Resumen
Este ensayo quiere situar el tratamiento que se le ha dado al Covid-19, en todos los niveles, alrededor de internet y las redes sociales, de las fake news y de los algoritmos, situar, asimismo, las opiniones de los filósofos y de todos aquellos que se han sentido compelidos a expresarse dentro de ese afán desmedido de hacer presencia por la voraz demanda que tienen las redes sociales. También, hacer un alto en el camino recordando a los migrantes de todo el mundo como los parias que no cuentan en los records del Covid-19. Y, por último, traer a colación el pensamiento del último Heidegger como un recordatorio de que aún podemos salvarnos.
Palabras clave: COVID-19, algoritmos, fake news, redes sociales, Heidegger, migrantes.
Abstract
This essay wants to locate the treatment that has been given to Covid-19, at all levels, around the internet and social networks, fake news and algorithms, especially, to position the opinions of philosophers and of all Those who have felt compelled to express themselves within that excessive desire to make a presence by the voice demand that social networks have. Also, stop along the way by remembering migrants from around the world as the places that don’t count in the Covid-19 records. And finally, bring up a collation of the thinking of the last Heidegger as a reminder that we can still save ourselves.
Keywords: COVID-19, algorithms, fake news, social media, Heidegger, migrants.
De mentiras y posverdades
¿Deseo intervenir en la cinta de la realidad?
Si es así, ¿por qué?
Porque si puedo controlarla, puedo controlar
la realidad.
Así escribió Philip K. Dick en La hormiga eléctrica. No le faltó razón como en muchas de sus alarmantes novelas. Porque hay algo de esto cuando vemos que todas las noticias del Coronavirus o Covid-19 han sido exponencialmente transmitidas por Internet, particularmente por las distintas redes sociales que existen. “Hemos enfrentado pandemias antes”, dijo Graham Brookie, quien dirige el Laboratorio de Investigación Forense Digital de Atlantic Council. “No habíamos enfrentado una pandemia en una era en la que los humanos estuvieran tan conectados y tuvieran tanto acceso a la información como ahora”.[1] ¿Qué se ha pretendido con esto? Estoy seguro de que ninguna otra noticia, en todo el tiempo en el que se han desarrollado estas redes ha tenido tanto éxito, tal difusión, tanta propagación.
Y es alarmante porque se han publicado “todas”. Al decir, “todas”, me refiero a las noticias sesudas, a las informadas, a las desinformadas, a los arrebatos, a las opiniones conspiratorias que han poblado las redes como si fuera territorio de conquista, a las alarmistas como aquellas que apuntan a la destrucción de la sociedad, a las amarillistas como a las que han apuntado que se está reconformando la geometría política del mundo, a las estúpidas y a las más que estúpidas como las que señalan que con cloro diluido se cura o se evita el contagio o hasta aquellas que tratan de competir con el Coronavirus como la que estalló recientemente cuando se hizo el llamado a las autoridades para que detuvieran a un hombre lobo suelto en el estado de Chiapas, o a las noticias moralistas que son asquerosas y por ello las más desagradables de todas pues tratan de imponer criterios sobre lo que es bueno o lo que es malo sin entender que de eso no va la ética, como tampoco la moral.
Lo determinante es que en medio de todas estas noticias navegan entre las famosas fake news que consagran la época en la que vivimos: el declinamiento de la verdad o la era de la posverdad. Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo ya nos había advertido que el sujeto ideal para un gobierno totalitario no es el nazi ni el comunista convencido, sino el individuo para quien las distinciones entre hechos y ficciones y entre lo verdadero y lo falso han dejado de existir. Pero no entendimos la lección.
Yo estoy convencido de que el siglo XXI empezó mal pues lo que se había generado a finales del siglo XX era un ambiente de enorme desconfianza hacia los medios de comunicación masiva, no sólo en México sino en el mundo. Cuando comenzó el nuevo milenio la desconfianza en los medios era todo. Y esto sólo era un reflejo de un ambiente generalizado de desengaño que se daba alrededor de las instituciones gubernamentales. Sobre los medios de comunicación masiva la compra de firmas, el horizonte cargado de opinadores que escribían u opinaban en función de los poderes y metapoderes reinantes, el sesgo de las noticias hacia la ideologización conducida, y, al mismo tiempo, el esfuerzo orquestado por los gobiernos para desacreditar a la prensa, a la radio y a los noticiarios de la televisión llevó a muchísimas personas de la generación X a informarse de lo que acontecía por medio de Facebook, Twitter, Instagram, y algunas otras redes sociales. Este fenómeno que produjo el auge de redes como Facebook y Twitter lo que hizo fue avivar el fenómeno de las fake news.
