Revista de filosofía

Pandemia y plataformas: capitalismo, controlatorios y coronavirus

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FOTOGRAFIA TOMADA POR DIDIER A. MENDEZ

 

Resumen

Este artículo indaga algunas transformaciones que los encierros y hacinamientos del escenario pandémico dejan en evidencia. Primero presentaremos una serie de mutaciones en el capitalismo que apuntalan el diagrama de las formaciones sociales contemporáneas: una modulación de los principales acontecimientos de multiplicidades numerosas en espacios abiertos. En segundo lugar, en esas relaciones de fuerzas, la crisis de COVID-19 nos permitirá observar un conjunto de enunciados emergentes de los procesos de plataformización que sostienen la gestión de singularidades (enfermar, educar, trabajar, amar, moverse, comprender, imaginar, temer, etc.). Por último, dado que los estados de urgencia del nuevo coronavirus pueden abrir perspectivas políticas, nos detendremos en ensayos (teológicos y demonológicos) que buscan comprender la arquitectura de los controlatorios (contrôlats).

Palabras clave: covid-19, plataformas, enunciados, controlatorios, arquitecturas, desplazamiento.

Abstract

This paper presents a series of transformations that become evident in the pandemic and its enclosures and confinements. Firstly, the study will exhibit a series of mutations in capitalism that underpins the diagram of contemporary social formations: a modulation of the main events of numerous multiplicities in open spaces. Secondly, in these relations of forces, the COVID-19 crisis allow to observe a set of emerging statements of the platformization processes that sustain the management of singularities (getting sick, educating, working, loving, moving, understanding, imagining, fearing, etc.). Finally, since the emergency states of the new coronavirus can open political perspectives, this paper will explore some essays (theological and demonological) that seek to understand the architecture of the mechanisms of control (contrôlats).

Keywords: covid-19, statements, platforms, mechanisms of control, architectures

 

Como macabro souvenir de la crisis ecológica y alimentaria global, los últimos días de la pasada década nos regalaban una nueva variedad viral que crecía desde remotas provincias chinas. Las alarmas epidemiológicas se concentraron en una evolución pandémica que prometía afectar irrefrenablemente a la hojaldrada cotidianeidad de las prácticas. Distanciamiento, aislamiento o cuarentena, cualquiera de las formas jurídicas y sociales que replicaban la estrategia medieval de restricción de la circulación, supusieron una aceleración y un impulso oficial de los procesos de digitalización de las actividades.

Sin embargo, el escenario de prácticas sociales y culturales prístinas que escapan de la regularización o racionalización de los procesos computacionales tiende a ser, cada vez más, una fantasía tan perniciosa como la creencia en una inmunología basada en la distancia geográfica. En tiempos donde no sólo las aves migratorias, los vuelos comerciales y las cadenas de suministros, sino también los capitales golondrinas y fondos buitres alzan su vuelo infeccioso al ritmo intenso del apocalipsis, no es extraño que los procesos de la ubicuidad computacional tengan un carácter tan desterritorializado como los del brote pandémico. Tal como una nueva carga viral, las plataformas digitales reorganizan tejidos físicos, mentales y sociales, afectando estructuras legales y democráticas a través de arquitecturas algorítmicas que cifran regulaciones, estándares y protocolos específicos aunque desconocidos. En estas líneas intentaremos comprender algunos aspectos que los estados de urgencia ante el nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) ponen al descubierto al acelerarse las condiciones de encierro y hacinamiento.

En primer lugar, nos detendremos en una serie de transformaciones del capitalismo contemporáneo cuyo espesor genealógico soporta la extensión del programa de la computación ubicua (ubicomp) y de los procesos de plataformización. En esos desarrollos encontraremos que el problema es de difícil resolución porque los límites de lo computable, progresivamente, se desdibujan. En una segunda instancia, abriremos una serie de paréntesis para observar ciertos enunciados, derivados de las políticas epidemiológicas tendientes a limitar la propagación del nuevo coronavirus, donde las plataformas adquieren puntos de capitalización y se coagulan al atrapar, modular y reconstruir singularidades —del enfermar, del desplazarse, del trabajar, del amar, del comprender, del imaginar, del educar, etc—. A partir de allí, seguiremos algunos movimientos aberrantes del pensamiento (teológicos y demonológicos) que permitirán comprender, una vez detenidas las fuerzas de la pandemia una mutación micropolítica cifrada por la coagulación de un diagrama de fuerzas que se caracteriza por la modulación de los principales acontecimientos de multiplicidades numerosas en espacios abiertos. Será necesario entonces recurrir a formas de problematizar las arquitecturas de los controlatorios (contrôlats).

 

I. Capitalismo contemporáneo, coronavirus y plataformización

El escenario de desconcierto aguzado por la pandemia sólo es comprensible a través de las mutaciones socioculturales que Deleuze y Guattari han identificado[1], desde finales de la década de 1970, como Capitalismo Mundial Integrado (CMI). Mientras se sustanciaba el neoliberalismo, el dúo filosófico francés señalaba transformaciones en diversos niveles.[2] Bajo un esquema simple podríamos decir que, en un primer nivel, definían una serie de rupturas y desplazamientos en las formaciones de saber que configuran una episteme futura (quizás posmoderna) donde se producen reestructuraciones de las fuerzas de vivir, hablar y trabajar que —en la diseminación de las concepciones de información— son recompuestas por una combinatoria finita e ilimitada (lo enunciable). Junto a estas irrupciones, en un segundo nivel, Deleuze y Guattari identifican cambios en las relaciones de poder que dejan de apoyarse en las prácticas e instituciones disciplinarias. Con ello, las relaciones de poder o el diagrama pasa de vigilar, corregir, examinar, moldear multiplicidades limitadas en espacios cerrados con inicios y fines bien delimitados (escuelas, hospitales, cuarteles, prisiones, fábricas) a modular, anticipar, sugestionar y hacer-devenir-en-direcciones-calculables los principales acontecimientos (moverse, enfermar, amar, formarse, trabajar, imaginar, temer, concebir, etc.) de multiplicidades numerosas e ilimitadas en espacios abiertos. Por supuesto, no hay reemplazo inmediato sino agotamiento y crisis extensa de superposición donde los dispositivos disciplinarios intensifican su funcionamiento, mientras emergen y se sostienen los controlatorios (lo visible). Esta acentuación de las dinámicas disciplinarias queda retratada en las maniobras de resucitación de los Estados nacionales. Por todas partes la pandemia y la depresión económica fungen en la añoranza de los viejos encierros que se refractan en estrategias de clausura o hacinamiento en interiores familiares cuyas crisis son las más evidentes.[3]

En un tercer nivel se producen alianzas en los sistemas socio-técnicos o, mejor dicho, cambia el filum maquínico en tanto linaje tecnológico en las máquinas de tercer tipo (cibernéticas). Esa transformación está ligada a un cuarto nivel que comprende a las mutaciones en el orden de los regímenes de signos, esto es, por una parte, un conjunto de encadenamientos y desplazamientos en las imágenes y, por otro, la aparición de modos de semiotización (a-significantes) que empiezan a operar sobre las materialidades (como lo hacen los códigos sobre el silicio, las acciones sobre los stocks o los antivirales sobre las cadenas genéticas, etc.). En todos estos procesos de cambio el capitalismo excede la definición económica y se presenta para nuestros autores como una forma de hacer confluir los flujos de capital, trabajo, bienes, códigos, etc. bajo el cálculo de una axiomática cuya fuerza empuja la valorización más allá de los límites de la fábrica y de los modos de producción (de allí que los estados de urgencia del coronavirus no augurarán un cambio de régimen).

