Hay un único remedio para ambas enfermedades: no mover el alma sin el cuerpo, ni el cuerpo sin el alma, para que, defendiéndose el uno del otro, lleguen a ser equilibrados y sanos.
Platón, Timeo 88b-c
Resumen
La melancolía ha sido comprendida popularmente como un estado de tristeza profunda en donde no hay interés por el mundo externo ni por uno mismo, en el que los sentimientos de minusvaloración pueden detonar terribles o incluso fatales consecuencias. La figura del melancólico se ha ido transformando a lo largo de la historia, y su presencia ha llamado la atención en varias áreas del conocimiento. Por lo tanto, lo que se pretende mostrar en este artículo son cuatro connotaciones distintas sobre melancolía: la melancolía en la Antigüedad, la melancolía en Marsilio Ficino, la melancolía en el psicoanálisis y la melancolía en la psicología profunda.[1]
Palabras clave: melancolía, terapia, medicina, psicoanálisis, psicología analítica, alquimia.
Abstract
Melancholy has been popularly understood as a state of deep sadness where there is no interest in the external world or for oneself, in which feelings of undervaluation can trigger terrible or even fatal consequences. The figure of the melancholic has been transformed throughout history, and its presence has attracted attention in several areas of knowledge. Therefore, what we intend to show in this article are four different connotations about melancholy: melancholy in Antiquity, melancholy in Marsilio Ficino, melancholy in psychoanalysis and melancholy in deep psychology.
Keywords: melancholy, therapy, medicine, psychoanalysis, analytical psychology, alchemy.
Se dice comúnmente que se vive para ser feliz. Hay quienes piensan que todo lo que se hace, se cree, se come, se trabaja tiene que ir dirigido hacia la obtención de la felicidad. Sin embargo, hay algunos individuos que en su transcurrir cotidiano, aun creyendo ese discurso y tratando de llevarlo a cabo en su vida, se ven limitados a realizarlo por la invasión de la melancolía.
La figura de aquellos que padecen melancolía ha variado en la percepción común de distintos lugares y momentos. Generalmente ha sido comprendida como un estado de tristeza profunda, en donde no hay interés por el mundo externo ni por uno mismo, en el que los sentimientos de minusvaloración pueden detonar terribles o incluso fatales consecuencias. Su presencia ha llamado la atención de varias áreas del conocimiento, como la filosofía, la medicina y la psicología, las cuales la han investigado y dotado de ciertos nombres para poder conocerla y definirla.
Lo que se pretende mostrar en este ensayo son cuatro distintas connotaciones que le han dado a la melancolía algunos pensadores. Particularmente, se hará una aproximación a las consideraciones generales sobre la melancolía en Hipócrates, Galeno y Aristóteles en la Antigüedad; en Marsilio Ficino en el Renacimiento; y, asimismo, se referirá a la noción de melancolía del Psicoanálisis de Freud para abordar finalmente lo que la Psicología Analítica de Carl Gustav Jung dice al respecto.
Melancolía en la Antigüedad
Hacia el siglo V a. C. la melancolía[2] era considerada una enfermedad donde los estados de ánimo como tristeza, nostalgia, desgano y otros de esta especie, predominaban en la conducta. Fue pensada como un padecimiento puramente fisiológico que se producía en el cuerpo en forma de sustancia viscosa. La bilis negra, junto con la flema, la bilis amarilla y la sangre conformaban la base de la doctrina de los cuatro humores,[3] los cuales se encontraban en el cuerpo controlando el comportamiento del ser humano. De acuerdo con esta doctrina, el carácter dependía de la proporción que se tuviera de cada una de estas sustancias. Así, la personalidad de los hombres correspondía con su humor dominante, es decir, podían ser sanguíneos, coléricos, flemáticos o bien, melancólicos. La salud era signo de tener los humores en armonía, respecto al carácter que se tuviera, mientras que la enfermedad provenía del exceso o insuficiencia de alguno de ellos.
