Resumen
El presente ensayo o artículo de reflexión se centra sobre la idea de placer en el pensamiento griego antiguo, el cual se ha transformado no sólo en el baluarte del psicoanálisis, sino en la piedra angular de Occidente. Denostado por algunos y aplaudido por otros, el placer se ha transformado en los últimos años en uno de los valores centrales de la sociedad contemporánea. Cada vez más cruceros, viajes turísticos se agregan a la vida de los hombres como “supuestos derechos adquiridos”. Nuestra tesis es que el psicoanálisis ha despertado y legitimado un viejo pensamiento griego desde donde el capitalismo fundamenta y legitima el principio de escasez: la idea de que no existe una felicidad total sino es por la emergencia, el desastre, los cuales se expresan por medio del dolor.
Palabras Claves: terror, placer, Grecia, felicidad, frustración, imperialismo.
Abstract
The current essay-review centers on the belief that it is time to explore the roots of pleasure not only in ancient Greek thinking and in psychoanalysis but in West as its mainstream cultural value. Neglected by ones but applauded by others, the archetype of pleasure —over the recent decades— situated as the touchstone of Western civilization. An ever-increasing number of cruises, travels, planes and global tourists visit distant points in the world, even today tourism is a basic right in the first world societies. We hold the thesis that psychoanalysis legitimated an old-dormant cosmology which was enrooted in Ancient Greece, which suggests that total happiness cannot be possible without the arrival of the emergency, the disaster or even the pain.
Keywords: terror, pleasure, Greece, happiness, frustration, imperialism.
Detrás del Principio del Placer
En los últimos años, teóricos y críticos culturales se plantearon la necesidad de comprender el riesgo como un aspecto clave del capitalismo global,[1] el cual toma un ritmo de mayor aceleración debido al principio de contingencia que, junto al proceso de secularización, han erosionado parte de las certezas humanas. Este tema ha sido muy bien estudiado por Anthony Giddens. La cadena de expertos ha reemplazado no sólo el papel de la religión para pronosticar el desastre, sino que ha permitido una mejor conexión —por medio de la certidumbre—: ausencias con presencias.[2] La figura del riesgo sugiere una imaginación del peligro, la cual puede ser mitigada por una porción del capital a la que conocemos como seguro. Por otro lado, cabe destacar que el cambio de milenio ha sido un punto de inflexión para la lógica capitalista no sólo por la crisis bursátil, sino también por los recientes peligros que acechan a la opinión pública, que van desde los accidentes en centrales atómicas hasta desastres naturales y la acción del terrorismo internacional.[3] El peligro ha sido, en las últimas décadas, no sólo un factor de ansiedad sino una forma postmoderna de consumo y de entretenimiento para las grandes audiencias que hacen del sufrimiento humano un criterio de placer.[4]
El presente ensayo se inscribe en la necesidad de comprender el anverso de la razón instrumental capitalista, la cual lejos de lo que los especialistas sugieren, se encuentra estrechamente ligada al mundo griego. Por medio de una lectura pormenorizada de S. Freud, comprenderemos por qué el ideal griego de la tragedia es tan importante para el mundo occidental capitalista. Nuestra tesis es que el principio de la tragedia, en el mundo helénico antiguo, sugiere la incapacidad humana para sentir y abrazar la felicidad total. En los diferentes mitos griegos, desde Helena hasta Orfeo, quien pierde por acción de un sátiro a su amada Eurídice, hacían énfasis —por medio de diversos argumentos— en la felicidad como una llamada a la desgracia. Esta idea, en forma subyacente, fue adoptada por el psicoanálisis a la hora de analizar el principio del placer. Según Freud, el placer ocupaba un rol importante en la configuración de la psiquis humana, pero debía previamente ser regulado para evitar la destrucción propia del organismo. A través del principio económico burgués de la escasez, Freud replicaba los valores fundantes del capitalismo en su construcción teórica. El mundo griego, de esa forma, validaba ideológicamente un nuevo principio, el cual reglaba el trabajo como la negación misma del placer, como la antinomia del sufrimiento, pero, al hacerlo, sentaba las bases para la aceptación de los valores capitalistas como los únicos posibles y viables.