Sin duda algo que se unió a las fake news fue el gigantesco volumen de información que circula por la red y que permite a las personas ir seleccionando eventos, hechos, sucesos, medias verdades o, de plano mentiras que conforman y luego confirman sus opiniones, y esto sucede a todos los niveles, sobre todo, cuando se trata de buscar materiales que respondan a las propias concepciones. Al parecer nadie quiere apelar al hecho de que podría haber otra verdad o que la verdad es siempre relativa a un momento histórico. Recientemente leí un tweet, donde una chica hacía referencia a su padre como un científico que se pasaba más de diez horas al día desmintiendo y descalificando noticias falsas. Lo que ha sucedido con el Covid-19, no sólo es la impunidad de la ineptitud de los gobernantes, la incredulidad de la población, la ignorancia en la que se ha sumido a la población, ha sido el acontecimiento más importante y estratégico para toda clase de noticias.
El traje a la medida
Internet parece ser el territorio de lo imperdible, “El país de nunca jamás”, o el mismísimo “País de las maravillas”, con todo y su reina de corazones rojos pues los seres humanos estamos ahí, retratados fielmente, incluido nuestro Dorian Grey o nuestro rostro esperpéntico como le llamó Del Valle Inclán. Cualquier puede entrar a ese mundo de las ideas que, como dice Lesaca, “fertilizaron el alumbramiento de la razón y la perspectiva del Renacimiento en el siglo XV; la forja de las revoluciones liberales, la consolidación del Estado moderno, el Imperio de la Ley y el concepto de ciudadanía a finales del siglo XVIII; la conquista de los derechos civiles logrados en el siglo XIX y XX. Y al mismo tiempo…, recorrer el museo de los horrores ideológico que abonó la consolidación del fascismo, el nazismo, el estalinismo y la sucesión de respuestas antimodernas representadas por todo tipo de populismos, nacionalismos y extremismos religiosos, culturales e identitarios que resurgen con fuerza en el siglo XXI y que arrasaron Europa en el siglo XX.[2] El poder de Internet es incalculable. Como el del Covid-9.
Y aunque sabemos que muchas redes los emplean, los algoritmos están ahí para personalizar la información que entregamos en cada página que abrimos, con ellos la información, los data, son como la tela con la que se hace un traje a la medida, se diseña, se marca, se corta, se unen las partes y ya tenemos un traje. El diseño, más o menos complejo radica en la base los datos que anticipadamente se ha construido con los datos que las redes han recogido sobre nosotros cuando nos han solicitado nuestra autorización para enviarnos información, las famosas newletters, o las inocentes cookies que intempestivamente recogen desde nuestra localización hasta todo aquello que hemos dejado como rastro en nuestras computadoras, en nuestras tablets, o en nuestros teléfonos. No es arbitrario pensar que cuando abrimos las redes sociales, ¿qué abrimos? Nadie diría que el infierno pues, paradójicamente, el promedio de ocupación de las redes por persona es de casi 10 horas por día. Una jornada de trabajo. ¿Y que nos llega? En tiempos de pandemia, cientos de noticias sobre el Covid-19, la pregunta es si ¿verdaderamente son fieles a la realidad?
