Resumen
En este texto se esboza una breve definición del concepto de melancolía en tres filósofos clásicos: Marsilo Ficino, Aristóteles y Kant, quienes lo asociaban con la habilidad artística y creadora como un atributo del genio. El objetivo es contrastar esta perspectiva del artista melancólico con la melancolía que caracterizó a la raza negra y a su creación en el caso del blues y el jazz. Se parte del supuesto de que la melancolía para estos tres filósofos era de carácter trascendental, que elegía a unos cuantos, hombres con ciertas características definidas. Sin embargo, la historia demostró que los oprimidos, los esclavos, también podían hacer arte —blues y jazz— incluso desde la misma tragedia propinada por el hombre blanco, occidental.
Palabras clave: melancolía, blues, jazz, descolonización, arte, sublimación.
Abstract
This text is about the concept of melancholy in three classical philosophers: Marsilio Ficino, Aristotle and Kant, who associated it with the artistic, creative ability as an attribute of genius. The idea is to contrast this perspective of the melancholic artist with the melancholy that characterized the black race and their creation in the case of blues and jazz. For these three philosophers, melancholy had a transcendental nature, which chose a few, men with certain defined characteristics. However, history showed that the oppressed, the slaves, could also make art —blues and jazz— even from the same tragedy given by the white, western man.
Keywords: melancholy, blues, jazz, decolonization, art, sublimation.
En los tiempos que corren seguimos encontrando una fuerte alusión a la relación genio-melancolía en cuanto a la creación artística en sus diversas disciplinas: literatura, poesía, cine, pintura, escultura, filosofía, música y otras que implican las manifestaciones del espíritu —de acuerdo con Hegel—. Se trata de una relación simbiótica que se ha establecido desde épocas antiguas con distintos referentes. En su ensayo, Andrea María Noel señala que el florentino Marsilo Ficino, por ejemplo, en su De triplici vita establecía una fuerte tendencia de la melancolía hacia las personas que se dedicaban a las letras, la cual provenía a su vez de la influencia de los planetas Saturno y Mercurio: el primero porque tenía la capacidad de incidir en aquellos que buscaban la contemplación de las cosas más elevadas. Se pensaba, en consecuencia, que los hombres de gran genio y capacidad creativa eran los más propensos a buscar esa contemplación, a dirigirse hacia lo intangible, a las ideas, a lo más elevado. Estas personas eran permeadas por las energías de Saturno. Por su parte, Mercurio incitaba hacia la búsqueda de las artes y de la ciencia. Así, dada la naturaleza de ambos planetas, es decir, fría y seca, como lo es la bilis negra o melancolía —acepción que Ficino toma de Aristóteles—, entonces los hombres que poseían este impulso creativo también eran propensos a padecer en gran medida altas dosis de bilis negra, de melancolía.
Además de las energías de ambos astros, según Ficino, otra situación que potenciaba la aparición de esta tristeza exacerbada era el olvido del cuerpo causado por el pensar, por la contemplación. Un descuido atraía a la enfermedad y hacía más duradero y profundo el padecimiento en conjunto con el aislamiento al que era propenso el hombre de letras, pues, para poder dar origen a su obra, la soledad era casi imperativa. Finalmente, la propia labor intelectual causaba enfriamiento y resequedad en el cerebro —propiedades iguales a las de los astros—, lo cual haría entonces contener dentro de sí a los elementos esenciales de la melancolía.[1]
Ficino adscribe en su concepto sobre este mal muchas de las acepciones de Aristóteles contenidas en su Problemata XXX; sin embargo, según el estudio de Rubén Peretó Rivas, para Aristóteles, todos los hombres son poseedores de la bilis negra en alguna medida, solo que hay quienes pueden sufrir una alteración, ya sea por cuestiones de temperatura o por problemas digestivos, o bien por tener un exceso del humor negro debido a su propia constitución, en este caso se refiere al hombre melancólico por naturaleza. Así, para Aristóteles, quien se encuentre entre estas personas poseerá un ethos o carácter diferente que el del resto; aunque bien hace el filósofo en aclarar que no toda persona con un exceso de bilis negra será en consecuencia propensa a la genialidad, sino solo aquella que la pueda poseer dentro de los límites requeridos: alta como para distinguir su carácter por encima del resto, pero posible de regularse, dirigirse o en todo caso sublimarse para no caer en los excesos que puedan conducir incluso a la muerte.[2]
En Kant, en la Crítica del juicio, también encontramos esta cualidad del genio melancólico, pues solamente es él quien puede alojar los sentimientos idóneos para contemplar la belleza y la dignidad de la naturaleza humana, las cuales considera inaccesibles para otros tipos de temperamentos, como los “joviales y ligeros”[3]; pero no solamente se trata del hombre que puede contemplar, pues incluso es capaz de advertir los peligros, la adversidad misma y quizás sublimarla en sentimientos característicamente bellos (agregaría que esta sublimación podría conducir a la creación):
En tanto que este sentimiento noble y dulce nace del temor que experimenta un alma en presencia de otros obstáculos, cuando llena de un gran resolución, ve los peligros a los que debe sobreponerse, y que tiene ante sus ojos una difícil pero grande victoria que debe obtener sobre sí misma. La verdadera virtud, la que se funda sobre principios, lleva en sí algo que parece conformar con el carácter melancólico, en el sentido templado de la palabra.[4]
Es el carácter del escritor o del poeta el que, según Deleuze, hace que se vea impelido a escribir por esa amenaza de la potencialidad devastadora que tiene la existencia y, por lo cual, su arrojo a la creación a través de las letras no es más que un intento por advertir el peligro, plantar cara a la impotencia y asirse a algún lugar como intento de refugio.
