Una propuesta de no sólo pensar filosóficamente al COVID-19, también reflexionar a la filosofía misma desde la situación actual
TOMADA DE LA NACIÓN
Resumen
En el siguiente trabajo se buscará dilucidar y analizar la relación que hay entre la filosofía actual y la situación derivada del Coronavirus, centrándose en preguntar por qué en las primeras semanas de la primavera del 2020 tantos filósofos estuvieron pensando y reflexionando con tal urgencia sobre este tema, en formatos que no son estrictamente los académicos. Para en un segundo momento poder dar cuenta de las condiciones que propician y favorecen, en general, a la actividad de filosofar. Se buscará analizar, no filosóficamente al Coronavirus, en todo caso dar cuenta del estado actual de la filosofía y su producción desde el estallido del Coronavirus, atendiendo también a la relación que guardan con la ciencia.
Palabras clave: filosofía, COVID-19, cuarentena, filosofar, ocio, filósofos.
Abstract
The following work will seek to elucidate and analyze the relationship between current philosophy and the situation derived from the Coronavirus, focusing on asking why in the first weeks of spring 2020, so many philosophers were thinking and reflecting with such urgency on this topic in formats that are not strictly academic. For in a second moment to be able to account for the conditions that propitiate and favor, in general, the activity of philosophizing. An attempt will be made, not to analyze the Coronavirus philosophically, but, in any case, to account for the current state of philosophy and its production since the Coronavirus outbreak, also taking into consideration the relationship it keeps with science.
Keywords: Philosophy, COVID-19, quarantine, philosophizing, leisure, philosophers.
¿Un mundo en crisis?
Comenzar diciendo que el mundo está en crisis quizá no sea lo más acertado, de entrada porque como bien señala Alain Badiou: “[…] la situación actual, marcada por una pandemia viral, no tenía nada de excepcional”,[1] porque, como él mismo explica, la relación entre los grupos humanos y las enfermedades contagiadas de forma exponencial no son para nada nuevas, tenemos documentada una larga y muy dolorosa lista de casos históricos: desde la peste hasta ahora el coronavirus mutado.
Otra lectura muy popular podría ser aquella que sostenga que el mundo vive en crisis constantes, problemas de índole económica, conflictos políticos, cuestiones ambientales, crimen, homicidio, violencia y un largo etcétera. Y si la crisis es la regla, en todo caso la tranquilidad sería entonces la excepción (la novedad) y desafortunadamente no estamos instalados en ella, por más que algunos anunciaran hace unos años el fin de la historia.[2]
En segundo término no podríamos asumir que el mundo está en crisis derivado de este virus que muta rápidamente, porque eso sería generalizar y hablar por todos los seres vivos que lo habitan y caería en lo antropocéntrico, sabemos que los animales domésticos, hasta el momento no son portadores ni transmisores y cada vez más nos encontramos notas en internet de animales tomando el espacio público, que ahora está ausente y del que han sido excluidos, apartados, desterrados y despojados.
¿Qué es entonces lo que está en crisis en nuestro mundo y que además nos resulta novedoso? Sin duda lo que es referente a nuestro mundo social, o al menos eso es lo que podemos inferir si leemos las publicaciones más recientes de los filósofos contemporáneos de la más alta alcurnia y prestigio.
Si bien hay una angustia legítima referente a la enfermedad y cómo se propaga por los países, según los informes médicos la tasa de mortalidad no parece ser tan alta si es comparada con otros virus. Sin demeritar al COVID-19 en tanto que peligro para la vida humana, lo que nos preocupa de momento son sus efectos: laborales, escolares, económicos, el aislamiento, la escases de alimentos y hasta de servicios médicos, siendo todo lo anterior reducible a relaciones sociales de algún tipo.
Hasta aquí no he escrito nada nuevo, esta introducción sólo me ha servido de contextualización para lanzar la pregunta que da cauce a este texto: ¿cuál es la relación que hay entre la filosofía y el COVID-19?