El objetivo de la teoría de los humores consistió en explicar cómo existir en la complejidad del universo, el cual comprende el orden de los astros y, en general, el entorno del ser humano y también el interior de éste, es decir, su alma. Dicha teoría trató de hacer explícita la estructura de la comunión que existe entre cuerpo y alma procurando, además, alcanzar la armonía del individuo con el cosmos.[4]
Conforme a la teoría de los cuatro humores, se consideraba que la melancolía predominaba en el otoño, la tarde y la vejez. Tenía la característica de ser fría y seca, y era distinta de los demás humores porque se consideraba un problema físico con repercusiones mentales, específicamente: el miedo y la locura. Por su parte, los humores restantes hacían daño solo al cuerpo provocando inflamaciones, vómitos o cualquier otra dolencia meramente corporal.[5]
Dentro de la medicina antigua, la figura del melancólico es la de un hombre con una enfermedad especial, porque las consecuencias de la atra bilis o bilis negra se manifiestan, no solo como una afección del cuerpo, sino como un hábito temperamental o de carácter en ciertos hombres. Esto generó el desarrollo de estudios que posteriormente serían teorías de los temperamentos, caracteres y tipos de hombres.[6]
Esta figura del melancólico y la melancolía se transforma cuando Aristóteles[7] escribe el famoso Problema XXX también llamado Monografía sobre la bilis negra. El fondo del enigma en torno a las causas que expliquen el fenómeno de que algunos hombres sobresalientes sean melancólicos yace en cómo el estagirita considera que el melancólico ya no es solo un enfermo sino una gran potencia de creatividad.[8]
Aristóteles llega a esta conclusión de la siguiente manera: la bilis negra es una sustancia que habita en todos los hombres y el efecto de esta sustancia varía dependiendo del descenso o aumento de temperatura. Es decir, si la temperatura es fría, las consecuencias serían padecimientos como parálisis, depresión o fobia; en cambio, si la temperatura es alta, se desencadenan úlceras o furor.[9] Además, si los hombres son afectados por la bilis negra a temperaturas altas, su actitud se vuelve entusiasta o vehemente, e incluso propensa al éxtasis.[10] En este argumento, el estagirita menciona que aquellos que logren equilibrarse entre ambas temperaturas (ni frío, ni calor) serán quienes alcancen un nivel superior de creatividad. Aristóteles sugiere una noción de genio creador[11] a partir de encontrar un punto medio en la desmesura por la sobrecarga de bilis negra. Dicha sustancia en el cuerpo ya no sería completamente dañina para el individuo si, y sólo si, puede dominarla con base en la virtud. Debido a esto, pueden apreciarse dos nociones distintas de la melancolía como enfermedad: la que está caracterizada por generar aturdimiento y degradantes desánimos, que en sus formas más extremas podían llegar hasta la locura o muerte; y la melancolía que dota de agudeza artística y profundidad intelectual.
Marsilio Ficino y su tratamiento de la melancolía
Marsilio Ficino sostiene la afirmación aristotélica de que “Todos los hombres excepcionales son melancólicos”[12] y se sustenta en ella para escribir Tres libros sobre la vida (De triplici vita),[13] obra que consta de tres apartados en los que expone tratamientos terapéuticos de carácter mágico, astrológico y médico, principalmente dirigidos a aquellos que sufren de melancolía. La finalidad de Ficino en esta obra es la de desapegarse de la tradición Hipocrático-Galénica en donde la melancolía era perjudicial para la salud del individuo, proponiendo así una nueva forma de relación con este padecimiento. Para llegar al mejor estado de equilibrio donde la bilis no sea dañina, Ficino propone un nuevo acercamiento con dicho humor: La bilis blanca (candida bilis).
La bilis blanca es el resultado de la constante actividad espiritual que nace por la lectura, la contemplación o la meditación; su color es oro y se produce a través de una mezcla extremadamente precisa en proporción y especificidad de los cuatro humores.[14] Este humor aparece con la particular característica de generarse durante la actividad espiritual profunda. Esto cambia completamente el paradigma del humoralismo, ya que es ahora la actividad espiritual lo que genera melancolía; de manera que no es solamente un humor que se tenga por naturaleza. Por lo tanto, los remedios para aliviarla se amplían y diversifican.
