Resumen
Tras muchos intentos fallidos de obviar o convertir al virus SARS-CoV-2, que ha provocado la pandemia del COVID-19, en uno de los “sospechosos habituales”, como la gripe común, la única postura verdaderamente ética en el momento de escribir estas líneas es la que afronta el virus como algo desconocido que demanda una respuesta coordinada y solidaria por todos los países del mundo. Mientras la comunidad científica lucha por conocer el comportamiento y las características del virus, el sistema inmune de millones de personas en todo el mundo entra por primera vez en contacto con el patógeno nuevo. El objetivo del artículo es desarrollar una postura ética que permite, sin caer en la desdramatización o en el alarmismo, concienciarse del drama en el que nos encontramos hasta el punto de intentar cultivar una solidaridad global de colaboración y coordinación entre todos los países afectados.
Palabras clave: COVID-19, SARS-CoV-2, Agamben, ética, solidaridad global, pandemia.
Abstract
After many failed attempts of evading or making the virus SARS-CoV-2, which has provoked the COVID-19 pandemic, look like one of the “usual suspects”, such as the flu, the only truly ethical mindset at the moment of writing is to face the virus as something still unknown which demands a coordinated response of solidarity among all countries. While the scientic community is having a hard time getting to know the behaviour and the characteristics of the virus, the immune system of millions of people around the world is getting into contact with the new pathogen for the first time. The purpose of the paper is to define an ethical mindset, which avoids falling into extreme positions of either downplaying or exaggerating the impact of the virus, by letting a vigilant awareness of the drama we fase pave the way for a global solidarity of collaboration and coordination among all the affected countries.
Keywords: COVID-19, SARS-CoV-2, Agamben, ethics, global solidarity, pandemic.
Ante el COVID-19
En estos tiempos virales resulta interesante observar cómo cada uno de nosotros actuamos frente a lo desconocido. Según las respuestas emocionales y racionales de cada persona ante el COVID-19, que se ha extendido por todo el globo terráqueo en pocos meses, se podría confeccionar un pequeño catálogo de ciertas actitudes al estilo de Teofrasto, el discípulo de Aristóteles, quien redactó un tratado sobre distintos tipos de caracteres humanos. No se trata aquí de completar dicho catálogo, sino de buscar una postura ética en medio de una serie de actitudes desmedidas e inadecuadas que no hacen nada más que exacerbar la pandemia.
Con respecto al COVID-19 tendríamos primero el que enseguida convierte lo desconocido en algo conocido. Quizá haya sido la reacción más extendida entre los “occidentales” después de recibir la noticia que el virus SARS-CoV-2, que causa COVID-19, estaba entre nosotros y que se iba a quedar: muchos se precipitaban y sostenían que sería un virus como el de la gripe común, cuyo comportamiento conocemos. Todavía hoy quedan algunos que siguen comparando el COVID-19 con la gripe, aunque las dos patologías sólo tienen unos pocos síntomas en común. A lo mejor lo hacen para mantener la calma o mostrar que todo está bajo control. Una variante de esta actitud, que intenta desdramatizar la actual situación pandémica, es repetir a sí mismo y a los demás que no será nada, pasará y luego seguiremos igual.
Ésta última variante más confiada es, filosóficamente hablando, insostenible frente a una realidad cambiante en la que prácticamente nada se queda igual. En el caso de COVID-19 falla estrepitosamente. Sólo Donald Trump puede, por una combinación nefasta de tozudez e ignorancia, mantenerse allí durante un tiempo hasta que él también, forzado por las circunstancias, tiene que cambiar su actitud. Si buscásemos una postura menos extrema y mejor argumentada, pero todavía bastante confiada, encontraríamos al filósofo italiano Giorgio Agamben, quien en su primera intervención se basaba en un pronóstico provisional sobre los porcentajes de mortalidad de COVID-19 y los de una gripe normal para criticar al gobierno italiano por abusar de su poder y declarar el estado de emergencia el 31 de enero.[1]
Hay que añadir que lo que más peso tenía para Agamben en su argumentación no era las cifras de mortalidad, sino su propia agenda que lleva décadas desarrollando en forma de una crítica del estado biopolítico. El filósofo italiano tiene sus razones por estar preocupado de la actuación autoritaria del gobierno italiano y de la mayoría de los gobiernos en el mundo. En la segunda sección debatiremos si acierta en su crítica, o si su posición necesita ser complementada para no acabar en un extremo que pierde el contacto con los acontecimientos del momento, mientras el virus se nos lleva por delante.
