Revista de filosofía

La exclusión de la lepra y el control de la peste. Un análisis de la pandemia desde la obra Michel Foucault.

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ZDZISLAW BEKSINSKI, “SIN TITULO” (1971)

 Para Amanda

Resumen

En el siguiente artículo se busca reflexionar sobre la situación actual provocada por la pandemia del COVID-19. Utilizando las investigaciones sobre la lepra y la peste realizadas por Michel Foucault, donde vemos cómo el tratamiento de una enfermedad genera prácticas de control social, de segregación, que modifican la vida posterior a la pandemia. Propongo por lo mismo pensar las posibles consecuencias que traerá la pandemia en nuestra vida una vez controlado el virus. ¿Qué podría ser irreconciliable con nuestro modo de vida actual o anterior al encierro por la cuarentena? ¿Podría ser utilizada la pandemia cómo la génesis de un nuevo dispositivo que modifique nuestra vida cómo la hemos conocido hasta ahora?

Palabras clave: COVID-19, psicopolítica, enfermedad, pandemia, exclusión, control.

 

Abstract

The following article seeks to reflect on the current situation caused by the COVID-19 pandemic. Using research on leprosy and plague by Michel Foucault, where we see how the treatment of a disease generates practices of social control, of segregation, that modify life after the pandemic. For the same reason, I propose to think about the possible consequences that the pandemic will bring to our lives once the virus is controlled. What could be irreconcilable with our current or pre-quarantine way of life? Could the pandemic be used as the genesis of a new device that modifies our life as we have known it until now?

Keywords: COVID-19, psycho-politics, disease, pandemic, exclusion, control.

 

Es inevitable reflexionar sobre el momento que atravesamos actualmente debido a la pandemia del COVID-19. Distintos pensadores, en múltiples disciplinas, se han dado a la tarea de realizar análisis y pronósticos sobre este momento así como lo que se avecina como consecuencia de la propagación del virus: económicas, costos de vidas humanas; esto, debido a la propagación del virus y debido también a la falta de preparación de nuestro sistema médico para afrontar la catastrófica velocidad en la que se propaga la enfermedad. Mi interés en este artículo, por lo tanto, es hacer un breve recorrido histórico dentro de la propuesta foucualtiana de las consecuencias sociales y, en las dinámicas de vida que las enfermedades han traído consigo, en las cuales podemos observar que, si bien existen medidas necesarias para contener la propagación de una enfermedad, también sus consecuencias han sido utilizadas para el control social y por lo tanto podríamos pensar que en el caso del COVID-19 no será la excepción. Los ejemplos de la lepra y la peste nos pueden servir como antecedente para poder pensar qué tanto nuestra vida se verá transformada por esta inminente crisis mundial a distintos niveles por consecuencia del COVID-19, donde un nuevo entramado heterogéneo se está gestando y dará, inevitablemente, forma a nuestra vida posterior a la pandemia.

La exclusión ha sido una práctica social utilizada en distintos momentos históricos con fines concretamente distintos: desde la expulsión del leproso y la representación de su fallecimiento simbólico, con el objetivo de purificar a la población habitante de la ciudad que era expulsado, hasta el control de la ciudad apestada que incluía a apestados y no apestados en áreas determinadas de control, buscando la prevención del contagio. El saber sobre esta enfermedad permitía producir toda una manera de atacarla aún antes de que se propagara. Esta práctica social ha acompañado a las sociedades disciplinarias y de control. Ha sido medida, estrategia y técnica utilizada en distintos momentos. El objetivo de ello fue establecer una aparente norma de salud de los individuos y de las sociedades en pro del bienestar común. Podríamos pensar, también, este bienestar común como el bienestar de quien lo promueve, a costa del aislamiento, encierro o exilio de los sujetos que son vistos por una sociedad como “otros” y despojados de todos los rasgos de parentesco con sus iguales, para verse en la necesidad de ser tratados. Así veremos que ésta es una práctica social también atada a consensos histórico-sociales, que sujeta, que hace a los sujetos experimentar día a día su pertenencia o exclusión de una sociedad.

El primer modelo que buscamos dilucidar es el de la lepra. Buscamos responder a la pregunta, ¿cuál es el sentido que tuvo la exclusión del leproso? ¿Qué diferencia a este modelo de los otros? ¿Qué huella podría dejar en el tratamiento de otros males?

