Revista de filosofía

Tres límites del acontecimiento: la diferencia ontológica de Meillasoux

3.55K

(FOTO DE PORTADA: QUENTIN MEILLASOUX)

 

Resumen

El presente escrito expone una hipótesis a partir de la obra Après la finitude, de Quentin Meillasoux, dividida en dos partes. La primera parte expone el argumento de las tres “figuras” de la obra. La segunda parte desarrolla una hipótesis para asociar a Meillasoux con las filosofías del acontecimiento.

Palabras clave: Meillasoux, acontecimiento, Deleuze, figura, Après la finitude, filosofía.

 

Abstract

This paper exposes a Hypothesis about the Quentin Meillasoux´s work Après la finitude. It is divided in two parts. The first part exposes the three figures of the book. The second part develops a hypothesis to associate Meillasoux and event philosophies.

Keywords: Meillasoux, event, Deleuze, figure, Après la finitude, philosophy.

 

Meillasoux y las filosofías del acontecimiento

Graham Harman, uno de los estandartes de los nuevos argumentos ontológicos, señala bien que la etiqueta filosófica compartida “realismo especulativo” es una colección de argumentos dispares con objetivos y derivas de distinta suerte. La etiqueta sólo es vinculante por un reto común: acabar con el punto de partida trascendental heredado de Kant, salir de la celda transparente que hace de todo comienzo filosófico una distribución obligatoria de la relación sujeto-objeto. Meillasoux incorporó esta noción exitosamente al vocabulario filosófico con el término “correlación” avisando que todo el siglo XX ha partido filosóficamente de la correlación. Sobre la singularidad de Meillasoux, Harman también señala: “Entre los fundadores del realismo especulativo, sólo Meillasoux muestra una total hostilidad contra el correlacionismo. Pero a pesar de su crítica a esta posición, su objetivo no es abolirla, sino radicalizarla desde adentro, buscando una forma de conocimiento absoluta”.[1] Efectivamente, hay que fiarse de la afirmación de Harman: la fuerza singular del argumento de Meillasoux consiste en extraer el poder de la correlación más allá de la correlación.[2] Aquí se intentará esbozar un valor posible de esta propuesta para la filosofía actual.

El presente escrito quiere ser el primer paso de una tentativa de hipótesis, a saber: se partirá de la principal obra de Meillasoux hasta el momento, Après la finitude (2006), y tratará de exponer cómo la radicalización de la correlación hasta el absoluto ejercida por Meillasoux implica ciertos rasgos esenciales para las filosofías del acontecimiento. La perspectiva a probar será que esta absolutización implica unas características límite (y naturales) para todo argumento de lo que sea un acontecimiento, esto es, máximas internas en cualquier perspectiva acontecimental sobre la realidad. Esta propuesta de interpretación sobre la obra Après la finitude se llamará, de aquí en adelante, hipótesis acontecimental. El dominio referido por “filosofías del acontecimiento” no puede ser desarrollado en este escrito; por eso, en principio, tendrá una referencia netamente extensional. Refiere a las tres grandes búsquedas teóricas del acontecimiento que la filosofía continental ha realizado a lo largo del siglo XX; tres filósofos, Heidegger, Deleuze y Badiou. No se niega que estas tres definiciones de acontecimiento sean heterogéneas. Lo son. Sea lo que sea matizado sobre un acontecimiento en cada caso, dentro de la filosofía continental del siglo XX son las obras de carácter ontológico que con mayor envergadura han teorizado la realidad a partir de esta noción.[3] Con estas acotaciones ya puede convenirse el vocabulario del pequeño programa a desarrollar: A partir del acceso al absoluto en la correlación (sujeto-objeto), la hipótesis acontecimental debe probar que Meillasoux es el límite natural de las filosofías del acontecimiento, (Badiou, Deleuze, Heidegger).

 

Acerca del movimiento interpretativo: el límite “Meillasoux” como principio

En principio, la hipótesis señalada aquí se prevé polémica y/o deficiente, al menos considerada en estrictos términos de andamiaje argumental. Esta crítica anticipada entiende que la hipótesis acontecimental tratará de afirmar que el utillaje de teorías desprendidos de autores más o menos dispares y más o menos confrontados como son Heidegger, Deleuze y Badiou tendrían, hasta Meillasoux, un objetivo común en el reparto de la realidad. Igualmente, entender dicha hipótesis como historia de la filosofía contemporánea sería un ejercicio aséptico, se trataría de algo así como un catálogo neutral de ontologías de la finitud u otro rotulo por el estilo. Sin embargo, lo que se propone aquí es distinto tanto de la opción “polémica” como de la opción “aséptica”, se trata más bien de la posibilidad de confeccionar un recorrido inverso. Explicar esto será, a una, trazar la línea a seguir del escrito.

El camino de la hipótesis acontecimental funciona en retroceso. Si tal hipótesis es exitosa entonces el materialismo especulativo de Meillasoux señalará el primer estrato “natural” de cualquier filosofía del acontecimiento. Por decirlo de forma más ligera -y arriesgada-, se trata de mostrar, al menos desde unos primeros elementos, que la obra Après la finitude es la génesis de las grandes búsquedas teóricas del acontecimiento del siglo XX. Utilizando una explicación heideggeriana, el ejercicio ante las filosofías del acontecimiento consiste en convertir la argumentación de Meillasoux en su límite. “Límite, pero, según el antiguo sentido griego, el limite tiene de parte a parte el carácter de concentrar, no el de discriminar. Límite es aquello a partir de lo cual, y en lo cual algo se inicia, brota como lo que es”.[4] El reto técnico de dicha hipótesis consiste en dos movimientos. Primero, hay que recuperar el aparato conceptual “absoluto” que Meillasoux extrae a partir de la correlación más allá de la correlación para después, en un segundo movimiento, ver que esta conceptualización está necesariamente injertada en el armazón de cualquier estructura que deba ser asumida como filosofía acontecimental. Sin duda se propone un camino de vuelta; de la ruptura correlacional de nuevo a algunas perspectivas correlacionales, pero no por el hecho de volver y corregir sino, no se olvide, como búsqueda limite -génesis- de lo acontecimental. Para este objetivo, más que partir de las ya populares conclusiones del libro de Meillasoux, Après la finitude, hay que fijarse en su método argumental. Puede quedar inadvertido, pero, según Meillasoux, su método de trabajo se basa en derivaciones y figuras: Una derivación es la captura de un enunciado absoluto al interior del correlacionismo fuerte. Por su parte, una figura es el concepto que engloba las condiciones de cada derivacion.[5] Es necesario entonces observar las “derivaciones” que Meillasoux lleva a cabo desde el corazón de la correlación hacia “figuras” de lo absoluto -primer movimiento-, para después injertarlas como límites para una ontología acontecimental -segundo movimiento-.