En el otro extremo del barómetro actitudinal encontramos la posición que “sobredramatiza” el impacto del virus. En su versión más extrema puede llegar a ser apocalíptica si prevé y se prepara para nada más y nada menos que el fin del mundo. Parece que sólo son unos pocos que ha dado cuerda a esta variante más extrema, mientras que los gobiernos han optado por una visión menos exagerada, aunque suficientemente desconfiada y alarmada como para pasar decretos de urgencia con el objetivo de cerrar la sociedad y confinar a sus ciudadanos.
Más que apoyar las medidas restrictivas de los distintos gobiernos, los pensadores que han participado en el debate público desde una posición diferente a la de Agamben aceptan, en un principio, la gravedad del COVID-19, e intentan, a partir de allí, entender cómo las reacciones e implicaciones políticas y sociales, que surgen como resultado del virus, van a cambiar nuestro mundo en un futuro no muy lejano. Las respuestas de Jean-Luc Nancy y Roberto Esposito, en respuesta más o menos directa a Agamben, han sido breves, mientras que Slavoj Zizek acaba de publicar un libro, Pandemic, en el que aboga, como Yuval Noah Harari y Thomas Piketty también lo han hecho, por una solidaridad global como la única respuesta verdaderamente ética y humana a la crisis.
¿Cómo llamamos al virus: corona o SARS?
Es difícil de entender cómo casi todo el mundo que habla del COVID-19 se ha decidido por llamar al virus, que causa la enfermedad, por su nombre general: coronavirus. Hay múltiples coronavirus, algunos más letales que otros, como por ejemplo el SARS-CoV-1, el antecesor del virus actual. A pesar de opiniones contrarias, es vital llegar a saber, por ejemplo, de cómo se distingue el SARS de la gripe, a la que ya no tenemos tanto miedo, no sólo porque el estado y la tecnología médica nos tienden la mano, sino principalmente porque el cuerpo de la gran mayoría de las personas sabe defenderse adecuadamente contra ella.[2]
Uno de los pocos que ha llamado la atención sobre la extraña circunstancia de que no denominamos el virus por su “verdadero nombre”, o, por lo menos, no utilizamos el epíteto específico como los científicos, es Alain Badiou:
Este verdadero nombre es SARS 2, es decir “Severe Acute Respiratory Syndrom 2”, nominación que indica la segunda vez de esta identificación, tras la epidemia SARS 1, que se desplegó en el mundo durante la primavera de 2003. Esta enfermedad fue nombrada en aquel momento como “la primera enfermedad desconocida del siglo XXI”. Es pues claro que la actual epidemia no es definitivamente el surgimiento de algo radicalmente nuevo o sin precedentes”.[3]
Efectivamente, el SARS-CoV-2 no es un virus totalmente desconocido. De ahí su nombre. Los científicos aseguran, y lo pueden certificar con imágenes, que el SARS 2 pertenece a la familia de los coronavirus y se parece más al SARS 1 que a otros virus de la misma familia. Lo que ocurre es que cualquier palabra, incluso el mismismo lenguaje, oculta algo a la vez que revela. Si utilizamos el término general “corona”, como viene siendo costumbre estos últimos meses, para referirnos al virus y a la crisis que sufrimos, corremos el peligro de encubrir lo desconocido y caer en la trampa que hemos comentado anteriormente: al quedarnos con el nombre de la “familia”, el género, se nos hace más familiar, lo cual puede crear la falsa sensación de que el virus no será muy diferente de los coronavirus en general. Esta podría ser incluso una de las razones por la que la mayoría de los gobiernos en el mundo han reaccionado tarde frente al peligro.