Es de suma importancia aclarar que, para el florentino, si bien la melancolía sigue siendo una enfermedad que atormenta el alma y ennegrece el juicio, también es propia del ser humano, por lo que no es necesaria una cura que extirpe el problema. Más bien es necesaria una relación con ella que promueva una mejor vida, para lo que propone hacer uso de los conocimientos procurados por la astrología.
La visión que se tiene en la obra de Ficino sobre el mundo como un gran animal, encausado por divinidades, el Alma del mundo (Anima Mundi), es lo que hace posible una relación directa de la melancolía con sus causas y curas. Ahora bien, son tres las causas de la melancolía en los hombres de letras:
- La causa celeste: como consecuencia de los influjos negativos de Mercurio y Saturno. Ello es así, porque Mercurio es considerado el planeta del pensamiento y de la búsqueda intelectual. Saturno, por su parte, es el planeta de la perseverancia. Para emprender las tareas de estudiosos se invoca a dichos planetas como guías, que, al ser fríos, emanan influjos que generan melancolía porque sus cualidades térmicas son equivalentes;
- La causa natural: cuando el individuo ejerce alguna práctica intelectual, se aísla, quedando en un curso de abstracción y contemplación de aquello que está estudiando. Esto hace que el hombre se vuelva sobre sí mismo, haciendo de sí un individuo asentado consigo como único centro. Según Ficino, esta centralidad es una característica propia de la tierra y semejante a la bilis negra, de esta manera, al indagar en temas teóricos tan prominentes, el hombre de letras se aproxima a la particularidad de Saturno, el más elevado de los planetas;
- La causa humana: según Ficino la práctica del pensamiento seca y enfría el cerebro por el constante movimiento que se hace al pensar. Así, nuevamente, el cuerpo comienza a asimilar la cualidad propia de la melancolía, lo que puede hacer al hombre, por voluntad propia, un melancólico.[15]
De estas tres, la que Ficino considera más nociva es la causa celeste, porque es aquella que no depende de la voluntad del individuo, sino que se le impone si su nacimiento ocurre el día en que Saturno, según el carácter cíclico del cosmos, influye predominantemente en dicho día. Por ello, en este caso, lo único que puede hacerse es tratar de encauzar la así irremediable melancolía. Debido a esta incurable condición es que Ficino sugiere remedios y recetas para la melancolía padecida por quienes han nacido en Saturno y no pueden sustraerse a este temperamento. Todo esto es factible gracias a su visión de la fisiología del hombre como el reflejo del orden del mundo, del vínculo entre el macrocosmos y el microcosmos; es decir, una visión donde todo lo existente en el universo tiene las características del orden de los astros, los cuales, en consecuencia, ejercen sobre el individuo una influencia astral.
En este sentido, la facultad de la Imaginación es el medio que posibilita un vínculo entre el hombre y los astros:
Ficino, (…) entendió que el alma humana era autónoma y divina, capaz de moverse libremente, (…) en un cosmos donde cada parte se conectaba al todo en un complejo ballet. Una suprema y unificada presencia divina (…) emanó hacia la creación mediante el movimiento continuo del anima mundi, sus huellas en el mundo material percibidas por los humanos no son a través de su intelecto abstracto sino como “propiedades ocultas” a través de su imaginación, el órgano perceptor del alma.[16]
De modo que para llevar una mejor vida, es necesario hacer uso de aquello que contrarreste la naturaleza melancólica. Si los influjos de los astros dañan el juicio, o cualquier otro suceso perjudica el estado de la salud, se puede hacer uso de alguna dieta o de la creación de talismanes, pastillas y jarabes, porque a través de ello se procura por las cosas del mundo la influencia del orden de los astros en los individuos para que puedan cambiar el modo de relación con ellos mismos y su entorno.