Primer movimiento argumental: las dos primeras derivaciones-figuras de Meillasoux 

Es el momento de comenzar con el primer movimiento. En Après la finitude se ofrecen tres derivaciones con sus respectivas figuras. Además, justo al final de la obra se distribuyen esas tres derivaciones-figuras postulando una estructura óntico-ontológica.[6] Las dos primeras figuras son ónticas y se unen para formar de inicio el Principio de factualidad, la tercera figura será ontológica. Primero que todo es necesario observar el proceso de derivación de las dos figuras de lo óntico.

Meillasoux, en lo que llama “correlacionismo fuerte”, encuentras dos características básicas que se aplican a cualquier noción óntica de identidad:[7] (crr1) El primado del correlato, que indica que la identidad de cualquier cosa o experiencia funciona por (y para) el sujeto, o para la objetividad lograda por el pensamiento. (crr2) La facticidad, que advierte que toda identidad de las cosas y de lo experimentado en general pertenece a un momento finito “ostensible”, a un “aquí” y un “ahora” concretos. Ambas características aunadas señalan que todo lo existente posee una identidad descriptiva para-nosotros, pero no fundacional en-sí. El correlacionismo fuerte ha sido utilizado a lo largo del siglo XX como formula ontológica anti-dogmática al interior de la filosofía atacando los dos caminos extremos por los que se postula una verdad absoluta: El primado del correlato (crr1) evita el realismo ingenuo. La facticidad (crr2) elimina la tentación de cualquier atisbo de Idealismo especulativo.[8] La combinación de ambas características hace de cualquier invariante del mundo como las leyes lógicas, las leyes físicas, la evidencia auto-consciente o la causalidad una postulación de hecho y no una evidencia apodíctica absoluta (en-sí). Al sumar el primado del correlato (crr1) y la facticidad (crr2) se anula la posibilidad de encontrar una realidad normativa fundamental o cualquier especie de significación vinculada a una identidad absoluta. Por decirlo con pocas palabras, en la mezcla del primado del correlato y la facticidad (crr1+crr2) se prohíbe señalar tanto un acceso trascendental único del pensamiento como un conjunto inicial de identidades, objetos, esencias o verdades primeras. Se evita así la ilusión metafísica de encontrar una colección de elementos absolutos de la que postular unos raíles tendidos al infinito del orden de lo real. 

El correlacionsimo, mediante estas dos características, cancela para el ser humano un acceso privilegiado al en-sí de la realidad, señala una imposibilidad de conocer un fundamento absoluto y, por ende, “supera” las preguntas metafísicas mediante su cancelación por ignorancia. Así las cosas, la propia realidad queda infundada, sostenida en un Principio de irrazón (ausencia de razón). La precisa argumentación de Meillasoux consiste, a partir de aquí, en extraer las propiedades de lo óntico necesarias suministradas por este Principio de irrazón inherente al correlacionismo fuerte. Este será el poder de la correlación más allá de la correlación afirmado de la mano de Harman más arriba, denominado a partir de ahora por su nombre: Principio de factualidad, ya no propio de la correlación misma sino en tanto propiedad absoluta de lo real.[9] Es necesario mostrar esta trasformación del principio de irrazón (correlacional) a la factualidad (absoluta-no correlacional).

El objetivo del Principio de factualidad es establecer un acceso puro a la realidad en-sí independientemente de la correlación. Esta búsqueda no es gratuita. El objetivo es acceder a un absoluto sin derivar a la vez un principio “superior” de ordenamiento primero -metafísico- de la realidad, como ocurre tras el realismo ingenuo o el idealismo especulativo. Para ello extrae las dos “figuras” esenciales e inherentes al propio Principio de factualidad: (FA1) La naturaleza “óntica” del principio de no contradicción; y (FA2): La necesidad de un “hay” a partir de la destructibilidad de toda cosa. Una explicación abreviada del ejercicio que constituye la aparición del Principio de factualidad es mediante la tensa economía que se establece entre Identidad y no contradicción: Por un lado, el Principio de Irrazón (crr1+crr2) muestra una devaluación ontológica de la identidad mediante el primado del correlato y la facticidad, del otro, el Principio de factualidad (FA1+FA2) radicaliza el valor óntico del principio de no contradicción. Este paralelismo no es casual, las dos características correlacionales del Principio de irrazón (crr1 primado del correlato y crr2 facticidad) son extraídas más allá de la correlación en sus dos pares del Principio de factualidad (FA1 naturaleza óntica de la no contradicción y FA2 necesidad de un “hay”). A continuación, se mostrará el proceso de derivación de ambas figuras.

El tránsito de la característica (crr1) desde la irrazón a la figura (FA1) en la factualidad ocurre de la siguiente manera: el principio de no contradicción se revela verdad absoluta, esto significa que no es una propiedad de orden gnoseológico humano, sino que es una propiedad de la realidad de toda cosa. ¿Cómo postular esto? Precisamente porque se invalida la posibilidad de existencia de la identidad suprema de un ente contradictorio. La existencia de un ente contradictorio englobaría a la vez el ser/no-ser, siempre estaría siendo absolutamente necesario… y no siendo. Podría decirse todo de él a cambio de disolverlo e indiferenciarlo en el todo. Englobaría todo cambio y diferencia en una identidad absoluta, cualquier proposición sobre cualquier cosa (y su contraria) sería automáticamente atribuida a este ser, lo que refleja una imposibilidad absoluta de existencia.[10] De esta manera la devaluación de la identidad “suprema” mediante la correlación (crr1) se convierte en la necesidad absoluta de la no contradicción (FA1), todo lo que es, es algo determinado.

