Revista de filosofía

A través de las alambradas: las voces y el silencio de las vencidas

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Resumen 

El presente artículo tiene el propósito de analizar y mostrar cómo en la primera parte de la novela La voz dormida de Dulce Chacón, las diferentes voces narrativas de ciertos personajes femeninos junto con el silencio, marcan una serie de dicotomías opuestas: la memoria y el olvido, el afuera y el adentro, luz y oscuridad, el frío y el calor, la vida y la muerte. Se pretende dar cuenta de la vinculación que poseen estos pares de opuestos con el poder que impone la Guardia civil y todos aquellos que pertenecen al bando vencedor sobre los vencidos.

Palabras clave: La voz dormida, Dulce Chacón, dicotomías, la posguerra española, voces, silencio.

 

Abstract 

This article has the purpose of analyzing and showing how in the first part of the novel La voz dormida of Dulce Chacón, the different narrative voices of certain female characters along with the silence mark a series of opposite dichotomies: memory and oblivion, outside and inside, light and dark, cold and heat, life and death. It is intended to account for the relation that these pairs of opposites possess with the power imposed by the Civil Guard and all those who belong to the winning side over the defeated.

Keywords: La voz dormida, Dulce Chacón, dichotomies, the spanish postwar period, voices, silence.

 

Con la victoria de Franco, la guerra había terminado. Sin embargo, para los defensores de la República, este periodo de posguerra no significó la llegada de la paz, sino el comienzo de años de terror en los que fueron víctimas de múltiples exterminios y torturas que ya habían comenzado anteriormente. Teniendo en cuenta esto, el presente artículo tiene el propósito de analizar y mostrar cómo en la primera parte de la novela La voz dormida de Dulce Chacón, las diferentes voces narrativas de ciertos personajes femeninos, junto con el silencio, marcan una serie de dicotomías opuestas: la memoria y el olvido, el afuera y el adentro, luz y oscuridad, el frío y el calor, la vida y la muerte. Se pretende dar cuenta de la vinculación que poseen estos pares de opuestos con el poder que impone la Guardia civil y todos aquellos que pertenecen al bando vencedor sobre los vencidos.

En esta obra, el narrador no solo cuenta las particularidades que poseen los personajes sino también, abandona la palabra para dárselas a los mismos. Analizaremos, entonces, las distintas visiones de los hechos a partir de las voces de cuatro mujeres: Hortensia, Reme, Tomasa y Elvira. Como consecuencia del control y de los actos violentos por parte de las guardianas, compartirán la costumbre de hablar en voz baja; en algunos casos, se reducirán a un intercambio de gestos y miradas con el otro, y en especial Hortensia, se expresará de forma escrita como un acto de resistencia ante tanto dolor y así, poder sobrevivir. Por eso se tendrá en cuenta lo que se enuncia, cómo se lo enuncia y aquello que no se dice.

Entre la pluralidad de voces narrantes y el silencio, habrá una zona intermedia, el locutorio, que ocupará un lugar preponderante y separará dos mundos paralelos a partir de sus alambradas: el adentro y el afuera. A diferencia de lo que sucederá en el afuera, el silencio formará parte de la cárcel de Ventas, del adentro, y será impuesto por las guardianas a cada una de las internas a partir de torturas y amenazas. Algunas de estas últimas tendrán un carácter “psicológico” y se trasladarán hacia el otro lado de la valla metálica. La vigilia también tendrá poder en el exterior, de modo que en la narración se presentarán dos escenarios bien diferenciados: por un lado, la cárcel de Ventas que mantendrá cautiva a Hortensia, Reme, Elvira, Tomasa, junto con otras republicanas; y por otro lado, la ciudad de Madrid dominada por la represión franquista. Mientras la Guardia Civil acallará una comunidad, en la prisión de Ventas, las que impondrán el silencio serán las funcionarias y vigilarán las celdas día a día.

