Revista de filosofía

De la pandemia al pandemonio

Las explicaciones no son, en efecto,

sino tan sólo un momento

en la tradición de lo inexplicable.

Giorgio Agamben

 

El rechazo total de la realidad abre la vía que nos permite pensarla. Sin embargo, pensar la realidad no es conocerla. Conocer significa reducir la complejidad, y se simplifica para poder dominar mejor. Nosotros no necesitamos para nada conocer la realidad. La verdad en la que habitamos —nuestra verdad— no se desprende de ningún conocimiento sino de un sentimiento de rabia.

Santiago López-Petit

 

Resumen

El tiempo de la contingencia sanitaria por el COVID-19, parece abrir la posibilidad de refigurar las dinámicas de existencia social. Sin embargo, el mundo dominado a través de propagación de imperativos, muchos de ellos generados por “el algoritmo”, imponen reflexionar si este tiempo es ocasión para cambiar el campo de lo político. En este escrito se pretende colocar dicha reflexión desde la clave de la guerra civil, esto acaso nos permita trazar otras líneas de conflictividad social en marcha, oscurecidas en el imperativo-matriz que ordena hoy globalmente la vida y gestiona la conflictividad: Quédate en casa. Así, en este terreno, considerar si estamos en una abertura a lo (im)posible.

Palabras clave: COVID-19, pandemia, conflictividad, algoritmo, guerra civil, política.

 

Abstract

The time of the health contingency for the COVID-19, seems to open the possibility of reshaping the dynamics of social existence. However, the world dominated through the propagation of imperatives, many of them generated by “the algorithm”, impose reflection on whether this time is an occasion to change the field of politics. In this paper, it is intended to place this reflection from the key of the civil war, this perhaps allows us to draw other lines of ongoing social conflict, obscured in the imperative-matrix that today globally orders life and manages conflict: Stay at home. Thus, in this field, consider whether we are facing an opening to the (im) possible.

Keywords: COVID-19, pandemic, conflict, algorithm, civil war, politics.

 

En su estudio sobre la guerra civil (stasis), a propósito de la reflexión sobre los postulados de Carl Schmitt acerca de la guerra y el pacifismo, Agamben[1] advierte la importancia de cuestionarse respecto de la forma que la vida adquiere en occidente o en esa “tradición”, aunque haya ausencia de una doctrina al respecto.[2] Podría decirse que, en términos generales, se configura como una vida que puede ser suprimida, y en ese terreno: “Resta preguntarse…por qué la seriedad de la vida debe consistir esencialmente en la exposición a una muerte violenta”, terreno, por cierto, en que se podría situar la urgencia por apreciar el papel que adquiere “la seriedad de lo político” en el juego agonístico y antagonista entre la amistad y hostilidad, muy propios de la stasis occidental. El mundo del coronavirus y su condición pandémica, adquiere una dimensión particular si la aproximación a su inteligibilidad apuesta por este marco inicial de referencia, pues en el curso de la guerra civil se juegan múltiples fuerzas, dimensiones y existencias, que regularmente anclan sus potencialidades en la seriedad de lo político, hoy todo parece indicar que en el terreno de lo político es un momento de seriedad política.

Hoy, la seriedad de la vida, la seriedad de lo político, actualiza el juego de la guerra civil en muchas dimensiones y con ello las luchas agonísticas por las posibilidades de hacer realidad y hacerse realidad para diferentes formas de vida. Dos imperativos aparecen como centros aglutinantes que expresan ocultando la guerra civil en marcha en esta contingencia: la conservación de la vida y el regreso a la normalidad. Diversas y múltiples son las expresiones en que esto ha adquirido formulación práctica y discursiva. Todas esas expresiones, es posible considerarlo así, derivan de un tipo de conciencia respecto del estado de cosas. Si, como en otro lugar advierte Agamben, “la única forma en que la vida puede ser politizada es la incondicionada exposición a la muerte, es decir, la vida desnuda”,[3] ¿estamos frente a un umbral de politización? De ser así, ¿cómo es que podemos apreciar las emergencias que figurarían un posible pandemonio de politizaciones? ¿qué juegos aparecen ahora entre la amistad y la hostilidad en diversos territorios de las existencias? ¿será que todo ello se está anunciando en las expresiones de “conciencia social” sanitaria? En efecto, si bien es posible considerar que hace tiempo se vive en tiempos perturbadores,[4] el tiempo de la pandemia desata perturbaciones peculiares y confrontaciones fundamentales para apreciar trazos que advierten lo por venir y su incertidumbre desafiante.