QUENTIN MEILLASOUX

La segunda figura del Principio de factualidad es (FA2) la necesidad de un “hay”. En este caso también justifica su aparición absoluta, derivada de su par, la característica (crr2) del Principio de irrazón, la facticidad. Mientras que en la irrazón la facticidad (crr2) era usada para señalar el borde falible de la racionalidad humana por su finitud, en el Principio de factualidad se argumenta la necesidad de un “hay” (FA2) de la existencia derivado de la temporalidad de la siguiente manera: el principio de no contradicción indica que es preciso que todo algo sea algo determinado de determinada manera; y, debe añadirse, en un lugar y momento precisos (el aquí y el ahora finito de la facticidad correlacional). El devenir hará que luego sea algo distinto o ya no sea más. De tal forma que al principio de no contradicción se añade un saber positivo del poder-ser-otro/poder-no-ser de toda cosa. A partir de ahí, en contrapunto, postular que quizá nada tiene razón de ser, que existe la posibilidad de una nada suprema que esté a punto de acontecer mañana, en cuatro milenios o nunca, implica reconocer que no hay necesidad de un algo especifico -algún hecho- ni tampoco de la nada misma como hecho. Lo que se reconoce entonces es, por principio, que la subsistencia o destrucción de todos los entes no son necesarios en sí mismos, están supeditados a la existencia necesaria de lo ente siempre contingente.[11] Que siempre todo pueda ser destruido (crr2) implica que en el posible trance hacía no ser más, siempre habrá algo necesariamente contingente (FA2).

La absolutización de las dos figuras del Principio de factualidad significa que estas figuras son propiedades en-sí de la realidad. Así, pues, el principio “factual” de la realidad queda basado en (FA1) el principio de no contradicción “ontificado” y (FA2) la necesidad del “hay” de todo lo contingente. Lo que era una frontera de ignorancia correlacional (Principio de irrazón) se transforma en un principio absoluto de factualidad. La postulación de este principio implica una severa proposición de carácter ontológico derivado de las dos figuras extraídas: No hay nada necesario absolutamente, salvo la no contradicción (FA1) de lo que hay contingentemente (FA2).

 

Tercera y última figura: la Intotalidad 

Como se ha dicho más arriba las dos primeras figuras contenidas en el Principio de factualidad son ónticas, muestran la propiedad de lo real mientras que la tercera y última derivación-figura posee un carácter ontológico porque, siguiendo al propio Meillasoux, trata de la “estructura misma de lo posible”.[12] Esta figura ontológica se llama Intotalidad (FA3). Para introducir esta tercera figura conviene tener muy presente el reto de la obra Après la finitude.[13] Brevemente, el problema al que atiende ataca a la vez dos cuestiones parejas: ¿Puede justificarse algo absoluto, necesario que escape de la relación sujeto-objeto?, y ¿cómo acceder a un absoluto en-sí no metafísico?; esto es, sin postular con ello la creencia en un orden total del universo; debe entenderse, sin abrirle la puerta a un legislador de orden primero: Dios.[14] Las dos figuras deducidas del Principio de factualidad pretenden ser un acceso al dominio óntico absoluto sin derivar una forma última -metafísica- de universo cerrado y regulado por una razón necesaria. Ni la naturaleza “óntica” del principio de no contradicción (FA1), ni la necesidad de un “hay” a partir de la contingencia de toda cosa (FA2), acarrean un principio de razón suficiente, ni la necesidad real de un ente en concreto.

Sólo resiste como absoluto necesario el mero aparecer contingente de lo que hay. Sin embargo, aparece una cuestión vivencial importante que surge ante la propuesta del Principio de factualidad. (FA1+FA2) Si las cosas no tienen más razón de ser que lo que son en cada momento, ¿por qué el sentido común y la ciencia natural (física) parecen confirmar una estabilidad monumental -necesaria- de las leyes de la naturaleza? La respuesta a esto implica para Meillasoux extraer una tercera y última figura, la Intotalidad o transfinito intotalizable (FA3). Esta tercera figura, recuérdese, no es óntica como la dos anteriores; es ontológica, pues no responde a una propiedad de lo que hay, sino a la estructura de lo posible. El problema para extraer la tercera figura a partir del Principio de factualidad consiste en confrontar la manifiesta estabilidad de las leyes de la naturaleza tras afirmar la contingencia óntica de lo existente conquistada mediante las dos primeras figuras del Principio de factualidad -No hay nada necesario, salvo la no contradicción (FA1) de lo que hay contingentemente (FA2)-.

Confrontar la manifiesta estabilidad causal de las “leyes de la naturaleza” a partir de la contingencia de lo existente (FA1+FA2) es una especie de vuelta de tuerca a la denuncia de Hume. Consiste en advertir del “salto” metafísico entre realidad y pensamiento. Este salto engrana dos fases argumentales de la siguiente manera: 1) la realidad muestra una estabilidad causal, un “orden regular” a través de la experiencia que fundamenta el conocimiento científico; 2) el pensamiento “salta” metafísicamente, se pregunta por la razón suficiente de tal estabilidad, por aquello que produce y sostiene el orden aparentemente eterno de la causalidad en la naturaleza. El Principio de Irrazón correlacional (crr1+crr2) prohíbe este salto, lo disuelve mediante su gesto de ignorancia escéptica elucidado más arriba (lo que impide tanto la ilusión idealista como el realismo ingenuo). Meillasoux no disuelve el problema en escepticismo, ataca el salto metafísico entre pensamiento y realidad para mostrar cómo la contingencia de lo ente conquistada por las dos figuras anteriores del Principio de factualidad (FA1+FA2) es absoluta, propia de la realidad en sí. El caso es, ¿cómo postular la manifiesta estabilidad de las leyes físicas sin extraer ninguna necesidad fundante o razón suficiente de su estabilidad?

Para superar esta pregunta el argumento se forma por confrontación a la postura que Kant tiene al respecto. En este caso Kant funciona como soporte del argumento que también defendería un sentido común sofisticado. La tesis correlacional (trascendental) de Kant marca la necesidad de postular la estabilidad causal de las leyes de la naturaleza más allá de lo cognoscible, ya que, si verdaderamente no hubiera una necesidad de la causalidad (y con ello de la monumental estabilidad de las leyes de la naturaleza), habría una variación azarosa de tal calibre que la irregularidad en la entrega de lo real impediría el conocimiento. Se colige entonces que no hay contingencia porque no se aprecia un cambio frecuente. Es un razonamiento probabilístico que, por añadidura, postula una regularidad en el universo al cobijo de un orden oculto y por siempre incognoscible (de tal forma que regularidad natural=suposición de orden universal=necesidad de razón de ese orden). Nótese que, en contra de lo que parece, el razonamiento probabilístico es de carácter plenamente empírico; es la pura empiria la que entrega la necesidad del orden en la realidad por estadística, una estadística que incluye la regularidad hasta donde alcanza el reconteo humano. La probabilidad empírica convierte de forma casi imperceptible la causalidad de la ciencia en una uniformidad absoluta “saltando” de la estadística empírica a una razón necesaria, metafísica. Esta inferencia del razonamiento empírico-probabilístico al metafísico consiste en convertir la regularidad estadística en la forma del todo de lo posible, esto es, convertirlo en un conjunto, una totalidad numérica de posibles a priori (aunque esta totalidad fuera infinita se ofrece como posibilidad positiva de cálculo de probabilidad de lo posible que funge de patrón regular). Dicho con precisión; de la manifiesta estabilidad de las leyes se salta a la necesidad de las leyes que establecen el conjunto de lo posible. En forma precisa, la belleza y fuerza del trabajo de Meillasoux consiste en un ejercicio racionalista frente al empirismo “probabilístico” del sentido común. Como se explicará a continuación su estrategia reconoce la evidente estabilidad de las leyes físicas, pero para derivar la no necesidad última (metafísica) de éstas, en lo que será la tercera figura,la Intotalidad (FA3).