Por último, de esta trama se liberan transformaciones en los modos de subjetivación que tienen muchas manifestaciones pero que podrían ser pensadas bajo dos polos en permanente movimiento pendular. Por un lado, procesos de sujeción social moderna que, bajo la vigilancia, implican regímenes de intimidad, producción y docilidad (problemas que resurgen ante el control epidemiológico) y que, bajo el CMI, encuentran en la promoción del empresario de sí y del usuario-productor (dos facetas del trabajo digital) las figuras de la gubernamentalidad neoliberal (rostridad). Por otro lado, un proceso de sometimiento y subjetividad maquínica donde se gestan reterritorializaciones por medios artificiales sobre realidades dividuales que soportan la gestión de los principales acontecimientos. Se trata de una temporalidad constituida por pequeños ritmos sociales (ritornelos) que, para Deleuze y Guattari, habían sido inaugurados por los microagenciamientos informáticos y su potencia para molecularizar el control en tanto gestión probabilística de las poblaciones vivientes. Por supuesto, todos estos cambios entran en sintonía con transformaciones en los modos de producción en un capitalismo informacional abocado a la venta de servicios; aunque las sociedades capitalistas ya no se definen por sus contradicciones, ni por su producción, sino por las líneas de fuga que contienen (constantemente redirigidas o taponadas por los procesos axiomáticos).

En último término, todas estas mutaciones expresan un reordenamiento de las relaciones entre los estratos inorgánicos, orgánicos y aloplásticos en agenciamientos concretos que ya no se corresponden con los dispositivos o equipamientos disciplinarios, sino que se apoyan en los conjuntos de la reticulación informacional contemporánea que reúne signos y materialidades (controlatorios). De allí que no sea extraño que mientras Deleuze y Guattari terminaban de tallar su crítica de las sociedades de control, surja el programa de la computación ubicua (ubicomp) primero como buque insignia de los think tanks informacionales de los 90 (Xerox, IBM, Intel, etc.) y luego impulsado por las plataformas corporativas (Big Five y sus pares asiáticos[4]) así como por todo un conjunto de desarrollos de terceros soportados en las mismas[5]. Concretamente, bajo el título de computación ubicua (y sucedáneos como cloud, crowd y shroud computing), sus figuras fundadoras no buscaban gestar sólo una multiplicidad de realidades artefactuales sino que alentaban una cisura fenomenológica y existencial que reestructurase y reorganizase la vida cotidiana a través de afectar los tejidos físicos, mentales y culturales. Lo cierto es que las diversas facetas y aplicaciones de este programa (que excede pero contiene a la plataformización) responden a la distribución de la computabilidad, a la imperceptibilidad de los ambientes asistidos, a las tecnologías de context awareness, a la computación proactiva etc. Pero, para que existan esos procesos de computabilidad desencajados de sí mismos, tuvieron que darse las mutaciones anticipadas. Por ello, computabilidad para nosotros no indica una máquina concreta sino un diagrama de fuerzas, una (mega)máquina abstracta o sistemas hombres-máquinas inescindibles de relaciones de poder que se sobrepliegan para gestionar lo viviente en lo humano como existente (y ya no como concepto o forma-Hombre). Una forma de extender los límites de lo computable integrando todos los estratos, de allí que el rasgo viral encuentre tantas acepciones recurrentes entre pandemia y plataformas y comparta un suelo epistémico común en el capitalismo informacional.[6]

Como dijimos, parte de la potencialidad del programa de la ubicomp ha derivado en las plataformas que hoy están en el centro de los enunciados sobre la pandemia. Pues, como señalan Van Dijck, Poell, y De Waal[7], la plataformización como conjunto de procesos complejos excede los simples modelos de negocio en tanto se puede pensar como arquitecturas algorítmicas diseñadas para organizar interacciones (entre usuarios finales, entidades corporativas, instituciones públicas, etc.) que modifican la logística, la lógica y la organización de las formaciones sociales con mecanismos de conversión, monetización, comercialización, selección y captura de grandes volúmenes de datos (poniendo en jaque valores e ideologías de la sujeción moderna). Pero también, como es legible en Srnicek[8] y pensable desde Kittler (passim), estas plataformas hace tiempo han quitado a lo humano de su centro, excediendo las limitaciones fisiológicas, intelectivas y afectivas en procesos computacionales distribuidos que incitan los procesos vivientes de muchedumbres computables (crowd computing, crowdsourcing o human computation en su acepción no antropocéntrica). Sin embargo, estas muchedumbres computables han perdido su cualidad de multiplicidad de encierro, se parecen, como dice Deleuze, a realidades dividuales que funcionan bajo los criterios de variedad, volumen y velocidad en el contexto del cómputo intensivo. Por ello, la dispersión pandémica escenifica la formación de nuevos ritmos sociales que anuncian una lógica micro-política plasmada en enunciados y arquitecturas algorítmicas que soporta la modulación de las singularidades (enfermar, temer, educar, trabajar, movilizarse, comprender, etc.).

 

II. Enfermar: plataformas en la crisis sanitaria

Como hemos dicho, la pandemia del nuevo coronavirus aceleró una serie de estrategias enunciativas que tienen varios años en funcionamiento y que tienden a la plataformización de distintas dimensiones socioculturales. Evidentemente, en el marco de la emergencia sanitaria, no es extraño que los casos más recurridos provengan de las tecnologías de la salud y, en particular, de las aplicaciones denominadas como e-health o e-care que comenzaron a establecer aproximaciones de telemedicina para descartar diagnósticos y evitar sobresaturar las salas de emergencia.

En su forma más simple la estructura adoptada es la del reemplazo de la consulta sanitaria a través de la implementación de chatbots soportados por sistemas de mensajería instantánea o de redes sociales. Se trata de una técnica implementada por la OMS para brindar información y en Argentina tuvo su réplica a nivel nacional y en distritos específicos a través de Facebook (Instagram, WhatsApp). Esta actualización de ELIZA pasa ahora por ser un método de triaje preventivo que cobra un peso singular en escenarios de desfinanciamiento sostenido de la salud pública y promete paliar una infraestructura sanitaria en crisis.

Sin embargo, los enunciados de la telemedicina no se agotan en los chatbots, sino que encuentran parangón en aplicaciones gubernamentales que promueven autodiagnósticos. En particular, al compás del lanzamiento de las medidas preventivas, los gobiernos nacionales impulsan aplicaciones (en Android y iOS) que sirven para autoevaluación de los síntomas. En el caso argentino, los usuarios −que superan el medio millón− han reportado que la aplicación busca privilegios de acceso a la ubicación así como a datos personales, mientras que también han manifestado su descontento porque todavía no se integran mapas en tiempo real de los focos de coronavirus. Mas, como veremos, la articulación de los datos ya es una realidad tangible bajo las dinámicas de dataveillance y por el momento sólo está disponible para el seguimiento gubernamental de los casos sospechosos (en su mayoría ciudadanos que retornaron al país y a quienes se les sugirió la instalación de la aplicación).

Otro caso característico son la tele-consulta y la tele-asistencia a través de aplicaciones que soportan mensajería instantánea y videollamadas con médicos disponibles 24/7. Sin embargo, los mismos profesionales de la salud reaccionan ante este trabajo digital que ligan a procesos de precarización (como vía de sujeción). De hecho, a raíz de la intensificación de la cuarentena, en Argentina se han reconocido como prácticas médicas algunas de estas instancias, mientras que Alphabet, a nivel global, ya ha anunciado que comenzará a ofrecer la integración de sus mapas y búsquedas con localización de servicios de telemedicina.

Además, hay cinco casos estrictamente ligados a la tecnología sanitaria frente al coronavirus que no podremos trabajar aquí, pero que impulsan la interpenetración de dinámicas y enunciados de ubicuidad computacional en salud. Primero, la multiplicación de las aplicaciones fitness que plantean toda una integración de datos y que, desde hace tiempo, la sociología digital estudia como la cuantificación del self apuntando a la recolección y explotación intensiva de métricas corporales. Segundo, el desarrollo de tecnología wearable háptica que promete modificar nuestros gestos inconscientes más infecciosos (como tocarse el rostro). Tercero, como dice Berardi[9] el vínculo entre el infovirus y el biovirus ejemplificado por las llamadas supercomputadoras (IBM) y los sistemas distribuidos (blockchain) que evalúan la potencialidad de las drogas. En cuarto lugar, la vigilancia epidemiológica soportada por modelos de machine learning que se nutren del crowdsourcing de los buscadores y que (aunque muy discutidos) servirían para anticipar los brotes. Por último, las plataformas académicas que integran estudios de laboratorios y clínicos sobre COVID-19 que son procesados algorítmicamente para determinar su posibilidad de éxito.

