Trad. Maria Konta
Una joven se ha puesto bajo custodia por haber pegado en su balcón “macronavirus- ¿terminaremos pronto?”[1] La palabra “macronavirus” ya ha circulado por un tiempo y es difícil ver por qué una pancarta desencadena una operación policial. No es solo grotesco, se trata de la policía secreta de la especie más desgraciada. Y uno no debe buscar lejos las motivaciones de la persona a la que la policía arrestó: incluso midiendo la extrema dificultad de manejar la situación, uno puede ser excedido por las prórrogas, los cambios de opinión, las evitaciones que realmente ocupan un lugar excesivo en nuestra escena pública. Uno podría haber esperado menos fracasos, averías, escaseces e indecisión. Pero sea como sea, no hay ningún incumplimiento a la ley en este banner y tampoco está permitido inventar uno.
Por eso participé en la protesta iniciada por un colectivo de Toulouse. No hay por qué una sospecha de arbitrariedad despótica, aunque sea leve, se pueda formar. Espero que uno va a poner en su lugar a aquellas y aquellos que comenzaron esta pobre operación.
Esto es por igual más necesario ya que uno escucha las voces ansiosas de aquellos que no esperaron para deplorar la privación de nuestras libertades por confinamiento. Realmente no tiene sentido alimentar estos discursos, por dos razones.
La primera razón es técnica. Los que condenan el confinamiento recurren a estrategias de inmunización colectiva sobre las cuales no hay garantía, como es el caso para muchos aspectos biológicos y médicos de esta pandemia. Al mismo tiempo, habrían preferido dejar ir a las personas a las que, en cualquier caso, se les prometió la muerte poco lejana. Entre las dos, uno no sabe muy bien qué pasaría con las personas con dificultades respiratorias severas que la muerte no necesariamente tiene que esperar. En general, el principio que rige estas formas de ver es aquel de una regulación natural con la que uno debe saber cómo habituarse. La exigencia de la protección sanitaria es una forma de servidumbre voluntaria moderna que abre a nuevas formas de tiranía.
Este pensamiento liberal corre el riesgo de encontrar dificultades similares a esas que conoce el liberalismo económico. Él (el pensamiento liberal) está emparentado evidentemente con él (el liberalismo económico). Así como hay un mercado de productos básicos, hay uno para la vida, la enfermedad, la vejez y la muerte. Dejemos que se ejercite la competencia libre sin distorsiones.
Es cierto que la salud tiende a convertirse en un bien de consumo y que la longevidad se convierte en un valor en sí mismo. Esto a menudo se reduce a aceptar formas y cualidades de vida donde el cuidado prevalece sobre el descuido o incluso la toma de riesgos, que son parte de la vida activa. Esto es cierto, pero no uno no responde exponiendo todo el mundo a todos los riesgos que ofrecen los sistemas tecnoeconómicos que multiplican las toxicidades, las intoxicaciones, las autoinmunidades, los desgastes y las viralidades de todo tipo.
Esta es también la razón por la cual la crisis actual no es solo de salud, sino que es producto de la exasperación de las conquistas en las que nos encontramos enredados y hundidos en el fango hasta el punto de que en realidad ya no sabemos cómo salir de ella.
Si va a ser así, los gemidos sobre la privación de la libertad parecen irrisorios si pensamos que nuestras libertades ordinarias, las de circular como las de expresarse, solo se ejercen dentro del marco cada vez más estrecho de nuestras necesidades ecotécnicas, demográficas e ideológicas. Este marco es tan estrecho porque en todos los lados es necesario compensar, reparar, tratar mientras no parezca que se abre más historia, no más para aquellos que solo saben cómo enriquecerse que para aquellos que se ven obligados a empobrecerse. Porque, después de todo, a eso estamos reducidos.
Quizás finalmente estamos listos para comprender que no estamos libres de la insignificante libertad del sujeto seguro de sí mismo y sus derechos, que se reducen al derecho de obedecer el mercado de algunos y los caprichos de otros. Tenemos que inventar de nuevo todo. Incluyendo el significado mismo de nuestros derechos, de nuestra humanidad y de una “libertad”.
Ninguna filosofía ha pensado en una libertad que sea una simple autonomía del individuo y no el registro de su existencia en un mundo: este mundo estaba infinitamente abierto más allá de sí mismo. Marx dijo que el mundo de su tiempo era “sin espíritu”. Ahora somos uno solo sin espíritu, pero tal vez incluso sin otro cuerpo sino nuestras conexiones mecánicas, energéticas, catódicas y de plasma. El virus de hoy y los medios para deshacerse de él, los medios médicos, económicos y políticos, no se comparan mucho con lo que nos espera mientras tengamos un futuro.
Notas
[1] Jean-Luc Nancy pronunció el texto original en francés intitulado “Une question de liberté” el 26 de abril 2020 en el canal YouTube “El filósofo en los tiempos de la epidemia”. Le agradezco por haberme mandado el original.
Véanse: https://www.youtube.com/watch?v=yPZgTJQO5FY