Si partimos del planteamiento de Ramey respecto de la conciencia -quien sigue a Bergson y Deleuze-, “La conciencia, en tanto espiritual, es simplemente el pasado del momento presente, cuya actualidad presente es física”,[5] las actuales expresiones de conciencia adquieren trascendencia en tanto contienen, en acto, opciones de vida, de humanidad, de normalidad, de salud, de vivir: una virtual seriedad política.

Al parecer, la pandemia actual[6] nos coloca frente a la fuerza fáctica de un dominio que ha hecho de la vida desnuda, la mera sobrevivencia como nuda vida, la vida dominante, como ha sostenido Agamben.[7] Y ante tal condición, múltiples manifestaciones de conciencia buscan colocar la verdadera verdad sobre lo que efectivamente vale la pena, lo que es indiscutiblemente protegible, que propician la imagen de un pandemonio, que queda oscurecido frente a expresiones de aparente consenso. El reino del ruido y la confusión se está gestando respecto de las verdades que hay que seguir y hacer efectivas -ahora y en lo por venir-, y esas sentencias hacen síntesis en el complicado imperativo mundial: “Quédate en casa” -que ya implica ciertos criterios de vida para poder ser cumplida (por ejemplo, tener una casa donde quedarse; o permanecer encerrado ahí donde cohabitan los carcelarios de siempre: el padre, el esposo, la madre dominante, etc.)-, donde acaso puede advertirse la nueva formulación de conflictividad que va llegando, fundamentalmente respecto de qué ha de ser vivir con el regreso a “la normalidad”, cuál vida se ha de conservar y qué expresiones de existencia caben en ella, para que la actual versión de la máquina antropológica siga operando, o no. No sólo eso, habría que ir a fondo en estos mantras que se repiten hasta el cansancio de manera global y que han aparecido incluso compartidos por aquéllos que hasta el momento eran considerados referentes de un pensamiento crítico, pero que hoy se develan como parte de la maquinaria antropológica en su versión biopolítica volviéndose reproductores de la política inmunitaria, eso sí, con las mejores intenciones del mundo, ¿Pues quién estaría en contra de preservar la vida en sí misma? A estas alturas, sabemos que las batallas contra los modos dominantes de hacer y organizar la existencia no pueden ser reducidas a una lucha por la vida como si esta fuera un ente universal, esa batalla sólo tiene sentido y sólo es política en tanto coloca en el centro su apuesta de vivir, es decir, en tanto se defiende una forma-de-vida. En otro escrito,[8] siguiendo a Agamben y Arendt, señalábamos el modo en que en nuestro tiempo el mal se ejerce a través de múltiples prácticas bien intencionadas que reconducen la vida a la normalidad, prácticas que generalmente buscan producir un bien en los otros, un bien establecido hegemónicamente desde el ejército de los expertos que funcionan como brazo armado del mercado y de los Estados contemporáneos. La analogía con el ejército no es una simple metáfora, es un modo de dar cuenta de los diversos mecanismos concretos de gestionamiento de la vida que tienen una fuerte base militar, pues son los ejércitos del mundo quienes han sentado los fundamentos del paradigma de lo logístico, aspecto en el que se fundamenta el dominio económico-militar que desde hace décadas experimentamos. La situación que vivimos respecto de la actual pandemia no puede ser pensada fuera de esta lógica, si antes de este acontecimiento los rasgos de la guerra en curso eran evidentes, ahora sería imposible negarlos:

Si la movilización[9] se despliega como una guerra contra la población es porque su único objetivo consiste en salvar el algoritmo de la vida, lo cual, por descontado, nada tiene que ver con nuestras vidas personales e irreductibles, que bien poco importan. La “mano invisible” del mercado ponía cada cosa en su sitio: asignaba recursos, determinaba precios y beneficios. Humillaba. Ahora es la Vida, pero la Vida entendida como un algoritmo formado por secuencias ordenadas de pasos lógicos, la que se encarga de organizar la sociedad. Las habilidades necesarias para trabajar, aprender y ser un buen ciudadano se han unificado. Éste es el auténtico confinamiento en que estamos recluidos. Somos terminales del algoritmo de la Vida que organiza el mundo. Este confinamiento hace factible el Gran Confinamiento de las poblaciones que ya tiene lugar en China, Italia, etc. y que, poco a poco, se convertirá en una práctica habitual a causa de una naturaleza incontrolable.[10]

Líneas arriba preguntábamos ¿quién podría estar en contra de preservar la vida por sí misma? Nosotros, que como otros aliados de pensamiento y existencia, no nos hemos cansado de insistir en el modo en que tenemos incrustado en nuestros cuerpos y en nuestros sentires los múltiples dominios que habitamos y nos habitan y que ante la menor provocación emergen a la superficie haciéndonos policías de nosotros y de los otros. Si hace unos meses esto se expresaba en forma de consejos de coaching ontológico para cuidar nuestra salud en términos de ingerir menos carbohidratos, menos grasa, menos tabaco o cuidar nuestra emocionalidad de relaciones tóxicas apelando a una buena autoestima, hoy esto se intensifica y además se le suman las consignas imperativas que funcionan más bien como conjuros que carcomen hasta lo más profundo anclados en la semiotización del mundo: lávate las manos, mantén la distancia, quédate en casa. Stay home, frase que tan sólo el año pasado era utilizada como eslogan de la política anti-inmigrantes de Donald Trump: “Immigrants ‘unhappy’ with detention centres should stay home”.[11] Esto no es una coincidencia, es la continuación y acentuación de una política inmunitaria que ahora se está instalando con cinismo, somos extranjeros de nuestras propias calles, plazas, parques y hasta escuelas. Diversos son los países en donde es necesario un salvoconducto otorgado por autoridades militares para poder salir unas horas de los enclaustramientos, mecanismos fascistas de las democracias actuales, defendidos por los mismos ciudadanos que justifican estos actos en pro del bien común ¿De qué bien y qué común se habla? Y aún más importante, ¿cuál es esa vida que se quiere vivir y que por lo tanto hay que preservar?

La vulnerabilidad de la vida de todos y cada uno, que hoy se hace patente de muy diversas maneras a propósito del riesgo de contagiar y ser contagiado (que por sí mismo es un peligro que anuncia un sesgo especial a lo por venir) y que ha sido propagado mundialmente con tanta o más fuerza que el mismísimo coronavirus, nos ha situado también a todos y cada uno dentro del terreno de hostilidades: estados, gobiernos, científicos, humanistas, comerciantes grandes y pequeños, empleados, patrones, mujeres, varones, chicos y grandes; nos ha llevado a fundirnos y confundirnos en la batalla.

El acontecimiento general, esta pandemia que no deja de amenazar, ha propiciado la expresión de singularidades que quizá ya estaban larvadas en las almitas de cada cual, pero que acaso no habían encontrado la ocasión para manifestarse como ahora. ¿Es la ocasión de punto final al capitalismo?, ¿se abre la posibilidad a la intensificación neoliberal?, ¿será el momento de sacar adelante nuestra vocación fascista?, ¿nos muestra el agotamiento de una cultura?, ¿será la venganza de la naturaleza?, ¿es el mal de los ricos que atrapará a los pobres? ¿quizá el momento de volver a una vida espiritual?, ¿la ocasión propicia para la reorganización geopolítica?