Ahora bien, la plataformización sanitaria puede tener un doble filo, por un lado, ofrece servicios personalizados dirigidos por datos a los pacientes ayudándolos a elaborar el proceso de enfermedad (sujeción) y, por otro, aporta al interés público en la investigación médica al tiempo que no escapa de las dinámicas de monitoreo corporativo y recolección o privatización de datos sensibles (sometimiento) −disparando un conjunto de interrogantes éticos, sociales y jurídicos[10] [11]−. En escenarios que, como denuncia Butler[12], muestran lo peor de los gobernantes para concentrar recursos médicos se entiende que la política de open data y open science, en los sectores de salud, guarde el peligro de ser traducible a regímenes de creación de valor económico a partir de la privatización de comunes en patentes. Aquí la axiomática capitalista se pliega sobre puntos de extracción y valorización antes insospechados, pero también revive, como dice Esposito[13], la centenaria trama biopolítica.

De allí que se hayan producido una serie de valiosas discusiones entre los foucaultianos que miran atentos la relación entre la evolución pandémica del coronavirus y las tecnologías de la salud en clave de ontología del presente. Aunque no podamos recuperar aquí esos debates, apuntemos que, desde Deleuze y Guattari, sabemos que el cierre de los hospitales iba de la mano con la proliferación de las drogas y la aparición de tratamientos ambulatorios, mientras que las máquinas de información en el campo de la salud abrían nuevos modos de semiotización que pasaban por el desacople entre el diagnóstico y el cuerpo del paciente. De acuerdo con Deleuze[14] en esa brecha se introducen un conjunto de tecnologías médicas de las imágenes (digitales y electrónicas) que configuraban una medicina sin médico ni paciente que buscaba tratarnos antes de estar enfermos. Para el filósofo, no habrá tiempo para enfermar en una medicina que abandona progresivamente el diagnóstico de los síntomas para volcar toda su fuerza en la anticipación que permiten las imágenes: modular el riesgo de enfermar. Por supuesto, podría decirse que ello sólo se reduce a las tecnologías de escaneo −que no cesan de estar integradas al machine learning para los casos de coronavirus−, sin embargo, la relación fundamental para Deleuze estaba en la mutación del vínculo clínico que pasa por producirse ahora entre la imagen y el portador de las imágenes que no es sino el aparato de detección; esto es, una imagen disponible para las máquinas informáticas que calculan las probabilidades y deciden el nivel de riesgo. De allí que hoy el cuerpo del paciente puede suspenderse cuando se convierte en un punto de extracción y conversión a datos; “una materia dividual cifrada que es preciso controlar[15].

 

III. Contagiar y localizar: dataveillance de los desplazamientos

Es difícil evitar mencionar junto a las aplicaciones y plataformas de telemedicina a los  enunciados del dataveillance. Claramente se trata de la última cadena en todo un conjunto de tecnologías de vigilancia post-panópticas que se exacerban con el brote pandémico. Es sabido que, como ha postulado Han[16], el modelo de este control viene de los estados asiáticos que no sólo utilizan a los virólogos sino también a los analistas de datos para contener la epidemia —sin embargo, ha sido rápidamente adoptado por países latinoamericanos—. El mismo incluye CCTV enriquecidos con algoritmos de reconocimiento y sensores de temperatura, drones para monitorear el cumplimiento de las medidas de seguridad sanitaria; implementación de sistemas de localización con cruce de metadatos de tecnología móvil, de las tarjetas de crédito y pulseras electrónicas que rastrean, en tiempo real, el estado de salud. Así también se hace legible en las API (aplication programming interfaces) que permiten evaluar el riesgo de exposición al virus vía cálculo de la distancia (por bluetooth o por datos de GPS de los smartphones). Estas estrategias enunciativas subrayan que la batería de datos se puede volcar sobre mapas para el seguimiento de la enfermedad a través de los infectados. Se trata de una especie de “servicio público” de los operadores de telefonía e internet que alertan a los ciudadanos sobre un posible tránsito por lugares de riesgo donde se registran brotes. De hecho, dichos datos permiten implementar y decidir restricciones estatales a diversos espacios públicos, trazando pequeños territorios probabilísticamente condicionados. En Argentina, una aplicación colaborativa y de código abierto permite autodiagnosticarse identificando posibles contactos por geolocalización, al tiempo que construye colaborativamente mapas de calor sobre zonas de frecuencias de riesgo epidemiológico. Algunos gobiernos provinciales ya la están impulsando oficialmente pues implicaría sólo una declaración voluntaria y anónima (aunque los usuarios han señalado que se demandan datos privados). Claro, los estados también pueden apelar a los entramados burocráticos para restringir la circulación (como se pretende hacer con los adultos mayores). No obstante, en esos casos el control no funciona en su carácter singular de producir espacios de libertades reguladas (dispositivos que podríamos llamar liberógenos).

Por supuesto, el análisis masivo de datos de localización a través del entrecruzamiento de comunicaciones de los smartphones (vía torres y bandas de radio) tiene su difusión desde inicio de nuestra centuria con las legislaciones antiterroristas impulsadas luego del 9/11. Sin embargo, algunas organizaciones de protección de derechos digitales ya han advertido que no está probado que el control de los datos de localización (teniendo en cuenta que la triangulación del posicionamiento excede la distancia de contagio) sea efectivo para prevenir la dispersión del SARS-CoV-2. Por ello, han advertido que se está sobrepasando una frontera del control. ¿Quién impedirá que los datos de localización sean usados en el futuro para disuadir reuniones o manifestaciones políticas en países cuya prospectiva es la depresión macroeconómica? ¿Cómo se evitará la utilización maliciosa de data sets que describen las condiciones sanitarias de segmentos poblacionales y que pueden augurar nuevos mecanismos de limitación de las libertades?

Si la historia de la Primavera Árabe demuestra que la primera pregunta es retórica, la segunda encuentra su respuesta en la posición política de las empresas que apelan a que los usuarios entreguen voluntariamente sus datos teniendo como horizonte la utilización para beneficio de la salud pública. Las garantías pasarían por técnicas de ciberseguridad como el encriptado y la caducidad de los datos personales, sin embargo, como ha señalado recientemente E. Snowden[17], si en el mejor de los casos las aplicaciones de terceros pondrían a disposición los datos para agencias gubernamentales borrando los IMSI y los IMEI, nada asegura que esos data sets no estén disponibles para futuras utilizaciones. Al mismo tiempo, los modelos y patrones predictivos sobre hábitos poblacionales tienen efectos que no parecen traducirse tan fácilmente en eficiencia epidemiológica, pero, como dice Berardi, aceleran el drenaje de los ya menguados fondos públicos de salud por las políticas neoliberales en Europa y en América Latina (con el agravante en nuestras tierras de estar viviendo brotes epidémicos como el dengue).

FOTOGRAFIA TOMADA POR DIDIER A. MENDEZ

Asimismo, más allá de las tecnologías de diagnóstico a distancia, el carácter de la vigilancia a raíz de la epidemia es llevada al paroxismo cuando los estados comienzan a montar sus aparatos sobre la gestión de los datos masivos. Así, vemos escenarios donde la crisis perpetua de las infraestructuras disciplinarias y penitenciarias (con motines incluidos) quiere ser compensada a través del summum del datavelillance. De allí que en algunas dependencias judiciales de provincias argentinas se instalan aplicaciones en los smartphones de los detenidos cuya función es alertar a la policía en caso de infringir nuevamente la cuarentena, intentar desinstalar la app o perder señal (una prórroga ilimitada de los procesos como señala Deleuze[18]). Al mismo tiempo, las políticas de seguridad nacionales se han volcado a monitorear lo que se ha llamado “humor social” apuntalando escuadrones de ciber-patrullaje sobre las redes sociales. Con ello se tiene la impresión de que vivimos en una época en la que el problema de la vigilancia está tan extendido que ya no parece suscitar sorpresa ni exige el secretismo al cual nos tenía acostumbrado, en palabras de Kittler, la No Such Agency. Quizás también porque la dimensión del problema ha variado y los reparos políticos liberales en términos de derechos a la intimidad y aceptabilidad de las técnicas (elementos sustantivos de la sujeción moderna), absolutamente necesarios y válidos, no alcanzan para atrapar esas variaciones que corresponden al sometimiento maquínico cuya genealogía es necesario recomponer.