El placer y el sufrimiento en el mundo griego
Diferentes mitos reflejan el rol del sufrimiento en la vida de los hombres, pero, por definición, el relato de Orfeo y Eurídice es uno de los más citados y pertinentes. Cuenta la historia que Orfeo, hijo de Apolo y Calíope, demostraba cierta destreza en el manejo de instrumentos musicales. De una forma que conmovía a otros, Orfeo cantaba y tocaba hasta apaciguar los ánimos de cualquier fiera. Según el mito, Orfeo evita el matrimonio de su amada Eurídice, pero, mientras huía hacia Himeneo, una serpiente la muerde en el talón. Otros testimonios recuerdan que un sátiro ataca a la joven durante un paseo. Como sea el caso, ambos relatos evidencian la imposibilidad del amor para frenar el embate de la muerte y, por ende, retrasar la desgracia, lo imprevisto. Es importante mencionar que relatos como éstos eran muy comunes en Grecia antigua. Como hemos dicho, desde Helena (quien pone a una ciudad en guerra por amor), hasta Psique y Eros. Los griegos antiguos creían en la imposibilidad de la felicidad como una expresión extra temporal. Cada vez que alguien experimentaba la felicidad en forma plena, una desgracia esperaba a su puerta.[5] Si bien el mundo griego era un espacio de búsqueda constante, similares observaciones pueden notarse en el mito judeo-cristiano de Adán y Eva. Ambos dotados de la gracia de Dios y de los beneficios del Edén, sacrifican su relación con Dios por la curiosidad. Si bien el mundo cristiano reemplaza la idea de desgracia por la de pecado, en esencia ambas estructuras mitológicas implican la imposibilidad de alcanzar la felicidad eterna. En este sentido, la introducción del trabajo sugiere no sólo un sistema de explotación rentado, sino que alude a la figura de la escasez para legitimar dicha explotación. En forma reciente, las ciencias sociales han intentado teorizar sobre el principio del placer, comprendiendo sus efectos sobre la vida diaria.[6] No obstante, por algún motivo, el arquetipo griego sobre el sufrimiento se encuentra siempre presente incluso en las formas mitológicas modernas como el cine y las obras teatrales. Sin ir más lejos, en la Saga Matrix, existe una fuerte impronta entre el placer como forma alienada de existencia y la dura realidad. Neo, quien enarbola al héroe griego, vive una vida de engaños, conectado en forma complaciente a una gran computadora que se ha adueñado de la vida del planeta y que necesita a los humanos para existir. Este estado de explotación queda artificialmente solapado por la introducción de una realidad paralela y fabricada en donde cada persona accede a un mundo de placeres y complacencias. Neo despierta, incitado por Morfeo, quien esboza una —ya clásica— frase: “bienvenido al desierto de lo real”. En Matrix, como en la filosofía griega, el concepto de placer se contrapone al concepto de realidad. Cypher no sólo traiciona a sus compañeros para negociar con Smith su nueva inserción a la matrix, sino que lo hace porque el mundo de lo real sacrifica a cualquier forma sostenida de placer y diversión.[7] Según las tres religiones abrahámicas más importantes, la represión del placer lleva al hombre a una mejor vida, renovando la gracia con Dios y dándole un lugar en un paraíso eterno, el cual ha sido construido y reservado para la humanidad. El hombre no sólo se hace malo y egoísta cuando se deja llevar por sus pasiones, sino que lleva con él a otros a la perdición. Freud parte de una idea similar a la hora de discutir el rol del placer dentro de la psiquis humana.