Foucault describe la macabra escena de la exclusión del leproso, como una ceremonia que lo declaraba muerto ante la comunidad. Esta ceremonia se desarrollaba de la siguiente forma: “[…] el leproso era llevado a la iglesia mientras se entonaba el libera me. Como si fuera un muerto, el leproso escucha la misa escondido bajo un catafalco, antes de ser sometido a un simulacro de inhumación y acompañado a su nueva morada”[1]. Vemos en este ritual cómo el sujeto, aún vivo, pasaba a no ser parte de la comunidad, a declarársele muerto por su condición y a ser expulsado para ser entregado a un destino incierto pero que por otro lado lo ayudaba a pagar en vida sus pecados, una oportunidad de redención y pureza, creando dos masas ajenas unas a otras. Ante todo, esto será una herencia al tratamiento de sujetos anormales bajo mecanismos y efectos de exclusión, por los cuales entendemos: la descalificación, el exilio, el rechazo, la privación, la negación, el desconocimiento que se conformarán como mecanismos negativos de exclusión. En palabras del autor: “La exclusión de los leprosos hasta finales de la Edad Media es una exclusión que se hacía esencialmente, aunque también hubo otros aspectos mediante un conjunto jurídico de leyes y reglamentos, un conjunto religioso así mismo de rituales, que introducían en todo caso una partición de tipo binario entre quienes eran leprosos y quienes no lo eran”.[2]

Es preciso recalcar que, si bien podemos observar que la lepra desapareció de Occidente, su figura insistente y temible quedó como una huella aun legible. Podemos agregar que la lepra no desaparece por las prácticas realizadas por los médicos, sino que parece indicar, se debió a dos elementos decisivos para su desaparición: i) el resultado espontáneo de su segregación y ii) el fin de las cruzadas, que implicó una ruptura entre los lazos Europa y Oriente, donde se encontraban los focos de infección. Aunque podamos ver que la lepra se retira, nos parece importante apuntar que el abandono de sus lugares y ritos evidentemente no estaban destinados a suprimirla, sino que por el contrario su fin era otro: depositarla a una distancia sagrada. Esta distancia sagrada será uno de los elementos que caractericen a dicho modelo, ya que la exclusión del leproso tenía un fin divino, de cólera, pago por los pecados en la vida y purificación de la comunidad. Al expulsar al leproso, se le ayudada a pagar su pena y al mismo tiempo se buscaba hacer pura a la sociedad de la cual era expulsado.

Si bien, a finales de la Edad Media la lepra desaparece de Europa, dejó su huella sobre espacios estériles e inhabitables.[3] Esta desaparición se celebró, incluso se organizaron procesiones solemnes para dar gracias a Dios por la liberación de la ciudad de aquel azote, muestra de la relación que se entendía del mal de la lepra como castigo y purificación. La ausencia de la enfermedad, opinamos, exigió una reordenación de los espacios, esfuerzos y presupuestos. Le hacía falta un nuevo control, para el cual se organizaron censos que reasignaron presupuestos y administrarlos de manera distinta, apoyar a otras poblaciones necesitadas, como pobres, soldados baldados y finalmente para alimentar a los primeros. La desaparición de la lepra exige una nueva reorganización de los espacios. Espacio que, tiempo después, será asignado a incurables y locos. Es la reorganización de estos espacios, la búsqueda de la población adecuada para cubrir el papel del leproso el que nos parece digno de reflexión, ya que de antemano antecede al tratamiento de la locura, las características de la exclusión del leproso.

Pero, ¿qué es lo que caracteriza a este modelo?, ¿Cuál es su función y fuente de sentido? Encontramos como particularidad en el modelo de la lepra la manifestación de Dios, que como tal se convierte en marca a la misma vez de la cólera y la bondad divina. Así, se retira al leproso del mundo y de la comunidad de la iglesia visible, sin embargo, él siempre manifiesta a Dios, en su bondad y en su cólera. La infección se ve así, como una oportunidad, una gracia, que permite ser castigado por los males cometidos en este mundo. Se le retira de la Iglesia y de la compañía de los santos, mas no por esto queda separado de la gracia de Dios. En palabras de Esther Díaz: “[…] la verdad de la lepra era la manifestación de Dios en la tierra. Era una muestra de la Cólera y de la bondad divina”.[4] Ambos elementos mostraban el sentido de purificación de la comunidad que expulsaba al leproso. En solemnidad y majestuosidad inexpresiva, esta misma exclusión logra su salvación, y es gracias a ella, la mano que no les es tendida es la mano que los salva. El sentido de esta exclusión es salvar con una extraña reversibilidad. Distintos son los ejemplos que menciona Foucault para resaltar esta reversibilidad: “El abandono le significa salvación; la exclusión es una forma distinta de comunión”.[5]