Nuestra libertad en internet es tan pequeña, casi nula. Me gusta imaginarme libre. Como en un capítulo de la serie televisiva Black Mirror, así, de tan libre. Vuelvo a pensar en los algoritmos, en sus trajes a la medida y deseo tanto que me griten: ¡eah!, que el rey va desnudo. Y a pesar de esta ficción, leo lo divulgado por los filósofos; a los rápidos y oportunos como Zizek quien publicó un libro de más de 100 cuartillas sobre el coronavirus; a los sociólogos con sus divertidas teorías y estadísticas; a los psicoanalistas que traen a colación nuevamente a Freud, o a Lacan y hacen sesudos análisis sobre las consecuencias de la cuarentena, del encierro, de la violencia intrafamiliar; o los psicólogos que “saben” determinar cuáles son los resortes que mueven a la humanidad; a los informáticos que nos hablan de los algoritmos que están determinando nuestras propias creencias y decisiones en torno al Covid-19; a los abogados que saben de hermenéutica; a los científicos todos que con el título de Ciencia tienen la voz de la verdad, porque ¿qué vamos a decir nosotros frente al decir de la ciencia?; no podemos dejar de lado a los infectólogos “más” preparados para que nos expliquen el qué y el cómo y el por qué de un bicho que apunta a haber salido del mismísimo infierno, y a los infectólogos más o menos preparados que nos dicen cosas que apenas entendemos, y a los menos preparados que se creen con el derecho de opinar y opinan con toda la posible arbitrariedad, y finalmente a los poseedores de la verdad, que han acariciado encontrar el quid del asunto, desentrañar de la rugosa caverna platónica la esencia de la verdad. De algún modo es como estar pautando medidas para el traje a la medida.
Tiempo de los filósofos
El tiempo de los filósofos no llega, aunque el desfile por las redes ha sido enorme; es asombroso que todos parecen someterse a la necesidad de establecer criterios de comprensión para el Covid-19, una explicación racional que nos oriente a todos. ¿Necesitamos esto? El desacierto es espectacular, y son callados por los criterios biopolíticos de los gobiernos que desprecian las “opiniones” de los filósofos y autentifican y consagran el decir de los científicos. No obstante, todos vamos a parar al enorme agujero negro que son las redes, esa boca insaciable, esa abertura que no tiene fondo y que pide y pide porque es imposible de llenar.
Zizek fue el primer tirador equivocado con su: Pandemic! Covid-19 shakes the world. Nadie puede saber las consecuencias que tendrá el virus pandémico. Pensar que con su aparición el sistema capitalista quedará acabado es tanto como creer que el mundo cambiará para mejorar su propio hábitat. No sé si podamos estar de acuerdo, pero en medio de la brutal información que satura y violenta la subjetividad de los individuos, pudiera arrojar resultados positivos, introducirse en esas opiniones que se corren de las noticias en todos los medios y en la red. Nada desdeñable es la tira de nombres que como santones del saber se aventuran a pronunciarse sobre el Covid-19, sobre su aparición, sobre sus consecuencias. Agamben, Franco “Bifo” Berardi, Srećko Horvat, Judith Butler, Jean Luc-Nancy, Alain Badiou, Paul B. Preciado, Byung-Chul Han, Esposito, son solo algunos de los que se pronunciaron al respecto. Algo en común que tienen todos los que han colaborado con las noticias, y al fin y al cabo, con la rebosamiento de las noticias, y, por ello, de las fake news, es el escenario económico mundial. Esta situación está en casi todos los artículos. Todos parecen constatar esta glotonería irrefrenable de los tiempos de internet en donde los filósofos entran en esa fase compulsiva de “tener que opinar”.
No digo “querer” porque eso hubiera hecho que muchos nos detuviéramos a pensar si de verdad queríamos publicar algo medianamente sensato, algo que no estuviera rayando ese lugar siempre amenazante de lo obvio, de lo trivial o de lo estúpido. Pero el fenómeno ha sido tal que hasta un libro oportunista se conformó con algunas de las expresiones de los sesudos intelectuales nombrado de manera maligna: “Sopa de Wuhan”, de una editorial ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) y firmado por un editor llamado Pablo Amadeo.
También hubo quien no escribió nada pero que colaboró para el enriquecimiento de nuestra desinformación dedicándose a compilar, por fechas, una base de datos mucho más completa que el librito Sopa de Wuhan, pues, por ejemplo, en la sopa faltó el condimento Esposito, en cambio en la base de datos, sí que estuvo. No es que nos perdiéramos las obras completas de Aristóteles, pero es curioso que la prisa siempre nos gana y con ella nos perdemos de infinidad de cosas. Esto de vivir en la Sociedad de la furia (como homenaje a Cerati), de la velocidad, de la rapidez…, tiene sus consecuencias.