Psicoanálisis y psicología profunda: dos modos de aproximarse a la melancolía
En el año 1915 se publica la obra de Sigmund Freud Duelo y Melancolía. Aquí Freud desarrolla el carácter melancólico en contraste con el estado anímico del duelo. La melancolía se caracteriza, según este autor, por la presencia de un estado sumamente doloroso donde se pierde el interés por el mundo exterior; hay tristeza continua y falta de energía, pero, principalmente, comienza a haber reproches y desvaloración personales.[17] En el duelo los síntomas son similares. La diferencia radica en que la razón/causa del estado de duelo es clara y señalable: dicho malestar radica en un evento específico, como puede ser la muerte de algún familiar, el término de una relación amorosa, o alguna vivencia traumática. Por otra parte, según Freud, en la melancolía no existe un evento causal de este tipo; no hay ausencia tangible que pueda tomarse como motivo de dicho estado.[18] En el caso del duelo, el problema se vuelve pasajero y con un remedio claro, ya que el individuo a través del tiempo logra desplazar su objeto erótico. Así, una vez concluido el proceso de duelo, se vuelve a la normalidad. En cuanto a la melancolía, al no tener un principio u origen, perdura por tiempo indefinido. Otra peculiaridad que Freud señala del carácter melancólico es la tendencia a la manía, un estado completamente opuesto a estados anímicos como la tristeza o depresión. La manía es descrita como una descarga de energía espontánea que sucede luego de una resistencia que se mantuvo durante un largo periodo. Freud atribuye este gasto de energía al duelo o a la pérdida del objeto erótico.[19]
En el estado y proceso del melancólico, como ya se dijo, no se sabe qué fue lo que se perdió, pero lo que asegura el autor es que existe una pérdida de algún objeto erótico; por consiguiente, mantiene la postura de que para caer en ese estado necesariamente se tuvo que perder algo que producía placer. Tal forma de entender la melancolía por parte de Freud reconfigura el modo de tratar al melancólico y lo reduce a no ser más que un hombre doliente, que debe regularse para existir normalmente según las normas sociales imperantes. En el Psicoanálisis ya no hay noción alguna sobre la figura del genio creador vinculada al melancólico, ni de aquel que puede llegar a un grado mayor de conocimiento.[20]
Carl Gustav Jung, médico y psicólogo, a pesar de haber sido influido por el psicoanálisis de Freud, considera al melancólico de un modo distinto al de aquél, recuperando la idea de potencia creadora que brindaron los antiguos.
A diferencia de Freud, Jung trata la melancolía sin darle mayor importancia a la existencia o ausencia de una posible causa evidente. En relación con la afección de la melancolía, propone un método de introspección llamado Imaginación activa o Función trascendente, el cual tiene el objetivo de hacer llegar a la conciencia los contenidos que se encuentran en el inconsciente.[21] Esto surge a partir de que, en su trabajo como terapeuta, da cuenta de que hay ciertos contenidos en el inconsciente que no son únicamente parte de la historia personal transmitida por los sentidos (como en la teoría Freudiana),[22] sino que forman parte de la psique viva y que se nace con ciertas condiciones de posibilidad para experimentar lo anímico. Esto fue lo que lo llevó a proponer su teoría de los arquetipos.[23] De acuerdo con esto, a modo de complemento utiliza otro método llamado amplificación, el cual consiste en explorar semejanzas y analogías que puedan existir entre los contenidos inconscientes, y los contenidos simbólicos de distintas disciplinas, ya sean religiosas, míticas o, como se estudiará a continuación, alquímicas, con el fin de hacer dichos contenidos comprensibles a la conciencia.[24] El método consiste en tomar una de las manifestaciones de la melancolía que sean más accesibles, como por ejemplo, las ensoñaciones y fantasías, las cuales suelen ser de lo más recurrentes cuando uno se halla en este estado.[25] La manera de operar con este material consiste en prestarle especial atención a las causa internas psíquicas, lo que ha de verse y reconocerse en la materia son datos del propio inconsciente proyectado. Siguiendo esta línea, queda aclarar cómo es que ambos métodos son utilizados en torno al hombre melancólico que atañe a esta investigación. Jung realiza una notable profundización en la alquimia, la cual retoma desde la psicología haciendo uso de los métodos explicados anteriormente.