ZDZISLAW BEKSINSKI, “SIN TITULO” (1973)

Lo que buscamos recalcar en la lepra como modelo de exclusión es su sentido, ya que la figura del leproso se convierte en una figura insistente y temible, a la cual no se puede apartar sin haber trazado antes alrededor de ella un círculo sagrado que convierte a la figura, en el sujeto que debe ser excluido. De esta forma, aún al desaparecer la lepra, la figura del sujeto que debe ser excluido seguirá presente y sentará las bases para otros modelos de exclusión. Los juegos de exclusión que se formaron con el leproso cesarán por algunos siglos, sin embargo, los veremos resurgir en la locura de la época clásica, su sentido de pureza, encarnación del mal que la exclusión como tal beneficia, es necesaria para hacerlos pagar su condena terrenal.

Estas estructuras permanecerán aun ya desaparecida la lepra y casi o aparentemente desaparecido el leproso: nos ha legado lugares y juegos de exclusión que se reproducirán en otros casos. De fondo veremos que ante todo, se espera una salvación por medio de esta exclusión, en dos personajes: quien sufre la exclusión y quien la realiza. Dentro de estos juegos, las formas subsistirán, principalmente a esta separación rigurosa, donde encontramos en un primer momento una exclusión social que, sin embargo, conserva como fin una reintegración espiritual. Es necesario excluir al leproso para su salvación y el que excluye en ese mismo acto encuentra la salvación propia.

Establecido este sentido del modelo de la lepra vemos que las formas y los juegos que la constituyen pueden ser aplicados a otros sujetos. Con esto podemos plantear que tenemos a las enfermedades venéreas como sus sucesoras con total derecho de herencia. Parece así que ha nacido una nueva lepra. No obstante, aunque se aplique el mismo modelo, el horror experimentado incluso por los leprosos, causa ciertos estragos en la convivencia de ambas poblaciones. Foucault nos menciona sobre este encuentro: “Los mismos leprosos sienten miedo: les repugna recibir a esos recién llegados al mundo del horror.”[6] Si bien los venéreos ganaban en número y existieron primeras medidas de exclusión, similares a las de la lepra, no por eso llegarían a ocupar su lugar ya que su lugar se ubicará pronto junto a otras enfermedades. No es la exclusión el fin en este caso, sino su tratamiento. Lo que podemos ver diferencia así a los venéreos del modelo de la peste. Su separación se hace evidente ya que según Foucault: “[…] en el curso del siglo XVI el mal venéreo se instala en el orden de las enfermedades que requieren tratamiento.[7]

Ahora bien, aunque por un lado encontremos bajo la constitución del mundo del internamiento el mismo espacio moral de exclusión en la enfermedad venérea y en la locura, será en ésta última que encontraremos a la verdadera heredera del modelo de la lepra. En ella se dan los mismos rituales de separación, exclusión y purificación que le son consubstanciales a este modelo. Será hasta el siglo XVII que la locura es dominada y separada de las experiencias del renacimiento.

Retomando la forma simbólica de la Nave de los locos podemos ver dibujarse las características consubstanciales del modelo de la lepra ya que sobre los rasgos de esta exclusión nos dice Foucault: “[…] los locos de entonces vivían ordinariamente una existencia errante. Las ciudades los expulsaban con gusto de su recinto; se les dejaba recorrer los campos apartados, cuando no se les podía confiar a un grupo de mercaderes o de peregrinos”.[8]

Lo que aquí el filósofo resalta es que no es solo la partida de los locos, su circulación o el ademán que los expulsa, su sentido no está solamente en la utilidad social o la seguridad de sus ciudadanos, sino que la expulsión del loco es la huella que podemos encontrar de un exilio ritual. La nave de los locos contiene así una carga simbólica. Por otra parte, cuenta con una eficacia infalible, se evita que el insensato merodee la ciudad al asegurarse de que se vaya lejos, se vuelve prisionero de su misma partida. Vestigio de la unión entre la locura y el agua en el hombre europeo. El agua juega un papel importante ya que le agrega la masa oscura de sus propios valores, pero por otro lado, lo purifica y al dejarlo a su suerte lo entrega a su propio destino. Así parte al otro mundo y cuando desembarca siempre es del otro mundo de donde viene. La barca de los locos implica una distribución rigurosa y un tránsito absoluto. La exclusión del loco es una exclusión que lo debe incluir, se le encierra en las puertas de la ciudad. Su exclusión así debe recluirlo, lo encierra en las zonas de paso. Así podríamos tomar esta cita que resume este modelo de exclusión: “[…] es puesto en el interior del exterior, e inversamente.”[9] Es ésta la marca, la huella que sigue hasta nuestros días, claramente modificada por distintos avatares en el momento histórico en el que estamos; ya no es la fortaleza de antaño sino el castillo de nuestra conciencia el que ahora toma esa posición.