Lo que ha hecho el Coronavirus es detenernos, con él hemos tenido que parar, frenar el movimiento, suspender las acciones, sosegar nuestro ímpetu, aquietar nuestra palabra, hacer un alto enorme, reencontrarnos con la palabra Gelassenheit. Los alemanes tienen ese carácter de lo acertado. Está bien, pero tampoco hay por qué magnificarlos. Es una cuestión idiomática, nada más. La Gelassenheit no tiene una verdadera traducción. Se le traduce como Serenidad. No está mal, pero definitivamente no es este el significado. Es más bien algo así como “dejar que las cosas sean lo que son”, en este sentido, al sosegar nuestro ímpetu, el Covid-19 lo que nos ha impelido es a parar para tener la oportunidad de ver eso que somos, el Covid-19 nos ha enfrentado a nosotros mismos, de ahí lo dramático de caso porque ¿estábamos preparados para ello? Y este es el problema, en medio de tanta prisa, nunca nos hemos detenido a pensar qué es eso que somos. ¿Qué somos? El siglo XXI parece estar constituido por la imposibilidad de ese conocimiento.
Esto es algo que me asombra pues siento que nos deja en medio de dos mundos, como el de Don Quijote de Foucault, es decir, entre dos epistemes. No hay duda de que entre Cerati y Foucault tenemos que nombrar a esta sociedad: “La sociedad de la furia”, donde la furia sólo se da por parecer y aparecer en las redes.
El Spa para mascotas o nada es como se presenta
Las economías mundiales se han parado, han detenido tanto la producción como el consumo, esto es anómalo, nunca como hoy. La depresión del consumo, el aumento del desempleo, el ahogamiento de la industria son sólo algunas consecuencias de este frenazo que ha sacudido al mundo por completo. Las implicaciones económicas de la pandemia golpean a las economías de todos los países de una forma u otra y en México, se prevé una recesión mayúscula de la que tardará muchos años en salir. Los confinamientos por el Covid-19 han obligado a cerrar negocios y de pronto han desaparecido miles de millones de trabajos que no se recuperarán de manera espontánea. A fin de cuentas, lo estamos viendo claramente, los Gobiernos se están debatiendo entre eliminar el virus o abatir la economía. Aún no se controla la pandemia y muchos países, entre ellos México y Estados Unidos, ya están hablando de cómo volver a la producción.
Todos los gobiernos quieren que se vuelva a la “normalidad”, lo que sucede es que nadie podrá saber ya cuál era esa normalidad. Las mejores mentes del siglo han dicho que el mundo va a ser otro después del coronavirus, y es cierto, el capitalismo liberal no será posible nuevamente, la hiperglobalización se ha detenido y nadie querrá resucitarla. La debida distancia que hoy se lleva a cabo entre los ciudadanos, será mucho más cruenta, el “otro” necesariamente será siempre ese “otro”, diferente, extraño, la ajenidad misma que no admitimos porque intuimos el peligro de su presencia. Derrida, nos lo recuerda Paul B. Preciado, ya nos había hablado de que el virus es, por definición, el extranjero, el otro, el extraño.
Achille Mbembe, en una entrevista que le hicieron recientemente decía que el sistema capitalista se fundamenta en la distribución desigual de las oportunidades de vivir y morir, es decir, que la razón que determina el camino de este sistema económico está sobre la base de la lógica de sacrificio, y esa arquitectura es la del neoliberalismo. Este sistema sólo ha funcionado bajo la premisa un tanto brutal de que siempre hay alguien que vale más que nosotros, y lo peor es que nos lo hemos creído. Luego, tanto Agamben como Bauman nos han señalado como es que hay vidas sacrificables, o vidas inútiles y ellas pueden ser descartadas. ¿De verdad una vida puede ser descartada? Es tan drástico que duele.
Esto me recuerda a un SPA de mascotas que tengo frente al departamento en donde vivo. Ahí, todo es sacrificable, es el imperativo categórico de la miseria. Porque ahí se sacrifica la tranquilidad de los vecinos, el silencio tan preciado y escaso, el tiempo sagrado para el autoconocimiento, el instante en el que podemos ser nosotros mismos, pero también el tiempo de los trabajadores, la indistancia entre lo que puede haber de distinto entre ser una mascota y un animal que nos acompaña, que tiene otra sensibilidad, otros sentimientos, otra manera de vivir y de sentir el mundo. Ahí sólo son “mascotas”. Con ese adjetivo tan absolutamente miserable con el que tratamos a eso otro que es la naturaleza.