Al presuponer, de la mano de Kant y el sentido común -mediante la experiencia-, la regularidad necesaria del orden existente, se apela subterráneamente a que lo posible en el universo se engloba en una totalidad de casos. Así, el argumento consiste en postular una idea de conjunto, el conjunto de lo posible, lo legítimo de pensar como un todo. Es decir, al postular ontológicamente la regularidad necesaria del orden existente lo que se obtiene es la idea del universo como un conjunto de posibles. Se aplica la lógica matemática de conjuntos generando el “conjunto” de lo posible. Ante esta perspectiva, Meillasoux opondrá otra axiomática de lógica de conjuntos, la axiomática estándar (teoría de Zermelo-Fraenkel). Esta teoría, elaborada a partir de los trabajos de Cantor, indica que los reagrupamientos de un conjunto cualquiera por pura necesidad lógica implican su rebasamiento cuantitativo; esto es, que un conjunto cualquiera siempre poseerá menos extensión que el conjunto de sus reagrupamientos, y no sólo eso.[15] Por definición, a partir de esta propiedad de los conjuntos, se prohíbe “el conjunto de todos los conjuntos”, pues los reagrupamientos a su vez pueden crecer ad infinitum. Que no hay un todo de todos los conjuntos que comprender, es lógicamente inconcebible si se acepta el teorema de Cantor. Simplemente el “todo”, el conjunto cerrado de lo posible, es una noción ontológicamente inexistente. A esto lo llamará Meillasoux “Intotabilidad” (FA3), efecto de aplicar el transfinito de la teoría de conjuntos a la estructura total de lo posible. Lo que se logra con ello es una sutileza que modifica el argumento sobre la totalidad. Obsérvese con detenimiento: al postular un orden absoluto y necesario a partir de la estabilidad manifiesta de las leyes de la naturaleza, se formaliza el universo como un todo cerrado, se describe un conjunto de lo posible. Sin embargo, cuanto menos, hay otra axiomática conjuntista -la de la intotabilidad transfinita-(FA3) que posibilita una formalización de la realidad siempre en expansión sin posibilidad de clausura en un conjunto total a priori y, con ello, no requiere pensar una razón reguladora de la estabilidad del todo, porque no hay todo.

Así las cosas, aparecen dos perspectivas sobre la realidad como conjunto enfrentadas. Opción uno: existe una “visión” del universo como totalidad cerrada que, con Kant y el sentido común habitual, manifiesta a partir de la estabilidad aparente la necesidad de que la realidad consista en un conjunto de elementos a priori. De esta forma se postula metafísicamente la necesidad de un orden primero del universo y se deja en tinieblas la razón de ser de ese orden. Con ello se abre la puerta a una razón de ser absoluta incognoscible. Opción dos: del otro lado, con Meillasoux, la estabilidad manifiesta de las leyes de la naturaleza se encuadra en el fruto de una proliferación indefinida que no permite ontológicamente ser totalizada en un conjunto primero. No hay una “colección” cerrada, total u originaria de lo posible. Bajo esta perspectiva, la estabilidad manifiesta de las leyes es efecto de ciertas axiomáticas, pero nunca jamás del conjunto absoluto de axiomáticas existentes y quizá por venir, básicamente porque tal conjunto no existe, es una proliferación inagotable. Desde esta segunda perspectiva, no hace falta preguntarse por la necesidad última de las leyes de la naturaleza, básicamente, porque una necesidad última presupone la axiomática de un conjunto total de los conjuntos, y un conjunto total es ontológicamente imposible desde la propia axiomatización intotalizable (FA3).

El ejercicio de Meillasoux ni siquiera pretende postular una posibilidad de cambio en la estabilidad actual del universo; más bien trata de denunciar el seguimiento del nudo secuencial metafísico entre pensamiento y realidad ya elucidado.[16] Frente a esto, el argumento de Meillasoux es tan sencillo como elegante a partir de la axiomática intotalizable una perspectiva sobre la realidad “totalizada” es un efecto de la contabilización empírica (un conjunto de causas elegido) pero no la forma estructural de la realidad. La axiomática Zermelo-Fraenkel se convierte en otra derivación conjuntista posible sobre la realidad; se muestra como una descripción de lo posible sin necesidad de establecer un conjunto inmutable y eterno y, con ello, más importante, independiente de la razón de ser de la totalidad de la realidad.[17] Así las cosas, si la estructura de lo posible (ontológica) es intotalizable (FA3) queda abierta al cambio sin razón, no cerrada en un conjunto inmutable y eterno. Las leyes de la naturaleza son así, pero no hay ninguna razón ontológica para que no puedan cambiar y devenir otra configuración real. La estabilidad manifiesta es una actualidad del universo, pero no una razón última. Entonces puede defenderse que la suma propiedad de lo existente (óntica) se corresponde con las dos figuras extraídas del Principio de factualidad: no hay nada necesario absolutamente, salvo la no contradicción necesaria (FA1) de lo que hay contingentemente (FA2).