En el recorrido arqueológico del autor vale la pena resaltar la semejanza que encuentra entre la lepra y la locura en la cual localiza el mismo sentido de exclusión, profundamente arraigado a la cultura occidental, a sus particulares preocupaciones, y encontramos un curioso giro de la muerte a la locura. El autor nos dice: “En este sentido, la experiencia de la locura está en rigurosa continuidad con la de la lepra. El ritual de exclusión del leproso mostraba que éste, vivo, era la presencia viva de la muerte.”[10] Por medio de este ritual, la expulsión provocaba la pureza de la comunidad y ayudaba el leproso a que en su carne llevara la marca de sus pecados a pagar en vida y así conseguir la salvación. En este punto estaremos de acuerdo con Díaz, que nos dice: “Foucault sostiene que la lepra fue una enfermedad moral. El cuerpo llagado del leproso era la evidencia explicita de sus pecados.”[11] Así, la huella de la lepra renacerá en la locura ya que ambas comparten este tratamiento moral en el cual su exclusión es vista como purificación, como purga de los pecados cometidos en la vida y pagados en la tierra. El que excluye a estas poblaciones se purifica y los ayuda a purificarse. En palabras de M. Lugo: “El pasaje de la desaparición de la lepra a fines de la Edad Media, con el que abre Historia de la locura en la época clásica, sintetiza de manera admirable la historia de la locura, en tanto que es emblemática de los fuertes ritos de purificación y exclusión que caracterizan a la cultura occidental”.[12]

Acá podemos ver como este modelo de exclusión no termina con la lepra, sino que está totalmente en el tratamiento y la concepción moral de la locura. Con ello pasamos al segundo modelo de exclusión, analizado por Michel Foucault: la peste, que para interés de este artículo contiene en su ejecución características que lo distinguen y separan radicalmente del modelo de la lepra ya que, aunque ambos modelos son excluyentes sus fines son totalmente distintos, se despliegan de forma diferente. Contraria a la lepra, que excluía al sujeto infectado al exterior de la ciudad, enviándolo a un futuro errante e incierto con el fin de la búsqueda de la purificación de la sociedad, el modelo de la peste busca el control de la población por medio de la vigilancia y el castigo del incumplimiento de la ley por el precio de la vida. El autor remarca que: “[…] ese territorio no era el territorio confuso hacia el que se expulsaba a la población de la que había que purificarse, sino que se lo hacía objeto de un análisis fino y detallado, un relevamiento minucioso.”[13] La exclusión del apestado ya no lo llevaba al exterior, sino a su control dentro de la ciudad. La purificación ya no era un rasgo fundamental, lo que se buscaba era ante todo el control.

Incluso en otro momento, observamos que Foucault marcó la división del modelo de lepra como un modelo de exclusión y la peste como un modelo de inclusión, ya que en la administración de los espacios de la ciudad apestada era el que ejercía su control sobre apestados y no apestados. Tomaremos ambos como modelos de exclusión, pero es importante recalcar que sus exclusiones son distintas y con objetivos diferentes. El autor menciona sobre estos modelos que: “Me parece que en lo que se refiere al control de los individuos, Occidente no tuvo en el fondo más que dos grandes modelos: uno es el de la exclusión del leproso; el otro es el modelo de la inclusión del apestado.”[14] Estos dos modelos determinarán prácticas en nuestro presente, ya que ambos funcionaron para dichas empresas, pero son aplicables al control de los individuos de múltiples formas y aún el día de hoy quedan vestigios de ellas en el tratamiento de poblaciones consideradas anormales.

Podemos ver, entonces, que otro mal será el que da pie a construir otro modelo de exclusión como práctica social. La muerte era el tema que reinaba en ese tiempo junto con el fin del hombre y el fin de los tiempos. Pero en vida, la peste y las guerras son quienes plasman esa muerte visible.