Revisando la tradición filosófica, nos hemos dado cuenta de que el hombre melancólico, el genio que ella pone de relieve es, en efecto: hombre, blanco y occidental; el que es capaz de pensar, aquel al que los astros pueden influir, sujeto de los halos etéreos que conducen a la actividad casi divina de producir arte; seres elegidos para dar a la humanidad aquello de lo que el resto se encuentra privado. Por lo tanto, es gracias a ellos que podemos tener un atisbo de la belleza y vastedad del universo, de lo sublime. Esta concepción de belleza que viene desde el pensamiento de Platón se conjuga a su vez con la idea de virtud en tanto que toma a determinados hombres como los capaces de producir arte y pensamiento. Así, para Aristóteles, Ficino y Kant —aunque también se puede citar a la literatura romántica del siglo XVIII por su propensión a la melancolía—, el acceso a lo bello y a lo elevado solo lo podía tener este modelo de hombre.
Si ese era el tipo de humano al que se atribuía el poder de arrobar a sus semejantes con sus extraordinarias disposiciones creativas, cabe hacerse la pregunta: ¿Qué opinaría ese genio al saber que la melancolía y la creación podrían también tocar a sus oprimidos, a aquellos a a quienes redujeron en su totalidad por convertirlos a fuerza de degradación en sujetos de dominio y propiedad, y a quienes cerraron toda posibilidad de mostrar sus impulsos espirituales de modo libre desde el momento en que les propinaron violaciones y una vida atada al trabajo forzado?
Recordemos que la raza negra tenía otras categorías, en sus regiones eran reyes y reinas. Sus modos de ser no eran compatibles con los que luego les fueron propinados por medio de la esclavitud. Pues bien, la relación melancolía-creación —no sé si incluir genialidad— no es exclusiva de un tipo de ser humano, como tampoco es trascendental. Además, puede ser causada por la opresión del hombre mismo, por cuestiones tan terrenales como el poder, la violencia y la dominación. Hasta ahora ya sabemos por disciplinas como la psicología y la psiquiatría, entre otras, que existe una predisposición biológica hacia los estados melancólicos,[5] pero también sabemos que hay causas externas que pueden ser las detonantes, tal caso fue el de la raza negra esclava.
Hay que reconocer que una cualidad inherente de la psique humana es la búsqueda de resquicios para salvarse. En el caso de esta población, surgió la creación devenida en un incomparable legado que, en efecto, es el fruto de la sublimación del tormento, de la melancolía acaecida en toda una raza. Estamos hablando de algo que, aun atravesando diferentes épocas, no ha dejado de transmitir un sentimiento transformado en acordes, voces y guitarras que gritan la opresión racial y el universal sufrimiento por la falta de libertad: se trata del blues y el jazz.