 

Segundo movimiento argumental: las figuras de Meillasoux y “su” diferencia ontológica

Para dar cabida a la “hipótesis acontecimental” era necesario establecer, en un primer movimiento, una acotación funcional de las tres figuras de la factualidad, a saber: una descripción de las dos propiedades de lo ente: Naturaleza óntica del principio de no contradicción (FA1) + necesidad de un “hay” siempre contingente a partir de la no-necesidad de toda cosa (FA2). Y una tercera figura, la estructura ontológica de lo posible, la intotalidad transfinita (FA3), esto es, la imposibilidad de cerrar el orden de la realidad en un conjunto acotado de lo posible, abierta a una mutación de la estructura de lo real. Más allá de la espectacularidad de lo que afirma el desarrollo de Après la finitude son estas tres figuras las que engranan la arquitectura ontológica que pretende Meillasoux. La descripción absoluta de carácter óntico, ser algo determinado (FA1) y contingente (FA2) es la propiedad mínima y suficiente que comparte todo lo ente. Del otro lado, (FA3) la intotalidad transfinita es una proposición ontológica propia de la estructura misma de lo posible. El ser es en sí mismo intotalizable. Ahora bien, ¿Qué tiene que ver esto con las filosofías del acontecimiento, y con la mentada hipótesis acontecimental? Este es el segundo movimiento argumental del presente escrito, será sólo esbozado incipientemente. El reto consiste en partir de la economía óntico-ontológica de Meillasoux y extraer a su vez otras repercusiones insertas en ella. Si bien quizá no puedan derivarse nuevas figuras tras el esquema óntico-ontológico establecido, pueden postularse cuanto menos una serie de implicaciones a partir de dicho esquema que funcionaran como límite argumental para las filosofías del acontecimiento.

 

Primera implicación respecto del ámbito ontológico: un efecto excesivo

La Intotalidad (FA3) cancela la posibilidad de un conjunto total. Este argumento de lo posible intotalizable aparece por confrontación a la causalidad estable con la que se manifiesta la naturaleza. Sucede que en metafísica la causalidad no es una propiedad más de lo real, se alza como la categoría universal de lo ente. [18] No es una mera constatación de que cada cosa tiene su causa, se maximiza, añade por tanto que el todo debe tener una causa primera. De esta forma la causalidad se transforma en el principio de razón suficiente (ontológico-metafísico), y la estabilidad natural queda como el efecto fenoménico. A partir de la Intotalidad (FA3), lo primero que se logra es eliminar racionalmente la búsqueda de una razón suficiente. No hay un todo, y con ello lo que se quiere destacar aquí: tampoco hay un comienzo fundamental. Siguiendo esta línea la configuración actual del universo (así sea esta actualidad eterna) alcanza a definirse como efecto proveniente de otros efectos, sin origen fundante ni destino de conjunto total y acabado de lo posible. A partir de la derivación-figura del transfinito (FA3) en términos especulativos (como intuición intelectual) debe postularse que toda primera causa de lo posible postulada no alcanzará nunca como razón suficiente de la realidad, será siempre un efecto contingente, incluso si ese efecto fuera una generación ex-nihilo, ni lo generado ni la nada de la que provendría sería razón suficiente, sólo otro efecto del “hay” contingente. Si no hay conjunto de lo posible, no hay origen fundamental; por tanto, la razón suficiente queda terriblemente modificada por la intotatilidad (FA3), meramente alcanza como una proliferación de efectos sobre efectos siempre en excedencia. 

La metafísica y la filosofía trascendental coinciden en convertir todo conocimiento verdadero en un efecto fenoménico que necesita su aclaración inteligible en un principio de razón causal. Precisamente por estar de forma innegociable en el efecto fenoménico nace la supuesta necesidad de establecer una razón de ser -causa inteligible-. Con el ejercicio de derivación del transfinito (FA3) no hay causa primera adecuada como razón suficiente. Si no hay posibilidad de encontrar algo que sea causa necesaria del todo, remontando hacía atrás toda causa no alcanzará más que como efecto de otros efectos, la razón suficiente se trastrueca en un efecto-causa anterior a otros efectos-causa. Esta estructura de lo posible -ontológica- defendida por Meillasoux implica reconocer que la realidad es una especie de efecto en perpetua excedencia –sin causa primera, dado que esa misma causa sería contingente-. La forma de mostrar esto es acompasando la posibilidad de cambio o estabilidad de la realidad con el puro devenir -sin razón- de la temporalidad. La posibilidad de postular el cambio sin causa la ejemplifica bien Meillasoux en el artículo Materialismo y surgimiento ex-nihilo a partir del surgimiento de la conciencia:

Todo pasaje de A a B, ya sea que este pasaje respete las leyes físicas, como la conservación de la energía, o que parezca romperlas por la emergencia de nuevas cualidades, todo pasaje temporal de una situación a otra está igualmente desprovisto de razón. Ninguno es más necesario que el otro, y ninguno es más sorprendente que otro: todos son hechos que le corresponden a la ciencia, o a la historia, o a la literatura describir. Nada de lo que es temporal es deducible, todo no es más que descriptible: no hay más que sucesiones gratuitas, y las que nos presentan objetos inmóviles en el tiempo no son menos asombrosos que aquellos que nos presentarían la emergencia de la vida a partir de la materia inerte.[19]

Así, pues, a partir de la delimitación del ámbito ontológico de Meillasoux se implica la cancelación de la preocupación metafísica por un origen del todo, incluso aunque tal origen fuera encontrado no alcanzaría como causa-razón suficiente, sería sólo un efecto devenido de otros efectos, y/o incluso efecto ex-nihilo sin causa. Un efecto excesivo.[20]

Segunda implicación respecto del ámbito óntico: lo único idéntico  

En la derivación de la figura ontológica (FA3) la emergencia ex-nihilo cabe dentro de lo posible. Es absurdo preguntarse por el qué podría emerger en el ámbito de lo óntico, dado que no forma parte de lo que ya existe podría ser cualquier cosa. De hecho, tampoco es un problema en absoluto la definición de los componentes actuales de la realidad en términos positivos. Meillasoux evita ese problema. Sólo habla de la lógica óntica mínima y suficiente. La definición de lo óntico a partir de las dos figuras derivadas es simple: “Todo ente es algo no contradictorio (FA1) en un momento concreto y contingente (FA2)”. El principio de no contradicción injertado en el necesario “hay” del devenir temporal. Hay que profundizar un poco en a qué exactamente deben aplicarse las dos propiedades de lo óntico. Será más sencillo a partir de un ejemplo: ¿Cuándo la caída de una hoja de un árbol es idéntica a la caída de otra hoja? Siguiendo las instrucciones mínimas por sobre lo óntico de Meillasoux la respuesta es sencilla. Nunca. ¿Cuándo la caída de una hoja de un árbol es idéntica a sí misma? De nuevo es fácil. Siempre. Quizá incluso el ejemplo sería más ilustrativo si en lugar de pensar en “caídas” de hojas se pensara en entes tales como explosiones o terremotos, siempre idénticos a sí y distintos a todas las otras explosiones o terremotos.