Como dijimos, hacia finales de la década de 1990, termina de concretarse el programa de la computación ubicua y se solidifica la gestión de los principales acontecimientos en espacios abiertos y en las muchedumbres computables (crowd computing). Dice Deleuze: “Félix Guattari imaginaba una ciudad en la que cada uno podía salir de su apartamento, de su casa o de su barrio gracias a su tarjeta electrónica (dividual) mediante la que iba levantando barreras; pero podría haber días u horas en los que la tarjeta fuera rechazada; lo que importa no es la barrera, sino el ordenador que señala la posición, lícita o ilícita, y produce una modulación universal.”[19]

Es que en los distintos grupos de trabajo de Guattari, los procesos de expansión de la computabilidad iban a tener como contrapartida una reorganización y una reestructuración de los espacios urbanos (como vaticinaba Virilio). La pesadilla guattariana, de hecho, termina de sedimentarse desde inicios de nuestra centuria −apalancada por la Knowledge Economy, por la responsabilidad ecológica o por las crisis sanitarias− con las infraestructuras inteligentes que buscan la conversión digital de la ciudad bajo el neologismo Smart City. Con ello se anticipa el verdadero trasfondo de estas tecnologías que es el de integración de la infraestructura urbana con plataformas que reestructuran el moverse, el desplazarse. No es casual que, mucho antes de la coyuntura, compañías como Waze (de Alphabet) hayan celebrado −por toda América Latina− convenios para integrarse a las estructuras municipales de control y movilidad vehicular en las grandes urbes. Con ello, en paralelo a cierta eficiencia en la gestión del tráfico, las plataformas enriquecen sus activos a partir de tener modelos (crowd computing) en tiempo real de la planificación urbana mientras que concentran trabajos colaborativos de los miles de editores de mapas involucrados (crowdsourcing). En todos esos puntos, la gestión de los acontecimientos de multiplicidades ilimitadas (no necesariamente humanas) se expresan ya como una decisiva concentración y extracción de datos urbanos.

Al mismo tiempo, aparecen otros problemas que están ligados al sometimiento maquínico pues los regímenes semióticos calculables ya no sólo se montan sobre la segmentación de compras, vínculos, direcciones, gustos, etc., sino que comenzarán a estructurarse sobre los datos sanitarios extraídos de la potencialidad de la biometría informática y su capacidad para auditar automáticamente emociones. Aunque puede parecer un futuro distópico, el punto es claro: los límites de lo computable se desdibujan cada vez más.

En el escenario incierto donde las fronteras de la cuarentena no se vislumbran (estas líneas se escriben a inicios de abril), las consecuencias de la aceleración de las plataformas de localización en su punto menos recurrido pasan por la planificación y delineamiento de nuestras formas de experimentar las ciudades a través de la modulación de la movilidad que conjurará el contagiar. Quizás, como anticipan los mapas interactivos, no faltarán las actualizaciones de zonas calculadas de riesgo epidemiológico que, como bien señala Butler, podrían añadir una capa más a la xenofobia, a la gerontofobia, a la misoginia y a la desigualdad. ¿Qué impedirá que las plataformas de alojamiento y hotelería tomen, una vez superada la crisis del coronavirus, los mapas de datos de los focos infecciosos como un indicador para evaluar la renta inmobiliaria y turística? ¿Qué detendrá nuevos fenómenos de gentrificación a partir del uso de los datos extraídos de la crisis pandémica en la nueva depresión que se está gestando?

 

IV. Temer: la pandemia y el pánico

Deleuze no dejaba de repetir en sus cursos que entramos en una época en la que los engranajes de la ideología rechinan justamente porque, en la nueva modalidad neoliberal, los cuadros políticos ya no engañan ni ocultan nada: todos dicen exactamente lo que van hacer (recortar impuestos, endeudar a los estados, financiarse de forma espuria, etc.). No obstante, a pesar de esta transparencia, puede que el desconcierto sea aún mayor que en otros tiempos gracias a que las formas del comprender han comenzado a variar para cubrir nuevas gestiones del público (crowdsourcing). Quizás por ello también no es extraño que, desde sus inicios, Facebook, Twitter y Google (entre otras) se hayan convertido en puntos nodales del ecosistema de plataformas, funcionando como recolectores, productores y buscadores de noticias y de contenidos y reemplazando progresivamente a los editores profesionales por algoritmos. Como contrapartida, las plataformas no sólo capturaron el antiguo negocio publicitario sino que aceleraron además lógicas de funcionamiento de los medios periodísticos que, en la época triste de las crónicas redactadas automáticamente, comenzaron a incorporar modelos híbridos de producción de noticias entre modos direccionados editorialmente y otros direccionados por el análisis de datos (no sin conflicto con ciertos valores periodísticos).

De hecho, desde inicios de la pandemia se ha registrado afinidad entre virología del SARS-CoV-2 y la viralidad de la llamada “infodemia”, reclamando estrategias que mitiguen la desinformación[20]. En esa línea las plataformas de redes sociales y de mensajería −para contrarrestar las fake news− integran búsquedas en la web de los mensajes y publicaciones contrastados con sitios o chatbots “confiables”. Sin embargo, es dudosa la estrategia de empoderar a las plataformas para que puedan arbitrar sobre lo supuestamente verdadero y darles nuevas capacidades de censura, de allí que algunos sitios de noticias proponen otras herramientas para luchar contra esta dispersión de los rumores.

En todo caso las dinámicas de desinformación y las burbujas filtros terminan por atrapar entre sus redes un temor generalizado que muestra consecuencias directas sobre la sujeción social adaptada a los tiempos del control. No por casualidad Žižek [21] señala que la actual pandemia despertó virus ideológicos dormidos como las teorías paranoides conspirativas, mientras que Badiou[22] advierte que en las llamadas redes sociales se expanden rumores que nos entregan a una parálisis mental. A los mismos problemas apuntó Agamben[23]en sus polémicos artículos pues, más allá de que las necrológicas menguaran sus sospechas, como aclara en sus últimas piezas, sus reflexiones no se dirigían a la epidemia sino a las reacciones exacerbadas sobre ella. En sus consideraciones sobre la ética y el coronavirus, para el filósofo italiano había dos razones para esta reacción desproporcionada, por un lado, el paradigma de gobiernos que en sus prácticas consuetudinarias establecen estados de excepción y, por otro, la multiplicación del pánico (paura) permanente que se extiende en las conciencias de los individuos gracias a los medios (plataformizados −aunque el filósofo no los conceptualice−). Para Agamben, bajo la retórica de la guerra, entrábamos en un círculo vicioso de limitaciones a las libertades donde el deseo de seguridad transforma a todos los ciudadanos en sospechosos de portar la peste (untore). De ello se desprendía la consecuencia de abolir al prójimo, disparando una suerte de reorganización de las relaciones afectivas en máquinas informáticas que por todos lados prometen reemplazar los contactos bajo el distanciamiento.

En realidad, a pesar de su justificación y del lenguaje personalista, los reparos éticos de Agamben son un reflejo de los ribetes fenomenológicos de la plataformización, pues las burbujas filtros y la desinformación cuando modulan el estado de inseguridad y pánico terminan de dar una cierta lógica a la sujeción social. Sin embargo, los estados emocionales que hoy están en el centro de las discusiones son fruto de una transformación iniciada mucho antes, cuando la regulación ética comenzó a estructurarse sobre la capacidad de limitar o contener lo que pueden los cuerpos.

