Revista de filosofía

Preliminares en torno a una teoría del juego en San Agustín

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FRA ANGELICO, “LA CONVERSIÓN DE SAN AGUSTÍN” (1430)

FRA ANGELICO, “LA CONVERSIÓN DE SAN AGUSTÍN” (1430)

 

Resumen

San Agustín, observador atento, aficionado al juego en su infancia y asiduo asistente a los espectáculos en su juventud, no dejará pasar la oportunidad de reflexionar en múltiples ocasiones sobre el juego, la participación en espectáculos, el status estético, moral y ontológico del mismo y de desarrollar categorías, que le permiten un acercamiento a los eventos artísticos, a los juegos y a los deportes. Este escrito pretende presentar las anotaciones y acotaciones del obispo de Hipona sobre el juego de manera sistemática, a modo de un primer acercamiento, aportando los elementos suficientes para un diálogo con otras propuestas teóricas y apuntando, marginalmente, las consecuencias morales y ontológicas que este autor extrae de sus observaciones y sus reflexiones.

Palabras clave: juego, espectáculo, deporte, arte, san Agustín, teoría.

 

Abstract

Saint Augustine, attentive observer, fan of games in his childhood and assiduous assistant to the shows in his youth, will not miss the opportunity to reflect on multiple occasions about the game, the participation in shows, the aesthetic, moral, ontological status of the same and to develop categories that allow to get closer to artistic events, games and sports. This paper aims to present the annotations and notes of the Bishop of Hippo on the game in a systematic way, as a first approach, providing sufficient elements for a dialogue with other theoretical proposals and pointing, marginally, the moral and ontological consequences that this author extracts from his observations and reflections.

Keywords: game, show, sport, art, Saint Augustine, theory.

 

La importancia del juego en las sociedades y las culturas a través de los tiempos es innegable (cfr. Johan Huizinga): la inauguración y conformación de relaciones comunales y comunitarias pueden deberse al juego. La filosofía, que hasta ahora ha dedicado pocos esfuerzos para la comprensión del juego (cfr. Jorge Portilla), se ampara, en muchos casos, en el concepto para describir la actividad hermenéutica (cfr. H.G. Gadamer), el modo de ser del lenguaje (cfr. Wittgenstein) y las relaciones entre sujeto y verdad (cfr. Foucault). San Agustín, como filósofo, hace ya tiempo que ha sido olvidado y, en el caso de ser recordado, se repite la misma cantaleta de siempre, la que aparece en cualquier manual de Historia de la filosofía.

Si bien san Agustín no es el primero en reflexionar sobre el juego, por lo antes dicho y la pertinencia y actualidad del asunto y del autor, es mucho lo que se cree que puede aportar a la comprensión y caracterización del juego, ya sea en el orden de la estética, ya sea en el orden de la ontología. Baste recordar los comentarios que hace sobre el juego en las Confesiones, ora refiriendo al robo de las peras, ora narrando la afición de Alipio al circo. Asimismo, podemos anotar la reflexión que le merece sobre el orden y la belleza una pelea de gallos en Del orden; o el apunte sobre las bromas en Acerca de la mentira; o el uso que se hace del concepto juego para referirse a los “sofistas” de su tiempo en De la doctrina cristiana; y esto por mencionar sólo algunas referencias.

El objetivo de este escrito es presentar las anotaciones y acotaciones del Obispo de Hipona sobre el juego de manera sistemática, a modo de un primer acercamiento, aportando los elementos suficientes para un diálogo con otras propuestas teóricas. Sin prometer más de lo que el mismo título ya señala: se trata de preliminares; por eso que a lo largo de este trabajo se intente poner de relieve la reflexión de san Agustín sobre el juego. Para el tratamiento de lo que se propone en este escrito, se han dejado de lado los apuntes históricos sobre los juegos del África romana en la que vivió el que fue obispo de Hipona, tal como los expone A.G. Hamman, pues se trata de esos juegos propios de adultos en los que se sumaban apuestas y placeres sensuales,[1] tenidos en cuenta, sí, pero criticados por Agustín, porque pierden de vista las diversiones infantiles. Éstas revelan más claramente la importancia del juego. La exposición autobiográfica que hace el filósofo y teólogo africano en sus Confesiones, en especial cuando trata su niñez y su juventud, resulta la mejor opción para comenzar la revisión de su pensamiento sobre el asunto propuesto.