El concepto de placer en S. Freud
Si bien el placer ha sido un tema de discusión para la filosofía y la sociología durante centurias, no ha sido otro más que S. Freud quien ha dedicado toda su genialidad intelectual en la comprensión del fenómeno. Originalmente preocupado por encontrar una salida terapéutica a los problemas de su época, Freud consolida una epistemología propia para su nueva disciplina el psicoanálisis y, en ese proceso, encuentra en el principio del placer la piedra fundamental para su teoría. En el clásico Más allá del principio del placer,[8] el profesor Freud reconoce la influencia del mundo griego que se encuentra presente en las figuras del ego y la castración. Confrontando con Fechner, quien por su época era un estudioso del placer, Freud establece que el placer debe definirse como un impulso que establece la energía del aparato psíquico, pero que —a diferencia de todos sus colegas— no siempre podía ser racionalmente objetivable. El placer toma connotaciones inconscientes y reguladoras de la vida intrapsíquica hasta el punto de manejar la voluntad del sujeto. Si la figura de Eros va hacia la vida, Tanatos hace lo propio hacia la destrucción. De igual forma, el ego (id) acepta la fuerza del placer como el principio rector de su autonomía hasta que choca con el superego, quien pone armonía en el sistema. Sin esta superestructura, el ego —que sucumbe al principio del placer— llevaría al organismo a su autodestrucción; ello sugiere la siguiente pregunta: ¿por qué Freud es tan determinante y trágico con esta idea?
Por un lado, el inconsciente no entiende de medias tintas, su naturaleza es puramente impulsiva, lo que lleva a la “gratificación inmediata”. No obstante, esta voluntad encuentra ciertas limitaciones en un medio (la realidad) que le es hostil. El sufrimiento no sólo es parte de la realidad, sino que permite al sujeto frenar los deseos del ego. En este sentido, toda autopreservación, sugiere Freud, requiere el poder contener la búsqueda y maximización del placer. De algún modo, el temor y el placer se encuentran estrechamente unidos. Toda experiencia traumática queda grabada en nuestro inconsciente, pero despierta luego de que el psicoanalista utiliza la terapia como plataforma racional tendiente a comenzar el proceso de la cura. El miedo recuerda el contexto en el cual hemos experimentado dolor, un sentimiento de dolor que se da como resultado de los caprichos del ego por experimentar una cuota mayor de placer. Como hemos visto, Freud no sólo sigue los lineamientos griegos respecto al binomio placer-felicidad, sino que, además, focaliza el sufrimiento como el instrumento siempre necesario para evitar la muerte del sujeto. Freud establece, de esta forma, un modelo que hace del “principio capitalista de escasez” su principal baluarte y, al hacerlo, se subsume en una dialéctica donde esa misma escasez no puede cuestionarse más que como una “verdad revelada”.
Al respecto, el profesor Geoffrey Skoll de la SUNY en Buffalo escribe que uno de los aspectos que ha llevado al capitalismo a transformarse en un sistema de explotación mundial ha sido la introducción de la dialéctica, como mediadora entre dos objetos. Desde Marx con su fetichismo de la mercancía, hasta Freud con su idea del superego, las ciencias sociales —que son funcionales para el capitalismo moderno— construyeron una idea sesgada de la realidad. La figura del superego explica toda la conducta humana por medio de la mediación con la voluntad desenfrenada del ego, pero, al hacerlo, al alinear dos objetos, el ego y el superego, las condiciones sobre las que se desarrolla el juego entre ambos quedan sin explicación alguna.[9] Si bien la credibilidad del inconsciente ha sido ampliamente criticada, es por demás interesante el libro de Eva Illouz al respecto. Según su postura, ni Freud ni el psicoanálisis pueden explicar de manera satisfactoria la conexión racional del ego con la realidad. Desde el momento en que todo se encuentra sujeto a fuerzas que sólo el “psicoanalista” puede descifrar, como hombre elegido, queda pensar que existe una relación entre la confesión monopolizada por la Iglesia Católica en la Edad Media y la terapia. La idea de que el alma debe y puede ser salvada implica asumir que tenemos una propensión individual a la destrucción; tendencia que sólo puede ser sublimada siguiendo ciertos rituales o estando sujetos a ciertas racionalidades.[10] Si el mundo emocional no puede ser controlado, la racionalidad ejercería ese rol precautorio hacia la autopreservación. En Civilization and its Discontents, Freud recuerda que la obsesión por el placer lleva a la sociedad a su destrucción, ya que los resortes para evitar la confrontación con los obstáculos de la realidad comienzan a anularse gradualmente. Toda la destructividad de Tánatos puede canalizarse por medio de la razón hacia fines constructivos, empero, si perseguimos el placer en forma compulsiva nos olvidamos del rol profiláctico del sufrimiento.[11]