El modelo de la peste se caracterizaría por sus reglamentos como veremos a continuación:

“Los reglamentos de la peste, tal como los vimos formularse a finales de la Edad Media, en el siglo XVI e incluso en el siglo XVII. El objetivo de los reglamentos de la peste es cuadricular literalmente las regiones, las ciudades dentro de las cuales hay apestados, con normas que indican a la gente cuando pueden salir, cómo, a qué horas, qué deben hacer en sus casas, qué tipo de alimentación deben comer, les prohíben tal o cual clase de contacto, los obligan a presentarse ante inspectores, a dejar a estos entrar en sus casas. Podemos decir que hay allí un sistema de tipo disciplinario”.[15]

ZDZISLAW BEKSINSKI, “SIN TITULO” (1971)

Gracias a la anterior, podemos pensar que en el modelo de la peste encontraremos un sentido y características fundamentales para pensar el dispositivo disciplinario. En un reglamento analizado por Foucault del siglo XVIII podemos notar elementos básicos que muestran el control derivado de este modelo y que esencialmente comparte a toda una serie de la época y anteriores. Como primer punto, nos encontramos con una estricta división espacial que se caracteriza por el cierre de la ciudad, dejando dentro a apestados y no apestados: i) Prohibición de la salida bajo pena de muerte. ii) Constitución de un intendente y división de la ciudad en secciones distintas. iii) Responsabilidad de cada calle bajo la autoridad de un síndico que de abandonar dicha vigilancia su castigo sería la muerte. Así, vemos que al comienzo de la cuarentena, el día designado, se emite la orden para que cada cual se quede encerrado en su casa, con la prohibición de salir. El castigo por dejar el hogar era directamente la pena de muerte. Posteriormente, el síndico cerraba en persona, por el exterior, la puesta de cada casa, llevándose la llave que debe entregar al intendente de sección, el cual se queda con ella hasta el fin de la cuarentena. La movilidad entre las calles estaba así limitada solo a los intendentes, síndicos, soldados de guardia y a los “cuervos” que eran quienes indiferentes a ser abandonas a su muerte, eran personas infectadas que se encargaban de sacar los cuerpos, los enterraban, limpiaban. De esta forma, la distribución rígida del espacio y moverse de su puesto podía costarle la vida.

La inspección permite tener a la mirada del poder por doquier en movimiento, así la obediencia del pueblo es inmediata y permite mayor impacto en la autoridad de los magistrados que se vuelve absoluta. El intendente vigila sus actos y se entera de los pormenores ocurridos en el día. La revisión del síndico es por demás importante, ya que al pasar día a día a realizar la revisión individualizada, éste mira por una ventana que nadie más tiene permitido, a cada miembro de la familia. Así, cuando uno no se presenta frente a él, por medio de un interrogatorio logra saber si la familia esconde a un enfermo o a un muerto.[16] Podemos observar que resalta, como característica en este aspecto, la vigilancia y la jerarquización con la que se organiza, ya que la vigilancia se articula por medio de un registro permanente de la siguiente forma: informes de los síndicos a los intendentes, de los intendentes a los regidores o al alcalde.

Por estas razones en el “encierro” queda asignado el papel de uno por uno en la ciudad. Se realiza un registro de nombre, edad, sexo, sin excepción de condición y se reparte un ejemplar de dicho registro para el intendente de la sección, otro para la oficina del ayuntamiento y otro para el pase de lista diario del síndico. La individualización de este registro y conteo diario permite un minucioso control. Se pueden apreciar acá los fines de este modelo: la individualización de la población, todos por igual en un registro y el conteo como herramienta constante de control que permite establecer un orden social. Espacios administrados en los cuales hay lugares asignados, y solo se permite el tránsito a personas autorizadas con fines ya establecidos con anterioridad y que cumplen una función estratégica. Foucault sintetiza estas operaciones de la siguiente forma: “El registro de lo patológico debe ser constante y centralizado”.[17] A diferencia del anterior modelo de la lepra, que depositaba en el exterior solo a los sujetos leprosos, encontramos que el modelo de la peste incluye a toda la población y se desarrolla en un espacio cerrado, recortado, vigilado, en el que deposita a los sujetos en un lugar fijo. Gracias a ello hasta los menores movimientos quedan controlados y los acontecimientos registrados. La escritura se convierte en la herramienta que permite unir centro y periferia. Resalta a la vista que aquí el poder se ejerce por entero caracterizándose por su estructura jerárquica continua, mediante la cual localiza en todo momento a los individuos, los examina y los divide en vivos, enfermos y muertos. Es evidente aquí en compacto, una muestra del modelo que constituirá el dispositivo disciplinario.

