FIGURA 01. LA SOMBRA HUMANA, PROPIA Y PROYECTADA
Resumen
Si detrás de cada evidencia arqueológica relacionada con la medición del tiempo, se esconde un gnomón solar, cabe preguntarse entonces: ¿de qué manera este instrumento, surgió y se vehiculizó por culturas tan diferentes, distantes y a veces inconexas entre sí? La respuesta puede hallarse en el cuerpo humano y su natural carácter de gnomón solar con conciencia sensorial no-reflexiva de sus propias dimensiones y sombras. Peculiaridad esta, que le permitió al humano moderno gozar de una dilatada etapa de juego inconsciente con la sombra, como así también, hacer de su cuerpo el instrumento gnomónico y unidad de medida del tiempo y el espacio. Este saber ancestral, viajó como remanente psíquico arcaico o arquetipo naturalmente vehiculizado en la cabeza humana, para en ocasiones, florecer de formas distintas.
Palabras clave: arquetipo, remanente arcaico, gnomón solar, humano moderno, mito gnomónico, medida.
Abstract
If behind each archeological evidence related to the measurement of time, a solar gnomon is hidden, it is worth asking: how was this instrument transported by cultures so different, distant and sometimes disconnected from each other? The answer can be found in the human body and its natural character of solar gnomón with sensory awareness that reflects its own dimensions and shadows. This peculiarity allows the modern human to enjoy a long stage of unconscious play with the shadow, as well as make his body the gnomonic instrument and the unit of measurement of time and space. This ancestral knowledge, traveled as an archaic psychic remnant or archetype naturally vehiculized in the human head, to sometimes flourish in different ways.
Keywords: archetype, archaic remnant, solar gnomon, modern human, gnomonic myth, measure.
Arqueología y mito gnomónico
Curiosamente Witold Kula (1916/1988), al dar comienzo a su obra Las medidas y los hombres,[1] toma el mito de la genealogía bíblica y presenta a Caín, hijo de Adán y Eva, como el inventor de la medida, y esta imputación obviamente simbólica extraída del relato bíblico, independientemente de su cuestionable valor de verdad científica, lo que nos está diciendo con el lenguaje simbólico de tiempos con gravitante influencia sumeria, es que el conocimiento de la medida se remonta a la segunda generación simbólica de la especie, de lo cual bien podemos inferir que si medir es un acto racional, esa racionalidad y el valerse del cuerpo como instrumento, aunque pudo surgir muy tempranamente, no fue en los inicios de la especie. Por lo que como ya hemos dicho, con el origen de la especie, comenzó el juego con las sombras (etapa gnomónica lúdica), no la medición. Luego del juego, posiblemente hace unos 100.000 años aparece el humano moderno, toma conciencia de su condición de gnomón solar vertical y ambulante (etapa racional) y a fuerza de experimentar posturas, direccionamientos de las proyecciones y comparar las distintas longitudes de sombras, se sabe instrumentalmente un gnomón solar y se convierte así, en Homo sapiens y gnomónico que mide la sombra, a partir de tomar su altura como unidad.
Desde tiempos remotos el humano supo de la conexión inescindible entre el cuerpo y su sombra, tanto que los egipcios consideraban que Sheut, Shuit o Jaibit, (sombra) era un constituyente más del cuerpo y el espíritu. Pero la medida vino después, cuando sabiéndose corporalmente un gnomón solar, el humano moderno decide compararse y medir su sombra.
Como no hay evidencias concretas que avalen esta lógica, apelamos a los mitos y vemos que el relato bíblico del origen de la medida, se corresponde temporalmente con la conversión del antropos gnomón en Homo sapiens y gnomónico.