Como ya dijimos antes, los filósofos están pensando y escribiendo (o quizá escribiendo mientras piensan, con tal sentido de urgencia) en torno a esto, la pregunta es: ¿por qué? Y además: ¿por qué al unísono? Recientemente se publicó una compilación de dichos textos, bajo el nombre irónico (y después polémico) de “Sopa de Wuhan”, en la que desfilan los filósofos: Giorgio Agamben, Slavoj Žižek, Jean-Luc Nancy, Judith Butler, Byung-Chul Han, Paul B. Preciado, Franco Berardi, Santiago López Petit, Gabriel Markus, Gustavo Yáñez González y Patricia Manrique.
De la misma forma también se han pronunciado en otros espacios Roberto Espósito, Edgar Morin, Peter Singer, Noam Chomsky, Achille Mbembe, Michel Onfray, Fernando Savater, entre otros.
Hay dos formas de trabajar con lo anterior: la primera sería la más evidente, una vía referente al contenido, ver qué están escribiendo y preguntarse: ¿cuáles son sus ideas, críticas, reflexiones y preocupaciones respecto a lo que está aconteciendo? La segunda, que será la vía que explore aquí, dejará el espacio del qué, para adentrarse en el por qué, ¿por qué todos los nombres mencionados anteriormente lo están haciendo? ¿Por qué los filósofos están pensando en el COVID-19? Y en un tercer momento: ¿por qué la gente los está leyendo?
Parece una respuesta bastante evidente, pero el poder hacer la pregunta nos devela algo de la filosofía misma, de las condiciones en las cuales se realiza y también es un examen para preguntarnos por ella, qué más filosófico que preguntarse: ¿qué es la filosofía? Sobre todo, si la pensamos en nuestros tiempos.
El triángulo: filosofía, ciencia y COVID-19
En la antigüedad, por ejemplo, en el mundo griego o en el tiempo medieval donde nacen las universidades con sus cuatro formaciones iniciales (Teología, Filosofía, Medicina y Derecho), la filosofía, en tanto que disciplina, estaba bien delimitada, al menos en lo que se refiere a su concepto, su relación era pues directa con el conocimiento, pero si lo que escribe Wallerstein es cierto:
A través del tiempo ciertas personas, alrededor del siglo XVIII, empezaron a cuestionar la diferencia entre el teólogo que decía su verdad, y en ello poseía su autoridad, y el filósofo que hacía lo mismo. Esas personas comenzaron a llamarse científicos. Postularon que la verdad se descubre empíricamente y que no es deducible de leyes naturales o de ordenamientos divinos. La realidad podía ser descubierta en el mundo actual a través de métodos particulares que se denominaban métodos científicos. Por primera vez, se dio un divorcio entre la ciencia y la filosofía. Antes, las dos palabras se utilizaban para significar más o menos lo mismo.[3]
Filosofía y ciencia se han escindido, han pasado a ser dos disciplinas distintas, que en algún punto se tocan y retroalimentan, pero con dicha ruptura ya no sabemos con tanta certeza a qué se refiere la primera, hasta dónde llega su injerencia, su campo de estudio. Mientras que de la ciencia nos queda bastante claro al saber que tiene una parte experimental (empírica) y que además posee un método bien definido.
Wallerstein en ese mismo texto, haciendo uso de la triada platónica nos dice que a la ciencia le interesó únicamente la verdad (en tanto que conocimiento), mientras que la filosofía, producto del divorcio, se quedó con las preguntas acerca de la belleza y de lo que es bueno.
Mario Bunge recupera la relación entre ciencia y filosofía,[4] pensando solamente en la Filosofía de la ciencia, como aquella reflexión y crítica de la ciencia y su método, porque después de todo pensar en y a la ciencia no es propiamente algo científico, es en todo caso algo filosófico.
Lo cierto es que mientras que la ciencia parece dar pasos enormes en cuanto a su producción se refiere, la filosofía, desde su despliegue histórico, da la sensación de estar estancada, de ser una suerte de aporía, discusión sin final, estéril y hasta ociosa, en gran razón por eso en años recientes se planteó (y ejecutó) su eliminación en los programas de estudio de bachillerato, por no encontrarle una utilidad.