A medida que se avanza con el rastreo, también se verá cómo las diferentes oposiciones no son definitivas. En algunos episodios estas se invertirán generando una contradicción. De todos modos, esto no afectará la trama de la obra y mantendrá su relación con la represión franquista. En la oscuridad y en lo frío de la cárcel se esconderá lo verdadero del silencio y los gritos de las funcionarias que no irrumpirán contra el mismo, sino que lo provocarán; en el afuera, estarán las voces altas y reafirmarán el silencio. En la palabra de las vencidas estará la lucha por mantener su memoria y no permanecer en el olvido, aunque también el silencio será un modo de resistencia, aunque sólo en un caso en particular.

 

Las voces de las vencidas no duermen

  

Los cuadernos azules y las guardianas del silencio

Desde la primera parte de la obra, el narrador omnisciente hace uso de la prolepsis y adelanta la muerte de Hortensia. Al igual que sus compañeras de celda, ella habla en voz baja para evitar la mirada de las guardianas. Un extremo control ejercen sobre sus voces, de modo tal, que éste se vuelve algo mental y automático, dando lugar al silencio que se apodera de la prisión: “Ya se había acostumbrado a hablar en voz baja, con esfuerzo, pero se había acostumbrado. Y había aprendido a no hacerse preguntas, a aceptar que la derrota se cuela en lo hondo, en lo más hondo, sin pedir permiso y sin dar explicaciones […]”.[1]

En la vida carcelaria “[…] la derrota se cuela en lo hondo” por medio del tormento que realiza la vigilia. Pero es su escritura lo que mantiene con vida a Hortensia y lo que permite permanecer en la lucha. Ella “se pasaba gran parte del día escribiendo en un cuaderno azul”.[2] Su voz alta está en cada una de las páginas que escribe y expresa todo aquello que debe silenciar. Una vez que comienza a anotar sus vivencias, se debe tener en cuenta que el personaje no sabía que iba a morir. En esta primera parte de la obra, ni siquiera se había fijado la fecha de su juicio. Según Juan Manuel Martín Martín: “[…] diversos personajes exponen la necesidad de dar testimonio de lo que están padeciendo, un afán que con frecuencia les provee de la fuerza necesaria para sobrevivir”.[3] Escribir sobre lo que ocurre dentro de la cárcel es un acto de resistencia porque, las palabras permanecen más allá del silencio e irrumpen con el mismo.

Hablar en voz baja, silenciar sus penas y no saber que va a pasar con sus vidas, son torturas “psicológicas” a las que están acostumbradas. Las “sacas”, el momento en que las funcionarias llaman por sus nombres a las prisioneras para fusilarlas, son otra forma que utiliza el bando vencedor para imponer su poder. Ellos determinan que hacen con las vencidas. De manera que en la cárcel de Ventas, al igual que en los campos de exterminio, se tiene como objetivo destruir a sus prisioneras. No solo a través de los diferentes castigos que reciben sino también, a partir del silencio, para que se pueda acabar con la memoria de las mismas. María Corredera González refiere a esto de la siguiente manera: “El silencio fue principalmente una manera más del exterminio de la identidad del vencido y del dominio del vencedor hacia éste; obligarles a silenciar su pasado era hacerles interiorizar su culpa y su condición de inferioridad”.[4]

Su cuaderno azul se convierte en su salvación y en un medio por el cual ella se puede refugiar en la escritura. Los acontecimientos que se narran en sus páginas, conforman la memoria de las vencidas. Ante las distintas prisioneras que se encuentran en la cárcel, Hortensia se manifiesta de la siguiente manera:

— Hay que sobrevivir camaradas. Sólo tenemos esa obligación.

— Sobrevivir, sobrevivir, ¿para qué carajo queremos sobrevivir?

— Para contar la historia, Tomasa.[5]

Recordar y contar su historia pasa de ser algo individual a un hecho colectivo, en el que cada prisionera se ve identificada. Frente al frío que presenta su celda, el calor se concentra en sus escritos y esclarece la oscuridad.