Esto nos debería hacer reflexionar y volver a la nomenclatura específica, elegida por la comunidad científica para identificar el virus, cuyo nombre nos avisa de su gravedad. El SARS 1 tenía un índice de mortalidad de alrededor del 10 %. Aunque las cifras de mortalidad del SARS 2 en Italia y en España han rondado más o menos el mismo porcentaje, sabemos de otros países, que han realizado un seguimiento más riguroso, como por ejemplo Corea del Sur, que su tasa de mortalidad será más baja que el SARS 1. No obstante, como el SARS 2 también tiende a ser bastante agresivo, incidiendo en el sistema respiratorio en hasta un 20 % de los infectados, y, encima, contagia a más gente, parece ser mucho más letal que las cepas normales de la gripe.
Aparte de que el nombre SARS nos avisa de la naturaleza virulenta y peligrosa del virus actual, también nos debería inquietar lo desconocido que sigue siendo tanto epistemológicamente como inmunológicamente hablando. Mientras la comunidad científica lucha por conocer el comportamiento de las posibles cepas del virus y dar con una vacuna o unos antivirales que podrían paliar su impacto en el cuerpo humano, el sistema inmunológico de millones de personas por todo el mundo está conociendo por primera vez el patógeno nuevo. Aparte de no conocer su origen ni el índice de mortalidad exacto ni saber cuánta gente contagiada hay actualmente en el mundo, tampoco sabemos a ciencia cierta si un cuerpo contagiado por el SARS 2 genera una inmunidad duradera, si el virus deja secuelas en forma de daños orgánicos, por qué ataca más a algunas personas, cuánto tiempo exactamente puede sobrevivir fuera del cuerpo, y aún queda una lista larga de cuestiones por resolver.[4]
Viéndolo desde esta perspectiva agnóstica, la actitud que está a la altura de las circunstancias no es la confiada que tiende a desdramatizar la situación pandémica, y tampoco es la que sobredramatiza y provoca pánico, sino más bien una postura vigilante que es consciente de nuestro desconocimiento y del drama que va a suponer el virus para millones de personas. A Agamben se le escapó el aspecto desconocido y siniestro del virus en su primer diagnóstico, y sus siguientes aclaraciones no han hecho más que revelar el punto ciego de su diagnóstico: el estado italiano no “inventó” la epidemia ni tomó una medida “irracional” al declarar el estado de emergencia, como insistía Agamben. Ciertamente, no fue una decisión tomada democráticamente, pero el presidente Conde daba explicaciones a los italianos por qué su gobierno había tomado medidas tan drásticas y restrictivas de un día a otro.
Eso no quita que fue una respuesta biopolítica por parte del estado italiano que forzó a toda la población italiana a quedarse en sus casas con sanciones duras para los que se saltan las medidas disciplinarias. Las implicaciones de estas medidas restrictivas deben preocupar no sólo a intelectuales, sino a cualquier ciudadano que vela por los derechos constitucionales de expresarse y asociarse libremente. No obstante, la respuesta biopolítica seguía una lógica provocada por la emergencia de la situación: el virus pertenece al nivel biológico más básico de replicación donde no tiene sentido negociar con él. Para dar respuesta al desafío del virus hace falta enfrentarse a él a su nivel y decidir entre seguir abierto como sociedad o cerrar. Como los gobiernos en general respondieron tarde, cuando el virus ya se había dispersado por la sociedad, su reacción fue seguramente más dura y drástica que lo deseado y quizá de lo más razonable.