Homo omnium rerum mensura est, “El hombre es la medida de todas las cosas”, este es el principio filosófico más conocido de Protágoras y alude a la relatividad del conocimiento a partir del contraste entre el parecer a escala humana y la propia escala real del mundo que lo rodea. Conceptualmente, a esta sentencia se la suele designar como Homo mensura entendiendo que “El hombre es la medida”. Pero también, teniendo en cuenta lo afirmado por Friedrich Nietzsche (1844/1900), hombre significa “el que mide”, de modo que el hombre es “la medida que mide”.
Es decir que nos hemos denominado a nosotros mismos con uno de nuestros mayores descubrimientos (la medida) y una de las principales prácticas, la de medir todo.[2]
En la disciplina gnomónica esta sentencia es correcta aunque insuficiente, porque si bien es cierto que la altura del cuerpo humano es la unidad de medida gnomónica fundamental y relativa para medir la sombra arrojada sobre el piso, también el cuerpo humano es gnomón y como tal es el instrumento de medición, de manera que el cuerpo humano, además de ser la medida, es el “metric o metrum” (instrumento de medición), por lo que la definición de medidas antropométricas de las sombras se refiere a la medida de sombra que nos procura el “instrumento antropo” y a sus proporciones.
Así, finalmente, desde la mirada gnomónica y parafraseando a Protágoras enriquecido con Nietzsche, podemos afirmar que el hombre es el instrumento de medición (gnomón) y medida que mide y produce sombras.
Volviendo a Witold Kula, y tomando el Génesis bíblico,[3] vemos que: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn. 1:26-27).
¿Qué significa “a su imagen y semejanza”?
Por imagen se entiende la figura de una persona o cosa que es captada por el ojo y en hebreo, la palabra “imagen” es “Tzelem” y esta derivaría de la raíz “Tzel”, la cual significa sombra. Es interesante observar entonces, que la misma raíz significando sombra, en ruso es “тень”, en euskera “itzal”, en bieloruso “цень”, “stín” es en checo y “tieň” en eslovaco, además si volvemos a “Tzelem”, guarda un parecido con “Schatten” en alemán. Lo cual, aunque se escriban un tanto diferentes, pudieron tener una misma fonación originaria. Si esto es así, el hombre sería la sombra de Dios, y Dios el cuerpo opaco que oficiaría de gnomón interceptando los rayos de luz. En tanto que “sombra”, el hombre, es la Imagen oscura que proyecta el cuerpo opaco sobre la superficie terrestre al interceptar con los rayos de luz, por lo que la sombra, míticamente, nació con el hombre y con ella convivió y jugó (gnomón antropo) hasta que Caín, inventó la medida. A partir de ese momento, el hombre supo de su sombra y la midió (sapiens gnomónico).
¿Diós es la luz?
¡NO!, Dios no es la luz, es “la idea primordial”; es la idea preexistente o superior al fenómeno de la luz.[4]
La biblia dice que la luz del mundo es parte de la creación de Dios, pero no es Dios.
“Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz”. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios. Esto es que ese resplandor, desde la mirada gnomónica puede interpretarse como el atesoramiento interior del conocimiento de la luz y la sombra.
Luego y si bien la ciencia no necesita valerse de dioses como hipótesis, las hipótesis que sugieren los mitos originarios, son tan ricas y reveladoras, que no deben ser desaprovechadas por el investigador del pasado humano en general, y menos aún, por quienes queremos saber de qué manera el gnomón solar y la práctica gnomónica, surgió y se vehiculizó entre culturas tan diferentes, distantes y a veces inconexas entre sí.
¿Qué significa semejanza?
La palabra “semejanza”, significaría molde, forma y la palabra hebrea para ello es “Demut”.
Entonces, fuimos moldeados corporalmente para ser iguales a Dios…no como dioses, sino como su Sombra, haciendo en la Tierra lo que Él hace en el Cielo.
Dios quiere que seamos su reflejo, tal como la sombra por el mismo Dios moldeada es reflejo del cuerpo.
“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7).
