Colonialismo y mecanismos de control sobre las mujeres en los Virreinatos americanos. Siglos XVI al XVIII
Al hablar sobre la Nueva España generamente nos referimos a la idea de un contexto de censura, dogmatismo y abusos de poder, pues se piensa la condición de sometimiento frente al verdugo. La colonización implica la imposición de un constructo cultural en otro diferente que posiciona y distingue a las víctimas de los victimarios. Es cierto que existe un abanico de enfoques y perspectivas desde donde se conciben las verdades, que en ocasiones, se contradicen y en otras, se refuerzan. Hay discursos que tratan de justificarla en nombre del principio humanitario en el que se intenta expandir la “civilización” y terminar con la “barbarie”, es decir, se coloniza por el bien del ser débil y vulnerable. Para ello, se puede recurrir a la razón o a la religión, que promueven sus discursos sostenidos por sus propias lógicas y entendimientos.
Existen también posturas políticas que defienden la invasión y posesión de las colonias desde los nacionalismos, en los que la “patria” está por sobre todas las cosas. La superioridad racial es otro argumento para justificar la dominación del otro, generando xenofobias que provocan exclusión y exterminio. En este sentido, tanto los rasgos físicos como los ideológicos, sostienen irracionalmente los prejuicios y estereotipos, fomentados desde el poder, que permean en la población para ir en contra de un grupo determinado. La universalización de algunos rasgos y comportamientos de dicha colectividad es una de las estrategias para marcar la supuesta disparidad siempre en relación al “deber ser” dominante. Lo cierto es que, cualquiera que sea la coartada, es evidente la tendencia de la diferenciación, la desigualdad y el rechazo que se legitimiza oficialmente.
El colonialismo, desde otra mirada, también se puede aplicar al territorio del cuerpo oprimido, lugar donde se busca imponer otras leyes, costumbres ajenas y creencias diferentes. Nos referimos al territorio corporal de las mujeres. La implantación del poder patriarcal sobre la vida de éstas en los virreinatos americanos de los siglos XVI al XVIII estaba naturalizado como parte de la mentalidad de la época, es decir, el cuerpo de la mujer representaba para los hombres desafíos, luchas, deseos y retos que había que apaciguar. En el ámbito novohispano los colonizadores ocupaban espacios territoriales, ideológicos y materiales, sin considerar las consecuencias: “estaban dispuestos a no escatimar medios y a utilizar la ideología que tenían a mano, sin dejar que intervinieran escrúpulos de coherencia [alternativa].[1] La forma de entender las normas y comportamientos sociales estaba sostenida por un sistema avalado por la Corona y la Iglesia que conformaba las plataformas: política, económica, religiosa y social, que se correspondían mutuamente. La homogenización de parámetros oficiales en las creencias y prácticas dio como resultado el sometimiento y la obediencia de grupos marginados. Así, las mujeres estaban condenadas a una verdad en la que sólo se valoraban en tanto reforzaran el poder del otro. Foucault menciona que:
La verdad no está fuera del poder ni sin poder […] La verdad es de este mundo; se produce en él gracias a múltiples coacciones. Y detenta en él efectos reguladores de poder. Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su “política general” de la verdad: es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos, el modo como se sancionan unos y otros, las técnicas y los procedimientos que están valorizados para la obtención de la verdad; el estatuto de quienes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero.[2]
El cuerpo de la mujer estaba, por tanto, atravesado por la mentalidad y el control masculino. Se podría afirmar que, el cuerpo de las mujeres representaba un microcosmos ideológico señalado culturalmente y en el que se evidenciaba lo que los hombres no podían comprender. Por ello, implicaba una amenaza, y por tanto, lo mantenían en los límites: en una posición marginal.
Ahora bien, en este dossier dedicado al “Colonialismo y mecanismos de control sobre las mujeres en los Virreinatos americanos siglos XVI al XVIII” se han reunido cinco autoras especialistas en estudios coloniales que reflexionan acerca de las estrategias de algunas mujeres, tanto autóctonas como novohispanas, que buscaron la manera tener presencia en este esquema de represión en que se encontraban. Al conocer las formas de control sobre su corporalidad y la construcción de imaginarios sobre lo femenino, podemos explicar, más no justificar, las formas de relación que devinieron en la desigualdad de género que se viven hasta nuestra actualidad.
