LAILA ABOU SAADA, “MUJER SENTADA” (S.F.)
Ayer en el hospital psiquiátrico conocí a una mujer llamada: Petrona, que intentó matarse cuando sintió que no tenía lugar en este mundo.
Le sucedió después de la muerte de sus padres, pero sobre todo después de la muerte de su hijo Carlos de treinta años.
Carlos era el más humilde, me dice, no quiso ya ir a la escuela y agarró machete como los otros nueve hijos que tuve, ¿cómo los hombres se meten con cualquier mujer y no tienen cuidado? ¿verdad?
A Carlos le dio el VIH y no pudimos curarlo, nomás estábamos esperando a que se muriera y eso fue hace dos años. Era mi hijo preferido, era distinto y no supe cómo vivir sin él, me quise ir con Carlos y mi esposo no estuvo de acuerdo; a cada rato me bajaba de la lía por eso estoy aquí, pero es seguro que algunos infectados no se quieren ir solos, siento su llamado.
Yo conozco un señor que sabía que lo tenía y contagió a su mujer. Ella se fue primero. Y yo quería irme con Carlos, pero ¿sabe? ayer que vi a mi esposo y me dijo que se sentía muy triste cuando llegaba del trabajo y no había nadie, me acordé de que yo siempre lo esperaba y supe que tenía que estar allí. Fue como decirle que no a Carlos, como si hubiera encontrado mi lugar y me dieron ganas de esperarlo otra vez.
La sala de mujeres está agitada, pero Petrona no repara en ello, habla conmigo como si de pronto hubiera decidido regresar a la vida y salir de la locura que la ha envuelto en su deseo de muerte y la ha cobijado en esta sala donde la vida cotidiana se detiene.
Al día siguiente la encontré en la puerta donde tres o cuatro pacientes colocan sus sillas junto a la reja para charlar viendo al pasillo como se usa en las galerías de las casas de pueblo por las tardes. Petrona estaba allí, junto a Verónica, una jovencita y Josefa que era ayer la encargada de la llave.
Hay una sala que se llama de pre-alta pero este preámbulo, este deseo de estar en el umbral de la reja se adelanta a cualquier sectorización administrativa, esta escena construida por las pacientes en la sala de agudos es una antesala de la vida, es un lazo social que juega a reinscribirse en el mundo del que se han excluido.
Petrona toma la decisión de vivir cuando percibe la falta que le hace a su marido, decide que puede vivir con él llevando la falta del hijo tatuada en su cuerpo como un estigma, como una huella, como un dolor perenne que no olvida.
El doctor Osorio me había hablado de su desesperación al no poder “sacarla” de su depresión. ¿Qué pueden hacer las medicinas y los electroshocks ante el dolor impreso en el cuerpo? Poder vivir con el cuerpo agujereado implica advertir la pérdida, tal vez sólo eso. A Petrona no hay que sacarla de ningún lado, Petrona es madre de muchos hijos (no sólo de Carlos), abuela de muchos nietos y compañera de un hombre que la llama desde su ausencia. Petrona se instala en la puerta de la sala que la encierra sabiendo eso.