La citación sigue los criterios tradicionales a la hora de referir la obra del Padre de la Iglesia. Así pues, el desarrollo de este escrito pasará de la biografía a las tesis que sobre el juego pueden entresacarse de las reflexiones que lleva a cabo san Agustín en sus obras.

 

DADOS ROMANOS DE HUESO (CA. I-IV D.C.)

Si bien a san Agustín no le faltó ni la memoria ni el talento cuando niño, de acuerdo, por supuesto, a su edad, como puede esperarse de cualquier crío, no escribía, ni leía ni pensaba en consonancia con las expectativas de sus maestros. Sus padres exigían de él que se aprestase, obedeciendo a sus preceptores, en el estudio (de las técnicas del lenguaje) con el objetivo de conseguir, ya como adulto, renombre, honores y fortuna. Pero a un niño, ¿qué le importa esto? “Me gustaba jugar”[2] confiesa el obispo de Hipona. Sin embargo, ni eso, el gusto por el juego, ni aquello, el no coincidir con sus maestros y padres en lo que importa, serían óbice para que le costara unos buenos azotes, que a ojos de quienes preparaban y dirigían el camino de los párvulos, que también a ojos de los padres eran bien merecidos por la dedicación insuficiente de estos. Cuando suplicaba que no lo azotasen, los adultos se reían (del espectáculo de la oración y la súplica), como si fuese cosa de poca monta. Pero ¿quién en su sano juicio consideraría el potro, los garfios y cualquier tipo de tortura como una niñería? Los azotes que recibían los niños, en proporción, eran eso, un mal terrible. Además, agregará san Agustín, los adultos castigaban a los niños por hacer lo mismo que ellos hacían. No obstante, “[…] las distracciones de los adultos —dice— se llaman negocios y las de los niños son ‘simplemente’ distracciones y son objeto de castigo”.[3] El juego de pelota (juego que practicó el filósofo africano) será considerado, como ya se dijo, un obstáculo para el aprendizaje rápido de las letras que, alcanzando la mayoría de edad, abrirán cauce a “juegos más sucios”. Si un docente derrota a otro en cualquier cuestioncilla de poca entidad, seguramente, tragará más bilis y le corroerá más la envidia, continúa el autor, que un niño que se ve derrotado por su contrincante en un partido de pelota.

San Agustín también dice que la desobediencia a sus padres no era fruto de una opción personal, sino de su “afición al juego”.[4] Esta vez, empero, entendiendo el «juego» con un segundo sentido (al que esta exposición lleva casi necesariamente): «espectáculo». El doctor de la gracia dirá que gustaba enormemente de las narraciones, que cosquilleaban sus orejas, de grandes hazañas o triunfos (¿deporte?), sin olvidar la curiosidad con que sus ojos destellaban ante el mundo de los espectáculos, que son “[…] los juegos de las personas mayores”.[5] Curiosamente, y repitiendo en cierta medida lo ya señalado, tanto los espectáculos como los organizadores de éstos gozaban de la aprobación de la gente que deseaba para sus hijos la misma suerte, si bien aprobaba los castigos cuando dichos espectáculos se volvían un impedimento para los estudios. La patente paradoja, empero, en nada disminuyó “la pasión por el juego”[6] y la afición a los espectáculos frívolos del joven Agustín (que deseaba imitar a los actores a toda costa). Tal pasión lo llevó a hurtar comida para tener algo que dar a los otros chiquillos a cambio de los juegos que vendían y que “disfrutaban juntos”[7] (aunque en ocasiones también por gula). Recuérdese el caso, narrado por el autor de las Confesiones, del robo de las peras; acto que, como él mismo confiesa, no hubiera hecho si se hubiese encontrado solo.[8] Los juegos y los espectáculos se comparten. Pero aún hay más. Los juegos propiciados (se entiende, pagados) daban lugar a riñas, ora porque Agustín hacía trampa para ganar y prefería pelear antes que ceder a la acusación, ora porque descubría a sus compañeros de juego haciendo las mismas trampas.