Repítase una vez más, Meillasoux no se adentra en estas definiciones positivas, pero, cuanto menos, siguiendo su definición de lo óntico no se invalida en absoluto la existencia en la realidad de entes tales como “las caídas de hojas”, “las explosiones”, “sequias” o “nacimientos”. Pero hay que añadir en este escrito que además es plenamente necesario para el funcionamiento a pleno rendimiento del Principio de factualidad el reconocimiento de estos sucesos como entes. Si tan sólo se asume que la descripción óntica de Meillasoux se aplica a lo que se considera comúnmente como “objetos”, entonces la identidad de sucesos tales como las caídas de hojas son propiedades de las hojas, las explosiones propiedades de objetos como volcanes o tanques con butano, las colisiones propias de los asteroides impactando contra planetas y las sequias propiedades de ríos o desiertos, se cae en el entendimiento de que el mundo es un conjunto de objetos con distintas propiedades de interacciones físicas bien establecidas. Se entiende entonces que los sucesos tales como “explosiones”, “caídas”, etc. responden a explicaciones causales bien ciertas, son sólo posibilidades de interacción de un objeto delimitado.

Sin embargo, la inscripción de lo óntico en la estructura de lo posible -ontológica- supedita el orden actual de lo óntico a la contingencia absoluta, es decir a una posibilidad de cambio más allá de la causalidad estable. Hay que hacer notar que ese cambio en la estructura de lo posible, si apareciera, de forma necesaria y absoluta tendría las propiedades ónticas definidas por Meillasoux (de lo contrario estas propiedades no serían absolutas). Si se entiende esto debe decirse que el “algo” que definen las propiedades ónticas no son propiedades sólo de objetos, más bien son propiedades que incluyen a los cambios como entes.[21] En términos básicos lo óntico, aquello idéntico a sí mismo (FA1) en un aquí y ahora tan necesario como contingente (FA2) más que a cosas apelan a instantes de objetividad absoluta, si hubiera un cambio en la estructura de lo real el ente idéntico a sí mismo en un aquí y ahora absolutos (FA1+FA2) sería el instante del propio cambio. Esto parece confirmarlo aún sin profundizar en ello el propio texto Après la finitude.[22] Cualquier cambio que pudiera aparecer y desestabilizar el mundo tal y como es actualmente debe respetar las propiedades absolutas de lo ente tanto como cualquier objeto dentro de la regularidad reinante. Los objetos, la regularidad, el cambio mínimo imperceptible, el cambio absoluto, pertenecen por igual al reino de lo óntico, caben bajo la radicalización del principio de identidad aposentada en la transición contingente. El ente de Meillasoux define entonces más bien los instantes o momentos (así sean estos eternos) como lo absoluto, ya que aquello que pertenece a lo óntico es objetivamente siempre una identidad absoluta pero en la posibilidad de cambio. En este sentido el principio de no contradicción “absolutizado” no responde a una propiedad de “las cosas” responde más bien a la pura identidad de algo que sucede, estabilidad o cambio, siempre en posible tránsito a dejar de ser.

El termino de contingencia, remite al latín contingere: lo que sucede, pero lo que sucede lo suficiente como para que nos suceda. Lo contingente, en suma, es cuando algo por fin sucede, algo diferente, que, escapando a todos los posibles ya repertoriados, pone fin a la vanidad de un juego en donde todo, incluido lo improbable, es previsible. (…) Pero el punto esencial del asunto (…) es que el pensamiento más poderoso del acontecimiento incalculable e irrepresentable es un pensamiento todavía matemático, y no artístico, poético o religioso. Es por el sesgo mismo de las matemáticas que llegaremos a pensar finalmente lo que, por la potencia de su novedad desvía las cantidades y toca el final de partida.[23]

Lo único idéntico supeditado a la contingencia (el transito posible de dejar de ser), aquello que cae dentro de la propiedad de lo óntico, es la estabilidad o el cambio de un momento, sea éste el momento de una órbita de regularidad monumental o el momento de un desgarramiento leve de una partícula oscura y única. Un instante o una eternidad.[24]

 

Tercera implicación respecto de la relación óntico-ontológica: lo actual suficiente 

Por brevedad sólo se apuntará aquí en términos básicos una posible tercera vía abierta a partir de la relación óntico-ontológica acotada por Meillasoux. El argumento seguido más arriba afirma que, si hay devenir como tal, hay que eliminar la idea de una deducción tal que proponga un sistema total a partir de un conjunto de causas. En esta dirección la obra Après la finitude exige subterráneamente al lector que haga un esfuerzo estirando el pensamiento, remontándose a las causas más remotas capturadas por la ciencia. La comunidad científica captura razones descriptivas -causas- de lo que las cosas son, efectivamente. Pero nunca se capturará una razón total, incluso aunque esa razón fuera encontrada escondería detrás otro porqué. Sin embargo, eso no es una deficiencia en la conquista de razones profundas del pensamiento humano (correlacional), se corresponde con la estructura intotalizable de lo real (FA3). Tal y como se ha mostrado en la primera implicación respecto del ámbito ontológico (efecto excesivo), todo remonte del pensamiento hacía atrás no llegará al perímetro del conjunto total de lo posible, la causa primera, porque no hay tal origen que explique el todo. A este remonte hacía atrás en el tiempo convertido en un perpetuo efecto de efectos hay que añadir la segunda implicación respecto del ámbito óntico (lo único idéntico) por la que se mostró que la necesidad objetiva que se encuentra en lo ente más allá de la correlación es un momento definido y concreto, marca la determinación de un aquí y ahora preciso, esto es, un recorte espacio-temporal (principio de no contradicción FA1+contingencia temporal FA2), sea este recorte un instante, una acción o un objeto en términos habituales.