La alquimia (s.III a.C.) es una disciplina hermética filosófica que haciendo uso de la magia, astrología y otras materias generaba y efectuaba procedimientos para la transmutación de la materia. Para Jung, este proceso, en su origen mismo era una muestra de los alquimistas trabajando con la transformación de su psique a partir de la proyección en los materiales utilizados. Haciendo uso de los métodos ya antes explicados, trae nuevamente tanto la doctrina alquímica con la melancolía vista desde los antiguos de la siguiente manera. Existen cuatro fases fundamentales que comprenden el proceso alquímico, estos son “melanosis (ennegrecimiento), leucosis (emblanquecimiento), xantosis (amarillamiento) e iosis (enrojecimiento)”.[26] De acuerdo con esto, es la nigredo o melanosis el estado en el que debe encontrarse la materia para comenzar el proceso. Este estado de la materia es informe, impuro, caótico, precisamente para poder darle posteriormente otra forma. Tomando en cuenta la raíz de dicha palabra, que remite a la oscuridad propia de la bilis negra, y lo que representa, puede claramente asociarse a la figura que hace al melancólico en su carácter y patologías. Lo que se está proponiendo con esto es una nueva forma de apreciar la melancolía y su tratamiento, porque así el sujeto melancólico se vuelve análogo a la materia prima de la alquimia. Esto hace de él una potencia creadora puesto que se encuentra en la primera de fase de toda una transformación que, en última instancia, llega a ser oro. El individuo en esta materia ya no es un enfermo que ha de normalizarse o curarse, sino uno que puede tratarse de múltiples formas para transformar ese estado en algo mejor. Así, la figura del genio creador retorna con Jung.
Como se ha visto a lo largo de esta exposición, la melancolía permite dos perspectivas: en una de ellas, el melancólico es considerado un sujeto cuyos síntomas manifiestan un desequilibrio que ha de igualarse mediante remedios para una la salud acostumbrada y propia de los hombres; en esta perspectiva se encuentra el humoralismo y la medicina antigua, y la manera en que Freud contrapone el duelo de la melancolía. Por otro lado, desde la noción del genio creador de Aristóteles y especialmente acentuado en el desarrollo teórico de Marsilio Ficino, la melancolía puede no ser considerada únicamente como enfermedad. La bilis blanca señala una condición que no acaece por influjos externos irremediables, sino que permite imaginar la transformación de un estado de ánimo con implicaciones devastadoras, a uno que reluce con el brillo del oro. Carl Gustav Jung se encuentra en una perspectiva similar a estas, y sugiere a la melancolía como algo distinto de una enfermedad. Gracias a su propuesta de la imaginación activa podemos concebir nuevos modos en los que la estructura psíquica encuentre travesías guiadas por símbolos, que conducen a mejores perspectivas del sino del melancólico. Es también importante señalar que, tanto en Ficino como en Jung, el papel que juega la Imaginación como órgano de percepción del alma (en caso de Jung “inconsciente”) muestran otro método de entrar en contacto con lo más oscuro de la personalidad, sin intención de modificar su desequilibrio y disposición melancólico, en ambos casos se busca dejar la puerta abierta a la melancolía ya no para entenderla y regularla e inhibirla, sino para reconocerla, vivirla y relacionarse con ella.
Bibliografía
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Notas
[1] Este artículo fue resultado de una investigación llevada a cabo en los proyectos PIFFyL: Sigillum. Seminario de estudios sobre el Alma, el hermetismo y lo imaginal y Seminario de Lecturas de textos Filosóficos.