Parece que en este marco emerge un aparente consenso respecto de que algo, alguien, nos coloca frente a una nueva oportunidad, en un momento de reconsideración, y cabría preguntarse ¿Qué clase de ocasión para el vivir y morir se abre y/o cierra con la pandemia? Por todos lados, otro imperativo hace síntesis en el “quédate en casa”: “ponte en situación”, advierte la dimensión del acontecimiento (y es necesario advertir cómo los imperativos más difundidos se dirigen a la individualidad de manera constante y fundacional de las actuaciones), entendido este como una situación de facto que de múltiples maneras nos determina y, ahí, ponerse en situación es advertir las tareas en que todos hemos de situarnos, no en vano se nos insiste de diversas maneras que “todos estamos en el mismo barco”.

Muchas de estas múltiples expresiones de conciencia, lo que hacen aparecer es todo lo que ha quedado ausente de la vida común y corriente en el dominio contemporáneo y que se nos invita a revalorar, desde luego en su versión neoliberal new ege: empatía, sana distancia, construcción de esferas de inmunidad, castigo a los necios transgresores de la virtud sanitaria, sin menoscabo del rendimiento y la productividad. En definitiva, y como advertimos líneas atrás, una defensa desbordada del régimen de la normalidad opera en su desarrollo y efectos como imposición de occidente, como modo de colonización, pues los llamados a revalorar estos rasgos anulan otros modos de cuidado que no corresponden a esa lógica sanitaria e higienista y que han resistido a las formas dominantes de organizar la existencia.

Se ha dicho durante estas semanas y meses de pandemia, desde ciertas posiciones reflexivas, que es necesario oponernos al regreso de la normalidad a nuestras vidas después de la pandemia -como si tuviéramos la certeza de que esto, como dispositivo, terminará-. Eso es atribuirle demasiado a nuestras vidas en confinamiento, es, como sugiere el Comité Disperso en sus Once tesis sobre el virus mundi,

[…] bastante grotesco confundir nuestra cuarentena con una alternativa al estilo de vida capitalista, es decir, un refugio del consumo. Significa no entender nada acerca de cómo es la vida bajo el capital y qué es el consumo, y ni siquiera de la forma-mercancía. Incluso en los espacios domésticos estrechos, consumimos y cómo: por ejemplo la mercancía-cuidado, la mercancía-seguridad, la mercancía-información, la mercancía-virtual, la mercancía-entretenimiento, sin mencionar la mercancía-comida o la mercancía-bienestar. Y la mercancía-subjetividad, en primer lugar: todos los días nos reproducimos, nuestra capacidad y nuestra fuerza laboral.[12]

Seguimos habitando la normalidad por nuestro propio bien, no hay ninguna crisis de ésta como han afirmado algunos, es la normalidad en su máximo apogeo la que está sosteniendo a la pandemia: es la normalidad la que se ejerce en nuestra obsesión por seguir produciendo, por convertir las habitaciones en oficinas, en escuelas de la estupidez y la tortura al mantener por horas al alumnado frente a la pantalla, al convertir en gimnasio cada espacio de un departamento, a la obsesión por producirnos saludables para que si el virus nos alcanza nadie pueda culparnos.[13] Hace algunos años, el Comité Invisible advertía acerca del modo en que la uberización de la vida se expandía por cada rincón del planeta haciendo de cada dimensión de la existencia una fuente de rentabilidad bajo la justificación del emprendimiento y una idea siniestra del compartir y de lo común. En el marco de la pandemia, la uberización se recrudecerá:

Todo debe ahora entrar en la esfera de lo rentabilizable. Todo se vuelve valorizable en la vida, incluso sus desechos. Y nosotros mismos nos volvemos muertos de hambre, desechos que se inter-matan de hambre con el pretexto de una «economía del compartir». Si una parte cada vez más grande de la población está destinada a ser excluida del salariado, no es para dejarle el tiempo libre para que vaya a cazar pokémones por la mañana y a pescar por la tarde. La invención de nuevos mercados en donde no se los preveía el año precedente ilustra este hecho tan difícil de hacer comprender a un marxista: el capitalismo no consiste tanto en vender lo que es producido, sino en volver contabilizable lo que todavía no lo es, en volver evaluable lo que en la noche anterior todavía parecía absolutamente inapreciable, en crear nuevos mercados: aquí está su reserva oceánica de acumulación. El capitalismo es la extensión universal de la medición.[14]