Regresando a la situación que tenemos derivada del Coronavirus: ¿quién va a solucionar el problema? ¿la ciencia o la filosofía? Sin duda los encargados de encontrar una vacuna serán los científicos, la esperanza está puesta en los hombros de la ciencia. ¿Entonces cuál es el papel de la filosofía en todo esto? Si la solución de la pandemia no está en los filósofos: ¿por qué todos ellos están escribiendo con urgencia sobre esto?
El porvenir de los efectos
Sin ser propiamente un filósofo, en uno de sus textos catalogados como sociológicos, Freud comenzaba así:
Todo aquel que ha vivido largo tiempo dentro de una determinada cultura y se ha planteado repetidamente el problema de cuáles fueron los orígenes y la trayectoria evolutiva de la misma, acaba por ceder también alguna vez a la tentación de orientar su mirada en sentido opuesto y preguntarse cuáles serán los destinos futuros de tal cultura y por qué avatares habrá aún de pasar.[5]
Preguntarse qué está pasando y qué va a pasar, son inquietudes plenamente filosóficas, recordemos aquello que nos enseñaban en nuestra primera clase de la facultad: las preguntas más básicas con las que inicia toda reflexión filosófica son: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy?
La filosofía entonces confiere de un sentido racional y lógico no sólo a nuestras vidas, en tanto que individuales, también a la situación que estamos atravesando, como cuerpo social. Si leemos atentos los trabajos recientes de estos filósofos encontramos siempre lo mismo, son miradas puestas no en el COVID-19 en sí mismo, es decir no nos dicen qué es, cómo muta, cómo se transmite, eso es menester de la ciencia, en todo caso los filósofos están dando cuenta de sus efectos pero no en términos plenamente biológicos, sí en los sociales, preguntándose por las medidas y cómo es que se contiene a los contagiados, ¿cuáles son las implicaciones de una cuarentena? Escribe Paul B. Preciado: “[…] dime cómo tu comunidad construye su soberanía política y te diré qué formas tomarán tus epidemias y cómo las afrontarás”,[6] recordando a Foucault y su Historia de la locura, donde nos cuenta cómo los enfermos mentales empezaron a ser tratados como a los leprosos, apartados por temor al contagio.
Quizá esa sea una de las razones por las cuales la gente está leyendo con expectativa y detenimiento lo escrito por los filósofos, para que los ayuden a entender el sentido de lo que está pasando y también que, desde las causas, se vislumbre qué podría también acontecer; las personas están ávidas de respuestas, lo cierto es que la filosofía más que ser una categórica y propositiva contestación, termina por ser una incómoda pero necesaria interrogante que se concretaría en la siguiente fórmula: incertidumbre frente a lo incierto de los tiempos.
TOMADA DE INFOBAE
Filosofía: tiempo de ocio y encierro obligatorio
En la nota editorial de la antes mencionada Sopa de Wuhan se lee lo siguiente: “[…] ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) es una iniciativa editorial que se propone perdurar mientras se viva en cuarentena, es un punto de fuga creativo ante la infodemia, la paranoia y la distancia lasciva autoimpuesta como política de resguardo ante un peligro invisible”.[7]
La parte del aislamiento también resulta interesante y digna de análisis, sobre todo en cuanto a su relación con la filosofía. Filosofar sin duda es pensar, pero quizás no todos los pensamientos alcancen a ser reflexiones filosóficas, ¿qué se necesita entonces? Sin duda de hacer lecturas, otras reflexiones, críticas, confrontaciones, es decir: de tiempo para la maduración de dichas ideas.
Para poder pensar, al igual que para poder realizar una obra de arte o desarrollar un experimento científico, se necesita de tiempo. Filosofar entonces es una actividad, que se desarrolla en un tiempo determinado y también en un espacio, no hay pensamientos que no estén atravesados por estos dos elementos, no hay ideas sin contextos.