[2] La palabra “melancolía” es un compuesto griego a partir del adjetivo μέλᾱς, μέλαινα, μέλᾰν: negro; y el sustantivo χολή, ἡ: bilis. El color negro alude a la idea de todo lo malo y nocturno, a la ofuscación de la conciencia, depresión y miedo (esto último según Hipócrates y Galeno: Cf. Gal. Las facultades del alma siguen los temperamentos del cuerpo, pp. 176 y 182; Hip. “Sobre la enfermedad sagrada” en Tratados Hipocráticos I, p. 418). El adjetivo μέλᾱς adquiere la connotación de “despiadado” en conjunción con sustantivos que denotan seres vivos o sensaciones, e.g.: “μέλανες. ἄνθρωποι”, (hombres despiadados). Cf. Plu. 2.12d ο “μέλαιναι ὀδύναι” (dolores horribles) Il. 4. 117; significados que también se atribuyen a la bilis negra. Análogamente, resulta interesante que dicha sustancia se considerará como fuente de locura o demencia. La traducción al latín fue otra bilis utilizada desde la comedia arcaica, la literatura filosófica y los textos científicos como un sentimiento que afecta al hombre (Cf. Plaut. Capt. 596: atra bilis agitat hominem; Cic. Tus. 3. 11. 15–ss: Graeci volunt illi quidem, sed parum valent verbo: quem nos furorem, μελαγχολίαν illi vocant; quasi vero atra bili solum mens ac non saepe vel iracundia graviore vel timore vel dolore moveatur; también, v. Klibansky, Raymond, Saturno y la melancolía, p. 39).
[3] El origen de la doctrina de los cuatro humores (s. IV – V a.C. aprox.) tiene como primera referencia el valor otorgado al número cuatro. Su relevancia se debe a su coincidencia con el número de elementos llamados primarios, los cuales constituían la totalidad del mundo. Esta teoría comenzó a generarse desde las aportaciones pitagóricas que más tarde recogió Empédocles al introducir su Teoría de los elementos, así como Alcmeón con su Teoría de las cualidades. Todas ellas hacían referencia a cuatro factores principales que abarcaban la totalidad en distintos ámbitos, por ejemplo, las estaciones (primavera, verano, otoño e invierno), las diferentes temperaturas (frío, caliente, húmedo y seco), las edades del hombre (infancia, juventud, madurez, vejez), entre otras. Cf. Klibansky, Raymond, Op. Cit., pp. 30-35.
[4] Lo anterior fue una constante en el pensamiento griego que llegó hasta la Antigüedad tardía (Proclo, Porfirio, Jámblico, entre otros). Cf. ibídem, p. 30.
[5] Cf. Ioan P. Culianu, Eros y magia en el renacimiento, p. 80-81; y Klibansky, Raymond, Op. Cit, pp. 38-39.
[6] Por ejemplo: Teofrasto, Caracteres, trad. Sánchez Pacheco, Gredos, Madrid, 2000. Llegando incluso hasta el s. XVI en Huarte de San Juan, Examen de Ingenios para las ciencias, Cátedra, Madrid, 1989.
[7] La autoría del Problema XXX ha sido frecuentemente cuestionada (Gomperz, Jaeger, Pigeaud). Cf. Introducción a De la melancolía, de Aristóteles e Hiporáctes, trad. de Conrado Tostado, Vuelta, México, 1994. Siguiendo a Klibansky (Cf. Klibansky, Raymond, Op. Cit. p. 57.), su autenticidad se sustenta gracias a las múltiples citas que Cicerón y Plutarco hacen de él. Además de características propias de la doctrina aristotélica presentes en el texto en cuestión, como el principio dinámico de la naturaleza orgánica, el punto medio como equilibrio de energías opuestas, entre otros.
[8] v. Prólogo a El hombre de genio y la melancolía. Problema XXX, trad. Cristina Serna, Acantilado, Barcelona, 2007.
[9] Esto dependía del lugar del cuerpo en donde se encontraba la melancolía: “Si lo hace cerca del lugar del pensamiento y la esperanza seremos melancólicos en el sentido de deliberantes, exuberantes. Las úlceras son una manifestación localizada de la bilis negra en la superficie del cuerpo” (Jackie Pigeaud, Op. Cit., p. 39).
[10] Cf. Klibansky, Raymond, Op. Cit., pp. 53-56.