¿Qué cuerpos saldrán de este confinamiento? Hemos entrado en una nueva era del disciplinamiento de las corporalidades. El entrenamiento ha sido casi imperceptible pero intensivo al interior de las casas, los edificios o las vecindades y no hemos necesitado de un verdugo o capataz ¿Qué corporalidades sobrevivirán? Los más vulnerabilizados, los enfermos, los viejos, los pobres, los anormales nuevamente y como siempre, saldrán sobrando. Difícilmente la forma humana, como proyecto de la modernidad dominante se extinguirá. En el peor de los casos saldrá fortalecida, expandida y con más ínfulas de superioridad: un obstáculo más sometido, porque la (esa) humanidad puede con todo, pero ¿a costa de qué? De todas las formas de vida, vegetales, animales y espirituales que no se acomodan a ese proyecto y su humanidad.

En el marco de lo que hemos dicho hasta aquí, el virus parece el menor de los males, la pandemia más peligrosa es el triunfo de la normalidad, de la occidentalización del mundo y su humanidad, del fortalecimiento del capitalismo y su modo neoliberal restaurado y potenciado. Que el virus nos salve de tanta humanidad, por lo menos eso es lo que parece decir Emmanuel Coccia, cuando señala que:

Los virus son una fuerza de novedad, modificación, transformación, tienen un potencial de invención que ha jugado un papel esencial en la evolución. Son una prueba de que no somos más que identidades genéticas de bricolaje multiespecífico. Gilles Deleuze escribió que “hacemos rizoma con nuestros virus, o más bien nuestros virus nos hacen rizoma con otros animales”. Desde este punto de vista, el futuro es como la enfermedad de la identidad, el cáncer del presente: obliga a todos los seres vivos a metamorfosearse. Debe enfermarse, contaminarse y posiblemente morir, para que la vida siga su curso y dé a luz al futuro.[15]

El curso de la vida -que hoy adquiere direccionalidad con un imperativo más: no contagiar, no contagiarse-, se abre entonces como el terreno de las hostilidades frente a los imperativos que tratan de ordenar la respuesta frente a la pandemia y hoy adquiere una relevancia particular en la medida de la suspensión de las formas normales de muchos de sus anclajes fácticos, cotidianos, en los que ese curso se manifestaba como algo interminable, al margen de toda catástrofe particular, de toda desgracia. Cine, deportes, teatro, trabajo, paseos, movilidad, rendimiento productividad, en general parecían imparables bajos sus formas “acostumbradas”. Esos anclajes oscurecían, desviaban, posponían, la creciente conflictividad en el territorio de lo civil, que ahora queda aparentemente suspendida por el consenso en torno al imperativo de salvar vidas. ¿Y después de la pandemia, el pandemonio de escenarios posibles que “el algoritmo” ya anuncia y para el cuál nos prepara desatando las versiones en las redes sociales? ¿Será que ante esto podamos tener, efectivamente, postura?

¿Será porque es tan complaciente consigo misma

por lo que nuestra época no termina de maravillarse

                   ante las desgracias que ha engendrado?

                                                         Annie Le Brun

Parece que el siglo XXI nace con el rasgo de La Catástrofe amenazando constantemente a “la humanidad”. Lo catastrófico ha ido adquiriendo diferente formulación: financiera, climática, ecológica, por ejemplo. Al mismo tiempo que se advierte la constante amenaza, también parece asumirse que la actual “inteligencia humana”, con sus análisis rigurosos, su algoritmización del ordenamiento social y su producción de soluciones será, es, infalible finalmente.[16] Y a fin de cuentas, el gestionamiento, ahora sanitario, del ordenamiento social, hoy nos coloca en el centro de la batalla por la conflictividad que le es propia.