Asimismo, “[…] la costumbre de hablar en voz baja”[6] hace que el silencio sea otra forma de expresarse y éste a su vez, da lugar a las miradas y a los gestos.[7] Esto ocurre el día de visita, donde Hortensia transmite su mensaje, a su hermana Pepa, por medio de gestos al no poder escuchar nada y haber una algarabía: “Hortensia gesticulaba para que su hermana entendiera que su embarazo no le causaba molestias. Articulaba las palabras precisas, una a una, las justas, despacio, para que Pepa llevara a su marido muchos besos de su parte. Y se abrazaba a sí misma para enviarle un abrazo”.[8] Al estar vigilada por una funcionaria, el control de su voz se manifiesta en el hablar despacio, ese hablar despacio que cada vez se asemeja más al silencio.

Tras responderle Pepa a gritos, la voz se presenta en un ámbito diferente al del silencio. El locutorio que se encuentra dividido por dos alambradas, es la zona intermedia. Este separa un espacio de otro. Aparta el adentro; las celdas de la cárcel de Ventas, del afuera, donde están los visitantes:

A gritos, Pepa intentaba ponerla al corriente de que aún no habían fijado la fecha de su juicio.

— Que todavía no se sabe cuándo saldrá tu juicio.

— ¿Qué?

— El juicio, que no se sabe nada.

Hortensia se agarró a la alambrada que cercaba el pasillo que la separaba de Pepa. Pepa se agarró a la alambrada de enfrente para acercarse más a ella […].[9]

El estado de incertidumbre que poseen las prisioneras sobre sus vidas, también lo viven sus familiares. La humillación a la que se ven sometidas estas mujeres traspasa la alambrada y son las funcionarias quienes se encargan de demostrar que sus vidas carecen de valor y son inferiores a ellas. Tanto la prisión, como fuera de la misma, se presentan dos escenarios de represión, en donde se instaura el temor. “[…] España empieza a tomar forma física de lo que llegó a ser durante cuarenta años, una cárcel. Y no sólo por la proliferación de prisiones en toda la geografía española, sino porque muchos de los métodos carcelarios, o al menos algunos de los principales, aislamiento, control y vigilancia, se aplicaban más allá de los muros de las prisiones”.[10]

Al retomar Hortensia su escritura, comienza a dirigirse a su primer destinatario que es Felipe, su marido. Él pertenece a la guerrilla, se esconde [11] en el monte junto con El Chaqueta Negra, otro escenario en donde reina el silencio por ser vigilado por la Guardia Civil, y es quien le envía los cuadernos azules por medio de su hermana Pepa. Las palabras de Tensi conforman la voz del recuerdo que surge para contrarrestar no solo el olvido sobre su propia existencia, sino también de todos aquellos que estuvieron cautivos en esta cárcel y que murieron por diversos motivos: “Y Hortensia escribe en su cuaderno azul. Escribe a Felipe. Le escribe que siente las patadas de la criatura en el vientre, y que si es niño se llamará como él. Escribe que piensa que Elvirita se muere, como se murió Amparo, y Celita, sin dejar de toser, como se murieron los hijos de Josefa y Amalia, las del pabellón de madres […]”.[12]

Nombrar a aquellos que no están, es traerlos de nuevo a la memoria, a la vida. En este caso, el miedo está en que muera su compañera de celda por fiebre, ya que otras han fallecido por lo mismo. El frío, la mala alimentación, las múltiples torturas y las enfermedades que se producen como consecuencia de estas, son castigos a los que se ven sometidas las vencidas. A esto se le suma el silencio de su dolor, el no poder llorar por sus muertos y por el desconocimiento que posee cada una sobre su destino.