Tal pasión en y por el juego, meditada hasta sus últimas consecuencias, permitirá decir al santo que el juego y la pasión pasan irremisiblemente a otras edades superiores. En las que a los golpes con la palmeta suceden torturas más refinadas, cuando los placeres del juego son un obstáculo para cumplir con las respectivas obligaciones; y que la pasión por el juego engloba tanto a los niños, con sus nueces, canicas y pájaros (como indica en La cualidad del alma, cuando narra su gusto por la caza de pajarillos)[9] como a los prefectos y los reyes, con sus riquezas, tierras y esclavos. Es decir, el juego y la pasión, en su carácter paradójico apuntado líneas arriba y con los pertinentes matices de seriedad y riesgo, se repetirán o se confirmarán en el resto de la vida. Confirmación que permite decir que la vida es juego y pasión y que, para entender esos juegos de los adultos criticados, como ya se ha visto, es necesario voltear a ver al juego de los niños.

NIÑOS ROMANOS JUGANDO CON PELOTAS (II A.C.), MUSEO DE LOUVRE

NIÑOS ROMANOS JUGANDO CON PELOTAS (II A.C.), MUSEO DE LOUVRE

En las Confesiones[10] y en Del Orden, precisando los tipos de espectáculos de los que gustará y, por ende, analizará Agustín, se encuentran la danza y el teatro (o las representaciones teatrales). Éstas fundan la atracción que ejercen por estar repletas de imágenes de la propia miseria humana y de incentivos de fogosidad. Esto se explica porque se quiere sentir dolor con los espectáculos (padecer, ser parte de la obra) sin que ello implique que se desee sufrirlos en carne propia. De esta forma se da con lo que el espectador busca, compartir dolor y que ese dolor se convierta en fuente de placer. Por lo menos esto es lo que descubre san Agustín en su reflexión. Si una obra de teatro (hoy en día una película) no era representada de tal forma que el espectador se embriagase de “dolor”, este mismo espectador se aburría y menospreciaba la obra. Por supuesto, aclarará el santo, todos los hombres quieren gozar; nadie gusta de la miseria, pero sí de la compasión, cuando de su vida se trata. Pero con el teatro es diferente. Se asiste porque se disfruta hacer “causa común” con los enamorados, lo héroes y las heroínas y sentir (oír y ver) esos dolores de los personajes como un “rasguño superfluo en la piel”. Sobre la danza nos dice san Agustín, en primer lugar, que tanto la medida como la dimensión es artífice de toda armonía. La proporción, dada por la razón, es el modo de disposición de las partes. Y con esto adelantamos un par de tesis estéticas del obispo de Hipona, que se verán precisadas: “[…] en los movimientos cadenciosos de la danza, donde toda la mímica obedece a un fin expresivo, aunque cierto movimiento rítmico de los movimientos deleita los ojos con su misma dimensión, con todo se llama razonable aquella danza, porque el espectador inteligente comprende lo que significa y representa, dejando aparte el placer sensual”.[

ANTIGUO TEATRO ROMANO EN HIPONA (II D.C.)

ANTIGUO TEATRO ROMANO EN HIPONA (II D.C.)

Los ojos sólo se ofenden si se les priva de la armonía de los movimientos. El ánimo es el encargado de la interpretación de los signos. Es decir, al sentido halagan los movimientos rítmicos y al ánimo, a través del sentido corporal, le place la agradable significación (moral) captada en el movimiento.[12] Con la música sucede lo mismo. Lo que suena suavemente agrada, entrando con ello bellos pensamientos, expresado por bellas voces.

San Agustín, en sus Confesiones, relata la “pasión de Alipio por los espectáculos del circo”, revelándonos con ello una serie de características del juego, del espectáculo y del espectador que en manera alguna pueden ser desdeñadas, si bien el tipo de espectáculo cambia. Lo primero que nos dice el Obispo de Hipona —un tanto en tono moralizante— es que Alipio se dejó cautivar por el espectáculo de gladiadores de manera increíble y con embeleso sorprendente. En cierta ocasión el amigo del santo, encontrado por algunos de sus amigos, fue conducido por éstos con “violencia amistosa” al anfiteatro para que presenciase esos espectáculos crueles y sangrientos, mientras Alipio decía que podían llevar su cuerpo, pero no su alma. Tras ocupar las localidades que “pudieron conseguir” (la asidua asistencia casi los deja fuera) Alipio cerró con fuerza los ojos, pero no los oídos. El ambiente del lugar lo describe el Doctor de la Iglesia como un hervidero de diversiones inhumanas. En un lance de lucha, Alipio, que se encontraba tremendamente alterado por el enorme griterío del público, vencido por la curiosidad y creyéndose fuerte, abrió los ojos sintiendo al instante un desgarrón (fue herido en el alma, nos dice san Agustín, agregando que pudo haber sido mayor al que el gladiador recibió en el cuerpo). La caída de Alipio fue provocada por el griterío; la emoción se le metió por los oídos haciendo brecha hasta desplomar el espíritu. Tan pronto como Alipio contempló aquella sangre, bebió en ella la crueldad y fijo su atención con detenimiento sintiendo placer por la lucha, embriagándose en ansias de sangre. En ese momento el espectador ausente que quiso ser el amigo del santo se volvía uno del “[…] montón, del populacho con el que se había mezclado. Era ya un auténtico camarada de aquellos que le habían traído”.[13] Alipio con el espectáculo que contempló, se entusiasmó (endiosó) y enloqueció. Lo último que refiere el santo es que Alipio regresó, pero esta vez llevando a otros.