Volvamos a la guerra civil, a los imperativos a partir de los que hoy se gestionan las relaciones sociales desde la emergencia de la conciencia sanitaria y su conflictividad – desde el imperativo de la “sana distancia” -, muy acorde a la democracia inmunitaria, al mundo pandémico/catastrófico, donde parece que se abre otro challenge: quién podrá ofrecer “la lista más completa, pintar el cuadro más sobrecogedor”, quién obtendrá el galardón de los horrores, por el bien de la humanidad. Para Agamben, la guerra civil es un dispositivo que funciona de manera similar al estado de excepción, mediante el cual lo público y privado, lo familiar y lo ciudadano, el adentro y el afuera, ese campo de fuerzas, se transita politizando lo impolítico y economizando (en el oikos) lo político.[17] La guerra civil es un umbral de politización/despolitización, en la que habría que tomar parte, a riesgo de ser confinado meramente “a la condición impolítica de lo privado…la stasis funciona como un reactivo que revela el elemento político en el caso extremo, como un umbral de politización que determina de por sí el carácter político o impolítico de un determinado ser”.[18] Este tránsito, la prevalencia de uno u otro carácter y su tensión, determinará la forma de la guerra civil.

En el tiempo de la conciencia de la precariedad, de la vulnerabilidad, del tiempo catastrófico, el marco de lo (im)posible parece desdibujarse y demandarnos cambios urgentes, al mismo tiempo que la cápsula protectora de la normalidad figurada adquiere forma de añoranza utópica: que vuelva la normalidad, sus espectáculos, su absurda movilidad agobiante, las actividades de productividad y rendimiento, su turismo depredador, ¡que vuelvan! Vamos a cambiar, ¡pero que esa vida vuelva! Sin embargo, en esa expectativa se realiza una conflictividad con múltiples vertientes; contagiados frente a los no contagiados, obedientes ante los desobedientes, asiáticos, italianos, españoles, mexicanos, ecuatorianos, estadounidenses,…, todos frente a todos, disputando obediencias, comparando muertes, exhibiendo obediencias y desobediencias, exigiendo medidas, reclamando gobierno, contrastando métodos, pero todos en el mismo barco, navío que tiene pintadas en sus paredes, inscritos en sus puertas, señalado en sus ventanas, en medio del olor a cloro: ¡quédate en casa! ¡no contagies, no te contagies!, ¡mantén la sana distancia!, ¡lávate!, ¡no toques, que no te toquen!, ¡denuncia la transgresión! La casa es el espacio público donde harás el bien a la humanidad: ¡entrénate!, ¡trabaja!, ¡capacítate!, hazlo por tu país, por la humanidad. Ante tanto imperativo, ante la casa devenida oficina, gimnasio, centro de capacitación, salón de clases, por nuestro bien: ¿Podremos tomar postura? Es decir, seremos aún capaces de desear, de exigir algo,[19] que se ajuste a un querer vivir en particular, no a la vida, sino a nuestro vivir.

Parece que este tiempo ha abierto la competencia por ofrecer soluciones, dentro de lo posible, aunque esto suponga cambios para que nada cambie radicalmente y la vida siga su curso… En su estudio sobre la importancia del terreno del imperativo, Agamben llega a advertir, en torno de la manera en que la vida se ordena, que “La estupidez del ciudadano moderno no tiene límites”.[20] Mientras el mundo de lo verdadero contra lo falso, propio de la ciencia y su tecnologización, parece gobernar el mundo, el filósofo italiano advierte que es el mundo de la orden, de los imperativos, lo que en efecto hoy ordena y gobierna: ¡Quédate en casa! ¡Just do it! Mundo de los imperativos. Siguiendo al mismo autor, “En nuestras sociedades tan llamadas democráticas, las órdenes son usualmente dadas en la forma del consejo, de la sugerencia, de la invitación, de la publicidad, o uno es interrogado por razones de seguridad para cooperar, y la gente no se da cuenta que esas son órdenes disfrazadas en la forma de la sugerencia, del consejo, etc”.[21]