Cuando come el pan que recibió de su hermana, Hortensia se encuentra con un mensaje escrito por Felipe. Para que no la descubran, lo traga y así silencia la voz de su esposo. Él vive en la voz de ella, entre las páginas de su cuaderno azul,[13] en su memoria. Pero también es parte de su silencio, ese silencio que se produce al ingresar la guardiana a su celda:

No quiere tragar, pero los pasos de la guardiana se acercan. Te mando muchos besos, Tensi, todos los que no he podido darte. Los pasos de la guardiana se acercan. Te mando muchos besos, Tensi. Los pasos de la guardiana resuenan por la galería, es la hora de taller. Aguanta, vida mía. […] La funcionaria ha entrado ya. Es Mercedes. — ¡Al taller! […] Hortensia enrolla su petate de borra, se seca la lágrima y busca su cuaderno azul. […] Hortensia se oculta de Mercedes volviéndose hacia la pared, e intenta despegar con la lengua un resto de pasta de papel que se le ha adherido al paladar.[14]

Mercedes introduce ciertas contradicciones con sus actos. Es la única funcionaria que en pocas ocasiones habla en voz baja con las prisioneras, sin embargo, ella no deja de cumplir su función dentro de la cárcel y genera temor en las mismas cuando sube el tono de su voz para mostrar su autoridad. “La vigilancia carcelaria, más allá de controlar lo que entraba y salía de la prisión, en los paquetes, la comida, que entregaban los familiares a las presas, o las cartas de éstas a sus familiares, consistía en tener el absoluto conocimiento y poder sobre las presas, saber en cada momento lo que estas hacían, como se movían, qué decían”.[15]

Siguiendo con los estudios de Corredera González, “[…] solo mediante una vigilancia permanente que las guardianas de la cárcel ejercían sobre las presas se podía llevar a cabo la disciplina carcelaria y el consiguiente castigo a las sumisas”.[16] Esta disciplina que se impone sobre estas mujeres también se aplica con los familiares que están en el afuera. Las prisioneras forman filas en silencio para ir al taller y antes de recibir a sus visitas. Sus parientes hacen lo mismo cuando tienen que llevarles comida o desean verlas.

 

Miradas, gritos, delirio y lo frío del silencio

En el locutorio, Elvira recibió a su abuelo. Al estar controlada por la guardiana, ella también intenta comunicarse con él con gestos: “Cuando la funcionaria estuvo suficientemente alejada de ella, Elvira sacó los garbanzos manchados de sangre y se señaló las rodillas. La distancia y la penumbra impidieron que el anciano viera las heridas de su nieta, aún abiertas”.[17] Al hablar de distancia, se reafirma la dicotomía afuera/ adentro. Si ahora dirigimos la mirada hacia la palabra “penumbra”, es evidente como ésta remite a la oscuridad. Sus expresiones y el silencio confluyen en esta última ocultando la verdad. En la penumbra entonces, se esconde la explicación de Elvira, el dolor que soportó en los interrogatorios, la sangre que brota por haber estado arrodillada sobre garbanzos y todo aquello que forma parte de su vida carcelaria.

Una vez que es descubierta, Elvira permanece en silencio y expresa el miedo[18] que existe en ella por medio de su mirada. De hecho, todas las prisioneras sienten lo mismo: “El miedo de Elvira. El miedo de Hortensia. El miedo de las mujeres que compartían la costumbre de hablar en voz baja. El miedo en sus voces. Y el miedo en sus ojos huidizos, para no ver la sangre. Para no ver el miedo, huidizo también, en los ojos de sus familiares”.[19] Este sentimiento lo comparten no solo las presas, sino también sus familiares. En los días de visita, la vigilancia de las funcionarias se extiende hacia los dos ámbitos que separan las alambradas. Así, el temor se asienta tanto de un lado como del otro.

El no querer mirar es una forma de olvidar momentáneamente los sucesos que viven. El control en sus voces vuelve a aparecer con la intención de ser precavidas al hablar. De lo contrario, son condenadas al aislamiento y a severas torturas que las pueden llegar a conducir hacia la muerte:[20] “[…] si no se anda con precaución, si la cautela deja de ser compañera de viaje por un descuido, por un instante, el tiempo suficiente para que un rostro se vuelva, para que unos ojos vean lo que hubiera sido mejor que no vieran”.[21] Dentro de la cárcel, las guardianas al pertenecer al bando vencedor tienen el derecho y el deber de ejercer la violencia física y moral sobre las vencidas. Por eso es mejor no ver y silenciar lo ocurrido.