Les diré que vivo enfrente de un “SPA” de mascotas (aunque sólo es de perros porque no saben tratar otros animales que perros. De los gatos no tienen la menor idea). Bueno, de hecho, yo vivo en un séptimo piso casi noveno, por los dos pisos de estacionamiento, y desde ese séptimo casi noveno piso, veo, escucho, sueño, odio, vomito, al famoso SPA de perros. Pareciera que no tengo motivo válido, pero permítanme un momento. Es un SPA, que quiere decir “Salus per aquam”. Lo que menos hay es justo eso: agua. Este es un falso SPA, y ahí van a parar muchos perros que como no los atienden ladran o aúllan entre 8 o 10 horas al día. El falso SPA es una azotehuela de 3 x 3.
Hace tiempo estuve en Tokio y viví la experiencia de entrar a los cafés para gatos. Fue mi primera experiencia de Coronavirus avant la lettre, nadie los toca, todos tenemos que guardar la debida distancia, entras, te quitas los zapatos, te dan un gel para eliminar las bacterias, y entras a ver el espectáculo de unos gatos dormidos por todos lados, en realidad, sólo puedes verlos de lejos, con la debida distancia y son ellos los que tienen la libertad de acercarse a ti, si quieren. Siempre recuerdo la novela de Natsume Sòseki: Soy un gato, que comienza: “Soy un gato, aunque todavía no tengo nombre”, me emociona porque yo que tengo cuatro, fue todo un problema encontrárselos. También recuerdo el poema de Jorge Luis Borges “A un gato”, sobre todo cuando termina diciendo: “Eres el dueño//de un ámbito cerrado como un sueño”.
El falso SPA es como el coronavirus, “se asemeja a…”, aunque no lo es. Sólo parece ser, pero no lo es. Este falso SPA es como las redes sociales, el lugar donde aparentamos ser lo que no somos. “Parece ser…”, aparentar ser, semblantear, aunque sea mentira; claro, ¿qué es la mentira? Como en el SPA para mascotas, nos mienten con el Covid-19.
A punto de entrar en la tercera etapa más tremenda del proceso infeccioso de este virus, y aún nadie sabe verdaderamente cuántas personas están infectadas, tampoco cuántos se han muerto de Covid-19, mucho menos sabemos cuántos médicos capacitados existen en un sistema de salud siempre precario, siempre en falta, todos tenemos una vaga idea de cuál es el estado del sistema de salud, y si necesitamos sus servicios, nos daremos cuenta del horror que es en términos generales, por la corrupción, por el sindicato, por las autoridades, por el sistema mismo, por el abandono en el que se ha sumido por décadas. Nada más ver el espectáculo de la pobreza en la que trabajan los médicos cuando por todos lados se exhiben videos de médicos denunciando la falta de insumos. El SPA de mi casa, que es un falso SPA, es como el Coronavirus en México, un falso Coronavirus pues nadie sabe qué es, ni cómo es, ni qué síntomas produce de verdad, ni qué cosas tiene uno que hacer. Y a esto se añade la voz mágica y santificada del imperativo de “¡Quédate en casa!” Que nadie ve, ni escucha.
Y de la guía bioética mexicana que se publicó y luego resultó que sólo era un borrador debieron de haberla borrado por estúpida. Dicen que levantó ámpulas, no lo creo, más bien fue todo un espectáculo de insensatez y de ignorancia. El triage es una de las formas discursivas de la potestad del soberano, la formación del biopoder, según Foucault, puede ser abordada a partir de las teorías del derecho, de la teoría política de los siglos XVII y XVIII (donde se plantearon la cuestión del derecho de vida y de muerte), en el nivel de las técnicas y de las tecnologías del poder. A partir de esa época, asistimos a una intensa transformación de los mecanismos de poder.