En nuestras sociedades actuales movidas por el incesante ritmo de la producción capitalista hay poco tiempo libre, aquí la lógica es: producir y consumir, para seguir produciendo y consumiendo.
Pero si habíamos establecido que para poder filosofar se necesita de tiempo, para la mayoría de las personas dichas reflexiones se desarrollan no en el tiempo de la producción y sí en el tiempo del ocio, aburrimiento o de descanso. ¿Cómo podemos sostener tal afirmación? Si la filosofía entera se instaurara en el tiempo de la producción, eso significaría que sería remunerada en tanto que produce algún artículo: ¿y qué produce la filosofía? ¿nuevas ideas? ¿cómo se valoran y pagan en el mercado?
Algunos podrán sostener que sí, que la filosofía genera en términos capitalistas, pero el producir artículos, libros, dar clases, ponencias o conferencias no reduce ni resume toda la filosofía, a lo mucho sólo una cara de ella, la llamada filosofía institucionalizada[8] enclaustrada en el ámbito académico, pero como señala Michel Onfray sería muy ingenuo creer que la filosofía sólo es aquella que se realiza en las universidades, pensar filosóficamente no es algo reservado ni tampoco propiedad de ninguna institución.
Esta filosofía institucionalizada responde al aparato capitalista que la busca poner en el orden de la utilidad y la ganancia, pero uno puede pensar filosóficamente aún más allá del espacio de un instituto o facultad y también sin el reconocimiento y validez de éstas. En este sentido las escuelas no forman propiamente filósofos, en todo caso especialistas de la historia de las ideas filosóficas, que inviste por medio de una clasificación meritoria: licenciados, maestros y doctores.
La actividad de filosofar tiene una relación más íntima con los seres humanos que la mera obtención de un grado académico, se requiere de cierta sensibilidad y de una actitud, porque la filosofía no se origina con la respuesta a una duda, tiene su nacimiento con la pregunta misma, cuando se cuestiona algo, ya se están sentando las condiciones para empezar a filosofar. La filosofía en estos términos no sólo es un saber, también es un modo de ser y de estar en el mundo, por lo tanto, es también una praxis.
Lo mismo encontramos con la situación derivada del COVID-19, los filósofos no están resolviendo la crisis, están preguntando en todo caso por lo que se está haciendo y cómo es que se realiza, cuáles son sus implicaciones y efectos, sobre todo porque como lo señala en una entrevista Achille Mbembe: “[…] este sistema siempre ha funcionado con un aparto de cálculo. La idea de que alguien vale más que otros. Los que no tienen valor pueden ser descartados. La pregunta es qué hacer con aquellos que hemos decidido que no valen nada”.[9] Los dilemas éticos y sociales se despliegan con toda su fuerza y alguien necesita preguntar por ellos, revisarlos, analizarlos y problematizarlos.
Habrá que reconocer otra vez que en el sistema económico y social en el que vivimos; nombrado capitalismo, cada vez es más difícil encontrar tiempo para poder filosofar, sobre todo porque tiene una estrecha relación con el tiempo de ocio y éste es cada vez es más reducido. Filosofar es detenerse, tomarse un tiempo para poder pensar y reflexionar, parece que no es muy productivo ni tampoco rentable, porque no se genera a priori un producto, pero para los seres humanos es importante el poder hacerlo, somos animales que preguntan, con dudas.
Si pensamos en el origen mismo de la filosofía, que como ya establecimos nace con las preguntas y no con las respuestas, el mirar al cielo y cuestionarse por qué las estrellas estaban allá arriba y no se caían, o lo que hizo Tales de Mileto en su momento, de pensar en el arché de las cosas, esas reflexiones sin duda debieron de ser a costa de detenerse de hacer alguna otra cosa quizás más imperativa para la subsistencia, abstraerse un rato de lo inmediato y poder pensar en lo lejano, porque para poder hacer esto se necesita de tiempo, uno libre, de ocio, porque cuando hay ocupaciones y trabajo no queda demasiada energía ni ganas para pensar en cosas tan abstractas o que se sienten lejanas. Lo inmediato y lo urgente nos acorta la mirada y vaya que vivimos en tiempos donde reina lo inmediato, se vuelve imperativo para nosotros el tener que rentar nuestra fuerza de trabajo para poder subsistir.