Mujeres y hombres negros que evocan cantos, ritmos no por influencia de los planetas, sino por la tristeza profunda, el extravío producido por la desesperación de vivir en la opresión: es el canto que surge de la imposibilidad de ser ellos mismos ante un proceso de colonización y sujeción. Se trata de una discordancia que, si vemos en términos de Kierkegaard, nace de una relación en la que el “yo” real no puede encontrarse con el “yo” virtual, pues están ante un obstáculo que les impide ir hacia ellos mismos y transparentar la relación con su “yo”. La desesperación en su máxima expresión es equiparable a los estados melancólicos más mordaces. Se desespera por no poder encontrar el empate en esa relación, por no lograr resarcir la discordancia entre lo que se pretende ser y lo que se es; entre ser libre y verse esclavo. Para Kierkegaard, la parte contraria y de cura sería encontrar el aparejamiento que conduciría a la cúspide, a la elevación y, por tanto, a la eliminación de la desesperación o, en estos términos, a la libertad.
En la búsqueda de supervivencia de estas mujeres y hombres negros —por encontrar una alternativa o freno a la desesperación y por emprender el camino hacia ellos mismos— nace el blues. Blues y jazz son el puente necesario para rearticularse, para encontrar un reacomodo ante la dislocación que han sufrido en su interior, o bien, en palabras de Kierkegaard: “He aquí pues, la fórmula que describe el estado del yo, cuando la desesperación es enteramente extirpada de él [ellos]: orientándose hacia sí mismo, queriendo ser él mismo, el yo se sumerge, a través de su propia transparencia, en el poder que le ha planteado”.[6]
En diversas escuelas, tradiciones, creaciones, encontramos este anhelo reconstructivo que en Freud sería visto como sublimación. Así, en la teoría freudiana también hay un camino hacia el eje rearticulador: ante traumas y vejaciones, irrupciones de gran calado en nuestra psique, existe un anhelo por hacer valer la propia voluntad y reordenarse en función de un deseado dominio de sí mismo que obedece en términos esenciales a la búsqueda del principio del placer o de estabilidad, de suspensión del dolor. Un hallazgo que lo demuestra son los estudios de Freud con base en el análisis de los sueños en los pacientes que habían sufrido las atrocidades de la guerra. Se trataba precisamente de la recreación por medio del sueño de los episodios más dolorosos y violentos padecidos durante los combates, no compatible con lo que pudiera suponerse acerca de una búsqueda por la satisfacción del deseo —como sucede de ordinario—, sino como una manifestación por la pretensión de reapropiarse de la situación y, con ello, de sí mismos. Es decir, era un emprendimiento que no se había podido ejercer hacia la misma realidad —en este caso los hechos lacerantes de ese pasado— sino que en la supresión de toda temporalidad posibilitada por el sueño se intentaba afanosamente un reordenamiento; de alguna manera, un volver al dominio de sí, lo cual causaba la repetición de la situación que había dado pie a la dislocación: la guerra.
De igual manera, el blues y el jazz funcionan como esta sublimación de la impotencia por volver hacia sí mismo —truncada por la realidad—, por un reencuentro anhelado que recompone mente y espíritu y que, al mismo tiempo, integra al cuerpo, hecho totalmente opuesto a la melancolía que describe Ficino, donde existe la propensión por el olvido del cuerpo. En el blues y jazz es todo lo contrario, pues es justamente el cuerpo lo que entra en escena, lo que se pone en juego y lo que da vida, es él quien anima los acordes, impulsa la voz y se convierte en el instrumento por el cual el dolor puede convertirse en arte. Ahí está la desterritorialización y la consecuente reterritorialización: es gritar, cantar que se tiene cuerpo doliente, que la tristeza arremete, se asienta y se convierte en desesperanza, pero que también, por medio de ella, se puede llegar a la elevación —además no solo convertir el sufrimiento, sino exaltar el deseo sexual mediante los ritmos erotizantes y los juegos sexuales de las letras que componen diversas canciones—, un hecho que no es exclusivo de un sector o de un modelo idealizado. En este caso, la elevación es una reapropiación de la tristeza extrema.
En sus orígenes el blues se dio con aquellos cánticos de la raza negra para poder comunicarse entre sí ante los impedimentos de los colonizadores, y poco a poco se conformaron como las fugas, los escapes del sufrimiento emanados como sonidos y luego como cantos para liberarse virtualmente de las cadenas. Representó —aunque no intencional o explícitamente— y representa un agenciamiento de la melancolía como potencia de la creación artística —pero tampoco es garante—; se trata de la muestra de que el talento, la potencia creadora y el ultranombrado toque no son exclusivos ni de un sector, ni de los hombres, ni de los blancos, ni de los privilegiados económicamente como acaso todavía en este siglo XXI algunos sectores creen —y que por cierto tampoco se hereda y mucho menos se adquiere adscribiéndose a grupos de poder—.