Evidentemente, quienes escribieron el Génesis bíblico, muy posiblemente tomando textos sumerios y caldeos preexistentes, interpretaron la obra del hipotético hacedor, conforme a los recursos de la técnica que manejaban, de modo tal que, al hacer el cuerpo del hombre, lo hicieron con “el polvo de la tierra” y dejaron en las míticas páginas de la Biblia, la marca alfarera de su época, como su industria preminente.
El Génesis bíblico entonces, es una obra inspirada en la técnica y el arte alfarero, probablemente proveniente de la Región Sumeria, lugar donde las evidencias halladas, avalan la posesión de avanzados conocimientos gnomónicos e incluso de la trigonometría que posteriormente condujo al teorema de Pitágoras.
Además, no se nos debe escapar que “semejanza” significa “molde”, ese molde no es otra cosa que el arquetipo que basado en el cuerpo propio, es reflejado simbólicamente de múltiples formas y contenidos en los mitos.
Mito gnomónico y arquetipo
En las mitologías originarias de América, al igual que en otras partes del mundo, hallamos diferentes datos que sugieren que la semilla o potencialidad del conocimiento del gnomón solar en particular al migrar por el mundo, pudo haberse refugiado y conservado en forma latente, dentro de la subjetividad humana, quedando atesorado y guarecido en ella hasta que el desarrollo económico y material de la comunidad portante, se convirtiera en el medio fértil capaz de hacerlo florecer artística, técnica e hierológicamente.
Es posible que el conocimiento gnomónico, habría sido adquirido en tiempos remotos a partir del juego con las sombras y antes de salir de África, de lo que surge que pudo ser llevado cual semilla en la subjetividad de aquellos primeros Homo sapiens y gnomónicos, para ser reproducidos durante su peregrinar por el mundo de diferentes formas, en cada sitio y momento, cuando las condiciones ambientales y materiales se lo hubieron permitido. De manera que, la gnomónica, pudo surgir en sitios muy distintos, distantes y hasta con relativa discontinuidad, sobre la ancha franja del globo terráqueo que el humano moderno, supo recorrer en pos del Sol.
En sitios como la Patagonia, por ejemplo, detrás de las muy bellas esculturas realizadas por los mapuches sobre soportes de madera, como son los chemamüll o los rewes, se puede apreciar el carácter corporalmente gnomónico de sus posibles orígenes; fundamentalmente por la disposición ceremonial y la correlación que estos símbolos guardan con la forma en que los pueblos originarios patagónicos sabían medir el paso del tiempo, basándose en la sombra del propio cuerpo.[5] En este contexto, resulta muy significativo que los mapuches contaran con un nombre propio para la sombra del cuerpo y otro par la de cualquier objeto.
El carácter gnomónico puede verse también en los selk´nam de Tierra del Fuego, cuando en sus mitos describen la migración hacia el sur mediante un Sol que iba perdiendo altura conforme ellos ganaban latitud.[6] Ineludiblemente, esa observación del Sol que pierde altura durante la migración hacia el Sur, surge de la comparación del creciente mínimum de sombra propia del mediodía equinoccial, que es el momento en que el Sol del equinoccio, intercepta la meridiana del lugar y la sombra más corta del día (mínimum), se va acrecentando con el aumento de la latitud.
Vale recordar al respecto, la importancia que tiene la sombra solar del mediodía en su relación con fechas de festividades y ceremonias de los pueblos originarios.
Estos y otros hechos semejantes, revelan que existía en los pueblos patagónicos, un conocimiento y prácticas gnomónicas basadas en el uso del propio cuerpo como instrumento, tan similar a las de otras regiones y continentes, que inevitablemente nos exige reconocer en el origen del gnomón solar, un determinismo y vehiculización cuasi zoológico, solo por el cual, se explicaría el cómo y porqué, en América y otros lugares del mundo, aunque con notables diferencias estéticas, se ha repetido el mismo invento para medir el paso del tiempo y orientarse en el espacio.