Sin tiempo para poder filosofar, lo único que queda es aquella filosofía institucionalizada, la que sí se puede poner en términos de utilidad y mercancía. La que es medible con indicadores: número de horas de clases impartidas, de artículos publicados, de congresos asistidos y ponencias dadas, etc.
Pero como habíamos dicho al inicio de este texto, el Coronavirus ha puesto en crisis por lo menos a nuestro mundo social y eso se nota en el aislamiento, estamos de alguna manera forzados por un “enemigo invisible” a estar dentro de nuestras casas y si bien el trabajo se ha digitalizado, en algún punto también se ha vuelto ambigua la distinción entre el tiempo de producción con el tiempo de ocio, esto lo señala Preciado: “Ya no se trata solo de que la casa sea el lugar de encierro del cuerpo, como era el caso en la gestión de la peste. El domicilio personal se ha convertido ahora en el centro de la economía del teleconsumo y de la teleproducción”.[10]
Lo anterior es sensato y en muchos sentidos cierto (o por lo menos lo será), pero de momento todavía es un proceso que no se termina de concretar, todavía no alcanzamos a diferenciar en nuestros hogares (y ahora encierros) el tiempo de producción con el tiempo de ocio, están mezclados, confundidos, homogéneos y si bien aún estamos trabajando y produciendo, también está la sensación de que ahora disponemos de más tiempo libre, porque no hay que correr para bañarse, alistarse, viajar en transporte público, etc. Sentir que tenemos más tiempo, abre la posibilidad de un filosofar que vaya más allá de lo meramente institucional.
¿Por qué están escribiendo todos los grandes filósofos de nuestros tiempos? Quizás más allá de la urgencia de la crisis en sí misma, dicho estado excepcional de encierro brinda también la oportunidad de filosofar más allá de lo institucional. Para percatarse de esto basta con ver cómo lo están haciendo, en no más de dos cuartillas, publicando en columnas de revistas y sitios digitales, escribiendo en un formato que no es propiamente el académico, no hay citas, ni bibliografía, ni estado del arte, ni los estrictos lineamientos. “Hoy, pues, habiendo, muy a punto para mis designios, librado mi espíritu de toda suerte de cuidados, sin pasiones que me agiten, por fortuna y gozando de un seguro reposo en un apacible retiro, voy a aplicarme seriamente y con libertad a destruir en general todas mis opiniones antiguas”.[11]
SLAVOJ ŽIŽEK
Esto escribía Descartes al inició de su primera meditación metafísica, así damos cuenta que para poder desarrollar la actividad de filosofar se apartó y recluyó en soledad, situación que hoy más que por gusto o buscando tranquilidad nosotros nos vemos también obligados a hacer, evitando así propagar la cadena de contagios.
Estamos preventivamente recluidos, en algún sentido asilados, quizás no de manera absoluta como lo estuvo en su momento Descartes, pero en muchos sentidos sí con el tiempo necesario para poder abstraernos en nuestros pensamientos.
Y más allá de lo que piense Zizek, que encuentra en esta situación una posible forma de derrocar al capitalismo y hacer una revolución en todos los niveles,[12] los filósofos al estar en una cuarentena social autoimpuesta han podido dedicarse a pensar, pero tampoco hay que ser ingenuos ni caer en la tentación de asumir que ésta es oportunidad de recuperar tiempo de ocio, demarcándola y haciéndola ganar terreno, seguramente muy pronto se va a estabilizar y el capitalismo y sus mecanismos encontrarán la manera de imponer de nuevo la lógica del tiempo de la producción sobre el tiempo de ocio.