La historia nos da un buen ejemplo con los numerosos casos de vidas cuyo dolor ha sido ofrendado al corpus de esta música, a pesar de que desconozcamos si han logrado reapropiarse de su “yo” para poder liberarlo; sin embargo, bajo esta reflexión, con sus voces, acordes y cuerpos, al menos es el camino que nos han mostrado para quizás nosotros poder profundizar en la potente voz de Big Mama Thornton; el dulce y nostálgico canto de Elmore James; la rítmica guitarra de la leyenda del crossroad, Robert Johnson; la vivificante armónica de Little Walter; los cantos de protesta por los derechos civiles de Nina Simone; el grito sonoro para pedir sólo Respect! Sr., de Aretha Franklin; el dolor a causa de las violaciones y la prostitución que sufrió Billie Holiday, la Lady Day; la trágica vida de Charlie Parker; y el padecimiento a causa de las adicciones de Chet Baker, entre los numerosos casos de talentosos músicos y compositores de blues y jazz que han sublimado el sufrimiento por medio de la música: John Lee Hooker, Muddy Waters, Jimmy Reed, Willy Dixon, Janis Joplin, Miles Davis y todas aquellas personas que me hace falta nombrar hasta heredar esa vena negra en intérpretes de todo el mundo, incluida la escena actual mexicana.
La radical importancia de reapropiarse la melancolía como telón de inspiración y creación y, por tanto, la descolonización del concepto a través de la experiencia se encuentra en algo más: la tristeza, la impotencia, la tragedia misma. Todo ello transmutado en tonalidades varias con movimientos divergentes y con el cuerpo expuesto, elementos que transmiten la liberación de todo tipo de circunstancia por medio de sentimientos que extienden sus tentáculos a los demás cuerpos, al resto de seres y, aunque la tristeza se entrega también a quien escucha, ella es condición necesaria para luego ir hacia la libertad, hacia un goce por el que quizás también podamos encontrarnos con nosotros mismos. Es el reencuentro y la rearticulación que acontece por lo menos durante breves instantes, y a los cuales podemos acceder a través del sentimiento sostenido y posibilitado por el blues y el jazz. Quizás se trate también de una forma de comunicación expansiva, de un mensaje de emancipación susceptible de adoptarse en cualquier entorno y ante cualquier adversidad.
Bibliografía
- Freud, Sigmund, Obras completas. Más allá del principio del placer. Psicología de las masas y análisis del yo y otras obras (1920-1922). XVIII, Amorrortu, Buenos Aires, Argentina, 1976.
- Kant, Immanuel, Crítica del juicio seguida de las observaciones sobre el asentimiento de lo bello y lo sublime, Alejo García y Juan Ruvira, Madrid, España, 1876.
- Kierkegaard, Sören, Tratado de la desesperación, Edicomunicación, Barcelona, España, 1994.
- Paul, Andrea María Noel, “El concepto de melancolía en Marsilio Ficino”, en Revista de filosofía. (http://www.revistadefilosofia.org/57-10.pdf). Consultado el 28 de octubre de 2018.
- Peretó R., Rubén, “Aristóteles y la melancolía. En torno a Problemata XXX, 1” en Contrastes Vol. XVII (2012) (https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/4108843.pdf). Consultado el 31 de octubre de 2018.
Notas
[1] v. Andrea María Noel Paul, El concepto de melancolía en Marsilio Ficino, ed. cit.
[2] v. Rubén Peretó Rivas, Aristóteles y la melancolía. En torno a Problemata XXX, ed. cit.
[3] Immanuel Kant, Crítica del juicio seguida de las observaciones sobre el asentimiento de lo bello y lo sublime, ed. cit., p. 188.
[4] Idem.
[5] Con Freud, por ejemplo, encontramos en El Proyecto un claro acercamiento respecto a las condiciones genéticas de la neurosis obsesiva y de la histeria, donde hay un análisis del papel de la cuestión biológica. Con el tiempo, la psiquiatría y la psicología encontraron que los estados melancólicos o depresivos tienen tanto causas endógenas —originadas por alteraciones en las sustancias químicas cerebrales sin que exista un factor externo que las detonen— como exógenas —debidas a sucesos fuertes, como la muerte de alguien cercano, violaciones o un sinnúmero de cuestiones circundantes que afectan la vida de las personas que los padecen.
[6] Sören Kierkegaard, Tratado de la desesperación, ed. cit., p. 25.