MOSAICO PINTANDO UNA MÁSCARA TRÁGICA, POMPEYA (I D.C.)

Líneas arriba se explica que, narrando las azotainas que recibió san Agustín y sus ruegos o súplicas para no ser objeto de ellas, y la risa que provocaba ello en los adultos, se apuntó marginalmente que tanto los azotes como las súplicas eran clases de espectáculos. Además, los juegos son espectáculos porque son ofrecidos a la vista. Los espectáculos son juegos porque son distracciones apasionantes repetidas a lo largo de la vida. Asumiendo esto, no se pueden dejar fuera, por un lado, las chanzas o las bromas, que se consideran juegos, y los juegos que gustan a los “gamberros”, como juegos diarios o cotidianos. Las chanzas o bromas o gracias, nos dice san Agustín en su obra titulada La mentira, no son mentiras, pues es claro que el que chancea no quiere engañar, sino “agradar con la salsa conversación”,[14] aunque falten cosas verdaderas, como bien sabemos que pasa con los chistes. De los gamberros o perturbadores del orden, en las escuelas que frecuentó nuestro autor, nos dice que acosaban a los tímidos e inexpertos, jugando con ellos, ponían trampas para hacer caer en el engaño y en el ridículo. Sus ultrajes, agrega, obedecían el móvil de servir de pábulo para sus francachelas y orgías.

PYRGUS O TORRE DE DADOS (IV D.C.)

PYRGUS O TORRE DE DADOS (IV D.C.)

Hay espectáculos ajenos al hombre, pero dados para el hombre: los espectáculos del mundo, tanto en el cielo como en la tierra. De éstos sólo recuperaremos uno, la pelea de gallos (aunque hoy en día sí sea un espectáculo “provocado” por los hombres). En Del orden, san Agustín cuenta cuando se dirigían a los baños para continuar con la plática acerca del orden, iniciada el día anterior:

“[…] cuando he aquí que a la misma puerta se nos ofrece el espectáculo de dos gallos empeñados en reñidísimo combate. Plúgonos ser espectadores […] y así era cosa de ver los gallos con las cabezas tiesas y las plumas erizadas, acometiéndose con fuerte picotazos y esquivando con arte los golpes ajenos; en aquellos movimientos de animales sin razón todo parecía armonioso, como concertado por una razón superior que todo lo rige. Finalmente pondérese la ley del vencedor, con el soberbio canto, y aquél recoger todas las plumas, como redondeándose en ostentación de orgullo y dominio; y luego las señales del vencido: su cuello desplumado, su voz humilde y sus torpes movimientos, todo indica no sé qué conformidad y decoro con las leyes de la naturaleza”.[15]

Este espectáculo genera inevitablemente algunas preguntas: ¿por qué el aspecto mismo de la lucha, además de llevarnos a esta alta investigación, la del juego y del espectáculo, nos produce el deleite de este último? ¿Qué hay en nosotros que nos impele a buscar en lo sensible cosas que caen fuera del ámbito de los sentidos? ¿Qué tenemos que se detiene como presa con el halago de éstos? ¿Dónde no rigen las leyes de la naturaleza? ¿Dónde no se imita la verdadera hermosura? He aquí que llegamos al punto que queríamos llegar: el aprecio de la belleza o la hermosura.