Ese determinismo que explicaría como se vehiculizó y llevó de un continente a otro este inadvertido conocimiento gnomónico, debemos buscarlo en el vínculo ancestral generado por el juego gnomónico, entre el inconsciente, el cuerpo, y su inescindible sombra.
Luego, cuando en distintos lugares y tiempos, los humanos decidieron reproducirse de cuerpo entero por medios no biológicos, reprodujeron material y exteriormente también, su cuerpo como gnomón solar plantado en el suelo y en él, depositaron su arte totémico y sus creencias a veces, de modo totalmente independiente de influencias ajenas.
Seguramente de esa forma, hubo quienes, a partir de su propio cuerpo, movidos por algún impulso inconsciente y sin saberlo, repitieron las experiencias vividas por sus antecesores y plantaron un palo gnomónico en reemplazo del cuerpo. En otros casos, motivados quizás, por la transmisión oral en las ceremonias inicíacas, o en su defecto, como proponemos en este estudio, porque como condición propia de la especie humana, ese saber pudo viajar guarecido y transportado en el inconsciente colectivo, pre-configurado como arquetipo.
Sospechamos que los símbolos oníricos asociados a los patrones de conductas específicas, habrían comenzado con la aparición del neopalio y complejizado con el crecimiento alométrico y la encefalización, por lo que, nuestra especie, muy encefalizada, inevitablemente cuenta con patrones de conducta, sueños y fantasías, directamente vinculadas al nivel de encefalización, lo cual de ser así, nos permitiría inferir que el humano moderno inmediatamente anterior al Holoceno, e incluso el Homo neandertalensis de entonces, al poseer un cociente de encefalización superior al nuestro actual,[7] debieron tener sueños y vida onírica más gravitantes en sus comportamientos. Ese peso de los sueños sobre las conductas; en el caso particular del Homo sapiens y gnomónico pre-holoceno, pudo ser muy fuerte en cuanto a la relación del cuerpo con la sombra y posiblemente también hizo que chamanes y sabios de la antigüedad hayan encontrado en su propia subjetividad los remanentes arcaicos (arquetipos) de experiencias gnomónicas primeras, realizadas con el compromiso experimental del propio cuerpo y las reprodujeran de formas diferentes, en correspondencia con la línea estética de cada cultura.
Arquetipo, posibilidad y realización
En este contexto resulta muy revelador el mito originario de la cultura Selk´nam de Tierra del Fuego, ya que pese a no estar respaldado por ninguna evidencia arqueológica que siquiera haga sospechar que supieran construir viviendas o monumentos en piedras, su mito central, no obstante, habla de una lítica construcción ceremonial megalítica.
Efectivamente, la choza ceremonial del Hain masculino Selk´nam, compleja representación artística y ceremonial, de probada existencia histórica y arqueológica, era sostenida en siete largos troncos de árbol, pero, los Selk´nam en su mito de los hoowin o seres míticos, lo habían hecho de gigantescas piedras, con lo cual, desde un presente de precariedad material y riquísima vida artística y espiritual, aquellos humanos australes, reproducían en su mito la choza ceremonial, pero proyectada y magnificada hacia el pasado, como una mega-construcción lítica que en lugar de partir de siete postes de madera principales, lo hacía de siete enormes piedras principales como las traídas al mítico lugar Máustas, y levantadas por los siete hombres más fuertes, desde las siete regiones principales de la isla grande de Tierra del Fuego (perfectamente orientadas con los puntos cardinales) de las que, cada uno de ellos era oriundo.