La actividad de filosofar, más allá del ámbito de lo institucionalizado, tiene una potencialidad de resistencia contra lo capitalista, pues frente a este tiempo que es avasallador y voraz, detenerse a pensar abre una brecha que alcanza a suspender o por lo menos poner entre paréntesis a la pura producción. Lo cierto es que también es un privilegio: ¿quiénes pueden tomarse el tiempo de ponerse a pensar en estos tiempos? Para poder pensar primero hay que tener el estómago lleno, como bien señala Descartes gozar de un seguro reposo, que no todos tienen la oportunidad de poder darse.
Las discusiones y controversias en la filosofía: su carácter abierto, no dogmático
Sin embargo, más allá del privilegio que supone el poder realizar la actividad de filosofar, habría que asumir también el carácter de su responsabilidad, debe haber un compromiso ético, no sólo con la verdad, también con aquellos que se han sacrificado para que el filósofo escriba. Aquel que puede pensar, que lo haga pero con ética, si bien la filosofía no es un faro radiante de luz, ni tendría por qué serlo, que su poder crítico y reflexivo contribuya a develar las estructuras de poder que oprimen y desfavorecen sistemáticamente.
Aquí rompemos con lo dicho por Wallerstein al asumir que la autoridad del filósofo está fundada en lo mismo o que es análoga a la de los sacerdotes, la filosofía no es doctrinal ni dogmática, es siempre un ejercicio crítico y reflexivo, tanto así que no sólo vigila a la ciencia y al coronavirus, desde ellos también se interroga a sí misma.
Tradicionalmente el paradigma positivista de la ciencia ha entendido como una debilidad que la filosofía no tenga como tal una parte experimental, en tanto que empírica, argumentando que más que pensar al mundo de lo que se trata es de salir a conocerlo, pero ahora desde el encierro se confirma, no basta con querer ir al mundo, porque el filósofo de hecho ya piensa estando en él y ahora que tenemos impedida la ficción del afuera, se vuelve menester enfrentarse también a las ideas que se tienen sobre el mismo mundo y su porvenir. Pensar es ya hacer algo y lograr una idea del mundo es dar cuenta de una parte de él.
Ya habíamos establecido en otro apartado que la filosofía se vuelve necesaria en un momento así, porque nos ayuda a entender qué está pasando y cómo es que está sucediendo, dota de un sentido lógico y racional a los hechos, pero parece que cierto público está buscando encontrar en ella una especie de respuesta o predicción, que les diga algo sobre el futuro, de nuevo se hace presente esta intuición de que si se conocen bien las causas de algo se puede predecir lo que vendrá.
Pensar nos ayuda a entender y en muchos niveles también a planear, es decir: imaginar el futuro del mundo nos puede servir como motor de acción, ya sea desde lo utópico o distópico, pero eso no quiere decir que la filosofía tenga un verdadero poder adivinatorio, por eso está abierta, porque el futuro también lo está, para algunos, como Zizek, el panorama luce favorable para cambiarlo todo, pero para Byung-Chul Han claramente no resulta así:
El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa.[13]
Más allá de ver cual análisis será el más acertado, es interesante notar cómo se (re)produce la filosofía y se propaga, desde la confrontación misma de las ideas, así como Heráclito dijo que nadie se bañaba dos veces en el mismo río, tampoco hay dos personas que piensen igual, si bien la pregunta da pie al filosofar, en un segundo momento no sólo las respuestas, sino también cómo se plantean las dudas cambia, es diverso. No hay dos respuestas iguales y quizá tampoco dos preguntas iguales.
La historia de la filosofía no es más que la narración de una serie de disputas, aunque actualmente ya no con fines de ver quién tiene la razón y en ese sentido posee la verdad, en todo caso lo que se devela es que la verdad se construye, no se encuentra, en nuestra época la verdad es diversa, se pelea.
Por eso es importante insistir en que la filosofía no es dogmática ni cerrada, está abierta, viva, dispuesta y lista para el debate argumentativo, para el intercambio de ideas, así pues quien espere encontrar en ella la revelación última del futuro está buscando en el lugar equivocado, también cometen un error los que vean en los filósofos, incluso en aquellos que hemos nombrado aquí como los de alta alcurnia, una especie de sagrados profetas. El menester es interrogarlos, leerlos atentos pero no para rendirnos frente a ellos, ponerlos en jaque, problematizarlos, filosofar con y también contra ellos.