Foucault puntualiza que contra la peste que es mezcla, la disciplina hace valer su poder que es análisis.[18] Es la que disciplina y, por medio de la exclusión, la distribución y el control, logra controlar la peste; pero también logra sujetar el espacio y el tiempo de sus individuos administrándolos a su perfección, logrando tenerlos cautivos dentro de la ciudad, vigilando constantemente su estatus y cualquier cambio en él. Este modelo le servirá entonces no solo ya en la enfermedad, sino que se volverá herramienta para próximos modelos ya no necesariamente de exclusión sino de control.

Gracias a este análisis, Foucault también replantea tanto el desarrollo como las implicaciones del modelo de la lepra que para algunos había sido lo contrario, una ficción literaria de la fiesta. De ser así, planteamos que esto no es lo que el autor quiere resaltar, sino el sueño político que subyace en este modelo, que, por el contrario, a la fiesta colectiva, es una partición estricta, ya no la transgresión sino de la penetración del reglamento a los lugares más recónditos de la existencia, extendiéndose por medio de una jerarquía compleja que garantiza el correcto funcionamiento del poder. Aquí el pensador francés, de nuevo haciendo una relación con la fiesta, aclara: “[…] no las máscaras que se ponen y se quitan, sino la asignación a cada cual de su “verdadero” nombre, de su “verdadero” lugar, de su “verdadero” cuerpo y de la “verdadera” enfermedad”.[19] Vemos aquí que el control individualizado de la población, requerimiento del conocimiento minucioso, forma vías de acceso a la “verdad” de la situación. En cuanto a la ciudad apestada, lejos de ser esa fiesta provocada por la desorganización de la enfermedad, la disciplina interviene de manera tajante distribuyendo a toda la población en casos particulares y medidas especiales para cada caso, lo que le permite anticiparse al caos y la propagación. La disciplina establece así por medio de reglamentos, jerarquías y examen continuo, un control y un poder sobre la enfermedad. El desorden de la peste tiene como correlato a la disciplina. El desorden se confronta con el orden médico y político de la disciplina. Así el autor realiza también una comparación entre modelos que vale la pena recordar: “Si bien es cierto que la lepra ha suscitado rituales de exclusión que dieron hasta cierto punto el modelo y como la forma general del gran encierro, la peste ha suscitado esquemas disciplinarios”.[20]

Citamos el pasado fragmento para demostrar cómo se deja atrás el modelo de la lepra y el sueño de la ciudad pura, para dar paso al poder del dispositivo disciplinario donde reina la vigilancia, el control y la individualización jerarquizada, El sueño político de un control que penetra la existencia de sus ciudadanos. Ya no es necesario expulsar, por el contrario, es dentro de la ciudad donde los reglamentos llevan minucioso control de la población; cada uno cumple con una tarea específica y el poder, circula sin impedimentos sobre toda la población. Veremos que este modelo podrá ser reproducido por el poder en la escuela, la cárcel, el manicomio, la fábrica, el hospital, donde el control y la asignación de roles permiten ejercer un control determinado sobre una multiplicidad especifica.

Aquí cabe resaltar que no es la división masiva ni binaria entre los unos y los otros lo que le interesa resaltar al autor, sino, las separaciones múltiples, las distribuciones individualizadas que llegan a una organización en profundidad de las vigilancias y de los controles, dando por resultado una intensificación y una ramificación del poder. Foucault resalta las capacidades que para el poder implica la aplicación de este modelo. Brinda la forma que ha de llevar cualquier intervención que busque tomar control de una comunidad y sus sujetos, por medio de estrategias que los acorralan en determinadas áreas y actividades permitidas a cada uno, con la amenaza del castigo si se rompe alguna de estas normas.