De esta manera, la implementación de la doctrina cristiana en la conquista espiritual temprana del siglo XVI, es analizada por María Cristina Ríos Espinosa en su investigación “Biopolíticas colonialistas en las nahuas de la Nueva España en el siglo XVI”, en la que se muestra el uso de la retórica visual, oral y textual de los misioneros franciscanos al buscar mover los afectos para convencerlas de que la doctrina cristiana era la verdadera religión, por lo que se debía luchar contra la idolatría; así lo testimonian los murales, pinturas, teatro, sermones, y tratados espirituales moralizantes. Dicha retórica, que contrastó con la moralidad sexual de las nativas, buscaba construir una racionalidad sexual y corporal femenina a través de los efectos en los sentimientos y emotividad de las mujeres nahuas del siglo XVI.
Una vez “extirpada la idolatría” en el siglo XVI, como creyeron los ideólogos de esta guerra invisible en contra del demonio, en la Nueva España se presentaron otras representaciones de herejías, por lo que surgieron nuevos mecanismos de control de la Iglesia. Así, un siglo después, en el XVII, la mirada de los inquisidores se orientó, como uno de sus objetivos, a la persecución de los judíos conversos, como los muestran las autoras expertas en criptojudaísmo, la mexicana Silvia Hamui Sutton en “Intersticios entre lo público y lo privado. Dinámicas de cohesión entre las mujeres criptojudías del siglo XVII en torno a la Ley de Moisés” y la portuguesa Susana Bastos Mateus en “Fragmentos de una <<vida infame>>: Justa Méndez y la Inquisición en la Nueva España (1595-1649)”.
Silvia Hamui Sutton muestra cómo las mujeres criptojudías, dentro del esquema patriarcal en el que se encontraban, se perfilaban como pilares sociales para transmitir y ejercer, a pesar de la censura, tanto las prácticas ordinarias como los preceptos mosaicos. La intención de la investigación es evidenciar, más allá de la plataforma cristiana, cómo el grupo judeo-converso mantenía -gracias a ellas- una perspectiva propia de la realidad que les proporcionaba una identidad impregnada de complicidad y de recelo frente a la sociedad mayoritaria.
Se sabe que los criptojudíos que llegaron a la Nueva España, huyendo de la Inquisición portuguesa y española, durante los primeros años del siglo XVII, se establecieron principalmente en las ciudades, en las que desempeñaron un doble papel religioso: por un lado, aparentaban ser cristianos a la luz pública, pero por otro, practicaban su fe prohibida en la intimidad de su hogar. La imposición de asistir a misa, confesarse, comer la hostia, hincarse o rezar frente a Cristo representaban pecados que debían compensar con rituales de su fe mosaica (que generalmente eran ayunos). Debido a la censura, su religión se tornó doméstica, de tal manera que eran las mujeres las que dictaban su proceder. Algunos testimonios, que se exponen en el artículo, sirven de ejemplo para mostrar la fuerza de sus decisiones que implicaban la cohesión comunitaria que se vivía antes de la oleada de persecuciones de la década de 1640, precisamente entre 1640 a 1649. Es pertinente mencionar que la influencia que ejercía una mujer en otra se transmitía en el plano de lo cotidiano, es decir, en las dinámicas donde la intersubjetividad tenía lugar.
Por su parte Susana Bastos Mateus expone, a la luz de los conceptos teóricos de Michel Foucault, el estudio del caso de una mujer descendiente de una familia de cristianos-nuevos portugueses cuya existencia estuvo bajo la acción represiva del Santo Oficio de México durante más de cincuenta años, incluso superando el período de su propia vida. Se trata de Justa Méndez, una “dogmatista” (llamada así por los inquisidores) que persistió en su fe mosaica a lo largo de su vida. Según Bastos Mateus, a lo largo de su experiencia de vida, Justa Méndez atravesó por dos etapas en las que se evidenció su resistencia para adaptarse a leyes y prácticas impuestas. Por un lado, sabemos de la tenacidad de lectura y conocimiento del mundo que la caracterizó desde temprana edad y que trascendió hasta su establecimiento en la Nueva España. Las mujeres, como se sabe, eran analfabetas por lo general, por lo que Justa rompía con los parámetros acostumbrados. Por otro lado, la negación firme del cristianismo impuesto, que sentía ajeno y forzado. A pesar de que Justa fue encarcelada y reconciliada por el Tribunal del Santo Oficio, persistió en la Ley de Moisés, a pesar del peligro que esto representaba. De esta manera, el artículo de Bastos Mateus expone la valentía de una mujer que fue fiel a sus principios, a sus creencias y valores, por lo que representó un ejemplo, tanto para las mujeres como a los hombres, de resistencia y esperanza en el D-os[3] de Israel.