Ya a principios de la década de 1980, Deleuze[24] interrumpe sus clases para advertir sobre el surgimiento de un estado de vigilancia y militarización de la sociedad que terminará en los enunciados de un nuevo régimen de seguridad con tres aspectos claves. En primer lugar, el otorgamiento a las funciones civiles de una nueva estructura militar, donde el terrorismo y el narcotráfico gestan una asimilación de la función policial a una función de guerra. En segundo lugar, surge una noción del enemigo-cualquiera que encuentra su expresión en el traficante, en el terrorista, pero también en el obrero autonomista y, llevada al límite por la axiomática, puede contener a los sospechosos de ser vectores virales. El tercer factor, que Deleuze visualiza a través de Virilio, son los estados de urgencia. Estos se basan en la organización de una seguridad molar fundada sobre una administración constante de pequeñas inseguridades moleculares. Para el filósofo, la atmósfera de una gran seguridad molar con micro-gestiones de pequeñas inseguridades se hará patente con los servicios de medicina de urgencia que nacen fruto de la caracterización de las ciudades como situaciones de estrés permanente, de agresión inminente. Y es sobre ese trasfondo de miles de pequeñas inseguridades programadas (sic) que se realiza la gestión de una seguridad militarizada.

Quizás allí reside el secreto de que, como señala Preciado[25], los instrumentos de la biopolítica de las poblaciones, en plena crisis, se calquen sobre el cuerpo (in)dividual (anatomopolítica). Porque, en último término, como afirma Mil Mesetas, bajo las potencias del rumor y el temor, el control se moleculariza en microagenciamientos que no dejan resquicio. De allí que la multiplicación de las fake news en las plataformas, ya no se sostenga sólo sobre las grandes divisiones binarias (clase, sexo, etnia, etc.) sino en la inseguridad que habita la forma del contagiar; pequeños agujeros negros cuyo peligro es diseminar un micro-fascismo del pánico. Al mismo tiempo, como dice P. E. Rodríguez, en formaciones sociales donde riesgo y castigo mediático van de la mano podría aventurarse que tanto la figura del enemigo-cualquiera como la gestión de las inseguridades moleculares condicionarán nuevas formas del temer. Pero, en particular, la novedad de este pánico también pasa por la extracción de una plusvalía maquínica que emerge de la relación entre las arquitecturas de perfilamiento automatizado (como los news feed) y ecologías de la atención que sirven a su monetización. Con ello, las plataformas podrán terminar de arrogarse potencialidades que harán efectivo un terror fóbico que antaño sólo detentaban los estados.

 

V. Docere et delivery: las modalidades del trabajar en la pandemia

El trabajo digital es el ámbito donde se hacen más claras las transformaciones que los enunciados de la ubicomp acarrean en el contexto pandémico, ya sea porque sus conflictos son más explícitos o porque el encierro obligatorio los ha dejado en evidencia. Lo cierto es que en tiempos de pandemia y pánico, pansofía, panscholia, pambiblia y pandidascalia parecen florecer al compás de los servicios informáticos de educación a distancia, en tanto acompañan el cierre de los establecimientos educativos en todos los niveles. Con la restricción de circulación de los vectores sospechosos de todo contagio (niñas/os, jóvenes), los entes gubernamentales y los establecimientos educativos llamaron a mantener el vínculo pedagógico, compeliendo a docentes a migrar rápidamente a redes sociales y plataformas corporativas −entornos que se han convertido en sinónimo de internet para muchos de las/os estudiantes−. Así, los servicios de Alphabet, Facebook o Microsoft, que desde sus inicios han contemplado a la educación como un nicho de negocios, han recibido una demanda inusitada. A ellos se les suman docenas de propuestas empresariales de campus digitales y sistemas de gestión educativa, así como herramientas que soportan videollamadas grupales (con graves problemas de seguridad en la gestión de los datos).

Aunque es imposible en estas líneas seguir la extensión de dichos problemas, como señalan Van Dijck, Poell, y De Waal, la articulación de la plataformizacion está redefiniendo la educación como derecho en la medida en que es atrapada en un conjunto de valores y normas que transforman los procesos de sujeción (cuyo centro otrora era formar al sujeto de derechos). Sobre todo porque los efectos de la modulación son legibles en la proliferación de aprendizajes de habilidades y competencias fragmentarias, cuantificables y lineales que pueden ser controladas y gestionadas en detrimento de procesos educativos de larga duración (Bildung). Al mismo tiempo, estos procesos se hacen patentes en la horadación de la autonomía profesional de las/os docentes en el diseño de contenidos, así como en la progresiva alienación de la conformación curricular de las instituciones educativas en las manos de actores corporativos globales. De hecho, en Argentina, observatorios de cultura libre han señalado el carácter pernicioso de esta extranjerización y privatización de facto que va contra el espíritu de la educación y de las leyes de software libre vigentes.

Por supuesto, la educación a distancia no puede reducirse a los procesos de plataformización de allí que, tanto a nivel superior como en otras instancias educativas, se haya alentado el uso de campus virtuales de código abierto y gestionados por unidades académicas o desde servidores nacionales. Así también se han relanzado portales oficiales con contenidos educativos de navegación gratuita y las escuelas demuestran su potencialidad al intentar exhaustivamente, y por múltiples medios, fungir como un espacio de derechos. Sin embargo, las medidas nacionales tienen diferentes vías de adopción de acuerdo a las jurisdicciones en el contexto de un sistema educativo descentralizado y desfinanciado. Al tiempo que las condiciones de negociación que tienen tanto los entes gubernamentales, como las instituciones educativas y los docentes con las plataformas son totalmente desiguales pues es difícil contrapesar el poder de dichos actores multinacionales y sus sistemas de integraciones verticales de servicios que les permiten eludir, cuando existen, las regulaciones.

Por otra parte, el desdibujamiento de los límites entre la escuela y los interiores familiares, tiene como resultado, en términos berardianos, una híper-explotación nerviosa en el contexto de una ecología de la atención que funciona por prácticas de monetización (o sometimiento maquínico). Lo que supone también un régimen de trabajo mucho más intenso, por lo que no es extraño que, en el caso universitario, gremios argentinos de docentes e investigadores hayan iniciado reclamos formales por las exigencias desmedidas del teletrabajo, o que se repitan las escenas, en los niveles primarios y secundarios, de padres e hijas/os fatigadas/os ante una incitación permanente a las tareas y actividades (o examen ilimitado según Deleuze). El problema quizás es que las dinámicas educativas se han volcado sobre los modelos heredados de la formación permanente y, bajo estos regímenes, las plataformas colaboran desdibujando los plazos entre educación y descanso, en la vertiginosa era del 24/7 que condena al sueño como privilegio improductivo. Por ello también, por más que se sostengan concepciones de aprendizaje socio-constructivistas, ellas se encuentran bloqueadas por modelos de gestión temporal que, inspirados en el management propio de las teorías curriculares mainstream, exceden la disciplina lasallana y encuentran entre sus beneficiarios finales no a los tradicionales actores de la comunidad educativa sino al perfil subrepticio de las plataformas que minan sus datos.

Además, en Argentina ­la pandemia puso en evidencia los conflictos propios del sistema. Por un lado, se insta a los docentes a teletrabajar remarcando que no se trata de vacaciones, por otro, las escuelas tienen que permanecer abiertas por su entramado en la contención social pues la pobreza estructural ya supera el 50 % de la población infantil. Así, las/os trabajadoras/es de la educación continúan ligadas/os a una trama de cuidado que articula en todas sus dimensiones las labores afectivas y cognitivas —realidades complementarias del trabajo vulnerable en el capitalismo contemporáneo como decían Hardt y Negri—. Pero ello no contradice el establecimiento de formaciones sociales del control pues, como anticipan Deleuze y Guattari, los guetos de pobreza y de desigualdad social van en paralelo a la extensión del filum maquínico informacional. De allí que, si a primera vista, se podría pensar que pobreza (de docentes y estudiantes) y plataformización son tópicos incompatibles, la penetración de los dispositivos smarts, las estrategias agresivas de consumo y endeudamiento y los mercados oligopólicos de las telecomunicaciones parecen, en parte, romper con esa asociación (mas no así con las condiciones de desigualdad). Por ello, más allá de la brecha digital existente, la asimetría más perniciosa se da en la reducción de gran parte de la población a consumidores compulsivos en un contexto de creciente secretismo en las capas técnicas de los dispositivos ubicomp.