Conforme relata la investigadora Anne Chapman (1922/2010), la mítica choza estaba sostenida por grandes piedras y la inmensa construcción contaba con una planta circular que, según podemos comparar, gnomónicamente se vería muy parecida a lo que sería un Mega-Stone-Hain o mega círculo de piedras sudamericano, curiosamente construido, (si consideramos que los Selk´nam eran tsonek´n o tehuelches del sur, originarios de un sitio cercano al Cerro Chaltén) en un una latitud gnomónica equidistante y hemisféricamente opuesta al conocido Stonehenge británico o círculo de piedra inglés, o sea a 51º Sur. Indudablemente, esta estructura, soñada por aquellos humanos australes, habría sido traída desde tiempos inmemoriales en la subjetividad de su migrar de Norte a Sur hasta ubicarse en la propia Isla Grande de Tierra del Fuego, por lo que no habría que descartar alguna posible vinculación con las corrientes migratorias que poblaron la amazona brasileña, más precisamente Rego Grande, donde se halló un verdadero Stonehenge sudamericano.[8]
Ese deseo contenido de levantar un acabado y pétreo Stonehain, habría sido guardado de modo potencial en la subjetividad de los Selk´nam originarios y transmitidos generacionalmente a la espera de su tiempo de realización donde las condiciones objetivas les permitiesen hacerlo artísticamente una realidad, quizás, del mismo modo como supieron hacerlo con la educación de los niños que, se los resguardaba a la espera de que las condiciones concretas, le fueran favorables e indicaran que ya era tiempo de ser efectivamente probados en los rigores de la iniciación, dentro de la choza preparada especialmente para celebrar el Hain. Nada de esto ha dejado evidencia material y solo ha surgido del relato y los mitos.
Ese mítico Hain entonces, pudo haber tenido existencia real en el migrar hacia el Sur, pero independientemente de ello, su construcción mítica perduró y fue llevada en la subjetividad, hasta el extremo Sur de la Patagonia. Esta vehiculización que ofrece la subjetividad como guarida y canal de comunicación a la manera de refugio, para el deseo no consumado y potencialmente atesorado, pudo ser el modo en que la primerísima experimentación gnomónica con el propio cuerpo, realizada con anterioridad a la salida de África y la sustitución exterior del cuerpo, primero con un palo[9] y luego con alguna piedra, indudablemente migró con el hombre y llegó a todos los rincones del planeta donde haya llegado el Homo sapiens y gnomónico.
La experimentación atesorada en el inconsciente humano y repetidamente reencontrada en la sombra de la subjetividad humana por medio de los sueños de chamanes y sabios, pudo viajar conservada negativamente y guarecida a la espera de su positivización, así pudo ser el modo en que el conocimiento gnomónico se trasladó desde los orígenes del sapiens gnomónico en África, al poblamiento más extremo y austral de América.
Esta construcción imaginaria entonces, sin lugar a dudas tuvo que ocupar la subjetividad originaria de tal manera que, al no poder concretarla, devino en potencialidad deseada y guardada como los tsonek´n y selk´nam guardaban a sus niños. Recordemos también, que las tumbas tsonek´n, llamadas “chenques”, eran agregados coniformes de piedras que silenciosamente podrían estar manifestando el deseo de perpetuación del hombre patagónico. Deseo de perpetuación contenido y demorado que fuera relativamente irrealizable durante la ancestral migración hacia el sur del continente americano y que, no obstante, pudieron portar en la subjetividad, esperando la oportunidad en la que el ambiente y sus posibilidades, le permitieran amplificar la matriz del Hain real, cambiando su composición material de madera por piedra, como lo hicieron otros pueblos.
De un mega-stonehain, obviamente, no hay ningún hallazgo arqueológico que lo sustente, dado que según Anne Chapman, solo circuló como mito, lo cual habilita pensar como verosímil, que en la manera de razonar del tsonek´n y para la creación del mito, pudo operar algún mecanismo psicológico basado en la proyección hacia el pasado mítico, de todo aquello que por resultar relativamente imposible de concreción inmediata presente, se haya pospuesto y guardado en estado potencial y deseable, a la espera de condiciones objetivas y de habilidades humanas concomitantes que pudieran favorecer su desarrollo material, posibilidad y efectividad real. Es decir, perduró como mito de un mensaje arquetípico.