La algarabía, los gritos de los visitantes de las internas, las voces altas, permanecen en el afuera. El silencio y los gestos están dentro, en la prisión. Sin embargo, al detenerse la guardiana en las señas de Elvira se invierte lo antes dicho. Comienza a gritar dentro del locutorio y termina con el intercambio de miradas que tenía esta vencida con su abuelo:

La guardiana se detiene en seco. Gira la cabeza. Endurece el gesto. Grita: ¡Elvira, atrás! Reanuda la marcha lentamente y se dirige hacia Elvira apretando los labios en un mohín disfrazado de sonrisa. Retuerce los dedos sin retirar las manos de la espalda y vuelve a gritar:

— ¡Elvira, atrás!

Elvira da un paso hacia atrás, justo cuando la guardiana golpea la alambrada con su palma izquierda, a la altura del rostro de Elvira.

— La visita ha terminado para usted. Retírese a su galería y espéreme allí.[22]

El golpe en la alambrada no solo da cuenta del llamado de atención que le hacen a la joven sino también, del poder que posee la funcionaria tanto en el afuera como en el adentro. La actitud de la misma se vuelve contradictoria cuando cambia de receptor y le habla al abuelo de Elvira. Ella baja el tono de su voz y le ordena que se marche. Si bien en ese momento era difícil acertar a oír algo, el familiar escucha las palabras de la vigilia y se retira en silencio:

Y añade sin gritar, dirigiéndose al abuelo de Elvira: — Márchese. El anciano mira a la mujer que tiene al lado, la hermana de la que va a morir, a Pepa. La interroga con los ojos, pero no pregunta qué ha pasado, porque es mejor no hacer preguntas.

— Váyase, abuelo, la visita ha terminado para su nieta y para usted.

Elvira guarda los garbanzos en el bolsillo […] reprimiendo el deseo de agitarla para despedir a su abuelo. Tampoco el anciano se atreve a despedirse de ella. La mira. Y se da la vuelta. Se abre paso entre los familiares, que continúan gritando mientras se empujan unos a otros para ocupar el espacio que ha dejado libre junto a la valla metálica.[23]

Elvira, a su vez, también se va del locutorio sin despedirse de su abuelo. La voz alta de la funcionaria no irrumpe con el silencio de ambos. Ni siquiera los gritos de los otros visitantes que se encuentran en el afuera. La idea de que ambas realidades puedan trastocarse, María Corredera González lo desarrolla de la siguiente manera: “[…] la relación del mundo carcelario con el mundo de fuera era sumamente estrecha, de tal forma que el primero influía determinantemente en el segundo, al igual que la vida fuera de los muros, podía convertirse de un momento a otro en una vida en prisión”.[24]

Después de ser castigada y recluida en el “cubo”,[25] Elvira aún permanece en silencio. Se arrincona en el patio y se niega a compartir el “corro” donde sus compañeras sienten calor. En el frío de la cárcel se acalla y éste la invade y se enferma. Las condiciones climáticas, sobretodo porque gran parte de la novela se desarrolla en invierno, se presentan como un castigo corporal. Una vez que comienza a hablar, el narrador da cuenta de que su voz comienza a escucharse como un delirio que produce la fiebre: “La fiebre no es más que otra forma de delirio. Delirar es soñar. Y soñar es sentirse lejos. Soñar es estar de nuevo en casa. Lejos”.[26] La dicotomía dentro/afuera se presenta en esta última cita. Ella sueña con estar en su casa, en Valencia, con su padre, fuera de la cárcel y apela a su memoria para traer a su mente los recuerdos de su pasado.

 

Silenciar y contar sus historias: Reme y Tomasa, como dos personajes opuestos

En varios pasajes, Tomasa decide permanecer en silencio sobre todo para evitar discutir con Reme, otra de las internas: “La extremeña de piel cetrina expresa un Ya te lo dije sin pronunciar palabra, bajando a la vez la barbilla y las pestañas al tiempo que tuerce los labios, bien apretados”.[27] A partir de la voz del narrador se da cuenta que ella no tiene condena de muerte, se niega a ir al taller y coser uniformes para la Guardia civil. Los falangistas mataron a su familia, por lo que no recibe visitas en el locutorio, continúa con la lucha y no deja que sus muertos ni sus vivencias formen parte de la historia oficial.

