Jean-Christoffe Bailley y Jean-Luc Nancy / Trad. María Konta
La Revolución de 1789 no se desarrolló en la Bastilla,[1] sino primero en Versalles, donde se llevaron a cabo los Estados Generales. La mayoría de los que participaron en el Tercer Estado tuvieron tras de ellos, en su mayor parte, largos años de reflexión y maduración sobre el estado de la sociedad, los principios del gobierno y el sentido de la existencia humana. Tenían en sus manos los cuadernos de quejas, pero también habían leído a Rousseau, Smith, Hobbes, Quesnay, Spinoza o Hume. Estos últimos habían trabajado bajo el efecto de la transformación ya secular de técnicas, modales y formas políticas. Resulta que la mutación en la que estamos atrapados hoy no ha producido, o todavía no, un conjunto tan consistente y compartido como produjo la Ilustración. Nuestro tiempo es bastante claroscuro. ¿Es esta una razón para añadir más a la confusión?
Frente a un gobierno sin timón y que ya no sabe más sino renunciar a sus opiniones, golpear a ciegas o prohibir; también frente a una “oposición” que sólo sueña con hacerse cargo de la incompetencia, agravándola (si es posible), frente a todas las regresiones corporativistas o comunitarias y frente a los populismos que buscan levantar los unos contra los otros; frente también a un bloque de medios cuyo objetivo final es evitar la circulación de sentido, es grande la tentación de desesperarse, y de la desesperación de la capacidad del país para recuperarse, de encontrar en sí misma la energía, no de una refundación, sino de un examen lúcido, que permitiría contemplar de manera verdadera, racional y política, las mutaciones en curso en el mundo. Frente a un mundo que pierde el control, ¿no hay otra respuesta al aumento constante del integrismo liberal sino este pisoteo repetitivo de actos simbólicos, de protestas conmovidas y de conflictos interminables?
Los movimientos existen, pero están divididos y su expresión política sigue siendo idealista, nostálgica, confusa. Se están realizando muchos experimentos, tratando de inventar silenciosamente otros modos de existencia, pero todo permanece atomizado, difuso, sin apoderarse del mundo gobernado.
Gobernados, sabemos que es por una coalición de fuerzas económicas y técnicas de las que ni siquiera podemos nombrar la naturaleza y cuyos supuestos gobernantes son sólo los cómplices. El poder regresa a los saberes que dominan los programas y los expertos arraigados en sus competencias. Pero no hay más competencia para la existencia de todos y cada uno, aunque muchos saben cómo hacerlo con lo esencial, sin encontrar lo suficiente para compartirlo.
Sin duda, solo podemos avanzar si tomamos nota de nuestro umbral, paso y acceso a un futuro incalculable. Esto no significa resignarse o ver venir, sino que, por el contrario, abrirse a lo que no ha ocurrido, orientar el sentido de una “llegada” sin cumplimiento.
El claroscuro también tiene su verdad. No es la de la conclusión, y tampoco la de la confusión, ya sea astuta, escandalosa o aporreada. Lo cierto es que aquellos que, aterrorizados por la sombra llevada de sus sucesivas traiciones, imaginan poder borrar esta verdad al amenazar con prohibir la realización de manifestaciones en la vía pública, están al otro lado de su investigación, y se comportan como los enemigos de la libertad que la funda.
Nota
[1] El original en francés “Temps clair oscur” fue publicado en Liberation el 26 de junio 2016.
Véase: https://www.liberation.fr/debats/2016/06/26/temps-clair-obscur_1462177