[11] Existe una fuerte relación entre el ingenio creador y la melancolía a lo largo de la historia de la filosofía. v. Müller, Cristina, Ingenio y melancolía. Una lectura de Huarte de San Juan, trad. Manuel Talens y María Pérez Harguindey Otras Eutopías, Madrid, 2002.
[12] Ficino sustenta la unión de la doctrina Aristotélica y Platónica con el Problema XXX, Teeteto 144a, Demócrito Fr. 68 DK B18 Diels-Kranz= BCG846 (conforme a la numeración de la Biblioteca Clásica Gredos), en donde se afirma que algunos melancólicos superan en ingenio a todos los demás (Cf. Ficino, “De vita sana”, en Three Books on life, p. 122).
[13] Los términos latinos utilizados por Marsilio Ficino del tema de la melancolía han sido tomados de M. Ficino, “De vita sana”, en Op. Cit.
[14] “[…] Therefore let black bile abound, but very rarefied; make sure it has the moisture of the more subtle phlegm surrounding it, so that it doesn’t become hard and completely dried up. But let it not be mixed only with phlegm, especially the more frigid sort, or much of it, lest it get cold. But let it be so mixed with bile and with blood, that one body is made of the three humors, compounded in a double proportion of blood to the [sum of the] two others; where there are eight parts blood let there be two portions bile and two again of black bile […]”. Ficino, Ibídem, p. 119.
[15] Cf. Ficino, Ibídem, pp. 112-115.
[16] La traducción es mía. Cita original: “Ficino, […] understood the human soul to be autonomous and divine, able to move freely, in a cosmos where every part connected to the whole in a complex ballet. A supreme and unified divine presence […] emanated out into creation by means of the continual motion of the anima mundi, its traces in the material world perceived by humans not through their abstract reasoning but as ‘occult properties’ through their imagination, the soul’s organ of perception” en Angela Voss, “Divination and Divine Tears: the power of a melancholy humour” en Seeing with (…), pp. 153.
[17] Freud, Duelo y Melancolía, p. 242.
[18] Ibídem, p. 245.
[19] Cf. Ibídem, p. 255.
[20] Se reconoce al ensayo “Duelo y Melancolía” como un propulsor para formular la teoría psicoanalítica de la depresión contemporánea, entre quienes están Melanie Klein (1940), Edith Jacobson (1971) y otros. Cf. Otto F. Kernberg, “Duelo y Melancolía releído”, en Controversias contemporáneas de las teorías psicoanalíticas, sus técnicas y sus aplicaciones, pp. 61-69.
[21] Las referencias que uso para la obra de Carl Gustav Jung han sido tomados de los párrafos de la versión española de la obra completa de Jung publicada por la editorial Trotta en 18 volúmenes.
La función trascendente es una herramienta propia de la psicología profunda. v. Joan Chodorow, Jung on active imagination, New York, Routledge, 1997; Cf. Jung, “La función trascendente” en La dinámica de lo inconsciente, §131, p. 69 [OC 8]; y Cf. Jung, Arquetipos y lo inconsciente colectivo, §320 [OC 9].
[22] De acuerdo con la teoría Freudiana, los contenidos del inconsciente como fantasías o sueños que se presentan en un individuo son creaciones de éste mismo, los llamados restos diurnos. Estos son parte de la historia personal transmitida por los sentidos. Cf. Ibídem, §319 [OC 9].
[23] Cf. Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos, p. 180.
[24] Cf. J. Jacobi, La psicología de C. G. Jung, pp. 132-133.
[25] Robert Burton, autor sumamente relevante para el tema de la melancolía puesto que realizó toda una anatomía de ella, revela en su apartado “Sobre la fuerza de la imaginación” que “[…] en las personas melancólicas, la imaginación arde de forma especial, al mantener las especies de los objetos durante mucho tiempo, confundirlas y ampliarlas por medio de la meditación continua y fuerte, hasta que a la larga produce en algunos individuos verdaderos efectos, como enfermedades”. (Burton, Anatomía de la Melancolía, p. 130).
[26] Jung, Arquetipos y lo inconsciente colectivo, §333 [OC 9].