A diferencia de sus compañeras, ella silencia su historia y es su modo de resistir. Sobrevive para contarla fuera de la cárcel, y su memoria está obligada a permanecer silenciada ante los esfuerzos de los vencedores por eliminarla. Como producto de esto, se expresa a través de su mirada:

La guerra no ha acabado. Pero acabará, y pronto […]. Y por eso mira a Reme con desdén cuando Reme se incorpora a la fila. Porque Reme ha abandonado. Se ha vuelto mansa. Reme no sabe valorar el sacrificio de los que siguen cayendo […]. Y cuenta su historia, su pequeña historia, siempre que puede, como si su historia acabara aquí […] y Tomasa no piensa contar la suya hasta que todo esto haya acabado. Y será lejos de este lugar. Lejos.[28]

Danae Gallo González hace referencia a esta escena y expresa lo siguiente: “[…] la colectividad y el partido estaban por encima de cualquier individualismo, como pone de manifiesto el rencor de Tomasa a Reme por haber abandonado la causa y conformarse con contar su historia, aceptando que ésta no forme parte de la Historia oficial”.[29] En ese sentido, ella remarca el antagonismo que existe entre Reme y Tomasa. Sin embargo, resulta de suma importancia cómo un personaje se construye de forma opuesta al otro a partir de sus voces y silencios. Mientras Reme cuenta su vida, sus penas, lo que sufrió ella y su familia, Tomasa calla.

Ahora bien, también hay escenas en las que Tomasa hace escuchar su voz. Ella irrumpe con el silencio de la cárcel enfrentándose no solo a Reme sino a la Guardia:

Antes de conducir a las mujeres al taller de costura, se acerca a la cabecera de Elvira y le pregunta a Tomasa como sigue la niña:

— ¿Cómo sigue la niña?

— ¡Cómo va a seguir, mal!

Tomasa endurece la expresión de su rostro. Las arrugas se hunden como surcos en su piel color de aceituna al fruncir el ceño. Sus ojos rasgados se achinan para mirar con desprecio.[30]

Mercedes se arriesga constantemente ayudando a las presas. Pero aún así, Tomasa no tolera su presencia y se rebela sin importarle los castigos. Ella no olvida que cualquier miembro de la vigilia, no deja de pertenecer al bando vencedor y busca cualquier tipo de información para cooperar con el mismo. Tanto en el afuera, como en el adentro, cualquiera puede ser un delator o un delatado.

La voz alta y los gritos de las guardianas la obligan a permanecer en silencio. Se vuelve sumisa contra su voluntad e interioriza el miedo. Cuando la palabra de la vigilia irrumpe con el ambiente silencioso que predomina en la cárcel, mantienen su control sobre las prisioneras:

Y maldice en voz baja […]

— Maldita sea. Maldita sea la madre que la parió […]

Lo ha dicho mirando a Mercedes. Y la guardiana se acerca a ella:

— He dicho maldita sea.

— ¿Y qué más?

— Nada más.

— La he oído decir algo más. […]

La he oído decir algo más, repite alzando la voz. Tomasa guarda silencio […] Mercedes insiste en preguntar […] Y grita: ¡Conteste! […] A Tomasa le gustaría contestar que maldice a la putísima madre que la parió. Pero no lo hace. Porque el silencio es lo que más le duele […].[31]

En cambio Reme habla cada vez que puede. Los recuerdos que forman parte de su memoria, le permiten sobrevivir ante tanta represión aunque se sienta rendida. Porque para ella, el silencio es otra forma de morir, y contar su historia hace que ella pueda convivir con la crueldad que esconde este silencio y con el bando enemigo:

[…] ahora hablará de sus hijas, y a Reme le consuela contar lo que se dispone a contar. […] Cuando Reme se acuerda de sus hijas, la llama, a Elvira, sangre mía. […]. Y cuenta que a sus hijas no les pasó nada. A su consuegra, sí. […] — Cuando nos dijeron que nos llevaban al depósito, mi consuegra preguntó que si nos iban a hacer la autopsia en vivo. Le dieron aceite de ricino de verdad, y la raparon. La pobre. Sólo porque creyeron que estaba celebrando la toma de Teruel. […] — Mientras que a mi pobre Benjamín sí que lo humillaron bien. Un día y otro. Pero él es fuerte. Pobre Benjamín.[32]

De lo señalado se desprende que a partir de las voces de estas cuatro mujeres republicanas se alude a los mismos acontecimientos de forma diversa y se rompe con el silencio al que fueron relegadas. Este último se encuentra íntimamente relacionado con su condición de inferioridad que poseen al pertenecer al bando perdedor.

A lo largo del trabajo, se pudo dar cuenta de cómo las voces de estas mujeres republicanas dan lugar a la memoria colectiva. Esta última hace posible que se rescaten del olvido partes de la historia que se silencian. Hechos que se ven arrinconados como las prisioneras de esta cárcel, por la historia dominante de los vencedores. De manera que sin voz, no hay memoria y sin memoria no hay relato.

Por otra parte, la oscuridad que se presenta en este periodo de posguerra no solo se concentra en esta cárcel, sino que se está más allá de las alambradas, en el afuera, en toda España. En ambos ámbitos la Guardia civil mantiene un control extremo con el fin de mantener el orden. En palabras de Juan Manuel Martín Martín: “La exhibición del olvido como llave para el orden y la paz ocupan también aquí un lugar primordial, pues constituían piezas imprescindibles del discurso oficial de la época”.[33]

Teniendo en cuenta todos estos elementos se puede decir que tanto las voces como los silencios de estas vencidas, delatan el temor ante las fuerzas represivas, las injusticias, las desgracias y penas que sufren. En esta historia entonces, no solo hay que escuchar las voces de todos aquellos que pertenecen al bando perdedor y de sus familiares, sino también, sus silencios, lo indecible. Porque el silencio también es otra voz.

 

Bibliografía

  1. Chacón, Dulce, La voz dormida, Punto de lectura, Madrid, 2012.
  2. Chacón, Dulce, Las mujeres que perdieron la guerra, en El País Semanal n° 1.353, 1/10/2002, pp. 46-   53.
  3. Corredera González, María, La guerra civil española en la novela actual. Silencio y diálogo entre generaciones. Capítulos I y V. Ediciones de Iberoamericana, Madrid, 2010.
  4. Gallo González, Danae, Los fantasmas queer de la dictadura franquista: ¡Toda una revelación!, Universidad de Kentucky, Literatura y cultura. Paper 2. 2012.
  5. Martín Martín, Juan Manuel, “Ficcionalizar el recuerdo: Dulce Chacón- La voz dormida (2002)-” en La memoria novelada II: ficcionalización, documentalismo y lugares de memoria en la narrativa memorialista española, Peter Lang SA, Suiza, 2013.
  6. Méndez, Alberto, Los girasoles ciegos, Anagrama, Barcelona, 2004.

 