NIÑA ROMANA JUGANDO CON DADOS (I A.C.), MUDEO DE BERLIN

NIÑA ROMANA JUGANDO CON DADOS (I A.C.), MUDEO DE BERLIN

 

Aportaciones

Hasta el momento se han obtenido sobre el asunto que interesa, el juego, algunas notas a modo de preliminares de una teoría del juego en san Agustín. Para agilizar la exposición se enumeran enseguida las aportaciones de este autor:

PAPIRO SATÍRICO CON ANIMALES JUGANDO AL SENET, MUSEO BRITÁNICO

  1. El juego es juego de niños, con ellos lo encontramos en primer lugar.
  2. Los niños gustan del juego.
  3. Los juegos son distracciones
  4. Las distracciones de los adultos son negocios.
  5. Negocio y juego son nombres distintos para decir lo mismo, de manera general.
  6. Los negocios son juegos sucios.
  7. En un “juego” un niño padece menos “la derrota” que un adulto.
  8. La afición al juego es causa de desobediencia.
  9. El juego y el espectáculo se encuentran emparentados (son los “juegos” de las personas mayores).
  10. Los espectáculos dilatan la pupila del espectador (y le ensanchan el oído).
  11. La actitud de la gente frente a los espectáculos es bivalente (se aprueban y desaprueban).
  12. La pasión por el juego puede llevar a cometer actos reprobables moralmente.
  13. La emoción desencadenada en el juego (pasión), el ansia de triunfo y las trampas desembocan los juegos en riñas, si de un juego de niños se trata.
  14. La vida toda, de la niñez a la senectud, se rige por las mismas normas que rigen el juego y la pasión.
  15. Los espectáculos (de cualquier tipo) atraen hacia sí.
  16. Los buenos espectáculos son de tal índole que producen en el espectador ciertas sensaciones y ciertos sentimientos capaces de mantenerlo en la “butaca”.
  17. Los malos espectáculos aburren.
  18. En los espectáculos el espectador hace “causa común” con los protagonistas, es decir, se pierde en él.
  19. La proporción o disposición de las partes de un espectáculo pueden ser armónicos y razonables.
  20. La proporción es armónica si agrada a los sentidos.
  21. La proporción es razonable (y moral) si agrada al entendimiento.
  22. El entendimiento interpreta los signos.
  23. Los sentidos aprecian los movimientos armónicos, rítmicos.
  24. Lo expuesto del teatro y de la danza se complementa, de tal forma que lo entresacado de lo ganado con el teatro puede llevarse a la danza como lo ganado con la danza puede llevarse al teatro.
  25. El espectáculo apasiona, el espectador se apasiona.
  26. Notemos que un juego, o un deporte, cautiva y embelesa, pierde al que lo juega y al que lo presencia (en sí mismo), enloquece y entusiasma.
  27. No se asiste por propia cuenta, sino que se es llevado a los “juegos”.
  28. La asistencia es enorme, el número de espectadores se nos vuelve innumerable.
  29. El espectador contempla o presencia el espectáculo en “cuerpo y alma”, con todos sus sentidos, con sus ojos y sus oídos, como dice el santo, no obstante, extrañamos la mención del olfato, la mención de olores, por ejemplo, y de los otros sentidos.
  30. El espectador, al perderse en el juego o en el deporte, entra en un estado de furor o de agitación violenta como la de un demente, así como en otro de euforia o de sensación de bienestar y confianza.
  31. Cada uno de los espectadores forma parte del montón o de la turba, uno más que hace o es “uno” (recuérdese lo dicho cuando se expuso el teatro y el “hacer causa común”).
  32. Los móviles del juego, encontrado en la conversación y en los ultrajes, van desde el agradar con la conversación hasta el ser parte de un grupo determinado (recuérdese el robo de las peras).
  33. Los juegos no persiguen la verdad.
  34. Algunos juegos son reprobables moralmente.
  35. Incluso la conversación y las gamberradas son espectáculos, son dados a la vista.
CABEZA DE FUENTE, HIPONA (II D.C.)

CABEZA DE FUENTE, HIPONA (II D.C.)