La forma de los imperativos, más allá de cuántos obedecen o no, se configura como una matriz para evaluar el comportamiento humano y lo que debe hacer, porque puede y porque quiere poder. Ese tipo de imperativo interpela a la voluntad: has de poder porque has de querer hacerlo: “¿por qué la voluntad fue introducida por los filósofos en la filosofía? Para contener, controlar y limitar a la potencia”.[22] Querer es poder, “Red bulll te da alas”.[23] Y el querer, en los tiempos que corren, es organizado desde los requerimientos de una economía política que pone a nuestro alcance los imperativos que ordenarán la existencia: “Pienso que el status especial, la autoridad viene precisamente de este punto: que en el principio está lo que ordena y dirige no sólo la palabra sino también el desarrollo, el crecimiento, la circulación, la transmisión … todo eso que es el origen”.[24] ¿Qué se origina ahora?

Más allá de la existencia del virus, de su propagación, de su fuerza asesina, los imperativos mediante los cuáles hoy se gestionan las relaciones sociales y gestan conflictividades particulares que dan forma a la guerra civil, lo que tenemos enfrente parece que contienen un por venir: la sana distancia social inmunitaria, la política de movilidad social (¡quédate en casa!), la urgencia por el no contagio, la evaluación de la obediencia a los imperativos relacionales, ya advierten una politización y una forma de guerra civil.

Sin embargo, el mundo de la (no)obediencia, del manejo ético-político del arte de las distancias, de la gestión de lo común por instaurar, no puede quedar en manos de los creadores de imperativos propios de administradores de la gubernamentalidad y sus múltiples salidas a la emergencia, así provengan de la algoritmización neutral de la gestión social y su creación diversos escenarios “con solución”.

Resulta que hay vías que se gestan lejos de la relación imperativos-gobernabilidad, y si no existieran habría que gestarlas, que abran la posibilidad de vivir a gusto efectivamente. Esto supone crear postura, avivar la capacidad para hacer realidad. “En este sentido, hemos sido masivamente apartados de nuestra aptitud ética, precisamente desde hace unos veinte años, dominados como estábamos por la fascinación y privilegiando nuestra preocupación por el confort antes que el imperativo plenamente ético de hacer valer en acto una política virtuosa de nosotros mismos”.[25]

 

Bibliografía

  1. Agamben, Giorgio, Medios sin fin. Notas sobre la política, Pre-textos, Valencia, 2010.
  2. ________________ Teología y Lenguaje, Los cuarenta, Buenos Aires, 2012
  3. _______________ Stasis. La guerra civil como paradigma político, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2017.
  4. Alvarado, Víctor y Nava, Mayra, “Normalidad: La zona gris del mal y la guerra en curso”, Revista Cuadernos de marte, año 7, núm. 11, pp.45-77, 2016. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6114322.pdf
  5. Coccia, Emmanuel, “El virus es una fuerza anárquica de metamorfosis”, 2020, disponible en: https://lavoragine.net/virus-fuerza-metamorfosis-emanuele-coccia/?fbclid=IwAR3YTuurFYKs4iNlBe52RGy6SkYo4QJNBm7ZfO2EtKTI5h8F-QS573KVtkg
  6. Comité Invisible, Ahora, Pepitas de calabaza, Logroño, 2018.
  7. Comité Disperso, Once tesis sobre el virus mundi, 2020, Disponible en: http://lobosuelto.com/once-tesis-sobre-virus-mundi-comite-disperso/
  8. Didi-Huberman, Georges, Cuando las imágenes toman posición, Antonio Machado Libros, Madrid, 2013.
  9. Harawey, Donna, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, Consini, Bilbao, 2019.
  10. López-Petit, Santiago, La movilización global. Tratado para atacar la realidad, Traficantes de Sueños, Madrid, 2009.
  11. ___________________El coronavirus como declaración de guerra, 2020, Disponible en: http://comunizar.com.ar/coronavirus-declaracion-guerra/
  12. Ramey, Joshua, Deleuze hermético. Filosofía y prueba espiritual, Los cuarenta, Buenos Aires 2016.
  13. Sadin, Eric, La silicolonización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital. Caja Negra, Buenos Aires, 2016.