Aun cuando Freud fue algo más que el creador del psicoanálisis, un verdadero antropólogo que supo ver como nadie el papel del placer en la configuración del ethos capitalista, su visión se encontraba enmarcada por la idea moderna de escasez y de alteridad. Ambas figuras derivadas del imperialismo europeo. Si se parte de la idea de que la cultura resulta del ejercicio de la racionalidad que se encuentra en Europa, el otro no-europeo sería una suerte de agente emocional, condenado a la desaparición. Ayudar, proteger, pero también entender a ese otro irracional ha sido la tarea de la antropología desde sus inicios y, de forma interna, de la psiquiatría. Ese otro periférico, si se me admite el término, se corresponde con un actor que abraza la religión por sobre otras figuras; una suerte de ser emocional que rechaza los mandatos de la racionalidad. En parte, las contribuciones de Freud no sólo dieron lugar al imperialismo europeo, sino también al paternalismo que ha caracterizado a las ciencias sociales. Por regla general, los objetos de estudio de las ciencias sociales son personas o clases desposeídas, desprotegidas. Como el superego disciplina al ego, el deber “europeo” es domesticar a este “buen salvaje” que se encuentra carente de la educación necesaria según los ojos etnocéntricos de los primeros colonizadores. La idea de placer que fue fundamentada en el mito del Edén, pero que, como hemos visto, proviene de raíces más antiguas, ha dado lugar a una serie de nuevas industrias que, centradas en el consumo, intentan —bajo todos los métodos— exacerbar el placer sobre el sufrimiento.[12] El turismo moderno, actividad donde los viajeros buscan conocer nuevas culturas no sólo emula esa búsqueda del jardín perdido, sino también las preocupaciones de los primeros antropólogos por la alteridad. No obstante, esta alteridad se encuentra diametralmente construida por los prejuicios occidentales. Por último, pero, no por eso menos importante, la idea de concebir el ocio separado del trabajo ha sido un residual histórico de la influencia griega para la que el placer —en un plano sostenido— llamaba al desastre. Si el hombre trabaja durante el año es para poder maximizar su goce durante las vacaciones y, por eso, se entiende puede llamar al terror.
Del goce al terror
Es por demás interesante la dinámica que ha tomado el terrorismo al seleccionar lugares turísticos para sus ataques. En forma preliminar no es muy difícil comprender el motivo. Una explicación simplista es que el terrorista busca desestabilizar a los gobiernos occidentales y atacar sus centros ejemplares y simbólicos genera un efecto gatillo sobre la audiencia global, siempre muy sensible a este tipo de hechos.[13] No obstante, una respuesta más profunda siguiere que existe una simbiosis entre la búsqueda de placer y terror que amerita ser discutida.
En perspectiva, se ha discutido las dicotomías entre el placer y el displacer según Sigmund Freud, a la vez que se ha consensuado que dicha disciplina deriva de una idea cerrada del placer, donde prima el principio de escasez. Si para los griegos la felicidad no podía ser total, tampoco para los economistas modernos las sociedades y sus agentes pueden alcanzar la riqueza total.[14] La idea de escasez prima en la economía capitalista de la misma forma que la felicidad en el mundo antiguo. Desde Psique, cuya curiosidad la lleva al vacío y la infelicidad, hasta Orfeo, los griegos parten de una imposibilidad manifiesta de conciliar la felicidad con la realidad. Lo real es displacentero, de la misma forma que lo demasiado bueno no es real. Esta concepción del mundo lleva a aceptar la escasez no sólo como una realidad humana, sino como un constructo universal aplicable a todas las culturas y tiempos. Ello explica dos temas importantes de nuestro ensayo. El mundo griego es ideológicamente funcional al capitalismo moderno, no por los valores que promueve —muchos de ellos distantes a la instrumentalización—, sino por su concepción sobre el