 

Balance

 

A lo largo de este escrito se han esbozado ideas que han dado pistas sobre el papel que “juegan” el juego y el espectáculo en la vida del hombre y que recién se enumeraron. Con la pelea de gallos narrada por san Agustín, como ejemplo de los espectáculos que ofrece el mundo, se encontró que el ser humano se siente naturalmente atraído a la apreciación de ellos y a la participación en los juegos. Pues la misma naturaleza ofrece al hombre lo que el hombre hace para sí mismo; cosa que podía presentarse como contraria, pues se ha tenido que partir de la experiencia del ser humano, de todos los hombres, para conseguir un acercamiento al juego y al espectáculo. Por supuesto, y como aclarará el obispo de Hipona, las categorías de apreciación con las que se habla de los espectáculos humanos no pueden ser las mismas que aquellas con las que se habla, por ejemplo, de un buen caballo. “Porque un buen caballo es objeto de estima de quien personalmente no desea ser caballo”.[16] Con todo, en ambos casos, tanto en los espectáculos del mundo como en los espectáculos y los juegos de los hombres se encuentra belleza, en ambos nos “perdemos”, “hacemos causa común”, “somos uno con la muchedumbre” que los contempla y juega. Con el teatro y la danza se incursionó en aquello que se ama, en las cosas que se aman, tanto desde la perspectiva de los sentidos como desde la perspectiva de la razón. “Si en ellas no hubiera una belleza externa y una armonía interna, no ejercerían atractivo algunos sobre nosotros”.[17] Tal belleza y tal armonía se encuentran, como queda demostrado con el recorrido que comenzó con los sufrimientos y deseos de un niño y terminó con lo que el mundo regala, se encuentran en la vida misma, a toda hora y en todo lugar. Como ya se apuntaba marginalmente, si la vida es juego y espectáculo, y éstos son bellos y armoniosos y por ello se los ama, no queda sino proponer, a pesar de las consideraciones morales que apenas se esbozaron (con las que san Agustín parece despreciar ciertos espectáculos y juegos), comprender la vida desde el juego en general. Conscientes de la tarea abierta se termina diciendo, cosa que reconocerá san Agustín: el hombre no es sino “un juguete de toda clase de vientos”.[18]

GLADIADORES, RELIEVE EN LA TUMBA DE LUSIUS STORAX EN CHIETI (I D.C.)

GLADIADORES, RELIEVE EN LA TUMBA DE LUSIUS STORAX EN CHIETI (I D.C.)

 

Bibliografía

  1. Hamman, Adalbert, La vida cotidiana en África del Norte en tiempos de san Agustín, trad. Luis Castonguay, CETA, España, 1989.
  2. Granados Valdéz, Juan, “Hacia una semiótica de la danza en san Agustín”, Reflexiones marginales, No. 37, 2017. (http://reflexionesmarginales.com/3.0/category/37/) Consultado el 16/02/2018.
  3. San Agustín, “Confesiones”, Obras de san Agustín II, trad. Ángel Custodio Vega, BAC, Madrid, 1979.
  4. _______, “Del Orden”, trad. Victorino Capánaga, Obras de san Agustín I, BAC, Madrid, 1994.
  5. _______, “De la cuantidad del alma”, trad. Eusebio Cuevas, Obras de san Agustín III, BAC, Madrid, 1963.
  6. _______, “Acerca de la mentira”, trad. Ramiro Flórez, Obras de san Agustín XII, BAC, Madrid, 1973.
  7. _______, “De la doctrina cristiana” en Obras de san Agustín XV, trad. Balbino Martín, BAC, Madrid, 1957, pp. 49-352.

 

Notas

[1] Cfr. Hamman, La vida cotidiana en África del Norte en tiempos de san Agustín, ed. cit., pp. 36-37.
[2] Conf., I, 9, 14-15.
[3] Conf., I, 9, 14-15.
[4] Conf., I, 10, 16.
[5] Conf., I, 10, 16.
[6] Conf., I, 19, 30.
[7] Ídem.
[8] Cfr. Conf., II, 4, 9 y ss.
[9] Cfr. La cualidad del alma, 21, 36
[10] Cfr. Conf., III, 2, 2-4.
[11] De Ordine, II, 11, 34.
[12] Cfr. Granados Valdéz, “Hacia una semiótica de la danza en san Agustín”, ed. cit.
[13] Conf., VI, 8, 13.
[14] De mendacio, I, 2.
[15] De ordine, I, 8, 25-26.
[16] Conf., IV, 14, 22.
[17] Conf., IV, 13, 20.
[18] Conf., IV, 14, 23.