 

Notas

[1] Giorgio, Agamben, Stasis. La guerra civil como paradigma político, ed. cit. p.100.
[2] En su estudio, además recupera el planteamiento de Roman Shnur de que “la desatención a la guerra civil iba de la mano con el avance de la guerra civil mundial”, avance que al parecer no se detiene. Giorgio Agamben, Ibid., p.11.
[3] Ibid., p. 33.
[4] Donna, Haraway, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, ed. cit.
[5] Joshua, Ramey, Deleuze hermético. Filosofía y prueba espiritual, ed. cit. p. 338.
[6] No estamos aquí especulando acerca del origen misterioso de la pandemia ni respecto de quienes resultarán “ganadores” de la situación mundial actual, sólo nos referimos a aquello que en las actuales circunstancias se a colocado como la vida que ha de conservarse, que en sí mismo ya es toda una toma de postura seria políticamente.
[7] Giorgio Agamben, Medios sin fin. Notas sobre la política, ed. cit. p. 16.
[8] Víctor Alvarado y Mayra Nava, Normalidad: La zona gris del mal y la guerra en curso, ed. cit., Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6114322.pdf
[9] Para Santiago López-Petit, la movilización global es: “el mecanismo interno y el límite al que apunta la actual globalización neoliberal. Consiste en la autorrepro- ducción de esta realidad hecha una con el capitalismo, y se efectúa mediante la movilización de nuestras vidas. Como fenómeno total que es, se puede analizar desde un punto de vista macroscópico o desde un punto de vista microscópico”, La movilización global. Tratado para atacar la realidad, ed. cit., p. 63.
[10] Santiago López-Pettit, El coronavirus como declaración de guerra, disponible en:
http://comunizar.com.ar/coronavirus-declaracion-guerra/ , consultado el 15 de abril de 2010.
[11] Ver: https://globalnews.ca/news/5458963/trump-tweets-migrant-detention/ consultado 1l 10 de abril de 2010.
[12] Comité Disperso, Once tesis sobre el virus mundi, Disponible en: http://lobosuelto.com/once-tesis-sobre-virus-mundi-comite-disperso/
Consultado el 10 de abril.
[13] Hemos llamado a esto como: “la conformación de una normalidad dócil y utilitaria, modernamente despolitizada, ingenuamente violentada, violentadora, uniformante y globalizada, que es producida desde la lógica operativa de las nuevas guerras. Un mundo de la normalidad en que la zona gris se colorea con tintes de autoestima, proyecto de vida, necesidad funcional y productiva, vida saludable, vigilancia del otro y de uno mismo por el bien de todos, administrada por expertos de todo tipo. Zona gris dentro del campo de guerra en el que hoy nos encontramos de manera permanente”. Víctor Alvarado y Mayra Nava, Normalidad: La zona gris del mal y la guerra en curso, ed. cit., p. 64.
[14] Comité Invisible, Ahora, ed. cit., p. 42.
[15] Emmanuel Coccia, “El virus es una fuerza anárquica de metamorfosis”, disponible en:
https://lavoragine.net/virus-fuerza-metamorfosis-emanuele-coccia/?fbclid=IwAR3YTuurFYKs4iNlBe52RGy6SkYo4QJNBm7ZfO2EtKTI5h8F-QS573KVtkg
[16] Eric, Sadin. La silicolonización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital, ed. cit.
[17] Giorgio Agamben. Stasis. op.cit. p. 31.
[18] Ibid., p. 32.
[19] Georges Didi-Huberman. Cuando las imágenes toman posición, ed. cit.
[20] Giorgio Agamben, Teología y Lenguaje, ed. cit. p. 63.
[21] Ibid., pp. 62-63.
[22] Ibid., p. 66.
[23] “El hombre, como Dios, debe querer, debe ordenarse a sí mismo, para limitar y controlar lo que puede. Esta es la razón por la cual él también es responsable. No es resposable de su potencia, es resposable de su voluntad.” Giorgio Agamben, Ibid., p. 68.
[24] Ibid, p. 50.
[25] Eric, Sadin. La silicolonización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital, ed. cit., p. 45.