 

Así las cosas, la implicación ontológica elimina la necesidad causal en la estructura de lo posible trastrocando la idea de causa primera en un efecto dependiente del efecto de su propia contingencia. A la vez, la implicación óntica marca la necesidad mínima de que la objetividad sea innegociable en un instante concreto. En el juego de esta diferencia entre lo óntico necesario y lo ontológico “en transición” puede extraerse un planteamiento con una fórmula concreta: La ciencia puede continuar su avanzada de forma cada vez más expansiva y precisa en el conocimiento del origen del universo (y es conveniente que así sea), sin embargo, cuantos más elementos se hallan en la descripción de las causas de la configuración actual del mundo más se demuestra que todo lo acaecido fue suficiente para producir el efecto de lo que es, y menos posibilidades se encuentran para demostrar que fue necesario (siempre algo podría no haber ocurrido y que, por ejemplo, el ser humano no hubiera existido). En una progresión de atrás, un atrás tan remoto como se quiera hacía delante, todo lo acaecido no tiene nada de necesario para ser lo que es hoy. En pocas palabras, la conquista científica no se acerca a demostrar la causa inteligible del todo; más bien muestra como el “todo actual” posee una explicación suficiente, pero no necesaria. Cuantas más consecuencias se encuentran sobre el ser, lo que la realidad es actualmente, menos posible es pensarlo a partir de una razón o plan de causas estables. Precisamente es lo contrario de lo que ocurre en una perspectiva correlacional. Ésta hace una progresión de delante hacía atrás. No se fija en la descripción de las causas materiales pretéritas, sino más bien quiere explicar todo a partir del efecto final, la posición del pensamiento humano. En este sentido encuentra que la posición del efecto (el pensamiento) es necesario y a partir de allí explica lo anterior. Por ende, ofrece menos posibilidades para pensar al pensamiento como suficiente, y con ello abre la puerta a que los efectos actuales sean parte de un plan de causas necesario e incognoscible.

 

Meillasoux y lo acontecimental: posible desarrollo argumental

Para acabar, a modo de conclusión, queda mostrar cómo la economía óntica-ontológica de Meillasoux y las tres implicaciones capturadas encajan como límite natural de cualquier noción filosófica sobre el acontecimiento.[25] Lógicamente, queda para futuros trabajos el testeo y la productividad argumental de esta hipótesis acontecimental. Aquí sólo será enunciada a partir de todo lo expuesto.

Primero. Lo más capital y atractivo de cualquier ontología acontecimental es, precisamente, que sólo puede desplegar todo su alcance y justificarse mediante una imposibilidad de inscribir lo fenoménico en series de efectos/causas reguladas por una ley de origen. En pocas palabras, una teoría acontecimental debe limitar el rol del principio de causalidad. De lo contrario, se afirmará que cualquier acontecimiento, ente o cosa, tendrá en su causa su razón de ser, saltando automáticamente al estatuto de principio, ideal regulativo que indica un principio de razón suficiente del todo en su conjunto. Sin embargo, los acontecimientos escapan totalmente a este requisito; de hecho, al tratar de someter un acontecimiento a la causalidad, ésta se hace siempre insuficiente. Por mucho que se alargue la cadena causal la causalidad no robustece la razón: más bien la difumina hasta evaporarla. La primera implicación de índole ontológica extraída de la argumentación de Meillasoux muestra precisamente la imposibilidad de inscribir el devenir de la realidad en un conjunto cerrado, tal y como requiere una ontología profunda de lo acontecimental la causalidad no se trastrueca en un límite necesario de razón suficiente, sino que cada causa encontrada por más cierta que sea no alcanza sino como efecto de otros efectos (o incluso efecto del efecto de su propia contingencia). Así las cosas, lo acontecimental encuentra con Meillasoux la fórmula para poder inscribir ontológicamente la causa sin derivarla hasta la razón suficiente. Toda causa siempre tiene un excedente.

Segundo. La segunda implicación conquistada, óntica, lo único idéntico. Muestra como un cambio absoluto (ontológico) de la realidad, de hecho, sería ya una propiedad óntica al interior de lo real. Un suceso transitorio en la realidad es una identidad objetiva propia tanto como cualquier cuerpo, cosa o sujeto. Lo que es en un momento preciso, es. De nuevo, derivar los acontecimientos a sus causas es un contrasentido. Un acontecimiento se define ónticamente igual que lo que mienta cualquier nombre propio, una entidad particular no repetible. Con Meillasoux la perspectiva acontecimental es capaz de postular que cualquier interacción o acción única adquiera status de identidad óntica absolutamente objetiva. Al aceptar la definición de las dos primeras figuras (FA1+FA2) como propiedad de lo óntico, a la vez, se está comprometido a aceptar una ontología de acontecimientos particulares irrepetibles.

Tercero. Si las dos primeras implicaciones son los limites naturales de cualquier noción que se tenga sobre lo que es un acontecimiento, la tercera implicación consiste, más bien, en la posición ontológica total conquistada. La disolución del principio de razón suficiente tras la causalidad aunado a la objetividad necesaria de lo que es en un instante preciso obliga a deducir que la posición de la ciencia en la indagación de las causas profundas de lo ocurrido en la realidad hace del conocimiento algo totalmente certero y suficiente acerca de la situación actual del universo, pero nunca un destino necesario a partir de una primera causa. Todo podría haber cambiado en cualquier instante y lo que es sería completamente distinta.[26] Bajo esta perspectiva, lo que consigue Meillasoux es sencillo: justifica para el siglo XXI el conocimiento absoluto de la realidad, con una sola condición: convertir la propia realidad en acontecimiento. Siempre un efecto excesivo, única e idéntica a sí misma, actual y suficiente.

 

Bibliografía

  1. Davidson, Donald, Ensayos sobre sucesos y acciones,N.A.M., México, 1995.
  2. Descartes, René, Meditaciones metafísicas, Gredos, Madrid, 2015.
  3. Harman, Graham, El objeto cuádruple. Una metafísica de las cosas después de Heidegger, Anthropos, Barcelona, 2016,
  4. Heidegger, Martin, La proposición del fundamento, Odos, Barcelona, 1991.
  5. Kant, Immanuel, Critica de la razón pura, Alfaguara, Madrid, 2004
  6. Meillasoux, Quentin, “Decision and undecidability of the event in « Being and event » I and II”, en Parrhesia, number 19, 2014, pp. 22-35.
  7. ________________, Después de la finitud, Caja negra, Buenos Aires, 2015.
  8. ________________, “Materialismo y surgimiento ex-nihilo”, en Devenires, xx, 39, 2019, pp. 265-287.