Otra figura del teletrabajo y del home-office comienza a hacerse evidente en los estamentos gubernamentales y burocráticos del estado. Así, en el contexto del coronavirus, en distintos países se están generando vías de utilización de validaciones y encriptados bajo tecnología blockchain para la certificación de documentos oficiales y la transformación de trámites a dinámicas de e-goverment, así como para el control de suministros. Asimismo, la otra rama que crece es la utilización de plataformas de redes sociales para mensajería instantánea en las capas gubernamentales. De hecho, a raíz de la pandemia, Facebook habilitó gratuitamente la versión Advanced Workplace y, de acuerdo con informaciones oficiales, algunos gobiernos latinoamericanos han articulado con esa empresa (así como con Microsoft) el soporte de videoconferencias, grupos, noticias, intercambio de archivos y mensajería. Rápidamente se podría pensar que el teletrabajo aquí implica problemas de seguridad nacional, aunque las compañías aseguran que el tratamiento de los datos no está expuesto a utilizaciones (como en el caso de Cambridge Analytica). En todo caso muestra la fragilidad de los Estados nacionales (contracara de la sujeción) para hacer frente a las estrategias de servicios corporativos transnacionales de un capital ecuménico.

A contramano de estos escenarios, Berardi ha planteado que el virus golpea a la psicoesfera y logra ralentizar el acelerado rumbo del capitalismo. No obstante, el mismo autor coquetea con el argumento contrario al subrayar que, contra esta esperanza exacerbada, el trabajo en sus modalidades riesgosas ha sido abolido sólo para unos pocos. De hecho, una forma mucho más flexibilizada y precarizada del trabajo en plataformas son las nuevas modalidades de servicios de repartidores, logística y envío que en el último lustro han tenido una presencia inusitada en América Latina. A las condiciones de informalidad que afectan a estos trabajadores (como la falta de ingresos fijos, de aportes jubilatorios, de seguros, etc.), se les suma la coyuntura de la cuarentena generalizada ante la crisis sanitaria. Los pocos y perseguidos dirigentes sindicales han advertido sobre la aceleración de las condiciones de explotación ligadas a que las/os trabajadoras/es de delivery, sin estar vacunados contra los temores, se ven obligados a reforzar sus magros ingresos −aun a costa de poner en peligro su vida− en un contexto en el cual recién ahora los gobiernos tienen el cinismo de reconocerlos como tareas esenciales.

Las plataformas de reparto son una rama de otras corporaciones que han borrado las divisiones entre modalidades de transporte de bienes, mensajes y personas a través de procesos de concentración y explotación de datos y registros sensibles de la movilidad y el tránsito citadino. En esa misma línea, las actividades comerciales (e-commerce) sostenidas por la ubicomp siguen funcionando en pleno aislamiento, apalancadas por plataformas de ventas que impulsan regímenes de perfilamiento de sus vendedores-compradores y por un correo postal que se ha refuncionalizado en una tarea esencial para un capitalismo abocado a la venta (y ya no a la producción). En muchos de estos casos se trata, sobre todo, de la modulación sobre la fragmentación de los tiempos de trabajo en pequeños ritmos que acentúan las condiciones de inseguridad personal de trabajadores cuya modalidad es la entrega ondulatoria de energías. Estas temporalidades fragmentarias emulan a las de los freelancers que, desde hace un tiempo, operan por plataformas específicas desde modalidades home-office (gig economy) donde la confusión entre creatividad y explotación es lábil. Aunque es imposible reseñar aquí la complejidad de estos trabajadores −que son los más invadidos por el discurso sobre la autopercepción como emprendedores− lo singular es que en los múltiples polos y facetas del trabajo digital se evidencia el desdibujamiento de los límites entre tiempo de ocio y de trabajo (con el consecuente quiebre de la ley del valor). El discurso corporativo de las plataformas en su definición como interconexión entre usuarios-productores, funciona para demandar de los trabajadores una sujeción neoliberal que, en último término, es el rostro fugaz del homo œconomicus que, como señalaba Foucault, se convierte en grilla de gubernamentalidad (una modulación temporal, donde la empresa deviene alma, gas al decir de Deleuze). Pero las plataformas no son transparentes y sus algoritmos tampoco, de allí que a esa dinámica de sujeción le siguen criterios de selección, filtrado, seriado, perfilado etc. que generan reterritorializaciones; pequeños ritmos sociales del sometimiento maquínico que pueden bloquear, derivar, anteponer, seleccionar trabajadores a una velocidad incomprensible, haciendo que los mecanismos de la explotación tengan un crecimiento exponencial.

Por último, la pandemia genera otro universo de problemas para las/os jóvenes trabajadoras/es de la economía popular, así como para las/os jubiladas/os. A menudo se los caracteriza por quedar fuera de los procesos de la plataformización, sin embargo, no están exentos de la velocidad y voracidad del control vía el mecanismo de sujeción y sometimiento más perverso: la financiarización y el endeudamiento. En muchos de estos casos, además de las entidades bancarias y las aseguradoras, intervienen las fintech y las plataformas financieras que absorben atribuciones decisorias sobre las capacidades económicas. ¿Qué escenario nos espera cuando las corporaciones financieras puedan calcular y decidir sobre pasibles portadores de riesgo epidemiológico? Pues, en último término, si la alfabetización digital es una condición necesaria, no es suficiente para entrar en procesos de plataformización dado que –para decirlo con términos imprecisos− la inclusión de los excluidos en procesos de computabilidad los necesita como metadatos y no como ciudadanos. De allí también que la idea de ingreso universal haya vuelto en las fórmulas reformistas para contrarrestar –sólo un poco− la obscenidad de la ganancia financiera.

Sin embargo, a pesar de que en el trabajo digital se hagan palpables al extremo los procesos de explotación, como ya señalaban Deleuze y Guattari, al devenir el capitalismo contemporáneo en una axiomática sus vías de valorización no se detienen en las relaciones laborales sino que empiezan a implicar actividades del tiempo libre extrayendo plusvalía maquínica. Por ello, cuando la industria del entretenimiento se monta sobre plataformas de streaming tenemos la impresión de que se realiza un trabajo digital impago y no documentado que une dinámicas crowdsourcing y crowd computing ayudando a valorizar los procesos de Big Data (y quebrando el mito de los data sets no estructurados). Quizás, como quería Deleuze en su semiótica audiovisual, serán estas empresas las que deberán pagarles a sus usuarios. Por lo pronto, en el escenario pandémico, las restricciones en la velocidad y cantidad de transmisiones de datos en América Latina hacen visible la otra cara del problema en infraestructura tecnológica de la ubicomp. Esto es, la concentración de sectores estratégicos de las telecomunicaciones que, regidos por la lógica de la renta extraordinaria con bajas tasas de inversión, acentúan las desigualdades en todos sus niveles[26].

 

VI. Palabras finales: hacia una demonología y una teología de la modulación

Como señala Badiou, frente a intelectuales que están exhibiendo un estado de desesperación por avizorar el fin del capitalismo o su dialéctica bajo formas tecno-totalitarias, quizás el escenario pandémico lleve a pensar nuevas figuras de la política. De hecho, para nosotros, la crisis sanitaria exige empezar a reconstruir algunas críticas que nos ayuden a comprender las transformaciones que son legibles cuando los procesos de computación se han salido de sus goznes. Pensamientos que diseccionen las arquitecturas de los controlatorios que, una vez abandonados los encierros y hacinamientos, quizás cambien para siempre la lógica de los acontecimientos en espacios abiertos.

Una idea similar invadió a Deleuze[27] cuando se sintió compelido a recurrir a la teología de G. Leibniz, gran exponente del racionalismo clásico y santo patrono de la cibernética —como diría N. Wiener—, para figurarse el diagrama y la episteme de las formaciones sociales de control cifradas en una combinatoria finita e ilimitada. Es que el filósofo francés se había maravillado con lo abominable y oscuro de un pensamiento que se expandía sobre el orden policial de las ciudades; un pensamiento que despliega toda la fuerza del Barroco como arquitectura o gestión de los espacios abiertos a través de un juego binario de luces y tinieblas.