Notas

[1] Chacón Dulce, La voz dormida, ed. cit., p.11.
[2] Idem.
[3] Martín Martín, Juan Manuel, La memoria novelada II: ficcionalización, documentalismo y lugares de memoria en la narrativa memorialista española, ed. cit., p. 133.
[4] Corredera González, María, La guerra civil española en la novela actual. Silencio y diálogo entre generaciones, ed. cit., p. 27.
[5] Chacón Dulce, La voz dormida, ed. cit., p. 135.
[6] Ibid., p. 11.
[7] En Girasoles ciegos de Alberto Méndez, se lo expresa de la siguiente manera: “Hablar siempre en voz baja es algo que, poco a poco, disuelve las palabras, reduce las conversaciones a un intercambio de gestos y miradas.” Méndez, Alberto, Los girasoles ciegos, ed. cit., p. 115.
[8] Chacón Dulce, La voz dormida, ed. cit., p. 13.
[9] Ibid., p. 14.
[10] Corredera González, María, La guerra civil española en la novela actual. Silencio y diálogo entre generaciones, ed. cit., p. 149.
[11] Cabe señalar que por no dar a conocer su escondite, Hortensia y su suegro fueron encarcelados. Éste último murió en la cárcel de Porlier. La vida se sigue presentando en las palabras y la muerte en el silencio. Esto también se pone en evidencia cuando el abuelo de Elvira, habla con Pepa e intenta preguntarle si su nieta murió: “En cuanto el abuelo de Elvira comienza a hablar, Pepa percibe la fragilidad en su voz. La conoce bien, esa fragilidad. Palabras a medias. Palabras buscadas y silenciadas antes de llegar a los labios. […] Palabras que se niegan a ser pronunciadas […]. Si ha muerto, quiere preguntar. Pepa sabe que es eso lo que el abuelo de Elvira quiere preguntar. Y sabe que no se atreve a preguntarlo.” Chacón, Dulce, La voz dormida, ed. cit., p. 25.
[12] Chacón, Op. cit, p. 22
[13] Y ella también vive en aquellos escritos. Más adelante, a medida que avanza la historia serán la posesión más preciada de su hija. Si bien estos recuerdos no son autobiográficos porque la joven no los vive en carne propia, son recibidos por la misma. De manera que ambos tipos de recuerdos se retroalimentan y conducen a Tensi, a seguir los pasos de su madre. Así, la palabra escrita es también el medio por el cual Hortensia lucha contra los opresores.
[14] Chacón, Dulce, La voz dormida, ed. cit., p. 31.
[15] Corredera González, María, La guerra civil española en la novela actual. Silencio y diálogo entre generaciones, ed. cit., p. 156.
[16] Ibid., p. 160.
[17] Chacón, Dulce, La voz dormida, ed. cit., p. 15.
[18] El miedo se oculta tras el silencio y es algo que dura hasta los días de hoy. Dulce Chacón en la entrevista Las mujeres que perdieron la guerra del diario El País, publicada el 1/10/2002, menciona lo dicho de la siguiente manera: “El miedo sigue existiendo, está vivo, incluso ahora, tantos años después. Y yo lo que he querido ha sido explorar ese lado oscuro, oculto y silenciado de la posguerra”.
[19] Chacón, Dulce, La voz dormida, ed. cit., p. 12.
[20] En esta novela, las torturas no son descritas, solo se las menciona. Lo que se subraya es la fidelidad de aquellos que sufrieron dichas torturas y prefirieron morir ante la posibilidad de delatar a la guerrilla.
[21] Chacón, Dulce, La voz dormida, ed. cit., p. 13.
[22] Ibid., p. 17.
[23] Ibid., p. 16.
[24] Ibid., p. 150.
[25] El “cubo” es un lugar donde van aquellos prisioneros que reciben un castigo carcelario. Allí no hay espacio ni luz, solo una restricción en la comida. Por otra parte, resulta interesante destacar que este episodio se narra repitiendo el número tres: “Tres días estuvieron mirando el cielo. Y tres días estuvo Elvira sin poder verlo. Los tres días que permaneció recluida en la celda de castigo […]” (Chacón, Dulce, La voz dormida, ed. cit., p. 18.) A lo largo de esta primera parte de la obra, esta cifra se vuelve recurrente sobretodo en escenas centrales de la misma.
[26] Chacón, Dulce, La voz dormida, ed. cit., p. 20.
[27] Ibid., p. 21.
[28] Ibid., p. 32.
[29] Gallo González, Danae, Los fantasmas queer de la dictadura franquista: ¡Toda una revelación!, ed. cit. p. 48.
[30] Chacón, Dulce, La voz dormida, ed. cit., p. 34.
[31] Ibid., p. 44.
[32] Ibid., p. 58.
[33] Martín Martín, Juan Manuel, La memoria novelada II: ficcionalización, documentalismo y lugares de memoria en la narrativa memorialista española, ed. cit., p. 128.