 

Notas

[1] Harman, El objeto cuádruple. Una metafísica de las cosas después de Heidegger, ed. cit., p.134.
[2] Cfr. Meillasoux, Después de la finitud, ed. cit., 2015, pp. 89-93
[3] Esta lista podría ampliarse, por ejemplo, a partir de la decantación fenomenológica de lo acontecimental realizada por Jean-Luc Marion o incluso reducirse, pues Badiou aún precisa su postura ontológica en el siglo XXI.
[4] Heidegger, La proposición del fundamento, ed. cit., 1991, p. 120
[5] Meillasoux, Op. cit., p. 128
[6] Ibid., pp. 202-203. Conviene recordar durante todo el ensayo que por dominio óntico Meillasoux refiere a las propiedades de lo real y por dominio ontológico a la estructura de lo posible.
[7] A partir de aquí para recordar constantemente el ensamblaje argumental se marcarán los conceptos fundamentales bajo la nomenclatura (crr1) y (crr2) para los principios facticos correlacionales. Y para las figuras de factualidad absoluta derivadas de ellos: (FA1), (FA2) y (FA3). Se espera así señalar cada vez la argumentación que arrastra cada concepto.
[8] Cfr. Meillasoux, Op. cit., pp. 68-74.
[9] Ibid., p. 109 y pp. 128-130.
[10] Ibid., p.116
[11] Ibid., p. 123.
[12] Ibid., nota al pie número 6.
[13] En un recorrido rápido: 1° Al postular una realidad necesaria se postula a la vez un orden estable asegurado metafísicamente (por ejemplo, en Descartes la realidad necesaria es la matemática y el orden que garantiza su estabilidad es Dios). 2° El correlacionismo señala que esa postulación de orden no es un hecho fenoménico por tanto el orden total del universo escapa del conocimiento humano. 3° El problema al que atiende Meillasoux puede enunciarse entonces de dos formas, ¿Hay algo absolutamente en-sí necesario más allá de la correlación? y ¿Cómo acceder a un absoluto en-sí no metafísico? Esto es, sin postular un orden total del universo como petición de principio no demostrable.
[14] El dogmatismo metafísico de cualquier índole se sustenta conectando dos argumentos a) hay una necesidad real: algo “es” necesariamente. b) Principio de razón: Se puede dar cuenta de la razón necesaria por la que eso “es”. Meillasoux señala esta sincronía entre necesidad real y principio de razón suficiente. Meillasoux, Op. cit., pp. 59-61.
[15] La proliferación del conjunto siempre supera a la primera distribución. Una explicación básica de la teoría Zermelo-Fraenkel en Meillasoux, Op. cit., nota al pie número 12, p.167.
[16] La secuencia de dicho argumento metafísico: 1°- La estabilidad científica y empírica manifiesta de la causalidad en la naturaleza se transforma subterraneamente en 2°- una inferencia sobre las propiedades absolutas del universo, esto es, 3°- se axiomatiza un conjunto de lo posible, las interacciones de las propiedades inferidas descubiertas o por descubrir, como el todo de la realidad. 4°- El todo de la realidad queda así enclaustrado en un orden, los raíles rectos del orden tendidos hacia el infinito. Entonces cabe preguntar por la razón suficiente, el porqué el orden/todo de la realidad es así y no de otra manera. Dios oculto como garante de ese orden aparece por detrás.
[17] “(…) Hemos distinguido una alternativa entre dos opciones -lo posible constituye/no constituye un Todo- entre las cuales tenemos toda la razón para elegir la segunda: toda la razón puesto que esta segunda opción nos permite en efecto seguir lo que nos indica la razón -las leyes físicas no tienen nada de necesario- sin complicarnos mas con los enigmas inherentes a la primera opción. Porque aquel que totalice lo posible legitimará la implicación frecuencial, y de ahí la fuente de la creencia en una necesidad real de la que nadie, nunca, comprenderá la razón: sostendrá que las leyes físicas son necesarias y que nadie puede saber por qué son esas leyes y no otras las que existen de modo necesario. Quien, por el contrario, destotalice lo posible, podrá pensar una estabilidad de las leyes sin agregarle una enigmática necesidad física”. Meillasoux, Op. cit., p. 173.
[18] Baste apuntar aquí el papel decisivo de Descartes simplemente comprobando como en la meditación III certifica el estatuto de verdad buscando la causa de cada cosa o si hay alguna cosa sin causa, en realidad la única verdad incausada será Dios. Descartes, Meditaciones metafísicas, ed. cit. También por supuesto en Kant la causalidad se muestra como una categoría universal. “Todo lo que adviene tiene su causa”. Kant, Critica de la razón pura, ed. cit., A9/B13 p. 49-50.
[19] Cfr. Meillasoux, “Materialismo y surgimiento ex-nihilo”, ed. cit. Debemos esta traducción, así como buena parte de los incipientes estudios de Meillasoux en México, a la divulgación realizada por el maestro Gerardo Flores.
[20] “Es algo así como un Tiempo, pero un Tiempo impensable por la física -puesto que es capaz de destruir sin causa ni razón toda ley física -tanto como impensable por la metafísica- puesto que es capaz de destruir todo ente determinado, sea un dios, sea Dios. No es un tiempo heracliteano, porque no es la ley eterna del devenir, sino el eterno devenir posible, y sin ley, de toda ley”. Meillasoux, Después de la finitud, ed. cit., p. 107.
[21] Una profundización de esta clase de argumentos ontológicos en Davidson, Donald, Ensayos sobre sucesos y acciones, ed. cit.
[22] “(…) En nuestra comprensión de la facticidad, (debemos encontrar) la verdadera intuición intelectual del absoluto. Intuición, porque por cierto es así como descubrimos una contingencia sin otro límite que ella misma; e intelectual, porque esa contingencia no es nada visible ni nada perceptible en la cosa. (…) Sin duda, he aquí todavía otra inversión del platonismo, pero de una especie por completo diferente de la que ha sido generalmente practicada. (…) Se trata más bien de abandonar la creencia, común al platonismo y al antiplatonismo, de que el devenir estaría del lado del fenómeno y lo inteligible del lado de lo inmutable para denunciar, por el contrario, vía la intuición intelectual, la ilusión fijista del devenir sensible: la ilusión de que habría constantes, leyes inmutables del devenir”. Meillasoux, Después de la finitud, ed. cit., p.134.
[23] Ibid., p.174. Cfr. también pp. 104-105
[24] En cierto sentido este “pluralismo” objetivo y verdadero de lo óntico es lo que Meillasoux reconoce a partir de Alain Badiou. Cfr. Meillasoux, “Decision and undecidability of the event in « Being and event » I and II”, ed. cit., pp. 22-35.
[25] Si un límite artificial de lo acontecimental sería aquel que se produce con intervención de lo humano correlacional, la apertura época del ser, el pensamiento, la sociedad, etc. por límite natural debe entenderse debe entenderse la calidad ontológica de lo acontecimental aunque el pensamiento y el ser humano nunca hubieran existido
[26] De forma contraria, la detención admirada en el pensamiento como efecto culmen justificado hará que todo el destino anterior de la realidad quede como causa necesaria de este momento, sin saber el porqué de esta causa necesaria pero confiado a ella, esto es, confinados por siempre a la razón oculta de la metafísica.