Rodeado de brotes irrefrenables de peste bubónica, Leibniz escudriña un entendimiento infinito (distinto a la forma-Hombre de la episteme moderna[28]) que puede calcular todas las combinatorias posibles en series convergentes y divergentes de pliegues infinitos. Una forma-Dios que computa el mejor mundo posible al combinar las singularidades o acontecimientos que configuran puntos de vistas en curvas variables infinitamente. En la interpretación deleuziana de Leibniz, la modulación es ese cálculo de los acontecimientos que configuran realidades preindividuales para mónadas (autómatas espirituales) que adquieren el carácter de ser programadas (sic) entre rangos de acción posibles. De hecho, el filósofo francés entenderá que las mónadas son entidades que se asemejan a las imágenes digitales en tanto no tienen modelo y proceden sólo del cálculo. Al mismo tiempo que sus ejemplos favoritos, inspirado en Virilio, lo configurarán los autos circulando por autopistas en las que se puede manejar indefinidamente libres −sin estar confinados− aunque siempre perfectamente controlados por la probabilidad de aparición en zonas de frecuencia. En el mismo sentido puede pensarse que ese control “ultra-rápido” es legible en la proliferación de los estados de urgencia que proponen a las ciudades como agresión permanente.

Así, el mundo de las mónadas dice Deleuze, antes que a un cuadro o a una película, se parece a tableros de información sobre los cuales se inscriben líneas, números y caracteres cambiantes. En ese mundo computado, el objeto cambia y deviene objetil variable, es decir un punto determinable en la curva de singularidades (datum) y el sujeto deviene superjeto nacido de la adopción del punto de vista que ahora es calculable como aglutinación de las singularidades en una serie infinita. De este modo, las mónadas son puntos en curvas diferenciales que componen (integran) realidades preindividuales o singularidades que posibilitan la individuación momentánea. Cuando Deleuze retraduce esta idea a la lógica del diagrama del control, nos dice que al par masa-individuo de las sociedades disciplinarias lo reemplaza el de realidades dividuales-base de datos; superjeto-objetil ofrecen las figuras de un cálculo finito sobre una serie ilimitada de singularidades o la probabilidad de frecuencia de los acontecimientos sobre poblaciones gestionadas en espacios sin fines ni comienzos delimitados (ya no se trata de la enfermedad sino del riesgo, ya no es cuestión de educar sino de gestionar el aprendizaje, ya no es necesario llegar a destino sino calcular la ruta menos peligrosa, etc.). Es que en Deleuze la modulación de los controlatorios es un híbrido que, si se entiende como la operación de una información que mantiene la energía modulada en estado de metaestabilidad regulada bajo el modelo electrónico de la gestión del devenir –anticipado por G. Simondon−, también se explica por el cálculo diferencial (que Leibniz llamaba algorítmico) sobre las posibilidades de las mónadas −máquinas de pliegues infinitos que reúnen alma y materia−.

Recordemos que las sociedades de control afectan a multiplicidades numerosas (probabilísticas, aunque no necesariamente humanas) en espacios abiertos modulando sus principales acontecimientos (enfermar, amar, formarse, trabajar, temer, imaginar, etc.). Es decir, realizan una gestión del devenir o el establecimiento de rangos de acción posible (que se diferencian de las operaciones de moldeado disciplinario con un inicio y un fin bien definidos). Se tiene la impresión de que la plataformización, soportada por la extensión de la computación ubicua, sostiene estos procesos de modulación de las velocidades como regulación de las operaciones posibles. Al hacerlo gesta ritmos sociales diferentes que transmutan las temporalidades de la enfermedad, del trabajo, de la educación, de la movilidad, y de la comprensión, cambiándolas para siempre. En otros términos, mientras nos sometemos al cálculo de las diferencias entre acontecimientos a tasas de velocidades incomprensibles para el entendimiento finito, el rostro de la forma-Hombre pierde sus contornos en las playas del silicio. Así, con el cálculo algorítmico-diferencial de la teología leibniziana, Deleuze avizora un pensamiento sin imágenes no antropocéntrico que quizás podría construir una crítica interna al cálculo intensivo de datos o la racionalidad analítica y política que hoy se nos escapa pero que muestra su centro ante la crisis pandémica. En todo caso nos da una pista de los meandros por los que aparece una combinatoria ilimitada sobre series finitas (que incluye localizaciones, variables sanitarias, gustos, créditos, temporalidades, fobias, etc.).

En esta definición de los principales acontecimientos de las multiplicidades en espacios abiertos es donde aparecen las muchedumbres computables y donde quizás la naturaleza misma de la micro-política cambia. Así lo anticipa Virilio al ver a las ciudades como computadoras que controlan input y output y al advertir sobre la progresiva miniaturización de los automatismos en las decisiones políticas. De acuerdo al filósofo francés, los estados de urgencia, que Deleuze y Guattari identificaban con la molecularización viral de las pequeñas inseguridades en los controlatorios, son aquellos “donde las comunicaciones telefónicas entre los hombres de Estado habrán cesado en beneficio probable de una interconexión de los sistemas de computadoras, modernas máquinas de calcular la estrategia y, por lo tanto, la política”.[29]

En otros términos, cuando la racionalidad analítica comienza a incluir los acontecimientos, tenemos la sensación de que se gesta una suerte de cómputo de la ambigüedad que, como dice L. Parisi[30], refiere a la introducción de lo no computable como un problema de lo ilimitado dentro de la serie de ceros y unos. De hecho, la autora sostiene algo fundamental para pensar el crowdsourcing y el crowd computing de las plataformas al señalar dos acepciones de algoritmos: por un lado, la que los define como conjunto finito de instrucciones, por otro, la que los concibe como variaciones frente a la imprevisibilidad del enriquecimiento de los datos externos. Es decir, los algoritmos comienzan a incorporar variaciones del orden de lo no computable (singularidades, acontecimientos) a través de dinámicas de machine learning y minado de data sets que les permiten anticipar, perfilar y estructurar patrones. Es la era de la tecnología calma, sin costuras e imperceptible de los medioambientes de datos (shroud computing) donde cada nivel de computación se extiende en otro; no sólo por la compatibilidad sin quiebres sino por la incorporación de lo no computable en sistemas donde, como subrayan Van Dijck y colaboradores, el cálculo y la toma de decisiones está crecientemente externalizada en máquinas.

Ahora bien, si Deleuze recurre a la teología del pensamiento algorítmico leibniziano, curiosamente F. Kittler, también atraído por el pensador de Leipzig, verá nacer una demonología en la multiplicación de las redes de la ubicomp que exhiben la arquitectura de los controlatorios. En sus conversaciones con Virilio, Kittler[31] construye dos preguntas ante el escenario de la acentuación de los controles informacionales que caracterizarían al siglo XXI: ¿cómo harían la cultura y la política para enfrentar la disminución lenta de sus poderes?; y, ¿cómo pensar una realidad social construida a través de relaciones intensas pero inadvertidas entre programas, hardware y seres humanos? Para el filósofo alemán la vieja época en la que cada uno hacía lo que quería con sus computadoras se ha acabado. Los hackers ya no encontrarán trabajo en las décadas por venir y las muchedumbres de analfabetos digitales (y computables) se multiplicarán por “razones de seguridad”. La nueva centuria demostrará que la regularidad de las prácticas surgirá ya no de las vetustas normas y leyes, sino de la estandarización maquínica que implica un control progresivo sobre los procesos sociales y culturales dispuestos para evitar las bombas informacionales (como las caídas de las bolsas). En estas nuevas arquitecturas de luces (visibilidad) que configuran las plataformas, cuanto más en redes están más estrictos controles tienen; pues internet ha dejado de ser un espacio de libertad al caer en el control del gran capital y la computabilidad se distribuye tan rápido que debe disfrazarse −tal es el designio de la idea de Smart detrás de cada gadget con promesas de evitar la propagación de COVID-19−. Así, junto con los mecanismos de control, para Kittler nace el problema de las burocracias informacionales conformadas para desbaratar la liberalización de la información, mientras que los programadores devendrán cada vez más esclavos programables de los empresarios (sometimiento maquínico).