El antiguo derecho del soberano de hacer morir o dejar vivir es reemplazado por un poder de hacer vivir o abandonar a la muerte. El triage debe ser comprendido como una biopolítica de la población, entendida como una biopolítica del cuerpo-especie, cuyo objeto será, como nos dijo Foucault, el cuerpo viviente, soporte de los procesos biológicos. En México el triage siempre está en auge, siempre se está seleccionando quienes viven y quienes mueren: la pobreza por un lado y los ineficientes servicios de salud por otro. En estos, nadie está seguro, se entra, pero no se sabe si se saldrá.
Igual tampoco sabemos a qué regresaremos después de la cuarentena. En mi falso SPA, todos sabemos que hacemos “como si” de verdad fuera un SPA auténtico, aunque sabemos que no es cierto. ¿Tendremos que hacer “como si” nuestra vida continuara luego del coronavirus?
El trastorno de la vida. Los migrantes olvidados
El Covid-19 nos ha trastornado la vida toda. No hace mucho escribí un ensayo sobre una pregunta que se hizo Heidegger y que Claus Held repite: “¿Hay aún hoy tierra natal (Heimat)?”. Ese “aún hoy” de “la tierra natal” me persuadió de que la pregunta misma era ya un desafío. Ahí mismo Held escribe que el mundo dispuesto ya técnicamente y se presenta con un carácter uniforme y él se nos ha impuesto. Nuestra percepción del mundo no es otra que la de un mundo uniforme. “Se podría pensar, dice Held, que esta uniformidad sirve como testimonio de que en la época de la ‘globalización’, en cualquier parte del globo terráqueo, poblado por una misma humanidad, nos encontramos ‘en casa’”. Hago mía la duda de Held, y hoy me pregunto con cierta ansiedad, ante las primeras consecuencias del Covid-19: ¿De verdad estamos “en casa”?
En medio de esta pandemia, nadie, al parecer se pregunta por los campamentos de refugiados, donde difícilmente tiene sentido la “debida distancia” puesto que la insalubridad es el modo de vida de estos seres humanos. Aquí lo que existe es una política sangrienta de gestión inmunitaria, como nos lo hace ver claramente Paul B. Preciado,[3] que ha pervivido desde la migración que tuvo el concepto desde el espacio del derecho hasta el ámbito médico. Habría que recordar que fueron las democracias liberales las que construyen el ideal del individuo moderno como un cuerpo inmune, y en este sentido Foucault habría tenido razón al señalar que no existe ninguna política que no sea una política de los cuerpos.[4]
Esta comprensión inmunológica de la comunidad, como señala Esposito, es a fin de cuentas la que legitima la instrumentación de la gestión de políticas neoliberales así como del manejo racializado de sus propias minorías y, sobre todo, de los migrantes.
¿Serán los prescindibles, los “restos”, los homo sacer, las vidas desperdiciadas, de los que hablan Agamben y Bauman? Desde luego que son “los nadie”, los “sin nombre”, pero esos “nadie”, abandonados en los campos para refugiados, son el mejor caldo de cultivo de la enorme pandemia del Covid-19. ¿Es esta nuestra “casa”? ¿Y los refugiados en México? Estos, que fueron la fuerza que hizo que se desplegaran 40 mil miembros de la guardia nacional en la frontera norte para detenerlos y no llegaran a Estados Unidos, ¿dónde están?
La globalización de pronto se frenó, como se detuvieron también todos los conflictos que poblaban la tierra. Todo hace parecer a una estrategia fatal. Pero no seamos catastrofistas. Hoy sólo existe un problema: Covid-19 con una ubicuidad que opaca todo. Heidegger en algún momento escribió: “en la era de la noche del mundo hay que experimentar y soportar el abismo del mundo. Pero para eso es necesario que algunos alcancen dicho abismo”. Estas palabras nos hablan también de la técnica planetaria y de la globalización del mundo, y ahora podríamos montar el Covid-19 pues a medida en que creció la globalización y la técnica se elaboró cada vez más de manera planetaria, el riesgo de la propagación de enfermedades infecciosas fue más real, más cercano, nuestra fragilidad mucho más clara.