Podría pensarse que, en algún momento del desarrollo ulterior, de no haber sido invadido y exterminado el pueblo selk´nam por parte de los ingleses, hubieran podido volver a reconstruir el pasado ancestral en un presente al que lamentablemente, los selk´nam nunca arribaron debido a la eliminación física de la casi totalidad de sus componentes. Mercaderes británicos y sicarios de toda laya, privilegiaron los negocios por sobre la vida de estas personas y su riqueza cultural.
Como contribución a la alimentación de esta mirada hipotética, la localización de dos pequeñas estructuras de piedra pircada con forma circular y una acumulación oval, parecida a un “chenque” o tumba tsonek´n en la propia cima de las sierras de Curicó, también conocidas como de la China, en la Provincia de Buenos Aires a 36º 46´95´´ de Latitud y 60º 34´29´´ de longitud Oeste, fueron registradas como de filiación tehuelche (tsonek´n) por el equipo de investigadores integrados por Patricia Madrid, Gustavo Politis y Daniel Poiré. En consecuencia, estas serían construcciones de tehuelches pámpidos y o tsonek´n septentrionales de la región pampeana, por lo que siendo los selk´nam, en última instancia, tehuelches o tsonek´n, que migraron hacia la isla grande de Tierra del Fuego, los chenques, junto a los remotos dólmenes, crómlech o túmulos y menhires del pasado, pudieron ser parte reminiscente del mito selk´nam.
En cuanto a la choza ceremonial selk´nam, era de forma cónica con unos 6 metros de altura que se levantaban sobre siete troncos de madera de haya austral, partiendo de un diámetro interior de la base, de unos 8 metros aproximadamente.
Para el acceso a la choza, se dejaba sin cubrir una abertura mirando al oriente de 4,5 metros aproximadamente, en línea recta sobre la que se plantaba un particular poste, el “Pahuil”.
Cada uno de los siete troncos guardaba relación con una fase lunar visible, por lo que para la fase de luna nueva (luna no visible), se reservaba el lado Nor-Oeste, donde no se plantaba ningún poste, en tanto que la totalidad de los siete troncos de haya, eran orientados gnomónicamente en relación a la salida y puesta del Sol durante los días de equinoccios y solsticios. Luego, en el centro de la choza, se encendía una hoguera.
Curiosamente el poste sobre el lado Este, el “Pahuil”, no tenía un punto determinado para su anclaje sobre los más de 4 metros de largo de la línea de entrada, sino que este poste, de iguales características que el resto, solía acomodarse alineado exactamente con la salida del Sol durante los días ceremoniales, por lo que, año tras año, no siempre se habría encontrado plantado en el mismo sitio relativo. Además, por su ubicación sobre el oriente, el “Pahuil” proyectaba el barrido de sombra matinal dentro de la choza, hasta que llegara el momento en que el Sol ubicado en lo más alto, interceptara con la meridiana del lugar y su luz sobre el interior de la choza, se atenuara hacia la tarde, dejando en consecuencia que la hoguera, con la suya propia, esperara la noche para intentar adueñarse de la escena interior. Por lo tanto, durante la mañana, el “Pahuil”, se comportaba como un perfecto gnomón solar que a los selk´nam, les habría permitido saber sobre el paso del tiempo matinal hasta la llegada del mediodía. Así, con la forma del “Pahuil”, llegó el gnomón solar al extremo Sur de América.
Concluimos en que los patrones de conducta de la especie humana ligados al cerebro más primitivo, son acompañados por una complejidad simbólica que, generadas en la corteza cerebral, aunque se manifiestan oníricamente enmarcados en modelos arcaicos típicos, no obstante, son de formas y lineamientos estéticos diferentes y peculiares en cada individuo. Entre dichos sueños, los vinculados al cuerpo y la sombra, debieron gravitar tan fuertemente sobre los comportamientos del humano moderno del paleolítico superior, que hicieron de nuestra especie, la única que dejó claras evidencias de haber practicado la gnomónica.