ZDZISLAW BEKSINSKI, “SIN TITULO” (1972)

Vemos así la comparación en cada modelo que implica ya no una exclusión hacia un exterior confuso y desconocido, sino un control que permite excluir en el interior bajo espacios y administraciones concretas del tiempo, en palabras de Foucault: “El leproso está prendido en una práctica del rechazo, del exilio-clausura; se le deja perderse allí como en una masa que importa poco diferenciar; los apestados están prendidos en un reticulado táctico meticuloso en el que las diferenciaciones individuales son los efectos coactivos de un poder que se multiplica, se articula y subdivide”.[21]

En la individuación, regulación de tiempos y espacios, estrategias ejercidas de forma jerarquizada, encontramos las diferencias y usos que el modelo de la peste aporta al poder. No es solo excluir para perderse, por el contrario, siempre se sabe quién a qué hora y dónde debe de estar. La administración de los sujetos en espacios y tiempos específicos permite al poder tener bajo su control a la población por medio de la enfermedad y con el fin de conservar la salud de los no infectados. La población se entrega por su “bien” a ese control, sean apestados o no.

Así, podemos concluir planteando que, para nosotros, las diferencias entre ambos modelos son claras. Cada una satisface una necesidad concreta, apoyada en la necesidad de cubrir una problemática. La lepra y la peste, ambas excluyen, pero excluyen por diferentes causas y obtienen diferentes resultados. En una se buscaba la pureza, en la otra el control. En esta última vemos gestarse ya el dispositivo de la sociedad disciplinaria; en la ciudad apestada se ejerce a la perfección el sueño del poder disciplinario. Vemos que una con el gran encierro y otra por los medios del buen encausamiento, se articulan por medio de prácticas de división y otras de reticulado. La lepra se reconocer por la marca, la peste es analizada y repartida. El exilio del leproso y la detención del apestado indican dos sueños políticos distintos. El poder se ejerce de dos maneras distintas en estos modelos sobre los hombres. En el acto de cortar el contacto es la base de los esquemas de exclusión.

Además, podemos encontrar ambos modelos conformados por esquemas diferentes, pero no incompatibles. Avanzan hasta llegar al siglo XIX donde el espacio de exclusión del leproso es habitado por otras distintas poblaciones que forman su espacio real y encontramos ahora sí a la exclusión como la técnica de poder propia de la red disciplinaria. En una doble estrategia, individualiza a los excluidos y al mismo tiempo se sirve de los procedimientos de individualización para marcar exclusiones. Estrategia que veremos emplearse en el siglo XIX en todas las instancias de control individual.[22] Encontramos como rasgo particular, la forma doble de función: por un lado, la división binaria y la marcación y por otro el de la asignación coercitiva y de la distribución diferencial. De esta forma se impone a los excluidos las tácticas de las disciplinas que individualizan y la universalidad de los controles disciplinarios que marcan al sujeto identificado como “leproso” y hacen jugar contra él los mecanismos dualistas de la exclusión. La división normal anormal es la continuidad de la división de la exclusión del leproso hasta nuestros días, una marcación binaria de exilio que se aplica a distintos objetos en el presente. Permite y valida la existencia y aplicación de un conjunto de técnicas e instituciones que se atribuyen como tarea el medir, controlar y corregir a los anormales. Vemos así la función e implicación de los dispositivos disciplinarios que se conformaron gracias al modelo de exclusión de la peste. El tratamiento de lo anormal, aún en nuestros días, que es ejercido mediante mecanismos de poder quizá más sutiles, conserva la técnica de marcar, con la intención de modificar a los sujetos, práctica heredera de estos dos modelos aquí analizados.

En resumen, de este artículo podemos observar que existen dos grandes modelos de exclusión en la historia de Occidente: el modelo de la lepra y el modelo de la peste. Ambos tuvieron objetivos distintos, pero pueden ser aplicados a una multiplicidad de acontecimientos y sirven para el control individual. En la lepra, tenemos un modelo que expulsa, con el fin concreto de buscar la pureza de la comunidad y el pago de pecados en vida que el leproso lleva en la carne como marca de sus faltas. El modelo de la peste por el contrario es inclusivo, determina, delimita, secciona, regula estratégicamente, espacios, horarios, puestos, jerarquiza en toda una ciudad quién puede hacer, clasifica a sus sujetos en vivos, enfermos y muertos; su sueño político ya no es la pureza, es el control sobre sus habitantes. En concreto, aquí podemos observar las características del dispositivo de control que posteriormente se aplicarán a distintos espacios y con distintos fines pero bajo el mismo proceder, este modelo sirve al poder para poder circular sin impedimentos y ejercer mayor coerción a quien no lo siga como se establece en sus reglamentos y su constante examen.