El diagnóstico final resulta ser positivo, la filosofía actual se muestra paradójicamente saludable, al menos en este ejercicio de pensar activamente desde y en el coronavirus, dando señales importantes de vida para quienes la creían enterrada y superada, vemos que sigue siendo necesaria y está vigente. Además que comprobamos que continúa afilada no sólo en cuanto al poder de sus críticas y reflexiones, también de sus propias disputas y controversias, que la renuevan y evitan que se anquilose, podemos leer cómo Agamben escribe algo y Jean-Luc Nancy le responde, siendo a su vez criticado por Espósito, lo mismo pasa en otros frentes con Zizek, Butler, Preciado, Badiou y Byung-Chul Han.
Sabemos que son tiempos en extremo inciertos, pero también recordemos que de las preguntas nace la filosofía más genuina.
Bibliografía
- Badiou, Alain, “Sobre la situación epidémica”, en Lobo Suelto!
(http://lobosuelto.com/sobre-la-situacion-epidemica-alain-badiou/), consultado el 21 de marzo de 2020.
- Bunge, Mario, La ciencia. Su método y su filosofía, Laetoli, Navarra, 2013.
- Chul Han, Byung, “La emergencia viral y el mundo de mañana”, en El País,
(https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html), consultado el 22 de marzo de 2020.
- Descartes, René, Discurso del método. Meditaciones metafísicas, Austral, Madrid, 2007.
- Foucault, Michel, Historia de la locura en la época clásica I, Fondo de Cultura Económica, México, 2015.
- Freud, Sigmund, El porvenir de una ilusión, Biblioteca OMEGALFA, 2016.
- Mbembe, Achille, “La pandemia democratiza el poder matar”, en Apocalipsis – La Vorágine, (https://lavoragine.net/la-pandemia-democratiza-poder-de-matar/), consultado el 31 de marzo de 2020.
- Onfray, Michel, La comunidad filosófica. Manifiesto por una Universidad popular, Gedisa Editorial, Barcelona, 2017.
- Preciado, Paul,“Aprendiendo del virus”, en El País,
(https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html), consultado el 28 de marzo de 2020.
- VVAA, Sopa de Wuhan, Editorial ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), 2020.
- Wallerstein, Immanuel, La historia de las Ciencias Sociales, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM, México, 1997.
- Zizek, Slavoj, “Coronavirus is “Kill Bill”-esque blow to capitalism and could lead to reinvention of communism”, en Russia Today
(https://www.rt.com/op-ed/481831-coronavirus-kill-bill-capitalism-communism/), consultado el 27 de febrero de 2020.
[1] Badiou, Alain, Sobre la situación epidémica, ed.cit.
[2] Véase: Fukuyama, Francis, “El fin de la historia y el Último hombre”, Editorial Planeta, Barcelona, 1992.
[3] Wallerstein, Immanuel, La historia de las ciencias sociales, ed.cit. p.10.
[4] Véase: Bunge, Mario. “La ciencia. Su método y su filosofía”, ed. cit.
[5] Freud, Sigmund, El porvenir de una ilusión, ed.cit. p.2.
[6] Preciado, Paul B., Aprendiendo del virus, ed.cit.
[7] Amadeo, Pablo, Sopa de Wuhan, ed.cit. p.13.
[8] Véase: Onfray, Michel, “La comunidad filosófica. Manifiesto por una Universidad popular”, ed. cit.
[9] Mbembe, Achille, La pandemia democratiza el poder matar, ed.cit.
[10] Preciado, Paul B., Op.cit.
[11] Descartes, René, Discurso del método. Meditaciones metafísicas, ed.cit., p.119.
[12] Véase: Zizek, Slavoj, “Coronavirus is “Kill Bill”-esque blow to capitalism and could lead to reinvention of communism”, en Russia Today, ed. cit.
[13] Han, Byung-Chul, La emergencia viral y el mundo de mañana, ed.cit.