Es que el cuerpo humano como gnomón solar naturalmente consolidado y experimentalmente consumado, al igual que otros cuerpos mamíferos, cuenta con una conciencia sensorial no-reflexiva de sus propias dimensiones y sombras, que habría gravitado fuertemente sobre la corteza cerebral y las manifestaciones más primarias del inconsciente; de modo que, el modelo de mensaje hereditario provocado por las dimensiones del cuerpo y su sombra, pudo resultar idéntico en todos los individuos, pero productor de diferentes simbologías y líneas estéticas al momento de manifestarse o construir materialmente el gnomon solar. Es decir que, el cuerpo, sus dimensiones propias y la sombra, como resultado de las equilibraciones y desequilibraciones con el medio, hubieron de imprimir en la subjetividad humana un mismo sello arquetípico que trascendió a los individuos y se instaló como algo propio de la especie que operó cual patrón de conducta específico.
Las diferentes simbologías producidas por estos arquetipos, fueron luego formalizadas en el arte y los mitos que todos los pueblos transmitieron a sus generaciones venideras, a la vez que, guardado en las sombras del inconsciente, arquetípicamente han llevado la impronta instrumental del cuerpo que de tanto en tanto, y frente a los requerimientos del medio, florecieron artísticamente reproducidos como dolmen, gnomón solar, tótem, menhir, estela etc.
Cuando las condiciones de vida no favorecieron la realización material y exterior de estos remanentes oníricos arcaicos derivados del cuerpo y su sombra, su construcción se habría hecho igualmente, pero hacia el interior, en la imaginación mítica, como los selk´nam, ya que durante la ancestral migración hacia el sur del continente americano, la imposibilidad o innecesariedad de exteriorización, pudo alimentar el crecimiento de lo imaginado y hacer que los selk´nam, por ejemplo, construyeran imaginariamente su propio gran dolmen, crómlech o Stonehenge; posiblemente quizás, como remanentes arquetipos de estructuras reales del pasado. No obstante, el “Pahuil”, se revela como el peculiar gnomón solar más austral del continente americano.
Bibliografía
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- De Reina, Casiodoro, (1569), De Valeria Cipriano (1602), Santa Biblia, Fundación Antipas y Ministerio de Testigo Fiele, (http://antipas.net/sb/01sg.htm), consultado el 29 de junio de 2020.
- Gusinde, Martín, Los indios de Tierra del Fuego, TII, Etnología Americana, Argentina, 1990.
- Jung, Carl G, Arquetipos e inconsciente colectivo, Paidós, Argentina, 2015.
- Kula, Witold, Las medidas y los hombres, Siglo XXI, México, 1980.
- Nietzsche, Friedrich, El viajero y su sombra, Edaf, Buenos Aires, 2011.
Notas
[1] Kula, Witold, Las medidas y los hombres, ed. cit., p. 4.
[2] Nietzsche, Friedrich, El viajero y su sombra, ed. cit., p. 160.
[3] De Reina, Casiodoro, De Valeri,a Cipriano, Santa Biblia, ed. cit.
[4] Jung, Carl G., Arquetipos e inconsciente colectivo, ed. cit., p. 84.
[5] Benigar, Juan, La Patagonia piensa, ed. cit., p. 93.
[6] Gusinde, Martín, Los indios de Tierra del Fuego, ed. cit., p. 575.
[7] Calvino, Rubén, “Homo sapiens y gnomónico II”, ed. cit.
[8] _____________, “Rego Grande, un círculo megalítico en el Amazonas”, ed. cit.
[9] Calvino, Rubén, “Arte paleolítico y gnomónica”, ed. cit., pp. 43-60.