El día de hoy podemos llegar a preguntarnos de si nos encontramos en un modelo de control psicopolítico por medio del COVID-19 que se basa en atacar, de forma constante, nuestra estabilidad y fomentar el miedo en el presente y sobre el futuro, donde nos vemos replegados a nuestros hogares, donde fluye constantemente información, donde se nos exige ser productivos durante la pandemia, seguir produciendo desde el encierro y el aislamiento, cambiar la interacción física por la virtual. ¿Cuáles de éstas prácticas no se irán con la cuarentena? ¿Nuestros trabajos, relaciones, formas de reunión, comercio volverán a ser los mismos? ¿La insistencia liberal por el viajar, conocer, consumir en plazas, bares, restaurantes se verá frenada de tajo por una nueva forma de encierro consumista? ¿El mundo que conocemos hasta ahora será el mismo después de la pandemia? Seguramente solo podremos conocer la respuesta a estas preguntas con el paso del tiempo. La modificación de la “vida normal” hasta antes de la pandemia y quizá para muchas prácticas será tarde, por lo que ahora más que nunca la reflexión y el pensamiento crítico son necesarios ya que nuestro presente se desmorona conformando un futuro incierto. Con el big data y las nuevas formas de mercadeo basado en estadísticas de nuestros gustos, podemos pensar que el nuevo control puede ser un control psíquico, un control inconsciente del deseo que cada día entregamos al aceptar las cookies de los sitios que visitamos, quizá a diferencia del control de la peste, este sea nuestro nuevo sentido en el modelo del COVID-19. Quizá lo peor de esta situación es que aún en el encierro no dejamos de consumir, de desear, de generar datos que pueden ser consumidos, estudiamos, vendidos como información que puede ser utilizada para nuestra propia explotación. Quizá el fin de las sociedades disciplinaras y el control psicopolitico de las sociedades de la libre explotación se beneficie de esta pandemia y concrete las líneas que dibujen el nuevo dispositivo que marque la vida del siglo XXI con micro cambios que se nos vuelven tan cotidianos que son imperceptibles.

 

Bibliografía

  1. Diaz, Esther, La filosofía de Michel Foucault, Biblos, Argentina, 1995.
  2. Foucault, Michel, Historia de la locura en la época clásica I, México, Fondo de Cultura Económica, México, 2015.
  3. Foucault, Michel, Los anormales, Curso en el Colegio de Francia (1974-1975), FCE, Buenos Aires, 2001.
  4. Foucault, Michel, Seguridad, territorio y población, Curso en el Colegio de Francia (1977-1978), FCE, Buenos Aires, 2006.
  5. Foucault, Michel, Vigilar y castigar, Nacimiento de la prisión, Siglo XXI, México, 2008.
  6. Lugo, Mauricio, Apropiaciones Foucaultianas, BUAP, México, 2017.

 

Notas

[1] Michel Foucault, Los anormales, FCE, p. 50.
[2] Michel Foucault, Seguridad, territorio y población, FCE, p. 26.
[3] Huella que luego, del siglo XIV al XVII tendrán una nueva encarnación del mal, una magia renovada de purificación y de exclusión.
[4] Esther Díaz, La filosofía de Michel Foucault, Biblos, p. 32.
[5] Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica I, FCE, p. 18.
[6] Michel Foucault, Op. cit, p. 19.
[7] Michel Foucault, Op. cit, p. 19.
[8] Michel Foucault, Op. cit, p. 20.
[9] Michel Foucault, Op. cit, p. 23.
[10] Michel Foucault, Op. cit, p. 26.
[11] Esther Díaz, La filosofía de Michel Foucault, Biblos, p. 35.
[12] Mauricio Lugo, Apropiaciones Foucaultianas, BUAP, p. 84.
[13] Michel Foucault, Los anormales, FCE, p. 52.
[14] Michel Foucault, Op. cit, p. 52.
[15] Michel Foucault, Seguridad, territorio y población, FCE, p. 25.
[16] Sobre esta administración Foucault describe la escena de esta forma: “Cada cual, encerrado en su jaula, cada cual, asomándose a su ventana, respondiendo al ser nombrado y mostrándose cuando se le llama, es la gran revista de los vivos y de los muertos.” Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI, p. 200.
[17] Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI, p. 201.
[18] Michel Foucault, Op. cit, p. 201.
[19] Michel Foucault, Op. cit, p. 201.
[20] Michel Foucault, Op. cit, p. 202.
[21] Michel Foucault, Op. cit, p. 202.
[22] El asilo psiquiátrico, la penitenciaria, el correccional, el establecimiento de educación vigilada, los hospitales, etc.