiene que hacia 1907 se rodó el film El sartario, un cortometraje de contenido sexual explícito protagonizado por marineros y prostitutas del puerto de Rosario para el mercado europeo.
Más allá de su lugar de origen y de su antigüedad, El sartario es un film inusual por varias razones y la primera de ellas es su inusitada representación de la violencia. Sabido es que en el cine comercial de contenido erótico hay una frecuente vinculación entre sexo y violencia, sin embargo, en su período inaugural esto es sumamente extraño y la sexualidad representada es generalmente consentida.
El rapto y violación de la ninfa, si bien están representados con una irónica gentileza, introducen una temática infrecuente en el género que conecta al film con toda una tradición pictórica y literaria tanto extranjera como local. El rapto femenino surge desde la antigüedad como un motivo básico del erotismo masculino, que prevaleció largamente en la plástica y la literatura universal donde se expresa en la violencia del raptor un resabio de la animalidad.
El film constituye una rareza por su refinada complejidad visual y narrativa, incluye una multiplicidad de escenas, un disfraz elaborado, una variedad de locaciones tanto en exteriores como interiores y un montaje complejo que intercala planos largos y cortos e incluso, varios paneos notables para la época.
Las contradicciones e indeterminaciones respecto a la fecha y origen de gran parte de estos films pornográficos tempranos hablan de la naturaleza de estas películas. Los primeros exponentes del género eran cortos, generalmente de una duración equivalente a una bobina de película, realizados y exhibidos en forma clandestina en clubes exclusivamente masculinos, burdeles y bares. De contenido sexual explícito, estaban comúnmente protagonizados por prostitutas, artistas de cabaret y diversos tipos de voluntarios masculinos que con frecuencia se disfrazaban o cubrían sus rostros para conservar su anonimato.
Actualmente en nuestro país y pese a un breve período de pujanza a finales de los noventa y hasta mediados del 2000, la categoría XXX mantiene su condición de semi-clandestinidad y afuera cultural sin demasiada repercusión mediática ni de sus títulos ni de sus protagonistas.
Bibliografía
- Córdoba, D., y otros, Teoría Queer. Políticas bolleras, maricas, trans y mestizas, Egales, Barcelona, 2007.
- Cuarterolo, A., Fantasía de nitrato: el cine pornográfico y erótico en la Argentina de principios del siglo XX, Torello, Buenos Aires, 2015.
- Haraway, D., Manifiesto Cyborg. El sueño onírico de un lenguaje común para las mujeres en el circuito integrado, (https://xenero.webs.uvigo.es/profesorado/beatriz_suarez/ciborg.pdf), consultado el 01 de febrero de 2020.
- Preciado, P. B., Un apartamento en Urano, Anagrama, Barcelona, 2019.
- Preciado, P. B., Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la guerra fría, Anagrama, Barcelona, 2010.
- Preciado, P. B., Testo yonqui, Espasa Calpe, Madrid, 2008.
- Preciado, P. B., “Multitudes queer. Notas para una política de los anormales”, en Revista multitudes, N° 12 (http://www.multitudes.net/?id_rubrique=141), consultado en enero de 2020.
- Preciado, P. B., Manifiesto contra-sexual, Opera Prima, Barcelona, 2002.
Notas
[1] Preciado, Paul B., Un apartamento en Urano, ed. cit., p. 10.
[2] Ibid., p. 9.
[3] Ibid., p. 42.
[4] Preciado, Paul B., Manifiesto contrasexual, p. 19.
[5] Haraway, Donna, Manifiesto cyborg, p. 5.
[6] Preciado, Paul, B., Testo yonqui, p. 27.
[7] Ibid., p. 58.
[8] Ibid., p. 15.
[9] Ibid., p. 16.
[10] Ibid., p. 35.
[11] Ibid., p. 36.