Sin embargo, aunque los gobiernos hubieran tenido la intención de reducir a sus ciudadanos a “la nuda vita”, el concepto de Agamben, los pueblos más confinados, como el italiano y el español, claramente no se han conformado ni se han identificado con este papel. Sólo hace falta recordar la valentía que han mostrado cientos de miles de personas que han acudido a sus trabajos, sobre todo el personal sanitario, pero también otros grupos, que se exponen de manera más directa al virus, mientras otros cientos de miles han salido a sus terrazas a aplaudirles.[5] Los profesores han seguido trabajando, y millones de alumnos han continuado con sus estudios, obviamente en circunstancias muy distintas a un año escolar o académico tradicional.
Más que contemplar el concepto de biopolítica solamente como un medio de opresión estatal, haría falta reinventar su significado para crear espacios de prácticas y labores colectivas de cuidado que promueven la vida.[6] Dando valor a prácticas y trabajos, que durante demasiado tiempo han sido infravalorados, también puede fomentar la diseminación de una solidaridad global que derriba los prejuicios y estereotipos hacia otros y los reemplaza por ayudas y cuidados mutuas.
Llamamiento a una solidaridad global
Abrirnos al drama de la pandemia implica darnos cuenta del pathos de los pueblos, el sufrimiento generado, no sólo a causa del COVID-19, sino también por otras circunstancias patológicas que están ligadas a causas similares que las de la pandemia actual. La pregunta de Zizek sobre “qué es lo que falla en nuestro sistema” para causar una pandemia al nivel global, a pesar de los avisos recurrentes de la comunidad científica[7], debería ser ampliada para abarcar más factores patológicos en nuestro mundo actual y, en consecuencia, trazar un mapa de las posibles conexiones entre dichas patologías fisiológicas, psicológicas y sociales y el afán moderno por seguir trabajando, creciendo y consumiendo sin límites.
No sólo Zizek, sino también Judith Butler,[8] ha llamado la atención sobre el hecho de que, aunque los virus no conocen fronteras ni distinguen entre las personas, hay gente que, por disponer de más recursos económicos y espacio suficiente, puede llevar mejor el confinamiento y protegerse más concienzudamente de los patógenos. Si no fue evidente antes de la pandemia, lo es hoy: en la medida en la que estamos cada vez más conectados globalmente, nos vamos exponiendo juntos a los mismos peligros y patologías. Detectar y esquivar estos peligros a tiempo y paliar y prevenir contra las patologías en el futuro solamente es viable a través de estrategias y colaboraciones coordinadas internacionalmente.
Esto conlleva no aislar ni abandonar a nadie, como Yuval Harari ha señalado en su advertencia de que las nuevas tecnologías de vigilancia no nos enseñan un camino hacia un mundo más ético y humano.[9] Pasa más bien por desarrollar una solidaridad global que coordina el seguimiento de futuras epidemias e integra los tipos de reforma social que Thomas Piketty ha expuesto como imprescindibles para permitir que los grupos menos privilegiados también tengan acceso a recursos de prevención y protección.[10] En vez de emplear e invertir en más tecnología para bloquear ataques de virus digitales en internet a la vez que se recorta en recursos epidemiológicos, habría que dar la vuelta al paradigma actual y aumentar las inversiones en recursos médicos para encauzar y hacer frente a futuras pandemias y patologías en el mundo. No sólo al nivel institucional, en el que todo el sector de sanidad ha sufrido recortes sin precedentes desde la crisis económica en 2008, sino que también haría falta seguir al nivel personal reeducándonos y aumentando la consciencia sobre cómo estamos conectados todos los seres vivos en la tierra.