placer y la felicidad. Es decir, el mundo griego se ha transformado en funcional para explicar la miseria humana, el sufrimiento y la explotación como inherentes a la realidad de los explotados. De esta manera, huelga decir, la clase dirigente mantiene a las diferentes subclases bajo control. A este fenómeno lo hemos bautizado como “el síndrome griego del sufrimiento”, que explica las asimetrías entre una elite cada vez más endogámica que versa sobre su propia riqueza y una clase trabajadora que acepta como incuestionables las reglas de juego, reemplazando su derecho al placer por medio de la frustración. Este síndrome griego se acopla a la frustración por medio del discurso de la seguridad colectiva. Exacerbar nuestros propios anhelos y deseos nos llevará a exponer el bienestar colectivo hasta límites que bordean su destrucción es el mensaje principal del síndrome griego y del psicoanálisis. No obstante, es aquí donde deviene el problema. Si el capitalismo lleva a la autorrealización como meta máxima, a la concreción de objetivos y a la acumulación de riqueza como valores fundantes, entonces el terror emerge como compensador natural. La emergencia externa, el riesgo, la amenaza —siguiendo este razonamiento— derivan del sentido de supremacía y superproducción que detenta el capitalismo. En este punto convergen la tradición griega (conservadora), que establece que la frustración resulta naturalmente de la búsqueda de placer, con la lógica puritana que intenta resolver el principio de la predestinación con la autorrealización (tendencia innovadora). En la medida en que la sociedad se transforma en una comunidad pujante, fértil, rica, la creencia en que fuerzas malignas acechan en el exterior se recobra con mayor fuerza. Ello, en parte, explica la relación que los países centrales tienen con el terrorismo, pero también la forma patológica de comprender el placer, la vida y la muerte. Del principio de supremacía nace el terror.
Bibliografía
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- Enders, Walter y Sandler, Todd, The political economy of terrorism, Cambridge University Press, Cambridge, 2011.
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- Freud, Sigmund, “Beyond the Principle of Pleasure” en The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, Vintage, Londres, 2001.
- _____, Civilization and its discontents. Penguin, Londres, 2002.
- Giddens, Anthony, “Risk and responsibility”, The modern law review, Vol. 62, No. 1, 1999, pp. 1-10.
- Illouz, Eva, Saving the modern soul: Therapy, emotions, and the culture of self-help, University of California Press, Berkeley, 2008.
- Irwin, William, “Computers, caves, and oracles: Neo and Socrates”, The Matrix and Philosophy: Welcome to the Desert of the Real, Carus, Chicago, 2002.
- Korstanje, Maximiliano, The Rise of Thana-Capitalism and Tourism, Routledge, Nueva York, 2016.
- MacCannell, Dean, The tourist: A new theory of the leisure class, University of California Press, Berkeley, 2013.
- Skoll, G, Dialectics in Social Thought: The Present Crisis, Springer, Nueva York, 2014.
- Solana, Javier, y Innerarity, Daniel, La humanidad amenazada: gobernar los riesgos globales, Paidós, Barcelona, 2011.
- Truzzi, Marcello, ed., Sociology for Pleasure, Prentice-Hall, Nueva York, 1974.
- Vidal-Naquet, Pierre, El mundo de Homero, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2001.
Notas
[1] Beck, Risk society: Towards a new modernity, ed. cit.
[2] Giddens, “Risk and responsibility” en The modern law review, ed. cit.
[3] Solana e Innerarity, La humanidad amenazada: gobernar los riesgos globales, ed. cit.
[4] Korstanje, The Rise of Thana-Capitalism and Tourism, ed. cit.
[5] Vidal-Naquet, El mundo de Homero, ed. cit.
[6] Truzzi (ed.), Sociology for Pleasure, ed. cit.
[7] Irwin, “Computers, caves, and oracles: Neo and Socrates” en The Matrix and Philosophy: Welcome to the Desert of the Real, ed. cit.
[8] Freud, “Beyond the Principle of Pleasure” en The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, ed. cit.
[9] Skoll, Dialectics in Social Thought: The Present Crisis, ed. cit.
[10] Illouz, Saving the modern soul: Therapy, emotions, and the culture of self-help, ed. cit.
[11] Freud, Civilization and its discontents, ed. cit.
[12] MacCannell, The tourist: A new theory of the leisure class, ed. cit.
[13] Enders y Sandler, The political economy of terrorism, ed. cit.
[14] Foucault, Security, territory, population: lectures at the Collège de France, 1977-78, ed. cit.