La investigación de Berta Gilabert “Las mujeres demonizadas, imágenes en Nueva España. Siglos XVI-XVIII” muestra las formas de control a través de la estética en murales y libros con el fin de construir un imaginario negativo de la mujer, es decir, como símbolo de seducción y provocación que lleva a la perdición al hombre. Gilabert indaga en la manera en que la mujer fue demonizada en las formas de representación, su investigación busca hacer un: “acercamiento a la construcción de imaginarios en torno al Demonio y lo femenino en Nueva España, (s. XVI-XVIII)”, para ello hace uso de las imágenes y textos “que explicitan la presencia de características femeninas en las representaciones de diablos”, y hace énfasis en que estas formas de representación fueron una constante a lo largo del virreinato de la Nueva España, pero que la genealogía o la arquitectónica de dichos imaginarios son centenarias y han marcado las formas de vida en la sociedad. De esta manera, la autora propone una clasificación y un análisis meticuloso de las imágenes diabólicas relacionadas a las mujeres, la mayoría alrededor de temas bíblicos y de temas vinculados con la tentación.
Por su parte, María Eugenia Fragozo elabora un artículo titulado: “Clausura femenina. La contención de la espiritualidad y la sexualidad en el México Barroco”, en el que se revisan los trabajos de especialistas sobre vida conventual femenina, como Alma Montero, Josefina Muriel, Asunción Lavrín y Doris Bieñko, para mostrarnos las normativas sobre la conducta sexual, espiritual y devocional de las monjas de clausura en el Barroco novohispano del siglo XVII y XVIII. Fragozo nos expone las formas de relación de las monjas con sus confesores, la manera en que fueron anuladas por la sociedad patriarcal, sobre todo, en torno a la escritura. Es pertinente resaltar al respecto, que no tenían presencia ni para firmar sus manuscritos de exámenes espirituales, pues su confesor se encargaba de ello. Esto evidencia, como menciona la autora, que “la espiritualidad femenina no siempre revelaría una autentica expresión del ser femenino, puesto que se ve condicionada por lo que los demás piensan que debe ser y ciertamente no es, ya que la función, tanto del propio modelo de clausura como la guía espiritual, […] es la de contener y modelar.” De esta forma, ser invisible formaba parte de la cosmovisión de la época, por ello, las mujeres buscaron maneras de validarse o manifestarse desde los parámetros masculinos, pues replicaban los modelos sociales patriarcales aceptados y promovidos.
Silvia Hamui Sutton
María Cristina Ríos Espinosa
Editoras invitadas
[1] Tzvetan Todorov, Nosotros y los otros. Reflexiones sobre la diversidad humana. 3ª. edición. Trad. de Martí Mur Ubasart. México, Siglo XXI, 2003, p. 290.
[2] Michel Foucault, Metafísica del poder. Trad. Julia Varela y Fernando Álvarez Uría, Madrid. La Piqueta, 1978, p. 82.
[3] Es pertinente aclarar que existen, en el judaísmo, varios Nombres de Dios (Adonai, Ha Shem, El, El Olam, Elohim, etc.) Algunos creyentes afirman que la escritura del nombre divino debe poseer una imperfección para mostrar humildad, respeto y reverencia hacia lo sagrado. Es por ello que, en ciertos textos se omite la “i” para establecer la perspectiva entre lo mundano frente a lo omnipotente e inalcanzable. Otra explicación sería la de mantener oculto el verdadero Nombre que se encuentra entre las letras sacras.