Si las reformas políticas no están vinculadas a una consciencia ecológica aumentada que muestra respeto hacia todas las formas de vida en la tierra, se van a quedar literalmente sin fundamento, desarraigados del sustrato que nos mantiene vivos y nos permite crecer de forma sostenible. Recuperar el contacto con la Tierra de manera respetuosa posiblemente también nos ayudaría a detectar y prevenir contra similares y otros tipos de catástrofes en el futuro que ponen en peligro la supervivencia de la humanidad. ¿No es sintomático que cuando los seres humanos nos retiramos de los espacios comunes y nos aislamos en espacios confinados, el mundo empieza a aparecer en todo su esplendor: los animales empiezan a acercarse a las ciudades desde donde sus habitantes de repente pueden contemplar lo que les rodea, como las estrellas por la noche en muchas metrópolis y el Himalaya desde varios puntos de India?
Bibliografía
- Agamben, Giorgio, “La invención de una epidemia”, en Ficción de la razón, consultado el 26 de febrero de 2020: https://ficciondelarazon.org/2020/02/27/giorgio-agamben-la-invencion-de-una-epidemia/
- Badiou, Alain, “Sobre la situación epidémica”, en La Vorágine: Cultura crítica, consultado el 21 de marzo de 2020: https://lavoragine.net/sobre-la-situacion-epidemica/
- Butler, Judith, “Capitalism Has Its Limits”, en Verso, consultado el 30 de marzo de 2020: https://www.versobooks.com/blogs/4603-capitalism-has-its-limits
- Daston, Lorraine, “Ground-Zero Empiricism”, en Critical Inquiry, consultado el 10 de abril de 2020: https://critinq.wordpress.com/2020/04/10/ground-zero-empiricism/?fbclid=IwAR3nRVibcncZpFzQYzBQfPcf5ide2VAZ1BaO2fz0QwA9SKlV5MKX58OS66I
- Harari, Yuval Noah, “The world after coronovirus”, en Financial Times, consultado el 20 de marzo de 2020: https://www.ft.com/content/19d90308-6858-11ea-a3c9-1fe6fedcca75
- Hull, Gordon, “Why We Are Not Bare Life: What’s Wrong With Agamben’s Thoughts on Coronavirus”, en New APPS: Art, Politics, Philosophy, Science, consultado el 23 de marzo de 2020: https://www.newappsblog.com/2020/03/why-we-are-not-bare-life-whats-wrong-with-agambens-thoughts-on-coronavirus.html
- Messina, Aïcha Liviana, “Política y pandemia”, en The Clinic, consultado el 5 de marzo de 2020: https://www.theclinic.cl/2020/03/05/columna-de-aicha-liviana-messina-politica-y-pandemia/
- Piketty, Thomas, “L’urgence absolue est de prendre la mesure de la crise en cours et de tout faire pour evitér la pire”, en Le Monde, consultado el 10 de abril de 2020.
- Sotiris, Panagiotis, “Against Agamben: Is a Democratic Biopolitics Possible?”, en Viewpoint Magazine, consultado el March 20 de 2020: https://www.viewpointmag.com/2020/03/20/against-agamben-democratic-biopolitics/
- Zizek, Slavoj, Pandemic, New York and London, OR Books, 2020.
Notas
[1] Giorgio Agamben, “La invención de una epidemia”, ed.cit.
[2] Aïcha Liviana Messina, “Política y pandemia”, ed.cit.
[3] Alain Badiou, “Sobre la situación epidémica”, traducción ligeramente modificada, ed.cit.
[4] Lorraine Daston, “Ground-Zero Empiricism”, ed.cit.
[5] Gordon Hull, “Why We Are Not Bare Life: What’s Wrong With Agamben’s Thoughts on Coronavirus”, ed.cit.
[6] Panagiotis Sotiris, “Against Agamben: Is a Democratic Biopolitics Possible?”, ed.cit.
[7] Slavoj Zizek, Pandemic, ed.cit., p. 4.
[8] Judith Butler, “Capitalism Has Its Limits”, ed.cit.
[9] Yuval Noah Harari, “The World after coronavirus”, ed.cit.
[10] Thomas Piketty, “L’urgence absolue est de prendre la mesure de la crise en cours et de tout faire pour evitér la pire”, ed.cit.