Marcus Steinweg/ trad. Maria Konta
¿Qué es la realidad? ¿Cómo el sujeto se aferra en ella?[1] ¿Qué significa amar en el aquí y ahora de un mundo, si tenemos en cuenta cómo lo que llamamos amor permanece elementalmente ligado a la tradición cristiana, que nos permite distinguir los conceptos de ἀγάπη y ἔρως? El cristianismo, con su imperativo de la caridad, constituye un telón de fondo desde el cual uno no parte al marcar sus contemplaciones como ateo. Como Jean-Luc Nancy ha mostrado, nos encontramos dentro del horizonte del monoteísmo judeocristiano siempre y cuando mantenemos— en referencia a categorías tales como la justicia, lo universal, el individuo-el “motivo de una trascendencia infinita superando el hombre”; y ningún pensamiento que no desee ser oscurantista puede permitirse renunciar a buscar la claridad con respecto a este nexo al analizar la alianza entre el ateísmo y el teísmo. Sin embargo, esta alianza ya se encuentra entre la inmanencia y la trascendencia. Nos invita a pensar en un concepto de la realidad de que en última instancia equivale a una unión contenciosa de ambos órdenes. La constitución de la realidad, como la del sujeto, como la realidad del amor, requiere el antagonismo entre las dos órdenes, que podemos describir como la de lo finito y la de lo infinito.
La dialéctica de Hegel devuelve este antagonismo como una contención filosófica que lo obliga a rechazar ambas opciones— un materialismo simple y un idealismo simple— (el término de Hegel para este rechazo es idealismo absoluto). Persistente en el corazón de la realidad es un elemento que está explícito en él. Es decisivo que situamos este inconmensurable (que con bastante facilidad podemos llamar “Dios” o, como lo hace Levinas, el totalmente otro, tout autre), dentro de la inmanencia expandido en su trascendencia implícita en lugar de volver a re-teologizar retroactivamente. Hacer esto último, sería confiar en una trascendencia pura, una que estaría a una distancia total de una inmanencia pura. Sin embargo, la trascendencia no marca una realidad superior; ni la inmanencia significa la dimensión de lo que es controlado y conocido. La alianza de ambos registros se refiere a su entrelazamiento, que sigue siendo la difícil herencia de la historia de la metafísica: “El infinito ya no está más allá (au-delà). Lo que se sabe desde hace mucho tiempo: que Dios está muerto significa que el infinito ya no se encuentra en un más allá radical. Es el nombre de la verdad de la realidad finita, su distracción ontológica.
La realidad no es simplemente una cuestión de hecho. Su estado como inconmensurable revela que es expansivo y distraído. Hacia qué cosa abre la realidad, hacia qué cosa se expanda, con respecto a qué se distrae? ¿Cómo pensar un mundo sin trascendencia y, sin embargo, no sustituirlo por un fantasma de inmanencia que niega la posibilidad de pensar algo nuevo, niega la libertad y la decisión, la autonomía y la consistencia del sujeto? ¿Cómo retirarse de la alternativa de finitud e infinitud, realidad e idealidad, lo posible y lo imposible? ¿Cómo pensar una aperturidad que se abre hacia algo no dado, hacia la nada misma?; ¿Cómo afirmar esta aperturidad hacia el cierre sin privarla de su aperturidad característica? ¿Cómo pensar una aperturidad que no es una.
Si toda la tradición ontoteológica, al menos en la lectura ortodoxa, ha privilegiado una onto-teología de los dos mundos sobre la alternativa de la inmanencia, si hay en ella un giro en la fe hacia un más allá y hacia una vida después de la vida, a continuación, su estructura puede ser identificada como la de una aperturidad hacia una aperturidad en lugar de la de una aperturidad hacia el cierre.
Esta segunda aperturidad, como señala Nancy, sería “no fuera del mundo, aunque tampoco está dentro de él; no es otro mundo, ni es un mundo más allá del mundo, ya que abre este mundo a sí mismo”. Dobla la realidad hacia su real. Demuestra que la separación entre la realidad y lo real corre a través de la propia realidad, a través de su inmanencia elevada, que se pliega en ambos universos, el universo de la inmanencia constituida del espacio de los hechos, por un lado, el universo de su inconsistencia implícita-trascendente, que no puede ser representada dentro de ella, por otro lado. Es este plegar-dentro-de-sí, que nos permite pensar en una aperturidad que no tiene lugar en ninguna parte, sino dentro del cerrazón, cuyos límites no abren hacia nuevos espacios (marcando la transición en ellos), ya que articulan la inexistencia de estos espacios como la interioridad de la trascendencia.
Notas
[1] Steinweg, Marcus, “Antagonism”, inédito. Agradezco a Evelyn Wences por la corrección de estilo.