Para el filósofo alemán si la aritmética leibniziana está en el corazón de los procesos de cálculo, el álgebra booleana lo está en los de decisión que están presentes permanentemente aunque ausentes de las formas del pensamiento político. Nada demuestra esto de mejor manera que el ecosistema que el propio Kittler imagina en sociedades con cientos de programas a nuestro alrededor pero absolutamente desconocidos pues corren en el background. Estos son los llamados daemons (disk and execution monitor) que huyen de la GUI pero procesan de continuo los datos del usuario. En ese sentido McKelvey[32] ha indagado los demonios de internet como una agencia distributiva que gestiona las infraestructuras controlando las condiciones y velocidades del almacenamiento, procesamiento y transmisión de paquetes de datos. Haciendo esto los demonios cambian las temporalidades y las relaciones entre redes para crear un sistema completo de metaestabilidad u optimización que influye en las condiciones totales de la comunicación. O, en otros términos, toman micro-decisiones en una modulación o gestión política de las comunicaciones en tiempo real que pasa por la inspección de paquetes de datos compartidos, el enrutamiento y la dinámica de control de flujos de procesos en cola, etc.

Pero las legiones no son uniformes y los demonios que animan a las plataformas al permitirles alimentarse de datos a través de algoritmos y protocolos son las llamadas API. Con ellas las plataformas ofrecen a terceras partes accesos y conectividad controlados a sus datos, dándoles una comprensión detallada de la métrica de las realidades dividuales, mientras que les permiten filtrar contenidos y datos y estructurar modelos probabilísticos de las singularidades. Una de las más comunes son los servicios de mapas que servirán para integrar datos sanitarios a la movilidad, pero también son frecuentes las API de localización vía bluetooth. De hecho Google y Apple ya trabajan en conjunto con agencias gubernamentales de salud pública habilitando API que rastrean los contactos y la posibilidad de contagio. Hace tiempo que los encuentros son computados, pero ahora las micro-decisiones concluirán por atravesar esas relaciones con el cómputo de riesgo.

Pero debemos escapar a las trampas de las religiones y los cultos: el dios que calcula o los diablos que deciden no pueden salvarnos del peligroso escenario pandémico o de los desastres que el hambre y el Antropoceno desencadenan. Al contrario, los intentos detrás de esta demonología y de esta teología expresan conatos de pensamientos que buscan alternativas para problematizar el diagrama de fuerzas y la arquitectura de los controlatorios donde el cálculo y las decisiones ultra-rápidas sobre los principales acontecimientos de grandes multiplicidades en espacios abiertos serán moneda corriente.

Necesitamos hacer el esfuerzo de ingresar esas entidades que parecen quedar por fuera de lo pensable en la teoría social para que la crítica pueda recorrer terrenos que son esquivos, pues quizás denunciar la asimetría de información entre usuarios y plataformas o apelar a una democratización de la gestión de datos en base a las figuras de conciencia colectiva (o sujeción) no alcanzan. De hecho, como vimos, las corporaciones de plataformas están muy cómodas con estos procesos y los alientan, sometidos como estamos a estrategias meramente defensivas. Asimismo, definir las plataformas como modelos de negocios o nuevas formas del trabajo, independientemente de la posibilidad de destacar aberrantes explotaciones, no parece sino normalizar una situación que pide una nueva forma de pensamiento que pueda decir algo sobre las fugas del sistema donde, en último término, fulguran quizás las libertades que nos faltan ante la doble pinza del saber-poder contemporáneo.

Así, carecemos de formas de pensamiento que puedan advertir los procesos de devenir que ya están en marcha en fenómenos como la aplicación de computación distribuida y cooperativa (crowd computing) para encontrar nuevas drogas (Folding@Home); en experimentos crowdsourcing (Coronathon) que comparten modelos 3D para impresión sanitaria, o en las experiencias colaborativas (HackCovid2019) que buscan implementar soluciones a los problemas sociales surgidos en los ribetes que la crisis pandémica adquiere en Latinoamérica. Son sólo unos pocos ejemplos que se suman a los esfuerzos de los investigadores (open science), de trabajadores de la salud y a los docentes cuando apelan, en infraestructuras públicas devastadas, a estrategias que retraducen el control de las plataformas para hacer algo diferente con ello. En todos ellos quizás antes que muchedumbres computables, hay procesos de subjetivación maquínica o multitudes. Obviamente, necesitaremos estudios cuidadosos en cada caso que sigan las líneas de fuga en una axiomática que quiere contenerlo todo. Quizás, no se tratará sólo de una nueva ilustración cosmopolita la que entregará la solución ética en el escenario post pandemia como algunos autores han subrayado, sino de nuevos enciclopedismos que, como repetía Simondon, puedan ampliar los límites de la Cultura.

  

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Notas

[1] Cfr. Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, Mil Mesetas, ed. cit.
[2] Cfr. Rossi, Luis S. “Agenciamientos en las sociedades de control”, ed. cit.
[3] Cfr. Deleuze, Gilles Conversaciones, ed. cit.
[4] Evidentemente existe una jerarquía entre plataformas. Las llamadas Big Five (Google, Facebook, Amazon , Apple y Microsoft ) dominan el mercado de servicios infraestructurales y controlan el almacenamiento, procesamiento y la transmisión de datos. Las/os desarrolladoras/es de aplicaciones y plataformas intermedias dependen de sus servicios. Una dinámica similar se da con las corporaciones tecnológicas y plataformas digitales chinas como Alibaba, Baidu, Tencent, QQ, WeChat´s, Wanda, China Telecom, Huawei, Didi Chuxing.
[5] Rossi, Luis. “Perspectivas sobre la computación ubicua”, ed. cit.
[6] Cfr. Rodríguez, Pablo E. Las palabras en las cosas, ed. cit.
[7] Van Dijck, José, Poell, Thomas y De Waal, Martijn The platform society, ed. cit pp. 20 y ss.
[8] Srnicek, Nick. Platform capitalism, ed. cit.
[9] Cfr. Berardi Franco. “Crónica de la psicodeflación”, ed. cit.
[10] Cfr. Van Dijck, José, Poell, Thomas y De Waal, Martijn, op. cit.
[11] Cfr. Adams, Samantha, Purtova, Nadezhda y Leenes, Ronald. Under observation, ed.cit.
[12] Cfr. Butler, Judith. “Capitalism Has its Limits”, ed. cit.
[13] Cfr. Esposito, Roberto. “Curati a oltranza”, ed.cit.
[14] Cfr. Deleuze, Gilles . El poder, ed. cit.
[15] Cfr. Deleuze, Gilles Conversaciones, ed. cit., p. 285.
[16] Cfr. Han, Byung-Chul. “La emergencia viral y el mundo de mañana.”, op. cit.
[17] Moltke H. “Entrevista a Edward Snowden”, ed. cit.
[18] Cfr. Deleuze, Gilles Conversaciones, ed. cit.
[19] Cfr. Deleuze, Gilles Conversaciones, ed. cit., p. 284.
[20] Cfr. Depoux, Anneliese, et al. “The pandemic of social media panic travels faster than the COVID-19 outbreak.”, ed. cit.
[21] Cfr. Žižek , Slavoj. “Coronavirus is ‘Kill Bill’-esque blow to capitalism and could lead to reinvention of communism”,
[22] Cfr. Badiou, Alain “Sur la situation épidémique”, ed. cit.
[23] Cfr. Serie de artículos: Agamben , Giorgio. “L’invenzione di un’epidemia”; “Riflessioni sulla peste”; “Contagio”; ;Chiarimenti”; “Distanziamento sociale” ed. cit.
[24] Deleuze, Gilles. “Appareils d’État et machines de guerre”, ed. cit.
[25] Preciado, Paul. “Aprendiendo del virus”, ed. cit.
[26] Cfr. CEPAL “América Latina y el Caribe ante la pandemia del COVID-19.”, ed. cit.
[27] Cfr. Deleuze, Gilles. El pliegue: Leibniz y el Barroco., ed. cit.; y Deleuze, Gilles. “Sur Leibniz.” , ed. cit.
[28] Cfr. Deleuze, Gilles. .Foucault, ed. cit p. 159 y ss.
[29] Cfr. Virilio, Paul. Velocidad y política, ed. cit. p. 127
[30] Cfr. Parisi, Luciana. Contagious architecture, ed. cit..
[31] Virilio, Paul, Friedrich Kittler, “The information bomb a conversation.”, ed. cit.
[32][32] Cfr. McKelvey, Fenwick . Internet daemons, ed. cit.