Quiero insistir en la pregunta de Heidegger: “¿puede este mundo universal, en medio de su uniformidad, constituir una “tierra natal” (Heimat) en la que realmente “habitemos”? E Insiste Heidegger: “[…] es necesario meditar “si” y “cómo”, en la época de la civilización mundial tecnificada y uniforme, puede haber aún tierra natal”. Held ha comentado que cuando la existencia humana es sacudida (Erschütterungen), toda la estabilidad que me rodea queda cuestionada, mi seguridad se tambalea, pierde su incuestionabilidad, acusa el lado oscuro de la vida que es la ruptura con esa confianza vital que nos proporciona el horizonte de sentido en ese nuestro “ser-en-el-mundo”.[5] Creo que nadie podría objetar estas palabras en horas tan oscuras, de incertidumbre total que se han dejado caer con el Covid-19.
Pero si lo que priva ahora es la indiferencia hacia mi propio ser, ¿es posible aún una “tierra natal”? Hölderlin, dice: “Pero donde hay peligro, crece también la salvación”; esta época del extremo oscurecimiento del mundo, este mundo donde no percibimos nuestra indigencia, y apenas si podemos preguntarnos por la posibilidad de una “tierra natal”, nos hace ver que la época técnica es más grave de lo que habíamos pensado, pero de lo que no nos puede quedar duda es de que existe esa salvación de la que hablaba Hölderlin en la sociedad de la furia.
Bibliografía
- Fisher, Max, “conspiración, coronavirus y fake news, en The New York Times,
https://www.nytimes.com/es/2020/04/13/espanol/mundo/coronavirus-conspiracion-fake-news.html?fbclid=IwAR0Oi nSB_ipQ6q_X74gZNnQJ1d_56ZiGlbsCrPjw0ubg0xOQIkUnNV8uQA
- Held, Klaus, “Fenomenología del tiempo propio en Husserl y Heidegger, trad., de Jesús Guillermo Ferrer Ortega, en La lámpara de Diógenes, revista de filosofía, números 18 y 19, México, 2009, pp. 9-29. En francés apareció como: “Phénoménologie du ‘temps authentique’ chez Husserl et Heidegger” en: Études phénoménologiques, Nr. 37/38 2004.
- Lesaca, Javier, “La banalidad de la mentira”,
https://elpais.com/elpais/2019/08/07/opinion/1565171523_272389.html
- Preciado, Paul B., “Aprendiendo del virus”,
https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html
Notas
[1] Max Fisher, The New York Times, https://www.nytimes.com/es/2020/04/13/espanol/mundo/coronavirus-conspiracion-fake-news.html?fbclid=IwAR0Oi nSB_ipQ6q_X74gZNnQJ1d_56ZiGlbsCrPjw0ubg0xOQIkUnNV8uQA recuperado el 14 de abril de 2020
[2] Javier Lesaca, “La banalidad de la mentira”, recuperado el 16 de abril de 2020 https://elpais.com/elpais/2019/08/07/opinion/1565171523_272389.html
[3] Paul B. Preciado, Aprendiendo del virus, visto en https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html recuperado el 21 de marzo de 2020.
[4] Ídem.
[5] Klaus Held, “Fenomenología del tiempo propio en Husserl y Heidegger, trad., de Jesús Guillermo Ferrer Ortega, en La lámpara de Diógenes, revista de filosofía, números 18 y 19, México, 2009, pp. 9-29. Una versión anterior de esta conferencia fue publicada en traducción francesa (“Phénoménologie du ‘temps authentique’ chez Husserl et Heidegger”) en: Études phénoménologiques, Nr. 37/38 (2004). El texto en alemán apareció́ en la revista Internationales Jahrbuch für Hermeneutik, 4 (2005). Esas sacudidas siempre están ligadas a los temples anímicos (Stimmungen) que nos orillan a esa situación limítrofe que es nuestra mortalidad (Sterblichkeit); mi ser entero se ve arrebatado, es ahí donde mi existencia se ve perturbada profundamente. La conmoción de estos temples anímicos, como dice Klaus Held, “abarcan todas nuestras relaciones vitales y se refieren a la totalidad del horizonte de mundo”. “Estos temples anímicos, continúa Held, propician la disposición (Bereitschaft) a una manera de existencia “propia” (eigentliche Existenz), como Heidegger la caracteriza en Ser y tiempo […] Después, durante la transición a la “vuelta” de su pensamiento y después de la misma, Heidegger habla de otros temples anímicos profundos y los designa como temples anímicos fundamentales (Grundstimmungen)”.